Ideología Barra Antidepresivo

Debería estar regulado eso de tener ideología. Primero se debería pasar un examen de sentido común y, una vez superado y contrastada tu propia sensatez, que se te regalase el privilegio de formarte una ideología. Nunca antes porque luego pasa lo que vemos a diario tanto en la tele como en la calle: que cualquiera se escuda en una ideología sin pasar la criba de un mínimo sentido común propio y, así, a la intemperie, el ideario se oxida y el pensar y el hacer avanzan por sinuosos caminos en sentidos desviados. Deberías, despacico, sentarte y esbozar los cimientos de tu ideología, base rocosa conforme a la que amoldar tu presente y tu futuro a través de la síncrona sinfonía del decir, el pensar y el hacer. Pero eso debería servir solo para personas superiores, superhombres de esos que decía Niche. Muchacho, ¡cómo vas a presumir de ideología con esa carencia de sensatez? ¡Cómo pretendes ser pregonero de un credo que no te merece? «Que tu boca no extienda cheques que tus manos no puedan pagar» (creo que de La Chaqueta Metálica).

Me maravilla, con mucha frecuencia, la facilidad de reivindicación de barra de bar y la inercia imparable de comentarios absolutistas. Como si cada uno llevásemos un repelente tertuliano en nuestro interior. O peor aún, un mesías provisto de la Solución Final a los Problemas del Mundo y vestido de tertuliano amigable con gafas de intelectual. Y sin embargo, ya resulta una quimera mantener en pie un mísero argumento de papel frente a las embestidas de vendavales de dogmas y terremotos de decepciones diarias. Quizá todo sea más fácil: más acción y menos palabra. Acercarse a esa máxima de San Agustín: «haz el bien a los demás y piensa lo que quieras».

Y reza para que la Justicia siempre sea justa en el mundo de las interpretaciones.

Bueno, eso no lo decía San Agustín, es una plegaria diaria. Y que si la justicia es ciega se busque un lazarillo que le chive quién tiene la culpa y qué límites no se deben rebasar. Que me vienen a la mente multitud de celebridades sospechosas que aparecen en prensa a diario y dan la sensación de ser inmunes al equilibrio de la balanza.

Mientras tanto, por si acaso y porque merece la pena abstraerse, recomiéndense/nos antidepresivos. Un, dos, tres, responda otra vez. Cachitos de Hierro y Cromo, delicioso programa musical que enlaza fragmentos de vídeos musicales del archivo de TVE y nos recuerda cómo ha pasado el tiempo y cómo hemos cambiado en pocas décadas; se emite en La 2 y Radio 3 y son capaces de enlazar a Lola Flores con Manos de Topo. Tic, tac, toc. Reflektor, un punto del firmamento en el que confluye la magia de Arcade Fire con la profesionalidad de James Murphy. Tic, tac, toc. La Gran Belleza, lo mejor del cine italiano desde Fellini es una copia de Fellini, qué paradoja, una peli burlesca y cruel con el mundo actual que sugiere que la nada y la vida y el todo a la larga son una misma cosa. Tic, tac, toc. Responda otra vez…

El hombre que mató a Osama Valance


Liberty Valance con Tom Doniphon

No tengo twitter, aunque no sé por qué, seguro que algún día me hago uno. Es entretenido leer las opiniones de las celebridades y algunos tweets, creo que se escribe así, son muy divertidos. El otro día me tropecé en el twitter del gran columnista David Gistau con un tweet que me llamó especialmente la atención: «Obama es el primer negro de la Historia tratando de convencer al mundo de que él sí mató a un hombre.»

A raíz de ese mensaje me acordé, a saber porqué, de una gran película: El hombre que mató a Liberty Valance, uno de los últimos westerns genuinos, por supuesto, dirigido por el insoportable borrachín de John Ford. Si no has visto la película difícilmente entenderás la relación entre Liberty Valance y Bin Laden y entre Ransom Stoddard y Obama, pero es que si no has visto El hombre que mató a Liberty Valance es altamente improbable que leas este blog.

El filme narra una historia con tres protagonistas: James Stewart como Ransom Stoddard, John Wayne como Tom Doniphon y Lee Marvin como Liberty Valance. Un pueblo del Oeste en el que se entrecruzan los destinos de tres hombres totalmente opuestos. Ransom llegó al pueblo con un morral en el que traía ¡libros!, buenas intenciones, ideales de justicia y un diploma de recién licenciado en Derecho. Pero, vaya, no se le había pasado por la cabeza hacerse con un maldito revólver. A su vez, Liberty vivía asido a su látigo con empuñadura plateada, infundía respeto –perdón, miedo- y sonreía con una seguridad que dejaba traslucir malas intenciones y peores acciones. Por último, Tom, el tipo duro de siempre, con su corazón ya comprado por una joven cocinera y el honor aún intacto. Digamos que se trataba de ver quién era más fuerte, si la racionalidad con ansia de justicia, la represión autoritaria o la honestidad. En fin, una lucha entre el libro, el revólver y el honor. Pero, como suele suceder en este tipo de duelos con tan cualificado personal, nadie vence.

