Hachedoso


Fotograma de La tumba de las luciérnagas, 1988.

El otro día estuve revisitando La tumba de las luciérnagas, una imprescindible película de animación de hace dos décadas. Un joven huérfano llamado Seita y su hermana pequeña, Setsuko, intentan sobrevivir en tierras japonesas durante los bombardeos americanos de la Segunda Guerra Mundial. Apostaría a que es la película de animación más triste de la historia. Setsuko sufre un largo calvario de deshidratación, hambre, frío y pobreza en una época de escasa ayuda y alimento.

El inmenso océano que simboliza los sueños y alegrías de esa infancia, la de Setsuko, siempre infinita en todos sus confines, se va secando progresivamente. Hasta reducirse en la orilla de sus delirios en un pedacito de escarcha cerrada y pobre que gotea de un pedazo de hielo en venta. Así de triste esa involución de ilusión y energía; así de triste esa falta de agua. Cómo evitar las lágrimas en una película que muestra las enormes lagunas de insolidaridad humana y la humillación de una infancia incompleta.

Setsuko tan sólo quería un vasito de agua que curase su deshidratación y la alejase de los fantasmas del delirio para seguir soñando con las luciérnagas que iluminaban su futuro.

P.S. Esta entrada forma parte del Blog Action Day 2010, una iniciativa que cada año intenta abrir un debate a nivel planetario y que este año está dedicado al agua.

La fina línea del abismo


Barrio de Belem, Lisboa, verano 2009.

Según indago, leo por ahí que cuerdo es quién actúa con prudencia y sensatez y sensato el que se comporta con serenidad e inteligencia, sereno quién es apacible y/o no está borracho e inteligente quién denota una gran capacidad intelectual. Se deduce entonces que cuerda es aquella persona prudente, sensata, serena, apacible, con gran capacidad intelectual y que se encuentra en un estado sobrio.

A la luz de esa definición, parece casi imposible considerarse cuerdo. Y muchos se pavonean de sensatos y desprecian a los demás con insultantes ¡ese tío está loco!, como si ellos estuviesen eximidos de toda culpa, o trastorno.

La locura y la cordura parecen separadas por una línea extremadamente fina y débil, una frágil película divisoria tras la que se agazapa el abismo. Como le sucedió a Léolo, que se intentaba auto-convencer cuerdo: «porque sueño yo no lo estoy; porque sueño, sueño, porque me abandono por las noches a mis sueños». Léolo, en el filo, que decidió tomar el camino más corto. El camino más corto, el que lo arroja a un abismo eterno, hasta que la voluntad de reinserción tiene todas las de perder contra la abnegación ante los hábitos adquiridos.

Supongo que suele suceder que no medimos las zancadas decisivas y por eso nuestros tropiezos se convierten en fatales. Se da por sentado que lo fácil es no equivocarse, que es sencillo caminar por los senderos de lo esperable y deseable, que la inercia nos conduce sin error. Como si nos hubiésemos grabado a fuego el convencimiento en que nuestro camino de sensatez es el único válido.

Porque sueño yo no lo estoy, yo no estoy tan seguro.

El vértigo del vacío o la soledad del boxeador

Algunas personas no tienen tanta suerte. Como aquel personaje que interpretaba Marlon Brando en «La Ley del Silencio». Un buen muchacho que sin embargo no tiene la menor suerte. ¿Recuerdan aquella escena en el asiento trasero de un coche con su hermano Charlie? Era más o menos así. No fue él, Charlie. Fuiste tú. ¿Recuerdas aquella noche en el Garden cuando bajaste a mi vestuario y me dijiste «muchacho, esta no es tu noche, hemos apostado a favor de Wilson»? ¿Recuerdas eso? «Esta no es tu noche». Mi noche. Pude haber destrozado a Wilson aquella noche. ¿Y qué paso? Que él fue seleccionado para disputar el título. ¿Y yo que conseguí? Un billete sin retorno a ninguna parte. Nunca he vuelto a pelear bien desde aquella noche, Charlie. Fue como ir a alcanzar la cima, y de pronto caer por la ladera. Fuiste tú, Charlie. Tú eras mi hermano. Deberías haberte preocupado un poco de mí. Deberías haberte preocupado sólo un poco de mí. Deberías haberte preocupado un poco de mí, en vez de obligarme a hacer tongo y aceptar un dinero sucio. Tú no lo comprendes. Podía haber tenido categoría. Podía haber disputado el título. Podía haber sido alguien en vez de un boxeador fracasado, que es lo que soy. Afrontemos la realidad. Fuiste tú, Charlie. Fuiste tú, Charlie.

