Miserable educación

Llanto de una mujer desesperada por los mundos blandos

Como acontecimiento histórico, esta mañana he recibido el primer e-mail de mi madre. Ella está muerta; Mr. Google me ha dicho que la búsqueda de su nombre no produjo ningún resultado. En cualquier caso, sospecho que no le preocupa no ciberexistir. En su correo electrónico, como está leyendo Los Miserables, ha añadido una cita que bien merece ser reproducida:

La tisis social se llama miseria.
Lo mismo se muere minado que aplastado.
No nos cansaremos de repetirlo: pensar ante todo en la multitud desheredada y dolorida, consolarla, darle aire y luz, amarla, ensanchar magníficamente su horizonte, prodigarle la educación bajo todas sus formas, ofrecerle el ejemplo del trabajo, nunca el de la ociosidad, aminorar el peso de la carga individual, aumentando la noción del fin universal, limitar la pobreza sin limitar la riqueza, crear vastos campos de actividad pública y popular, tener como Briareo cien manos que tender por todas partes a los débiles y a los oprimidos, emplear el poder colectivo en ese gran deber de abrir talleres a todos los brazos, escuelas a todas las aptitudes, y laboratorios a todas las inteligencias; aumentar el salario, disminuir el trabajo, equilibrar el deber y el haber, es decir, proporcionar el goce al esfuerzo, y la saciedad a la necesidad; en una palabra, hacer despedir al aparato social más claridad y más bienestar en provecho de los que padecen y de los que ignoran; ésta es, que las almas simpáticas no lo olviden, la primera de las obligaciones fraternales; ésta es, que los corazones egoístas lo sepan, la primera de las necesidades políticas.

[Los Miserables, Victor Hugo]

No parecen correr buenos tiempos para necesidades políticas, ni para ocuparse de la multitud desheredada y dolorida, ni para evitar el ejemplo de la ociosidad. Ella dice que en el instituto deberían sustituir Educación para la Ciudadanía por la lectura de Los Miserables.

P.S. Dibujo de Javi Gil un momento después de despertar de un sueño con el Guernica de Picasso y Los Relojes Blandos de Dalí.

Fragmentos de El precio del rescate

Salvador Sostres -catalán, católico, barcelonista y columnista de El Mundo- publicó una columna la semana pasada acerca de Alicia Gámez, la voluntaria de la ONG Acció Solidària que ha sido liberada recientemente por Al Qaeda (para conseguir la liberación, el Gobierno español ha pagado dos millones de dólares a Al Qaeda).

Sostres suele presumir de irreverente y políticamente incorrecto, pero en este caso sus palabras acerca de las ONGs y los voluntarios abruman:

[…] El Gobierno ha tenido que dedicar un tiempo precioso y dos millones de dólares por culpa del capricho de unos chicos de buena familia que buscaban algún aliciente políticamente correcto para su turismo tercermundista. Héroes de salón, irresponsables, fantoches consentidos, cínicos que toman prestado el drama ajeno para jugar un ratito.

[…] Porque viajar a países donde el peligro es evidente y está advertido no tiene ningún sentido, porque publicar en directo lo movimientos de tu caravana solidaria por internet no tiene ningún sentido y es una invitación a los terroristas, porque el hambre en el mundo es un problema demasiado serio para dejarlo en manos de este atajo de niños de papá que nunca resuelven ningún problema y crean muchos…

[…] Y espero que se dé cuenta (Alicia Gámez) que en un mundo donde la libertad, que es nuestro modo de vida, está amenazada, todos somos soldados de lo que protegemos y preciados trofeos del enemigo. La tontería de estos pijos le ha regalado un inesperado triunfo a los asesinos de Al Qaeda…

[…] El mundo libre ya tiene suficientes problemas como para tener que volver a ocuparse de ella.

P.S. Mientras tanto, aprovecho para recordar que la semana que viene Ingeniería Sin Fronteras ApD organiza en Ciudad Real las II Jornadas de Cooperación al Desarrollo desde la Ingeniería: Tecnologías Apropiadas. Quedáis invitados.

