La mano en el fuego

¡Sonamos, muchachos! ¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo,
después es el mundo el que lo cambia a uno!

[Mafalda]

Pistorius. Lance Armstrong. Amy Martin. Isabel Pantoja. Bárcenas. Por quién pondrías la mano en el fuego. Cuando los periodistas -como Ansón– atacan despiadadamente para luego confirmar que su información no estaba contrastada. Cuando los políticos se centran en vender su producto en vez de en madurarlo y en atacar en vez de en demostrar. Cuando los reyes van a las fincas cercanas de cacería con poderoso personal de confianza y chicas confiadas de poderosas virtudes. Cuando los investigadores se preocupan más de buscar financiación para su próximo congreso en el otro lado del mundo que del beneficio del mismo. Cuando los informáticos subcontratan a chinos y/o indios para que hagan su propio trabajo. Cuando unos se escandalizan por la desvergüenza del informático sin mirar la ropa que visten. Cuando otros aborrecen los sueldos de color oscuro mientras gustan de jugar siempre al margen de la ley. Cuando los poetas quieren ser trascendentales y a lo único que pretenden es follar más. Cuando quieres aspirar a todo pero rechazas luchar por conseguirlo y prefieres llorar en cualquier esquina tu frustración. Cuando los intelectualoides admiran en el fútbol una mística estúpida. Cuando los borrachos se machacan en el gimnasio y les duelen los triglicéridos mientras los deportistas toman gintonics de veinte euros creyéndose ante una obra de arte. Por quién pondrías la mano en el fuego. Podremos ser tontos pero no debemos ser ingenuos.

Ahora todas las farolas de las autovías están apagadas y los baches se multiplican sin misericordia en el asfalto de cualquier población. Quizá nunca las volvamos a ver encendidas. Ojalá, como escribió Dickens, llegue la primavera de la esperanza tras el invierno de la desesperación. Me niego por igual tanto a declarar irreversible la catástrofe como a brindar por una cercana época dorada. Viviré una guerra, pero no será ahora y no será aquí, y me pillará demasiado viejo para ser ágil y demasiado joven para esquivarla. Cómo terminará no lo sé, no es lo importante. Eso de que aprenderemos la lección es mentira, de los fracasos se aprende pero a la postre los errores se olvidan. Podremos ser tontos pero no debemos ser ingenuos.

La sobredosis de información es abrumadora. Me sobra el noventa por ciento de lo que leo pero me falta el noventa por ciento de las cosas que no me quieren contar. Con esta perspectiva es inevitable aborrecer la actualidad. Sólo merece la pena indagar tras retazos de intimidad y detalles de cómo se las arreglan otros: «se trata básicamente de tirar para adelante y hacer las cosas de forma tan sencilla que parezcan estúpidas. No siempre fue así. Hubo un tiempo en que aspiraba a la trascendencia; fue la etapa más insufrible de mi vida. Colaba frases de Shakespeare en algún reportaje, pretendía emocionar en las columnas o hacía pomposas reflexiones acerca de la vida y la muerte que daban vergüenza ajena leer. Pero he abominado de la solemnidad.»

Supongo que cada uno tiene una clave de supervivencia, única incluso aunque sea clonada de imposiciones televisivas. A algunos les da por empezar a leer el diccionario desde el principio, que no juzgaré si es más lógico que leer Si una noche de invierno un viajero. A unos amigos les dio por comerse todas las hojas del tablón de anuncios de un bar, eso sí, bien aliñadas con aceite y vinagre. Incluso bandos municipales se tragaron. Los curiosos que merodeaban se atrevían a probar el supuesto manjar después de llamarlos locos y antes de llamarlos héroes. También los hay que sólo quieren joder al mundo, por eso de la autodefensa, como Alan Sillitoe. Supervivencia y efecto acción-reacción.

Falta la reacción.

Specialized

Josef Ajram ya no necesita presentación, como no debiera nadie capaz de terminar un Ultraman (10 Km. a nado, 420 Km. en bicicleta y 48 Km. a pie). En su caso lo insólito empieza ahí y termina en su trabajo como day trader en la bolsa, ese ente invisible y fundamental para nuestros designios aunque la mayoría no sepamos ni descifrar sus mensajes ni las de sus analistas; también los hay que se creen profetas del gremio y no pasan de lustrabotas, con todo mi respeto, pero si hay dos ámbitos en los que los familiarizados presumen de expertos son el mus y la bolsa.

