De verdugos y zanahorias

Otoño en el pueblo
Otoño en Villaescusa de Haro.

«Tuve que volver a admitir que la materia prima de mi oficio, la palabra, no es un elemento tan imprescindible de la comunicación humana como a veces suponen los escritores cegados por el orgullo; en momentos críticos, la gente capta la esencia con muy pocas palabras o incluso sin ninguna».
[«La hermana», Sándor Márai]

Eso. Que son tus silencios el reino de mis torturas y tus miradas a otra parte el verdugo de mis esperanzas. Y que esa sonrisa que me finges viene a ser la zanahoria colgada de la vara a una cuarta del hocico del burro y, lo peor, la persigo sabiéndola inalcanzable. Y lo mejor, ¿qué haría con la zanahoria, como burro, entre la dentadura si no desintegrar ese deseo? Sonríe, maldita, que yo disfruto.

Estrellas a un cielo pegadas

Se puede sentir sin palabras, pero no se puede pensar sin palabras. ¿Y soñar? ¿Soñamos sentimientos o pensamientos? Por lo general, soñamos o angustias (a lo que llamamos pesadillas) o traiciones de nuestro subconsciente (a lo que llamamos represión, frustración, cómocoñosabemisubconscienteesesecreto) o banalidades que olvidamos con efervescencia.

Muchas pesadillas no tienen palabras, son una zozobra analfabeta que intentamos deletrear después en el retorno a la conciencia. En este caso, el paciente transcribió que había estado dos noches seguidas sin dormir, atenazado por una pesadilla recurrente que consistía en una huida infinita.

La primera noche porque llegaba tarde al trabajo y todo eran contratiempos para alargar el trayecto, el metro se había estropeado, no había autobuses cerca, todos los taxis iban ocupados, andaba, corría, sudaba, volvía a llamar a un taxi pero nunca lo veían, daba la sensación de que la oficina estaba cada vez más lejos, inaccesible. Su primera sensación al constatar que era un sueño fue acordarse de Ulises y de que no trabajaba en una oficina. Se mentía hasta en sueños.

La segunda noche suponía un viaje matemático. Intentar llegar al fin de los números. Perseguir números con la fe de prever un final. ¿Qué habría en el último número? Esa búsqueda que a priori suena tan inocente suponía una misión inevitable para él. Iba escarbando números, todos, sin saltarse ninguno por miedo a saltarse el último y empezar de cero. Su primera sensación al constatar que era un sueño fue sentir una paradoja vital indescriptible, aunque fuesen números.

La tercera noche, más vale prevenir, intentó ser consciente de sus huidas para evitarlas. No atravesaría el Sáhara a pie, ni emularía a los viajeros espaciales de 2001 abocados a vagar eternamente por el espacio, ni afeitaría a todos los hombres de China, ni nadaría hasta el fondo de las fosas Marianas. Se concentró en no soñar y por eso terminó profundamente dormido.

Y al primer amago de pesadilla, se desveló, salió al patio, se bajó levemente el pantalón del pijama y se puso a evacuar. Miró al cielo, infinitamente estrellado esa noche otoñal, y se puso a disfrutar del espectáculo cenital: no era necesario intentar atrapar lo interminable, contar todas las estrellas a la vista e inventariarlas, sino sencillamente gozar de una visión envidiable sin luz artificial que empañase la luminosidad estelar.

Ejército Enemigo

Braguitas de novela

«Un pie en el barro y el otro en el cuento de hadas. El ciudadano se ignora a sí mismo.»
[«Ejército enemigo», Alberto Olmos]

Supongo que Alberto Olmos lo primero que hizo fue coger una libreta y empezar a pensar en los temas más rabiosamente actuales. A ver, las ONG, sí, con su solidaridad muchas veces mal entendida. A ver, la publicidad, sí, que nos rodea y abruma con cada vez técnicas más disparatadas. A ver, la ciudad y los barrios empobrecidos, sí, que así da pie a hablar de la despersonalización, de la globalización por la variedad de colores de piel, de la falta de identidad. A ver, internet, sí por supuesto, para explicar los procesos de comunicación modernos, internet como extensión de nosotros mismos, y la peligrosa privacidad que se nos esfuma entre el cobre de la Red. A ver, el capitalismo, sí claro, que con la crisis da mucho juego. A ver, la pornografía, sí, que tiene una relevancia social tremenda desde su ostracismo (y bueno, porque el autor se confiesa un gran fan del porno). A ver, mmm, bueno, no se me ocurre ningún otro asunto tremendamente actual, con estos tengo bastante.

