La maldita Isla de Pascua

GSB en Isla de Pascua
GSB en la Isla de Pascua.

No tengo miedo a hartarme de ti, es lo que pretendo,
no tengo miedo a repetir errores horrendos.
De humanos es errar y errar y nadie ha visto el averno
no tengo miedo a repetir, no tengo miedo.

[Mañana, tarde y noche, Sr Chinarro]

Un ex-compañero de tesis y fútbol, que sabe que hay que empujar la bola cuando está en la línea de gol y que tiene las conexiones neuronales tan atípicas que estudia programación declarativa, me prometió hace años que iría a la isla de Pascua con la camiseta ganadora del pasado concurso de este blog en honor a una cita de Henry Miller que leyó por aquí:

«¡Personna non grata! ¡Joder, qué claro lo veo ahora! No había dónde escoger: tenía que tomar lo que había a mano y aprender a apreciarlo. Tenía que aprender a vivir con la escoria, a nadar como una rata de alcantarilla o ahogarme. Si optas por incorporarte al rebaño, eres inmune. Para que te acepten y te aprecien, tienes que anularte, volverte indistinguible del rebaño. Puedes soñar, si sueñas lo mismo que él. Y en cuanto te vuelves algo diferente, te encuentras en Alaska o en la Isla de Pascua o en Islandia

A la vista está que cumplió su promesa y cerró el círculo: gin soaked boy desterrado a la isla de Pascua. Por no soñar bien, por no balar bien. El doctor Rubio tampoco sabe echar cagarrutas esféricas y negruzcas, y se niega a resignarse a que los ricos hagan trampas y a que reinen los herederos. No creo que lea las noticias que deprimentemente suelen encaramarse a los diez primeros puestos de las noticias más leídas en cada periódico digital ni creo que sume uno a los telespectadores de los programas más vistos. Eso le puede causar un problema que magistralemente resume un pintor pedroteño: «o te aclimatas o te aclimueres». Y entre esas dos aguas nos movemos todos, matando y muriendo.

Ahora que a ese rubio manzano le crecen los frutos casi en las antípodas está aprendiendo a pensar del revés, como no podía ser de otra manera para un experto en Prolog, y a ver los sumideros de agua tragando con un giro inverso al que veía en los secarrales manchegos de toda la vida. Eso me contaron en el cole y me lo creí, pero no he bajado del ecuador para comprobarlo. En realidad, me da igual, es física, no química.

Él se gana las castañas en una universidad sudamericana de nombre divertido, Bio Bio, y ya es de los que teme más a los terremotos que a los políticos. De él, como de tantos amigos, pienso que acertaron al lanzar su destino hasta otras latitudes. También creo que tendrán complicado dejarse imantar por su patria, por sus cosas. Aunque en ello confiamos, siquiera sea por echar una cerveza en El Perro o darle otro pase de gol.

10.000 horses can’t be wrong

Goal
Capilla del Convento de los Dominicos a la intemperie.

Si la naturaleza le ha creado como murciélago,
no pretenda ser un avestruz.

[Demian, Hermann Hesse]

¡He perdido mi gotita de rocío!
Dice la flor al cielo del amanecer,
que ha perdido todas sus estrellas.

[Rabindranath Tagore]

«Diez mil caballos no pueden estar equivocados» titula Simian Mobile Disco uno de sus discos. Y me lo cuestiono. Muchos miles de españoles van al cine a ver «Pringados en autobús», muchos miles escuchan a Andy y Lucas incluso en la intimidad, muchos miles sólo (con tilde, maldita RAE) han leído «El código Da Vinci» y esperan otro best-seller de esas hierbas para agarrar una novela. Creo que esos «miles» son los mismos repetidos, lo cual no daría para una minoría absoluta como decía Juan Ramón Jiménez sino para una aproximación a la nulidad absoluta mayoritaria. En esa denominación también entran, sin prueba de acceso, los que no arrancan los protectores de plástico de las pantallas de aparatos electrónicos, los que no beben cerveza en verano, los que bajan en ascensor para salir a correr y los que han «empezado» a ver The Wire «alguna vez». Ayer me tropecé con un soplo de esperanza cuando vi que The Wire tenía una valoración media de 8,8 en FilmAffinity. Minipunto para la dictadura de la democracia, la mayoría.