Pues eso. El otro día publicaron en JotDown una entrevista realmente interesante (como suelen) a Josef Ajram en la que se hablaba desde el Where is the limit? como forma de vida hasta que en los últimos tiempos los valores de la bolsa predicen un final de la crisis próximo. De una entrevista tan extensa lo que más me hizo reflexionar fue la obsesión por la especialización, la convicción de Ajram en que cada persona debe ahondar en una faceta hasta convertirse en un experto y aprender a explotar ese conocimiento único. En un mundo tan interconectado, especializado y evolutivo es sin duda un buen método de supervivencia el conseguir destacar en un aspecto. Entre otras cosas es preferible ser un gran panadero a un mediocre ingeniero. Somos tantos que solo te podrás vender si puedes ofrecer un valor añadido, aunque sólo seas el mejor mondador de pipas de Europa.

En realidad, no me resulta demasiado atractiva la idea de la especialización. Un antiguo compañero de la universidad defendía que debíamos ir rotando de trabajo cada dos años por salud mental y por amplitud de miras. Un cambio provoca activación y motivación, lo cual genera movimiento y fluidez; en resumen, que Heráclito tenga razón y el agua no se estanque. En algunos países muy desarrollados es habitual el cambio de área laboral, algo impensable por aquí, donde se suele considerar el número de años de experiencia en el sector como el factor único y determinante para ser contratado. Pero qué bonito debe ser ir experimentando en diferentes campos en busca del ideal o simplemente por cuestión de aprendizaje y conocimiento de un mundo tan grande y complejo.

Supongo que ambos enfoques son válidos, por qué no, siempre y cuando se ponga pasión y atención en la tuerca a la que debas darle vueltas. Imagino que lo realmente valioso no consiste en acumular conocimientos sino en aprender a relacionarlos, en tejer una red que relacione las aptitudes adquiridas y que permita dar forma a una visión personal del mundo más completa para, en definitiva, conocer las fuerzas que inciden en el movimiento del mismo.

¿En qué planeta las hormigas piden al elefante que rinda cuentas de sus pisadas?

Civismo & Corrupción

Hay tanto idiota ahí fuera.
[Sálvese quién pueda, Vetusta Morla]

El desarrollo de un país se mide por el grado de civismo de sus ciudadanos. La corrupción es el contrapunto al civismo. Eso es todo, el resto de la entrada es verborrea.

La última vez que salió de las fronteras comarcales fue allá por los noventa para ir a Sevilla a un acontecimiento familiar. Y desde entonces hasta que el pasado octubre se fue de crucero por el Mediterráneo. Qué grande es el mar, no lo había visto nunca. Un largo paseo entre las aguas mediterráneas apuntalado por caminatas por algunas de las ciudades más representativas, lo que permite intuir la sorpresa a los pies del Coliseo o el horror al visitar las ruinas de Pompeya. Pero no, él recuerda que a las siete menos cuarto se hacía de día, más de media hora antes que en el pueblo en esas fechas. Y estaba despierto para ver cada amanecer. A las siete menos cuarto. Quedan pocos sensatos como él, de los que ponen todavía primero a la naturaleza y después al hombre.

Por casualidad él me pasó el ensayo de Aurelio Arteta que leo ahora, aunque el libro provenía de otro lugareño. Y leo a Arteta: nuestra obligación moral es la de combatir, no la de vencer. Y me acuerdo inevitablemente de aquella anécdota de la guerra civil en la que llegaba Miguel Hernández del frente a una reunión de intelectuales y al entrar, derrotado y enfurecido, les lanzaba un agresivo ¡Aquí lo que hay es mucha puta y mucho hijo de puta! La mujer de Alberti, María Teresa León, le propinó un punto y final y le retiró la palabra, claro. Era más fácil charlar y organizar saraos que salir al ruedo.

A quienes se desentendían de lo común o de todos para preocuparse sólo de lo suyo (idíos), los atenienses del siglo V a.C. ya los llamaban idiotas. Veinticinco siglos de idiotas, al menos.

