El asombro del pétalo de flor

Uno contra todos
Uno contra todos o parada militar.

Cuando estoy cansado de hablar,
me siento a comer pétalos de flor.
Y no es que pretenda oler bien,
algo hay que hacer para tenerse en pie.
Soy como una vieja atracción
que un día sirvió para pasarlo bien.

[Duerme, El niño gusano]

Al final morimos de sentido común. Cuando el sentido común se apodera de nuestras ilusiones y coarta nuestra imaginación es hora de volver a puerto, replegar las velas, amarrar el ancla y pisar tierra firme. Y cavar la tumba. Porque se acabaron las andanzas por el mar alimentándose de pétalos de flor y se acabó pensar en llegar a la luna atando una gavilla de globos a una caja de plástico de guardar la fruta. Ahora es más bien «estimado señor don», «debe usted firmar en el margen de cada página», «la sentencia se dicta en presencia del demandado y el demandante», «teclee su pin personal», «muéstreme su carnet de conducir, por favor», «el déficit ha disminuido en dos puntos porcentuales respecto al anterior trimestre», «con cierre centralizado y elevalunas eléctricos, ah, y climatizador bi-zona.» Pero no es eso lo que buscábamos, no era un climatizador bi-zona lo que se necesitaba para buscar un tesoro ni para construir un castillo de sueños, es que no necesitamos el carnet para narrar un accidente de tráfico en un relato.

Y así pasa, que ya ni siquiera creemos en que un señor pueda comerse nueve filetes, ni aunque David Foster Wallace lo relate en un fragmento de su novela. Ni el cine es capaz de jugar con la predisposición del lector a admitir cualquier inverosimilitud y se apretujan las películas en la habitación de lo fantástico o en la habitación de lo tan cotidiano que hasta encienden la vitro para freir el huevo. No está la magia en esas alcobas.

Hay que luchar en favor del asombro, pero ya se convierte en una faena tan consciente que pierde su magia y al minuto vuelvo al elevalunas eléctrico. Aurelio Arteta lo define con precisión en Tantos tontos tópicos: «La gente no suele maravillarse de lo que en verdad lo merece. Su depósito de admiración se consume sobre todo en extrañarse ante lo espectacular, lo novedoso, lo monstruoso, etc., tal como manda la lógica de los mass media. Es llamativa la falta de curiosidad o perplejidad del hombre ordinario, lo fácilmente que se contenta con las respuestas más a mano, lo pronto que se cansa de buscar. Una mirada que no es capaz de romper la costra de naturalidad con la que las cosas suelen suceder.»

La supervivencia cotidiana mata la magia del asombro y la percepción emotiva de cuanto nos rodea y sin eso, precisamente, no somos nadie.

Too old to lose it

Retablo de Massimo's
Retablo de la Capilla de Massimo’s Cocktail.

Como aquella broma en que al pasar delante de una funeraria
nos decías «agachaos, no vaya a ser
que os tomen las medidas.»
Ese era tu consejo, tu sabio consejo,
y no estuvo mal, pero se te olvidó algo importante:
tú también tenías que agacharte.

[El ángel Simón, Nacho Vegas]

Al hilo de lo publicado en vísperas del fin del mundo del 21 de diciembre por un amigo en facebook despidiéndose de todo, me ha dado por recordar qué ha supuesto a nivel personal este año; o sea, egopost. Ya tendré tiempo de arrepentirme.

A grandes rasgos, mirando atrás, apenas he leído, ni descubierto música atractiva más allá de redescubrir a The Flaming Lips y Pulp y conocer a Remate y The XX, he viajado mucho menos que los años anteriores, por primera vez en mucho tiempo no he cogido ningún avión en todo el año, no he intentado una media maratón y ni siquiera fui capaz de terminar la carrera de bicicleta de montaña del pueblo por lesión muscular. Y este blog lo tengo casi abandonado.

Pero supongo que no todo han sido pérdidas.

