2023: más vale cuarenta volando que pájaro en mano

Cubierta del convento dominico [pic by V. Martín]

En los vértices del tiempo
anidan los sentimientos.
Hoy son pájaros de barro
que quieren volar.

[Pájaros de barro, Manolo García]

Este pasado año tocó cambar el dígito de la decena de la edad al 4 y, desde luego, se me ocurren mil motivos más contundentes para definir el concepto de crisis. En el fondo, las crisis de la edad son un privilegio del confort, una prebenda del conflicto existencial de pisar hitos intermedios y prever el final entre la niebla. Papá, entre tú y yo tenemos cuarenta dedos, igual que tus años, confirmó tu mente matemática una tarde de septiembre.

Sería imposible pensar que vosotros, tan principiantes e inocentes, supieseis lo que significa una crisis, lo que es una depresión económica o una dificultad psicológica. Tú mismo ni siquiera puedes creer que haya cosas que no alcanzas a comprar con las monedas de la hucha y que haya personas malas en el mundo que sientan incluso tener motivos para serlo, como en Pascual Duarte. Te angustian los malos y adoras a los cariñosos, quizá tengamos que aprender taxonomía contigo.

Mientras tanto, avanzamos día a día, y no paramos de sorprendernos. Me fascina tu percepción sensorial. Tus olores: papá, en la calle huele a pulpo asado. Tus sonidos: papá, cuando se me mueve el diente suenan cascabeles. Tu inequívoca percepción del tiempo: papá, ¿ha pasado ya un rato o solo medio rato?

El mundo de hoy: la guerra y la orfandad moral

Vivimos tiempos de guerra y tú dudas: papá, en las guerras, ¿por qué no se lo juegan a piedra, papel o tijera? Y no sería fácil explicarte que las guerras nunca se hacen para conquistar la paz, solo se hacen para ganar. A toda costa. Tu hermano sí comprende que donde no hay molestia hay paz: soy Alfonso y no me molestes. Y ha aprendido que conviene dosificar el cariño: abuelo, el abrazo que le he dado a la abuela lo compartéis.

Habitamos un preocupante mundo en llamas en un tiempo líquido y vanidoso, y eso me preocupa, valga la redundancia, solo por vosotros. Vienen mal dadas para la verdad, porque se hace negocio de tergiversarla, para la humildad, porque se desdeña su elegancia moral, para la justicia, porque se empeñan en exprimir la interpretación a la conveniencia de la arbitrariedad, para el trabajo, porque sale mucho más caro que la abulia, y para la honestidad, porque no queda margen para el decoro razonable. Qué casualidad que, en marzo de este año, una joven profesora de arte me descubriese el lema familiar del obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal, entroncado con este sentimiento de orfandad moral: «que tu diestra te conduzca a hacer proezas a través de la verdad, la humildad y la justicia» (Salmo 45).

Cronología breve

Hay años más vehementes y otros más anodinos, y este que se ha esfumado cabe bien en el primer paquete. En el principio fue la recuperación de la mononucleosis de Cayetano, el bautizo de Elisa y la extirpación de un lunar incómodo en la espalda que, según dicen, era nocivo aunque yo no lo viese hacer nada malo. Por primera vez, también, presentamos un vídeo muy chulo en Fitur. A principios de febrero, un jabalí se cruzó de noche en la carretera al paso del secretario municipal; le llevé a la ribera del Záncara un bocadillo de tortilla de patata y una coca-cola y me devolvió el favor yéndose a otro ayuntamiento.

En marzo, el 16, llegó el momento más angustioso del año; Alfonso, enfermo, vomitó encima de mí después de cenar y se puso morado y frío, en mitad del salón, sin conseguir sostenerse en pie, con la mirada perdida. Todos los fantasmas del mundo bailando a nuestro alrededor hasta que, a la respuesta del grito y el zarandeo, vino Yoli y regresaron el color y la mirada. Ya se acercaban las elecciones municipales y los descuartizadores de golondrinas hacían su agosto por adelantado; hubo miedos y titubeos de alcaldes y candidatos que Benjamín resumió a la perfección: «somos seres vulnerables». También Rafael Narbona se demostró vulnerable una noche del 22 de abril porque vino a hablar de la Ira y se marchó iracundo y Cesitar enseñó que todos somos vulnerables al vino en el patrimonio maridado del 29 de abril.

El 1 de mayo el joven intrépido Teo atravesó, decidido, el pasillo central de la iglesia para ir a cumplir su misión en la pila bautismal románica. Para celebrar san Isidro, compartimos un jamón de esos de muchas jotas donado por María Melgarejo y que alberga un origen de recelo. Y unas semanas más tarde, tras interminables semanas de maquetación de programas electorales y lejanos mítines, el 28 de mayo renovamos la alcaldía de Villaescusa de Haro con el sabor agridulce de las derrotas por la mínima en la Diputación de Cuenca y las Cortes Regionales. El 17 de junio tomamos posesión con ilusión, determinación y confianza; debemos ser siempre conscientes de nuestra responsabilidad, aunque, quizá por décadas de deméritos, todo el mundo tenga derecho al honor salvo la clase política.