Paréntesis. Treme también tenía muy buena puntuación, merecida. Empecé a verla por David Simon con gran escepticismo por su «parto» anterior, y qué injusto fui. Nunca he escrito sobre Treme porque es una serie donde el hilo argumental lo entretejen los sentimientos de un abanico de personajes que se vuelven carismáticos al espectador a medida que van pasando los capítulos. Y cuando terminé la segunda temporada estaba tan impactado que ni me atreví a plasmarlo en una entrada. Sólo escuchaba de fondo el sonido del estribillo del himno de guerra del Gran Jefe y el trombón de Antoine Batiste y el violento discurso político de Bernette a través de YouTube y la dulce voz de Annie cantándole al viejo Harley, cuya guitarra tenía una pintada en su cajetín en la que se leía This machine floats. En Nueva Orleans, tras el Katrina. Y no es que todos esos personajes se vuelvan carismáticos de repente, simplemente son personas normales con comportamientos normales: puedes tener que emigrar si tu negocio no funciona o puedes enamorarte sin remedio y ser correspondido, y entonces el enamorado tiene que acercarse periódicamente al buzón de la emigrante para recoger la correspondencia. O puedes ir a pescar para alejarte de tus fantasmas y hacer terapia anti-drogas. Puede parecer paradójico pero lo cotidiano es emocionante. Treme es sensible, no vayas sino a acariciarla. Fin paréntesis.

Diez mil caballos suelen estar equivocados. Trotan en la dirección del caballo con jinete. Y aunque el jinete desconozca el deseo de la manada trotona, esa masa fluye como un líquido en el que él mutase en atracción gravitatoria para darle consistencia. Eso no es sumisión, es física y es naturaleza. El problema aparece cuando un avestruz monta al caballo y una cría de koala se agarra al cuello del avestruz y sobre ella un murciélago descansa sosteniendo una garrapata en una de sus alas plegadas. El problema viene cuando la garrapata decide el designio de diez mil caballos. El pivot griego del Barça se llama algo así como Microcefalidis, perfecta denominación para nuestra garrapata.

En ningún momento la garrapata prometió a la manada que los guiaría al paraíso. A Microcefalidis no le interesa la justicia ni el destino, si es que esas cosas se pudiesen definir. Tampoco yo he prometido a la bandada de palomas una vivienda digna en lo alto del convento de los dominicos de forma perenne. Un día, más pronto que tarde, deberán emigrar y abandonar sus panorámicas de lujo. El cielo como apetecible destino, aunque el amanecer le robe las estrellas y le deje el sueño. Tanta paz llevéis como palomina dejáis.

A mí tampoco me prometieron vivienda perenne, ni siquiera me lo prometió la garrapata Microcefalidis, y mejor así porque en tal caso dormiría siestas largas. Cada vez más largas. He llegado a la edad en la que el dinero sobrepasa a la gente trabajadora de mi generación, y por eso piensan si el ratio coste-disfrute merece la pena en una excursión, compran por internet porque cuesta tres con cincuenta más barato y echan cuentas hasta que convierten hipoteca y futuro en dos palabras sinóminas. Cínico el que lo niegue. Poner la vista en el mañana es innegociable, pero sin coartar el hoy. Me enamoró esa frase que leí hace pocos días: «acumular dinero es comprar la inocencia de tus hijos.» Ahora te toca calibrar el valor de la inocencia y de la libertad, tarea no trivial.

Tengo que abandonar el telediario y la prensa. El Papa admite la existencia de un lobby gay en el Vaticano. Un desvariado asesina y descuartiza a su mujer y la congela junto a las croquetas. Snowden certifica que Obama lo sabe todo de nosotros gracias a un despiadado espionaje de nuestra intimidad. Aparece la rabia. Messi nos roba. Mandela se desgrana. Grecia clausura la televisión pública. Tengo que acordarme de sintonizar Teledeporte.

