¿No sois capaces de jugar a su nivel durante cinco minutos? ¡Cinco minutos! ¡Por supuesto que podéis! Y una vez que hayáis mantenido la altura durante esos cinco minutos, podéis luchar otros cinco. Y así, si integramos diferenciales de tiempo, podemos terminar empate el partido, e incluso ganar. Que no os haga temblar su aura de superhéroes, no consentiremos que se burlen de los simples mortales. Más de una vez ha ganado David a Goliat y nosotros no somos David precisamente. Omitiré alegatos cursis para que no lleguéis a creer que sois más importantes que los aficionados de la quinta fila. Todos somos iguales y, de hecho, como no somos perfectos, moriremos como insectos. Pero mientras podamos aletear, seguiremos insistiendo…
Autor: kyezitri
Arde
Falla Nou Campanar ardiendo (28 metros de altura, 600.000 euros).
Y una vez en el banquillo de los acusados del Juicio Final, ¿podrán ser tomadas como pruebas válidas en nuestra contra las palabras que callamos? ¿acaso el abogado del diablo dispondrá de la ventaja de poder leer el registro de todo aquello que se nos pasó por la cabeza y omitimos? Reproches, piropos, dardos venenosos que nuestra educación tapó, confesiones sinceras que no encontraron su momento de gallardía, opiniones hirientes, consejos que se omitieron porque se previó un destinatario poco flexible, descalificaciones más o menos acertadas, sentimientos agrietados.
Quizá el simple hecho de amontonar silencios sea motivo suficiente para ser condenado.
Por eso queman las fallas. La condena. El silencio. El fuego. El abrasador instante en el que se desprende la gigante mano de cartón piedra del ninot y los bomberos acallan el fraude de la vida del muñeco para convertirlo en polvo.
Como la poetisa Julia de Burgos escribió en Nada:
Si del no ser venimos y hacia el no ser marchamos,
nada entre nada y nada, cero entre cero y cero,
y si entre nada y nada no puede existir nada,
brindemos por el bello no ser de nuestros cuerpos.
Fragmentos de El precio del rescate
Salvador Sostres -catalán, católico, barcelonista y columnista de El Mundo- publicó una columna la semana pasada acerca de Alicia Gámez, la voluntaria de la ONG Acció Solidària que ha sido liberada recientemente por Al Qaeda (para conseguir la liberación, el Gobierno español ha pagado dos millones de dólares a Al Qaeda).
Sostres suele presumir de irreverente y políticamente incorrecto, pero en este caso sus palabras acerca de las ONGs y los voluntarios abruman:
[…] El Gobierno ha tenido que dedicar un tiempo precioso y dos millones de dólares por culpa del capricho de unos chicos de buena familia que buscaban algún aliciente políticamente correcto para su turismo tercermundista. Héroes de salón, irresponsables, fantoches consentidos, cínicos que toman prestado el drama ajeno para jugar un ratito.
[…] Porque viajar a países donde el peligro es evidente y está advertido no tiene ningún sentido, porque publicar en directo lo movimientos de tu caravana solidaria por internet no tiene ningún sentido y es una invitación a los terroristas, porque el hambre en el mundo es un problema demasiado serio para dejarlo en manos de este atajo de niños de papá que nunca resuelven ningún problema y crean muchos…
[…] Y espero que se dé cuenta (Alicia Gámez) que en un mundo donde la libertad, que es nuestro modo de vida, está amenazada, todos somos soldados de lo que protegemos y preciados trofeos del enemigo. La tontería de estos pijos le ha regalado un inesperado triunfo a los asesinos de Al Qaeda…
[…] El mundo libre ya tiene suficientes problemas como para tener que volver a ocuparse de ella.
P.S. Mientras tanto, aprovecho para recordar que la semana que viene Ingeniería Sin Fronteras ApD organiza en Ciudad Real las II Jornadas de Cooperación al Desarrollo desde la Ingeniería: Tecnologías Apropiadas. Quedáis invitados.
Experimiento II
Hoy el cielo era bonito, de un color suave, degradado de azul pastel a beige, casi así. Un cielo frío que intenta calentar en balde; al menos, más estimulante que durante tantos días, semanas, meses pasados.
Un día para pasear el frío seco y acercarse a Un cuarto propio, librería imprescindible de Ciudad Real. Una librería particular en la que no encontrarías a aquel que compraba libros a menudo y los acumulaba por las estanterías de su casa para darse un aire de gaseoso intelectual. A ese lo encontrarías en un bar elitista sobornando a muchachas todavía más gaseosas con historias de Kundera, de Bolaño o de autores de segunda fila con nombre molón y gafas de pasta. Sí que podrías tropezarte con ese otro, buen lector e incluso notable escritor, que amaba la literatura porque no tenía las agallas suficientes para vivir en primera persona las experiencias que narraban las novelas que leía o escribía. Espectador de su propia vida y protagonista de las que le contaban. Podrías también encontrar algún espécimen producto de la fusión de los complejos de Elena Medel y la vanidad de Luna Miguel.
