2666 y la revolución de la novela

2666 es el título indescifrable de la novela póstuma del escritor chileno Roberto Bolaño. Un libro que en realidad está formado por cinco novelas; de hecho, el deseo de Bolaño era que, por razones prácticas y económicas, se publicase en cinco partes diferenciadas. Desde mi punto de vista, el editor acertó al publicar el conjunto, sin duda indivisible a pesar de las 1128 páginas del libro (Ed. Anagrama, Colección Compactos).

Bolaño encabeza la colosal novela con una cita devastadora de Baudelaire (que, por cierto, me vendría al pelo para encabezar la tesis): “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”. En concreto en la cuarta parte de 2666 se materializa con notoriedad la cita: se narra una sucesión indescifrable e interminable de asesinatos de mujeres adolescentes en la ciudad de Santa Teresa (México, trasunto de Ciudad Juárez). Bolaño, con conocimiento de causa, deja caer muerte tras muerte con una frialdad horrorosa, hace al lector cómplice impotente de ese ruido de fondo triste y sangrante que asola a la ciudad pero constatando que el mundo gira imperturbable en ese desierto de monotonía («El mundo, percibido como un naufragio interminable»).

El argumento de 2666 es complejo y al mismo tiempo trivial. Cada uno de los cinco libros tiene un protagonista diferente (o varios): cuatro profesores europeos de literatura en busca de un escritor alemán, un profesor universitario chileno, un periodista afroamericano, los crímenes de Santa Teresa y el escritor Archimboldi. Cada parte se narra de una forma diferenciada y da lugar a una pieza del gran puzzle que construyen los asesinatos de Santa Teresa («Nadie presta atención a estos asesinatos, pero en ellos se esconde el secreto del mundo»).

Pero dejando de lado el argumento, cuyo análisis conllevaría largas disgresiones, lo relevante de la novela es la narrativa que emplea Bolaño para construirla, tan poética y al mismo tiempo tan de andar por casa, como si uno pudiese hablar de amor o muerte o sexo como de una receta de macarrones a la putanesca. ¿Ejemplos?

De religión: «A veces pensaba que ya no leía precisamente por ser ateo. Digamos que la no lectura era el escalón más alto del ateísmo o al menos del ateísmo tal cual él lo concebía. Si no crees en Dios, ¿cómo creer en un pinche libro?, pensaba.»

De homosexualidad: «Hans no entendía cómo una verga se podía poner erecta delante de un agujero del culo como el de Farfán o el de Gómez. Podía entender que un hombre se calentara con un adolescente, un efebo, pensaba, pero no que un hombre o el cerebro de ese hombre pudiera enviar señales para que la sangre llenara las esponjas del pene, una por uno, con lo difícil que eso era, con el solo reclamo de un ojete como el de Farfán o el de Gómez. Animales, pensaba. Bestias inmundas atraídas por la inmundicia.»

Del amor: «¿Qué es para mí lo sagrado?, pensó Fate. ¿El dolor impreciso que siento ante la desaparición de mi madre? ¿El conocimiento de lo que no tiene remedio? ¿O esta especie de calambre en el estómago que siento cuando miro a esta mujer? ¿Y por qué razón experimento un calambre, llamémoslo así, cuando ella me mira y no cuando me mira su amiga? Porque su amiga es notoriamente menos hermosa. De lo que se deduce que para mí lo sagrado es la belleza, una mujer guapa y joven y de rasgos perfectos.»

De la vida: «La idea es de Duchamp, dejar un libro de geometría colgado a la intemperie para ver si aprende cuatro cosas de la vida real. Lo vas a destrozar, dijo Rosa. Yo no, dijo Amalfitano, la naturaleza.»

De la felicidad: «Me sentía feliz porque veía a los otros felices y porque sabía que tenía que sentirme feliz, pero en realidad no estaba feliz.»

Sin embargo, 2666 y Bolaño son, como se suele decir, difíciles. No son prosa clarividente, explicativa, narración secuencial y detallada, ni tan siquiera es la belleza de las palabras bonitas de Cortázar. Es crudo, terriblemente crudo, y experimental. La estructura de la novela parece que se cae, pero se mantiene firme y el final de cada parte la vigoriza. Además, Bolaño juega con el lenguaje y con las ideas con una naturalidad envidiable, como cuando encadena sentencias disyuntivas o enlaza pensamientos con «también:» o explica fobias sin que el lector sepa por qué o cuenta chistes machistas igual que narra homicidios. En cualquier caso, un escritor que jamás deja indiferente y que merece ser leído para ensanchar la definición propia que se tiene del concepto literatura.