Y por encima de la inocencia y la libertad, decíamos, está la música, que es el elemento básico que transmite un sentimiento pleno y lo inyecta en los sentidos para excitar nuestra existencia. La única literatura auténtica se concentra en la música: filtra lo superficial y genera una esencia estimulante universal que remarca el swing del tiempo absoluto. Nadie es inmune a la música a no ser que sea un mutilado sensorial.

Nadie, ni siquiera de forma consciente, podría ser inmune a tu mirada certera y a tu lengua que me hace cosquillas en una noche fría. No hay futuro porque el presente lo abarca todo, como si el hoy envolviese el tiempo y la ilusión en un satélite que eclipsase lo cotidiano. No desvirtúes su giro, rotación y traslación, que fuerzas invisibles lo guían. Encima de la garrapata estaban las palomas, y encima la vivienda digna, luego la música, y sobre todas las cosas, un satélite en compás de dos por cuatro. He cogido Rayuela para ponerte una frase ingeniosa, pero no eres la Maga y no requieres mi inocencia, ni me necesitas como dirían The Smiths, ni soy inmune al giro astronómico a ritmo de bachata.

La mano en el fuego

¡Sonamos, muchachos! ¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo,
después es el mundo el que lo cambia a uno!

[Mafalda]

Pistorius. Lance Armstrong. Amy Martin. Isabel Pantoja. Bárcenas. Por quién pondrías la mano en el fuego. Cuando los periodistas -como Ansón– atacan despiadadamente para luego confirmar que su información no estaba contrastada. Cuando los políticos se centran en vender su producto en vez de en madurarlo y en atacar en vez de en demostrar. Cuando los reyes van a las fincas cercanas de cacería con poderoso personal de confianza y chicas confiadas de poderosas virtudes. Cuando los investigadores se preocupan más de buscar financiación para su próximo congreso en el otro lado del mundo que del beneficio del mismo. Cuando los informáticos subcontratan a chinos y/o indios para que hagan su propio trabajo. Cuando unos se escandalizan por la desvergüenza del informático sin mirar la ropa que visten. Cuando otros aborrecen los sueldos de color oscuro mientras gustan de jugar siempre al margen de la ley. Cuando los poetas quieren ser trascendentales y a lo único que pretenden es follar más. Cuando quieres aspirar a todo pero rechazas luchar por conseguirlo y prefieres llorar en cualquier esquina tu frustración. Cuando los intelectualoides admiran en el fútbol una mística estúpida. Cuando los borrachos se machacan en el gimnasio y les duelen los triglicéridos mientras los deportistas toman gintonics de veinte euros creyéndose ante una obra de arte. Por quién pondrías la mano en el fuego. Podremos ser tontos pero no debemos ser ingenuos.

Ahora todas las farolas de las autovías están apagadas y los baches se multiplican sin misericordia en el asfalto de cualquier población. Quizá nunca las volvamos a ver encendidas. Ojalá, como escribió Dickens, llegue la primavera de la esperanza tras el invierno de la desesperación. Me niego por igual tanto a declarar irreversible la catástrofe como a brindar por una cercana época dorada. Viviré una guerra, pero no será ahora y no será aquí, y me pillará demasiado viejo para ser ágil y demasiado joven para esquivarla. Cómo terminará no lo sé, no es lo importante. Eso de que aprenderemos la lección es mentira, de los fracasos se aprende pero a la postre los errores se olvidan. Podremos ser tontos pero no debemos ser ingenuos.

La sobredosis de información es abrumadora. Me sobra el noventa por ciento de lo que leo pero me falta el noventa por ciento de las cosas que no me quieren contar. Con esta perspectiva es inevitable aborrecer la actualidad. Sólo merece la pena indagar tras retazos de intimidad y detalles de cómo se las arreglan otros: «se trata básicamente de tirar para adelante y hacer las cosas de forma tan sencilla que parezcan estúpidas. No siempre fue así. Hubo un tiempo en que aspiraba a la trascendencia; fue la etapa más insufrible de mi vida. Colaba frases de Shakespeare en algún reportaje, pretendía emocionar en las columnas o hacía pomposas reflexiones acerca de la vida y la muerte que daban vergüenza ajena leer. Pero he abominado de la solemnidad.»

