Y en el reloj de antaño como de año en año

Alhambra nocturna
La Alhambra, joya del patrimonio nacional.

Sólo quedará sin probar un sentido:
el del ridículo por sentirnos libres y vivos.

[Qué bien, Izal]

Hace dos años ya publiqué sin pudor un egopost para engavillar sensaciones y acontecimientos del año vivido. Si entonces me atreví, por qué no ahora. Conviene hacer recuento de vez en cuando y corregir desvíos en la brújula. Si no miras atrás es difícil orientar el camino, como cuando pintas las líneas de cal del campo de fútbol, que si coges la marcadora y te encaras hacia delante, sin tomar referencias detrás, cuando llegas al córner opuesto te das la vuelta y te avergüenzas del churro de cal que te precede. En fin, en 2014…

Me desvirgué como testigo delante de un juez mientras el fiscal arremetía contra mis decisiones. La verdad se impuso y el juez desestimó la demanda.

Percibí el poder del mundo antiguo paseando por el patio de los leones de La Alhambra durante una agradable noche de junio.

Celebré el X Aniversario Erasmus 2004-2014 rememorando por Udine un tiempo pasado de cine, frío, italiano, soledad y alcohol. Repitiendo spritz con bruschetta de lardo en la Polse, repitiendo pizza de ricotta y prosciutto San Daniele acompañada de birra Moretti, repitiendo por enésima vez el paseo desde el videoclub hasta el piso sobre la tienda de periódicos, viajando otra vez en los trenes regionales de los mil retrasos y cancelaciones.

Competí en varias pruebas de MTB del circuito provincial para darme cuenta de lo fina que es la línea de la decepción y la satisfacción, del sufrimiento y el gozo. Y alabé a la naturaleza por su capacidad para ofrecer trazados singulares en cualquier entorno.

Fui presidente del jurado de la gala de Carnaval de un pueblo vecino, sin saber de disfraces ni de samba. Respiré aliviado cuando comprobé que el público aprobaba mi veredicto. Lo pondré en el currículum.

La suerte de la lotería de Navidad me sonrió en forma de cesta de turrones; desde que me tocó un año de taekwondo gratuito en el gimnasio de Mota hace unos 16-18 años no había acertado. Lo importante es ganar, qué se gana es tangencial.

Oficié cuatro bodas civiles, lloraron tres novios y dos novias, y me aprendí de memoria que «en virtud de los poderes que me concede el Estado Español, yo os declaro unidos en matrimonio». Ya me resulta extraño asistir a una boda como invitado.

Descubrí el carnaval callejero de Cádiz entre desnudos y fríos baños en el Atlántico y chirigotas en tarimas de pubs decadentes.

Dediqué multitud de horas a la elaboración de una guía turística de referencia de Villaescusa de Haro: documentación, redacción, síntesis, corrección, fotografía, maquetación. Considero personalmente que el trabajo ha merecido la pena, aunque las fotografías en solo unos meses hayan quedado obsoletas porque el convento dominico ya luce cubierta y a la fuente «romana» le brillan nuevos muros.

Descubrí que a un guardia civil no le gustan los gintonic después de comer. Él se lo pierde.

Me empapé de política con el libro autobiográfico Fuego y Cenizas de Michael Ignatieff y con la serie House of Cards, dos visiones contrapuestas de ambiciones similares.

Descubrí que un folio podía ser un gran regalo de cumpleaños.

Me tropecé en la catedral de Cuenca con los presidentes de mi país, mi comunidad y mi provincia. Una simpática anécdota.

Sentí cómo la música de Massive Attack en directo cosquilleaba mi alma aunque algunos digan que escucharlos en Benidorm es como tomar un gintonic premium en una taza de café.

Comí, por supervivencia y por placer: canelones de pato en la Parrilla Albarracín de Zaragoza, pescaíto en Lute y Jesús de Almuñécar, pulpo a la brasa en el Fogón de Enrique de Mota, solomillo de jabalí en La Bodeguita de Consuegra, calamares en Las Rejas de Las Pedroñeras, bacalao «a la portuguesa» en Los Castuos de Badajoz, huevos rellenos en Casa Petra de Miguelturra, y mucho más.