Un subgrupo de los que no son idiotas son los políticos, puesto que no se desentienden de lo común (sic) según esa prehistórica definición. Qué de acuerdo estoy con Arteta en algunas de las sentencias de su ensayo: «lo decisivo en la vida de un Estado no es tanto el ser regido por personas de elevada inteligencia o integridad probada, cuanto por reglas legales que impidan de hecho a sus gobernantes cometer estupideces o incurrir en corrupción.» Pero hoy día la palabra corrupción ha dado de sí y va perdiendo su valor por culpa del abuso. Del abuso real, no lingüístico. Incluso afirma el filósofo que el sistema democrático actual alienta la corrupción porque la sociedad no la desaprueba como debiese.

Lo que no sé es si lo corrupto es la sociedad o la política. Conceptos tan amplios no caben en definiciones ni acotaciones porque son monstruos inmutables que nos superan. Como el mar, como los partidos políticos, que son más grandes que la suma de sus componentes y se convierten en monstruos indomables cuya finalidad última se diluye en el marco de sus intereses. De la importancia de los partidos se hace eco una periodista alemana en un interesante artículo: «La razón de la enfermedad de España es un modelo de Estado inviable, fuente de todo nepotismo y de toda corrupción, impuesto por una oligarquía de partidos en connivencia con las oligarquías financiera y económica, y con el poder judicial y los organismos de control a su servicio. En España no existe separación de poderes, ni independencia del poder judicial, ni los diputados representan a los ciudadanos, solo a los partidos que los ponen en una lista. Todo esto lleva también a una economía sumergida que llega al 20% del PIB y que frena la competencia, la eficacia y el desarrollo del país.»

Un amigo repite a menudo que el mundo podría ser más bonito, pero que es así y más vale aprender a jugar con las reglas en vigor que lamentarse por cómo podría ser. No sería mala filosofía si no fuese porque hemos inventado un sistema despiadado entre cuyas reglas abundan las inmorales. No falla Benjamin R. Barber cuando dice que sin educación cívica la decisión democrática es poco más que la expresión de prejuicios privados. En nuestro país demostramos a diario carecer de ese civismo.

Too old to lose it

Retablo de Massimo's
Retablo de la Capilla de Massimo’s Cocktail.

Como aquella broma en que al pasar delante de una funeraria
nos decías «agachaos, no vaya a ser
que os tomen las medidas.»
Ese era tu consejo, tu sabio consejo,
y no estuvo mal, pero se te olvidó algo importante:
tú también tenías que agacharte.

[El ángel Simón, Nacho Vegas]

Al hilo de lo publicado en vísperas del fin del mundo del 21 de diciembre por un amigo en facebook despidiéndose de todo, me ha dado por recordar qué ha supuesto a nivel personal este año; o sea, egopost. Ya tendré tiempo de arrepentirme.

A grandes rasgos, mirando atrás, apenas he leído, ni descubierto música atractiva más allá de redescubrir a The Flaming Lips y Pulp y conocer a Remate y The XX, he viajado mucho menos que los años anteriores, por primera vez en mucho tiempo no he cogido ningún avión en todo el año, no he intentado una media maratón y ni siquiera fui capaz de terminar la carrera de bicicleta de montaña del pueblo por lesión muscular. Y este blog lo tengo casi abandonado.

Pero supongo que no todo han sido pérdidas.