Supongo que cada uno tiene una clave de supervivencia, única incluso aunque sea clonada de imposiciones televisivas. A algunos les da por empezar a leer el diccionario desde el principio, que no juzgaré si es más lógico que leer Si una noche de invierno un viajero. A unos amigos les dio por comerse todas las hojas del tablón de anuncios de un bar, eso sí, bien aliñadas con aceite y vinagre. Incluso bandos municipales se tragaron. Los curiosos que merodeaban se atrevían a probar el supuesto manjar después de llamarlos locos y antes de llamarlos héroes. También los hay que sólo quieren joder al mundo, por eso de la autodefensa, como Alan Sillitoe. Supervivencia y efecto acción-reacción.

Falta la reacción.

Specialized

Josef Ajram ya no necesita presentación, como no debiera nadie capaz de terminar un Ultraman (10 Km. a nado, 420 Km. en bicicleta y 48 Km. a pie). En su caso lo insólito empieza ahí y termina en su trabajo como day trader en la bolsa, ese ente invisible y fundamental para nuestros designios aunque la mayoría no sepamos ni descifrar sus mensajes ni las de sus analistas; también los hay que se creen profetas del gremio y no pasan de lustrabotas, con todo mi respeto, pero si hay dos ámbitos en los que los familiarizados presumen de expertos son el mus y la bolsa.

Pues eso. El otro día publicaron en JotDown una entrevista realmente interesante (como suelen) a Josef Ajram en la que se hablaba desde el Where is the limit? como forma de vida hasta que en los últimos tiempos los valores de la bolsa predicen un final de la crisis próximo. De una entrevista tan extensa lo que más me hizo reflexionar fue la obsesión por la especialización, la convicción de Ajram en que cada persona debe ahondar en una faceta hasta convertirse en un experto y aprender a explotar ese conocimiento único. En un mundo tan interconectado, especializado y evolutivo es sin duda un buen método de supervivencia el conseguir destacar en un aspecto. Entre otras cosas es preferible ser un gran panadero a un mediocre ingeniero. Somos tantos que solo te podrás vender si puedes ofrecer un valor añadido, aunque sólo seas el mejor mondador de pipas de Europa.

En realidad, no me resulta demasiado atractiva la idea de la especialización. Un antiguo compañero de la universidad defendía que debíamos ir rotando de trabajo cada dos años por salud mental y por amplitud de miras. Un cambio provoca activación y motivación, lo cual genera movimiento y fluidez; en resumen, que Heráclito tenga razón y el agua no se estanque. En algunos países muy desarrollados es habitual el cambio de área laboral, algo impensable por aquí, donde se suele considerar el número de años de experiencia en el sector como el factor único y determinante para ser contratado. Pero qué bonito debe ser ir experimentando en diferentes campos en busca del ideal o simplemente por cuestión de aprendizaje y conocimiento de un mundo tan grande y complejo.

Supongo que ambos enfoques son válidos, por qué no, siempre y cuando se ponga pasión y atención en la tuerca a la que debas darle vueltas. Imagino que lo realmente valioso no consiste en acumular conocimientos sino en aprender a relacionarlos, en tejer una red que relacione las aptitudes adquiridas y que permita dar forma a una visión personal del mundo más completa para, en definitiva, conocer las fuerzas que inciden en el movimiento del mismo.

¿En qué planeta las hormigas piden al elefante que rinda cuentas de sus pisadas?

Cañellas, fuerte y formal

Joan
Joan Cañellas, alegría por soleares.

Here upon theses stones we will build our barricade.
In the heart of the city we claim as our own.
Each man to his duty and don’t be afraid.
Wait! I will need a report on the strength of the foe.

[Building the barricade, Les Miserables]

Alguna noche vi a Joan Cañellas de marcha en la Escuela -garito culipardo- con otros compañeros de equipo como Aguinagalde o Kallman. Parecía mentira que un tipo con esa ruda fachada pudiese ser tan joven. Aparenta, por lo menos, ocho años más, amén de un tanto feo y pre-calvo.