Viví ese instante en el que se congeló el tiempo para que Sergio Ramos levitase y golpease con su alma un balón al fondo de las redes. Luego dicen que el fútbol es solo un juego.

Sufrí los lanzamientos de Marc cuando el balón no cabía por el aro y la maldita Francia nos robaba una ilusión dada por hecho. Me acosté intentando convencerme de que habían perdido ellos, como si tuviese que sacudirme la decepción.

Solo corrí una gran carrera a pie y conseguí terminar contento el recorrido de 5,45 Km en 22’07» (4’04»). Mi satisfacción no fue completa porque mi cabeza coartó la fuerza de mis piernas sin consentimiento de mi espíritu.

Me acerqué a ver a San Antonio de Padova para enseñarle que había hecho un buen trabajo.

Adquirí destreza en el noble arte del tute subastao tras multitud de calaverazos. Rezo para no pasar nunca al bando de los espectadores con ínfulas de profesor omnipotente.

Firmé insulsos convenios que nunca dejarán impronta en la calidad de vida de los vecinos.

Traje una bicicleta eléctrica del hospital de parapléjicos de Toledo y me emociono al pensar que trabaja diariamente para convertir sueños en realidad.

Hubo unas elecciones que supusieron en el pueblo el espaldarazo generalizado al rival y en España el nacimiento de una ilusión.

Celebré mi segundo aniversario en DocPath constatando que la curva de aprendizaje va perdiendo desnivel.

Repetí tantas veces «Dios proveerá» que ahora Él tiene la responsabilidad de no fallarme.

Maté muchas moscas pero muchas sobrevivieron.

La democracia está sobrevalorada

Frank Underwood
Frank Underwood, un hombre sin amigos

Te sentaste justo al borde del sofá
como si algo allí te fuera a morder.
Dijiste: «Hay cosas que tenemos que aprender,
yo a mentir y tú a decirme la verdad,
yo a ser fuerte y tú a mostrar debilidad,
tú a morir y yo a matar.»

[Nacho Vegas, Morir o matar]

No debería haber visto House of Cards. No debería haberme dejado absorber por esa historia de ficción de la política norteamericana que dibuja un boceto desolador de buitres e intereses cruzados. Ahora vislumbro segundas intenciones y deseos oscuros por doquier, un panorama triste y desesperanzado de la política y, en definitiva, de nuestro lugar en el mundo.

Su protagonista, Frank Underwood (genial y avasallador Kevin Spacey), es un demócrata de armas tomar capaz de todo con tal de ir escalando en sus ambiciones personales, despiadado y frío, un político de los que no dan puntada sin hilo, incluso aunque la aguja tenga que atravesar mantos de diamante y acero. Para él «sólo hay una regla: cazar o ser cazado», así de simple y descarnado. Es más, repite que «los amigos son los peores enemigos» y que «no existe la justicia, sólo partes satisfechas.» Frank es una persona que siempre encuentra una forma de ejecutar sus planes para satisfacer sus deseos. Lo bueno de la política es precisamente eso, que siempre existe una fórmula para dar forma a una idea; lo malo de la política también es eso, que la idea puede no ser noble, ¿verdad, Frank?

Aplaudiría a los guionistas de la serie si no fuese por la ducha de realidad cruel que te echan encima. Podemos pensar que la serie es una caricatura exagerada de la realidad y que sus personajes son deformaciones desalmadas, pero nos pone cuanto menos en la encrucijada de la reflexión. House of Cards supura un darwinismo social desmesurado. Sus personajes, más allá del protagonista mencionado, son amigos de las decisiones rotundas y las conversaciones breves, como Remy Danton o Raymond Tusk, símbolos de los lobbies exigentes que «informan» a las altas esferas. La mujer de Frank, Claire, traza también un papel fundamental en la perspectiva que del poder tiene el matrimonio, con su verbo afilado y su elegancia imponente. Se podría hablar de muchos personajes y su verosimilitud, de la joven e intrépida periodista Zoe Barnes, del jefe de gabinete implacable Doug Stamper, del dubitativo presidente de los EE.UU. Garrett Walker, o de muchos otros protagonistas de esta trama de poder y cartas escondidas en la manga.