Historias de Roma

Berlusconi es, en el imaginario de sus partidarios, un condottiero, no un politicastro al servicio de intereses superiores; es alguien que opera a la luz del día, no un grande vecchio que conspira en secreto; es alguien que habla con claridad y dice lo que piensa, a diferencia de la clase política convencional; es un esteta que recurre continuamente a la cirugía estética para rehacerse el rostro y la cabellera (los pelos que cubren su calva poceden del cogote de su hermana) y se rodea de cosas bellas y mujeres guapas (el machismo mantiene una notable vigencia); es, además, un hombre riquísimo que no se deja corromper, sino que corrompe, lo cual evita presiones y garantiza la fiabilidad de sus promesas.

Fragmento de Historias de Roma, del lúcido Enric González, un librito curioso y de agradable lectura en el que el escritor catalán dibuja un fresco muy vivo y sobresaliente de la maravillosa ciudad de Roma y, ya de paso, de la sociedad romana. La escritura es muy ágil y los contenidos muy atractivos, qué pena que sea tan corto, con multitud de anécdotas y opiniones de Berlusconi, Juan Pablo II, Alberto Sordi o Totti, entre muchos otros. El retrato es tierno y mordaz, va de anécdotas graciosas a valoraciones filosóficas básicas pero relevantes.

Un libro recomendable para todo aquel que haya ido o vaya a ir a Roma, además casi te dará tiempo a leerlo en el avión a la capital romana. Como alternativa, Enric González también ha publicado sus historias de Londres y Nueva York, dos capitales en las que también fue corresponsal.

Moleskine

Un día me compré una libretita Moleskine. Por eso de ir anotando todo lo que se me ocurriese, como si las ideas que me asaltasen fuesen brillantes y supusiera una gran pérdida para la humanidad que no las materializase, ingenuo de mí. Eso fue hace algunos años y supongo que pensé en la libretita como el carné de acceso al club vip de la intelectualidad, un pacto tácito y ridículo. Sólo escribí en ella una vez y, cuando lo releí, vi que era una soberana estupidez, como casi todo lo que se escribe, sólo que algunas veces o no somos prudentes o somos vanidosos. Como ni tengo gafas de pasta, ni fumo con la muñeca doblada, ni anoto lo que escucho por si se ríen en el bar del pueblo al verme con una libreta, decidí regalar mi moleskine, no sin antes arrancar la página escrita, por supuesto.

Se la podía haber regalado a varias personas, pero ella fue la primera candidata con la que me tropecé, más casualidad que premeditación. No le hizo especial ilusión, no las conocía porque, aunque lectora y escritora, era pobre y en la universidad se gasta el dinero en vino y cine antes que en libretas. No sé para qué la usaré, dijo, pero intentaré tratarla con cariño por ser un regalo. Bueno, contesté, al menos como agenda te puede servir, es manejable. A cambio me regaló un casete. Lástima que yo ya tuviese ordenador y discman.

Ahora la he recibido por correos, ya la había olvidado, la libreta. Habían arrancado otras dos páginas. La siguiente estaba en blanco. En la siguiente había tres series de rayitas verticales alineadas; al principio de cada serie, dos letras: LC, VR y MR. LC tenía 12 rayitas, VR 22 y MR sólo 7. No sé qué significaba. El resto de páginas estaban en blanco, excepto la penúltima, que estaba acartonada, como si hubiese estado húmeda anteriormente, donde se leía:

Era como si me despreciasen por mi aspecto físico. Era como si pensaran: a este chico no le puede gustar una pobre desgraciada sin dientes. Como si los dientes tuvieran algo que ver con el amor.

Los detectives salvajes

Gracias a Bolaño he hecho las paces con Cortázar. Ahora ya no me cansa Rayuela, pero me gustaría tenerla a mano para releer y creo que he prestado mi ejemplar, o perdido, que es lo mismo, ¿alguien lo tiene? Gracias a que se me ha roto el portátil he encontrado el sosiego, necesario para leer con calma, que había perdido hace meses, aunque siempre me interrumpa el ruido del camión de la basura. No sé si ese camión tiene relación con Bolaño, o con la literatura. Gracias a la página 132 sé que la poesía es lo más bonito que se puede hacer en esta tierra maldita, pero para ser poeta tienes que dormir poco y comer poco; como si los poetas fuesen los monjes, no del alma, sino del corazón. Y sin voto de castidad. También hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear, aunque en el Senado ni recitan ni luchan, sólo abuchean, estúpidos y aburridos, sobre todo aburridos. Qué fácil les resulta mentir; o creerse sus propias palabras. Digo que la mentira en política es como el Chulo de la Muerte para los poetas maricones, Bolaño dixit, el chulo es la palabra que atraviesa ilesa los dominios de la nada (o del silencio o de la otredad).