También parecía mentira que pudiese ser tan ágil como demostraba por la pista del Quijote Arena con ese aspecto torpón y atípico: es el único jugador de balonmano que corre como los de fútbol-sala, con el centro de gravedad bajo y arrastrando los pies por el parqué; vivíamos con miedo de que sus piernas apenas pudiesen hacer brincar a un cuerpo de dos metros y cien kilos. Menos mal, para mitigar temores, que también estaban otros como Abaló o el propio Kallman que daban la impresión opuesta, como si sus gemelos fuesen muelles demasiado potentes para esas figuras estilizadas y pudiesen tomar cafés en el salto desde el extremo.

No es habitual encontrar un central que sea capaz de defender en el núcleo de una defensa 6-0, y menos con ese aire de ausente, como si uno pudiese bregar con pétreos pivotes que buscan un oasis en la línea de seis metros con la mente puesta en la lista de la compra. Y viendo los resultados no queda duda de que la cara no es de despiste, sino de concentración, aunque cualquiera lo adivinaría, que ni al anotar un gol su cara expresa la alegría y rabia de Rivera o Víctor Tomás. En ese sentido su carácter es más bien yugoslavo, contagio quizá del gran Sterbik, cuyas muecas de alegría celebramos como los padres cuando su retoño sonríe y babea.

Pero ahí está el farmacéutico, como another brick in the wall junto a artistas de la destrucción como Viran o Gedeón, asumiendo roles a medida de los retos, nunca disonante. Igual recreciendo barricadas que bailando acompasado con Entrerríos en ataque, cruzándose como en un paso de sevillanas en pos del desorden defensivo y, si la ocasión lo requiere, percutiendo por el centro para hundir defensas mientras decide que la opción más factible es habilitar a Maqueda para un lanzamiento cómodo que sume un punto más en la competición.

Y así hasta llegar a ser, pasito a pasito, otra vez Campeones del Mundo para constatar el teorema de que magia más esfuerzo igual a victoria.

Civismo & Corrupción

Hay tanto idiota ahí fuera.
[Sálvese quién pueda, Vetusta Morla]

El desarrollo de un país se mide por el grado de civismo de sus ciudadanos. La corrupción es el contrapunto al civismo. Eso es todo, el resto de la entrada es verborrea.

La última vez que salió de las fronteras comarcales fue allá por los noventa para ir a Sevilla a un acontecimiento familiar. Y desde entonces hasta que el pasado octubre se fue de crucero por el Mediterráneo. Qué grande es el mar, no lo había visto nunca. Un largo paseo entre las aguas mediterráneas apuntalado por caminatas por algunas de las ciudades más representativas, lo que permite intuir la sorpresa a los pies del Coliseo o el horror al visitar las ruinas de Pompeya. Pero no, él recuerda que a las siete menos cuarto se hacía de día, más de media hora antes que en el pueblo en esas fechas. Y estaba despierto para ver cada amanecer. A las siete menos cuarto. Quedan pocos sensatos como él, de los que ponen todavía primero a la naturaleza y después al hombre.

Por casualidad él me pasó el ensayo de Aurelio Arteta que leo ahora, aunque el libro provenía de otro lugareño. Y leo a Arteta: nuestra obligación moral es la de combatir, no la de vencer. Y me acuerdo inevitablemente de aquella anécdota de la guerra civil en la que llegaba Miguel Hernández del frente a una reunión de intelectuales y al entrar, derrotado y enfurecido, les lanzaba un agresivo ¡Aquí lo que hay es mucha puta y mucho hijo de puta! La mujer de Alberti, María Teresa León, le propinó un punto y final y le retiró la palabra, claro. Era más fácil charlar y organizar saraos que salir al ruedo.

A quienes se desentendían de lo común o de todos para preocuparse sólo de lo suyo (idíos), los atenienses del siglo V a.C. ya los llamaban idiotas. Veinticinco siglos de idiotas, al menos.

Un subgrupo de los que no son idiotas son los políticos, puesto que no se desentienden de lo común (sic) según esa prehistórica definición. Qué de acuerdo estoy con Arteta en algunas de las sentencias de su ensayo: «lo decisivo en la vida de un Estado no es tanto el ser regido por personas de elevada inteligencia o integridad probada, cuanto por reglas legales que impidan de hecho a sus gobernantes cometer estupideces o incurrir en corrupción.» Pero hoy día la palabra corrupción ha dado de sí y va perdiendo su valor por culpa del abuso. Del abuso real, no lingüístico. Incluso afirma el filósofo que el sistema democrático actual alienta la corrupción porque la sociedad no la desaprueba como debiese.