No debería haber visto House of Cards, pero la he visto y la recomiendo. Más aún, diría que entra al top ten de mis series predilectas, junto a The Wire, Six Feet Under, The Office, Treme, Breaking Bad, Fargo, Los Soprano, The Shield y True Detective. Por ejemplo.

P.S. Seamos sinceros: no creo en Frank Underwood, hay esperanza.

P.S.P.S. El título del post es una de las citas célebres del amigo Underwood.

Un lugar llamado mundo, un concepto llamado ilusión

Fischer y Monedero
Ajedrecistas, Bobby Fischer y J.C. Monedero

Hay un hombre aferrado a un piano
la emoción empapada en alcohol
y una voz que le dice: «pareces cansado»
y aún no ha salido ni el Sol.

[Ana Belén, El hombre del piano]

He estado leyendo durante esta semana la atractiva serie acerca del ajedrecista Bobby Fischer que publicó E.J. Rodríguez en Jot Down, a razón de un capítulo diario de lunes a domingo. El sabor final, un coitus interruptus, como la vida profesional del genial neoyorquino, desaparecido de la escena público desde lo más alto del título mundial logrado en 1972. El resto es leyenda.

La conclusión evidente de la narración de su vida es que Bobby, más que un genio o un niño prodigo, era un obstinadísimo empollón. El ajedrez no se restringe al ámbito de la inteligencia, sino que es un juego en el que la creatividad baila en el acotado redil de la memoria. Si Fischer era el mejor, valorando de forma justa su inalcanzable cociente intelectual, era por su trabajo continuo y estudio obsesivo de las partidas de la historia del ajedrez. Era capaz de recordar en un momento dado una partida memorizada del s.XIX por similitud con las alternativas presentadas por un rival. Al final todo es trabajo, y pasión.

Fischer era un simple ajedrecista y, sin embargo, las circunstancias lo convirtieron en un símbolo de identidad nacional, la punta de lanza de la lucha capitalista contra el comunismo en la Guerra Fría, la respuesta a la inacción, la materialización de una esperanza de victoria supradeportiva. Fischer representa el concepto 2 de ilusión cuando traspasa la frontera del concepto y se hace carne.

www.rae.esIlusión: 1. Concepto sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos. 2. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.

Juan Carlos Monedero no sé si juega al ajedrez pero su foto de twitter, la de arriba, es pose ajedrecística. Monedero, ideólogo de pOdemos, de estética comunista a lo Bertolt Brecht, escribió hace tiempo un libro vivo denominado «El gobierno de las palabras». Qué casualidad que me lo prestaron justo en mi iniciación política hace tres años, cuando era un desconocido profesor de políticas, muy buen orador según sus alumnas. Hace poco lo desempolvé para intentar ir conociendo los cimientos del nuevo fenómeno político español.

«El gobierno de las palabras» es un libro absorbente, tremendamente denso y analítico, y también empalagosamente intelectual, con multitud de referencias filosóficas y análisis de ideas teóricas. Me dan ganas de colgarlo como hiciese Duchamp: “La idea es de Duchamp, dejar un libro de geometría colgado a la intemperie para ver si aprende cuatro cosas de la vida real. Lo vas a destrozar, dijo Rosa. Yo no, dijo Amalfitano, la naturaleza.”

pOdemos es, como Fischer, una ilusión. Más aún: no es una esperanza política sino una esperanza vital, lo que supone un tremendo peso sobre sus espaldas. Una carga inaguantable, considero. El tiempo irá explicando, como suele, a qué acepción de «ilusión» se circunscribe pOdemos, valga la redundancia.

El amor nos destrozará

El amor nos destrozará
Epitafio de Ian Curtis.

Me decías, lo que media
entre tú y tu soledad
es un trecho que no puedo abarcar.
Yo le preguntaba al cielo,
sin disimular el miedo,
cómo voy a vivir
cuando te canses de mí,
cuando te canses de mí.