Por fin he aprendido a morderme las uñas.
Bailé delante de todo el pueblo un chá-chá-chá para demostrar mis avances en la clase de bailes de salón.
Recibí un sms con 7 puntos suspensivos y fue, diría, el más importante del año.
Coreé el nombre del Pipita en la primera fila del Santiago Bernabéu el día que se celebraba la liga.
Degusté una francesinha en la Praça da Liberdade de Oporto regada con una Super Bock.
Me guiñó el ojo con un gesto de complacencia repetida la mujer posiblemente más poderosa de España.
Conocí el frío absoluto paseando por Canfranc un sábado de febrero por la noche.
Intenté disfrutar sin conseguirlo de Manzanares y Castella en la plaza de Albacete por causas diversas.
Me acordé muchas veces de ti.
Encontré un trabajo digno y estimulante nada menos que en el punto álgido de cifras de paro regional y juvenil.
Me disfracé con toda la dignidad posible de conejito, a pesar de las dificultades en forma de tambor de juguete y pintura rosa.
Me tiraron un pasquín político ofensivo pero tenía la conciencia tranquila; poco después llamé con todo mi alma mentirosa y mala a la portavoz de la oposición en el pleno.
Planté carrascas y pinos junto a los niños del cole, y de vez en cuando voy a ver cómo crecen al Toyo y pienso en si hubiese escrito los mismos libros o tenido los mismos hijos.
Probé la carne de ternera de Kobe, aunque fuese en forma de hamburguesa.
Me he equivocado muchas veces.
Perdí dos novelas en el campo de Vallecas y lo peor es que alguien me las quito en menos de cinco minutos. En Vallekas.
Me emocioné escuchando a la soprano Gemma Román entonar Lascia ch’io pianga en el patio del Castillo de Belmonte un domingo por la mañana.
Una noche estuve en el bar de Maxi y me tomé un gintonic.
No soy un monstruo.
Extasiado bailé y disfruté escuchando a CSS en el SOS murciano bajo una fina lluvia primaveral.
Hablé con el Presidente de mi Diputación desde el water, una metáfora imprevista.
Perdí cinco kilos, pero los volví a buscar porque eran míos.
Me gustó tirar el dado que me regaló Pepe Cabello hasta que saliese un seis, aunque sólo fuese porque era lo esperado.
Desmonté en la tele regional la creencia de que en Villaescusa de Haro tenemos ruinas romanas.
Disfruté cantando villancicos a pesar de que mi papel era más de atril que de tenor.
Compré el primer cuadro de mi vida, por una cantidad de tres cifras.
Soñé que me pedía matrimonio Ivano Balic para conseguir papeles, pobre inmigrante.
Maté muchas moscas pero muchas sobrevivieron.

Chica guapa, chico guapo, metro

Esperamos
Fragmento de revista universitaria de los años sesenta.

Es sin duda el momento de pensar
que el hecho de estar vivo exige algo.

[Gil de Biedma]

Estaban en el andén de enfrente, también esperando el metro pero en sentido opuesto a Atocha, mi destino, aunque Atocha nunca es un final. Esperamos la continuación del programa. Ambos jóvenes. Ella alta, estilizada con sus botines negros, pantalones ajustados, pelo corto, él elegante, complexión deportista, con bufanda grisácea y breve barba morena. Discutían con moderación, como si el asunto no fuese vital para su ¿relación? ¿supervivencia? ¿domingo? Eran tan guapos que costaba creer que pudiesen hablar de política. Aunque es obvio que desde mi andén no escuchaba la conversación. No queremos que esta juventud inquieta se pierda. Algún que otro beso, alguna mirada de altanería de ella, algún gesto mitad aburrimiento mitad apatía de él. Inventé que no eran felices. En «Yo confieso» se decía que no hemos venido a la vida para ser felices. Más bien parece un cúmulo de fracasos, ridículos y errores, un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento (Baudelaire) del que intentamos salvar una minúscula gavilla de instantes de satisfacción y gloria. La pesadilla que se esconde tras los párpados del sueño (Bolaño), un amago de esperanza en el que al final el aburrimiento compensa. El aburrimiento que monotoniza lo cotidiano para ralentizar el paso del tiempo y que podamos, cada noche antes de dormir, ser conscientes de lo finito e imprescindible que somos. El remolino de angustias que nos rodea. Acotados en nuestros límites auto-impuestos para montar el campamento de nuestra comodidad. Qué tonterías. Ayer hubo elecciones pero solo pienso en volver a trabajar para escuchar una vez más el concierto de Remate que retransmitió Julio Ruiz desde el Museo Cerralbo y que el sofá es terriblemente incómodo aunque Anna Simon esté cantando en la tele. Hay que seguir viviendo.

