Ave Fénix de la Amnesia

La muerte es una transición, como un descanso entre vidas. A lo que muere solo le queda la espera, porque su única esperanza es la finitud de la inexistencia. Y esa fe es inquebrantable por necesidad, no por consciente elección. Siempre es más fuerte lo inevitable.

También este rincón cibernético se agarró a esa esperanza en la resurrección, como ansiando el misticismo de un ave fénix que pudiese resurgir de las tinieblas de la oscuridad y el olvido. Y la noche era nítida y opaca, como los quince años que el blog se mantuvo sin que el gestor de contenidos de wordpress se actualizase y los varios meses de abandono.

A saber porqué, ya formalmente clausurado, saqué del letargo al blog para alojarlo en un rinconcito dentro del dominio local villaescusadeharo.com, supongo que por la pena de la extinción y la amnesia. Qué paradoja, tantos años de desidia para, en un rato, ser capaz de migrarlo dócilmente a otro dominio y actualizar su plantilla de diseño, como amortajando con las mejores galas. Esperando un tiempo apropiado; es más relevante la oportunidad que la necesidad.

Todo ha cambiado, ya no merecen la pena la vanidad ni la publicidad, solo la intimidad y la necesidad de un modo de expresión sin ambición ni aspiración. Desde hoy, tras nueve meses de desamparo, regresa de las tinieblas este ente de aspecto moribundo pero espíritu llameante, igual que el último vecino de Ainielle postrado en su lecho pobre, igual que Pedro Páramo en un patio soleado de Comala. Con la virtud de la gratuidad y con la única responsabilidad de enmadejar un hilo de recuerdos que poder tensar cuando ya no haya historias nuevas.

Quince años no es casi nada (The End)

Atardecer en el convento dominico de Villaescusa de Haro.

Subimos hasta el cielo
caímos hasta el fondo
lo apostamos siempre todo
bailando
danzando entre los muertos
al son de los cascabeles.

[Toro, El Columpio Asesino]

Hace unos días me llegó un correo electrónico en el que se informaba que no se procedería a la renovación del alojamiento de este blog. Corren malos tiempos para el alquiler, en vivienda y en web. Hostinet, la encargada del hosting, ofrece una oportunidad de renovación, pero a un coste abusivo, como invitando a cerrar el garito. Así que, casi quince años después, este mes será el último para este blog personal.

Quizá todo tenga un principio y un final, un alfa y un omega. El principio de esta historia comenzó en mayo de 2008, poco después de la segunda victoria de Zapatero en las urnas y en pleno estallido de la gran crisis. El gobierno ofrecía a los jóvenes un dominio .es y un alojamiento gratuito asociado durante un año, pagaba la casa. Esos años del 2008 al 2011 fueron muy locos, estábamos en quiebra pero intentábamos requemar los rescoldos del boom inmobiliario que había llenado las arcas públicas. Todavía cabían más elefantes balanceándose en esa tela de araña. Ya les tocaría a otros recoger la fiesta. Quince años después nadie ha barrido la resaca.

Desde entonces, he publicado, con esta última, 309 entradas en kyezitri.es, que ni son muchas ni son pocas pero que desnudan sin piedad la perspectiva singular de un contexto personal y social. Ni siquiera sé si me arrepiento de haber publicado algunas ideas que ahora no suscribo porque hace mucho tiempo que no releo nada; en el fondo, considero una suerte poder contrastar de forma tan nítida una mirada evolutiva. Lo definí en el décimo aniversario: incluso la entrada más ridícula me representa.

Cuando esto empezó hace quince años no tenía ni casa, ni coche, ni un trabajo decente, ni novia, ni trajes, ni siquiera un televisor grande que te cagas como el que proclamaba Trainspotting. Era, en definitiva, un joven mileurista con pocas ganas de futuro en un piso compartido de una cómoda ciudad de provincias. No sé si he mejorado pero ahora ya tengo una familia, una tesis doctoral, un pueblo, un anillo, dos hijos, dos coches, tres bicis, media docena de trajes, una decena de gallinas y un centenar de pinos; también una mochila de aprendizajes y de oportunidades perdidas. Entre medias han pasado cosas, como cepillarse los dientes, echar gasoil o freír huevos.

Jamás soñé una despedida de mi blog personal, así que he llegado al día final sin el discurso preparado. Me viene a la memoria aquella entrega de premios en la que un cocinero conocido subió a recoger el suyo y, al acercarse al micro, solo manifestó: «muchas gracias, a mí no me gusta hablar en público, así que ¡hasta luego, Lucas!». Cuando tiempo después le propuse ser pregonero de las fiestas del pueblo se estuvo riendo media tarde, claro, y ofreció cocinar unas gachas en el escenario en vez de pregonar un discurso. Corolario: medir tus debilidades y tus fortalezas resulta una estimable virtud.

A medida que envejecemos nos vamos volviendo más fruto que flor, más escépticos, más huraños, más tecnófobos, más pragmáticos. Por el camino vamos perdiendo las alas hasta que llega un momento en el que ya no podemos volar y, sin embargo, nos da igual, el mundo no se acaba nunca. El entierro de este rincón personal atestiguará que nada cambia a pesar de la procesión de funerales que jalona nuestra pasión cotidiana. Nadie nos echará de menos, solo hay que calcular el desde cuándo. Consideremos, para más humillación, que todos estos párrafos ni siquiera aspiran a un cielo o un infierno, sino a una triste papelera de reciclaje, y, a la postre, el vertedero digital y de la memoria.