En la peli pronto sentimos empatía hacia Ransom por sus buenas maneras, como ha logrado siempre Obama. Alguien mata a Liberty para liberar al pueblo, algo parecido a lo que buscaba EE.UU. suprimiendo por fin a Osama. Y luego está Tom, John Wayne, que ya no va a poder ir al quiosco a comprar la SuperPop.

Hormiguitas negras


Ana María Matute (laclavecultural.blogspot.com)

Todo está relacionado. En mi pueblo, para exagerar y separar conceptos totalmente dispares, dicen ¡pero qué tendrá que ver el tocino con la velocidad! Pues mira por dónde, mucho, porque cuanto más tocino tengas en los michelines menos velocidad alcanzarás. Y eso que es una frase hecha para burlarse de conceptos imposibles de relacionar. Todo está relacionado. También Ana María Matute y Tony Soprano.

Ayer, Ana María Matute pronunció su obligado discurso en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes. La escritora, tan sencilla en su «vida de papel», con esa humilde fragilidad nada disimulada, dictó un emotivo alegato en pos de la imaginación, de la invención, del mundo que habita en nuestro interior. Una lectora siempre sorprendida: «¿cómo es posible que de aquellas páginas de papel, de aquellas hormiguitas negras que las surcaban se levantara un mundo ante mis ojos, mis oídos y mi corazón de niña? ¿Qué clase de magia, de sortilegio era aquel que sobrepasaba cuanto yo vivía y cuanto vivía a mi alrededor?» La puedo imaginar a sus cándidos diecinueve llamando a las puertas de la editorial Destino con el manuscrito de su primera novela «en un cuaderno escolar, cuadriculado, con las tapas de hule negro.» Tenía claro su lugar en el mundo, en su mundo de sueño y fantasía, porque «el que no inventa no vive». Su felicidad, su pasión, era empezar con un «Érase una vez» que la arrojase al mar de la imaginación.

Entonces me acordé de Tony Soprano, protagonista de Los Soprano, jefe de una vasta familia de mafiosos americanos de pasado italiano. Pensé en la felicidad de Tony contrapuesta a la de Ana María. Cómo ella sufrió la miseria de hacer «interminables colas para conseguir pan y patatas» y, sin embargo, alcanzó su más profunda felicidad navegando entre las páginas de los sueños y las ilusiones. Y Tony, infeliz en su poder más su dinero más sus amigos más su ostentación más su mejor whisky del mundo más sus apetecibles amantes. Refugiando su fracaso personal en una psiquiatra de prestigio a pesar de tener a una esposa fiel y en una parvada de patos a pesar de tener un yate.

Como si la imaginación de Ana María tuviese más valor que todo el dinero que Tony había gastado y ahorrado en su vida. Esas hormiguitas negras.

La muerte a la vuelta de la esquina


Personajes de A Dos Metros Bajo Tierra.

A Dos Metros Bajo Tierra (Six Feet Under, en su original) es una serie producida durante los años del 2001 al 2005 por la fábrica de los sueños más admirable del s. XXI, es decir, el canal por cable americano HBO. La serie, simplificando al máximo, narra el devenir de una familia que regenta una funeraria en Los Ángeles y se centra en las relaciones personales existentes en la misma y con las personas de su entorno.

Sin embargo, SFU es mucho más que eso, es una lección de vida y muerte. Muestra con una precisión quirúrgica la emoción y el sentimiento que rodea a cualquier funeral de cualquier índole, desde bebés hasta ancianos octogenarios, desde suicidios hasta accidentes laborales. Y de este modo propone una descarada reflexión acerca de la relación que tenemos con la muerte: cuánto nos importa, cómo la afrontamos, cómo la evitamos, qué significa para cada uno de nosotros. Además, el tema tabú del sufrimiento extremo se adereza con una familia nada convencional y un humor negro muy fino. Cada personaje, miembro de la familia o allegado, tiene una marcada personalidad que se va dibujando capítulo a capítulo, teniendo además en cuenta las lógicas evoluciones y transformaciones que sufre una persona a lo largo de su vida en función de sus condicionantes. Y ahí radica el secreto de los magníficos guiones de la serie: un punto de vista emotivo y reflexivo acerca de la muerte, un humor negro cuidado y un estudio en profundidad del carácter de los personajes.

