10.000 horses can’t be wrong

Goal
Capilla del Convento de los Dominicos a la intemperie.

Si la naturaleza le ha creado como murciélago,
no pretenda ser un avestruz.

[Demian, Hermann Hesse]

¡He perdido mi gotita de rocío!
Dice la flor al cielo del amanecer,
que ha perdido todas sus estrellas.

[Rabindranath Tagore]

«Diez mil caballos no pueden estar equivocados» titula Simian Mobile Disco uno de sus discos. Y me lo cuestiono. Muchos miles de españoles van al cine a ver «Pringados en autobús», muchos miles escuchan a Andy y Lucas incluso en la intimidad, muchos miles sólo (con tilde, maldita RAE) han leído «El código Da Vinci» y esperan otro best-seller de esas hierbas para agarrar una novela. Creo que esos «miles» son los mismos repetidos, lo cual no daría para una minoría absoluta como decía Juan Ramón Jiménez sino para una aproximación a la nulidad absoluta mayoritaria. En esa denominación también entran, sin prueba de acceso, los que no arrancan los protectores de plástico de las pantallas de aparatos electrónicos, los que no beben cerveza en verano, los que bajan en ascensor para salir a correr y los que han «empezado» a ver The Wire «alguna vez». Ayer me tropecé con un soplo de esperanza cuando vi que The Wire tenía una valoración media de 8,8 en FilmAffinity. Minipunto para la dictadura de la democracia, la mayoría.

Paréntesis. Treme también tenía muy buena puntuación, merecida. Empecé a verla por David Simon con gran escepticismo por su «parto» anterior, y qué injusto fui. Nunca he escrito sobre Treme porque es una serie donde el hilo argumental lo entretejen los sentimientos de un abanico de personajes que se vuelven carismáticos al espectador a medida que van pasando los capítulos. Y cuando terminé la segunda temporada estaba tan impactado que ni me atreví a plasmarlo en una entrada. Sólo escuchaba de fondo el sonido del estribillo del himno de guerra del Gran Jefe y el trombón de Antoine Batiste y el violento discurso político de Bernette a través de YouTube y la dulce voz de Annie cantándole al viejo Harley, cuya guitarra tenía una pintada en su cajetín en la que se leía This machine floats. En Nueva Orleans, tras el Katrina. Y no es que todos esos personajes se vuelvan carismáticos de repente, simplemente son personas normales con comportamientos normales: puedes tener que emigrar si tu negocio no funciona o puedes enamorarte sin remedio y ser correspondido, y entonces el enamorado tiene que acercarse periódicamente al buzón de la emigrante para recoger la correspondencia. O puedes ir a pescar para alejarte de tus fantasmas y hacer terapia anti-drogas. Puede parecer paradójico pero lo cotidiano es emocionante. Treme es sensible, no vayas sino a acariciarla. Fin paréntesis.

Diez mil caballos suelen estar equivocados. Trotan en la dirección del caballo con jinete. Y aunque el jinete desconozca el deseo de la manada trotona, esa masa fluye como un líquido en el que él mutase en atracción gravitatoria para darle consistencia. Eso no es sumisión, es física y es naturaleza. El problema aparece cuando un avestruz monta al caballo y una cría de koala se agarra al cuello del avestruz y sobre ella un murciélago descansa sosteniendo una garrapata en una de sus alas plegadas. El problema viene cuando la garrapata decide el designio de diez mil caballos. El pivot griego del Barça se llama algo así como Microcefalidis, perfecta denominación para nuestra garrapata.

En ningún momento la garrapata prometió a la manada que los guiaría al paraíso. A Microcefalidis no le interesa la justicia ni el destino, si es que esas cosas se pudiesen definir. Tampoco yo he prometido a la bandada de palomas una vivienda digna en lo alto del convento de los dominicos de forma perenne. Un día, más pronto que tarde, deberán emigrar y abandonar sus panorámicas de lujo. El cielo como apetecible destino, aunque el amanecer le robe las estrellas y le deje el sueño. Tanta paz llevéis como palomina dejáis.

A mí tampoco me prometieron vivienda perenne, ni siquiera me lo prometió la garrapata Microcefalidis, y mejor así porque en tal caso dormiría siestas largas. Cada vez más largas. He llegado a la edad en la que el dinero sobrepasa a la gente trabajadora de mi generación, y por eso piensan si el ratio coste-disfrute merece la pena en una excursión, compran por internet porque cuesta tres con cincuenta más barato y echan cuentas hasta que convierten hipoteca y futuro en dos palabras sinóminas. Cínico el que lo niegue. Poner la vista en el mañana es innegociable, pero sin coartar el hoy. Me enamoró esa frase que leí hace pocos días: «acumular dinero es comprar la inocencia de tus hijos.» Ahora te toca calibrar el valor de la inocencia y de la libertad, tarea no trivial.