Y cuando Alberto ya tenía todos los temas, se le ocurrió una idea para combinarlos y que quedase coherente que es tan in que parece off: parecer rabiosamente incorrecto. Sí, eso que está tan de moda ahora en las entrevistas y que consiste en criticar lo políticamente correcto. Pasarse al lado oscuro pero sin la calefacción demasiado alta y con cerveza. Y así hilar un grito de inconformismo que se plantea los cimientos de la solidaridad moderna y de lo molón que queda muchas veces donar sangre, ir a una mani, no insultar a quién se cuela en el súper y donar un dinerillo para las eventuales grandes catástrofes naturales. Y a vivir.

¿Algo que resaltar? Pues sí, porque la verdad es que se trata de un escritor joven con ideas elaboradas, bien expresadas, y que casan bien en el guión de esta novela «obscenamente actual». Durante la lectura pensaba en cómo se interpretaría su argumentación pasado el tiempo:

«Me gusta que mis expectativas de éxito sean casi indistinguibles de mis posibilidades de fracaso.»

«Todo anuncio es un anuncio de un anuncio.»

«Yo era normal, como ahora, de esas personas que hacen girar el mundo. Vamos, que trabajan y consumen, sin gilipolleces.»

«¿La solidaridad? ¡Oportunidad de negocio! El capitalismo aplicado a un sector en auge: la culpabilidad.»

«¿Mañana hay mani? ¿Quién se toma en serio una protesta que se hace el domingo por la tarde? ¿Quién hace algo en serio los domingos por la tarde? Dime dónde estás los lunes y te diré por qué el sistema funciona.»

«internet nos dejó sin intimidad, pero nos había dado en compensación un nuevo derecho: el de permanecer.»

Y mucho más en una novela, en general, aconsejable para estudiar la solidaridad actual. Para que nos planteemos los cimientos de los procesos de sensibilización, concienciación, acción social, o como quiera llamarse. Para hacerse más fuerte una vez cuestionado el sentido de la movilización.

Rebelde (de cartón-piedra Ikea)

Si en mi imaginación el cuento empieza en una mesita de cafetería con una pareja y él está apagando con saña su cigarro en el cenicero entonces ya no es válido porque la gente ahora fuma de pie en la calle, sujetando el codo de la mano que fuma con su otro brazo, o con una mano en el bolsillo en el periodo invernal. Y si no vale apagar el cigarrillo, me pierdo entre la legislación vigente y el cuento se pierde entre la verosimilitud forzada. No puedes intentar aislar el cigarro y buscarle un nuevo escenario, así que el hombre, pongamos Marcos, termina de apagar su cigarro y levanta la mirada hacia la mujer, pongamos Marta, que tiene un tatuaje cursi de una mariposa cerca de la yugular, para preguntarle qué le parece lo que ha dicho Alberto Olmos en El Cultural. Marta, claro, no ha leído nada, ha estado en la oficina todo el día, ha hecho la compra y ha quedado con Marcos en la cafetería de las mesas de mármol negro en la que el marco de todos los cuadros es blanco. De hecho, ¿quién ese ese Olmos? Si lo único que ella ha leído de ese tipo son unas palabras en el blog de Luna Miguel: «Cuando estás enamorada, ¿qué pasa? ¿No te corres?.» Ni siquiera a mí, narrador de este post, me interesaba hasta que supe que fue finalista del Premio Herralde el año que lo ganó Bolaño con Los detectives salvajes. Marta inquiere con la mirada, ya con curiosidad, mientras Marcos se saca de la manga un ejemplar de la revista y empieza a leer fragmentos: «todos esos artistas que disfrutan de vidas regaladas desde que vinieron al mundo, que jamás les ha faltado trabajo ni han tenido que cargar cajas ni atender en un call-center» -a mi pueblo vino uno de esos artistas a vendimiar pensando que se trataba de una labor romántica, algo así como una mezcla de Un paseo por las nubes y el olor embriagador de un ribera viejo y el sabor reciente de la uva recién cortada, iluso, pobre iluso-, «que los artistas vengan a darme lecciones sobre cómo salvar el mundo me irrita profundamente», «la solidaridad hoy en día es una forma de ocio, una ficción para gente con mucho tiempo», a lo que Marta contesta que puede que algunos solidarios lo sean por presión social, por esa presión social que mancha tu conciencia para que dones una parte de tus ingresos a una ONG o por seguir la corriente del buenismo actual, pero que también existen personas comprometidas a fondo y sacrificadas, «sí, pero me ofende esa gente que disfruta del capitalismo y sus ventajas pero que como está afiliado a Unicef, se siente libre, va a manifestaciones y da lecciones para salvar el mundo», bueno, no deja de ser un alien solidario moderno, pero te repito que los hay coherentes en su austeridad, «hay gente que escribe muy bien en internet, pero eso no significa que tenga algo que contar y narrar», ya me has cambiado de tema, y eso es una perogrullada, si todo internet mereciese la pena desaparecerían las editoriales en su papel de identificadoras de la calidad, «es que vivimos en un tiempo en el que la estupidez y la maldad han concertado su poder destructivo; y no descubro nada al señalar que nuestra civilización se asoma a un ocaso sin épica ni grandeza.» Bueno, eso no lo dice Olmos, pero seguro que los suscribe, un ocaso sin épica, sin grandeza, un final tedioso e inevitable.