[Jake LaMotta, Toro Salvaje]

Le tocó a Jake, para que luego digan que lo importante es el talento. No, lo relevante es la suerte. Lo que determina caer del lado del pan o del lado de la mantequilla es la suerte, es tener una oportunidad fortuita, es estar en el sitio y en el momento oportunos sin saber cuáles son de antemano. Le tocó a Jake, pero también a tantos otros, tantos a los que la fortuna despreció. El mundo está lleno de aquellos que no aprovecharon su oportunidad, pero también de tantos que ni siquiera tuvieron a mano una ocasión. Tanto predicar las bondades del esfuerzo sin ser conscientes de la importancia del azar, cuánto talento desaprovechado en aras de un mundo caótico y casual.

P.S. Es curioso. Una de las citas de Toro Salvaje más célebres («Den un escenario a este toro donde pueda demostrar su bravura, pues aunque lo mío es pelear, más me gustaría saber recitar. Esto es espectáculo.») es muy similar a otra de Bolaño en Los Detectives Salvajes («Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear.»).

Schweinsteiger, Hauptbanhof

Alemania es una Hauptbanhof.

Suena a insulto, pero simplemente se trata del término con el que designan a las estaciones de trenes principales de cada ciudad. La primera imagen que me viene a la mente cuando pienso en Alemania es la de una larga hilera de vías de tren, montones de amasijos de hierro perfectamente alineados en paralelo, lo que se ve cada vez que te acercas a una Hauptbanhof y el tren decelera. Y ahí desembocan los trenes, en las estaciones principales, tan imponentes, generalmente espacios abiertos con grandes bóvedas, como catedrales de la globalización y la ubicuidad. Es denso el trasiego de personas de todas las edades, desde adolescentes que comen brezeln o berliner hasta personas mayores con zapatillas de deporte y pantalones de chándal pasando por serios ejecutivos que toman el tren y no los taxis o coches oficiales. Y denso es también el olor de las estaciones y andenes y vagones, debido a la familiaridad con que comen los alemanes fuera de casa y el olor de su comida, tan especiada. Da la sensación de que no haya ningún alemán fuera del tren y que todos hagan visitas a familiares o trabajen o estudien en ciudades diferentes. Lo malo es que te abroncan si hablas por el teléfono en el vagón, no les gusta que interrumpas el sonido de los raíles. Es curioso, como anécdota, que he visto más trenes de alta velocidad con retraso que regionales, como si Deutsche Bahn quisiese atenuar las injusticias que sufre la plebe con un pequeño detalle de favoritismo o como si fuese consciente de que los trayectos en regionales son más relevantes para el engranaje germano.

Schweinsteiger es una Hauptbanhof.

Suena a insulto, pero Schweinsteiger es algo así como una Hauptbanhof, un conglomerado de hierro forjado en las canteras bávaras, donde no se aprender a gambetear, sino a atornillar, soldar y tomar consciencia de la industria de cadenas de montaje de logística casi mística. Schweinsteiger es como un nudo ferroviario en el que se concentra el germen del fútbol aleman actual, origen de todos los trenes con destino la portería rival. Una estación que reparte justicia con los viajeros, agilidad de transbordo e incansables labores de distribución. Cuando sus compañeros lo encuentran, sienten el alivio del viajero cuando divisa la alta bóveda de una Hauptbanhof, saben que estéticamente podría ser más estética y atractiva pero difícilmente más funcional y sosegante.

Esperemos que mañana todos los trenes lleguen con retraso.