A la semana siguiente todos lloramos emocionados en la fiesta de fin de curso del primer año de la escuela reabierta, y quizá este hecho no sea significativo de por sí, pero queremos recordar y valorar. El último día del semestre, allí en Cuenca, Chana sacó 13 votos y yo me quedé con 12 en la elección de presidente provincial, un uy muy remoto pero simpático que aproveché para reprocharles, delante de Page, su sectarismo y para recordarles la parábola del administrador infiel de Lucas.

El segundo semestre del año empezó igual, de campaña electoral para afrontar unas elecciones generales en plena canícula. Poco apetecible lo de mezclar lemas políticos y sudor. Triunfó la exposición de las madonas de Leonardo da Vinci en el convento de los dominicos igual que, en el mismo lugar, Javier Rupérez pregonó con su maestría y sensatez habitual el 14 de agosto. Entre medias, la visita al notario fracasó y, en consecuencia, la idea del proyecto propio sigue en espera.

Como otros veranos, Pablo y yo fuimos a la serranía conquense para disfrutar de una ruta en bici desde Priego, y resulta siempre tan placentero que queda la tristeza de la rareza, incluso a pesar del radio roto en Poyatos. Elisabet me robó el trabajo de maquetación del libro de fiestas por vez primera desde 2011, y lo mejoró, pero todo quedaba a expensas del inesperado escollo veraniego: la mutilación de la visita saboyana. Siempre en los momentos más inoportunos surgen los problemas más inesperados; la cascada de mando se había quebrado y autorizaban una representación de solo quince soldados. Gracias a Rafael Dengra y, en parte, a Gómez Reyes se enderezó el contratiempo. Para redondear el caos, el 4 de septiembre cayó una tormenta histórica, a la que hoy en día apellidan Dana, que confluyó en un río de agua, barro y lodo que arrasó las instalaciones deportivas y causó exasperantes daños. Ya nos hemos acostumbrado a la tortura.

El final del año vino como una montaña rusa. A la emoción del embarazo siguió la coincidencia un 5 de noviembre del final y del principio, ratificado, lo primero, el 7 de noviembre tras la posibilidad de una tristeza y, lo segundo, en feliz ecografía del 27 de diciembre. Y el 8 de noviembre desembarcó Federico para demostrar que el río lleva agua y no te bañas en la misma dos veces. Hasta el último suspiro del 29 de diciembre se mantuvo también la incertidumbre de la hipoteca, como para clausurar las dos heridas de la angustia de la Navidad de dos años atrás. La vida sigue sin pedir permiso.

Los libros del año

Las lecturas de este año han sido tan variadas que resulta complicado clasificar o elegir porque son incomparables en su concepto, ambición y desarrollo. Me quedo con cinco recomendaciones. En primer lugar, sugiero con fervor La ciudad de los vivos, del periodista italiano Nicola Lagioia, una historia absorbente basada en hechos reales que deja a la intemperie almas quebradas. Merece la pena disfrutar con Queridos niños, novela de una campaña electoral ficticia muy bien pergeñada por David Trueba, divertida y reflexiva, hilarante y certera. Me resulta imprescindible el compendio de relatos de A sangre y fuego, de Chaves Nogales, he leído pocos libros de relatos tan redondos, enmarcados con sensibilidad en los entresijos de la guerra civil patria. Quizá La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, me debiera haber conmovido más, pero solo destacaría el último capítulo acerca de la dignidad humana, que bien merece la lectura. Y, por último, el esbozo biográfico de Javier Rupérez titulado De Helsinki a Kiev: la destrucción del orden internacional, una mirada lúcida a la diplomacia y la geopolítica de la guerra fría que nos permite distinguir lo que ha cambiado el mundo en medio siglo, porque donde hubo obsesión por la paz ahora hay fragilidad y vanidad.

Un extraño turismo

Hacía años que no viajábamos tanto, supongamos que por los pañales y los quehaceres. Bien es cierto que el manojo de destinos escogidos puede causar extrañeza, mofa o pena: Zamora, Teruel, Salamanca, Badajoz. En un contexto turístico de destinos abarrotados y búsqueda de lo exótico, no se me ocurren, en verdad, visitas mejor seleccionadas para escapar a la masificación y lo hortera.

Nos escapamos con el frío del principio del año a Zamora y su Tierra de Campos. A dormir bien, a comer mejor y a beber virtuoso vino de Toro, en resumen. Estuvimos solos en el monasterio de Santa María de Moreruela, en el castillo de Castrotorafe y en la iglesia visigoda de san Pedro de la Nave, como una silenciosa excursión al pasado, al olvido, al vacío. Paseos nocturnos por la Zamora románica, bien cuidada y sin estridentes aspiraciones, castellana entera aunque se quiera leonesa, de gastronomía recia y vinos contundentes. Y no olvidar visitar el pórtico de la Majestad de la Colegiata de Toro.