Tengo que abandonar el telediario y la prensa. El Papa admite la existencia de un lobby gay en el Vaticano. Un desvariado asesina y descuartiza a su mujer y la congela junto a las croquetas. Snowden certifica que Obama lo sabe todo de nosotros gracias a un despiadado espionaje de nuestra intimidad. Aparece la rabia. Messi nos roba. Mandela se desgrana. Grecia clausura la televisión pública. Tengo que acordarme de sintonizar Teledeporte.

Y por encima de la inocencia y la libertad, decíamos, está la música, que es el elemento básico que transmite un sentimiento pleno y lo inyecta en los sentidos para excitar nuestra existencia. La única literatura auténtica se concentra en la música: filtra lo superficial y genera una esencia estimulante universal que remarca el swing del tiempo absoluto. Nadie es inmune a la música a no ser que sea un mutilado sensorial.

Nadie, ni siquiera de forma consciente, podría ser inmune a tu mirada certera y a tu lengua que me hace cosquillas en una noche fría. No hay futuro porque el presente lo abarca todo, como si el hoy envolviese el tiempo y la ilusión en un satélite que eclipsase lo cotidiano. No desvirtúes su giro, rotación y traslación, que fuerzas invisibles lo guían. Encima de la garrapata estaban las palomas, y encima la vivienda digna, luego la música, y sobre todas las cosas, un satélite en compás de dos por cuatro. He cogido Rayuela para ponerte una frase ingeniosa, pero no eres la Maga y no requieres mi inocencia, ni me necesitas como dirían The Smiths, ni soy inmune al giro astronómico a ritmo de bachata.

Too old to lose it

Retablo de Massimo's
Retablo de la Capilla de Massimo’s Cocktail.

Como aquella broma en que al pasar delante de una funeraria
nos decías «agachaos, no vaya a ser
que os tomen las medidas.»
Ese era tu consejo, tu sabio consejo,
y no estuvo mal, pero se te olvidó algo importante:
tú también tenías que agacharte.

[El ángel Simón, Nacho Vegas]

Al hilo de lo publicado en vísperas del fin del mundo del 21 de diciembre por un amigo en facebook despidiéndose de todo, me ha dado por recordar qué ha supuesto a nivel personal este año; o sea, egopost. Ya tendré tiempo de arrepentirme.

A grandes rasgos, mirando atrás, apenas he leído, ni descubierto música atractiva más allá de redescubrir a The Flaming Lips y Pulp y conocer a Remate y The XX, he viajado mucho menos que los años anteriores, por primera vez en mucho tiempo no he cogido ningún avión en todo el año, no he intentado una media maratón y ni siquiera fui capaz de terminar la carrera de bicicleta de montaña del pueblo por lesión muscular. Y este blog lo tengo casi abandonado.

Pero supongo que no todo han sido pérdidas.