Que se joda el espectador medio

The Wire: 10 dosis de la mejor serie de la televisión es el título de un libro publicado recientemente -mayo 2010- por Errata Naturae como homenaje a la mejor serie de la televisión de todos los tiempos [¿no?]. Incluye, como material interesante, una entrevista de Nick Hornby a David Simon, alma mater de la serie, y un relato inédito de George Pelecanos, escritor norteamericano y guionista de la serie. Además, se desgranan los entresijos de The Wire en siete capítulos escritos a modo de artículos de divulgación.

Supongo que no es necesario que reitere mi pasión por esta serie y que resultaría muy divertido y sencillo escribir otro de esos artículos de divulgación, pero sería imposible centrarse en un tema, en un personaje, en una escena o en un hilo argumental; habría demasiada tela que cortar.

Se trata de un libro interesante pero que no llega a ser imprescindible y que se torna por momentos excesivamente académico y gafapastoso, como si necesitásemos explicar y reflexionar con argumentos trascendentes acerca de una serie que se siente desde la espina dorsal.

Sin embargo, alguno de los comentarios de David Simon son realmente clarividentes: «la pauta que sigo para intentar ser verosímil es muy sencilla: el lector medio, que se joda. A lo largo de mi carrera como periodista, siempre me dijeron que tenía que escribir pensando en el lector medio. El lector medio, tal y como ellos lo entendía, era un suscriptor blanco, acomodado, con-dos-hijos-coma-y-algo y tres-coches-coma-y-algo, un perro y un gato, más lo consabidos aparejos de jardín; una persona ignorante que necesita que se lo expliquen todo, ya mismo. Así, tu exposición se convierte en un peso increíble, en un auténtico peñazo. Que le jodan. Que le jodan pero bien. Desde hace tiempo decidí escribir para gente que vive lo que cuentas, para gente de ese mismo mundo, del mundo marginado.»

El mundo va por un lado. Y la gente, por otro.

Poot, The Wire.

Duquan, Duquan

¡AVISO! A continuación relato a vuelapluma las andanzas y personalidad de un personaje de la serie norteamericana The Wire; creo que no contiene ningún spoiler, pero por si acaso y sabiendo que hay gente muy susceptible a conocer partes del guión, lo aviso.

Dukie, tuviste mala suerte, sí, fuiste muy desafortunado, para qué engañarnos. No podría valorarte omitiendo tu pasado. Resultaría imposible emitir un juicio de valor acerca de tu comportamiento silenciando las circunstancias que han rodeado toda tu vida. Me inspiraste compasión cuando te conocí, tan indefenso ante tus compañeros, tan maltratado. Tu arsenal de recursos era diferente al del resto y, en ese mundo, estabas en desventaja. Así, te obligaron a nadar a contracorriente.

Eras demasiado inocente para un mundo de mayores que giraba con el impulso de motores deleznables, pero me alegré enormemente viendo la suerte que tuviste en clase de matemáticas, te vi feliz por primera vez, integrado, admirado incluso. Descubriste que existen personas que se rigen por valores más nobles y que, quizá de forma ignorante, luchan por el bienestar del prójimo. También me satisfizo ver cómo lograste cobijarte bajo el ala de un ave de altas miras y sentirte así protegido. Te viste rodeado de un mundo sucio e inmoral pero intentaste mantener tu integridad, quizá es por eso que te tenía alta estima.

Y, sin embargo, al final, me fallaste. No te lo reprocho; más aún, reflexionando acerca de tu condición sentí una impotencia y una tristeza infinitas. Porque sé que luchaste contra tu destino, que intentaste enderezar un rumbo demasiado poderoso, pero a pesar de todos los esfuerzos, sucumbiste.

Al final, me hiciste llorar.

The Wire, bajo escucha

Queda fuera de duda el auge de las series de televisión en los últimos tiempos. Con Lost, 24, Heroes y similares son muchos los que dejan de lado el cine para acercarse a un género atractivo, entretenido e intrigante. Crecen como la espuma los críticos que afirman que tal o cual serie está un peldaño por encima que cualquier película actual. Y, sobre todo, la rentabilidad de las series de televisión está asegurada a través de contratos publicitarios y venta en DVD; sin embargo, una película puede considerarse más un cara o cruz.