Experimiento II

Hoy el cielo era bonito, de un color suave, degradado de azul pastel a beige, casi así. Un cielo frío que intenta calentar en balde; al menos, más estimulante que durante tantos días, semanas, meses pasados.

Un día para pasear el frío seco y acercarse a Un cuarto propio, librería imprescindible de Ciudad Real. Una librería particular en la que no encontrarías a aquel que compraba libros a menudo y los acumulaba por las estanterías de su casa para darse un aire de gaseoso intelectual. A ese lo encontrarías en un bar elitista sobornando a muchachas todavía más gaseosas con historias de Kundera, de Bolaño o de autores de segunda fila con nombre molón y gafas de pasta. Sí que podrías tropezarte con ese otro, buen lector e incluso notable escritor, que amaba la literatura porque no tenía las agallas suficientes para vivir en primera persona las experiencias que narraban las novelas que leía o escribía. Espectador de su propia vida y protagonista de las que le contaban. Podrías también encontrar algún espécimen producto de la fusión de los complejos de Elena Medel y la vanidad de Luna Miguel.

Así es como he encontrado Epitafio, de una tal Paloma González Rubio, una escritora que dice no acordarse de su nacimiento ni de su muerte, y editado casualmente por La Discreta. Un día dejé de ser amable, empieza el protagonista. Como si ese mismo día rompiese su compromiso con el mundo, cansado de que éste exigiese sus derechos pero faltase a sus deberes con la otra parte contratante, Manu, el protagonista. Supongo que se trata de un hecho recurrente, tantos contratos -vitales, laborales- más cercanos al parasitismo que a la simbiosis. Como si el mundo nos cantase no te puedo hacer feliz, no te puedo hacer feliz, no te sé hacer feliz.

O quizá no se trate de ser feliz. Una chica, trabajadora a destajo, decía que se alegraba de no estar satisfecha en aquel momento. Que aunque despotricase y se comiese la cabeza y se sientese depre, esa insatisfacción equivalía a vitalidad, significaba que aún latía en ella algún tipo de rebeldía cuasi juvenil, algun grado de ambición no saldado. Por mucho que me joda me tengo que alegrar por no estar feliz si la felicidad equivale a satisfacción.

From Sharapova to Eróstrato

fast

Dicen que para ir en coche por Oymyakon (Siberia) tienes que ser un mecánico experto y llevar piezas de repuesto porque como tengas alguna avería sólo tendrás tres horas antes de congelarte y difícilmente alguien te auxiliaría en tan breve lapso de tiempo. Es curioso, hablando de Siberia, que allí naciese Kalashnikov, que tantos fogonazos provocó con su invención, y Sharapova, que tantos fogonazos.

Estaba anocheciendo, pero yo no iba en coche ni estaba en Siberia: pedaleaba en bicicleta por los alrededores de mi pueblo. Pinché y, maldita sea, nunca hice caso al consejo de llevarme el móvil por si acaso, que más vale un porsiacaso que mil esques. Al menos, tendría más de tres horas antes de congelarme; de hecho, podría caminar hasta mi casa, y llegaría en ese tiempo. Me senté en la orilla de la senda y me abracé a mis rodillas. Esperé, consciente de la inutilidad de la espera, en paz con la oscuridad que me iba envolviendo. Quise escribir los versos más tristes esa noche, pero ya lo había hecho Neruda, así que ya no pude ser pionero en juntar las palabras tiritan, azules, los astros a lo lejos. No me preocupó, aunque sí lo hizo el pensar que, quizá, sólo me quedaba por vivir un verso. ¿Vivir un verso? Qué cursilería, si sólo tenía que levantarme, coger la bicicleta y regresar andando, aunque la cena se quedase fría.

Mientras volvía, no sé por qué, se me repetía una y otra vez un fragmento de una canción de McEnroe: subo al Everest / sin que nadie me lo pida / sólo por hacerte un favor. En realidad, también me acordé de su el amor no existe / tú me lo destruiste, pero no me puedo fiar de un tío que escribe cartas con claveles y napalm. Tendrá fuego en el cerebro, como decía James Joyce de su hija, quien terminó muriendo en un psiquiátrico inglés.