En junio celebramos el fin de campaña electoral junto a aragosaurios y tiranosaurios en el parque temático de Teruel, tan recomendable para visitas familiares. No recuerdo el nombre del hotel pero sí que estaba preparado para familias y niños, con piscina de dinosaurios y sala de juegos, lo que necesitábamos para domesticar a la prole. Nos acercamos también a Albarracín y, sin embargo, disfrutamos más en la vuelta a casa pasando por las ruinas de Moya y por el monasterio de Tejeda en Garaballa.

La providencia quiso que la compañía aérea cancelase nuestro vuelo a Italia, y tras el contratiempo tuvimos que agradecerlo por cuestiones logísticas que pasan por extravío de identidad materna. Nos subimos a una especie de vaporetto entre el aeropuerto Marco Polo y el corazón de la isla de Venecia. No era muy inteligente pasear una mañana calurosa de final de junio cargados de maletas y niños por los callejones masificados de Venecia, pero la pizza, el helado y el café terminan siempre compensando allí los sacrificios inútiles. Estuvimos en una especie de zoo sostenible y todas las noches íbamos a por el helado, mimetizados con la esencia de su felicidad.

En agosto nos escapamos a Vilvestre, que está a cinco horas de casa, como sabes calcular. Tienes Belmonte a 5 minutos, Pedroñeras a 15, Cuenca a una hora, Madrid a hora y media y Vilvestre a 5 horas, y con esas medidas puedes calcularlo todo. Vilvestre está en el corazón de las Arribes del Duero y, aunque nunca parecía cambiar el horizonte de la meseta castellana, allí el Duero había horadado un nuevo paisaje verde y profundo que, además de su belleza, ofrecía la utilidad de las grandes presas hidroelétricas, como las de Aldeadávila y Saucelle. Conocimos bodegas con vino de Juan García en las cuevas de Fermoselle, nos bañamos en el Duero Internacional y en una playa en Aldeadávila, desde donde fuimos nadando de un país a otro atravesando el río. Comimos en la posada de la Urraca de Fermoselle antes de vivir unos extraños correfuegos en la feria de Aldeadávila. Disfrutamos mucho del paseo en barco por el Duero desde el aparcadero de Vilvestre aunque no nos atrevimos a alcanzar el mirador de Felipe.

Ya en octubre nos acercamos a Badajoz, para cumplir con nuestro compromiso anual junto al Regimiento Saboya. Por primera vez para disfrutar varios días y conocer Elvas y Olivenza. En la fortaleza de Elvas un guía jubilado te dijo que como antes no existían Ronaldo ni Casillas entonces hacían guerras, y eso lo recuerdas mucho mejor que las batallas en la frontera. Conociste el Burguer King y ni te hizo ilusión. A la vuelta paramos a disfrutar de Mérida, que bien lo merece, y de un muy tranquilo viaje a casa que nos hacía olvidar que los pequeños pudiesen alterar planes. Otros momentos vendrán y serán bienvenidos por necesidad.

Pinus Pinea y las siete inesperadas plagas

Los 97 pinos piñoneros del Pastel, noviembre de 2023.

Sabed siempre, pequeños, que hay fechas que resultan difíciles de olvidar, como el día de vuestro nacimiento. Domingo 8 de marzo de 2020, gran manifestación en defensa de la igualdad de la mujer en Madrid, alentada por Irene Montero mientras le susurraban que un virus desconocido había llegado de Wuhan, en China, al norte de Italia. La semana siguiente fue frenética hasta el punto de que, aunque lo hayamos olvidado, decretaron el estado de alarma y nos encerraron en nuestras casas con urgencia e improvisación: no podíamos salir a dar un paseo al campo pero sí acudir sin mascarilla a espacios cerrados como al despacho de la panadería.

Pero aquel 8 de marzo, en el pueblo, éramos ajenos a todo aquello, y felices, plantando 97 pinos piñoneros junto a los hermanos Jorge y Teodoro en una pequeña parcela ubicada en la intersección entre el camino del Saz y el camino de Las Casas que primero había labrado Andrés Lavara y después había roturado José Sánchez.

En ningún sitio estaba escrito que debiésemos hacerlo y, quizá por esa razón, el hecho se convierte en algo tan trascendental. La utilidad de lo inútil, titula Nuccio Ordine. De un lado, la parcela, de propiedad familiar y que por su escaso tamaño no se consideraba golosa para venta y explotación agrícola, así que, de rebote, mitad heredada, mitad comprada, esa casi media hectárea a un kilómetro de casa había caído en nuestras manos. De otro lado, la elección del pino como un árbol robusto y adaptado a este clima extremo, con la aspiración de dar uso a esa tierra y partiendo de la premisa innegociable de no comprometer trabajo continuo durante años para su cuidado.

