Paraguas transparente, peluca rosa

Walking back to you
is the hardest thing that
I can do,
that I can do for you.

[Just like honey, The Jesus and Mary Chain]

Dicen que en estas fechas se cumplen quince años del estreno en España de Lost in Translation, una de esas películas que transmiten magia y emoción desde la sencillez en forma transmisión de sentimientos muy humanos. Quince años y parece que fue ayer, jamás pensé que llegaría a decir esta frase. Sofia Coppola, treintañera en estado de gracia después de Las Vírgenes Suicidas y antes de María Antonieta, Scarlett Johansson, apenas mayor de edad, cuántas vidas hay que beberse antes de olvidar la primera imagen de la primera secuencia, Bill Murray, tararea en el karaoke con mediocridad mientras lanza unas miradas a Charlotte que resumen un todo omnipotente y todopoderoso, Tokyo, espectador privilegiado y protagonista de contrastes, The Jesus and Mary Chain, la emoción a flor de piel en una escena final sobrecogedora con uno de los grandes éxitos musicales del siglo XX abriéndose hueco entre los títulos de crédito finales. Quien lo probó lo sabe.

non confundas me ab expectatione mea

Lavadero Romano
Lavadero municipal.

Ay que chiquitín, tin, tin,
que era aquel ratón, ton, ton,
que encontró Martín, tin, tin,
debajo un botón, ton, ton.

[Debajo un botón]

Seguimos teniendo ilusiones y sobresaltos y esperanzas y, afortunadamente, a alguien que nos recuerda que estamos más gordos y más canosos y que no deberíamos llevar calcetines con agujeros ni camisetas con jerseys de punto. Somos conscientes de que nuestras convicciones se van cayendo como hojas caducas o como capas secas de cebolla. Se desprendió la capa de la emoción antológica por un gol propio o de Van Basten, luego el sentimiento de vivir en cine y rezar a los grandes de la historia desde Kubrick a Léolo, se cayó también la capa de la emoción del bikini, y poco queda ya de la conmoción íntima ante un adjetivo preciso en un texto poético. Como si cada vez fuésemos más espectadores y menos protagonistas, la perogrullada de la madurez. Otrosí digo que tenemos la ilusión de bajar dos millones de veces las escaleras al sótano solo para encender la luz de la alacena y abrir el arcón. Y nuestro universo lingüístico se restringe a un «¡ta!» que lo dice todo.

También somos afortunados porque la modernidad líquida nos resbala sin dejar mancha y seguimos prefiriendo leer a publicar entradas y pasear en frías noches mirando la húmeda vegetación que crece en la umbría de la iglesia a sufrir atascos gratuitos escuchando Onda Cero con bocinazos de fondo. Vivimos el más hipócrita de los tiempos líquidos y por eso mutilamos nuestras lenguas para que las marabuntas que saben dónde van sin ir a ningún sitio no nos arrastren a sus vacíos. Otrosí reitero nuestra fortuna por el privilegio de poder seguir siendo ilusos, ilusos con esperanzas para los que todos los errores han prescrito siquiera antes de haberlos cometido.

A Pompeyo le atribuyen la bravuconería de arengar a sus marineros con el desafiante «navegar es necesario, vivir no». Otrosí insisto en la suerte de ser náufragos que han perdido la noción de si lo importante es la vida o el sentido de navegar. Si el sentido conlleva comportamientos simiescos como mamporrear el teclado para edificar ira o cotillear sobre la maripuri quizá sea preferible valorar el milagro de la naturaleza en sí mismo que aspirar a construir una catedral a partir de barro seco.

Se antoja ficción la tarea de navegar entre las olas de una sociedad cada vez más nórdica, es decir, más aséptica, más higiénica, con menos «¡buenos días!» y menos envoltorios de caramelos en las calles. Nos vamos a la cama temprano para mañana madrugar y en los sueños no aparecen fantasmas sino que calculas y estimas entre la certidumbre y la seguridad, cuánta leche queda, a qué hora pongo el despertador, tengo que comprar crema hidratante, una alcachofa para la ducha y cambiar la talla de los botines. Quién es capaz de navegar en mitad de tan vitales disquisiciones y sabiendo que una rama de la acacia del vecino se está metiendo en nuestro patio por encima de la tapia. Disculpad, de antemano, nuestras dudas. Nos abruman vuestras certezas y nos fascina vuestra seguridad, vuestra capacidad para proponer soluciones infalibles a problemas imposibles.