[Nacho Vegas, Cuando te canses de mí]

A las fiestas de septiembre vinieron dos chavales a poner sendos puestos, uno de colchonetas y otro de juguetitos y condumio. Uno olía mal, conversé con el otro, el de las colchonetas. Es curioso el mundo de «la feria», como lo llamaba él repetidamente, un mundo que él mismo no dudaba en calificar de rastrero y cruel, de malas intenciones y despiadado, sobre todo entre los mismos feriantes. Debe ser duro no tener una ducha a mano y dormir en una furgoneta todo el verano, por eso aunque no era ni mayor de edad estaba ya muy curtido. «A mí no me gustaba estudiar, pero sí me gustaba tocar los billetitos como taquillero, por eso pronto me puse a trabajar, dinerito fresco y libertad. Es lo que he elegido.» Sabía trampear y ser consciente de qué números hay que cuadrar, conocía las sucias tácticas de los rumanos que colocaban sus colchonetas al lado a menor precio y cómo debía mantener su bandera izada para ganar la batalla posicional. Su tío le había enseñado a lavarse y vestirse con dignidad a pesar de los factores en contra, por eso alrededor de las tres cuando no había nadie por el pueblo se acercaba a la fuente y se daba un remojón como podía. Le ofrecí el vestuario de la piscina municipal. Una parte de su familia lo marginaba por ser feriante, profesión denostada, malas compañías. «En la feria no se regala nada». Doy por hecho que entre él y su soledad también mediaba un trecho difícil de abarcar.

El objetivo de un político no es buscar el bien común, sino que es ganar. Aunque algunas veces conseguir ganar conlleve lograr el bien común. No sé si eso es una cita célebre de algún personaje célebre, pero podría serlo. En política también media un trecho difícil de abarcar entre el ciudadano y la soledad.

Hoy publica elmundo.es un artículo genial de Antonio Lucas sobre Ian Curtis, leedlo, es un gozo. «Ian Curtis pertenece a esa genealogía lunática de los nacidos para arder. Aquellos que trabajan a pleno rendimiento contra sí mismos. Y emocionan. Y desconciertan. Y exigen lealtad en esa compañía hacia el subsuelo.» Entre muchas otras perlas poéticas y lúcidas. Entre Ian y su soledad no mediaba ningún trecho, eran lo mismo. Su epitafio: «El amor nos destrozará».

Lunes y chicha

Vino
Vino frente al Ebro y las viñas anaranjadas.

El sueño va sobre el tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas
en el corazón del sueño.

[Lo escribió García Lorca, Así que pasen cinco años]
[Lo cantó Camarón, La leyenda del tiempo]

Los lunes de invierno por la tarde la vida es muy larga. Casi asusta pensar que caben miles de tardes de lunes de invierno. Puedes hacer la compra para la semana o aligerar la agenda de tareas pendientes sencillas, pero poco más. Es como se estuvieses en una estación de tren y se fuesen todos los trenes y te quedases ahí solo, sin coger ninguno, sabiendo que dejarás pasar muchos trenes todas las semanas. Sólo que cada semana cambian los trenes y la estación se llena de colillas, chicles y envoltorios de caramelos. El paso del tiempo implica inevitablemente un incremento de la obsesión. Pero en verano las obsesiones son vapor y en invierno chicha. Pasan los trenes, aunque en realidad nada cambia, es una huida estática, circular, como la de los buscadores de setas de estas fechas que dan vueltas al mismo monte hasta que se pierden. Todos los años de forma invariable el diario provincial anuncia que localizan a buscadores perdidos, extraña paradoja.

Woody Allen, en una entrevista reciente, insistía en que el misterio de la vida consistía en no hacerse preguntas imposibles y en rellenar todos los resquicios de nuestro tiempo en ocupaciones terrenales. Lo ilustraba diciendo que a él le angustiaba no saber si iba a poder contratar a Cate Blanchett pero no si había vida después de la muerte. O algo así. El genio judío también decía que la tradición es la ilusión de la permanencia. Algo así serán los lunes. Pero claro, las obsesiones invernales, hechas de chicha, no son de material apto para tapar las juntas del tiempo y el sueño. A pesar de todo nunca hay que dejar de hacerse preguntas trascendentes, como nunca hay que parar de sonreír aunque los motivos para lo contrario sean tantos que casi resulta inmoral aconsejar la alegría.

