Libertad y otras palabras gruesas

Libros Navidad 2012
Libros para una Navidad conquense.

«Los niños siempre han dado sentido a la vida. Te enamoras, te reproduces, y luego tus hijos crecen, se enamoran y se reproducen. Precisamente ésa ha sido siempre la finalidad de la vida. El embarazo. Más vida».
[«Libertad», Jonathan Franzen]

Si no hubiese tropezado con la reseña de El Cultural en la que se aseguraba que «Libertad nacía con el signo inequívoco de los clásicos como la gran novela norteamericana del siglo XXI», entonces no creo que la hubiese buscado y, quién sabe, quizá ni la conociese. Pero no me arrepiento.

Libertad es el grito de rabia desesperada de un autor que afirma escribir «para los que no encajan en el mundo» (bien visto esa sentencia es una estupidez, pero allá él con sus técnicas de marketing). Así, Franzen dibuja un fresco colérico contra la sociedad de los EE.UU. retratando el microcosmos de una familia «estándar» que le permite representar diferentes modelos de comportamientos y pensamientos típicamente made in America XXI. ¿Y por qué Libertad? Leña contemporánea: por la sensación asfixiante de su carencia desde el 11-S. De forma certera, se trata de «un estudio antropológico de la neurosis colectiva de nuestra civilización.»

A lo largo de 667 páginas vamos conociendo de forma fragmentaria el devenir de un matrimonio y sus dos hijos, más todo lo que los rodea, a saber, la crisis de las subprime, la guerra de Irak, la competitividad en el mercado y con los de tu alrededor, la neurosis alrededor de los músicos de rock exitosos, el problema de la superpoblación, la corrupción por cifras de dólares con mínimo cinco ceros o la codicia desangelada, twitter, el sentimiento actual de soledad, las riñas con los vecinos, las reivindicaciones de los ecologistas, la naturalidad de las infidelidades, el enamoramiento juvenil, el carpe diem y sálvese quién pueda, la misantropía, la depresión al descubrir que podría haber sido mejor, la incomunicación familiar, ¿sigo o ya te sientes identificado? No es necesario: todo lo actual.

Y por supuesto, un todo delicadamente tejido para dar coherencia a una historia particular que resume muchas historias comunes y que, en última instancia, resume el mundo de hoy: «vivimos en un tiempo en el que la estupidez y la maldad han concertado su poder destructivo. No descubro nada al señalar que nuestra civilización se asoma a un ocaso sin épica ni grandeza.»

Pero sin embargo hay esperanza. No sé si se mueve, pero la hay, incluso aunque la reduzcamos a esa cosa con plumas de Emily Dickinson.

Ejército Enemigo

Braguitas de novela

«Un pie en el barro y el otro en el cuento de hadas. El ciudadano se ignora a sí mismo.»
[«Ejército enemigo», Alberto Olmos]

Supongo que Alberto Olmos lo primero que hizo fue coger una libreta y empezar a pensar en los temas más rabiosamente actuales. A ver, las ONG, sí, con su solidaridad muchas veces mal entendida. A ver, la publicidad, sí, que nos rodea y abruma con cada vez técnicas más disparatadas. A ver, la ciudad y los barrios empobrecidos, sí, que así da pie a hablar de la despersonalización, de la globalización por la variedad de colores de piel, de la falta de identidad. A ver, internet, sí por supuesto, para explicar los procesos de comunicación modernos, internet como extensión de nosotros mismos, y la peligrosa privacidad que se nos esfuma entre el cobre de la Red. A ver, el capitalismo, sí claro, que con la crisis da mucho juego. A ver, la pornografía, sí, que tiene una relevancia social tremenda desde su ostracismo (y bueno, porque el autor se confiesa un gran fan del porno). A ver, mmm, bueno, no se me ocurre ningún otro asunto tremendamente actual, con estos tengo bastante.

Y cuando Alberto ya tenía todos los temas, se le ocurrió una idea para combinarlos y que quedase coherente que es tan in que parece off: parecer rabiosamente incorrecto. Sí, eso que está tan de moda ahora en las entrevistas y que consiste en criticar lo políticamente correcto. Pasarse al lado oscuro pero sin la calefacción demasiado alta y con cerveza. Y así hilar un grito de inconformismo que se plantea los cimientos de la solidaridad moderna y de lo molón que queda muchas veces donar sangre, ir a una mani, no insultar a quién se cuela en el súper y donar un dinerillo para las eventuales grandes catástrofes naturales. Y a vivir.

¿Algo que resaltar? Pues sí, porque la verdad es que se trata de un escritor joven con ideas elaboradas, bien expresadas, y que casan bien en el guión de esta novela «obscenamente actual». Durante la lectura pensaba en cómo se interpretaría su argumentación pasado el tiempo:

«Me gusta que mis expectativas de éxito sean casi indistinguibles de mis posibilidades de fracaso.»

