La ciencia en España no necesita tijeras

Esta es la primera vez que adorno la barra lateral del blog con un logo reivindicativo, pero es que estoy totalmente de acuerdo en que la ciencia española no necesita tijeras y, como tantos otros blogs, estoy en contra del recorte presupuestario en I+D planteado por el Gobierno para el año próximo.

Ya hace tiempo expresé mi conformidad con Pedro G. Cuartango en un post. Y es que el presidente del Gobierno demuestra una demogagia digna de estudio. He buscado en Google «Zapatero apuesta por la innovación» y han salido 109.000 resultados. Abriendo uno al azar, leo: innovar en la actual situación económica mundial es más necesario y útil que nunca en todos los sectores de la actividad productiva y precisó que el objetivo del Gobierno para afrontar la actual coyuntura es que la economía española en su conjunto sea una economía innovadora.

Sin embargo, los fondos para investigación caen un 15% para 2010. Y encima tenemos que dar las gracias porque el recorte no alcanza el 37% previsto.

José Luis, José Luis, que te va a crecer la nariz… Lo que de verdad te interesa es que los carteles que anuncian las obras del Plan E tengan 12 metros cuadrados, nada menos que 4×3 metros anunciando que nuestro dinero sirve para arreglar España, ¡pero si eso ya lo damos por supuesto! Más aún, en algunas obras el precio del cartel es superior al precio de la obra. El precio del cartel, incluyendo transporte y colocación, ronda los 1.500 euros (algunas fuentes dicen que incluso puede alcanzar los 2.500).

La iniciativa que promueve el Tijeras No pide que el día 7 de octubre -hoy- cada blog escriba una razón para defender el gasto en I+D. La evidente razón suprema es que el indudable esfuerzo económico que supone mantener la inversión en investigación científica en tiempo de crisis merece la pena (lean ese artículo). Sin embargo, creo que en España no estamos preparados para admitir como verdadera esa afirmación, aquí somos más de resultados inmediatos que de esfuerzos con rentabilidad a largo plazo, y esa mentalidad tan generalizada es difícil de cambiar.

Y no sólo eso, sino que es una verdadera lástima por el esfuerzo que se ha hecho durante los últimos años. Hemos avanzado, aunque no tan rápido como se prometía allá por el 2005. Sin embargo, en investigación, si no estás en la cresta de la ola, no existes. No se puede investigar si no estás a la última, creo que es obvio. Es por esa razón por la que cuesta tanto lograr resultados visibles, y también la razón por la que resulta tan fácil quedarse descolgado. Si ahora se decelera el ritmo, nos costará mucho esfuerzo volver a acariciar las crestas de las olas en algunas disciplinas porque habrá que volver a remontar paso a paso. Y en ese caso, el ciudadano sí tendrá razón para recelar del rendimiento de la inversión en I+D.

Unabomber: científico, pensador y asesino

Una mañana de domingo me tropecé desayunando con uno de esos curiosos documentales de La Sexta que hablaba de un tal Theodore Kaczynski, llamado Unabomber por el FBI. Pensé escribir sobre él por aquí porque me llamó la atención el personaje, pero lo dejé pasar. Sin embargo, ayer, leyendo Nocilla Experience, me volví a tropezar con él: tiene por auténticos modelos de vida elevada, de vida esencialmente fermiónica, a Nietzsche, Wittgenstein, Unabomber, Cioran y sobre todo a Henry J. Darger, aquel hombre que jamás salió de su habitación de Chicago.

Theodore Kaczynski es un matemático norteamericano que se graduó en Harvard con sólo 20 años. Poco después defendió su tesis doctoral en la Universidad de Michigan acerca de las funciones límite, en la que resolvió un problema matemático exquisitamente complejo y cuyo aporte muy pocas personas podían valorar (por ella ganó un premio a mejor tesis de matemáticas). En el 67 le ofrecieron una plaza de profesor ayudante en la Universidad de Berkeley y durante dos años desempeñó sus labores docentes mientras publicaba artículos de investigación de notable relevancia.