Lo que no sé es si lo corrupto es la sociedad o la política. Conceptos tan amplios no caben en definiciones ni acotaciones porque son monstruos inmutables que nos superan. Como el mar, como los partidos políticos, que son más grandes que la suma de sus componentes y se convierten en monstruos indomables cuya finalidad última se diluye en el marco de sus intereses. De la importancia de los partidos se hace eco una periodista alemana en un interesante artículo: «La razón de la enfermedad de España es un modelo de Estado inviable, fuente de todo nepotismo y de toda corrupción, impuesto por una oligarquía de partidos en connivencia con las oligarquías financiera y económica, y con el poder judicial y los organismos de control a su servicio. En España no existe separación de poderes, ni independencia del poder judicial, ni los diputados representan a los ciudadanos, solo a los partidos que los ponen en una lista. Todo esto lleva también a una economía sumergida que llega al 20% del PIB y que frena la competencia, la eficacia y el desarrollo del país.»

Un amigo repite a menudo que el mundo podría ser más bonito, pero que es así y más vale aprender a jugar con las reglas en vigor que lamentarse por cómo podría ser. No sería mala filosofía si no fuese porque hemos inventado un sistema despiadado entre cuyas reglas abundan las inmorales. No falla Benjamin R. Barber cuando dice que sin educación cívica la decisión democrática es poco más que la expresión de prejuicios privados. En nuestro país demostramos a diario carecer de ese civismo.

El asombro del pétalo de flor

Uno contra todos
Uno contra todos o parada militar.

Cuando estoy cansado de hablar,
me siento a comer pétalos de flor.
Y no es que pretenda oler bien,
algo hay que hacer para tenerse en pie.
Soy como una vieja atracción
que un día sirvió para pasarlo bien.

[Duerme, El niño gusano]

Al final morimos de sentido común. Cuando el sentido común se apodera de nuestras ilusiones y coarta nuestra imaginación es hora de volver a puerto, replegar las velas, amarrar el ancla y pisar tierra firme. Y cavar la tumba. Porque se acabaron las andanzas por el mar alimentándose de pétalos de flor y se acabó pensar en llegar a la luna atando una gavilla de globos a una caja de plástico de guardar la fruta. Ahora es más bien «estimado señor don», «debe usted firmar en el margen de cada página», «la sentencia se dicta en presencia del demandado y el demandante», «teclee su pin personal», «muéstreme su carnet de conducir, por favor», «el déficit ha disminuido en dos puntos porcentuales respecto al anterior trimestre», «con cierre centralizado y elevalunas eléctricos, ah, y climatizador bi-zona.» Pero no es eso lo que buscábamos, no era un climatizador bi-zona lo que se necesitaba para buscar un tesoro ni para construir un castillo de sueños, es que no necesitamos el carnet para narrar un accidente de tráfico en un relato.

Y así pasa, que ya ni siquiera creemos en que un señor pueda comerse nueve filetes, ni aunque David Foster Wallace lo relate en un fragmento de su novela. Ni el cine es capaz de jugar con la predisposición del lector a admitir cualquier inverosimilitud y se apretujan las películas en la habitación de lo fantástico o en la habitación de lo tan cotidiano que hasta encienden la vitro para freir el huevo. No está la magia en esas alcobas.

Hay que luchar en favor del asombro, pero ya se convierte en una faena tan consciente que pierde su magia y al minuto vuelvo al elevalunas eléctrico. Aurelio Arteta lo define con precisión en Tantos tontos tópicos: «La gente no suele maravillarse de lo que en verdad lo merece. Su depósito de admiración se consume sobre todo en extrañarse ante lo espectacular, lo novedoso, lo monstruoso, etc., tal como manda la lógica de los mass media. Es llamativa la falta de curiosidad o perplejidad del hombre ordinario, lo fácilmente que se contenta con las respuestas más a mano, lo pronto que se cansa de buscar. Una mirada que no es capaz de romper la costra de naturalidad con la que las cosas suelen suceder.»