Parcela impoluta antes de contratiempos, julio de 2020.

Y es que, en teoría, la cosa es así: pones el pino y te olvidas, crece despacio y sin ayuda por su carácter resiliente, como se dice hoy en día. De hecho, hay empresas que esparcen pinos por los cerros y, al cabo de años de olvido, esos montes desnudos se convierten en frondosos arbolados. En nuestro caso, la realidad ha resultado diferente, ignoramos si porque plantamos pinos en extremo sensibles que ansían mimos y caricias o, simplemente, porque las circunstancias naturales han derivado en una necesidad inesperada de cuidados. A la postre, esa fragilidad manifiesta ha requerido tantas horas de trabajo, quizá inútil y mal planificado, tantos ratos de azada e ignorancia, que ya podemos considerarlos de nuestra familia, como una paternidad desorientada y de alta demanda.

Su bienvenida fue ratificada por la pandemia de coronavirus, que no atacaba al pino pero condicionó su espíritu infantil por la soledad impuesta gubernamentalmente. Al poco, quizá por inadaptación al suelo, sus acículas empezaron a tornarse amarillentas y los pequeños arbolitos necesitaron suplemento de hierro, unos polvos granates disueltos en agua que olían a fragua.

En su primer invierno, tan frágiles, sufrieron la gran prueba de la Filomena, una nevada histórica que vino seguida de días de frío y hielo, y ahí intentaron aguantar su gélido enterramiento durante semanas. Dábamos por descontado que no podrían sobrevivir a esos termómetros de menos quince grados y, no en vano, años después todavía sufren los efectos secundarios de la congelación de su savia. Dos meses después, en marzo de 2021, me ayudaste a acompañarlos con ocho cipreses y un cedro del Himalaya; debía ser un cedro del Líbano pero Pedro decodificó la petición a su manera.

Filomena, días de nieve y semanas de hielo, enero de 2021.

Al año siguiente, en la primavera de 2022, un ejército de amapolas bañó toda la parcela de rojo y verde. La imagen era bonita pero ese batallón de flor viva escamoteaba toda la humedad de la tierra y, lo que es peor, atrajo a un pulgón destructivo que arruinó más de una decena de pinos e hirió a otra decena hasta que fuimos conscientes y, tras diagnóstico experto, atacamos al bicho gracias al pulverizador mochila de Yoli y al atrapa de Teodoro.

Mar rojo, junio de 2022.
Pulgón o como quiera llamarse ese bicho, agosto de 2022.

Ya en 2023 una severa sequía marcó la primera mitad del año. Cinco meses, desde finales de diciembre de 2022 hasta final de mayo de 2023, que se hicieron eternos para todos los agricultores de la región y sufrieron cómo se arruinaban las cosechas de cereal. Los pinos ya daban muestras de robustez pero tantas semanas sin agua deterioraban su entusiasmo juvenil. En mitad de la sequía, en marzo, repusimos 14 pinos tras velar los cadáveres de la filomena y el pulgón.

Y después apenas cayó una gota entre julio y agosto, meses de sol furioso y estrés hídrico. Hay pocas labores más ingratas y estériles que regar un centenar de árboles con garrafas de agua en plena canícula. Y en esas, de repente, en la sobremesa del 4 de septiembre, el cielo descargó un aguacero histórico, al que ahora llaman Dana, que dejó 78 litros por metro cuadrado en los alrededores. La tromba generó una riada por la afluencia de los arroyos de la Callejuela y de Sierra Nevada, y precisamente este último atraviesa una parte de la parcela de los pinos. La fuerza del inesperado río de agua, barro y vegetación arrasó algunos pinos, que quedaron en el suelo como humillados y enterrados entre la tierra y la broza. Tras los cuidados intensivos y sacudirles el barro una vez seco se podría ratificar que no tuvimos que lamentar ninguna baja.

No se me ocurren muchos otras desgracias más: la nevada, la pandemia, la sequía, la plaga, la tormenta. Bueno, sí, claro, faltaba el huracán. Ya no. El 2 de noviembre vino protagonizado por una ventisca inaudita con rachas de viento de hasta 108 km/h que tumbó grandes árboles en el pueblo. También dobló algunos de los jóvenes pinos piñoneros, así que hubo que recurrir a nuevos tutores más gruesos para enderezar el futuro de la verde prole.

No sabemos qué vendrá después más allá de la incertidumbre y la esperanza junto a vosotros, la pasión cotidiana. Nos estamos empezando a acostumbrar a estos contratiempos, así que solo queda creer y confiar. Estos árboles de lento crecimiento nos ayudan a asumir humildes lecciones de paciencia y resiliencia. Y no tenemos prisa, porque en el fondo su inutilidad los ha vuelto imprescindibles y solo aspiramos a que nos sobrevivan por imperativo de la naturaleza.