Quién se atreve a lanzarse al mar bajo la tormenta después de ocho horas de oficina, pasar por el mercadona y recoger la nota simple para rehacer las escrituras. Me gustaría ver la gallardía de Blas de Lezo intentando darse de baja de vodafone mientras su hijo pequeño arranca las hojas de todos los periódicos de todos los tiempos. Pero qué grande nuestra suerte que hay botones que escupen agua potable para que no se infecten nuestras heridas y otros que iluminan pesadillas en la noche y nos permiten disfrutar de las cosas de la hbo y otros que se llevan lejos nuestros desechos naturales para no ver ni oler.

La reja gótica que da acceso a la deslumbrante capilla reza desde hace siglos un verso del Salmo 119: «non confundas me ab expectatione mea», que no quede defraudada mi esperanza, no me confundas en mis esperanzas. Tu ilusión es bajar las escaleras sin ayuda y la mía que siempre me pidas la mano para agarrarte y darte seguridad en el descenso.

Los desvelos de un diputado catalán

No puede dejar de fascinarme que entre las preocupaciones del diputado Gabriel Rufián figure Villaescusa de Haro y su relación con el Regimiento de Infantería Saboya n.º 6 (hermanamiento que, precisamente, este año 2019 celebra su cincuenta aniversario). Resulta sorprendente que al diputado le preocupe la relación entre un pequeño pueblo conquense y el regimiento pacense cuando su única pretensión política radica en un asunto tan antagónico como la independencia de Cataluña. Y si le preocupamos castellano-manchegos y extremeños más le valdría priorizar asuntos como la severa despoblación que sufrimos en la provincia de Cuenca o las deficientes infraestructuras ferroviarias de Badajoz.

He de confesar que me irrita tener que citar el nombre y apropiado apellido del portavoz de ERC por su afán wildeano de publicidad polémica y caza del titular tabernario, pero en este caso se antoja inevitable. Rufián forma parte de ese grupo de políticos tuiteros que podríamos calificar como «profesionales de la descontextualización» en tanto en cuanto poseen el don de vincular conceptos asimétricos y despojarlos de cualquier atisbo de contexto con el canalla fin de derivar reacciones tendenciosas y demagogas.

Y precisamente con esa misión, la de favorecer la contextualización de sus interrogantes, desde estas líneas invito a Gabriel Rufián a las fiestas patronales en honor al Santísimo Cristo de la Expiración de Villaescusa de Haro el próximo septiembre para que conozca de primera mano la relación humana que vincula a nuestro municipio con el citado regimiento. Y, por supuesto, que aprovechando la visita interrogue a los vecinos acerca de qué opinión les merece el hermanamiento, la actitud del Ayuntamiento al respecto y la transparencia con que se desglosan costes en el libro de fiestas anual.

Resulta llamativa, no obstante, la precisión de las cuestiones que planteó al Gobierno el pasado 25 de octubre. Desconozco si su fuente informativa proviene de algún vecino del municipio que aprovecha la coyuntura por interés político, en cuyo caso preferiría que cuestionase públicamente la amistad que liga al pueblo con el Regimiento Saboya y no a través de políticos oportunistas. Efectivamente el precio del menú de la comida de hermandad es de 38 € como dice Rufián, coste que abona de forma individual y sin excepción cada vecino, desde el alcalde hasta la médico o el párroco y desde el herrero hasta la agricultora o el electricista.

Sin embargo, demuestra desconocimiento de la realidad cuando hace referencia a la nomenclatura de la Plaza del Caudillo dado que se aprobó por unanimidad el cambio de denominación a Plaza de la Villeta en pleno celebrado el 28 de septiembre de 2017. Con independencia del origen de su imprecisa información, qué preocupante resulta que algunos políticos prioricen, desde su poltrona en el Congreso de los Diputados, este tipo de debates a los problemas reales que sufre España. Como ese senador de Compromís, Carles Mulet, que remitió solicitud al Ayuntamiento reivindicando el cambio de nomenclatura de la Plaza del Regimiento Saboya nº6 porque «fue el regimiento que ocupó el pueblo una vez finalizada la guerra civil». Ese es el nivel de responsabilidad y rigor histórico de algunos aventurados.