La supervivencia cotidiana mata la magia del asombro y la percepción emotiva de cuanto nos rodea y sin eso, precisamente, no somos nadie.

Too old to lose it

Retablo de Massimo's
Retablo de la Capilla de Massimo’s Cocktail.

Como aquella broma en que al pasar delante de una funeraria
nos decías «agachaos, no vaya a ser
que os tomen las medidas.»
Ese era tu consejo, tu sabio consejo,
y no estuvo mal, pero se te olvidó algo importante:
tú también tenías que agacharte.

[El ángel Simón, Nacho Vegas]

Al hilo de lo publicado en vísperas del fin del mundo del 21 de diciembre por un amigo en facebook despidiéndose de todo, me ha dado por recordar qué ha supuesto a nivel personal este año; o sea, egopost. Ya tendré tiempo de arrepentirme.

A grandes rasgos, mirando atrás, apenas he leído, ni descubierto música atractiva más allá de redescubrir a The Flaming Lips y Pulp y conocer a Remate y The XX, he viajado mucho menos que los años anteriores, por primera vez en mucho tiempo no he cogido ningún avión en todo el año, no he intentado una media maratón y ni siquiera fui capaz de terminar la carrera de bicicleta de montaña del pueblo por lesión muscular. Y este blog lo tengo casi abandonado.

Pero supongo que no todo han sido pérdidas.

Por fin he aprendido a morderme las uñas.
Bailé delante de todo el pueblo un chá-chá-chá para demostrar mis avances en la clase de bailes de salón.
Recibí un sms con 7 puntos suspensivos y fue, diría, el más importante del año.
Coreé el nombre del Pipita en la primera fila del Santiago Bernabéu el día que se celebraba la liga.
Degusté una francesinha en la Praça da Liberdade de Oporto regada con una Super Bock.
Me guiñó el ojo con un gesto de complacencia repetida la mujer posiblemente más poderosa de España.
Conocí el frío absoluto paseando por Canfranc un sábado de febrero por la noche.
Intenté disfrutar sin conseguirlo de Manzanares y Castella en la plaza de Albacete por causas diversas.
Me acordé muchas veces de ti.
Encontré un trabajo digno y estimulante nada menos que en el punto álgido de cifras de paro regional y juvenil.
Me disfracé con toda la dignidad posible de conejito, a pesar de las dificultades en forma de tambor de juguete y pintura rosa.
Me tiraron un pasquín político ofensivo pero tenía la conciencia tranquila; poco después llamé con todo mi alma mentirosa y mala a la portavoz de la oposición en el pleno.
Planté carrascas y pinos junto a los niños del cole, y de vez en cuando voy a ver cómo crecen al Toyo y pienso en si hubiese escrito los mismos libros o tenido los mismos hijos.
Probé la carne de ternera de Kobe, aunque fuese en forma de hamburguesa.
Me he equivocado muchas veces.
Perdí dos novelas en el campo de Vallecas y lo peor es que alguien me las quito en menos de cinco minutos. En Vallekas.
Me emocioné escuchando a la soprano Gemma Román entonar Lascia ch’io pianga en el patio del Castillo de Belmonte un domingo por la mañana.
Una noche estuve en el bar de Maxi y me tomé un gintonic.
No soy un monstruo.
Extasiado bailé y disfruté escuchando a CSS en el SOS murciano bajo una fina lluvia primaveral.
Hablé con el Presidente de mi Diputación desde el water, una metáfora imprevista.
Perdí cinco kilos, pero los volví a buscar porque eran míos.
Me gustó tirar el dado que me regaló Pepe Cabello hasta que saliese un seis, aunque sólo fuese porque era lo esperado.
Desmonté en la tele regional la creencia de que en Villaescusa de Haro tenemos ruinas romanas.
Disfruté cantando villancicos a pesar de que mi papel era más de atril que de tenor.
Compré el primer cuadro de mi vida, por una cantidad de tres cifras.
Soñé que me pedía matrimonio Ivano Balic para conseguir papeles, pobre inmigrante.
Maté muchas moscas pero muchas sobrevivieron.