O un Bloody Mary y un Dry Martini

No siempre ganas
Tarde primaveral en las Tablas de Daimiel (mayo 2010).

Si Dios me pide un Bloody Mary y vamos a estar un rato juntos, lo más probable es que le diga que creo que se ha equivocado, que yo prefiero tomar cualquier otra cosa, aunque no sé qué tal le sentará el reproche. A fin de cuentas un descuido lo tiene cualquiera.

Y si después charlamos juntos, le confesaré que me fascina cómo creó el mundo, esa asombrosa perfección en los asuntos de la naturaleza: todo eso del 1,618, la sincronía en el movimiento de los planetas giro tras giro (rotamos a más de 1500 Km/h y ni nos damos cuenta), la complejidad y especialización de todos los elementos de algo tan diminuto como una célula (sigo sin entender que ahí quepan ¡dos metros! de información genética), la magia de que a partir de un espermatozoide y un óvulo se generen diferentes tejidos y órganos y luego sentimientos y pensamientos, las alas para volar que puso a las palomas, las flores que se reproducen sin hacer nada.

Luego espero que me permita preguntarle con qué elemento inventó el sacrificio, porque no concibo a una persona compitiendo en un iron man (ale, a nadar 4 Km., otros 180 Km. en bici y a correr 42 Km.) con su hijo discapacitado a cuestas. Por qué algunos valientes o inconscientes o iluminados invierten su vida en los más miserables y sacrifican hasta la última gota de su sudor y de su sangre y otros simplemente se preocupan de generar dinero y no quedarse solos una noche a los setenta. Y encima sospecho la paradoja de que los primeros se sienten más identificados con versos como: «tengo tanta hambre de vida / que me la como a dentelladas / y sin descongelar / lo suficiente.»

Y luego espero que me permita preguntarle de qué material fabricó el olvido. Por qué mi ordenador siempre recuerda lo que le dije y, sin embargo, mi memoria es tan frágil. Dicen que Kant tenía una nota sobre su mesita que leía todos los días y en la que había escrito «Debo olvidar a Lampe.»

Y al final, antes de que se vaya, espero atreverme a preguntarle si sería tan amable de cederme tus planos. Para replicarte.

Look left on the road

Look Left or Follow the Arrow
Look left or follow the arrow, Dublín (diciembre 2010).

Sí, aquel inolvidable On the road, esa novela vital de Jack Kerouac sobre la que no merece la pena hablar, simplemente leer y descubrir. Como Bolaño o Saint-Exupery, se te quedan ahí, reposando años después en algún sitio de ti mismo. No sabes dónde ni qué dejaron, pero están. Como esa pregunta de Kerouac a una camarera en el camino «¿que qué le pido a la vida? No lo sé, sólo atender las mesas e ir tirando.» Así, tan desolador, o no, como si se hubiese desprovisto de cualquier atisbo de futuro, o no quisiese buscar otro más estimulante, simplemente follow the arrow. Una camarera con un sentido común tan rotundo como la María Teresa Solsona de Los Detectives Salvajes, también camarera y culturista por afición. Una mujer que había acotado sus perspectivas para ceñirse a un estrecho marco vital en el que había metido todo lo que le incumbía con un pragmatismo abrumador. Como si fuese fácil desprenderse de las cosas que menos nos importan, como si los pequeños detalles se pudiesen obviar. Ambas sabían que había un mañana y no iba a ser ni mejor ni peor que ese hoy. Y luego estaban los desorientados, los Kerouac, los Arturo Belano, «yo no tenía nada que ofrecer a nadie, excepto mi propia confusión.». Los que leen ese Look left y se lanzan a contracorriente pensando que no hay mañana y luego se dan cuenta de que lo que no hay es un hoy. Tan desnudos e indefensos que el tráfico les viene de cara y encima no tienen las instrucciones del juego. Al final no les queda más remedio que aceptar el ir tirando.

Una transformación, o dos

Intimidad
Ikea e iPod, baluartes de la globalización (abril 2010)

Era como la luz anaranjada de las farolas de algunos pueblos manchegos, sobria pero con aires de íntima calidez. Una habitación así, tenue, vaporosa. Una cama amplia y algodonosa. Mientras ella se descalzaba sus largas botas de forma desapasionada o quitando hierro al asunto o desentendiéndose de mi intención, me llamó la atención ese libro sin título sobre una moderna mecedora de llamativa funda roja. Lo abrí y leí al azar: blablabla y «en mi transformación no existía el menor deseo de conflicto o rebelión, sino solo el propósito de un desamarre sin rumbo.»

