Oropéndola DJ en La Pesquera Tonight


Oropéndola vista en este rincón.

Si me das a elegir
entre tú y mis ideas,
que yo sin ellas
soy un hombre perdido, ay amor,
me quedo contigo.

[Me quedo contigo, Los Chunguitos]

Ver una oropéndola en la pesquera llama tanto la atención como ver un payaso en un funeral. Espléndidas oropéndolas de color amarillo chillón revolviéndose entre chopos viejos de ramas secas en un entorno áspero y ocre bajo el sol impío del verano manchego. Vuelan por la pesquera ajenas a la realidad e ignorando que este atípico verano es de duelo y de miedo y que tendrían que cobijar su pecho brillante bajo sus discretas alas negras y cambiar su canto de merengue a gregoriano. Y, sin embargo, han nacido para brillar y destacar entre nuestra mediocridad, y gracias que la evolución les ha enseñado a mostrarse esquivas a la vista de los depredadores. La vida misma.

Tal y como está el patio del circo lo raro es que no se le haya ocurrido a algún iluminado independentista reclamar el fastuoso amarillo de la oropéndola como patrimonio de sus ansias políticas. Si nos dan a elegir entre una oropéndola y Puigdemont la disyuntiva se decanta en un instante: la belleza innata versus la psicopatía fanática. No exagero: hace miles de meses, en marzo, ya hubo pataleta entre simpatizantes de ERC porque el Gobierno de España había rotulado el lema contra el coronavirus («Este virus lo paramos unidos») en amarillo y negro, colores oropéndola, y para más inquina con la palabra «virus» en amarillo. Tuvo que salir un señor serio y enjuto a justificar el uso de los colores recurriendo a la convención internacional y alegando que una bandera amarilla y negra en una embarcación ha significado históricamente «barco en cuarentena». Si pensáis que Cataluña es algo así como un barco en cuarentena es cosa vuestra.

Este virus lo paramos unidos. Hemos apuntalado el aspecto cromático del lema pero me daría pavor afrontar el enfoque semántico. Qué paradigmática esa reivindicación de «pararlo unidos» como si se tratase de una batalla de braveheart en la que tuviésemos que combatir hombro con hombro; no respetamos la distancia de seguridad interpersonal ni en las consignas. Tuvieron ese mínimo pudor de no definirlo como «Unidas Podemos parar el virus». Más desafortunado, si cabe, fue el eslogan gubernamental de finales de mayo: «Salimos más fuertes». Pensé que era una broma; aunque en las escuelas de publicidad enseñen a usar la herramienta del shock para campañas exitosas, en este caso atacaban a puñal nuestra inteligencia más básica: ni hemos salido, ni somos más después de tantos fallecimientos, y mucho menos más fuertes vista la coyuntura política, económica y social que nos toca afrontar.

Cuesta adivinar qué historia estamos pintando. Parece evidente que no la de los hechos sino la del relato guiado, la versión edulcorada y moralista de una realidad despiadada, aunque parece difícil intuir cómo se evaluarán estos tiempos con el transcurrir de las décadas. Quisiera ser pesimista pero esta noche habrá concierto de Oropéndola DJ al fresco y ofreceremos toda nuestra energía para que los djs sigan mostrándose como un oasis de vitalidad en este desierto de desidia.

Houellebecq Insumiso


Trashumancia en dirección Teruel en el solsticio de verano.

La raíz que tú arrancaste
no ha crecido nunca más.
Nadie vino de esa tierra fría
a llorar tu funeral.

[Romance de la plata, Christina Rosenvinge]

Agradezco haber devorado Sumisión a pecho descubierto, sin ir provisto de armas ni del lápiz de subrayar y anotar. Una lectura fugaz para huir del miedo sociológico. Habría sido, esta vez, un combate fatigoso, el lápiz contra las páginas de la novela, contra unas páginas que contienen tanto de una sociedad en decadencia, de una civilización al borde del abismo de la pereza y de la rendición, de un gremio débil contra las cuerdas, de la sumisión de la intelectualidad a la sexualidad, del alcohol como único refugio, del nihilismo suicida que impregna un fundado pesimismo ante el futuro político y el nuevo orden mundial.

Cuando mi hijo me preguntaba qué estaba leyendo le decía que la historia de un señor que no tiene mujer, ni novia, ni padre, ni madre, ni hijos, ni trabajo, ni coche, ni bici, ni apenas amigos. Me miraba triste, con sus dos años y medio, y se iba desinteresado a colocar los números del puzzle en el tren. Y ahí me quedaba yo, a solas con François, temeroso de que se quitase la vida tras el propio suicidio de la civilización europea post grandes guerras, ratificado en la autopsia del historiador británico Arnold J. Toynbee. Él jugando y yo sufriendo.