Sin embargo, en 1969, con tan sólo 26 años de edad, dimitió sin motivo aparente y ahí empezó su verdadera historia. Se retiró a una rudimentaria cabaña que él mismo construyó en los montes de Lincoln, Montana, para vivir una vida alejada del mundanal ruido: con muy poco dinero, sin electricidad, sin agua corriente, sin coche, sin supermercado, sin televisión, cazando, recolectando. ¿Qué razones tiene un científico de renombre para actuar así? Supongo que estaba muy enfadado con la sociedad…

En su retiro, se dedicó a fabricar bombas con las que atacaba a un conjunto determinado de personas: profesores universitarios, agentes de aerolíneas, estudiantes graduados, dueños de tiendas de informática, etc. Sus bombas eran rudimentarias y artesanas, lo que propició que el número de víctimas no fuese demasiado elevado. Pero, ¿qué tenían en común las víctimas? Todas ellas estaban relacionadas estrechamente con los avances tecnológicos. Y es que Unabomber pensaba que las modernas tecnologías erosionaban la libertad humana.

Esa fue su cruzada, luchar contra los avances tecnológicos. Mientras tanto, el FBI lo perseguía en una operación de las más costosas de su historia: toda una organización contra un ermitaño y no eran capaces siquiera de seguir su pista. Llegaron a ofrecer una recompensa de un millón de dólares a quién proporcionase información acerca de tal peculiar terrorista. Durante más de 15 años, Unabomber siguió desarrollando su actividad hasta que en 1995 envió una carta a The New York Times. En ella pedía la publicación de su manifiesto a cambio del fin de la violencia. El manifiesto de Unabomber, titulado La Sociedad Industrial y su Futuro desarrolla la teoría sociológica del matemático y su aversión por el avance tecnológico. Consiguió que lo publicasen en el periódico neoyorquino y en The Washington Post.

A raíz del documento, el hermano de Theodore identifico las ideas y expresión de su hermano como Unabomber. Sobre todo, le llamó la atención una frase que repetía insistentemente Theodore: no puedes querer comerte la tarta y seguir teniéndola. Informó al FBI. Indicó dónde estaba la cabaña. Lo detuvieron. Llegaron a un acuerdo para condenarlo a cadena perpetua y ahí sigue en la actualidad Unabomber, cumpliendo condena por una idea revolucionaria. La historia es muy larga y compleja, en Wikipedia se puede leer en inglés un buen resumen.

P.S. ¡Ah! Quien quiera saber en qué consiste la vida fermiónica, que lea Nocilla Experience.

La elegancia del erizo

La elegancia del erizo consiste en la falsa impresión que causa un erizo, tan espinoso por fuera y tan tierno por dentro, tan sumamente retraido en apariencia y tan encantador en confianza. Y es el título de la segunda novela de la profesora de filosofía francesa Muriel Barbery.

El argumento gira en torno a un inmueble parisino del que la protagonista, Renée Michel, es portera. Se trata de una cintuentona gorda y antipática que oculta su personalidad a los inquilinos del lugar. Es una gran apasionada de la literatura, en especial de Tolstoi y la literatura rusa, de la música, desde Mozart hasta Eminem, y del cine japonés. La otra protagonista es una niña de 12 años, Paloma Jossé, extremadamente inteligente y desubicada en un mundo -y una sociedad- demasiado herméticos. Entre ellas, un personaje masculino que cuadra el círculo del argumento.

¿Y qué cuenta La elegancia del erizo? Cuenta una historia de vidas frustradas encorsetadas que no son capaces de resistirse al viento de lo establecido. Dos soledades absolutas que se redimen entre libros y reflexiones vitales anhelando una vida diferente y analizando con instrumentos de precisión los engranajes de la sociedad acomodada en la que se mueven. Cada una desde una perspectiva diferente dibuja su plano de desesperanza. Y sin embargo, ambas son capaces de entonar un dulce canto a la vida a través de tres importantes «aes»: el Arte, la Amistad y el Amor. Desde un punto de vista humilde y sin intención de sembrar cátedra, ambas intentan desentrañar el secreto de la felicidad a través de las cosas pequeñas, buscando esos instantes de belleza atemporales que hacen que la vida valga la pena más allá de la dureza de los estratos sociales o las marginaciones intelectuales.

Es posible que uno no esté de acuerdo con algunas de las ideas que expresan tanto Renée como Paloma, sin embargo, no se puede negar la madurez de las opiniones y lo adecuadas a cada una de ellas. Las ideas forman parte de los personajes, son ellos. Por último, y como rasgo a destacar, el desenlace de la novela está muy bien logrado, hilado con una fina sensibilidad y rematado con gran emotividad. Una novela recomendable y reflexiva.