En su despedida, este blog le anima a seguir soñando a pesar de las pedradas, a aspirar (por la nariz) a un mundo mejor, a leer mucho más que a escribir, a reír con los peores chistes, a ponderar el ansia de justicia social para no terminar como Alonso Quijano, a perderse en invierno en el lago de Fusine y en verano en la cala Goloritze, a entrar en Bolaño y en Faulkner, a escuchar a Sergio Algora y a Xoel López, a no morir antes de ver The Wire y Six Feet Under, a rezar en la magia de Machu Picchu o en cualquier reclinatorio de Roma, a despertarse antes del amanecer porque verlo sin acostar ya se hace difícil, a beber solo vino bueno y, sobre todo, este blog le anima a no tomarse en serio ningún consejo ni a ningún político. Porque, hace siglos, San Juan de la Cruz ya anticipó que al atardecer de la vida solo nos examinarán del amor.

And this is the end, my only friend, the end.
The end of laughter and soft lies.
The end of nights we tried to die.
This is the end.

2022, bella ciao, ciao, ciao


Novena desde el coro alto de la iglesia del convento de justinianas.

Todo el mundo tiene restos de sueños
y regiones de la vida devastadas,
todo el mundo tiene una infancia
que resuena en las esquinas de su casa.

[Los jardines de marzo, La Bien Querida]

Un vistazo, por el retrovisor, a este 2022, concluye que he revisado más sentencias judiciales que novelas, que he estudiado más informes de intervención que ensayos, que he escrito más columnas de opinión política que entradas personales de blog, que he visto más intervenciones parlamentarias que películas y que he viajado mucho más por motivos políticos que por ocio o vacaciones.

Pero, a pesar de todo, no hay que perder las buenas costumbres y clasificar las diez mejores lecturas del año que pronto expira:

  1. Momentos estelares de la humanidad (Stefan Zweig)
    Volvería a leerlo mil veces. Puedes vivir sin adentrarte en estos catorce fragmentos de la historia seleccionados por Zweig, pero también puedes vivir en un zulo sin riñones ni ojos. Más aquí.
  2. España invertebrada (José Ortega y Gasset)
    Que España es un país invertebrado lo damos por sentado, pero que Ortega lo describa de forma tan certera en este ensayo hace sospechar que nos está vigilando por un agujerito. Pone en contexto el independentismo catalán para que sepamos que no tiene solución rotunda, solo márgenes de convivencia. Y nos recuerda que «tal vez ha llegado la hora en que va a tener más sentido la vida en los pueblos pequeños y un poco bárbaros».
  3. Los restos del día (Kazuo Ishiguro)
    Cada novela de Ishiguro es una obra de arte de orfebrería de exquisita sensibilidad. Un veterano mayordomo repasa su vida al servicio de una noble familia de la élite inglesa. La evolución social, la negociación de la humillación alemana tras la gran guerra, el amor discreto, la vocación de servicio, la obsesión por el trabajo bien hecho, y mucho más en un monólogo inolvidable e increíblemente verosímil.
  4. Hamnet (Maggie O’Farrell)
    De la biografía personal de William Shakespeare se sabe que se casó, tuvo tres hijos y el único varón, Hamnet, falleció a los 11 años. A partir de estas pinceladas de realidad, O’Farrell esboza una historia mágica centrada en la figura de Anne, su esposa, y en la agonía del pequeño Hamnet. Las lágrimas son inevitables en la catalogada como una de las mejores novelas del 2021.
  5. El hombre en busca de sentido (Viktor Frankl)
    El psiquiatra judío Viktor Frankl narra su angustiada existencia en un campo de concentración nazi. Por deformación profesional, intenta analizar el comportamiento humano, que busca un resquicio para conmoverse por un paisaje bello rodeado de cadáveres y que ansía entender el sufrimiento como un sacrificio que da sentido a la miserable existencia. Insiste en que tenían los días contados aquellos prisioneros que abandonaban la dignidad de lavarse, la ilusión por la sopa aguada y la necesidad de despiojarse al acostarse porque la apatía y la indiferencia son la antesala de la muerte. Por eso hay que hacer la cama todas las mañanas y dar un beso a tu pareja al despertar.
  6. El matarife (Sándor Márai)
    El atormentado húngaro escribió en su juventud esta novelita de iniciación en la que narra la historia del carnicero Otto Schwarz vía disección psicológica. Quizá no esté a la altura de sus grandes obras como El último encuentro o La mujer justa, pero merece mucho la pena y ofrece, en su sencillez, un argumento redondo. Podría convertirse en guion de un buen thriller de David Fincher.
  7. El príncipe moderno (Pablo Simón)
    El politólogo riojano ofrece un ensayo tan actual como ameno sobre política moderna. Sus enseñanzas están lejos de Maquiavelo a pesar del guiño del título, pero ofrece lecturas inteligentes de contextos presentes para entender un poco mejor porqué este mundo está tan loco.
  8. Decálogo del buen ciudadano (Víctor Lapuente)
    El sentido común europeo en este siglo XXI. Un moderno ensayo de ética social de un padre de familia numerosa que pide que creamos, aunque sea un poco, en Dios y en la patria. Lapuente es un progresista afincado en Suecia a pesar de que su lema «Dios, patria y familia» lleve el sello de Giorgia Meloni y del fascismo italiano de los años 30.
  9. Asombro y desencanto (Jorge Bustos)
    Esta prosa tan poética me confunde, a ratos deliciosa, a ratos presuntuosa, pero la mirada de Bustos a través de los paisajes manchegos de Alonso Quijano resulta lúcida y atractiva. Encontrar poesía en una visita por Belmonte a las cuatro de la tarde de agosto tiene su mérito. La parte francesa es más madura, pero más aburrida.
  10. Lanzarote (Michael Houellebecq)
    La han impreso solo para vender, es lo más simple e innecesario del genial francés, a años luz de Sumisión, Plataforma, Las partículas elementales o El mapa y el territorio. Pero, claro, sigue siendo Houellebecq.