El viejo cabrón de Houellebecq es un prestidigitador o es un estafador, conclusión poco original para definir siempre al autor de una distopía. Sumisión pasa a la cumbre de lo que he leído del autor junto a El mapa y el territorio, y por encima de Las partículas elementales y Plataforma. Al francés le encanta hacer malabares sociológicos por no decir que aspira a abofetear nuestra ignorancia, inocencia y pereza.

Cuando me sienta preparado, me armaré de lápiz e ideas para enfrentarme otra vez a Sumisión y a Houellebecq. Espero sobrevivir.

P.S. Escuchad la canción de Christina Rosenvinge, un tema terrible y que ella tan bien introduce cuando lo toca en directo, apoteosis de poco amor a un padre.

El Miedo


Las farolas que nos alumbran corren peligro.

Mi soledad se siente acompañada,
por eso a veces sé que necesito
tu mano.

[Yolanda, Pablo Milanés]

Nos aturden toneladas de noticias que, por aplastante exceso, terminan por desnortar la esencia de su sentido. Queremos repasar toda la actualidad mirando la web de un digital y, al terminar y llegar a los créditos del pie, ni nos acordamos de las tres noticias más relevantes del día. Peor todavía en redes sociales como twitter donde los fogonazos son tan impactantes que ya nada impacta y, a la postre, ni nos preocupamos en sospechar la tendencia de la mayor (por algún trastorno no identificado guardo con mimo likes y retuits para revisarlos de forma periódica, dicen mucho de cada uno de nosotros). Y así, el tiempo va creando una masa informe y gris de información inútil y olvidadiza.

No obstante, a poco que uno levante el pie del acelerador, se perciben derroteros nítidos, y deprimentes. Resulta ya inevitable admitir que hemos asistido -impertérritos- a la liquidación de la moderación política y social. Queda fuera de juego todo aquel que prefiera argumentar a lanzar consignas, todo aquel que renuncie a manipular de forma interesada las emociones de los ciudadanos, todo aquel que tenga dudas en sus convicciones, todo aquel que cuestione la disciplina cada vez más encorsetada de los partidos, todo aquel que mezcle opiniones de distintos sectores para conformar su criterio propio, todo aquel, en definitiva, que no sea amigo del populismo y la demagogia.

El perfil del político que se abre paso se caracteriza generalmente por hacer declaraciones broncas que puedan sonsacar la aprobación de los suyos en un corte de vídeo o audio de menos de un minuto; a ser posible con carga emocional y exprimiendo comparaciones poco fundadas pero de impacto mediático. Así, de esta forma, se alimenta una polarización cada día más nítida que hace las delicias de aquellos políticos que convierten odios comunes en simpatías personales. Pablo Iglesias o Santiago Abascal son maestros en esta no muy digna materia, y lo peor es que ambos son muy inteligentes, aunque su inteligencia esté al servicio de intereses menos éticos. A Pablo Casado, al contrario, le cuesta jugar al trending topic porque sus discursos son habitualmente elaborados y serios, con contenido y fondo; y a ver quién se detiene a analizar declaraciones completas pudiendo valorar treinta segundos. La exposición mediática es tan abrumadora que todos los argumentarios quedan sepultados bajo la losa de una frase ingeniosa. Detrás de la inmediatez y el mensaje de azucarillo, a ser posible radical, solo queda el oasis de horror.

Que el odio y el enfrentamiento visceral cada vez tengan más prestigio da miedo, y el miedo es el ingrediente mágico del cóctel del desastre. Manifestaciones multitudinarias alentadas por mensajes de odio, derribo de estatuas y anulación de homenajes del pasado que cuestionamos con una superioridad moral inaudita y terrible, banalización de las vidas perdidas y sepultadas bajo manifiestos intereses políticos, infantilización de las instituciones mediante leyes improvisadas y publicidad institucional sesgada de forma vergonzante, manipulación de medios de comunicación tanto públicos como privados ya sin ningún tipo de pudor, gobernantes mentirosos compulsivos como Pedro Sánchez o hipócritas interesados como García-Page, aficiones encantadas de enarbolar su bandera sin ambages y en consecuencia sin ningún interés en depurar una opinión propia. El periodista David Jiménez ha tratado este tema con buen ojo en el artículo de opinión Cómo derrotar al odio publicado esta semana en The New York Times.