Ave Fénix de la Amnesia

La muerte es una transición, como un descanso entre vidas. A lo que muere solo le queda la espera, porque su única esperanza es la finitud de la inexistencia. Y esa fe es inquebrantable por necesidad, no por consciente elección. Siempre es más fuerte lo inevitable.

También este rincón cibernético se agarró a esa esperanza en la resurrección, como ansiando el misticismo de un ave fénix que pudiese resurgir de las tinieblas de la oscuridad y el olvido. Y la noche era nítida y opaca, como los quince años que el blog se mantuvo sin que el gestor de contenidos de wordpress se actualizase y los varios meses de abandono.

A saber porqué, ya formalmente clausurado, saqué del letargo al blog para alojarlo en un rinconcito dentro del dominio local villaescusadeharo.com, supongo que por la pena de la extinción y la amnesia. Qué paradoja, tantos años de desidia para, en un rato, ser capaz de migrarlo dócilmente a otro dominio y actualizar su plantilla de diseño, como amortajando con las mejores galas. Esperando un tiempo apropiado; es más relevante la oportunidad que la necesidad.

Todo ha cambiado, ya no merecen la pena la vanidad ni la publicidad, solo la intimidad y la necesidad de un modo de expresión sin ambición ni aspiración. Desde hoy, tras nueve meses de desamparo, regresa de las tinieblas este ente de aspecto moribundo pero espíritu llameante, igual que el último vecino de Ainielle postrado en su lecho pobre, igual que Pedro Páramo en un patio soleado de Comala. Con la virtud de la gratuidad y con la única responsabilidad de enmadejar un hilo de recuerdos que poder tensar cuando ya no haya historias nuevas.

Quince años no es casi nada (The End)

Atardecer en el convento dominico de Villaescusa de Haro.

Subimos hasta el cielo
caímos hasta el fondo
lo apostamos siempre todo
bailando
danzando entre los muertos
al son de los cascabeles.

[Toro, El Columpio Asesino]

Hace unos días me llegó un correo electrónico en el que se informaba que no se procedería a la renovación del alojamiento de este blog. Corren malos tiempos para el alquiler, en vivienda y en web. Hostinet, la encargada del hosting, ofrece una oportunidad de renovación, pero a un coste abusivo, como invitando a cerrar el garito. Así que, casi quince años después, este mes será el último para este blog personal.

Quizá todo tenga un principio y un final, un alfa y un omega. El principio de esta historia comenzó en mayo de 2008, poco después de la segunda victoria de Zapatero en las urnas y en pleno estallido de la gran crisis. El gobierno ofrecía a los jóvenes un dominio .es y un alojamiento gratuito asociado durante un año, pagaba la casa. Esos años del 2008 al 2011 fueron muy locos, estábamos en quiebra pero intentábamos requemar los rescoldos del boom inmobiliario que había llenado las arcas públicas. Todavía cabían más elefantes balanceándose en esa tela de araña. Ya les tocaría a otros recoger la fiesta. Quince años después nadie ha barrido la resaca.

Desde entonces, he publicado, con esta última, 309 entradas en kyezitri.es, que ni son muchas ni son pocas pero que desnudan sin piedad la perspectiva singular de un contexto personal y social. Ni siquiera sé si me arrepiento de haber publicado algunas ideas que ahora no suscribo porque hace mucho tiempo que no releo nada; en el fondo, considero una suerte poder contrastar de forma tan nítida una mirada evolutiva. Lo definí en el décimo aniversario: incluso la entrada más ridícula me representa.

Cuando esto empezó hace quince años no tenía ni casa, ni coche, ni un trabajo decente, ni novia, ni trajes, ni siquiera un televisor grande que te cagas como el que proclamaba Trainspotting. Era, en definitiva, un joven mileurista con pocas ganas de futuro en un piso compartido de una cómoda ciudad de provincias. No sé si he mejorado pero ahora ya tengo una familia, una tesis doctoral, un pueblo, un anillo, dos hijos, dos coches, tres bicis, media docena de trajes, una decena de gallinas y un centenar de pinos; también una mochila de aprendizajes y de oportunidades perdidas. Entre medias han pasado cosas, como cepillarse los dientes, echar gasoil o freír huevos.

Jamás soñé una despedida de mi blog personal, así que he llegado al día final sin el discurso preparado. Me viene a la memoria aquella entrega de premios en la que un cocinero conocido subió a recoger el suyo y, al acercarse al micro, solo manifestó: «muchas gracias, a mí no me gusta hablar en público, así que ¡hasta luego, Lucas!». Cuando tiempo después le propuse ser pregonero de las fiestas del pueblo se estuvo riendo media tarde, claro, y ofreció cocinar unas gachas en el escenario en vez de pregonar un discurso. Corolario: medir tus debilidades y tus fortalezas resulta una estimable virtud.