Pocas novedades puedo ofrecer de cine y televisión. Nos borramos de Netflix y HBO, tras correspondiente agradecimiento a su labor en épocas pandémicas. Me embaucó Argentina 1985, me aburrió Alcarrás, me angustió Trece vidas y me volvieron a seducir E.T., el extraterrestre, La historia interminable o Charlie y la fábrica de chocolate, ahora ya con otros ojos.

Durante las noches de todo el año, para disgusto del gorila, nos ha acompañado la familia Pearson en This Is Us (Amazon Prime), cuya historia termina con nosotros, precisamente, en esta víspera de fin de año. Los hermanos Randall, Kevin y Kate son unos brasas a los que se les coge cariño a lo largo de su angustia existencial, cada uno cargado con un maletón de fantasmas propios. Han quemado tanto CO2 atravesando el país en avión de costa a costa solo para discutir con el resto de su familia que Greta los encarcelaría; Beth lo resume: «la familia Pearson es lo mejor y lo peor que me ha pasado en la vida». Más que una serie parece una parábola mística alrededor de un matrimonio ideal, la hagiografía de una madre todopoderosa y el recuerdo idealizado de un padre perfecto; qué insignificantes parecemos a la sombra de Rebecca y Jack. Kate cuadra el círculo cuando demuestra saber ponerle siempre la cola al caballo con los ojos vendados: «me tapáis los ojos, pero os ponéis todos a hablar y, si sé dónde estáis, puedo orientarme para saber dónde ir»; no se me ocurre forma más romántica de entender la familia.

Y hubo conciertos durante todo el año. Inolvidable In Paradisum en nuestra casa vía Réquiem de Gabriel Fauré. Y la adaptación imposible de La Primavera de Vivaldi al órgano barroco. O la ídem del Billie Jean de Michael Jackson en formato cuarteto de cámara con Chopsway String Quartet. En Segóbriga disfrutamos con las Tanxugueiras, nos emocionamos con Estrella Morente y recordamos la adolescencia con Revólver. En Uclés nos acongojó Lux In Tenebris y en Cuenca nos sorprendió la Misa de Coronación de Mozart en interpretación de la gran orquesta Ciudad de Granada.

Han pasado muchas cosas desde el primer «papá» del pequeño garrapato el 11 de enero de 2022 hasta el perfectamente inteligible «mira, Ca-ye-ta-no, estoy trabajando muy bien, pintando una calabasa que da mucho miedo» del 28 de diciembre. Han pasado muchas cosas desde aquel 13 de febrero en que el gran gorila dijo «papá, hoy no has dicho en todo el día ¡ay, señor!» hasta que en diciembre me preguntó que si Dios tenía teléfono. Han pasado muchas cosas desde la última nochevieja con alma de funeral y la última cabalgata de reyes con mascarilla bajo la lluvia hasta unas campanadas en las que los pequeños comen las uvas más rápido que los mayores.

Y, en el interludio, la vida nueva de agosto y la muerte del punto final de octubre, la inevitabilidad de este mundo; estamos más preparados para abordar la muerte que la vida. Se fueron también Isabel II, Pelé y Benedicto XVI, menudo trío. Además, en el interludio, las noches de alegría de esperadas graduaciones y de oposiciones exitosas, como escribió Sylvia Plath: «quizá nunca sea feliz, pero esta noche estoy contenta».Vino José Manuel Navia a fotografiar los rincones cotidianos de la Bella Excusa, Rafael Narbona a cincelar el alma del pueblo con cariñosa barrena de tinta y sudor y Lidia Simarro a dejarse la vida domesticando a los niños del pueblo después de cinco años de barbecho. Y, qué paradoja, al final aportan más de lo que se llevan, porque la buena gente tiene otra mirada y sonríe con plenitud y deja un rastro de benignidad que huele a hierba y lluvia. Miguel Ángel Valero, que afirmó que estoy condenado a la irrelevancia y sonrió cuando me llamaron besugo, y Vladimir Putin, que bombardea Ucrania y viola a las mujeres de Mariúpol, no huelen a lluvia sino a orina reseca. Antonio González insiste en que recibimos tres herencias, la genética, la del billetaje y la del alma, y que solo la última nos empuja a explorar nuevos horizontes y dar un sentido a la vida, aunque la realidad se empeñe en empañar la prosperidad con nuevas pandemias contra ovejas villaescuseras y contra pinos jovenzuelos. Vinicius hizo el gol de la final de la Champions para el Real Madrid, los Hernangómez le dieron otro Eurobasket a España sobre Francia y la locomotora de Wout Van Aert facilitó a su compañero Jonas Vingegaard su primer Tour de Francia. Y en el entretanto, la eterna obsesión por la justicia y la necesidad de sobrevivir a la injusticia, porque se corre el riesgo de perder la cabeza como Alonso Quijano, tan ávido de desfacer entuertos y facer la justicia en el mundo; Ratzinger recuerda que «la política debe ser un impulso de justicia y, por tanto, la condición básica para la paz».