Cuando gente como Borja Sémper o Eduardo Madina argumentan su decisión de abandonar la política se les entiende sin necesidad de abrir la boca. No valoramos que sean mejores o peores políticos, solo su sentimiento de desorientación y rendición. Lo difícil, sin embargo, es aguantar y torcer siquiera un grado el ángulo de la tendencia al abismo. Aunque estemos en la línea del fuera de juego y sean muchas toneladas de tren imparable.

Abubilla Atropellada


Biodiversidad: tordos y antenas.

Los que no participan de las injusticias,
no miran a otro lado.
Los que no se acomodan,
los que riegan siempre su raíz.

[Girasoles, Rozalén]

A la vuelta de Briones nos acompañó la abubilla revoloteando entre las carrascas de las lindes. A tus impacientes llamadas ella contestaba con su u-pu-pu u-pu-pu mientras atravesábamos raudos y prisa-prisa con la bici eña el camino repleto de «margaritas metepatas» que sembraron a conciencia tus tíos antes del encierro y que ahora florecen entre las rodaduras de tierra. Distingues los pinos de las carrascas, señalas el cereal granado diciendo «cerveza, pan, galletas, espaguetis» y las cepas de las viñas identificando «uvas y vino para papá». Nunca cazas con la vista los lagartos ocelados que atraviesan las pistas porque andas con la mirada perdida calculando los huevos de las gallinas que cogiste ayer y soñamos con ver juntos un jabalí huidizo o un elegante corzo que, de momento, nos son esquivos. Se supone que el pueblo está hecho a la medida del hombre y la ciudad a la medida del producto, del número, detalle que ignoramos porque no necesitamos etiquetar ni, por supuesto, desdeñar diferencias más allá de bendecir la posibilidad de elección. Para qué preocuparnos por intangibles pudiendo centrarnos en que Sesar nos traiga un árbol de piruletas de chocolate de Tarancón y plantarlo en la parcela de los pinos y que agarre bien y tener, de cara al otoño, buena cosecha de piruletas de chocolate.

El mundo es cada vez más piramidal y más líquido y más frágil, menos atractivo. Y mientras miserablemente se están los otros abrazando con sed insacïable del peligroso mando, tendidos a la sombra estemos cantando y merendando sandía con fanta de río. Ahora ya es tarde, demasiadas carencias en filosofía para aprender a pensar y demasiadas carencias en matemáticas para aprender a investigar. Demasiados escrúpulos para profesionalizar la instigación y demasiados frentes abiertos para abordar el objetivo de guerra a pecho descubierto.

El viernes en la carretera detecté una abubilla atropellada en el asfalto, supongo que no era la que nos acompañó en nuestro paseo en bici.

El Gigante Enterrado


Gigante.

No hay canciones en la radio que hablen de lo que soñamos.
No hay futuro, ya ha pasado,
El presente no se ve…
Nunca vamos a volver.

[Nómadas, La Maravillosa Orquesta del Alcohol]

Me lo recomendó el mismo cura que me dio a conocer a Sándor Márai: El Gigante Enterrado, de Kazuo Ishiguro. Me lo apunté en «la» nota del móvil porque prometía y lo que no apunto se pierde en la niebla, y lo que se diluye en la niebla no sabemos si es bueno o si es malo o merecía la pena. Ishiguro, británico de origen japonés, reciente premio Nobel en 2017, editado en los Compactos de Anagrama, aventuras épicas, historia medieval, razones suficientes para abrir el apetito.

Cuando terminas de leerlo sabes que es uno de esos libros que siempre te van a acompañar. Ni siquiera tienes fuerzas para esbozar una síntesis del argumento, que en realidad se reduce a una historia lineal del viaje de un viejo matrimonio britano en busca de su hijo ambientado en la Inglaterra medieval. Como en cualquier viaje, Axl y Beatrice se tropiezan con aventuras y personajes que van hilvanando una trama inolvidable.

La prosa es sencilla y poco dada a la floritura, paradójicamente poco épica para un libro de aventuras. Las descripciones se caracterizan por su sobriedad, como si el autor quisiese despojarse de todo lo innecesario para que el lector se centre en lo esencial, ¡y la esencia es tanta! Se podría decir que tiene tono de fábula pero soy reacio al moralismo. Ishiguro nos habla del amor eterno de una vida de matrimonio, del necesario olvido, de los odios enterrados que pueden prender en cualquier momento inesperado para desatar guerras, de buscar un sentido a la vida a través de una misión concreta, de los miedos a lo que no se conoce y cómo les damos forma, de rendir cuentas sobre lo vivido antes del final, y del dragón hembra Querig que marca su territorio desde su atalaya en la montaña.