A medida que envejecemos nos vamos volviendo más fruto que flor, más escépticos, más huraños, más tecnófobos, más pragmáticos. Por el camino vamos perdiendo las alas hasta que llega un momento en el que ya no podemos volar y, sin embargo, nos da igual, el mundo no se acaba nunca. El entierro de este rincón personal atestiguará que nada cambia a pesar de la procesión de funerales que jalona nuestra pasión cotidiana. Nadie nos echará de menos, solo hay que calcular el desde cuándo. Consideremos, para más humillación, que todos estos párrafos ni siquiera aspiran a un cielo o un infierno, sino a una triste papelera de reciclaje, y, a la postre, el vertedero digital y de la memoria.

En su despedida, este blog le anima a seguir soñando a pesar de las pedradas, a aspirar (por la nariz) a un mundo mejor, a leer mucho más que a escribir, a reír con los peores chistes, a ponderar el ansia de justicia social para no terminar como Alonso Quijano, a perderse en invierno en el lago de Fusine y en verano en la cala Goloritze, a entrar en Bolaño y en Faulkner, a escuchar a Sergio Algora y a Xoel López, a no morir antes de ver The Wire y Six Feet Under, a rezar en la magia de Machu Picchu o en cualquier reclinatorio de Roma, a despertarse antes del amanecer porque verlo sin acostar ya se hace difícil, a beber solo vino bueno y, sobre todo, este blog le anima a no tomarse en serio ningún consejo ni a ningún político. Porque, hace siglos, San Juan de la Cruz ya anticipó que al atardecer de la vida solo nos examinarán del amor.

And this is the end, my only friend, the end.
The end of laughter and soft lies.
The end of nights we tried to die.
This is the end.

Monasterio de Santa María de Moreruela (o el silencio)


Girola a la intemperie en la iglesia de Santa María de Moreruela.

Su madre lo vio muy claro y le dio unas alas,
le dio unas alas.
Y su padre entre los miedos la acompañaba,
la acompañaba.
Si tienes que buscar, anda y busca,
siempre aquí tendrás tu casa.
Y el destino la enfrentaba a una jugada,
que no pudo rechazar.

[Quiero y duelo, Karmento]

El Monasterio de Santa María de Moreruela se ubica en un valle alejado del mundanal ruïdo del municipio de Granja de Moreruela, provincia de Zamora. Sobreviven allí las ruinas de un muy antiguo y majestuoso monasterio cisterciense del siglo XII que remarcan la poética de la decadencia y que inspiraron versos a Unamuno tras su visita un domingo de Resurrección de 1911:

¡Qué majestad la de aquella columnata de la girola que abre hoy al sol, al viento, y a las lluvias! ¡Qué encanto el de aquel ábside! ¡Y qué inmensa melancolía la de aquella nave tupida hoy de escombros sobre que brota la verde maleza!

Llegamos allí una muy fría mañana de febrero como primeros turistas del día, todo un monasterio para nosotros en la quietud de un invierno soleado y helado. Siempre me llevas a sitios donde no hay nadie. No le confesé, claro, que habíamos recorrido más de cuatrocientos kilómetros solo para ir allí, a pasear entre la vegetación que invade la piedra tallada, a mirar al cielo que rompe el ábside, a sentir la oración en el refectorio destechado, a sospechar el deambular de los monjes por el claustro, a entender el sentido que buscaban a la vida en una pequeña celda hace casi mil años, a atravesar la girola umbría alrededor de los perfectos absidiolos, a sentir la soledad en la planicie desolada y abandonada durante siglos. Qué bonito es este sitio, y qué frío tenían que pasar aquí en mitad de la nada, seguro que nunca se llenaba la iglesia.

Cómo no recordar en ese paseo nuestro convento de dominicos, también en ruina decrépita hace una década, también de arcos de medio punto al aire libre, también con higueras y enredaderas salvajes invadiendo la iglesia. Embriagados de un inevitable sentimiento de hermanamiento entre la ruina, la fe y el tiempo.

El monasterio, geográficamente ubicado en la Tierra de Campos de la España Vacía, ni es un gran desconocido ni un recurso turístico de masas, pero sin duda merece visita como uno de los destinos más atractivos de la provincia zamorana. Muy cerca se ubican las ruinas de Zamora la Vieja, a dos kilómetros de San Cebrián de Castro, un conjunto amurallado y arrasado por el devenir de los siglos en la orilla del río Esla del que apenas sobreviven los restos del castillo de Castrotorafe. Solo me llevas a sitios abandonados, si me tirases al río no me encontraría nadie, aquí no hay quien llegue, casi rompes el coche por querer venir por estos caminos. ¡Mira, un dron encima de nosotros! Quizá nos esté vigilando por haber entrado al castillo. Al menos habrá pruebas. Parece que la Diputación de Zamora compró el castillo hace unos años y ahora está vallado pero abierto, así puedes pasar a contemplar la ruina desahuciada sin que la Diputación tenga que pagar el salario de un vigilante ni asumir el riesgo de accidente entre torreones apuntalados.