Quedaría más bonito decir que Bruselas fue el viaje del año pero la verdad es que el 2022 se resume en ese viaje matinal en tren turístico desde Madrid a Cuenca, con su parte inútil al tener que ir en coche a Atocha para coger un lento tren de vuelta a casa, su parte romántica en las lágrimas de la estación de Huete por las oportunidades perdidas y las esperanzas pisoteadas, su parte incómoda porque Benjamín, Carlos, Fran y Dani ocupan mucho y tuve que buscar hueco en otra cabina junto a jóvenes amanerados y enamorados de la mística ferroviaria, y había políticos grabando discursos, y oportunistas ofreciendo borrachos de Tarancón, y fotógrafos en las lomas a lo largo del recorrido, y, sobre todo, un fin de trayecto a ninguna parte. Pero qué bonito se ve siempre el paisaje desde los ventanales de un tren, incluso a través de la Alcarria. Woody Allen lo explica todo mucho mejor en la escena inicial de Annie Hall: «dos señoras de edad están en un hotel de alta montaña y dice una ‘vaya, aquí la comida es realmente terrible’, a lo que la otra responde ‘sí, ¡y además las raciones son tan pequeñas!’; pues básicamente así es como me parece la vida». Pues eso.

2021, tanta paz lleves


Un día especial para Sonny Colbrelli.

Per far la terra ci vuole un fiore
per fare tutto ci vuole un fiore.

[Ci vuole un fiore, Sergio Endrigo]

Quizá haya gente que vaya a conservar un recuerdo grato de este 2021 ya expirado. No seré yo, sobre todo en el último tramo del año, la verdad.

Incluso al revisar las lecturas destacadas del año percibo que todo conduce a la tristeza y la desesperanza: la muerte de un hijo de 6 años, la agonía del mundo rural, el atentado contra Charlie Hebdo, la muerte de un hijo de 3 años (otro), el dopaje en el ciclismo de élite, la juventud española sin futuro. Literatura como ratificación y no como evasión:

  1. Mortal y rosa (Francisco Umbral) – Más aquí.
  2. Feria (Ana Iris Simón) – Más aquí.
  3. Miss Marte (Manuel Jabois) – Notable novela del periodista gallego sobre desapariciones extrañas en un ambiente asfixiante en una aldea de su tierra.
  4. Imposible (Erri de Luca) – Alpinistas de vuelta de todo, nunca mejor dicho.
  5. Un amor (Sara Mesa) – El mundo rural cuando se le quita la mística y las ventajas fáciles.
  6. La hora violeta (Sergio del Molino) – El maño dice que no existe en castellano una palabra para designar al padre que pierde a un hijo porque ese sentimiento no cabe en ninguna caja.
  7. El colgajo (Philippe Lançon) – Nadie quiere ser protagonista en un atentado sangriento, pero a Lançon le tocó sufrir el de Charlie Hebdo en París.
  8. Cómo ganar el giro bebiendo sangre de buey (Ander Izagirre) – Historias de épica, engaño y traición del Giro de Italia desde su génesis hasta la actualidad.
  9. Decálogo del buen ciudadano (Víctor Lapuente) – Casi un libro de ética moderna.

La tele se suele encender para poner los Cantajuegos o Sam, el bombero, pero también las escasas pelis disfrutadas conducen a la amargura, como la genial alegoría de la violencia de La cinta blanca o el excelente documental Traidores sobre etarras arrepentidos (de Jon Viar, hijo de un psiquiatra que fue etarra y estuvo encarcelado, un documental imprescindible para conocer esa cara de la historia reciente). Por rescatar algo, Patria y The new Pope.

A principios de año, una nevada histórica, tan inaudita que ni los más mayores del lugar recuerdan algo similar, acarreó tantos contratiempos que creo que no pude mirar la nieve con gozo ni un segundo. Durante semanas incluso temimos que los cien pinos hubiesen muerto por congelación en la nieve tras soportar noches a menos quince grados; a la postre, y tras una primavera de hojas amarillas, solo uno se quedó en la estacada. Después de muchos años de estabilidad en el consistorio, estos meses hicieron las maletas tanto la secretaria como el alguacil, ambos insustituibles en su profesionalidad. También se marcharon a la otra vida mi teléfono móvil y mi ordenador portátil, tras casi seis años y diez años y medio de convivencia, respectivamente. En su último suspiro, se dañó el disco duro del portátil y solo quedó la opción del rescate millonario de los ficheros que han marcado mi vida. En primavera me invadió un virus que se marchó sin despedirse ni decir su nombre (y no era covid).

Ha sido un año tan deprimente que las vacaciones se limitaron a un fin de semana en una estación de tren abandonada y abarrotada de mosquitos junto a un polígono industrial de un pueblo de Soria. Volved a leerlo para llorar conmigo. Un año tan desolador que, un día de septiembre, mi hermana nos llevó a comer en un «restaurante» que no tenía ni cerveza ni café. Tan triste que en febrero pagué un domingo por ver un concierto ¡en la tele! Y me preparé un gintonic y me aburrí con Xoel López porque así estaba predestinado y porque los peques revoloteaban por el salón y, sobre todo, porque Xoel no era el de siempre sino que tres o cuatro mujeres le cantaban nuevas canciones. Un año tan nefasto, incluso, que en el sorteo de lotería navideño ni siquiera tuve que ir a la administración a cobrar veinte euros, quizá por primera vez en la vida. Un año tan olvidable que quedó jalonado de pérdidas, de incendios dramáticos y de otros desvelos que mejor no plasmar aquí.