Un amigo me recordó el otro día una charla a la que asistimos en un congreso nacional en Huelva impartida por el profesor Enric Trillas, con toda probabilidad (sic) el mayor experto en lógica borrosa de España, un hombre que transmite un palpable entusiasmo por el aprendizaje. Las matemáticas siempre encajan, los gintonic no. Decía Enric que siempre se puede decir la verdad, basta ser suficientemente impreciso. No queremos promesas sino realidades, por lo que solo nos falta acotar la incertidumbre de esas promesas para definir el espacio de nuestra realidad admisible. Yo sólo tenía una certidumbre: que la chica iba delante de mí hacia la boca de metro -claro que me di cuenta- y que el chico llegó un par de minutos después. La chica pudo decirle antes de salir de su piso palabras como las anteriores: «dime la verdad» y «no más promesas» y «no te andes por las ramas» (no eres suficientemente impreciso). Él quizá sólo aspiraba a alentar ilusiones.

Destruyendo mitos: yo los percibía como dos objetos erráticos en un mundo inconexo, a pesar de su belleza, por mucho que Teilhard de Chardin plantease la cumbre opuesta: a falta de otras cualidades en nuestra mirada, el hombre seguirá siendo para nosotros, hágase lo que se haga para hacernos ver, lo que es todavía para tantas inteligencias: objeto errático en un mundo inconexo. Que se desvanezca, por el contrario, de nuestra óptica la triple ilusión de la pequeñez, de lo plural y de la inmovilidad, y el hombre adquirirá sin esfuerzo el puesto central que anunciábamos: cumbre momentánea de una antropogénesis que corona una cosmogénesis.

Su tren llego antes que el que yo esperaba. Ella se marchó dejando huellas y él se quedó. A los que somos de pueblo nos llaman la atención estas cosas insignificantes de Madrid, o que haya gente recogiendo colillas del suelo o que se vaya de copas a una tienda decorada del siglo XVIII. A los pueblerinos también nos extraña que un aficionado del Rayo Vallecano robe dos libros. Lo mismo hasta los ha leído.

La del pirata cojo

A Greek Orthodox monk cleaned the Church
Monje limpiando la iglesia.

«Toda escritura es una marranada. Las personas que salen de la nada intentando precisar cualquier cosa que pasa por su cabeza, son unos cerdos. Todos los escritores son unos cerdos. Especialmente los de ahora».
[Antonin Artaud]

Es lo que tienen las asociaciones, que son incontrolables y azarosas. Por cuestiones de esas indescifrables de las sinapsis neuronales que hacen ¡click! al enlazar situaciones o anécdotas aparentemente inconexas. Me ha ocurrido viendo Casi Famosos, una interesante peli para estudiar la ciclotímica personalidad de las estrellas del rock, la cual he vinculado al carácter de un chico que conocí en los tiempos universitarios. Y de ahí he saltado a esa célebre canción de Sabina, La del pirata cojo, y las diferentes vidas a escoger, y a otra más apropiada, El blues de lo que pasa en mi escalera, en la que el genio describe de forma cruda las vidas que pudieron llevar sus compañeros de pupitre: «La más maciza de mi clase (¡que cintura!), cotiza la hermosura y, a sus cuarenta y pico otoños, hasta el moño del genio del marido, huyó con otro menos aburrido.» Y así que me he ido a recordar a gente con la que me he tropezado y sus devenires en esta época de la vida en la que, al menos en parte, cada uno ha abierto el surco a labrar.

Ese tenía todas las cualidades del cantante de éxito atormentado y despreocupado al que importaba infinitamente más aprender papiroflexia para regalar una mariposa de papel con un poema escrito en el interior a su chica que aprobar las asignaturas. Cómo casaba ese carácter con las descripciones que vemos o leemos de los grandes del rock y el pop. O esa chica hiperactiva llamada a altas cotas de popularidad por confluir en ella todas las virtudes de la sabiduría -sobrada de arrogancia, sí- y disponer de una visión privilegiada para diseccionar la realidad a su alrededor. Debería tener en sus manos un puesto de influencia o una columna relevante en prensa. O esa joven inocente e idealista con exquisita sensibilidad para la prosa poética que al final tornó las aspiraciones sesentayochistas por la necesidad de sexo y dinero y a la que se le podría haber augurado un éxito relativo en sensibles editoriales de pequeña tirada. O ese sublime genio del piano tan incontrolable que era evidente que a pesar de las cualidades le resultaría imposible hacerse un hueco en el panorama musical. O ese crack del fútbol con una tremenda calidad innata -y es de las pocas cosas que sé discernir- que se daba por hecho que sería una figura si moderaba sus vicios y sentaba la mollera a buen recaudo.