Por fin he aprendido a morderme las uñas.
Bailé delante de todo el pueblo un chá-chá-chá para demostrar mis avances en la clase de bailes de salón.
Recibí un sms con 7 puntos suspensivos y fue, diría, el más importante del año.
Coreé el nombre del Pipita en la primera fila del Santiago Bernabéu el día que se celebraba la liga.
Degusté una francesinha en la Praça da Liberdade de Oporto regada con una Super Bock.
Me guiñó el ojo con un gesto de complacencia repetida la mujer posiblemente más poderosa de España.
Conocí el frío absoluto paseando por Canfranc un sábado de febrero por la noche.
Intenté disfrutar sin conseguirlo de Manzanares y Castella en la plaza de Albacete por causas diversas.
Me acordé muchas veces de ti.
Encontré un trabajo digno y estimulante nada menos que en el punto álgido de cifras de paro regional y juvenil.
Me disfracé con toda la dignidad posible de conejito, a pesar de las dificultades en forma de tambor de juguete y pintura rosa.
Me tiraron un pasquín político ofensivo pero tenía la conciencia tranquila; poco después llamé con todo mi alma mentirosa y mala a la portavoz de la oposición en el pleno.
Planté carrascas y pinos junto a los niños del cole, y de vez en cuando voy a ver cómo crecen al Toyo y pienso en si hubiese escrito los mismos libros o tenido los mismos hijos.
Probé la carne de ternera de Kobe, aunque fuese en forma de hamburguesa.
Me he equivocado muchas veces.
Perdí dos novelas en el campo de Vallecas y lo peor es que alguien me las quito en menos de cinco minutos. En Vallekas.
Me emocioné escuchando a la soprano Gemma Román entonar Lascia ch’io pianga en el patio del Castillo de Belmonte un domingo por la mañana.
Una noche estuve en el bar de Maxi y me tomé un gintonic.
No soy un monstruo.
Extasiado bailé y disfruté escuchando a CSS en el SOS murciano bajo una fina lluvia primaveral.
Hablé con el Presidente de mi Diputación desde el water, una metáfora imprevista.
Perdí cinco kilos, pero los volví a buscar porque eran míos.
Me gustó tirar el dado que me regaló Pepe Cabello hasta que saliese un seis, aunque sólo fuese porque era lo esperado.
Desmonté en la tele regional la creencia de que en Villaescusa de Haro tenemos ruinas romanas.
Disfruté cantando villancicos a pesar de que mi papel era más de atril que de tenor.
Compré el primer cuadro de mi vida, por una cantidad de tres cifras.
Soñé que me pedía matrimonio Ivano Balic para conseguir papeles, pobre inmigrante.
Maté muchas moscas pero muchas sobrevivieron.

Huracán Punto Silencio

Ya sólo queda el silencio. Qué si no a las tres de la madrugada en un pueblecito manchego un día laborable del mes de julio. Un silencio de descanso o de inquietud, del descanso de quién ha de madrugar para comenzar una nueva jornada de siega o de sacar escombro en un proyecto de vivienda, de la inquietud de quién escucha el tañir de los tres toques de las campanas rompiendo un silencio entremezclado de grillos y hojas y se pregunta. Se pregunta si este ahogado silencio marca el final de cincuenta días de vorágine, como si quisiese compararlo con el vacío que sucedía tras el paso de las tropas de Napoleón. Parece inimaginable pensar, ahora, en música o en danza o en romper un jarrón contra el suelo. Qué extraño subconsciente o inconsciente que piensa ahora, precisamente ahora, en una almohada en Madagascar, en la escena psicodélica de 2001: Una odisea en el espacio en una televisión común en La Noche Temática de La 2, en un gintonic cibernético, en una chica no un niño con un vestido no un pijama de rayas sí de rayas, en la exigencia que te impone tener unos ojos tan bonitos, en la cura de la uña meñique del pie derecho de un peregrino al bajar el O Cebreiro, y sobre todo, en lo estúpido que parece emocionarse juntando palabras y lo tonto que entonces soy. Pero ya no queda nada, ni siquiera la estupidez y ni siquiera la más nimia de las certezas. ¿De dónde sacan las verdades que sirven de colchón y descanso a su ética, su estética, sus valores y sus aspiraciones? ¿De verdad que el dinero y la gloria y la solidaridad y la superación y la adrenalina? ¿De verdad que la luna es tan romántica y las estrellas te abstraen del infinito? Instalo el programa Stellarium y vigilo las estrellas y la constelación de Sagitario desde la pantalla de un portátil prestado una noche silenciosa del mes de julio.

Altheia #04

Ni siquiera se ha cumplido un año del día en el que lanzamos el primer número de la revista Altheia, editada por la Asociación Juvenil Altheia de Villaescusa de Haro. Desde entonces han sido muchos y muy variados los artículos que han encontrado cobijo bajo esta discreta publicación local y, de hecho, nos disponemos en breve para el lanzamiento del cuarto número de Altheia. Cada vez, si cabe, con más ilusión y con el peligroso convencimiento de que el listón está cada vez más alto.

Pero no desvelaremos ningún secreto antes del sábado 23 de abril, precisamente el Día Internacional del Libro, salvo la portada:

portada04
Portada del cuarto número de Altheia (abril 2011).

Nenúfares en el desierto

Detalle de Los Frailes
Detalle del monasterio ruinoso de Villaescusa de Haro (enero 2011).

Eso de la patria, del amor a lo tuyo, del sentimiento de pertenencia a una esquina del mundo. El rincón en el que se cae dentro del tablero de casillas de agua o de tierra, aunque Dios no juegue a los dados, y no sepamos si sabe de ajedrez. Una patria no es una frontera legal, no se puede concebir como la línea discontinua de un mapa que separa regiones o países porque es algo más profundo, más del corazón y del alma y de esos sitios ficticios que inventamos para acotar nuestras certezas. Y por descontado las fronteras de una patria son personales y difusas, incluso ilimitadas.