Plas. En el clavo. Justo lo que me rondaba los últimos meses durante las tardes de niebla y oscuridad. Y ni siquiera había sido capaz de poner nombre a mi silenciosa metamorfosis, tan bien definida ahora gracias a un libro sin título. Una revolución pacífica que desea un cambio profundo sin el temblor de ningún elemento cotidiano, como si uno quisiese una larga noche de amor en una cama y que al día siguiente las sábanas siguiesen intactas, algo así. Y yo ansiaba una mansa metamorfosis, no brusca como la del bicho raro ese, no un abismo entre dos vidas, sino un dejar hacer a las olas del mar o de la sociedad o de mi capricho.

Y en ese momento ella regresó de desmaquillarse del baño convertida en una mariposa y ya me daba igual ser cucaracha, larva o no saber si me abrirían en casa transformado en insecto. Cerramos la puerta.

Un corazón más vasto

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Profesor reposando su silencio (Plaza España, Madrid, 2008).

Y el profesor les dijo:

– No tenéis derecho de evitar un esfuerzo, sino en nombre de otro esfuerzo, pues debéis engrandeceos. Nada se os puede dar si no habéis sufrido.

Ellos asintieron, sin rumiar sus palabras, pero uno, el más maduro aunque gamberro, replicó:

– Profesor, los esfuerzos cansan. Muchas veces no merecen la pena, y es más cómodo descansar.
– ¡Canta lo suficientemente fuerte el cántico del trabajo noble, qué es sentido de la existencia! En contra el cántico del ocio que relega el trabajo a la categoría del impuesto.
– Sí, ya, eso me lo dice mi madre muchas veces, que ponga todo de mi parte en el trabajo, pero la pereza es un factor a tener en cuenta. Si no lo considerase impuesto no sería un trabajo. Y, la verdad, no le encuentro sentido a la existencia mientras trabajo.
– Pero el hombre sólo se desarrolla y engrandece si crea.
– Bueno, eso son metáforas vacías, no por mucho trabajar creceré más. ¿Qué gano con el esfuerzo? ¿Cómo crezco? ¿Crezco espiritualmente?
– Porque preparar el porvenir es fundar el presente.
– ¡Ah, espiritualmente no, sino que me labro un futuro! No, preparar el porvenir es perder el tiempo presente y no exprimir el instante. Aquello del Carpe Diem, profesor.
– Sólo es importante y puede nutrir poemas verdaderos la parte de tu vida que te compromete, que compromete tu hambre y tu sed, el pan de tus niños y la justicia que te será hecha o no. De otro modo es sólo un juego, y caricatura de la vida.
– ¿Caricatura? Soy íntegro a pesar de mi pereza y de pasar la tarde en el sofá. ¿Y si nada me compromete, en qué tengo que esforzarme? ¿He de buscar por iniciativa propia salir del juego y la caricatura? Prefiero disfrutar mi ahora sin preocupaciones extras.
– Claro, ya, conozco esas razas bastardeadas que ya no escriben sus poemas, sino que los leen, que no cultivan su suelo, sino que se sostienen en sus esclavos: no amo a los sedentarios de corazón. Los que nada cambian y nada llegan a ser. Y la vida no bastó para madurarlos. Y el tiempo se desliza para ellos como el puñado de arena y los pierde. ¿Y qué devolveré a Dios en su nombre?
– Bueno, ahora empezamos con Dios y las cuentas que le debemos rendir. ¿Qué presentaré a Dios? ¿Le pediré que mire si mi vida ha sido productiva o si he sido buenecito? Ante Dios habrá que desnudar la conciencia y la moral, pero no la lista de méritos, ¿no?

Hubo un breve silencio que rompió el alumno con descaro pero inocencia adolescente:

– Profesor, en realidad, ¿para qué sirve vivir? ¿por qué dices que debemos escribir poemas y cultivarnos?
– Me nutro para vivir, y vivo para conquistar, y conquisto para retornar y meditar y sentir mi corazón más vasto en el reposo de mi silencio.

P.S. Las palabras del profesor pertenecen a fragmentos adaptados de Ciudadela, obra cumbre de Antoine Saint-Exupery más allá de El Principito.