Emosido Engañado


Atardecer en La Poveda.

Yo soy todo lo que quieres
cuando todo lo que tienes
no te basta.

[Joana, Xoel López]

Stefan Zweig era buena gente, digo yo. Nacer en una familia rica siempre te da facilidades para ser buena gente, e incluso para tener preocupaciones tan atractivas como coleccionar incunables o no perderte ningún estreno musical en tu ciudad. Y si tu ciudad es Viena a principios del s. XX, cima de la música y la cultura y el teatro, entonces eres uno de los seres más afortunados del mundo. Incluso si viene una guerra mundial siempre tendrás opciones de salvoconducto para camuflarte en Suiza, volar a Gran Bretaña o, en última instancia, refugiarte en Brasil. Te puedes permitir el privilegio de ser amable y caritativo, de ser buen amigo de amigos como Rilke y, si eres tan inteligente como Stefan, de mostrarte como un visionario ante la compleja perspectiva social que produce un giro político desordenado. Al final puede traicionarte o la sensibilidad o el miedo.

El día que supe que Stefan Zweig se había suicidado en 1942 junto a su esposa en Brasil por temor a que el nazismo se extendiese por todo el mundo se me derrumbó un mito. Puedes ser ejemplar toda tu vida y que tu obra te avale como indispensable pero no pidas que tenga fe en ti. Su nota de suicidio: «creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra». Dicho de otro modo: me gusta escribir y adoro la libertad pero el miedo a Hitler es más grande que la literatura más la libertad más el miedo a la muerte.

También está Roberto Bolaño, pobre de misericordia, emigrante desamparado. Tuvo que pasar hambre fijo. Su bibliografía está jalonada de pobres, de putas, de gente que hace lo que puede por sobrevivir, para sobrevivir, de gente como Lorenzo, «es difícil ser artista en el tercer mundo si uno es pobre, no tiene brazos y encima es marica» o como Hans Reiter, que «no parecía un niño sino un alga». Él mismo trabajó en lo que pudo para subsistir, lavaplatos, vendimiador, mucho tiempo como vigilante nocturno en el camping Stella Maris. Había épocas en las que se le acumulaban los cafés a crédito en su cafetería habitual de Blanes; no tener para pagar un café es un listón bajo. Su vida y su libertad estaban por encima del dinero, por simplificar. Podríamos interpretar de algunos de sus textos que desdeñaba el dinero, su órbita giraba en torno a la poesía, sentido y sensibilidad. Hasta que nacen sus hijos y entonces sabe que con la poesía no va a poder comer pero con la prosa quizá sí.

Y hete aquí que se va a morir de insuficiencia hepática y, antes de que arrojen al Mediterráneo sus cenizas, deja dispuesto que 2666 se publique en cinco tomos diferentes para poder garantizar la solvencia financiera de sus dos hijos, Lautaro y Alexandra, ad aeternum. No tienes para pagar un café esta tarde pero quieres asegurarte de que tu hija pueda remodelar la cocina dentro de treinta años.

También está el húngaro Sándor Márai, descendiente de una familia acomodada de origen sajón que pudo disfrutar de viajes de juventud por Europa. Una vida de éxito literario al nivel de Stefan Zweig y respeto social que termina como emigrante en California. Un humanista que se suicida con 88 años: se pega un tiro en la cabeza a los 88 tacos. La soledad como catalizador de la muerte. Joder, que nos hablaste de cosas bonitas en muchas de tus novelas, que fuiste un referente en los asuntos de importancia, que te leímos en casa durante una época con fervor, y al final te rindes.

Emosido Engañado. En el momento de la verdad, parece, el miedo vence al amor, el dinero vence a la literatura, la soledad vence a la amistad. Convivimos con la decepción. Presté mi coche y me lo devolvieron con gasoil bonificado y muchos kilómetros. Confié en la oposición y me colaron un gancho. Pasé apuntes en la universidad y el viernes que la resaca me jodió la mañana nadie se levantó a cogerme el testigo. Presté dinero y se evaporó. La lealtad me la devolvieron con marginación y los favores con traiciones. Pero seguiremos siendo antes ilusos que desconfiados.