Cuando los gitanos escuchaban «La leyenda del tiempo» de Camarón volvían a la tienda de discos a devolverlo porque se sentían estafados: eso no era flamenco. Cuando Kubrick estrenó «2001: una odisea en el espacio» los espectadores abandonaban el cine poco después de ver un fragmento de un documental de simios: eso no era ciencia ficción. A Serge Gainsbourg y Brigitte Bardot le censuraron «Je t’aime moi non plus» por romper moldes: eso no era música. Piero Manzoni enlató mierda y sus colegas le dijeron «¡eh, Piero, los artistas vivimos de esto, no nos jodas, esto no es arte!», y hoy podría ser millonario con los réditos de sus heces. El tiempo, a la larga, solidifica el vapor y pudre la chicha. O sea, cierra el lunes.

Prepárate para lo peor, espera lo mejor y acepta lo que venga.

Oink Oink

Almost flying...
Cerdo finiquitado en la finca La Nava hace un par de temporadas.

Me emborrachaba entre sus brazos,
ella nunca bebía, ni la vi llorando,
yo hubiera muerto por su risa,
hubiera sido su feliz esclavo.

[La mataré, Loquillo y los Trogloditas]

Ali repite que nació en la provincia cuarenta y nueve del Estado Español y sin embargo, qué paradoja, es inmigrante en Villaescusa de Haro, lo que debería ser su propio país. Nació en El Aaiún, al que él se refiere con la coletilla ocupado, Al-Aaiun ocupado, pero tuvo que emigrar de muy niño a los campamentos de Tinduf. Esa historia de intereses políticos y personas ninguneadas. La habitación que nunca se limpia.

Ali es divertido porque tiene un español con acento mitad árabe mitad cubano, nada menos. Allí, en Cuba, se graduó en la facultad de pedagogía en Defectología, que es a lo que aquí llamamos educación especial, y repite de memoria el nombre y apellidos del señor que le firmó el diploma de estudios. Echa de menos Cuba porque allí podía piropear a todas las mujeres que pasaban por la calle y evaluar su culazo o sus pechos sin cortapisas, «¡culona, menudo caminar!», «¡qué tetitas tienes, mamita!», mientras aquí las mujeres son tan serias, tan íntegras, tan honorables, que incluso un ¡guapa! parece que llega a ofender.

Además de piropear, Ali reza. Yo pensaba que los musulmanes oraban en dirección a La Meca, y resulta que lo hacen en dirección Norte, lo que para cualquiera del pueblo es Fuentelespino de Haro, asociación neuronal espontánea. Tampoco sabía que si el trabajo te impedía hacer el ramadán, podías posponerlo y pagarlo a plazos por días antes del siguiente ramadán. Me enseñó un librito muy similar al catecismo de iniciación a la oración en el Islam. Cada día hay más cosas que no sé.

En verano, cuando el pueblo arde durante el día y regala una agradable tregua durante la madrugada, Ali saca sus colchones y alfombras al patio para dormir bajo las estrellas que el mundo rural todavía disfruta. Y ahí interseccionan tres elementos: la salsa, el té y el cerdo. Me explico. Ali es un enamorado de la salsa cubana, por eso, a pesar de sus escasos recursos tiene un reproductor a pilas que le pone banda sonora a sus noches en el patio, y la baila en soledad rememorando a sus mamitas cubanas. Mientras, toma el omnipresente té verde que le traen directamente desde los campamentos con ese ritual casi místico, en tres vasitos: el primero amargo como la vida, el segundo suave como el amor y el tercero dulce como la muerte. La vida en un sorbo. Ali bailando salsa y degustando té bajo las estrellas mientras en la pared de detrás se escucha el gruñido del cerdo del vecino, ese sonido tan desagradable que hacen los gorrinos y que no invita a nada romántico. Ali quiere matar al cerdo, aunque no se lo pueda comer, y está en su perfecto derecho.

Formateando…

Algo se muere en el alma cuando un disco duro se va. Se rompa físicamente el lector o se enrede de forma anómala el sistema de ficheros, la pérdida de tantos y tantos ficheros personales de un disco duro siempre supone un trauma. Al menos a mí. Y volvió a suceder hace poco tiempo. Ninguna de las opciones conocidas de rescate funcionó, hubo que empezar de cero. Y mientras la barra de progreso de la re-instalación iba avanzando, me embargaba un sentimiento de temor ante lo perdido, una especie de miedo al futuro próximo en el que fuese a echar mano de un documento desaparecido en la maraña de bits. No es que te duela algo, pero tienes miedo porque sabes que te va a doler en breve. Algo así como una pre-preocupación. Y sin embargo, fueron pasando los días y ese temor fue decayendo hasta que me di cuenta de qué pocas cosas necesitamos y cuántas guardamos.