A las aladas almas de las rosas

Un poeta que nace poeta bajo el hábito de pastor rural. Un hombre comprometido con la inocencia y con el comunismo más puro. «Vuestra sangre, vuestra vida, / no la del explotador / que se enriqueció en la herida / generosa del sudor». Un amante quejicoso que se lamenta ante una esposa que vende caros sus besos, «Te me mueres de casta y de sencilla». Un enfermo de bronquitis, tifus, tuberculosis, soledad, desgarro, impotencia y orgullo. «Ríete tanto / que en el alma al oírte / bata el espacio» suplica a su hijo tras los barrotes. Un pobre integral que muchas tardes tuvo como único alimento los sonetos de Góngora. Un oriolano universal que cantó desde áridos pastos enlanados versos sentidos. Un inquebrantable luchador nunca amilanado.«Aquí hay mucho hijo de puta y mucha puta». El punto de convergencia entre la poesía más sonora y natural y el compromiso humano guerrero bajo un prisma de pobreza y desnudez.

P.S. El día 30 de este mes de octubre se cumple el Centenario del nacimiento del poeta Miguel Hernández. Se merece un homenaje.

El vértigo del vacío o la soledad del boxeador

Algunas personas no tienen tanta suerte. Como aquel personaje que interpretaba Marlon Brando en «La Ley del Silencio». Un buen muchacho que sin embargo no tiene la menor suerte. ¿Recuerdan aquella escena en el asiento trasero de un coche con su hermano Charlie? Era más o menos así. No fue él, Charlie. Fuiste tú. ¿Recuerdas aquella noche en el Garden cuando bajaste a mi vestuario y me dijiste «muchacho, esta no es tu noche, hemos apostado a favor de Wilson»? ¿Recuerdas eso? «Esta no es tu noche». Mi noche. Pude haber destrozado a Wilson aquella noche. ¿Y qué paso? Que él fue seleccionado para disputar el título. ¿Y yo que conseguí? Un billete sin retorno a ninguna parte. Nunca he vuelto a pelear bien desde aquella noche, Charlie. Fue como ir a alcanzar la cima, y de pronto caer por la ladera. Fuiste tú, Charlie. Tú eras mi hermano. Deberías haberte preocupado un poco de mí. Deberías haberte preocupado sólo un poco de mí. Deberías haberte preocupado un poco de mí, en vez de obligarme a hacer tongo y aceptar un dinero sucio. Tú no lo comprendes. Podía haber tenido categoría. Podía haber disputado el título. Podía haber sido alguien en vez de un boxeador fracasado, que es lo que soy. Afrontemos la realidad. Fuiste tú, Charlie. Fuiste tú, Charlie.

[Jake LaMotta, Toro Salvaje]

Le tocó a Jake, para que luego digan que lo importante es el talento. No, lo relevante es la suerte. Lo que determina caer del lado del pan o del lado de la mantequilla es la suerte, es tener una oportunidad fortuita, es estar en el sitio y en el momento oportunos sin saber cuáles son de antemano. Le tocó a Jake, pero también a tantos otros, tantos a los que la fortuna despreció. El mundo está lleno de aquellos que no aprovecharon su oportunidad, pero también de tantos que ni siquiera tuvieron a mano una ocasión. Tanto predicar las bondades del esfuerzo sin ser conscientes de la importancia del azar, cuánto talento desaprovechado en aras de un mundo caótico y casual.

P.S. Es curioso. Una de las citas de Toro Salvaje más célebres («Den un escenario a este toro donde pueda demostrar su bravura, pues aunque lo mío es pelear, más me gustaría saber recitar. Esto es espectáculo.») es muy similar a otra de Bolaño en Los Detectives Salvajes («Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear.»).

Una mujer con tacones

Si los tacones te hacen perder la perspectiva del mundo
a ras de suelo, y no miras, sino que sugieres.
Si cuando sonríes es por obligación, o justificas un fin
y cuando miras lo haces por encima del hombro.

Si el rímel te emborrona la visión de la realidad.
Si buscas más envidia que la que te tienen
y no engañada, engañas.

Si no eres buena, y no finges ser mejor de lo que eres,
si al hablar exageras lo que quieres
y no propones sino que exiges.

Si provocas, y no intentas agradar,
si al andar te yergues y avanzas el pecho
y agilizas los tacones, y besas el aire.

Si tu cuenta pasó ya del treinta y siete,
si sólo sonríes para hacer fruncir el ceño
y no te rebajas a pesar del sofismo del orbe encanallado.

Si nunca arriesgas ni te llenas de alegría
porque tus apuestas siempre se sellan sobre seguro
y no te lanzas a la pelea, sino que la gozas
sin importarte las secuelas de los demás.

Muchos de los de esta tierra serán de tu dominio,
y mucho mas aún,
serás una femme fatale, hija mía.