Es importante señalar que SFU no es una serie de la que puedas ver un capítulo para juzgarla dado que su mérito consiste en la fidelidad con la que se perfila a los protagonistas y cuyos diálogos son tan pulcros que no tienen cabida aislados del conjunto de la serie. Tampoco es una serie para ver con prisas. La muerte requiere su tiempo.

Y esa muerte, tan cotidiana para el grueso de los personajes de la serie, se convierte en el eje central, en la gasolina que dinamita la perspectiva vital de cada uno de ellos. Porque cuando uno está tan familiarizado con el dolor extremo necesita experiencias vitales fuertes para combatir las pesadas lágrimas ajenas: se ansía vivir cuando se ve el final tan a menudo y tan cercano. Así, la muerte se torna en el mejor catalizador de la vida, porque no hay que olvidar lo que la serie propone como lema de su última temporada: Everything. Everyone. Everywhere. Ends.

Dublín I: ¡Berberechos y mejillones vivos!

O eso dicen que cantaba la traviesa Molly Malone, pescadera de día, por las calles portuarias de Dublín durante las mañanas neblinosas de buena parte del siglo XVIII. La leyenda cuenta que fue la mujer más guapa en la Noble Ciudad de Dublín (In Dublin’s Fair City) y que solía pasear con un carrito en el que llevaba su mercancía marina. Dicen que vendía marisco de día y su cuerpo de noche, y por eso ahora es apodada The tart with the cart (la golfa con el carro).

La pobre Molly Malone murió sola, de fiebre, en plena calle, delirando ante la indiferencia de los largos abrigos dublineses andantes. Dicen que su fantasma vaga por las lúgubres calles de la ciudad aún hoy. También existe una estatua conmemorativa en una céntrica calle de Dublín (Grafton Street) que representa a la pescadera con su carro de mejillones y berberechos.

Muchos años después de su muerte, un tal James Yorkston compuso una canción dedicada a Molly Malone que a día de hoy se ha convertido en el himno no oficial dublinés. Aquí la puedes ver interpretada por The Dubliners. Tal y como informa la wikipedia, en el cine aparece representada en los primeros minutos de la película La Naranja Mecánica cantada por un vagabundo borrachín que todavía maldice su encuentro con Alex y compañía.

Pobre dulce Molly, trabajadora a destajo, humillada en su pobreza, despreciada su belleza, incapaz de sobrevivir en una ciudad que sólo pretendía mejillones vivitos.

Un conejo blanco sobre un campo nevado

Uno entre mil
Campo de girasoles uniformados (agosto 2010).

La Agrado de Todo sobre mi madre decía que uno es más auténtico cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí mismo. Lo malo es cuando el reflejo de los sueños viene en blanco. Cuando uno no ha perfilado una imagen futura de su yo porque va mirando el suelo preocupado por el presente y está más atento a no tropezarse con la piedra que está a un metro que en mirar la cima tan lejana y quién sabe si inalcanzable. Algunos simplemente improvisan una vida, como proponiendo una supervivencia y posponiendo un sentido global. Salen a la calle y pasean sin rumbo, despreocupados de luchar por parecerse a sus sueños, a una hoja en blanco. Aunque algunas hojas en blanco son como el dibujo de Léolo, o sea un conejo blanco en mitad de un campo nevado.

El reflejo de lo que otros han soñado de sí mismo es un cuerpo perfecto, un chalet a las afueras, una lucha sin cuartel contra las injusticias de este mundo, un hito científico inigualable, el gol de todos los tiempos, una carrera profesional sin el más nimio tachón, una oración infinita, un placer desenfrenado y nihilista. Da igual. Relevante se torna el encontrar los hilos de los sueños que nos deben guiar, y así parece que nos podemos olvidar de tomar nuestras decisiones, simplemente títeres de los hilos de nuestros sueños. Y cuidado que no te corten los hilos y se te caigan las manos y las piernas y ya no puedas ni bailar ni saltar ni rezar ni follar ni comer cacahuetes. Al final te quedas como un girasol con un mecánico movimiento diario. Como un triste girasol nocturno.

Universijazz

Música callejera en Trieste
Banda callejera durante una visita a Trieste (Italia, 2005).

Este jueves se estrena el curso académico para Universijazz, la iniciativa de la UCLM para fomentar el jazz en la comunidad universitaria que cumple su quinta temporada. En concreto, el primer concierto correrá a cargo de Abe Rábade Trío, desde las 20:00 en el Salón de Actos de la Facultad de Letras de Ciudad Real.