Incluso a nivel deportivo ha sido el peor año del siglo, casi podría contar con las manos las salidas a trotar por el campo y a pasear en bici, con la excepción de los entrenamientos en carretera durante los dos meses de verano. Qué paradójico que el único recuerdo grato sea el de mayor sufrimiento, una exigente ruta por la serranía conquense a dúo bajo lluvia amenazante de más de cien kilómetros, más de 2.000 metros de desnivel y más de cuatro horas de pedaleo. Y el Real Madrid no ganó otra Copa de Europa. Por rescatar algo, el espectáculo épico de la París-Roubaix, como si el tiempo hubiese retrocedido en el infierno del norte y los adoquines se hubiesen vuelto a llenar de charcos y barro para gloria del italiano Sonny Colbrelli.

Solo queda la suerte de poder tener ojos renovados para ver el mundo:

  • La cena hoy todo riquísimo, pero la sopa el otro día estaba terrible. Mamá, el próximo día estate más atenta.
  • Papá, me gusta mucho Madrid porque hoy había tarta de chocolate con fresas.
  • Papá, te quiero hasta el cielo y cien vueltas a Júpiter.
  • Papá, al que más quiero es a Alfonso. Tú estás el último y no se puede hacer otra fila.
  • Papá, esto sabe a zumo de jamón york.
  • Papá, ¿dónde está el horizonte?
  • Mamá, hoy solo me he caído una vez, mejor que cuarenta veces, el primer día me caí cuarenta veces.

Y sigue viviendo en un mundo paralelo:

– Cayetano, deja ahí la cerveza y la cocacola y ahora le preguntamos a mamá si hoy toca aperitivo.
– Papá, si aquí mandamos tú y yo.

Y nos sigue enseñando modos de vida:

– Papá, ¿te gusta más Beteta o Castellón?
– Prefiero Guadalajara.
– Guadalajara no existe, es una fruta.

Y ese día reservamos las mondaduras de las guadalajaras para las gallinas.

La Opinión de Cuenca: crítica y análisis

Desde el 4 de abril del 2021 colaboro semanalmente con una columna de opinión, generalmente enfocada en política provincial, en el digital La Opinión de Cuenca. Como sea que no es sencillo luego escarbar para localizar columnas pasadas, me vengo al rincón personal para enlazar cada uno de los artículos publicados durante 2021:

  1. (4 abr) Un atardecer con Fray Luis de León en Villaescusa de Haro / Sobre el origen del título de la sección Mundanal Ruïdo y la hipotética visita del fraile belmonteño a la universidad villaescusera.
  2. (11 abr) La democratización del consumismo / Sobre la facilidad de comprar online en el mundo rural.
  3. (18 abr) Caridad de Recursos Conquenses S.A. / Sobre los recursos conquenses de utilidad estatal y el escaso retorno de la inversión al origen.
  4. (25 abr) Un montón de piedras con ojos / Sobre patrimonio histórico-artístico y su conservación.
  5. (2 may) Greta Thunberg no tendrá hijos y pagará peajes / Sobre cambio climático y los peajes para autovías y carreteras.
  6. (9 may) 15-M o el Círculo Polar Ártico de Unidas Podemos / Sobre el 15-M en su décimo aniversario y una opinión personal sobre el partido político que generó.
  7. (16 may) Cuenca 2050 / Sobre la utopía de Cuenca en el año 2050.
  8. (23 may) Justicia social por aquí, justicia social por allá / Sobre el concepto manido de justicia social desde diferentes definiciones y usos.
  9. (30 may) El Predicador del Eclesiastés, Roberto Bolaño y Pedro Sánchez / Sobre que haya un tiempo para el castigo y un tiempo para la concordia, es decir, sobre los indultos a los políticos catalanes presos.
  10. (6 jun) Diez años de alcaldía y curas de humildad / Sobre la experiencia personal de diez años como alcalde de un pueblo conquense.
  11. (13 jun) Teresa Ribera en Belmonte y un monstruo en el portal / Sobre la visita de la vicepresidenta a Belmonte y el monstruo de la despoblación.
  12. (20 jun) Un verano para la pandilla de Junqueras / Sobre las ganas que tenemos de verano y una invitación a Junky y Rufy.
  13. (27 jun) La sucia paradoja de Chana / Sobre el macrovertedero de Almonacid del Marquesado.
  14. (4 jul) La rara melancolía conquense / Sobre la necesidad de esperanza en el futuro de la provincia conquense.
  15. (11 jul) Los (Benditos) Forasteros / Sobre los veraneantes en los pueblos manchegos.
  16. (18 jul) Si una noche de invierno fray Pablo viese hoy su convento / Sobre el convento de los dominicos.
  17. (25 jul) Free Tour Operator Holidays in Cuenca / Sobre los destinos turísticos de la provincia a modo de agencia de turismo.
  18. (5 sept) ¿Qué hace una chica (educada) como tú en un sitio (rural) como este? / Sobre la vuelta al cole.
  19. (12 sept) Un cochazo de 90.000 euros para Chana / Sobre el coche presidencial que ha licitado la Diputación de Cuenca.
  20. (19 sept) De por qué a Henri Parot no le gusta mi pueblo / Sobre las fiestas del pueblo y su relación con el Regimiento Saboya.
  21. (26 sept) Tiempos gaseosos para hipocresías sólidas / Sobre hipocresía política actual.
  22. (3 oct) Preferiría no hacerlo / Sobre la actitud vital de Chana al modo de Bartleby.
  23. (10 oct) ¿Qué es deuda? Deuda, cariño, ¡eres tú! / Sobre la deuda pública.
  24. (17 oct) La Manada Incendiaria de los Justicieros de la Historia / Sobre memoria histórica y la imposición de relatos.
  25. (24 oct) «Cuenca lee» o «Cuenca, lee» / Sobre la feria del libro de Cuenca y hábitos de lectura.
  26. (31 oct) El umbral sociológico del dolor / Sobre el umbral del dolor y la tolerancia al mismo en asuntos de actualidad política.
  27. (7 nov) ¿Quién necesita un autobús de línea disponiendo de un BMW 545e? / Sobre el transporte público en la provincia.
  28. (14 nov) La España medio vacía o medio llena / Sobre despoblación y vida rural.
  29. (21 nov) 3.620 millones de euros para 189 días de espera / Sobre sanidad regional y externalización de servicios.
  30. (28 nov) Chana, ¡salva al soldado Valero! / Sobre la liberación del diputado Miguel Ángel Valero.
  31. (5 dic) Conversación en el despacho de María José Rallo / Sobre el cierre de la línea de tren convencional.
  32. (12 dic) No te lo perdonaré jamás, Martínez Chana, jamás / Sobre el macrovertedero de Almonacid del Marquesado.
  33. (19 dic) Empanada horneada de paripé y falta de respeto / Sobre la convocatoria de ayudas para pueblos de más de 7.000 habitantes.