Para terminar, y con el objetivo de apaciguar los desvelos nocturnos de Rufián, le informo que el viaje al que hace referencia de cuarenta vecinos a Badajoz tuvo un coste para el Ayuntamiento de Villaescusa de Haro de 550 €, cantidad inferior a su salario público estatal de tres días.

_void_ hornacina

Vuelvo a casa en la zozobra de mi corazón,
ahora vivo aquí, pensé que estaba solo y descubrí,
que estaban todos los que importan.

[Casa, ahora vivo aquí, Iván Ferreiro]

Lienzo descomunal, callado durante siglos, discreto presidente de la hornacina de la capilla de la hermandad que lleva tu nombre, de naturaleza oscura y tintes cada vez más apagados, sufridor del paso de la historia pero sobreviviente, tela resquebrajada como almacén de polvo.

Ánimas en maquillaje en busca de un futuro más lustroso.

Y el día que te marchas nos dejas tu poso sigiloso y contundente. Nos queda lo que eres cuando no estás.

Feliz 2o19.

¡Europa!

Zweig

The weight of the world is in our hands, right
straight as my oath that I live by
don’t even know what we’re fighting for.

[Misery Company, Kaiser Chiefs]

Haya querido la providencia que devore las últimas páginas de «El mundo de ayer: memorias de un europeo», la autobiografía del judío austríaco Stefan Zweig, en este contexto socio-político tan inestable e impredecible y en unas semanas en las que se anuncia el acuerdo para que Gran Bretaña abandone la Unión Europea, Italia se limpia los mocos con las recriminaciones europeas a sus próximos presupuestos, unos catalanes inician huelga de hambre por considerarse presos políticos, una formación extremista se abre paso en autonómicas nacionales y el gremio de los politólogos se rasga las vestiduras por la marcada tendencia centrífuga de los resultados electorales a lo largo y ancho de nuestro viejo continente.

«El mundo de ayer» es un imprescindible incuestionable de esos que no necesitan recomendación. Más aún, casi considero indigno atreverme a comentar algunas ideas y sensaciones transmitidas en un libro tan lúcido y conmovedor, un libro donde cada página es un regalo en forma de minuciosa descripción, de amena anécdota, de curioso secreto o de reflexiva idea. Y si alguna nota quería adjuntar casualmente hoy han sacado del horno un artículo titulado Ver la historia desde el palco que ronda el concepto de las devastaciones inexplicables y la inocencia con que recibimos modificaciones legislativas con recorrido de fondo.

Imaginar conflictos bélicos tan terribles como las dos grandes guerras del siglo veinte que sufrió Zweig se antoja, a día de hoy, tanto simplista como alarmista, incluso a pesar de los indicios y paralelismos en los comportamientos sociales, así como en la gestión política del miedo y el odio que toleramos en la actualidad. A pesar de la distancia, no obstante, es inevitable estremecerse en una analítica narración del caldo de cultivo que desemboca en una guerra: el odio intrínsecamente nacionalista al diferente, el miedo a la incertidumbre, la utilidad de la propaganda incisiva, la financiación de material bélico por empresarios poderosos y, sobre todo, la deslealtad y la mentira como herramientas infalibles para la movilización interesada de las masas.

La genial y actual radionovela Guerra 3, en su entradilla, repite: «¿Cómo empieza una guerra? Los libros de historia nos dicen que al principio de todo hay una explosión, un disparo. Un país invade otro, alguien muere, mueren cientos o miles. Pero no es cierto. Las guerras empiezan mucho antes del primer disparo.» Zweig esboza como un frío visionario el ascenso de Hitler y el contexto social alemán durante aquellos determinantes años treinta. Poco importa que lo relatase a posteriori, lo relevante es entenderlo y aprenderlo más allá de recursos literarios de advenimientos predichos. Pero si algo demuestra la historia es que se repite y no se aprende a corregir errores, como si fuese algo innato a nuestra genética.

