Algunos Hijos de Puta

Se le desangra en lágrimas la infancia hecha pedazos.
Siente miedo y congoja. Le tiemblan las rodillas.
No es peor el infierno que este feroz instante,
ni la muerte es más muerte que su niñez en ruinas.
Ella ignora que hay manos que son golpes de fuego,
y que hay tactos inmundos que escarban y acuchillan
mientras buscan tibiezas de imposibles rincones
en su carne novicia.

[…]

Ella sólo sabía del vuelo de sus trenzas
cuando estaba jugando al filo de la risa.
Ella sabía de arrullos de maternal fragancia
y el beso que el crepúsculo pintaba en sus mejillas.

Ahora sabe más cosas. Sabe espigas tronchadas
y sabe cielos sucios de escombro y de ceniza.
Está llorando entera la niñez en abrojos.
Su inocencia tirita.

[Juana Pines – El silencio de Dios]

Watchmen y sus personajes

Siempre he sido un absoluto ignorante del mundo de los cómics; en todo caso leía tebeos en mi infancia: Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, Super López. Sin embargo, la casualidad hizo que hace unos años tropezase con un apasionado de esos mundos gráficos de superhéroes. Fue él quien me introdujo, a mi pesar, en este mundillo. Al principio me embaucó con series como El Predicador, la historia hiperviolenta de un reverendo americano en su búsqueda de Dios (sic), o Y, el último hombre, las aventuras del único ser vivo de sexo masculino que sobrevive a una epidemia mundial (imagínense qué miedo). Después llegaron las novelas gráficas, como V de Vendetta, la rebelión de un misterioso y refinado individuo contra un Estado totalitario del que pretende vengarse por ciertos asuntos; Maus, que narra las penurias de un superviviente en Auschwitz desde el punto de vista de su hijo de forma conmovedora y terriblemente triste (lean Maus!); o El regreso del Señor Oscuro, la historia de la decadencia de un Batman cincuentón criticado por los medios de comunicación por sembrar la discordia en Gotham. Después llegó Watchmen.

Watchmen es una novela gráfica con guión de Alan Moore y dibujo de Dave Gibbons que supone una de las obras cumbre del cómic. En la novela se intenta vislumbrar cómo sería el mundo si en él habitasen superhéroes… y tuviesen que seguir pautas de comportamiento humanas. Los superhéroes que aparecen (Rorschach, Búho Nocturno, Dr. Manhattan,…) se presentan humanizados, con sus conflictos morales y sus problemas personales. Y todo, en el escenario del albor de una guerra nuclear entre Rusia y Estados Unidos.

Watchmen, en contra de la naturaleza habitual del cómic, destinado a un lector juvenil y orientado a la narración de grandes epopeyas de superhéroes invencibles, rompe con los tópicos y se presenta como una novela gráfica inteligente y con sólidos pilares argumentales. Desde mi punto de vista, su gran virtud reside en su realismo psicológico, es decir, en la coherencia del comportamiento moral de los personajes en función de su forma de ser. En concreto, las personalidades de dos de los protagonistas, Rorschach y el Dr. Manhattan, constituyen dos grandes aciertos de Alan Moore.

Rorschach: «Cuando se ha visto el interior oscuro del mundo no se le puede dar la espalda ni fingir que no existe».

Rorschach es ¿un superhéroe? ¿un humano?. Es un personaje de escasa moral sin ningún tipo de poderes sobrenaturales que colabora con el resto de superhéroes en la defensa de los intereses ciudadanos. La conducta de Rorschach se puede asemejar a la de un psicópata sin escrúpulos, y en algunos pasajes de la novela se vislumbra el por qué de su dura coraza sentimental. En su infancia, la madre de Rorschach trabajaba como prostituta e incluso maldecía a su hijo diciéndole «tenía que haberles hecho caso, debería haber abortado» (dulce piropo). Es frío, solitario y actúa al margen de la ley. Se siente humillado cuando un psicólogo le insta a confiar en la bondad innata del hombre, ¡a él le vienen con pamplinas, que ha tenido que sobrevivir entre mierda tanto tiempo! Precisamente la convivencia con los elementos más sórdidos de la sociedad han forjado su personalidad.

Dr. Manhattan: «No puedo cambiar el futuro, para mí ya está ocurriendo».

El Dr. Manhattan es el auténtico superhéroe de la novela. Pero héroe por una casualidad fatal: los avances en física nuclear en plena Guerra Fría desembocan en un experimento que accidentamente convierte a un joven humano llamado Jon Osterman en un superhéroe al margen de las leyes de la física. Jon, a raíz del accidente, toma un aspecto azulado y es capaz de teletransportarse o ver el futuro, entre otros cientos de privilegios: es como Dios. Se convierte en el arma invencible del Gobierno americano para atemorizar a los rusos ante una eventual guerra nuclear. Sin embargo, Jon pierde algo con el cambio de humano a superhéroe: los sentimientos. El Dr. Manhattan no ve personas ni objetos, sino estructuras moleculares de mayor o menor armonía; no siente el paso lineal del tiempo, sino que lo percibe en todas su dimensión espacio-temporal. Y esto, claro, tiene sus inconvenientes. Ve el futuro, pero no puede torcerlo, lo que hace que se sienta como una marioneta privilegiada. Se pregunta: «¿soy yo quién da forma al mundo o mi mano sigue su contorno predeterminado?».