¿Qué ha sido de cada uno? No es cuestión de desvelar intimidades ni de juzgar la actitud personal de cada uno frente a las circunstancias. Más aún, sería harto injusto evaluar tan de antemano el resultado de una vida, sobre todo porque nadie debe -moralmente al menos no se debe- valorar al prójimo, eso es tarea restringida a la intimidad de la reflexión propia, a esos instantes de soledad en los que se sienta a la mesa la conciencia con el pasado, con la ambición y con la satisfacción, que es una cosa intangible que viene sin llamarla o se queda sin entrar aunque le des un toque.

Y yo que sólo quería ser un cerdo.

Tan sin saber

Nomeacuerdo
Obra cuyo título no recuerdo, Xabier Bande, Villaescusa de Haro 2011.

«De pronto Pancho ya no parecía tan estropeado por el alcohol
ni yo tan sin saber qué hacer con mi vida».

[«Los detectives salvajes», Roberto Bolaño]

Tan sin saber qué hacer con mi vida he vendido mi coche y mi cámara de fotos. Del coche, fiel VG9, me he quitado la letra y todavía me ha quedado un pellizco que ahorraré para hacer un viaje a Nueva Zelanda el verano que viene. La Nikon, con sus objetivos y su funda, me ha dado más pena, porque desde el 2 de febrero de 2010 ha estado conmigo en tantos lugares, desde las Tablas de Daimiel a Dubrovnik pasando por Dublín o Mojácar. Todavía conservo la bici y el portátil, por pura necesidad, y los libros y las series en DVD, por puro placer. Y así, tan sin saber qué hacer con mi vida la incertidumbre me ha conducido a empezar por desprenderme de ¿lo superfluo? No, de todo, sin discriminación. Sin chica, sin trabajo, sin piso, sin coche, sin motivación, sin el frío que reclamo y no llega (este verano no termina nunca, o mejor, este verano no se me termina nunca). Esta sustracción de un total desconocido me recuerda a una frase de Adolfo Martínez: «El día que me dejó la mujer decidí desprenderme del televisor. Para redondear más mi libertad.»

Y tan sin saber qué hacer con mi vida ni siquiera tengo un plan de escape infalible. Quizá porque existen fuerzas invisibles que no se ven, valga la redundancia, porque no se ven. Supongo que además queda la turbación al ver una exposición de fotografía artística de Xabier Bande. Queda la ilusión por imaginar la materialización de proyectos de envergadura. Queda la satisfacción de arrancar una sonrisa a un auditorio de quinientas personas. Queda el orgullo de los alabarderos de honor. Queda la confianza en ir labrando con paciencia un futuro siquiera un pelín más agradable y justo y sostenible (en el sentido menos demagogo y manido del término). Queda la complacencia al vislumbrar caras iluminadas bailando una sevillana o saltando en un cubículo de bolas de goma. Queda la desesperación al leer el periódico, la misma desesperación diaria que afortunadamente no asumo como cotidiana y rutinaria. Queda París, supongo, aunque no lo voy a comprobar, por la diabetes.

Pero no es sumar y restar; son ecuaciones diferenciales. Mucho más fácil porque ni siquiera se trata de resolverlas sino de ver lo impactantes que quedan garabateadas sobre el papel y dejar el lapiz negro y amarillo al lado y salir a la calle a estropearte por el alcohol.

Nenúfares en el desierto

Detalle de Los Frailes
Detalle del monasterio ruinoso de Villaescusa de Haro (enero 2011).

Eso de la patria, del amor a lo tuyo, del sentimiento de pertenencia a una esquina del mundo. El rincón en el que se cae dentro del tablero de casillas de agua o de tierra, aunque Dios no juegue a los dados, y no sepamos si sabe de ajedrez. Una patria no es una frontera legal, no se puede concebir como la línea discontinua de un mapa que separa regiones o países porque es algo más profundo, más del corazón y del alma y de esos sitios ficticios que inventamos para acotar nuestras certezas. Y por descontado las fronteras de una patria son personales y difusas, incluso ilimitadas.

En general se suele abstraer la definición de patria y ligarla más a conceptos que a trozos de tierra. Como dice un personaje de la genial Martín (Hache), emigrante argentino en Madrid, «uno se siente parte de muy poca gente; tu país son tus amigos, y eso sí se extraña.» O Bolaño, con su habitual desnuda sinceridad, «mi patria es mi hijo y mi biblioteca.» Incluso un emperador, Adriano, dueño del devenir de un pueblo vastísimo, se atrevía con la patria: “y entonces me di cuenta de la ventaja que significa ser un hombre nuevo y un hombre solo, apenas casado, sin hijos, casi sin antepasados, un Ulises cuya Ítaca es sólo interior. Debo hacer aquí una confesión que no he hecho a nadie: jamás tuve la sensación de pertenecer a ningún lugar, ni siquiera a mi Atenas bienamada, ni siquiera a Roma…» [bueno, hay que anotar que Memorias de Adriano es una autobiografía de Adriano escrita por Yourcenar, por lo que no sabemos si suscribiría esas palabras].