Por fin he aprendido a morderme las uñas.
Bailé delante de todo el pueblo un chá-chá-chá para demostrar mis avances en la clase de bailes de salón.
Recibí un sms con 7 puntos suspensivos y fue, diría, el más importante del año.
Coreé el nombre del Pipita en la primera fila del Santiago Bernabéu el día que se celebraba la liga.
Degusté una francesinha en la Praça da Liberdade de Oporto regada con una Super Bock.
Me guiñó el ojo con un gesto de complacencia repetida la mujer posiblemente más poderosa de España.
Conocí el frío absoluto paseando por Canfranc un sábado de febrero por la noche.
Intenté disfrutar sin conseguirlo de Manzanares y Castella en la plaza de Albacete por causas diversas.
Me acordé muchas veces de ti.
Encontré un trabajo digno y estimulante nada menos que en el punto álgido de cifras de paro regional y juvenil.
Me disfracé con toda la dignidad posible de conejito, a pesar de las dificultades en forma de tambor de juguete y pintura rosa.
Me tiraron un pasquín político ofensivo pero tenía la conciencia tranquila; poco después llamé con todo mi alma mentirosa y mala a la portavoz de la oposición en el pleno.
Planté carrascas y pinos junto a los niños del cole, y de vez en cuando voy a ver cómo crecen al Toyo y pienso en si hubiese escrito los mismos libros o tenido los mismos hijos.
Probé la carne de ternera de Kobe, aunque fuese en forma de hamburguesa.
Me he equivocado muchas veces.
Perdí dos novelas en el campo de Vallecas y lo peor es que alguien me las quito en menos de cinco minutos. En Vallekas.
Me emocioné escuchando a la soprano Gemma Román entonar Lascia ch’io pianga en el patio del Castillo de Belmonte un domingo por la mañana.
Una noche estuve en el bar de Maxi y me tomé un gintonic.
No soy un monstruo.
Extasiado bailé y disfruté escuchando a CSS en el SOS murciano bajo una fina lluvia primaveral.
Hablé con el Presidente de mi Diputación desde el water, una metáfora imprevista.
Perdí cinco kilos, pero los volví a buscar porque eran míos.
Me gustó tirar el dado que me regaló Pepe Cabello hasta que saliese un seis, aunque sólo fuese porque era lo esperado.
Desmonté en la tele regional la creencia de que en Villaescusa de Haro tenemos ruinas romanas.
Disfruté cantando villancicos a pesar de que mi papel era más de atril que de tenor.
Compré el primer cuadro de mi vida, por una cantidad de tres cifras.
Soñé que me pedía matrimonio Ivano Balic para conseguir papeles, pobre inmigrante.
Maté muchas moscas pero muchas sobrevivieron.

Chica guapa, chico guapo, metro

Esperamos
Fragmento de revista universitaria de los años sesenta.

Es sin duda el momento de pensar
que el hecho de estar vivo exige algo.

[Gil de Biedma]

Estaban en el andén de enfrente, también esperando el metro pero en sentido opuesto a Atocha, mi destino, aunque Atocha nunca es un final. Esperamos la continuación del programa. Ambos jóvenes. Ella alta, estilizada con sus botines negros, pantalones ajustados, pelo corto, él elegante, complexión deportista, con bufanda grisácea y breve barba morena. Discutían con moderación, como si el asunto no fuese vital para su ¿relación? ¿supervivencia? ¿domingo? Eran tan guapos que costaba creer que pudiesen hablar de política. Aunque es obvio que desde mi andén no escuchaba la conversación. No queremos que esta juventud inquieta se pierda. Algún que otro beso, alguna mirada de altanería de ella, algún gesto mitad aburrimiento mitad apatía de él. Inventé que no eran felices. En «Yo confieso» se decía que no hemos venido a la vida para ser felices. Más bien parece un cúmulo de fracasos, ridículos y errores, un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento (Baudelaire) del que intentamos salvar una minúscula gavilla de instantes de satisfacción y gloria. La pesadilla que se esconde tras los párpados del sueño (Bolaño), un amago de esperanza en el que al final el aburrimiento compensa. El aburrimiento que monotoniza lo cotidiano para ralentizar el paso del tiempo y que podamos, cada noche antes de dormir, ser conscientes de lo finito e imprescindible que somos. El remolino de angustias que nos rodea. Acotados en nuestros límites auto-impuestos para montar el campamento de nuestra comodidad. Qué tonterías. Ayer hubo elecciones pero solo pienso en volver a trabajar para escuchar una vez más el concierto de Remate que retransmitió Julio Ruiz desde el Museo Cerralbo y que el sofá es terriblemente incómodo aunque Anna Simon esté cantando en la tele. Hay que seguir viviendo.

