Órgano XVIII, Villaescusa de Haro 2011.
«Mi alma es una orquesta oculta; no sé qué instrumentos tañe o rechina, cuerdas o arpas, timbales y tambores; dentro de mí. Sólo me conozco como sinfonía».
[«El libro del desasosiego», Fernando Pessoa]
Sí, eso decían en el cole, que se trataba de «crear» música, de poner las notas alineadas, corcheas, semifusas, redondas y silencios para crear ritmos que rasgasen las fibras del alma. Como si fuese tan fácil, como si nuestras cuerdas sensoriales se excitasen por una nota musical arbitraria y vibrasen en la cueva de camino al alma y su eco retumbase en nuestro interior transmitiéndonos una paz indefinible. Pensar eso es creer que uno puede agarrar las fichas del Scrabble y arrojarlas al suelo para que formen un cuento de Borges. Las notas y las letras, tan íntimamente unidas en su unidad indivisible de expresión. Otra vez viene Bolaño: «El silencio comenzó a hacerse cada vez más insoportable, como si en su interior, en el interregno del silencio, se estuvieran formando lentamente las palabras que se laceran y las ideas que laceran, lo que no es un espectáculo o una danza digna de contemplar con displicencia.» El silencio que torna palabras que expresan ideas, luego existe un mundo callado en el que aguardan las ideas a que alguien las traiga en unos raíles de palabras o de música. Lo que no sabemos es si ese mundo es común para todos o cada uno tiene el propio, porque en este último supuesto debe haber algunos universos deshabitados, universos vírgenes aptos para la siembra de dogmas o refranes trasnochados o prejuicios aprehendidos. Y llegados a este punto Wagner apenas sabe si es huérfano o no tiene futuro por más que le insistan en que lo prevenga y labre. Por eso decide alinear con disciplina marcial su ejército de notas y despreocuparse de que sus órdenes formen una sinfonía de futuro arrebatador. Simplemente una orquesta oculta que transmitirá su voluntad.