Por si a alguien le interesa, llegué sano y salvo. Recé por cruzarme por el camino con un animal en peligro de extinción, el animal más bello del mundo, Ava. No lo encontré, estaría hibernando. Al final, cansado pero contento, alcancé mi casa. El júbilo moderado duró hasta que mi hermana me contó eso de John Cobra, otro caso de Complejo de Eróstrato. Al menos su modus operandi fue más del siglo XXI.

Cuando me acosté, tan cansado, no sabía si soñaría con Sharapova o con John Cobra.

Duquan, Duquan

¡AVISO! A continuación relato a vuelapluma las andanzas y personalidad de un personaje de la serie norteamericana The Wire; creo que no contiene ningún spoiler, pero por si acaso y sabiendo que hay gente muy susceptible a conocer partes del guión, lo aviso.

Dukie, tuviste mala suerte, sí, fuiste muy desafortunado, para qué engañarnos. No podría valorarte omitiendo tu pasado. Resultaría imposible emitir un juicio de valor acerca de tu comportamiento silenciando las circunstancias que han rodeado toda tu vida. Me inspiraste compasión cuando te conocí, tan indefenso ante tus compañeros, tan maltratado. Tu arsenal de recursos era diferente al del resto y, en ese mundo, estabas en desventaja. Así, te obligaron a nadar a contracorriente.

Eras demasiado inocente para un mundo de mayores que giraba con el impulso de motores deleznables, pero me alegré enormemente viendo la suerte que tuviste en clase de matemáticas, te vi feliz por primera vez, integrado, admirado incluso. Descubriste que existen personas que se rigen por valores más nobles y que, quizá de forma ignorante, luchan por el bienestar del prójimo. También me satisfizo ver cómo lograste cobijarte bajo el ala de un ave de altas miras y sentirte así protegido. Te viste rodeado de un mundo sucio e inmoral pero intentaste mantener tu integridad, quizá es por eso que te tenía alta estima.

Y, sin embargo, al final, me fallaste. No te lo reprocho; más aún, reflexionando acerca de tu condición sentí una impotencia y una tristeza infinitas. Porque sé que luchaste contra tu destino, que intentaste enderezar un rumbo demasiado poderoso, pero a pesar de todos los esfuerzos, sucumbiste.

Al final, me hiciste llorar.

Salinger, ¿y?

Suena Brian Eno, la pegadiza Here He Comes; nunca supe porqué todas las palabras empiezan con mayúsculas en las letras de las canciones en mp3. Me entristece pensar que no me importa en absoluto que Salinger desaparezca. Es verdad que le agradezco que concibiese a Holden Caulfield, ese joven desarraigado que me dio una idea que me rondó a menudo en la adolescencia: «Me iré muy lejos, me haré pasar por sordomudo, y así no tendré que hablar con nadie ni nadie me hablará, pues se cansarán de hacerlo». Pero ahora ya ni sé cuándo leí al guardián del centeno, recuerdo el olor a viejo y las páginas amarillentas porque la edición era muy antigua, tendría unos dieciséis años -yo, no el libro, que seguramente más- y mantengo el sabor pero no la textura de la novela. Sospecho que ahora entendería mejor a Holden pero lo sentiría peor. De Salinger dicen que era un gruñón insoportable, quizá no se aguantaba ni él mismo, como Felipe González. Esta mañana, Antonio Lucas, una de las plumas más frescas del periodismo actual, escribía en una imprescindible columna que Salinger pensaba: «Soy un paranoico al revés. Siempre sospecho que la gente está planeando algo para hacerme feliz». Brian Eno se pasa a By This River y pienso que es un buen compositor para un domingo; sé poco acerca de él, salvo que dijo: «Cuando era muy joven —tenía de hecho nueve años— tomé la decisión de que nunca iba a tener una trabajo corriente. Un incidente en particular aceleró mi decisión. Mi padre llegó a casa después del trabajo un día y había estado trabajando más que de costumbre. Él era cartero y estábamos en invierno, así que había estado arrastrándose por la nieve doce horas, desde las cuatro de la mañana. En casa, se tiró en una silla y estaba tan cansado que no podía ni comer. Hambre tenía, y no paraba de coger comida con el tenedor… pero era incapaz de comerla, se quedaba dormido. Entonces pensé: a mí nunca me va a pasar eso. Y creo que lo he ido logrando hasta ahora».