En general se suele abstraer la definición de patria y ligarla más a conceptos que a trozos de tierra. Como dice un personaje de la genial Martín (Hache), emigrante argentino en Madrid, «uno se siente parte de muy poca gente; tu país son tus amigos, y eso sí se extraña.» O Bolaño, con su habitual desnuda sinceridad, «mi patria es mi hijo y mi biblioteca.» Incluso un emperador, Adriano, dueño del devenir de un pueblo vastísimo, se atrevía con la patria: “y entonces me di cuenta de la ventaja que significa ser un hombre nuevo y un hombre solo, apenas casado, sin hijos, casi sin antepasados, un Ulises cuya Ítaca es sólo interior. Debo hacer aquí una confesión que no he hecho a nadie: jamás tuve la sensación de pertenecer a ningún lugar, ni siquiera a mi Atenas bienamada, ni siquiera a Roma…» [bueno, hay que anotar que Memorias de Adriano es una autobiografía de Adriano escrita por Yourcenar, por lo que no sabemos si suscribiría esas palabras].

Pero, ¿si no aprecias lo que te rodea, lo más cercano, cómo vas a apreciar lo desconocido, lo más ajeno? Si estás incapacitado para amar tu casa, tu calle, tu barrio, ¿cómo vas a luchar por tu no región, tu no país, tu no raza? El amor es como una cebolla, con sus capas y su radio de acción concéntrico, no como un montón de arena que lo pones donde quieres, así al azar o por elección pero que cae aislado. Es como amar a los animales fuera de su ecosistema o plantar nenúfares en el desierto y esperar que crezcan fuertes y sanos. Sin sentimiento de patriotismo, entendido en el sentido de amor a tu tierra y no como forma de diferenciación respecto a los otros, es difícil amplificar y/o extrapolar el amor desde lo próximo hasta lo lejano.

Y cuánto sacrificio y dedicación y esfuerzo conlleva cualquier tipo de amor, sea tu patria la familia o los siete mil millones.

Un profeta cabreado (o a medio cabrear)

Retrato de un erudito agricultor
Retrato de Adolfo Martínez (julio 2010).

Y es que el hombre actual es aquel bárbaro antiguo pero sin su grandeza, un bárbaro que ha perdido la inocencia; ésta se pierde cuando se descubre una gran mentira, cuando se descubre una traición, o cuando el Gran Tontaina te convence de que lo que hay que hacer es desmitificar. Por desgracia, estos hallazgos no traen madurez ni sabiduría sino dureza y malicia. Os apunto una aproximación a la grandeza, o a ser hombre simplemente, no lo sé: aquél que a pesar de todo mantuvo su inocencia.

El hombre de hoy no se pregunta, afirma. Y es pasmosa la zafiedad y la delectación con que esta sociedad contempla una maniática e inepta maniobra de acoso y derribo de lo sagrado, último asidero del ser humano. Nos rodea la necedad como una espesa niebla y no nos damos cuenta porque, como entonces, nos anestesian con pan y circo y nos sucede como a la nariz saturada de malos olores, que ya no huele.

[Los profetas cabreados, Adolfo Martínez, 2011]

P.S. Ediciones La Discreta presentó el sábado pasado en Villaescusa de Haro dos libros nuevos y sorprendentes: «Los papeles secretos de La Discreta» y «Los profetas cabreados». Este último, publicado sin conocimiento de su autor, Adolfo Martínez, de quién ya se ha hablado por aquí alguna vez a raíz de su libro «Erótica urbana» y de la exposición veraniega que hizo de algunas esculturas y cuadros propios. «Los profetas cabreados» contiene un compendio de textos variados que van del pregón de fiestas de su autor en la ya nombrada villa hasta el texto que elaboró su editor para la presentación del libro «Erótica rural» pasando por diferentes relatos del erudito villaescusero.

Si ni pescas ni te columpias

Columpio otoñal
Columpio en La Pesquera (Villaescusa de Haro, enero 2011).

La historia pudo ser diferente pero fue como fue.