Y seguiremos.

Bolaño y Saint-Exupéry en Oreto


La decantación de cuatro años.

Hoy nadie te va a perdonar
ni los tuyos, ni los haters;
hueles el impacto,
bienvenidos a la era digital.

[Como si fueras a morir mañana, Leiva]

Toda farsa tiene un final abrupto y trágico. La farsa era la perspectiva de futuro o la aspiración, al menos, a un porvenir laboral estable. El final abrupto, el 7 de junio de 2011, día de la defensa de la tesis doctoral. Hoy, el décimo aniversario de aquel punto y final. No recuerdo ni siquiera el título, se van quedando muchas vidas perdidas en el camino, posiblemente mejores si acaso lo mejor y lo peor fuesen conceptos cuantificables. Sí recuerdo, en cambio, que después de invitar a cenar al tribunal -me habían puesto un cum laude precisamente para que el restaurante fuese bueno, o al revés- tomé un gintonic de Martin Miller’s con Fever Tree. Y me acuerdo porque estaba acostumbrado al Larios en vaso de plástico y, entre el salto cualitativo y las circunstancias, me supo a gloria. El olor a victoria, supongo. El día después de presentar el proyecto final de carrera compré un billete para volar a Cagliari y el día después de defender la tesis doctoral me inscribí en twitter, qué triste evolución. Aquel día se cerraba una etapa que había iniciado diez años atrás, en septiembre de 2001, cuando volé del nido familiar, ilusionado y timorato, para estudiar en la universidad. Aquel 7 de junio cerró el círculo de la EPSA de Albacete, la ESI de Ciudad Real, la José Maestro, la Erasmus en Udine, el proyecto Hesperia, la investigación en Oreto y los jueves por la tarde que eran viernes por la mañana.

Si esta entrada se titula así es porque esta mañana he revisado el libro y he recordado que venía introducido por dos citas de sendos maestros de la literatura. Hoy podría volver a usarlos pero en otras perspectivas porque Bolaño ahora no habla de libros de geometría a la intemperie sino de oasis de horror en desiertos de aburrimiento y Saint-Exupéry no me habla de la satisfacción del trabajo sino de que me había nutrido para vivir, había vivido para conquistar, y había conquistado para retornar y meditar y sentir mi corazón más vasto en el reposo de mi silencio.

Releo los agradecimientos y podría querer borrar nombres. Qué suerte que el pasado quede petrificado aunque algunos se empeñen en zarandearlo para que caiga la fruta de la mirada interesada. Valorar lo que se perdió y agradecer lo que se vivió, si es que se puede recordar a la carta. Siento que la memoria quedó atrapada en aquella década por interés propio, y no podría reprocharle su ansia de bienestar.

No parece mal logro para un tecnófobo que tiembla cada vez que hay que sintonizar la tele y no sabe instalar el Office lo de defender con éxito una tesis doctoral. Quizá esté relacionado con esa hipótesis de William James según la cual es más fácil ir a la guerra que dejar de fumar.

El talento atemporal


Fotograma de Tiempos Modernos (1936).

Smile and maybe tomorrow
you’ll see the sun come shining through
for you.