La china de su zapato

Era joven, así que la muerte todavía no le emplazaba a una partida de ajedrez, o algo peor. Gozaba de buena salud, como suele ser habitual cuando alguien frisa los veinticuatro. Disfrutaba de los placeres mundanos con su chica desde los dieciocho; y con alguna otra desde que a los veintidós leyó a Wilde y se dio cuenta de que «los jóvenes quieren ser fieles y no lo son; los viejos quieren ser infieles y no pueden» y quiso adelantarse a los pensamientos de su vejez. Salía a menudo con sus amigos, a los que estaba unido a través una relación de lazos fuertes, unas veces más tensos, otras más sedosos. Su trabajo le satisfacía, no era el culmen de la satisfacción personal, pero le permitía llevar una vida desahogada y tener suficiente tiempo libre como para que el estrés no lo rondase.

Sin embargo, había algo que le hacía estar incómodo, como un pinchazo del inconsciente sobre el consciente para que supiese que algo no iba bien, o al menos no tan bien como desearía. Era una perturbación mental que le molestaba especialmente en esos momentos de paz en los que parecía recrearse en lo bien engrasados que estaban los engranajes de su vida. ¿Por qué sabiéndose satisfecho con su vida sentía esa incomodidad incorpórea?

Por mucho que reflexionase no era capaz de llegar al núcleo del dolor. Quizá fuese por el sentimiento de fugacidad de lo que se posee (y el miedo a perderlo), o porque tenía una ambición enterrada bajo su auto-satisfacción que gruñía sin cesar, o porque intuía que no podría dotar de un sentido global a su existencia y, entonces, al fin y al cabo, cada pequeño acierto no suponía más de lo que hubiese supuesto un gran error. Acaso ahí palpaba el quid de la cuestión. Sus decisiones habían sido generalmente acertadas pero no obedecían a un proyecto que lo englobase todo y otorgasen un sentido universal a su vida.

Sayonara Renfe!

Recuerdo cuando te conocí; aquel viernes de octubre del año 2001 en un trayecto Albacete-Ciudad Real. Fue la primera vez que sentí la sensación de estar contigo, y, aunque se me emborronan los recuerdos, sé que me sentía responsable en mi soledad e ilusionado en el destino. Como no conocía tus otros vestidos, ese de regional pensé que te sentaba de fábula, cómodo y pragmático.

Desde entonces han pasado muchos años y muchos más viajes a lo largo de la península. No tengo demasiadas quejas de tu comportamiento y, de hecho, conozco a gente mucho más impuntual que despotrica de tus tiempos. Si bien no puedes compararte con tu homóloga alemana o austriaca, tengo claro que a la italiana la dejas a la altura del betún, aunque todos sabemos que las comparaciones son odiosas.

Mirando atrás recuerdo muchos momentos, sobre todo de reflexión, mirando por la ventanilla con la cabeza reposando en el cristal -frío- y la mirada desubicada. Eres un buen lugar de reflexión porque llevas hacia algún sitio y, por tanto, la mente dibuja el destino y el objetivo, o se vuelve, lo que conduce a la sedimentación de lo vivido o trabajado. Recuerdo los nervios aquella vez que me llevaste a Málaga y no tenía a nadie esperando, el móvil sin cobertura, el alojamiento en lugar desconocido, los bolsillos vacíos de monedas, y era de noche. Ese viaje se hizo interminable. Pero como eres condescendiente, a la vuelta me colocaste junto a una guapísima culiparda que compensó el tiempo del viaje de ida. Recuerdo también aquel día que me hiciste dar una vuelta por la península hasta alcanzar mi objetivo, pero incluso en esa ocasión fuiste indulgente conmigo y me permitiste disfrutar de La maldición del escorpión de Jade. O aquel largo viaje a Mieres, esta vez acompañado, en el que descubrí que llevabas otro pasajero que también leía El gaucho insufrible, curioso.

Luego llegó tu época más lustrosa, más veloz, quizá menos romántica. Supongo que tu velocidad es signo de los tiempos que corren, tan urgentes, tan en línea recta. Pero incluso ahora das lugar a algún descubrimiento, como cuando aquella señora nos explicó quién era la diosa Kali en el hinduismo, nosotros que sólo la conocíamos por jugar al Munchkin. O como cuando aquella chica me explicó lo que significaban para ella escritores tan distantes como Dan Brown y Hermann Hesse.