En realidad, yo no me he acercado a esa larga lista de series de televisión de éxito salvo para pasar buenos ratos con comedias como The Office -serie que más que comedia podría ser calificada como el drama de la vergüenza ajena-, How I met your mother -o como repetir Friends unos años después- y The Big Bang Theory -hilarante y fresca convivencia de jóvenes científicos físicos.

Sin embargo, y de casualidad, me tropecé con The Wire.

The Wire es otra historia. Producida por la HBO, como Los Soprano y A dos metros bajo tierra, describe los entresijos del narcotráfico en la ciudad norteamericana de Baltimore. A través de un extenso reparto que incluye policías, detectives, políticos, periodistas, abogados, jueces, traficantes, psicópatas, drogadictos, etc… dibuja el fresco de la corrupción asociada al mundo de las drogas. En The Wire no se intenta ensalzar a los buenos como tampoco se juzga a los malos; simple y llanamente porque ni unos ni otros tienen papeles perfectos. Cada personaje, y es ahí donde radica su fortaleza, tiene sus virtudes y sus defectos; podemos sentir empatía por uno de ellos y al poco tiempo vislumbrar sus sombras como también podemos prejuzgar de forma negativa a un narco poco antes de detectar su humanidad. Los personajes son humanos, muy lejos de los intérpretes mitológicos de otras películas, y por eso yerran a menudo, se alegran con sus éxitos y sufren sus fracasos.

Cada temporada es una historia concreta, un caso a resolver. Sin embargo, cada capítulo tiene entidad por sí mismo y, cuando aparecen los créditos, a uno le queda una extraña sensación de vacío en el estómago, no en la cabeza. Como el vértigo de intuir que lo se cuenta es real, tan crudo, tan triste. Además, la serie está cargada de escenas memorables; sin ir más lejos, en el primer capítulo se observa una de las secuencias más realistas jamás filmada de dos yonquis recién alimentados.

Véanla.

La mujer y el Niágara

– ¿Has visto El Padrino? Supongo que sí, pero quién sabe, todavía queda gente que se resiste, allá ellos. Pues el otro día estuve revisitándola, que hacía como dos años que no la veía. La primera vez que la vi me pareció magistral, qué pureza, qué ambientación, qué elegancia; todas y cada una de las escenas están llenas de significado y son chocantes, imprevisibles y exquisitamente cuidadas. Cada reproche y cada disparo son de una perfección tal que casi corren el riesgo de perder su dramatismo, como si a uno no le importase morir de una forma tan límpia.

– Sí, la verdad es que tienes razón, pero no me gustaría morir acribillado.

– Bueno, pues el caso es que esta vez he visto la peli de una forma diferente, intentando observar, no el comportamiento concreto de cada personaje, sino los motivos vitales de cada uno; centrándome en los proyectos de vida de cada personaje, vamos. Y, la verdad, me ha llamado la atención constatar que El Padrino es una película de mujeres. Vale, puede parecer mentira, porque casi todos los intérpretes son masculinos: Don Vito, Michael, Luca Brasi, Fredo, Tom Hagen, Tattaglia, Clemenza, etc. Sin embargo, sus actos están encaminados a la mujer. La esposa de Don Vito es más importante y respetable que él mismo; por mucha solemnidad que Marlon Brando diese a su personaje, Carmella era la mamma, la directriz, la piedra fundamental de la familia. Y la familia, para todos, era algo más trascendente que ellos mismos: porque un hombre que no vive con su familia no puede ser un hombre, que decía Don Vito. Y luego repite: nunca te pongas del lado de nadie que vaya contra la familia. Sin el mástil femenino, la lucha y las venganzas pierden todo el norte porque, al fin y al cabo, cada acción es una subordinación a la mujer. Y un ensalzamiento, claro. Me parece maravilloso, ¿eh?

– Sí, no me había fijado, la verdad, luego comprobaré si es cierto. Me recuerda a Sándor Márai, que en uno de sus libros escribió una frase que me pareció tremendamente significativa: a veces ella, cuando tenía miedo, decía descarada y desafiante: sólo soy una mujer… Como si uno dijera: sólo soy el Niágara.