Un amigo me recordó el otro día una charla a la que asistimos en un congreso nacional en Huelva impartida por el profesor Enric Trillas, con toda probabilidad (sic) el mayor experto en lógica borrosa de España, un hombre que transmite un palpable entusiasmo por el aprendizaje. Las matemáticas siempre encajan, los gintonic no. Decía Enric que siempre se puede decir la verdad, basta ser suficientemente impreciso. No queremos promesas sino realidades, por lo que solo nos falta acotar la incertidumbre de esas promesas para definir el espacio de nuestra realidad admisible. Yo sólo tenía una certidumbre: que la chica iba delante de mí hacia la boca de metro -claro que me di cuenta- y que el chico llegó un par de minutos después. La chica pudo decirle antes de salir de su piso palabras como las anteriores: «dime la verdad» y «no más promesas» y «no te andes por las ramas» (no eres suficientemente impreciso). Él quizá sólo aspiraba a alentar ilusiones.

Destruyendo mitos: yo los percibía como dos objetos erráticos en un mundo inconexo, a pesar de su belleza, por mucho que Teilhard de Chardin plantease la cumbre opuesta: a falta de otras cualidades en nuestra mirada, el hombre seguirá siendo para nosotros, hágase lo que se haga para hacernos ver, lo que es todavía para tantas inteligencias: objeto errático en un mundo inconexo. Que se desvanezca, por el contrario, de nuestra óptica la triple ilusión de la pequeñez, de lo plural y de la inmovilidad, y el hombre adquirirá sin esfuerzo el puesto central que anunciábamos: cumbre momentánea de una antropogénesis que corona una cosmogénesis.

Su tren llego antes que el que yo esperaba. Ella se marchó dejando huellas y él se quedó. A los que somos de pueblo nos llaman la atención estas cosas insignificantes de Madrid, o que haya gente recogiendo colillas del suelo o que se vaya de copas a una tienda decorada del siglo XVIII. A los pueblerinos también nos extraña que un aficionado del Rayo Vallecano robe dos libros. Lo mismo hasta los ha leído.

León herbívoro

Oporto
Oporto, descubriendo el geocaching, interesante actividad.

Algo inevitable,
como enamorarse 100 veces de la misma
muchacha.

[Roberto Bolaño]

Pensaste que podías ser un león herbívoro. Ser el rey de la selva pero sin salir a cazar, mimando un huerto por la tarde para poder cenar. No creo que fueses tan inocente como para no entender que el temor que te debe la manada lo generan las dentelladas certeras en la aorta y no ese aspecto imponente y respetable. Que la melena dorada infunde respeto porque en el subconsciente se grabó que melena dorada igual a muerte. Y que sin ese miedo no habrías sobrevivido tantas generaciones a la sombra de las acacias. Las apariencias ceden a la realidad tarde o temprano, a no ser que termine el partido, que en la vida coincide con el momento en el que ya nada importa mucho. Pero, ¿de verdad pensabas sobrevivir a base de zanahorias y pimientos verdes?

La apariencia y la realidad. Lo que no se ve y lo que no queremos que se vea. Ahora la denuncian por llamarlas putas y gordas cuando hace poco admirábamos embobados esas coreografías limpias, elegantes y originales. ¿El fin justifica los medios? ¿Las medallas justifican los insultos? Ahora nos desgarramos las vestiduras y denostamos a la entrenadora como si el resto no hubiésemos llorado por una bronca del jefe, por un reproche del amigo, por un insulto en mitad de la batalla, por una reprimenda cuando olvidamos un paso del vals. Y sin luchar por ser Los Mejores Del Mundo. ¿Acaso pensaban que llegarían a ser las mejores sin mancharse? ¿Qué métodos emplearán sus dos máximas competidoras: la escuela rusa y la marabunta china? Luego: ¿merecen la pena los sacrificios? Sólo la prensa y el morbo.

Huele a ceniza y a humo. Una prolongada agonía no suele conceder el privilegio de la recuperación, sino el asentamiento del dolor, de la impotencia, del miedo. Se va alargando el sufrimiento sin señales de mejora; que se lo digan a ellos. Y si te cortas la cabeza, ¿termina el dolor o termina la vida? Lo del ave fénix sería mitología.

Las metamorfosis son una evolución, como las que sufrió Picasso del período azul al rosa al cubista. Un cambio se produce cuando aparece un acontecimiento que cambia el rumbo como un iceberg o una muerte o una mujer. Hay metamorfosis drásticas y metamorfosis progresivas. Si es drástica tienes la ventaja de sufrir un cambio radical, como si saltases de perspectiva. Si es progresiva al final no sabes si has evolucionado o involucionado o si vas a llegar al mismo sitio. Ninguna opción es recomendable, pero peor es lo estático, lo inmóvil, lo inerte.