Así es como he encontrado Epitafio, de una tal Paloma González Rubio, una escritora que dice no acordarse de su nacimiento ni de su muerte, y editado casualmente por La Discreta. Un día dejé de ser amable, empieza el protagonista. Como si ese mismo día rompiese su compromiso con el mundo, cansado de que éste exigiese sus derechos pero faltase a sus deberes con la otra parte contratante, Manu, el protagonista. Supongo que se trata de un hecho recurrente, tantos contratos -vitales, laborales- más cercanos al parasitismo que a la simbiosis. Como si el mundo nos cantase no te puedo hacer feliz, no te puedo hacer feliz, no te sé hacer feliz.
O quizá no se trate de ser feliz. Una chica, trabajadora a destajo, decía que se alegraba de no estar satisfecha en aquel momento. Que aunque despotricase y se comiese la cabeza y se sientese depre, esa insatisfacción equivalía a vitalidad, significaba que aún latía en ella algún tipo de rebeldía cuasi juvenil, algun grado de ambición no saldado. Por mucho que me joda me tengo que alegrar por no estar feliz si la felicidad equivale a satisfacción.
From Sharapova to Eróstrato
Dicen que para ir en coche por Oymyakon (Siberia) tienes que ser un mecánico experto y llevar piezas de repuesto porque como tengas alguna avería sólo tendrás tres horas antes de congelarte y difícilmente alguien te auxiliaría en tan breve lapso de tiempo. Es curioso, hablando de Siberia, que allí naciese Kalashnikov, que tantos fogonazos provocó con su invención, y Sharapova, que tantos fogonazos.
Estaba anocheciendo, pero yo no iba en coche ni estaba en Siberia: pedaleaba en bicicleta por los alrededores de mi pueblo. Pinché y, maldita sea, nunca hice caso al consejo de llevarme el móvil por si acaso, que más vale un porsiacaso que mil esques. Al menos, tendría más de tres horas antes de congelarme; de hecho, podría caminar hasta mi casa, y llegaría en ese tiempo. Me senté en la orilla de la senda y me abracé a mis rodillas. Esperé, consciente de la inutilidad de la espera, en paz con la oscuridad que me iba envolviendo. Quise escribir los versos más tristes esa noche, pero ya lo había hecho Neruda, así que ya no pude ser pionero en juntar las palabras tiritan, azules, los astros a lo lejos. No me preocupó, aunque sí lo hizo el pensar que, quizá, sólo me quedaba por vivir un verso. ¿Vivir un verso? Qué cursilería, si sólo tenía que levantarme, coger la bicicleta y regresar andando, aunque la cena se quedase fría.
Mientras volvía, no sé por qué, se me repetía una y otra vez un fragmento de una canción de McEnroe: subo al Everest / sin que nadie me lo pida / sólo por hacerte un favor. En realidad, también me acordé de su el amor no existe / tú me lo destruiste, pero no me puedo fiar de un tío que escribe cartas con claveles y napalm. Tendrá fuego en el cerebro, como decía James Joyce de su hija, quien terminó muriendo en un psiquiátrico inglés.
Por si a alguien le interesa, llegué sano y salvo. Recé por cruzarme por el camino con un animal en peligro de extinción, el animal más bello del mundo, Ava. No lo encontré, estaría hibernando. Al final, cansado pero contento, alcancé mi casa. El júbilo moderado duró hasta que mi hermana me contó eso de John Cobra, otro caso de Complejo de Eróstrato. Al menos su modus operandi fue más del siglo XXI.
Cuando me acosté, tan cansado, no sabía si soñaría con Sharapova o con John Cobra.
Abismos
Fueron largos y jugosos los cafés del principio -incluso cuatro horas estuvieron una tarde al poco de conocerse-, hasta que empezaron a convivir juntos. Aplazaron los cafés y los sustituyeron por sintéticas conversaciones nocturnas en la cama, antes de dormir, como a modo de resumen esquemático, casi informes ejecutivos por obligación. Al poco, empezaron a obviar los buenos días, los qué aproveche y los te quiero. Cuando la confianza se consolidó, eludieron los debates problemáticos y desviaron la vista hacia el televisor, señor de la concordia (y de la capitulación). Así, el salón se fue inundando de silencios. También la cocina, donde, por puro pragmatismo, cocinaba uno u otra, fregaba otra o uno. Incluso el pasillo, donde antaño abundaban las miradas de complicidad y las sonrisas al cruzarse, se plagaba ahora de un brumoso silencio. No se podría decir que era indiferencia o tedio; más bien habían llegado a ese estado en el que sobran las palabras porque las miradas lo dicen todo. Unos dirán que era lógico, el tiempo mató la incertidumbre y la sorpresa, se habían acostumbrado a ellos mismos; otros dirán que se querían muchísimo y esa era su forma de expresarlo; e incluso estarán los que piensen que, pese a entenderse en profundidad, sentían un hastío infinito pero debían guardar las formas.