Los dos eran inseparables y se bebían juntos la vida sin obturar el gaznate, como si fuesen conscientes de la volatilidad del futuro y presintiesen que había una meta invisible a la que inevitablemente eran arrastrados. O como si simplemente les resultase más cómodo dejar el tiempo pasar sin aspiraciones. No, no eran de esos que aspiran, por la nariz o por egoísmo, a un mundo feliz o más justo o al menos más habitable. Es evidente que jamás habían soñado con grandes heroicidades y estaban convencidos de que, llegado el momento, no atravesarían la línea que separaba a espada la gloria de lo cotidiano: no habían nacido para ser Caballeros de la Isla del Gallo.

También: se bebían juntos la cerveza sin obturar el gaznate y habrían apurado los botellines incluso si estuviesen llenos de chinchetas. Su lugar preferido para beber y fumar y desvariar cuando el frío era intenso pero no llovía era el columpio de La Pesquera, tan solitario y en un paraje tan sosegado, donde a media tarde en invierno sólo se escuchaba el sonido ahogado y seco de las hojas crujientes movidas por el viento. Allí, cualquier anochecer de noviembre, las latas de cerveza no se calentaban y ellos planteaban hipótesis descabelladas. Por ejemplo: que Maradona después de dejar atrás a un ejército de ingleses, incluido el portero, no hubiese chutado a puerta sino que hubiese parado el balón sobre la línea de cal bajo palos y se hubiese marchado al vestuario. Por ejemplo: que la joven francesa revolucionaria viniese al pueblo en verano y cantase su himno gabacho en mitad de una procesión a modo de saeta. Por ejemplo: que el mar podía escupir ríos en vez de admitirlos y así la corriente iría hacía el norte y el agua estaría más templada y podrían pescar las latas y las compresas que los turistas tiraban a la playa en verano. Pero no planteaban ser ricos, y si lo pensaban, cada uno se lo callaba al otro, como si fuese una impureza.

Sucedió lo que suele suceder. Uno de ellos emigró, llegado el momento, en busca de una vida más digna. Define digna: cuando el australopitecus abandonó la sabana tanzana y emigro hace cientos de miles de años hacia el norte no sabía que en Noruega los servicios sociales eran más favorables. Él eligió Valencia: ya que iba a abandonar su casa, al menos tener el mar a la vista. Su amigo se quedó en el pueblo manchego y empezó a trabajar en una fábrica que pusieron por aquel entonces de pinturas y barnices. De vez en cuando se reencontraban y repetían cervezas y charlaban, como hacen los amigos, todas esas cosas que importan pero que no hace falta relatar.

Pero poco a poco su salud fue empeorando debido a las toxinas de la pintura que aspiraba en la fábrica. Al final tuvo que jubilarse de forma anticipada y con una pensión mísera de la que apenas se aprovechó porque falleció de neumonía dos años después. Su amigo asistió al funeral como suelen hacer los amigos de la infancia, recordando los dieciséis años con una nostalgia que casi hace que le estalle el corazón en la caja torácica.

El valenciano ahora baja de vez en cuando, con una cerveza sin alcohol, a La Albufera a pescar compresas y paquetes de tabaco mojados y bolsas de plástico.

Y que me perdone Buñuel por juntarlo con dominicos

Ruinas II
Ruinas de Los Frailes, Villaescusa de Haro, Cuenca (noviembre 2010).

Serían las seis y cuarto y empezaba a anochecer, como suele suceder el maldito noviembre. Miré al horizonte y vi una luna tremenda, unas tres veces más grande de lo habitual, amenazaba con acercarse al pueblo. Seguí caminando y justo cuando estaba junto a las ruinas de Los Frailes una fina nube oscura empezó a atravesar la luna, un homenaje instantáneo al comienzo de la revolucionaria Un perro andaluz, donde se superponía la escena descrita con otra en la que un ojo humano es cortado por una navaja de afeitar. Fue un sueño de Dalí o de Buñuel. Entré, más bien me colé, en el decadente conjunto y me situé en lo que tantos siglos atrás fue el núcleo de la nave central, por donde tantos frailes dominicos pasearían sus sosegadas pisadas y que ahora se había convertido en una amplia alfombra de maleza. Miré arriba, a la bóveda, antes de crucería, ahora de cielo, y di una fuerte palmada que despertó a todas las palomas. Allí, en el centro, veía los confines de las ruinas de un convento histórico con el cielo como única bóveda y la luna como inmensa piedra angular atravesada por una afilada nube y las palomas, revoloteando alrededor, sumando un detalle lúgubre a la noche de noviembre. Hay fotografías que no necesitan ser reveladas porque se imprimen directamente en el carrete de la memoria más eterna.