Vivimos como si fuese un ensayo, una función de preparación para la gran actuación final. Pero la Gran Actuación es el ensayo. Paradójicamente. No puedes salir a ensayar en pantalón vaquero pensando que el Gran Día te pondrás de gala, ni puedes entonar a media voz para no maltratar tus cuerdas vocales con las vistas puestas en la función definitiva, porque no hay segundas oportunidades. Sólo pensar, decidir y actuar; la cuarta fase son los resultados, el análisis, las consecuencias, nada importante.

Dice no sé quién que sentimos de antemano rechazo a lo inmoral, que descalificamos a quienes transgeden la moral, ¿y aún así vivimos? ¿Qué no debíamos rechazar de forma súbita? Ains.

Mucho huerto necesitas para saciar tu hambre.

Evolución o Involución

Sala de armas
Sala de armas del Castillo de Belmote, el pasado y quizá el futuro.

You’re too old to lose it,
too young to choose it.

[Rock’n’Roll Suicide, David Bowie]

Es complicadísimo plasmar una evolución en una manifestación artística, a pesar de que gente como Cervantes lo consiguiera con su Alonso Quijano o John Ford con el misterioso hombre que pudo matar a Liberty Valance. Jaume Cabré lo consigue en «Yo confieso» aunque el esfuerzo le haya supuesto casi una década de trabajo y seguramente múltiples quebraderos de cabeza en el ambicioso propósito de hilvanar la evolución psicológica de un personaje con un complejo entramado de historias entrecruzadas a través de la Historia: de monjes en monasterios de la Edad Media al Holocausto o la vida actual en una universidad catalana; y ambos esfuerzos tocados por una prosa especialmente atractiva. Es una novela sin artificios que no merece la pena reseñar, sólo agarrar el mamotreto y atreverse a sumergirse en el mundo de Cabré, aunque su envergadura evitará que te la lleves a la cama.

Preferible a día de hoy acercarse a esos mundos que a otros de asfalto, calorías y euros. Con tanto periodismo actual, democratizado gracias al internet, ya sobran nuestras opiniones de otros temas de actualidad que abundan en periódicos y blogs. Esta semana se han publicado dos columnas de dos escritores antagónicos y siempre controvertidos que considero reseñables: Discurso de Rajoy (versión descartada) de José A. Pérez y Somos lo que somos de Salvador Sostres:

«Lo cierto es que, durante décadas, en España hemos potenciado la cleptocracia, la cultura del pelotazo y la corrupción en todos los estamentos sociales. También en el político. Todos los gobiernos han apostado por la burbuja, el pelotazo y la especulación. Por la picaresca y la ley del mínimo esfuerzo. Ni siquiera hemos sido capaces de llegar a pactos mínimos de pura responsabilidad institucional, como el de la educación.»

«En contraposición tenemos alegría, sol y fútbol. Una imponente gastronomía, exportable y refinada, y que en estos momentos es la más interesante del mundo. Tenemos mala leche, sentido del humor, buenos poetas y una capacidad fuera de lo común para estar contentos y hasta para ser felices. Esta es nuestra realidad, entre lo genialoide y la piratería, entre el Buscón y Velázquez, entre Ferran Adrià y el Lazarillo. La belleza no está exenta de sordidez y la alegría contrasta a veces con el lacrimógeno dramón tercermundista, pero, sea como sea, tenemos el indiscutible don de saber vivir bien, aunque a veces sea limitando con la golfería.»

Cada párrafo de uno de ellos, posiblemente intercambiables. Podemos querer vivir bien y ser ricos simultáneamente, pero eso implica necesariamente esfuerzo; la otra vía es el pelotazo y la truhanería, que ha demostrado ser inviable a largo plazo. O podemos renunciar a querer ser alemanes y contar chistes sin gracia. Mientras tanto, generalizando aunque sea injusto, seguiremos apostando por la mediocridad conformista, por la demagogia populista, por el pesimismo (justificado) paralizador, por «mi» opinión infalible para que Rajoy y Del Bosque tengan éxito. Somos el bochorno y la pena.