En la base de toda la autobiografía subyace la idea de la Unión Europea a la que aspiraba el escritor judío y que se materializó mucho después de que él pudiese conocerla. Siempre he pensado que el hecho de cursar un año académico como Erasmus ha determinado mi concepción de Europa, tan afín a las ideas de Zweig: la necesidad de la unión, la solidaridad, la fusión cultural, el respeto, el entendimiento con concesiones y el progreso común. Más allá de efectos secundarios, errores cometidos e inconvenientes inherentes a las «super-administraciones», los hechos han demostrado durante décadas las bondades de la Unión. ¿Sabremos cuidarla como se merece o preferimos asomarnos a abismos conocidos?

Stefan Zweig, de cuna pudiente, amigo de los hombres más relevantes del siglo veinte, felizmente casado y rico se suicidó en febrero de 1942 pocos meses después de publicar «El mundo de ayer».

No os arrejuntéis taaanto

La Pesquera
Paraje de La Pesquera una noche otoñal y fría.

Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo
cuando caigan
para que no las puedas convertir en cristal.

[Ojalá, Silvio Rodríguez]

Hace unos meses publiqué un post acerca de la despoblación del mundo rural. Como sea que me han vuelto a invitar como ponente en un foro regional sobre el mismo asunto intentaré plasmar a vuelapluma unas cuantas ideas que recogí de las diferentes intervenciones. No vamos a arreglar el mundo pero suele ser beneficioso desahogarse y no inventar la rueda diagnóstico a diagnóstico.

Partiendo de la certeza de que la lucha contra la despoblación es un asunto complejo caracterizado por el mayor peso de los diagnósticos sobre las soluciones y sin un remedio geográfico integral, sí que se puede combatir en diferentes frentes para atenuarlo porque cada éxito en una batalla complementa a otras. Vamos a agrupar las medidas en tres grandes bloques bien diferenciados:

Bloque Económico: creación de empleo y explotación de recursos
Convertir la España Vacía en la España de las Oportunidades

  • Discriminación Positiva: necesidad de discriminación positiva a nivel legislativo en ámbitos que permitan formentar la creación de riqueza y de empleo. Por ejemplo, con normas urbanísticas específicas, con exigencias sanitarias atenuadas, con disminución de cargas fiscales, con ayudas a empresas, con subvenciones al comercio rural, con facilidades para la obtención de licencias de contrucción o de actividad,… En general, abrir el marco normativo jurídico y legislar pensando en las zonas rurales y no solo en los grandes núcleos urbanos.
  • Explotación de recursos propios: en determinadas circunstancias se debe innovar y ver nuevas oportunidades no descubiertas o explotadas. Se puede tomar a Teruel como ejemplo: genera riqueza a través de los dinosaurios en Dinópolis, a través de las estrellas en el Observatorio Astronómico de Javalambre, a través de relatos históricos como el de los amantes de Teruel en su recreación anual, a través de productos gastronómicos como la trufa negra en Sarrión y el queso en Albarracín o, por último, a través del aeropuerto sin pasajeros que se utiliza como aparcamiento y desgüace de aviones.
  • Transferencia de modelos de éxito: partiendo de un escepticismo prudente debido a la casuística dispar de cada comarca, en diferentes sectores se pueden encontrar ejemplos de prácticas exitosas que se pueden copiar, desde la promoción de la cultura o el turismo activo a la publicidad de la gastronomía, la conservación del patrimonio o la ornitología.
  • Explotación de recursos forestales: si las zonas rurales son los pulmones del país, tanto los propietarios forestales como las administraciones propietarias deberían «cobrar» una tasa por el rendimiento que sus bosques producen en favor de la calidad del aire y el medio ambiente. Algo así como la compra-venta de emisiones de CO2 entre países del Protocolo de Kyoto.
  • Aprovechar las ventajas que ofrecen las TIC: en un mundo cada día más ubicuo, las TIC se presentan como una herramienta óptima para el desempeño de profesiones con posibilidades de teletrabajo o deslocalizadas como los desarrolladores software, diseñadores gráficos, teleoperadores, museógrafos, arquitectos, traductores, artistas, artesanos, restauradores, redactores de contenidos, community managers, profesores de plataformas de e-learning y un largo etcétera. La ventaja primordial es que no implica la utópica creación de trabajo sino el traslado físico al área rural. El asentamiento, no obstante, se puede ver favorecido con medidas prácticas:
    • Creando espacios de coworking que generan sinergias positivas y mejoran la convivencia sociolaboral.
    • Fomentando los viveros tecnológicos que impulsen a autónomos emprendedores y aceleren start-ups.
    • Mejorando las comunicaciones -carreteras y transporte urbano- para mejorar los desplazamientos a las sedes de las empresas y así poder favorecer modelos mixtos teletrabajo-presencial.
    • Invirtiendo en la Smart Rural o «inteligencia artificial rural» para optimizar procesos agrícolas y ganaderos, aumentar la productividad y mejorar la sostenbilidad.