P.S. En 2009 estrenan una película basada en Watchmen. El trailer tiene buena pinta.

Simpático iPod

Tengo un iPod que además de reproducir buena música es muy simpático y si juegas a un jueguecillo tipo trivial que incorpora es capaz de sorprenderte con preguntas como ésta mientras te aburres en el tren camino a casa un fin de semana cualquiera:

Un iPod nano pelota.

Y hablando de música, el otro día prometí a mi hermano que grabaría un CD de música para llevarlo en el coche cuando saliese de fiesta ¡y ahora resulta que no sé qué canciones poner en dicho CD! A ver si alguien me echa una mano. De momento, he pensado en las siguientes:

  1. Idioteque [Radiohead]
  2. Girls and boys [Blur]
  3. She’s lost control [Joy Division]
  4. I’ve been to a marvellous party [The Divine Comedy]
  5. Spite and malice [Placebo]
  6. Angel [Massive Attack]
  7. Personal Jesus [Depeche Mode]
  8. Hey Boy, Hey Girl [Chemical Brothers]
  9. Breathe [Prodigy]
  10. Lust for life [Iggy Pop]
  11. Here comes your man [Pixies]
  12. Club Foot [Kasabian]

Juegos Olímpicos y espíritu de superación

Este fin de semana han terminado los Juegos Olímpicos de Pekín. Los protagonistas, como tantas veces han remarcado los medios de comunicación, han sido esos grandes triunfadores con apellidos como Phelps, Bolt o Bekele. Sin embargo, en las Olimpiadas hay momentos más emotivos que los grandes éxitos, instantes cargados de sentimiento que se graban en la retina del espectador y le hacen emocionarse. No he podido ver todas las competiciones que hubiese querido, aunque las imágenes han sido repetidas hasta la extenuación en televisión y habrán sido pocos los grandes momentos que me haya perdido. Así pues, enumeraré a continuación algunos instantes que me han parecido especialmente emotivos:

8. La patada de Ángel Valodia Matos al árbitro en la competición de taekwondo. La impotencia, cuando supera la legalidad y la educación. Fidel Castro ha apoyado públicamente a su compatriota en su antideportiva acción. Matos ha sido expulsado del deporte de por vida.

7. La derrota de Cavic en la final de los 100 metros mariposa. La suerte del campeón, Michael Phelps, que tocó la pared de la piscina una centésima de segundo antes que su rival cuando parecía que éste había ganado la prueba. El aura de Phelps, antes que las yemas de sus dedos, batieron al combativo Cavic.

6. La sonrisa de Yelena Isinbayeva en el podio del salto de pértiga femenino. La ilusión y el esfuerzo continuado a pesar de haber batido más de veinte veces el récord del mundo y haber ganado todas las competiciones disputadas desde hace años. El espíritu de superación intacto muchos centímetros por encima de sus rivales.

5. El mate de Rudy Fernández en la final de baloncesto ante Dwight Howard. El desparpajo de David frente a un Goliat negro y terriblemente fuerte. On your face!

4. El mareo, acompañado de vómitos, de David Cal en el podio. La ambición del que se siente frustrado con una medalla de plata al cuello a pesar de haberlo dado todo en la competición, hasta la extenuación, hasta sentirse mareado y perder la orientación.

3. Las lágrimas de Araceli Navarro en la competición de esgrima tras dislocarse el hombro. El ansia de ganar, de competir, de darlo todo, todo. El médico la obligó a retirarse aun cuando ella suplicaba que le redujesen la clavícula para seguir compitiendo. Era el día de su cumpleaños y su debut en unos Juegos Olímpicos.

2. La caída de Marta Domínguez al saltar la última valla en los 3000 metros obstáculos. No midió su esfuerzo, su cabeza sólo pensaba en ir con las más rápidas y se desentendió de las fuerzas de sus piernas. Marta no sabe lo que significa la palabra rendición y luchó por mantenerse en los puestos de cabeza porque para ella sólo había una opción: ganar. Le fallaron en el último esfuerzo. Se reincorporó más por intuición que por fuerza, pero recayó semi-inconsciente, con ojos nublados y mirada perdida, sobre los brazos de un juez.

1. El beso de Almudena Cid en el suelo del pabellón de gimnasia. La perseverancia de una gimnasta con cuatro finales olímpicas a sus espaldas y con muchos más años que el resto de las gimnastas. Guapa, humilde y de sonrisa hipnótica, el discurso de Almudena está poblado de palabras como ilusión, esfuerzo, alegría, trabajo, vida. Ha entrenado muchas horas al día (¿7? ¿8?) durante muchos años (¿18? ¿20?). Ahora se retira y podrá calzarse los zapatos de tacón que tanto le gustaban y de los que no podía disfrutar porque le dolían los pies después de los entrenamientos.