Al final, sus conversaciones fueron diluyéndose entre silencios espesos hasta que un abismal mutismo inundó su casa, desde el comedor hasta la habitación. Las palabras que se escuchaban no eran más que el eco de las ya dichas.
¿Por qué el fútbol?
Una cuestión que siempre me ha rondado, y que me vuelve a venir a la mente a tenor de la Copa del Rey de baloncesto que se celebra este fin de semana en Bilbao, es ¿por qué el fútbol? ¿qué tiene el fútbol que no tenga otro deporte/espectáculo para atraer de forma tan pasional a tanta gente?
Javier Lozano, referente del fútbol-sala en España, matiza que «el fútbol llega a las pasiones ocultas, a ese punto de emotividad que da una camiseta y que hace que se abracen un empresario y un fontanero; por eso el fútbol es lo más democratizador, porque hace gozar y sufrir a todos por igual.» Sin embargo, no es capaz de explicar porqué el fútbol-sala fracasa en ese aspecto. Otro tanto le sucede al balonmano, al que Valero Rivera achaca la falta de popularidad a que no exista un duelo Madrid-Barcelona.
Desde mi punto de vista, ambos deportes -baloncesto y balonmano- son más espectaculares que el fútbol, mucho más divertidos de ver en televisión por la alternancia y velocidad de las jugadas, más intensos porque se suceden los tantos de forma continua; más dinámicos, en definitiva. Similares planteamientos podrían ser válidos para otros deportes.
Sin embargo, el deporte rey es el fútbol, señor de los sueños e ilusiones de tantísimos ciudadanos de a pie, desde La Pampa hasta El Cairo, vía de escape para las tensiones acumuladas, elixir del tedio. Quizá el fútbol sea el más igualitario: pueden jugar altos y bajitos escurridizos, fuertes y enclenques hábiles, rápidos o pausados. Además, el fútbol es casi siempre emocionante porque se decide por fugaces destellos instantáneos y mantiene la emoción hasta el final, mientras que en tenis, baloncesto o rugby puede haber bajones de intensidad si la diferencia es abultada. Por otro lado, cuanto mayor es el tanteo en un deporte, menos espacio queda para la incertidumbre y, precisamente, es en el fútbol donde los resultados son más roñosos. Quizá radique ahí el secreto del fútbol: incluso el más insignificante puede sentirse Goliat porque la incertidumbre es notable, un aficionado siempre tendrá fe en que su equipo venza al líder.
Aún a pesar de todo, sigo sin llegar a entender los motivos del éxito del fútbol; pudiese ser simplemente fenómeno del negocio, supeditado al espectáculo: crece el volumen de negocio, ergo se incrementa la publicidad y atención en los medios. Lo de siempre.
Duquan, Duquan
¡AVISO! A continuación relato a vuelapluma las andanzas y personalidad de un personaje de la serie norteamericana The Wire; creo que no contiene ningún spoiler, pero por si acaso y sabiendo que hay gente muy susceptible a conocer partes del guión, lo aviso.
Dukie, tuviste mala suerte, sí, fuiste muy desafortunado, para qué engañarnos. No podría valorarte omitiendo tu pasado. Resultaría imposible emitir un juicio de valor acerca de tu comportamiento silenciando las circunstancias que han rodeado toda tu vida. Me inspiraste compasión cuando te conocí, tan indefenso ante tus compañeros, tan maltratado. Tu arsenal de recursos era diferente al del resto y, en ese mundo, estabas en desventaja. Así, te obligaron a nadar a contracorriente.
Eras demasiado inocente para un mundo de mayores que giraba con el impulso de motores deleznables, pero me alegré enormemente viendo la suerte que tuviste en clase de matemáticas, te vi feliz por primera vez, integrado, admirado incluso. Descubriste que existen personas que se rigen por valores más nobles y que, quizá de forma ignorante, luchan por el bienestar del prójimo. También me satisfizo ver cómo lograste cobijarte bajo el ala de un ave de altas miras y sentirte así protegido. Te viste rodeado de un mundo sucio e inmoral pero intentaste mantener tu integridad, quizá es por eso que te tenía alta estima.
Y, sin embargo, al final, me fallaste. No te lo reprocho; más aún, reflexionando acerca de tu condición sentí una impotencia y una tristeza infinitas. Porque sé que luchaste contra tu destino, que intentaste enderezar un rumbo demasiado poderoso, pero a pesar de todos los esfuerzos, sucumbiste.
Al final, me hiciste llorar.