2666 y la revolución de la novela

2666 es el título indescifrable de la novela póstuma del escritor chileno Roberto Bolaño. Un libro que en realidad está formado por cinco novelas; de hecho, el deseo de Bolaño era que, por razones prácticas y económicas, se publicase en cinco partes diferenciadas. Desde mi punto de vista, el editor acertó al publicar el conjunto, sin duda indivisible a pesar de las 1128 páginas del libro (Ed. Anagrama, Colección Compactos).

Bolaño encabeza la colosal novela con una cita devastadora de Baudelaire (que, por cierto, me vendría al pelo para encabezar la tesis): “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”. En concreto en la cuarta parte de 2666 se materializa con notoriedad la cita: se narra una sucesión indescifrable e interminable de asesinatos de mujeres adolescentes en la ciudad de Santa Teresa (México, trasunto de Ciudad Juárez). Bolaño, con conocimiento de causa, deja caer muerte tras muerte con una frialdad horrorosa, hace al lector cómplice impotente de ese ruido de fondo triste y sangrante que asola a la ciudad pero constatando que el mundo gira imperturbable en ese desierto de monotonía («El mundo, percibido como un naufragio interminable»).

El argumento de 2666 es complejo y al mismo tiempo trivial. Cada uno de los cinco libros tiene un protagonista diferente (o varios): cuatro profesores europeos de literatura en busca de un escritor alemán, un profesor universitario chileno, un periodista afroamericano, los crímenes de Santa Teresa y el escritor Archimboldi. Cada parte se narra de una forma diferenciada y da lugar a una pieza del gran puzzle que construyen los asesinatos de Santa Teresa («Nadie presta atención a estos asesinatos, pero en ellos se esconde el secreto del mundo»).

Pero dejando de lado el argumento, cuyo análisis conllevaría largas disgresiones, lo relevante de la novela es la narrativa que emplea Bolaño para construirla, tan poética y al mismo tiempo tan de andar por casa, como si uno pudiese hablar de amor o muerte o sexo como de una receta de macarrones a la putanesca. ¿Ejemplos?

De religión: «A veces pensaba que ya no leía precisamente por ser ateo. Digamos que la no lectura era el escalón más alto del ateísmo o al menos del ateísmo tal cual él lo concebía. Si no crees en Dios, ¿cómo creer en un pinche libro?, pensaba.»

De homosexualidad: «Hans no entendía cómo una verga se podía poner erecta delante de un agujero del culo como el de Farfán o el de Gómez. Podía entender que un hombre se calentara con un adolescente, un efebo, pensaba, pero no que un hombre o el cerebro de ese hombre pudiera enviar señales para que la sangre llenara las esponjas del pene, una por uno, con lo difícil que eso era, con el solo reclamo de un ojete como el de Farfán o el de Gómez. Animales, pensaba. Bestias inmundas atraídas por la inmundicia.»

Del amor: «¿Qué es para mí lo sagrado?, pensó Fate. ¿El dolor impreciso que siento ante la desaparición de mi madre? ¿El conocimiento de lo que no tiene remedio? ¿O esta especie de calambre en el estómago que siento cuando miro a esta mujer? ¿Y por qué razón experimento un calambre, llamémoslo así, cuando ella me mira y no cuando me mira su amiga? Porque su amiga es notoriamente menos hermosa. De lo que se deduce que para mí lo sagrado es la belleza, una mujer guapa y joven y de rasgos perfectos.»

De la vida: «La idea es de Duchamp, dejar un libro de geometría colgado a la intemperie para ver si aprende cuatro cosas de la vida real. Lo vas a destrozar, dijo Rosa. Yo no, dijo Amalfitano, la naturaleza.»

De la felicidad: «Me sentía feliz porque veía a los otros felices y porque sabía que tenía que sentirme feliz, pero en realidad no estaba feliz.»

Sin embargo, 2666 y Bolaño son, como se suele decir, difíciles. No son prosa clarividente, explicativa, narración secuencial y detallada, ni tan siquiera es la belleza de las palabras bonitas de Cortázar. Es crudo, terriblemente crudo, y experimental. La estructura de la novela parece que se cae, pero se mantiene firme y el final de cada parte la vigoriza. Además, Bolaño juega con el lenguaje y con las ideas con una naturalidad envidiable, como cuando encadena sentencias disyuntivas o enlaza pensamientos con «también:» o explica fobias sin que el lector sepa por qué o cuenta chistes machistas igual que narra homicidios. En cualquier caso, un escritor que jamás deja indiferente y que merece ser leído para ensanchar la definición propia que se tiene del concepto literatura.