«Todo anuncio es un anuncio de un anuncio.»

«Yo era normal, como ahora, de esas personas que hacen girar el mundo. Vamos, que trabajan y consumen, sin gilipolleces.»

«¿La solidaridad? ¡Oportunidad de negocio! El capitalismo aplicado a un sector en auge: la culpabilidad.»

«¿Mañana hay mani? ¿Quién se toma en serio una protesta que se hace el domingo por la tarde? ¿Quién hace algo en serio los domingos por la tarde? Dime dónde estás los lunes y te diré por qué el sistema funciona.»

«internet nos dejó sin intimidad, pero nos había dado en compensación un nuevo derecho: el de permanecer.»

Y mucho más en una novela, en general, aconsejable para estudiar la solidaridad actual. Para que nos planteemos los cimientos de los procesos de sensibilización, concienciación, acción social, o como quiera llamarse. Para hacerse más fuerte una vez cuestionado el sentido de la movilización.

Como si eso sirviese para algo


Ernesto Sábato (www.guapacho.net)

Hay libros con los que uno se tropieza casi sin darse cuenta. Me sucedió con El túnel cuando tenía unos diecisiete. Lo empecé a leer una tarde de domingo simplemente porque era más finito que sus vecinos de estantería, unas ciento veinte páginas que me absorbieron sin pedir permiso a mi voluntad. Lo abrí y empecé a leer como quién no quiere la cosa sentencias del tipo «uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es sucio y mezquino» o «vivir consiste en construir futuros recuerdos» o «gente que andaba de un sitio a otro, como si eso sirviese para algo.» Sentencias firmes y sencillas que taladraban una mente maleable y adolescente y la llenaban de desamparo junto a otros tropiezos existencialistas como La náusea o El extranjero.

Y ahora, a los 99, ha muerto el escritor que decía que «con los años se llega a saber que la muerte no sólo es soportable sino hasta reconfortante.» Sábato ha tenido mucho tiempo para acomodarse, sin duda. Algo así le pasó también a Márai, que duró hasta los 89. Sólo que él se suicidó a esa edad. Parece casi un suicidio frustrado: a esa edad ya no tiene sentido, es como si Ian Curtis hubiese dicho «me cuesta mucho vivir, pero mejor me espero en este calvario», ¿o pensaba durar otros noventa años? Precisamente de esa edad habla García Márquez en una controvertida novelita: «No obstante, cuando desperté vivo la primera mañana de mis noventa años en la cama feliz de Delgadita, se me atravesó la idea complaciente de que la vida no fuera algo que transcurre como el río revuelto de Heráclito, sino una ocasión única de voltearse en la parrilla y seguir asándose del otro costado por noventa años más.» Y Sábato, a menos de dos meses de hacerse centenario, ha optado por voltearse pero hacia el otro lado.

Hormiguitas negras


Ana María Matute (laclavecultural.blogspot.com)

Todo está relacionado. En mi pueblo, para exagerar y separar conceptos totalmente dispares, dicen ¡pero qué tendrá que ver el tocino con la velocidad! Pues mira por dónde, mucho, porque cuanto más tocino tengas en los michelines menos velocidad alcanzarás. Y eso que es una frase hecha para burlarse de conceptos imposibles de relacionar. Todo está relacionado. También Ana María Matute y Tony Soprano.

Ayer, Ana María Matute pronunció su obligado discurso en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes. La escritora, tan sencilla en su «vida de papel», con esa humilde fragilidad nada disimulada, dictó un emotivo alegato en pos de la imaginación, de la invención, del mundo que habita en nuestro interior. Una lectora siempre sorprendida: «¿cómo es posible que de aquellas páginas de papel, de aquellas hormiguitas negras que las surcaban se levantara un mundo ante mis ojos, mis oídos y mi corazón de niña? ¿Qué clase de magia, de sortilegio era aquel que sobrepasaba cuanto yo vivía y cuanto vivía a mi alrededor?» La puedo imaginar a sus cándidos diecinueve llamando a las puertas de la editorial Destino con el manuscrito de su primera novela «en un cuaderno escolar, cuadriculado, con las tapas de hule negro.» Tenía claro su lugar en el mundo, en su mundo de sueño y fantasía, porque «el que no inventa no vive». Su felicidad, su pasión, era empezar con un «Érase una vez» que la arrojase al mar de la imaginación.