A unos cuantos kilómetros de este castillo, en el mismo río, el Esla, se construyó el embalse de Ricobayo hace casi un siglo, poco antes de la guerra civil. En la zona que iba a quedar inundada, existía una iglesia visigoda tan vieja que ni siquiera había empezado la Reconquista cuando la construyeron. Decidieron trasladar la edificación piedra a piedra para rescatarla del ahogamiento y ubicarla junto al pueblo, El Campillo, de 32 vecinos según nos informaron. Y la iglesia de San Pedro de la Nave es un espectáculo de intimidad y paz, de sobriedad y mimo. El capitel grabado que representa el sacrificio de Isaac a manos de Abraham es inolvidable. Aquí tampoco hay nadie, ¿dónde buscas los destinos? ¿en una guía turística para misántropos? Junto a la iglesia han construido un centro de interpretación austero, y quizá innecesario, ¿quién necesita leer el nombre del arquitecto que supervisó el traslado pudiendo entrar a la iglesia a embriagarte de trascendencia secular y artística? Solo el silencio y un hilo de decoraciones geométricas que biseló un bárbaro visigodo en el siglo VII.

Como un mundo de ayer


Javier Rupérez.

“La noche que te harán caer
las tropas de Napoleón
que sepas que tú fuiste el rey
de media Europa, que eres idiota”.

[Rey Idiota, Ángel Stanich]

El Embajador de España Javier Rupérez nos invitó a la presentación de su último ensayo, De Helsinki a Kiev: la destrucción del orden internacional, un repaso a su trayectoria como diplomático y un análisis al mundo de hoy. La presentación estaba convocada en la Plaza de la Villa, en el corazón de Madrid entre La Almudena y la Plaza Mayor.

Albergaba el evento la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, qué paradoja hoy en día juntar a la moral con la política en una academia, parece un chiste en estos tiempos de Donald Trump y Pedro Sánchez, maestros de la política inmoral. Y con ese protocolo de institución centenaria, se sentaron en los laterales del estrado los académicos numerarios asistentes y, en la presidencia, cinco varones jubilados encorbatados que, a la postre, intervendrían en la propia presentación. Uno de ellos era Emilio Lamo de Espinosa Michels de Champourcin; supongo que nacer con esos apellidos te impone ciertas obligaciones y te predispone a cierta perspectiva del mundo.

El acto en sí atestiguó la envidiable altura cultural de los participantes. En el contexto de la vorágine actual parecía una estampa anacrónica eso de conjugar a la perfección y proponer ideas originales. Rupérez, el eterno diplomático de familia manchega, ofrece en este ensayo una perspectiva pausada e inteligente a su bagaje como diplomático de prodigiosa memoria y al cambio de ciclo mundial, que siente con profundo pesimismo porque, como apostillaron en la presentación, hemos mutado de Kant a Hobbes, de herbívoros a carnívoros, de la diplomacia multilateral al brutalismo polarizador. Insistió Rupérez en los peligros de la guerra, en el espíritu de Nunca más que sobrevolaba la diplomacia mundial de la segunda mitad del siglo XX. Estaban muy escarmentados.

El embajador recordó que «si quieres la paz prepara la guerra» (si vis pacem para bellum). Una premonición de la fragilidad de la estabilidad mundial que, en estos tiempos y con Vladimir Putin como archienemigo visible, adquiere más protagonismo. Recordaron también que la guerra es tan humana como la paz, y la autocracia tan humana como la democracia, y por eso la batalla del bien es tan ardua. Solo grandes consensos y esforzadas predisposiciones comunes allanan el camino de la convivencia, y de ahí que Rupérez presuma de la firma del Acta Final de los Acuerdos de Helsinki, que aspiraban a un mundo pacífico, SIN barreras y CON derechos humanos.

En el fondo, en la presentación del ensayo se palpaba un paralelismo sutil con El mundo de ayer de Stefan Zweig. No por dramático tremendismo, sino por el tono pesimista y por el bagaje melancólico de un mundo mejor y, seguramente, más sencillo y menos crispado. Algunos párrafos proponen visiones deprimentes del mundo que asoma:

El superviviente que soy y por el que me debo a la historia constata, con inmensa irritación, no ausente de ira y desde luego cargada de los más negros augurios, que el mundo elaborado y progresivo en el que habíamos trabajado desde el final de la II Guerra Mundial, que pese a los negativos análisis de los agoreros, había conseguido «globalizarse», que en lo fundamental se guiaba por reglas y principios de universal aplicación, que había conseguido dotarse de un sistema de justicia internacional capaz de hacer respetar las leyes entre estados y entre estos y los individuos, ese mundo está hoy puesto en irremediable peligro de extinción. El responsable de la catástrofe tiene un nombre: Vladímir Putin. Y un país, del que es dirigente: la Federación Rusa.

Las páginas que siguen, recordatorio, premonición y esperanza del superviviente, recorren el costoso camino de perfección, la criminalidad de los que ahora lo ponen en duda y las vías eventuales para el retorno a la razón. Y a la paz. Para que nunca olvidemos a los que nos precedieron en la guerra y en la paz y hagamos nuestras las palabras que siempre tuvieron como máxima de inspiración y de conducta: Nunca más.