Un final tan triste, en el que se puede equiparar la satisfacción al montar una cómoda de Ikea a la complacencia después de retuitear los eslóganes más ingeniosos de la primavera árabe.

Obertura 5 Opus 14

Tañer
Órgano XVIII, Villaescusa de Haro 2011.

«Mi alma es una orquesta oculta; no sé qué instrumentos tañe o rechina, cuerdas o arpas, timbales y tambores; dentro de mí. Sólo me conozco como sinfonía».
[«El libro del desasosiego», Fernando Pessoa]

Sí, eso decían en el cole, que se trataba de «crear» música, de poner las notas alineadas, corcheas, semifusas, redondas y silencios para crear ritmos que rasgasen las fibras del alma. Como si fuese tan fácil, como si nuestras cuerdas sensoriales se excitasen por una nota musical arbitraria y vibrasen en la cueva de camino al alma y su eco retumbase en nuestro interior transmitiéndonos una paz indefinible. Pensar eso es creer que uno puede agarrar las fichas del Scrabble y arrojarlas al suelo para que formen un cuento de Borges. Las notas y las letras, tan íntimamente unidas en su unidad indivisible de expresión. Otra vez viene Bolaño: «El silencio comenzó a hacerse cada vez más insoportable, como si en su interior, en el interregno del silencio, se estuvieran formando lentamente las palabras que se laceran y las ideas que laceran, lo que no es un espectáculo o una danza digna de contemplar con displicencia.» El silencio que torna palabras que expresan ideas, luego existe un mundo callado en el que aguardan las ideas a que alguien las traiga en unos raíles de palabras o de música. Lo que no sabemos es si ese mundo es común para todos o cada uno tiene el propio, porque en este último supuesto debe haber algunos universos deshabitados, universos vírgenes aptos para la siembra de dogmas o refranes trasnochados o prejuicios aprehendidos. Y llegados a este punto Wagner apenas sabe si es huérfano o no tiene futuro por más que le insistan en que lo prevenga y labre. Por eso decide alinear con disciplina marcial su ejército de notas y despreocuparse de que sus órdenes formen una sinfonía de futuro arrebatador. Simplemente una orquesta oculta que transmitirá su voluntad.

Tan sin saber

Nomeacuerdo
Obra cuyo título no recuerdo, Xabier Bande, Villaescusa de Haro 2011.

«De pronto Pancho ya no parecía tan estropeado por el alcohol
ni yo tan sin saber qué hacer con mi vida».

[«Los detectives salvajes», Roberto Bolaño]

Tan sin saber qué hacer con mi vida he vendido mi coche y mi cámara de fotos. Del coche, fiel VG9, me he quitado la letra y todavía me ha quedado un pellizco que ahorraré para hacer un viaje a Nueva Zelanda el verano que viene. La Nikon, con sus objetivos y su funda, me ha dado más pena, porque desde el 2 de febrero de 2010 ha estado conmigo en tantos lugares, desde las Tablas de Daimiel a Dubrovnik pasando por Dublín o Mojácar. Todavía conservo la bici y el portátil, por pura necesidad, y los libros y las series en DVD, por puro placer. Y así, tan sin saber qué hacer con mi vida la incertidumbre me ha conducido a empezar por desprenderme de ¿lo superfluo? No, de todo, sin discriminación. Sin chica, sin trabajo, sin piso, sin coche, sin motivación, sin el frío que reclamo y no llega (este verano no termina nunca, o mejor, este verano no se me termina nunca). Esta sustracción de un total desconocido me recuerda a una frase de Adolfo Martínez: «El día que me dejó la mujer decidí desprenderme del televisor. Para redondear más mi libertad.»