Mejor leer a Cabré, salir a pasear al fresco o volver a soñar contigo, que ya van tantas noches que ni sé si existes o eres un fantasma en el espejo. No es que me importe mientras me entretengas las noches bochornosas de verano.

Periodismo y representación

Las Rejas
This is not a salad. [Renné Magritte, adaptación]

«Hay quienes pensarán que ello tensaría demasiado la cuerda, y puede que sea así, pero llevamos tanto tiempo aflojándolo todo que ya nada sabe a nada, que ya nada significa ni vale nada, y todo se difumina y se diluye en un charco de indefinición y de mediocridad. Las ideas hay que defenderlas, y si no eres lo suficientemente valiente como para enfrentarte a lo que te denigra, tal vez te tendrías que plantear si mantienes la cabeza lo erguida que la tendrías que mantener; y si estás capacitado para representarte a ti mismo.»
[Salvador Sostres, adaptación]

Lo simpático de los periodistas jóvenes de éxito es su proximidad, lo fácil que te resulta pensar que has vivido, sentido y pensado similar, aunque vistan sus hazañas un poco de bizarras para dar un punto de emoción. Estos jóvenes, que ya no usan las subordinadas para que no se le atraganten a sus coetáneos y gustan de las referencias a los Simpsons y películas de John Ford, escriben como a vuelapluma y sin dar un descanso para que cualquier anécdota te parezca relevante, así hablen de la infancia o de un viaje a Bangkok. Al final acabas creyendo que querrías su vida y es mentira, simplemente dibujan -o ven- más bonita una realidad que se parece como el ADN del gorila al del hombre. Esa bendita fluidez de gente como Jabois o Gistau hace pensar que no hay impostura porque hablan de su barriga, de sus porros, de sus polvos y de los partidos que ven en la tele, sin embargo, queda siempre un regusto edulcorado. Pero es que las cosas siempre son así, o amargas o edulcoradas, porque Forrest Gump no quería decir que los bombones eran todos diferentes en una caja, sino que a nadie amarga un dulce. Lo mejor es que, pese a la vanidad, en ellos no hay prepotencia ni moraleja, sino que buscan más el instinto y la nostalgia; no hay indefinición y mediocridad, sino anécdota y reflexión.

En la radio decía hoy Savater que la libertad no era una elección sino algo inexcusable, pero que la miseria y la ignorancia la coartan en exceso. Imagino que uno no puede ser ignorante libre o pobre libre. Sin saber mucho de modus ponens y corolarios, deduzco que tenemos que luchar por el conocimiento y la riqueza. Y el conocimiento favorece la riqueza, ergo… Pero en nuestros genes la palabra libertad está en minúscula y la palabra supervivencia está en mayúscula, aunque a bote pronto cualquiera prefiera ser libre. Sobrevivir más bien me recuerda a estar escondido tras una trinchera, y vivir en libertad me recuerda a la barra del bar, como si sobreviviesen los chinos en las fábricas de montaje de Foxconn y viviesen los españoles en las terrazas de verano, como si sobreviviesen los albañiles al cáncer de piel y viviesen Jabois y Gistau tomando ensaladas incalificables en un partido del Madrí después de comer en Casa Marco.

Quién no sé si vive o sobrevive es Justin Bieber, si tiene libertad, riqueza y/o conocimiento. Sale en El Hormiguero y aguanta más gritos histéricos que dólares se embolsa. Reveladora la frase de subtítulos: «¿millones de quinceañeras pueden estar equivocadas?» Ellas, si yerran, lo hacen en compañía y sin preocuparse de si son dignas de representarse a sí mismas.

Muere Ray Bradbury, firme defensor de la libertad intelectual y de desmarcarse de la trayectoria académica establecida, también como Jabois: «No puedes aprender a escribir en una universidad. Es un lugar muy malo para los escritores porque los profesores siempre piensan que saben más que uno, y no es cierto. Ellos tienen muchos prejuicios. Digamos: a ellos les gusta Henry James, pero ¿qué pasa si no quieres escribir como Henry James? (…) La biblioteca, por otro lado, no tiene límites. La información está ahí para que la interpretes. No hay nadie que te diga que pensar, que te diga si eres bueno o no. Lo descubres por ti mismo.»

Que descubras por ti mismo si eres digno de representarte.