Cuando uno pierde el móvil, sobre todo cuando no había tanta sincronización de datos, la agenda le preocupa más que el propio dispositivo. Se apura a comunicar a todos sus conocidos que requiere sus números porque los ha perdido y teme no tener a quién llamar (sic) o desconocer quién le llama. Ese paso no es necesario porque la inercia te lleva a recopilar en breve los teléfonos que realmente te interesan, que son los que «te usan». Y a la larga siempre tendrás un amigo que tenga el teléfono de otro que necesites, así que no debería suponer ningún trauma perder la agenda telefónica.

¿Qué nos es imprescindible? Ponte a sumar y restas todo. Las fotos imprescindibles de nuestra vida al final no las volvemos a ver salvo por tropiezo, la pulsera que nos regaló nuestro mejor amigo en la feria del pueblo vecino a los catorce años ni siquiera recordamos de qué color era, nuestra chica de juventud la recordamos con frecuencia, pero como si hubiese pertenecido a otra vida (ni que hubiésemos tenido otra). Hay gente que no sé para qué querrá tantos menús de boda y comunión, tantos programas de las fiestas patronales, tantos muñecos de peluche, tantos novios en otras vidas.

En realidad es más sano reiniciar, limpiar la memoria volátil, conservar en el disco rígido sólo lo necesario (que no es lo más importante), evitar información nociva y aligerar procesos redundantes u obsoletos. Sólo formateando y empezando de cero se puede conseguir huir de hábitos adheridos a rutinas viciadas y reconfigurar de inicio nuestra imagen.

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P.S. Sí, todos sabemos lo que es un backup, ¿y qué? También sabemos que tenemos que comer manzanas y judías verdes pero pedimos hamburguesas y vino.

10.000 horses can’t be wrong

Goal
Capilla del Convento de los Dominicos a la intemperie.

Si la naturaleza le ha creado como murciélago,
no pretenda ser un avestruz.

[Demian, Hermann Hesse]

¡He perdido mi gotita de rocío!
Dice la flor al cielo del amanecer,
que ha perdido todas sus estrellas.

[Rabindranath Tagore]

«Diez mil caballos no pueden estar equivocados» titula Simian Mobile Disco uno de sus discos. Y me lo cuestiono. Muchos miles de españoles van al cine a ver «Pringados en autobús», muchos miles escuchan a Andy y Lucas incluso en la intimidad, muchos miles sólo (con tilde, maldita RAE) han leído «El código Da Vinci» y esperan otro best-seller de esas hierbas para agarrar una novela. Creo que esos «miles» son los mismos repetidos, lo cual no daría para una minoría absoluta como decía Juan Ramón Jiménez sino para una aproximación a la nulidad absoluta mayoritaria. En esa denominación también entran, sin prueba de acceso, los que no arrancan los protectores de plástico de las pantallas de aparatos electrónicos, los que no beben cerveza en verano, los que bajan en ascensor para salir a correr y los que han «empezado» a ver The Wire «alguna vez». Ayer me tropecé con un soplo de esperanza cuando vi que The Wire tenía una valoración media de 8,8 en FilmAffinity. Minipunto para la dictadura de la democracia, la mayoría.

Paréntesis. Treme también tenía muy buena puntuación, merecida. Empecé a verla por David Simon con gran escepticismo por su «parto» anterior, y qué injusto fui. Nunca he escrito sobre Treme porque es una serie donde el hilo argumental lo entretejen los sentimientos de un abanico de personajes que se vuelven carismáticos al espectador a medida que van pasando los capítulos. Y cuando terminé la segunda temporada estaba tan impactado que ni me atreví a plasmarlo en una entrada. Sólo escuchaba de fondo el sonido del estribillo del himno de guerra del Gran Jefe y el trombón de Antoine Batiste y el violento discurso político de Bernette a través de YouTube y la dulce voz de Annie cantándole al viejo Harley, cuya guitarra tenía una pintada en su cajetín en la que se leía This machine floats. En Nueva Orleans, tras el Katrina. Y no es que todos esos personajes se vuelvan carismáticos de repente, simplemente son personas normales con comportamientos normales: puedes tener que emigrar si tu negocio no funciona o puedes enamorarte sin remedio y ser correspondido, y entonces el enamorado tiene que acercarse periódicamente al buzón de la emigrante para recoger la correspondencia. O puedes ir a pescar para alejarte de tus fantasmas y hacer terapia anti-drogas. Puede parecer paradójico pero lo cotidiano es emocionante. Treme es sensible, no vayas sino a acariciarla. Fin paréntesis.