Tanto los discursos de la presentación como el contenido del ensayo resultan incuestionables, pulcros y razonables. Sin embargo, algo chirría: toma la palabra una generación en su ocaso, que ha vivido mucho y que conoce lo que significa la palabra responsabilidad y la palabra consecuencia, pero ¿hasta qué punto tienen legitimidad para imponer su impecable visión de la actualidad a una nueva generación? Porque podría presumir de ser el más joven de auditorio, y más bien no lo soy. No me cabe duda de que, a cada día, se va perdiendo la conciencia de lo que significa una guerra, de valorar la paz aunque tenga la letra pequeña de la renuncia, de favorecer la discrepancia sin crispación gratuita, de buscar el bien común.

Rupérez y sus compañeros forman parte de una generación privilegiada que ha vivido, después del gran drama mundial protagonizado por Hitler y Stalin, la buena intención común de aspirar a un mundo mejor y, sobre todo, el mérito de lograrlo a todos los niveles: más bienestar, más progreso, más derechos. Y, por un lado, provoca envidia sana y, por otro, genera malestar comprobar la problemática actual, protagonizada por un estado latente de peligro y un encadenamiento de crisis económicas, ininterrumpido desde 2008 a nivel nacional. Ante esta situación, la juventud ha solidificado una lógica desafección política, una notable misantropía social y un claro sentimiento de desarraigo: no tenemos nada, ni siquiera de lo que con esfuerzo se construyó, así que no os debemos nada.

Se juntan así dos visiones negativas de la realidad: la pesimista de los que están de vuelta y la cabreada de los que están de ida: una expectativa desmoralizadora a todas luces.

La ciudad de los vivos


Portada del libro, imagen de Infobae.

“Si deseas evitar el esfuerzo bestial de comprender quién eres,
la sociedad te ofrece cientos de moldes vacíos”.

[La ciudad de los vivos, Nicola Lagioia]

En febrero, la periodista y lectora profesional Lara Hermoso publicó un tuit que me llamó la atención: «Estamos en febrero y no tengo dudas de que este libro va a ser uno de los mejores del año. Cuenta un caso real y muy mediático en Italia, el del asesinato de un chaval a manos de dos tipos de buena familia. Qué manera de trazar perfiles psicológicos, de meterte en el delirio».

Entonces compré «La ciudad de los vivos», de Nicola Lagioia. Aunque suelo recurrir a la librería, este lo encargué a Amazon por comodidad y, al desempaquetarlo, me sorprendió su ancho lomo, casi quinientas páginas. Banal motivo para aparcarlo temporalmente, pero tampoco hay que hacerse trampas al solitario: la falta de tiempo provoca frustración al abordar grandes obras.

A la postre, Lara Hermoso debía tener razón en su premonición porque, al terminar el año, una gran mayoría de lectores añadían este libro entre sus favoritos del año. Enric González fue certero: «para qué alargar esto: hablamos del mejor libro del año y hay que leerlo». También Rubén Amón esbozó una excelente crónica para El Confidencial.

Me convencieron. Y tenían razón: un libro imprescindible. La Roma decadente que oculta día a día las miserias y soledades de la clase privilegiada. Un crimen real y espeluznante de un chaval de 23 años de la periferia. Un análisis exhaustivo de motivos, de traumas, de personalidades, de casualidades, de desamparos. El poder de las drogas para anestesiar voluntades. La suerte como chispa para asesinos y víctima.

Hay montones de críticas en medios especializados para entender mejor esta «novela». Mi misión se limita a recomendar con fervor su lectura, porque absorbe sin piedad al lector, y no por morbo, sino por interés en seguir buceando en las profundidades de las mentes de los jóvenes Manuel Foffo y Marco Prato, en las de sus padres y amigos, en la hipótesis de un Luca Varani resurgido como ave fénix. Nos sentimos interpelados de un modo terrible por un azar posmoderno incluso a sabiendas de las distancias personales. Porque la clave de bóveda de la novela está ahí: esto me podría haber pasado, ¿esto me podría haber pasado? Quizá detrás del confort de nuestras vidas hay un rincón oscuro para posibles tragedias, una posibilidad latente de crimen injustificado, un azar juvenil capaz de arruinar tu vida y la de tus allegados sin ninguna consciencia.

La sensación de lectura era extraña porque removía más en los ratos sin leer que en la propia lectura. Invade tus pensamientos en la abrumadora incógnita: ¿por qué? No paras de darle vueltas, en la relatividad, al contexto generacional, al ambiente urbano, a la ponderación de traumas heredados, a la cercanía en personalidad con amigos y conocidos. Una lectura que se convierte en una obsesión. Si lo abres y no puedes parar de leer y de pensar y de removerte luego no vengas a echarme la culpa.