Entonces me acordé de Tony Soprano, protagonista de Los Soprano, jefe de una vasta familia de mafiosos americanos de pasado italiano. Pensé en la felicidad de Tony contrapuesta a la de Ana María. Cómo ella sufrió la miseria de hacer «interminables colas para conseguir pan y patatas» y, sin embargo, alcanzó su más profunda felicidad navegando entre las páginas de los sueños y las ilusiones. Y Tony, infeliz en su poder más su dinero más sus amigos más su ostentación más su mejor whisky del mundo más sus apetecibles amantes. Refugiando su fracaso personal en una psiquiatra de prestigio a pesar de tener a una esposa fiel y en una parvada de patos a pesar de tener un yate.

Como si la imaginación de Ana María tuviese más valor que todo el dinero que Tony había gastado y ahorrado en su vida. Esas hormiguitas negras.

Va de cuento

Hace un par de meses propusimos una lista con una docena de libros imprescindibles. Ahora es el turno de su hermano menor, el relato. A continuación enumeramos un puñado de relatos con los que es conveniente tropezarse alguna vez…

8. Grace («A mayor gracia de Dios»), James Joyce, en Dublineses.

James Joyce diserta acerca de la religión y su valor moral en la cultura irlandesa narrando la historia de un borrachín dublinés -valga la redundancia- que tiene un percance debido al alcohol y al que sus amigos tratan de domesticar a través de la mediación de un sacerdote. El mejor relato del celebrado compendio de Dublineses con permiso de Los muertos.

His line of life had not been the shortest distance between two points.

7. El ojo Silva, Roberto Bolaño, en Putas asesinas.

Una narración desnuda y sincera, una prosa ágil y cotidiana con la que Bolaño narra una anécdota del Ojo Silva, un chileno que se exilia (como el autor) y vive una experiencia tremenda en la pobreza de la India.

Siempre intentó escapar de la violencia aun a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década del cincuenta.

6. El centinela, Arthur C. Clarke.

El germen de la magnífica película 2001: una Odisea en el Espacio. Un grupo de astronautas descubre un artefacto mineral con forma de pirámide en la Luna que emite «señales» a un lugar remoto del infinito espacio. ¿Quién ha «colocado» al centinela en la Luna? ¿existen los alienígenas que reciben las señales que emite el artefacto? ¿qué propósito tiene, acaso es una señal de alarma con la misión de desactivarse cuando el Hombre llega a la Luna? En la cumbre de la ciencia-ficción, sin duda.

Los mecanismos de la pirámide, suponiendo que lo sean, son fruto de una tecnología que se halla mucho más allá de nuestro horizonte, quizás una tecnología de fuerzas parafísicas.

5. Los crímenes de la Rue Morgue, Edgar Allan Poe.

Una mujer y su hija son brutalmente asesinadas en su apartamento parisino. Hay que buscar al culpable y, para ello, la policía contrata al analítico detective Auguste Dupin, precursor del gran Sherlock Holmes. Dupin traza una explicación asombrosa del crimen en este relato detectivesco y tan negro como el resto de la prosa de Poe.

Así como el hombre robusto se complace en su destreza física y se deleita con aquellos ejercicios que reclaman la acción de sus músculos, así el analista halla su placer en esa actividad del espíritu consistente en desenredar.

4. El Aleph, Jorge Luis Borges, en El Aleph.

El Aleph es la obra maestra de un maestro del cuento, simplemente. Un relato genial y complejo que se pregunta acerca de la existencia y la eternidad a través del «aleph», un punto en el espacio que contiene todos los demás puntos.

La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo.

3. El Principito, Antoine Saint-Exupery.

Poco se puede descubrir sobre este relato largo o novela corta que abarca en tono aparentemente infantil cuestiones como el sentido de la vida, el valor de la amistad y el amor. El príncipe del asteroide B 612 forma ya parte del imaginario colectivo e, incluso a pesar de su empalagosa omnipresencia, sigue manteniendo su sencilla trascendencia.

Conozco un planeta en el que vive un señor muy colorado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas. Se pasa el día diciendo, como tú: «¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!», lo que le hace hincharse de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!.

2. El perseguidor, Julio Cortázar, en Las armas secretas.

Extenso relato en el que Cortázar rasca en el alma humana narrando la decadencia de un saxofonista borracho y bohemio llamado Johnny Carter, inspirado en el gran Charlie Parker. Se desgrana su contradictoria personalidad y cómo logra encontrar en su genio musical el sentido último de la existencia. El estilo literario es avasallador, magnífico y directo, nada retórico.

De golpe dejó de tocar y soltándole un puñetazo a no sé quién dijo: “Esto lo estoy tocando mañana.”

1. 19 de diciembre de 1971, Roberto Fontanarrosa, en Cuentos e historias.

De largo el mejor relato sobre fútbol de la historia. Una narración directa y vibrante acerca del secuestro del viejo Casale para llevarlo a un partido de fútbol crucial en la pasional Argentina, patria del autor. Un ejemplo de cómo transmitir la pasión por el fútbol y los sentimientos que conlleva.