Bloque Servicios Públicos: garantizar la prestación de servicios públicos
Que la decisión del lugar donde vivir la tome el ciudadano y no la administración

> Acercamiento de los servicios administrativos a los pueblos o descentralización: como muestra, en Sajonia un autobús recorre zonas poco pobladas facilitando trámites administrativos a los ciudadanos de forma rápida y sencilla. Otra alternativa consiste en tejer redes de municipios repartiendo entre todos las sedes de los servicios públicos.

> Cobertura de banda ancha en todo el territorio: si se fijan compromisos gubernamentales de cobertura deben ser en base al porcentaje de territorio y no al porcentaje de población, que discrimina más si cabe a las regiones escasamente pobladas. Y al tiempo no obsesionarse con la tecnología puntera: no hace falta cobertura 5G y fibra óptica para trabajar en nuevas tecnologías igual que no hace falta un transatlántico para navegar por el Záncara.

> Desconocimiento estatal del mundo rural: un gobierno no puede impulsar la liquidación del diésel en comarcas que requieren vehículos con mucha autonomía para realizar desplazamientos cotidianos, incluso siendo conscientes de la necesidad de actualización del modelo energético, como tampoco puede igualar la cuota de un autónomo madrileño a la de un trabajador de la serranía conquense.

> Optimización de recursos: optimizar el volumen presupuestario de empresas públicas como Geacam para vertebrar y conservar el territorio y fijar población.

> Canalización de esfuerzos: las administraciones como la diputaciones deben planificar inversiones en líneas de desarrollo estratégicas que cobren fuerza a partir de su concepción de unidad. En este sentido la catalogación de la Unión Europea de «desiertos demográficos» debe favorecer las inversiones para el desarrollo.

> Garantizar la vida digna de la población envejecida: la edad media de los habitantes de los pueblos es muy elevada y se debe ofrecer una vejez digna por justicia social y porque permiten conservar a esa población en el mundo rural evitando su emigración con familiares o a ciudades con mejores servicios. Esta línea implica la creación y uso de residencias, viviendas tuteladas y ayuda a domicilio, entre otros servicios.

Bloque Psicológico: seducción, calidad de vida y autoestima rural
Make your village great again!

> Se habla de la creación de empleo como elemento clave para fijar población pero convendría hacer primero la pregunta: ¿por qué profesionales cualificados como médicos, enfermeros, administrativos o maestros que ejercen su labor profesional en el área rural no se establecen en los pueblos?

> Mejorar la autoestima rural: se deben centrar esfuerzos en trabajar la mentalidad sociocultural para aumentar la autoestima de los habitantes del mundo rural y que sean conscientes de que vivir en el pueblo no supone un fracaso sino una decisión vital. Trabajar la voluntad para valorar los argumentos objetivos que confirman que la vida rural es una alternativa válida mucho más allá de tópicos simplones como que «en el pueblo los tomates saben a tomate y todo el mundo te saluda».

> Garantizar alternativas de ocio: evitar el aburrimiento como antídoto contra la depresión y deseo de abandono. Las TIC favorecen el ocio y ya no se puede considerar exótico que un pastor vea netflix; cualquier persona casi en cualquier rincón puede disfrutar de una amplia oferta de ocio a partir de un teléfono móvil. No obstante, se requiere una mayor dinamización cultural que permita a las poblaciones «ganar prestigio» y, a la larga, convertirse en receptoras de población.

> Combatir prejuicios y visiones pesimistas: el periodismo se acerca al mundo rural como a un zoo exótico y suele dibujar un mundo hermético, deprimido, sumiso y morboso. La concienciación de lo contrario debe demostrarse a nivel práctico y no teórico con ejemplos como acoger refugiados para combatir el estigma del miedo al que viene de fuera.