Supongo que echaré en falta la incertidumbre del compañero de asiento, pero me temo que a partir de ahora me verás mucho menos. Sayonara Renfe!

Donostia-San Sebastián

Hoy he sabido que esa ciudad vasca tan burguesa y elegante se llama oficialmente Donostia-San Sebastián, así, juntito, para ver si la proximidad en el nombre se traduce en concordia política (eso sí, el gentilicio es donostiarra, uno a cero)…

Siempre digo que San Sebastián es una de las ciudades más atractivas de España. Su panorámica desde el Palacio Miramar es absolutamente cautivadora, con la bahía de La Concha encerrada entre los montes Igueldo y Urgull, la isla de Santa Clara levantada en mitad de la bahía, la playa de Ondarreta junto a sus palacetes barrocos y la playa de La Concha vigilada por una cadena de construcciones casi imperiales. Sólo por esa vista San Sebastián ya merece la pena, y supongo que el señor del sombrero blanco de la imagen también lo pensó porque estuvo horas sentado en ese banco. La bahía, además, se puede pasear en un largo paseo marítimo que termina en el célebre Peine del Viento.

Llegó temprano, supuse que sabía que el día sería soleado, y se sentó en un banco acorde a su vestimenta. Parecía un tímido personaje de Esperando a Godot, pero él no era un vagabundo. No sé si era la primera vez que iba o era un ritual, pero estuvo mucho tiempo sentado. Su mirada me hacía suponer que intentaba ser consciente de sí mismo a través del gozo visual, como si viese reflejado el fundamento de la existencia en las vistas, tan maravillosas. Que llevase allí tanto tiempo me desconcertaba, máxime cuando el calor debería haberlo convencido en poco tiempo de cobijarse a la sombra. No se inmutaba ni cuando pasaba por allí alguna donostiarra de chapeau. Sin embargo, él parecía ajeno a todo lo que le rodeaba, como si hubiese alcanzado un nirvana terrenal. Cuando la curiosidad me superó, me acerqué. Estaba leyendo. Como drogado inmerso en la lectura de uno de los libros de Stieg Larsson, ¿tanta adicción provocan? ¿dejan secuelas?

Lisboa, romanticismo sucio

Fernando Pessoa, uno de los lisboetas más célebres, me enseñó hace años en su Libro del desasosiego (absolutamente recomendable) el lado oculto del romanticismo: «la mayor acusación contra el Romanticismo no se ha formulado todavía: es la de que representa la verdad interior de la naturaleza humana. Sus exageraciones, sus ridiculeces, sus poderes varios de conmover y de seducir, residen en que es la figuración exterior de lo que hay más dentro en el alma, más concreto, visualizado, hasta imposible, si el ser posible dependiese de otra cosa que no fuese el destino».

Algo así es Lisboa. En cualquier guía de viajes se pueden leer alabanzas al romanticismo de Lisboa, «una de las capitales más románticas de Europa junto a París y Praga»; sin embargo, quizá su apariencia descuidada decepcione al visitante, porque en Lisboa no hay un Montmartre ni un Puente de Carlos, en la Plaza del Comercio huele a fango y a la orilla de la desembocadura del río Tajo, las ratas, las palomas y las gaviotas se afanan en conseguir el mejor bocado. Quizá Pessoa se refería a eso cuando hablaba de «la verdad interior de la naturaleza humana», esa convivencia entre ratas y ratas del aire.

Lisboa nocturna

Lisboa, como el romanticismo, conmueve y seduce. Desde la sinceridad de saberse una ciudad sin joya de la corona, de tonos grises y fachadas desatendidas, Lisboa muestra una sinceridad conmovedora. Podría ser una ciudad esplendorosa si el Castillo de San Jorge fuese más imponente, o si la Torre de Belém pareciese indestructible, o si en la desembocadura del Tajo brillase el agua, o si los miradores no se viesen salpicados por antenas de televisión poco discretas, o si el elevador de Santa Justa fuese algo más que un ascensor célebre. Pero Lisboa es seductora tal cual, como una joven esbelta que llevase zapatos sucios y melena desordenada.