Diez mil caballos suelen estar equivocados. Trotan en la dirección del caballo con jinete. Y aunque el jinete desconozca el deseo de la manada trotona, esa masa fluye como un líquido en el que él mutase en atracción gravitatoria para darle consistencia. Eso no es sumisión, es física y es naturaleza. El problema aparece cuando un avestruz monta al caballo y una cría de koala se agarra al cuello del avestruz y sobre ella un murciélago descansa sosteniendo una garrapata en una de sus alas plegadas. El problema viene cuando la garrapata decide el designio de diez mil caballos. El pivot griego del Barça se llama algo así como Microcefalidis, perfecta denominación para nuestra garrapata.

En ningún momento la garrapata prometió a la manada que los guiaría al paraíso. A Microcefalidis no le interesa la justicia ni el destino, si es que esas cosas se pudiesen definir. Tampoco yo he prometido a la bandada de palomas una vivienda digna en lo alto del convento de los dominicos de forma perenne. Un día, más pronto que tarde, deberán emigrar y abandonar sus panorámicas de lujo. El cielo como apetecible destino, aunque el amanecer le robe las estrellas y le deje el sueño. Tanta paz llevéis como palomina dejáis.

A mí tampoco me prometieron vivienda perenne, ni siquiera me lo prometió la garrapata Microcefalidis, y mejor así porque en tal caso dormiría siestas largas. Cada vez más largas. He llegado a la edad en la que el dinero sobrepasa a la gente trabajadora de mi generación, y por eso piensan si el ratio coste-disfrute merece la pena en una excursión, compran por internet porque cuesta tres con cincuenta más barato y echan cuentas hasta que convierten hipoteca y futuro en dos palabras sinóminas. Cínico el que lo niegue. Poner la vista en el mañana es innegociable, pero sin coartar el hoy. Me enamoró esa frase que leí hace pocos días: «acumular dinero es comprar la inocencia de tus hijos.» Ahora te toca calibrar el valor de la inocencia y de la libertad, tarea no trivial.

Tengo que abandonar el telediario y la prensa. El Papa admite la existencia de un lobby gay en el Vaticano. Un desvariado asesina y descuartiza a su mujer y la congela junto a las croquetas. Snowden certifica que Obama lo sabe todo de nosotros gracias a un despiadado espionaje de nuestra intimidad. Aparece la rabia. Messi nos roba. Mandela se desgrana. Grecia clausura la televisión pública. Tengo que acordarme de sintonizar Teledeporte.

Y por encima de la inocencia y la libertad, decíamos, está la música, que es el elemento básico que transmite un sentimiento pleno y lo inyecta en los sentidos para excitar nuestra existencia. La única literatura auténtica se concentra en la música: filtra lo superficial y genera una esencia estimulante universal que remarca el swing del tiempo absoluto. Nadie es inmune a la música a no ser que sea un mutilado sensorial.

Nadie, ni siquiera de forma consciente, podría ser inmune a tu mirada certera y a tu lengua que me hace cosquillas en una noche fría. No hay futuro porque el presente lo abarca todo, como si el hoy envolviese el tiempo y la ilusión en un satélite que eclipsase lo cotidiano. No desvirtúes su giro, rotación y traslación, que fuerzas invisibles lo guían. Encima de la garrapata estaban las palomas, y encima la vivienda digna, luego la música, y sobre todas las cosas, un satélite en compás de dos por cuatro. He cogido Rayuela para ponerte una frase ingeniosa, pero no eres la Maga y no requieres mi inocencia, ni me necesitas como dirían The Smiths, ni soy inmune al giro astronómico a ritmo de bachata.