> Aprovechar el deseo metafórico de volver: la masificación y frialdad de las ciudades está favoreciendo la gestación de una corriente que aspira a recuperar la identidad, la cercanía, el sosiego y los vínculos humanos. Se debe trabajar para materializar en repoblación esa corriente y evitar la pérdida de cultura, de tradiciones locales, de conocimiento aprehendido a lo largo de siglos y de la propia historia de la tierra.

Un Hombre Jamás Duerme En Pijama

Obama

Tan sólo hay que mirar
debajo de la mesa
a ver si hay migas de pan.
Cúantas cosas quedan por barrer,
ya ni te agachas
y no te importa.

[Nunca estás a la altura, Klaus & Kinski]

Estupefacto al descubrir que en más de diez años de blog no he escrito la palabra «lenteja» ni la palabra «adular» porque eso significa que no se ha presentado la ocasión de traer a Diógenes para plasmar su certero aforismo: «si aprendieses a comer lentejas no tendrías que adular tanto al emperador». Y después de escribirlo es difícil añadir nada más.

«El desencanto» es un documental mítico de Jaime Chávarri en el que la familia del poeta Leopoldo Panero abre sus miserias en canal. Documental, aunque algunos digan que se visiona más bien como película de terror, y mítico en su acepción más literal: «historia fabulosa de tradición oral que explica, por medio de la narración, las acciones de seres que encarnan de forma simbólica fuerzas de la naturaleza y/o aspectos de la condición humana». Emana unos fantasmas tan perturbadores que duele verla. En un momento del documental Michi, el más pequeño de los hijos, mirando a su madre -paradójicamente llamada Felicidad– y anticipándose a la extinción de su estirpe familiar, confiesa que a la muerte de su padre repetía «éramos todos tan felices». De forma estúpida e inconsciente cada vez que doy un repaso fugaz por redes sociales como facebook, instagram o whatsapp stories se me repite esa frase deformada como «parecemos todos tan felices», repicando cada una de las cuatro palabras. Y me acuerdo de los amigos que no publicitan su estado y me pregunto si, aunque no enseñen que parecen felices, lo son. Y también de forma estúpida e inconsciente querría que mandasen una notificación espontánea como certificado de bienestar.

Pedro Sánchez duerme en Moncloa desde hace pocos meses. Al mirarlo a los ojos se siente que le gusta, que satisface un hambre personal, pura vanidad de político de cartón piedra más preocupado por la imagen y la consigna publicitaria que por los ciudadanos y por materializar en políticas su ideario, entre otras cosas porque carece de arquitectura ideológica. Qué lejos se percibe de gente como Manuela Carmena, Carolina Bescansa, Angela Merkel o Mariano Rajoy, cuyas miradas transmiten la conciencia de su responsabilidad. Estudios e imágenes demuestran el envejecimiento aplastante de los políticos comprometidos -célebre resulta el caso de Barack Obama– como consecuencia de la presión inherente a su cometido social. Pedro Sánchez no tiene pinta de ir a envejecer en su cargo.

En el pueblo solemos comer lentejas una vez a la semana, dicen que son sanas porque tienen hierro. Ignoro si serán muchos los vecinos que, tras cada cucharada, sientan ese dulce gusto de triunfo sobre el poder.

Pregoneras y Patriotismos

Crestería & Farola

Sueño que estoy andando
por un puente y que la acera (mira, mira, mira, mira)
cuanto más quiero cruzarlo
más se mueve y tambalea.

[Malamente, Rosalía]

Un alcalde de un pueblo vecino se quejaba, de forma casi infantil y con el respaldo de su mujer, de que a los demás alcaldes les interesaba hacer acto de presencia en «los pueblos grandes» pero al suyo no se acercaba ninguna autoridad en sus fiestas patronales y se sentía abandonado y ninguneado. Como sea que entre mis mil y un defectos se cuenta el de sentir compasión por la pena cuando viene originada por un sincero sentimiento de inferioridad y desamparo, decidí acompañar junto a mi familia a Fernando en su acto de coronación y pregón a San Benito Abad. A él y a sus 69 habitantes según el INE, que son 48 reales contados uno a uno por un concejal en mi presencia; el concejal ronda la cincuentena y remarca con triste orgullo que es el «duodécimo más joven del pueblo».