Y tan sin saber qué hacer con mi vida ni siquiera tengo un plan de escape infalible. Quizá porque existen fuerzas invisibles que no se ven, valga la redundancia, porque no se ven. Supongo que además queda la turbación al ver una exposición de fotografía artística de Xabier Bande. Queda la ilusión por imaginar la materialización de proyectos de envergadura. Queda la satisfacción de arrancar una sonrisa a un auditorio de quinientas personas. Queda el orgullo de los alabarderos de honor. Queda la confianza en ir labrando con paciencia un futuro siquiera un pelín más agradable y justo y sostenible (en el sentido menos demagogo y manido del término). Queda la complacencia al vislumbrar caras iluminadas bailando una sevillana o saltando en un cubículo de bolas de goma. Queda la desesperación al leer el periódico, la misma desesperación diaria que afortunadamente no asumo como cotidiana y rutinaria. Queda París, supongo, aunque no lo voy a comprobar, por la diabetes.

Pero no es sumar y restar; son ecuaciones diferenciales. Mucho más fácil porque ni siquiera se trata de resolverlas sino de ver lo impactantes que quedan garabateadas sobre el papel y dejar el lapiz negro y amarillo al lado y salir a la calle a estropearte por el alcohol.

Stella Maris

Casi olvido cómo acceder al blog. Mi reino por un blog, por un pensamiento estéril, por un teléfono mudo.

Ya no queda hueco en el subconsciente para soñar con las olas del mar, o con besos a la sombra, o con pasillos estrechados, o con safaris peligrosos, o con los labios de Irina Shayk. Sueño con serpientes, como Silvio, con reuniones de infinitos turnos de palabra, con farolas estropeadas en la esquina de mi calle. Y con Lolitas que sonríen, pícaras, deseando regalar titulares morbosos a la prensa provincial. Tampoco sueño contigo, sabes que soy muy orgulloso.

«La palabra coño, metamorfoseada en la palabra arte, le había salvado la vida.» Jodido Bolaño, te quiero odiar.

«Did you exchange a walk for a part in the war for a lead role in a cage?»

Da pena el periodismo sensacionalista, o sea todo. Dan pena las políticas populistas, o sea todas. Da pena que no lo entiendas o no lo quieras entender. Da pena, sobre todo, que se rindan al tedio: «id como una plaga contra el aburrimiento del mundo» (Ezra Pound). Que se conformen con lo que significan para el mundo, o sea nada. Y pedir otra cerveza como remedio.

Sueño, también, con el Stella Maris, el camping cerca de Lloret de Mar en el que estuvo trabajando Bolaño. Desértico y con aura de leyenda en septiembre, cerrado al público.

Defragmentando, 74% completado.

Huracán Punto Silencio

Ya sólo queda el silencio. Qué si no a las tres de la madrugada en un pueblecito manchego un día laborable del mes de julio. Un silencio de descanso o de inquietud, del descanso de quién ha de madrugar para comenzar una nueva jornada de siega o de sacar escombro en un proyecto de vivienda, de la inquietud de quién escucha el tañir de los tres toques de las campanas rompiendo un silencio entremezclado de grillos y hojas y se pregunta. Se pregunta si este ahogado silencio marca el final de cincuenta días de vorágine, como si quisiese compararlo con el vacío que sucedía tras el paso de las tropas de Napoleón. Parece inimaginable pensar, ahora, en música o en danza o en romper un jarrón contra el suelo. Qué extraño subconsciente o inconsciente que piensa ahora, precisamente ahora, en una almohada en Madagascar, en la escena psicodélica de 2001: Una odisea en el espacio en una televisión común en La Noche Temática de La 2, en un gintonic cibernético, en una chica no un niño con un vestido no un pijama de rayas sí de rayas, en la exigencia que te impone tener unos ojos tan bonitos, en la cura de la uña meñique del pie derecho de un peregrino al bajar el O Cebreiro, y sobre todo, en lo estúpido que parece emocionarse juntando palabras y lo tonto que entonces soy. Pero ya no queda nada, ni siquiera la estupidez y ni siquiera la más nimia de las certezas. ¿De dónde sacan las verdades que sirven de colchón y descanso a su ética, su estética, sus valores y sus aspiraciones? ¿De verdad que el dinero y la gloria y la solidaridad y la superación y la adrenalina? ¿De verdad que la luna es tan romántica y las estrellas te abstraen del infinito? Instalo el programa Stellarium y vigilo las estrellas y la constelación de Sagitario desde la pantalla de un portátil prestado una noche silenciosa del mes de julio.