Lisboa, como el romanticismo, es exagerada y ridícula. En esta capital, las calles son más atractivas cuanto mayor sea el desnivel de las cuestas. Tanto en el Barrio Alto, como en el Chiado o en la Alfama, el viajero goza del sufrimiento de afrontar cuestas imposibles y escaleras interminables; como en el amor, donde el padecimiento se torna perseverancia y desemboca en amor propiamente dicho. En concreto, merece la pena la ascensión desde la Baixa hacia el Castillo para comer en O Eurico y tomar una copa nocturna en la terraza de Chapitô. El primero, una tasca diminuta y familiar de trato simpático y precio barato donde degustar bacalao, doradas o sardinas como hechas en casa. El segundo, un local muy conocido, luego abarrotado, donde puedes tomar desde una cerveza a cenar, desde bailar a observar Lisboa desde el mirador propio.

Lisboa, sin embargo, es lo que hay más dentro y no la figuración exterior. Lisboa es una ciudad desnuda con dos atractivos brazos, el Puente 25 de abril y el Puente Vasco de Gama, el más largo de Europa con 17 km. de longitud. Lisboa se deja tocar y sentir, con sosiego. Igual que Pessoa, que abandonó su desasosiego literario para apostarse en la terraza de la cafetería O Brasileira y disfrutar del trasiego de la gente en Baixa-Chiado, porque ya hay bastante metafísica en no pensar en nada.

Confluencia de tangentes

Esta tarde he leído y he escrito. He leído acerca del espacio exterior en Una breve historia de casi todo (altamente recomendable para ensanchar miras) y he escrito acerca de Cooperación al Desarrollo. La confluencia de pensamientos en torno a ambas temáticas, tan alejadas, me ha impactado bastante.

El Universo. Somos un planeta pequeño, de unos 40.000 Km. de circunferencia y poblado por unos 6.700 millones de personas, que gira en torno al Sol, la estrella que nos da la vida y que es más de un millón de veces más grande que la Tierra. El Sol se encuentra a unos 150.000.000 Km. de aquí, es decir, muuuy lejos. Sin embargo, se trata de una nimiedad comparado con la estrella más cercana a nuestro planeta, que es Alfa Centauri y se encuentra a 42 millones de millones de Km., se dice pronto. En nuestra Galaxia, la Vía Láctea, se estima que existen entre 200.000 y 400.000 millones de estrellas, así que la más lejana debe estar bastaaante lejos. Relativamente, claro, porque la Galaxia más cercana es Andrómeda y se encuentra a unos dos millones de añoz luz de distancia, puffff. Pero es que los astrónomos creen que existen unos 500 mil millones de galaxias. Seguro que a alguna de esas no se puede ir a pie. Se estima que el tamaño del Universo es de unos 93.000 millones de años luz, que es una cantidad que no podemos acercarnos a imaginar.

Si hacemos un gran esfuerzo mental podemos concluir que somos muuuy pequeños. Si procuramos ser conscientes de nuestro tamaño real dentro del Universo reflexionando un rato, por contra, concluiremos que somos tan insignificantes como Nada. Si la Tierra fuese el Universo, este planeta no sería ni siquiera un grano de arena de playa. Es difícil de imaginar.

La Tierra. De cada 100 personas que habitan en el mundo, 61 viven en Asia, 14 en África, 11 en Europa, 9 en América Latina, 5 en América del Norte y menos de una persona en Oceanía. Además, 16 viven en pobreza extrema (menos de un dólar al día), 28 no tienen acceso a agua potable, 30 padecen anemia, 13 son analfabetos y 76 no son usuarios de internet, por poner un ejemplo (obviamente, estos datos no son excluyentes).

Si hacemos un esfuerzo mental, y pensamos que tenemos la nevera alimentándose de la corriente eléctrica junto a un grifo por el que sale agua potable mientras leemos estas líneas en internet, podemos concluir que somos muuuy afortunados.

¿Insignificantes y afortunados? No lo sé, porque me sigue preocupando que la gasolina cueste 1,09 en vez de 1,02 y que me tengo que cortar el pelo este fin de semana sin falta.

Entretanto Cristiano Ronaldo ha sido presentado hoy ante el clamor de 80.000 personas ilusionadas por un trozo de cuero que entra alguna vez entre tres palos. Cosas de la insignificancia y de la fortuna.