Hace años entrevisté con un amigo al promotor de la idea, Antonio G. Calero. Me gustaría transcribir una respuesta acerca de qué criterios sigue a la hora de programar las actuaciones: «Universijazz se caracteriza por dar cobijo a un abanico muy amplio de propuestas con el objetivo de llegar a un gran espectro de público. La oferta es muy variada: desde jazz vocal o latino, cercanos al público general, hasta otras propuestas más avanzadas e innovadoras que requieren un oído más educado. Se intenta dar una de cal y otra de arena, y el público siempre responde. Así, por un lado conseguimos atraer a gente a través de conciertos ligeros, por ejemplo el de Habana Abierta, y por otro lado alcanzamos cierto interés popular por el jazz en sus vertientes más atrevidas y “difíciles”. Hay que tener en cuenta que el jazz no es uno, es un lenguaje, y comprende estilos muy variados, bebe de muy diversas fuentes, tiene influencias muy variadas. Es bueno que el público se acerque a distintas manifestaciones. Por otro lado, la mejor forma de interesarse por el jazz consiste en ver espectáculos en vivo. Primero se ha de disfrutar de la música en directo, después se saboreará “empaquetada” en compacto; pero sin el primer elemento, el segundo quedaría cojo. Me resulta inconcebible iniciarse en el jazz a partir de música en CD porque el ámbito natural del jazz es el club de jazz con música en vivo.»

Y doy fe que los grupos que actúan se engloban en órbitas muy diferentes, desde la música caribeña y fresca de Habana Abierta a la cálidas voces de Laika Fatien o Beatrice Binotti pasando por jazz clásico como el de Carli Sandoval Merlo Trío o Ximo Tébar. Lo difícil es no disfrutar.

Y hablando de jazz, una recomendación televisiva: la serie Treme. Treme es una serie de la HBO ideada por el genial David Simon (sí, el guionista de The Wire) acerca de la vida en Nueva Orleans tras la devastación del Katrina, todo bañado en música de club y relaciones humanas difíciles. Muy recomendable; algún día se le dedicará un post por aquí.

Metasueños


Fotograma de Waking Life, 2001.

La culpa debe ser de Waking Life y Origen, dos películas que juegan con los sueños, con la indivisibilidad entre lo real y lo onírico. Ambas plantean cuestiones metafísicas a través de metasueños y hacen que te pellizques un dedo para comprobar que, al menos, tú estás en el cine y eres sensible al tacto.

Supongo que ambas películas arrinconaron a mi subconsciente, tan indefenso un sábado por la noche, y se hicieron notar en un sueño dentro de un sueño. Yo estaba soñando y me creía consciente, como nos suele suceder en fases profundas del sueño. No sé cómo ni por qué alguien me hizo una proposición: «eres libre de soñar lo que quieras, ¡lo que quieras!, así que cierra los ojos e imagina; ya me encargaré yo de transportarte a tu sueño para que tengas sensaciones reales». Era algo así como pasar al metasueño, al sueño dentro del sueño, o como dirían en Origen, al segundo nivel.

¿Qué hice? Busque un libro, no sé cual, y me inventé un sofá cómodo en el que tumbarme a leer. Joder. Podía haber quedado para cenar con Scarlett Johansson. Joder. Podía haber sido director de orquesta en el Concierto de Año Nuevo de Viena. Joder. Podía haber estado en un yate tomando champán y viendo mar por todos los horizontes. Joder, joder. Podía haberme teletransportado a la pelea entre Alí y Foreman al Zaire. Podía haber ganado un Príncipe de Asturias. ¿Y qué hice? ¡Sentarme a leer un libro! La sensación fue placentera, sí, pero la imaginación de mi subconsciente fracasó estrepitosamente.

El domingo tenía una sensación agridulce: dulce porque podía hacer realidad mi sueño, estaba al alcance de mi mano, y agria porque había desperdiciado una ocasión de oro para materializar un sueño. Qué paradójico.

En cualquier caso, recomendables Origen y Waking Life. Quizá esta última menos, tan cargada de monólogos trascendentales que agota al poco rato, aunque reflexiva y original por el uso de la rotoscopía. Me llamaron la atención algunos de los monólogos, como uno sobre el libre albedrío en un mundo gobernado por Dios o por las leyes físicas y uno sobre la transformación de las palabras inertes y abstractas en conceptos subjetivos. Como muestra, un botón, un comentario del conductor del coche-barco de la imagen: «Déjate llevar por la corriente. El mar no rechaza a ningún río. La idea es mantenerse en un estado de salida constante, siempre llegando. Ahorrando introducciones y despedidas. El viaje no requiere una explicación, sólo pasajeros. Ahí es donde entráis vosotros. Como si vinieras al mundo con una caja de lápices de colores. Tu caja puede ser de 8, puedes tener la de 16. Pero lo importante es lo que haces con los colores que te dan. No te preocupes si coloreas dentro o fuera de las líneas. Yo digo: colorea fuera de las líneas. ¡Colorea fuera de la página! No te limites. Estamos en movimiento con el océano. No estamos sin salida al mar, os digo eso.»