[Smile, Charles Chaplin]

En otra vida, aquella universitaria, fui cinéfilo empedernido, de esos de rapiñar en bibliotecas pelis menores de Truffaut o de Fellini y engullirlas en versión original, de amontonar entradas de cine e, incluso, de coordinar ciclos de cine y tertulia en la residencia universitaria y en la facultad de letras que asaltaba, informático intruso. Con La naranja mecánica petamos el aula magna de letras, recuerdo, en un ciclo de cine violento de los setenta. Por entonces, y como mandan los cánones, había que elegir entre Charlie Chaplin y Buster Keaton o Harold Lloyd. Como me parecía tan evidente que las obras maestras de Chaplin como La quimera del oro, Luces de la ciudad o El gran dictador eran absolutamente insuperables, entonces vendía que mi preferido era Keaton aunque solo hubiese visto El maquinista de la general y El boxeador (ambas, por cierto, del mismo año, 1926). Cosas de la juventud, aunque quince años después hayamos empeorado.

Anoche programaron Tiempos modernos en La 2. La crítica siempre dijo que era una gran obra maestra de Charlot por la combinación genial de escenas cómicas memorables que jalonan una trama creativa y absorbente, por esa crítica a la modernidad de la industrialización simbolizada en la cadena de montaje, por la lúcida reflexión sociológica de la pobreza piramidal y la alienación del hombre a través del trabajo. Conceptos así, una invitación introspectiva embebida en cine mudo cómico.

Anoche, después de cenarte una tortilla de dos huevos con jamón y todo el pan del mundo mojado en aceite y pera, te dije que te sentases en el sofá conmigo, con escepticismo, a sabiendas de que no has mirado la tele dos minutos seguidos jamás en tus tres años de vida. En la pantalla, Charlot apretaba tuercas a dos manos sin parar, la cadena de montaje se lo tragaba y nadaba entre los engranajes de la maquinaria industrial. Te tronchabas de risa como nunca habría imaginado. A Charlot, conejillo de indias de una máquina portátil de dispensar comida, la susodicha le tiraba la sopa encima y le estampaba un pastel en la cara. No parabas de reír a carcajada limpia, casi nervioso y excitado, junto a mí. Charlot patinaba en su turno de vigilante nocturno en un centro comercial y, mientras, tú repetías «papá, ese tío está muy loco, más loco que la maraca de Máchi«. Estuviste casi una hora absorto, entre estruendosas risotadas, en un mundo en blanco y negro de hace más de ochenta años. Hoy me has vuelto a pedir que te ponga en la tele «la peli del tío loco«.

El respeto y cariño que siempre me ha merecido Charles Chaplin promocionó anoche a absoluta reverencia e infinita gratitud.

Libros, películas y series del 2020


Fotograma de Handia.

With your feet on the air
and your head on the ground,
try this trick and spin it, yeah,
your head will collapse.

[Where is my mind, Pixies]

DE LIBROS

  1. Solenoide, de Mircea Cartarescu.
    Aunque hablé un poquito de este coloso aquí, lo vuelvo a traer porque lo acabé ya en 2020 y porque lo merece. No me cabe duda que debe formar parte de cualquier lista de las mejores novelas de lo que llevamos de siglo, no es poca cosa.
  2. El gigante enterrado, de Kazuo Ishiguro.
    Qué gran feliz descubrimiento. Puedes vivir sin haberlo leído, pero malamente.
  3. Sumisión, de Michael Houellebecq.
    Insistimos en que es una de las obras cumbre del genial francés: una sociedad en decadencia, una civilización al borde del abismo de la pereza y de la rendición, un gremio débil contra las cuerdas, la sumisión de la intelectualidad a la sexualidad, el alcohol como único refugio, el nihilismo suicida que impregna un fundado pesimismo ante el futuro político y el nuevo orden mundial.
  4. Los asquerosos, de Santiago Lorenzo.
    Lo ha leído ya más de media España, incluso lectores poco habituales, y eso que la prosa de Santiago Lorenzo, aunque muy ágil, está plagada de frases elaboradas con amplio vocabulario. La vida en la España Vacía, la mochufa que viene de visita a decir que el aire del pueblo es puro, la precariedad de la vida y del bienestar, la autenticidad contra esta nueva modernidad líquida. Leedlo.
  5. Imposible, de Erri De Luca.
    Lo trajo el Papá Noel de 2020 y llegó leído a Nochevieja para entrar en esta lista. Dos hombres se encuentran en la montaña en un sendero peligroso y poco transitado cuarenta años después de un juicio en el que uno era acusado y otro delator tras una juventud de amistad y afiliación comunista. El revolucionario italiano nos habla de la vejez, de la justicia desde diferentes prismas, de las secuelas de la amistad, del valor del tiempo, y de todas esas cosas grandes. Lo emparento con El Último Encuentro de Sándor Marai.
  6. Bazar, de Emilio Gavilanes.
    Disfruté tanto con su anterior Historia secreta del mundo que en cuanto me llegó este Bazar a través de la suscripción a La Discreta quise meterle mano. No es ni una novela ni un ensayo ni un diario, sino la recopilación de notas y reflexiones personales del autor. Un libro para beber a sorbos y con muchos comentarios anotados para volver porque lo merece.
  7. Irene y el aire, de Alberto Olmos.
    La magistral narración de un parto desde el punto de vista paterno. No se conoce lector que haya tardado más de 48 horas en devorarlo.
  8. Jesús de Nazaret, de Joseph Ratzinger.
    El Papa intelectual analiza la historia de Jesús de Nazaret desde un punto de vista histórico y espiritual. Una obra gigante. Le metí mano en la Semana Santa del Extremo Confinamiento a la parte dedicada a la Pasión. Uno se siente muy pequeño entre sus páginas.
  9. Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin.
    Sucesión de relatos de una escritora de vida muy complicada, algunos adoran este libro, a mí me costó entrar y entender, percibo claros altibajos pero la personalidad y voz propia de la autora son incuestionables. «Una vez me dijo que me amaba porque yo era como San Pablo Avenue. Él era como el vertedero de Berkeley. Ojalá hubiera un autobús al vertedero».