Pero, ¿si no aprecias lo que te rodea, lo más cercano, cómo vas a apreciar lo desconocido, lo más ajeno? Si estás incapacitado para amar tu casa, tu calle, tu barrio, ¿cómo vas a luchar por tu no región, tu no país, tu no raza? El amor es como una cebolla, con sus capas y su radio de acción concéntrico, no como un montón de arena que lo pones donde quieres, así al azar o por elección pero que cae aislado. Es como amar a los animales fuera de su ecosistema o plantar nenúfares en el desierto y esperar que crezcan fuertes y sanos. Sin sentimiento de patriotismo, entendido en el sentido de amor a tu tierra y no como forma de diferenciación respecto a los otros, es difícil amplificar y/o extrapolar el amor desde lo próximo hasta lo lejano.

Y cuánto sacrificio y dedicación y esfuerzo conlleva cualquier tipo de amor, sea tu patria la familia o los siete mil millones.

Gin Soaked Boy T-shirts

Como los habituales ya saben, hace unos meses se convocó un concurso de camisetas para celebrar el milésimo cumpledías de este blog (30 de enero del 2011). Se recibieron un total de veinte diseños que se pueden revisar aquí. Finalmente, el jurado dictó su veredicto y resultaron ganadores tres diseños. Y ahora, lo prometido es deuda, tenemos las camisetas listas para su distribución:

Gin Soaked Boy T-shirts
Ejemplos de camisetas GSB (marzo 2011).

P.S. Por cierto, que si alguien quiere alguna, no tiene más que ponerse en contacto conmigo porque se hará otro pedido de las camisetas del gintonic y del antiprincipito.

La paciencia como camino a la ficción

Diferentes condiciones ambientales
Vigilando el campus de Ciudad Real desde 2007.

«Continua gotera horada la piedra» como proverbio grabado a fuego en el alma o corazón o cerebro de cualquier insensato que se enfrenta una tesis doctoral. Si algo se aprende durante el oasis de horror en mitad del desierto de aburrimiento que supone una tesis es a ensalzar y cultivar la paciencia como nutriente de la investigación. Y así, día a día, un ente indescriptible y difuso en el origen se va materializando en otro ente que sigue siendo igual de indescriptible y difuso pero con el que ya estás tan familiarizado que le tienes cariño y sientes como propio.

Desde la ventana del laboratorio, mientras tanto, se observa el transcurrir del mundo, el trasiego de los aplicados alumnos novatos en la búsqueda de unos conocimientos que les azotan más que alimentan, el continuo flujo de chicas maquilladas con bolsas llenas de cocacola y vino los jueves por la tarde, las batas blancas una vez al año, los profesores con su netbook bajo el brazo a la vuelta de clase, los paraguas de los días lluviosos y las bandoleras al hombro, algún que otro atleta haciendo jogging por el campus, más de un frenazo brusco de algún coche en la rotonda que desde dentro parece ajeno al mundo propio, como si fuese más real lo que se está cociendo en el interior del ordenador que el peligrar de una vida a cincuenta metros de ti. Es raro el fenómeno meteorológico con el que no te cruzas desde dentro, desde tardes de agosto abrasadoras hasta heladas mañanas de febrero, amaneceres de gafas de sol y anocheceres de bufanda, alguna mañana de nieve y alguna tarde feliz de cielo azul, faldas, jueves, cerveza y frondosidad. Y cielo azul intenso, negro estrellado, negro nublado, nuboso, brumoso, neblinoso, soleado, anaranjado, violáceo, gris, celeste, una nube aislada, blanco, un avión que pasa dejando su fina estela, rosáceo, nuboso.

Un cristal que separa dos mundos, el que se supone que es real y donde llueve o hace sol y te haces daño si te caes al suelo y el que se supone ficticio en el que se juega a detectar con cámaras de vídeo a esa gente que atraviesa el paso de peatones o a ese coche que gira en la rotonda. Hasta que llega un momento en el que la membrana divisoria se difumina y pierdes la noción del dentro y del afuera y ya no distingues si tu vida está en la pantalla del ordenador o en la parte que se ve detrás del cristal.