Al llegar, Fernando nos presentó a la pregonera de fiestas, oriunda del lugar, en la treintena, sacrificada a unos innegablemente incómodos zapatos de tacón y exteriorizando tensión, nervios e ilusión. Pensé en qué podría decir de su pueblo, sin un pasado glorioso que evocar ni un futuro brillante del que presumir; un pueblo cuya mayor singularidad consiste en tener dos pequeños cerritos idénticos tras el núcleo urbano conocidos popularmente como «las tetas de Monreal«. Hace poco el alcalde confesó que aspira esta legislatura a comprar «las tetas».

Ya en el escenario Cristina brindó una alocución contundente en forma y fondo. Centró su discurso en torno a su infancia, a su vida en el pueblo, a su familia y amigos, a los numerosos vecinos fallecidos este año que duelen individualmente y horadan sin piedad el oscuro futuro de Monreal. Sin retórica difusa ni complejos lastimeros pregonó una profunda y emotiva declaración de amor al lugar que la vio crecer, con sus lágrimas, su orgullo y sus vivas como punto y final.

Ajeno a los sentimientos y emociones que el discurso afloró en el auditorio local por una evidente carencia de contexto, me descubrí conmovido por un pensamiento paralelo: Cristina me acababa de abofetear con una rotunda lección de humildad mostrando que su pueblo no era menos que ningún otro que tuviese más habitantes, un pasado más célebre, más personajes ilustres o un entorno más atractivo. La pregonera, en su desnudo alegato de cariño a Monreal, desbordaba autenticidad y un cariño específicamente enfocado a «su» lugar y «su» gente, su pequeño lugar común y su gente humilde. Tan simple y evidente que casi da incluso vergüenza relatarlo, ¿quién si no tú va a querer a tu gente y tu sitio en el mundo? ¿acaso alguien quiere menos a su vecino por no ser astronauta o estima menos su infancia por no crecer en una ciudad patrimonio de la humanidad?

En esas andaba divagando cuando me vinieron a la mente aleatorias instantáneas de dos viajes recientes; unas imágenes de un blanco y húmedo pueblo costero de pescadores de una isla balear y otras de un espectacular pueblecito vasco verde en sus cuatro costados en la frontera entre Guipúzcoa y Navarra. El camarero balear de nuestro restaurante de confianza esos días confesaba con satisfacción que trabajaba seis meses en hostelería para luego disfrutar de otros seis de salir al mar con su hijo todos los días. La casera vasca de nuestro alojamiento rural presumía de caserío del siglo XVI en el que las vigas de madera del gran salón diáfano se asentaban sobre la roca natural del enclave y mostraba los retratos de antepasados que allí mismo habían llevado a cabo sus vidas.

Y así fue cómo un joven camarero de temporada, una cariñosa vasca y una pregonera manchega acabaron encontrándose sin saberlo y sin conocerse en un mismo sentimiento de noble orgullo emergido por su casual habitación geográfica. A eso se le suele llamar patriotismo y, aunque sea un concepto que viene untado por connotaciones peyorativas, considero elemental la sensibilidad individual del agradecimiento y el aprecio a nuestro lugar en el mundo. Camilo José Cela lo resumió en un aforismo: «el nacionalista cree que el lugar donde nació es el mejor lugar del mundo; y eso no es cierto. El patriota cree que el lugar donde nació se merece todo el amor del mundo; y eso sí es cierto.»

Huelga recordar que cada vida es irrepetible, y el patriotismo conforma una de las vigas en las que se sustenta esa unicidad. La singularidad que viene del chopo tronchado en el que te rompiste el brazo, del bar del primer beso y de la iglesia de tu primera comunión, de las casas en las que cantas villancicos cada Nochebuena, del banco de tus mejores botellones y del césped de las resacas del verano, de la arena de tus mejores goles, de la cuesta de tus mayores sudores y de la esquina de tu artesanal cabaña. Y eso sin un mar Mediterráneo bañando la Pesquera ni un frondoso bosque en el cerro de los Molinos.