Yo iba a llevar, por supuesto, el gorrito que venía llevando a la cancha todos los últimos partidos y no me había fallado nunca el gorrito. A ése lo iba a llevar, era un gorrito milagroso ése. El Coqui iba a ir con el reloj cambiando de lugar, o sea en la muñeca derecha y no en la izquierda, porque en un partido contra no sé quién se lo había cambiado en el medio tiempo porque íbamos perdiendo y con eso empatamos.

Altheia #04

Ni siquiera se ha cumplido un año del día en el que lanzamos el primer número de la revista Altheia, editada por la Asociación Juvenil Altheia de Villaescusa de Haro. Desde entonces han sido muchos y muy variados los artículos que han encontrado cobijo bajo esta discreta publicación local y, de hecho, nos disponemos en breve para el lanzamiento del cuarto número de Altheia. Cada vez, si cabe, con más ilusión y con el peligroso convencimiento de que el listón está cada vez más alto.

Pero no desvelaremos ningún secreto antes del sábado 23 de abril, precisamente el Día Internacional del Libro, salvo la portada:

portada04
Portada del cuarto número de Altheia (abril 2011).

Un profeta cabreado (o a medio cabrear)

Retrato de un erudito agricultor
Retrato de Adolfo Martínez (julio 2010).

Y es que el hombre actual es aquel bárbaro antiguo pero sin su grandeza, un bárbaro que ha perdido la inocencia; ésta se pierde cuando se descubre una gran mentira, cuando se descubre una traición, o cuando el Gran Tontaina te convence de que lo que hay que hacer es desmitificar. Por desgracia, estos hallazgos no traen madurez ni sabiduría sino dureza y malicia. Os apunto una aproximación a la grandeza, o a ser hombre simplemente, no lo sé: aquél que a pesar de todo mantuvo su inocencia.

El hombre de hoy no se pregunta, afirma. Y es pasmosa la zafiedad y la delectación con que esta sociedad contempla una maniática e inepta maniobra de acoso y derribo de lo sagrado, último asidero del ser humano. Nos rodea la necedad como una espesa niebla y no nos damos cuenta porque, como entonces, nos anestesian con pan y circo y nos sucede como a la nariz saturada de malos olores, que ya no huele.

[Los profetas cabreados, Adolfo Martínez, 2011]

P.S. Ediciones La Discreta presentó el sábado pasado en Villaescusa de Haro dos libros nuevos y sorprendentes: «Los papeles secretos de La Discreta» y «Los profetas cabreados». Este último, publicado sin conocimiento de su autor, Adolfo Martínez, de quién ya se ha hablado por aquí alguna vez a raíz de su libro «Erótica urbana» y de la exposición veraniega que hizo de algunas esculturas y cuadros propios. «Los profetas cabreados» contiene un compendio de textos variados que van del pregón de fiestas de su autor en la ya nombrada villa hasta el texto que elaboró su editor para la presentación del libro «Erótica rural» pasando por diferentes relatos del erudito villaescusero.

¿Por qué leer?

Porque leer es algo más que una afición o un entretenimiento; como respirar, es una de nuestras funciones esenciales. Como dice el filósofo toledano José Antonio Marina, privarse de la lectura coarta el conocimiento y nos empobrece, al mismo tiempo que nos hace menos inmunes a la estupidez y el fundamentalismo, por ende nos convierte en presas fáciles de la consigna, del eslogan publicitario. Al fin y al cabo, en meras marionetas de los manipuladores medios de comunicación.

Por su parte, José María Pérez Álvarez afirma que fue aprendiendo lo poco que sabía por las novelas, por los libros que le abrieron los ojos; que existían el amor y la amistad, el rencor y la nostalgia, el miedo y la melancolía, pero sólo cuando esas pasiones estuvieron reflejadas en las páginas de un libro comprendió la exactitud de su existencia. Y es que aprender a comunicarse con eficiencia y a expresar sentimientos con fidelidad requiere en gran medida de la capacidad de expresión, y ésta de páginas y páginas de lectura. La lectura fortalece los pilares del puente a la comunicación y esquiva los malentendidos dado que incrementa la capacidad de argumentar y de atender a argumentos.

Por si todo esto se calculase insuficiente, el libro permite conocer los valores, los saberes y, en definitiva, el imaginario de la humanidad. El libro abriga, que diría el recientemente fallecido Francisco Umbral. Abriga si hace frío, y si no, entretiene, descubre, en última instancia, enseña. Como colofón, la opinión de Lorenzo Silva al respecto: “no leyendo sabemos menos, podemos expresar menos, podemos pensar menos. O sea: somos menos”.

P.S. Fragmento de un artículo que escribí hace años para una revistilla culiparda que rescato ahora para dedicarlo a los Nirtos. Por no conocer el secreto de la lectura y ser felices en su hercúlea ignorancia.