Eterna Juventud

Tanto le insistieron en que debió tomar el elixir de la eterna juventud que al final terminó creyéndoselo. Igual que Obélix cayó en la marmita de poción mágica de Panorámix y se la bebió casi entera cuando era un niño, ella parecía otro prodigio de la naturaleza. Daba igual que pasasen los meses y los años porque ella seguía siendo la más guapa, la más risueña y juvenil. Era la envidia de ellas y el objeto de deseo de ellos. Conseguía lo que se proponía con una facilidad asombrosa: una simple sonrisa y ¡zas! el éxito asegurado.

Le perdí la pista hace años y no supe nada de ella hasta la semana pasada. Me encontraba en Almería, adonde había acudido para asistir a un congreso. Al llegar al hotel, solicité que a la mañana siguiente el servicio me despertase a las 7:30; había olvidado mi despertador y no me fiaba de la alarma del teléfono móvil.

Ella me despertó al día siguiente. Yo no comprendía que hubiese cambiado su trabajo anterior, bastante estable, por cierto, por este nuevo, mucho menos gratificante. Me dijo que se había cansado de que siempre le dijesen «Sí» y quería saborear los «No», los gruñidos matutinos contra el despertador, los ruegos de aplazamiento. Pensé que si quería sufrir y no conquistar sus deseos con la facilidad que siempre había tenido podría haber escogido muchos otros trabajos más sacrificados, pero de todas formas me sorprendió su actitud, ese hastío del éxito.

P.S. Basado en la historia real de un sueño.

Balance

Ha sonado la hora fatídica de mirar hacia atrás con la serena lucidez del que sabe que va a caer el telón y que, a poco que remolonee, no tendrá que hacer balance. No diré que dejo este 2oo9 con pena; entre los muchos sentimientos contradictorios e inoportunos que en mi ánimo luchan con resultados generalmente nefastos no están el estoicismo preclaro ni la elegante resignación. Es triste constatar, al levar anclas, que jamás he poseído las virtudes más excelsas de la hombría: soy egoísta, timorato, mudable y embustero. De mis errores y pecados no he salido ni sabio ni cínico, ni arrepentido ni escarmentado. Dejo mil cosas por hacer y otras mil por conocer, de entre las que citaré, a título de ejemplo, las siguientes:¿por qué ponen huevos las gallinas?, ¿por qué el pelo de la cabeza y el de la barba, estando tan juntos, son tan distintos?, ¿por qué los programas de televisión no son un poco mejores? Ítem creo que la vida podría ser un poco más agradable de lo que es, pero es probable que esté equivocado, o que no sea tan mala, sino sólo una pizca banal.

[Eduardo Mendoza, El laberinto de las aceitunas]

O quizá no sea tan banal, ni tan mala; es probable que no sepamos aprovecharla. José Antonio Marina, en una tarea harto ambiciosa, plantea cómo aprender a vivir mejor en El aprendizaje de la sabiduría. Aunque este tipo de libros suenan a autoayuda y psicología barata, es interesante constatar cómo Marina simplifica los conceptos para que tengamos a mano un manual sin pretensiones que nos guíe en nuestra única labor. A grosso modo, para aprender a vivir es necesario:

  1. Elegir las metas adecuadas: establecer prioridades, planificar, revisar cómo vamos, atreverse a cambiar de proyectos.
  2. Resolver problemas: tomar buenas decisiones, hacer el esfuerzo de conseguir nuestras metas y huir de la pasividad.
  3. Valorar las cosas adecuadamente y disfrutar de las buenas.
  4. Tender lazos afectivos cordiales con los demás.
  5. Mantener la autonomía correcta y responsable.

P.S. Se ha sustituido mundo por 2oo9 de la cita original de Mendoza.