Libros para una Navidad conquense.
«Los niños siempre han dado sentido a la vida. Te enamoras, te reproduces, y luego tus hijos crecen, se enamoran y se reproducen. Precisamente ésa ha sido siempre la finalidad de la vida. El embarazo. Más vida».
[«Libertad», Jonathan Franzen]
Si no hubiese tropezado con la reseña de El Cultural en la que se aseguraba que «Libertad nacía con el signo inequívoco de los clásicos como la gran novela norteamericana del siglo XXI», entonces no creo que la hubiese buscado y, quién sabe, quizá ni la conociese. Pero no me arrepiento.
Libertad es el grito de rabia desesperada de un autor que afirma escribir «para los que no encajan en el mundo» (bien visto esa sentencia es una estupidez, pero allá él con sus técnicas de marketing). Así, Franzen dibuja un fresco colérico contra la sociedad de los EE.UU. retratando el microcosmos de una familia «estándar» que le permite representar diferentes modelos de comportamientos y pensamientos típicamente made in America XXI. ¿Y por qué Libertad? Leña contemporánea: por la sensación asfixiante de su carencia desde el 11-S. De forma certera, se trata de «un estudio antropológico de la neurosis colectiva de nuestra civilización.»
A lo largo de 667 páginas vamos conociendo de forma fragmentaria el devenir de un matrimonio y sus dos hijos, más todo lo que los rodea, a saber, la crisis de las subprime, la guerra de Irak, la competitividad en el mercado y con los de tu alrededor, la neurosis alrededor de los músicos de rock exitosos, el problema de la superpoblación, la corrupción por cifras de dólares con mínimo cinco ceros o la codicia desangelada, twitter, el sentimiento actual de soledad, las riñas con los vecinos, las reivindicaciones de los ecologistas, la naturalidad de las infidelidades, el enamoramiento juvenil, el carpe diem y sálvese quién pueda, la misantropía, la depresión al descubrir que podría haber sido mejor, la incomunicación familiar, ¿sigo o ya te sientes identificado? No es necesario: todo lo actual.
Y por supuesto, un todo delicadamente tejido para dar coherencia a una historia particular que resume muchas historias comunes y que, en última instancia, resume el mundo de hoy: «vivimos en un tiempo en el que la estupidez y la maldad han concertado su poder destructivo. No descubro nada al señalar que nuestra civilización se asoma a un ocaso sin épica ni grandeza.»
Pero sin embargo hay esperanza. No sé si se mueve, pero la hay, incluso aunque la reduzcamos a esa cosa con plumas de Emily Dickinson.