Eso es el deporte.

Vuelta a Ciudad Real

Ayer por la noche llegué a Ciudad Real después de casi cuatro semanas de vacaciones. Había sido mucho tiempo sin pisar las tablas del parqué del piso, olía a cerrado y a algo más. Cuando abrí la puerta, dejé las maletas en la cama de mi habitación. Después fui al salón, al fondo del pasillo, para conectar el teléfono fijo. Y allí lo descubrí. Un murciélago estaba viendo la tele sentado en el sofá. La televisión estaba ¡encendida! y programaban el telediario. Me quedé paralizado. No sabía qué hacer, pero al menos el teléfono ya estaba conectado -se enciende en la misma regleta en la que conectamos la televisión. Lo miré. Él ya me estaba observando a mí porque había oído mis pasos recorriendo el pasillo, pero no se había inmutado. Mi primer pensamiento fue que se trataba de alguno de mis compañeros de piso. He leído a Kafka y supongo que tenía La metamorfosis en mente. Como sé que Gregorio Samsa fue repudiado tras la transformación, no quise cometer el mismo error y hablé al murciélago: “¿Víctor? ¿José? ¿Sergio?”. No contestó. Pensaría, si es que tiene raciocinio, que yo estaba loco. Quizá me contestó en ultrasonido, ¡pero apenas si percibo longitudes de onda aceptadas por el oído humano! Su mirada me hacía pensar que me conocía, pero sus rasgos no me recordaban a nadie familiar; aunque claro, en poco se parecen las larvas a las mariposas. En poco tiempo, segundos acaso, me reí de mí mismo al pensar que hablaba con un murciélago. Pero no sabía cómo actuar. Apagué la televisión. No le importó; supuse que le interesaban poco los asuntos de Osetia del Sur. Fui a por una escoba y abrí la puerta del balcón. Con educación lo expulsé del piso; al menos, hasta que pague alquiler. No sé si volverá; en ese caso, ¿qué comen los murciélagos?

Barca encallada en la playa de Conil [Ver más fotos de este verano].

2001: la Odisea del Cine

Hace poco tiempo terminé de leer un libro de cine que tenía por título 2001: la Odisea del Cine. Me atrajo su título cuando lo compré, y más todavía su precio: lo encontré en una feria de libros de ocasión por 3 euros. El ensayo en cuestión está escrito por Alfonso Basallo, periodista y profesor universitario zaragozano, que realiza un análisis profundo de las causas que desencadenan la despersonalización del Séptimo Arte. A través de una crítica ácida y sin pelos en la lengua repasa los principales motivos del declive del cine afrontándolos desde una perspectiva social:

El origen del problema hay que buscarlo en dos enfermedades que aquejan a la sociedad contemporánea: el consumismo, consecuencia natural del capitalismo; y la obsesión por la seguridad. El consumismo ha traído al séptimo arte la trivialización. La trivialización se refleja hasta en la fisionomía de las salas. En cuanto a la seguridad, es evidente que el miedo al fracaso hipoteca la creatividad.

No duda en despreciar al público actual y criticar casi todo el cine actual: desde las películas de Clint Eastwood hasta La Guerra de las Galaxias pasando por Cadena perpetua y El silencio de los corderos:

Exaspera constatar el papanatismo de las masas (antaño llamadas público) ante basura disfrazada de espectáculo o pedantería que se vende como arte. […] El contraste entre aquel vivero cultural y el manso y acrítico consumismo de ahora es muy elocuente. Como lo es el abismo entre el compromiso y el llamado “pensamiento débil”.

Basallo señala como causas de la decadencia dos factores: la tiranía de la imagen en la actualidad y la separación de arte e industria. Así, de la primera denuncia:

¿Cómo un devorador de Rambos y Terminators, telediarios, violaciones, muertes en directo y en diferido, risas enlatadas (¿se puede enlatar la risa?), estruendo, alaridos y chorros de fuego va a poder saborear a Keaton, tan silencioso, tan elocuente; a Lubitsch, tan sutil; a Robert Bresson, tan austero; a Nicholas Ray, tan pictórico; a Stanley Donen, tan elegante; a Truffaut, tan romántico; a Fellini, tan onírico; a Billy Wilder, tan humano; a Kurosawa, tan humanista?

Y de la segunda causa, señala:

Si algo caracterizó el período más floreciente del cine clásico fue la simbiosis entre exigencias comerciales y planteamientos artísticos. Hacer cine era una aventura; ahora es marketing.

Se trata de un ensayo radical, directo y regado con referencias a los grandes clásicos, desde El crepúsculo de los dioses a El puente sobre el río Kwai pasando por La fiera de mi niña o Centauros del desierto. Quizá llega a ser demasiado purista y generaliza en exceso en lo referente al cine actual. Probablemente no sea un libro imprescindible, pero merece la pena leerlo porque refleja claramente la opinión de muchos cinéfilos: cualquier tiempo pasado fue mejor.

El autor en cuestión, bigotudo y encorbatado.

Desencríptame, Inés

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras.

Julio Cortázar, Rayuela