DE PELIS

  1. Handia, de Aitor Arregi y Jon Garaño.
    Entrañable historia de un gigante vasco de habilidades limitadas, emparentada con la inolvidable El Hombre Elefante pero en el ambiente familiar de un caserío vasco.
  2. Parásitos, de Bong Joon-Ho.
    Que una película surcoreana gane el Óscar a Mejor Película dice bastante bueno de este drama de suspense y humor negro con lectura social. Divertida y asfixiante, me manda al recuerdo de La Casa Tomada, el célebre relato de Cortázar.
  3. Los dos papas, de Fernando Meirelles.
    Netflix estrenó esta atípica película que explora la relación personal entre el Papa Benedicto y el Papa Francisco y en cómo se ha vendido de uno la imagen de intelectual de pasado nazi y del otro la imagen de simpático amigo de los pobres. Como si el mundo fuese tan simple y ser Papa una anécdota.
  4. La trinchera infinita, de Jon Garaño, Aitor Arregi, Jose Mari y Goenaga.
    De los directores de Handia y seleccionada para los Óscar como representante española para este año. Buen cine español acerca de un topo de la guerra condenado a vivir su vida detrás de un tabique y cómo, con el pasar de los años, su existencia es ninguneada. Sin ser crítico de cine creo que las interpretaciones y la ambientación son muy acertadas.
  5. Tarde para la ira, de Raúl Arévalo.
    Ganó el Goya a mejor película en 2016. No creo que sea plato de buen gusto salir de la cárcel después de ocho años como único preso por un atraco grupal y que encima te hayan levantado a la novia. Una historia verosímil y muy bien hilada.
  6. El ciudadano ilustre, de Mariano Cohn y Gastón Duprat.
    Daniel Mantovani, escritor argentino galardonado con el Premio Nobel de Literatura, hace cuarenta años abandonó su pueblo y partió hacia Europa, donde triunfó escribiendo sobre su localidad natal, Salas, y sus personajes. En el pico de su carrera, el alcalde de Salas le invita para nombrarle «Ciudadano Ilustre» del mismo, y Montavani, contra todo pronóstico, decide cancelar su apretada agenda y aceptar la invitación. Divertidísima película argentina para preguntarse si la cultura debe servir para algo más que nivelar la pata de la mesa.
  7. El circo de la mariposa, de Joshua Weigel.
    Sobre el papel de un hombre sin brazos ni piernas en un circo de esos que recorren la ruralidad norteamericana. Solo veinte minutos de bella metáfora.
  8. Milagro en la celda 7, de Mehmet Ada Öztekin.
    Un hombre con discapacidad intelectual es injustamente encarcelado por la muerte de una niña, y debe demostrar su inocencia para poder estar de nuevo con su hija. La peli es tramposa en sus efectos emotivos pero a la postre resulta inolvidable.
  9. El hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia.
    Distopía del bienestar y la riqueza piramidal. Un poco gore, un poco humorística, un superventas del confinamiento. Te quedas pensando en qué nivel estás.
  10. Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach.
    Charlie, un director de teatro neoyorquino y su mujer actriz, Nicole, luchan por superar un proceso de divorcio que les lleva al extremo tanto en lo personal como en lo creativo. Recibió tantas alabanzas de la crítica que al final me dejó frío incluso a pesar de la presencia de Scarlett Johansson. Hacer poesía de un divorcio es arriesgado.

DE NETFLIX

  1. El último baile.
    El gran Carlos Boyero dice «merece la pena ver las hazañas deportivas y la complejidad psicológica de un dios demasiado cruel con sus compañeros llamado Michael Jordan». Una forma de entender a Jordan, de recordar lo que le tocó vivir, de adentrarse en personalidades como las de Scottie y Dennis, de una época dorada de baloncesto y fama.
  2. When they see us.
    En el año 1989, cinco adolescentes de Harlem se ven atrapados en una pesadilla cuando se les acusa injustamente de un ataque brutal en Central Park. Basada en hechos reales, una miniserie que expone las profundas grietas que presenta el sistema judicial y policial estadounidense. Solo cuatro capítulos de miniserie que aborda un tema ampliamente recogido en el cine pero con un tacto delicado y un resultado absorbente.
  3. Fariña.
    Tráfico de drogas en las rías gallegas con gente como Sito Miñanco o Laureano Oubiña. Por ser española la entendemos muy bien, pescadores en paro, familias destrozadas, ambiciones peligrosas, corruptelas inevitables.
  4. El día menos pensado.
    Un repaso a la temporada 2019 del equipo ciclista Movistar, con sus éxitos y sus sinsabores, con las luchas intestinas, con las guerras de egos. Y todo con un esmero estético admirable. Qué buen rato.
  5. Unbelievable.
    La historia de una supuesta violación y de la denuncia interpuesta contra la violada por haber simulado de forma falsa el daño. Ocho capítulos de pena y dolor, de injusticia y depresión, de sentir cómo duelen las entrañas de la joven chica.