Por fin había encontrado una utilidad para el aeropuerto de Ciudad Real. Tenía vuelo a Dortmund haciendo escala en Mallorca para evitar ir a Madrid, esquivar el AVE y el metro. Pero Air Berlin ha cerrado en Ciudad Real y ahora tendré que ir a Alemania a través de Madrid y Mallorca. Qué fraude, ya sólo queda conexión con Londres, creo. Si se castigase a los responsables de ese mastodonte fraudulento al menos estaría más tranquilo, conservaría un mínimo de respeto a este sistema.

– ¿En qué piensas?
– En ti -mentí; en realidad pensaba en mi tío, y en la Facultad de Derecho y en la revista que iban a sacar Belano y Lima-. ¿Y tú?

En que en ninguno de esos cuatro vuelos me volveré a encontrar con Giulia.

Arde

Falla ardiendo

Falla Nou Campanar ardiendo (28 metros de altura, 600.000 euros).

Y una vez en el banquillo de los acusados del Juicio Final, ¿podrán ser tomadas como pruebas válidas en nuestra contra las palabras que callamos? ¿acaso el abogado del diablo dispondrá de la ventaja de poder leer el registro de todo aquello que se nos pasó por la cabeza y omitimos? Reproches, piropos, dardos venenosos que nuestra educación tapó, confesiones sinceras que no encontraron su momento de gallardía, opiniones hirientes, consejos que se omitieron porque se previó un destinatario poco flexible, descalificaciones más o menos acertadas, sentimientos agrietados.

Quizá el simple hecho de amontonar silencios sea motivo suficiente para ser condenado.

Por eso queman las fallas. La condena. El silencio. El fuego. El abrasador instante en el que se desprende la gigante mano de cartón piedra del ninot y los bomberos acallan el fraude de la vida del muñeco para convertirlo en polvo.

Como la poetisa Julia de Burgos escribió en Nada:

Si del no ser venimos y hacia el no ser marchamos,
nada entre nada y nada, cero entre cero y cero,
y si entre nada y nada no puede existir nada,
brindemos por el bello no ser de nuestros cuerpos.

Abismos

Fueron largos y jugosos los cafés del principio -incluso cuatro horas estuvieron una tarde al poco de conocerse-, hasta que empezaron a convivir juntos. Aplazaron los cafés y los sustituyeron por sintéticas conversaciones nocturnas en la cama, antes de dormir, como a modo de resumen esquemático, casi informes ejecutivos por obligación. Al poco, empezaron a obviar los buenos días, los qué aproveche y los te quiero. Cuando la confianza se consolidó, eludieron los debates problemáticos y desviaron la vista hacia el televisor, señor de la concordia (y de la capitulación). Así, el salón se fue inundando de silencios. También la cocina, donde, por puro pragmatismo, cocinaba uno u otra, fregaba otra o uno. Incluso el pasillo, donde antaño abundaban las miradas de complicidad y las sonrisas al cruzarse, se plagaba ahora de un brumoso silencio. No se podría decir que era indiferencia o tedio; más bien habían llegado a ese estado en el que sobran las palabras porque las miradas lo dicen todo. Unos dirán que era lógico, el tiempo mató la incertidumbre y la sorpresa, se habían acostumbrado a ellos mismos; otros dirán que se querían muchísimo y esa era su forma de expresarlo; e incluso estarán los que piensen que, pese a entenderse en profundidad, sentían un hastío infinito pero debían guardar las formas.

Al final, sus conversaciones fueron diluyéndose entre silencios espesos hasta que un abismal mutismo inundó su casa, desde el comedor hasta la habitación. Las palabras que se escuchaban no eran más que el eco de las ya dichas.

Salinger, ¿y?

Suena Brian Eno, la pegadiza Here He Comes; nunca supe porqué todas las palabras empiezan con mayúsculas en las letras de las canciones en mp3. Me entristece pensar que no me importa en absoluto que Salinger desaparezca. Es verdad que le agradezco que concibiese a Holden Caulfield, ese joven desarraigado que me dio una idea que me rondó a menudo en la adolescencia: «Me iré muy lejos, me haré pasar por sordomudo, y así no tendré que hablar con nadie ni nadie me hablará, pues se cansarán de hacerlo». Pero ahora ya ni sé cuándo leí al guardián del centeno, recuerdo el olor a viejo y las páginas amarillentas porque la edición era muy antigua, tendría unos dieciséis años -yo, no el libro, que seguramente más- y mantengo el sabor pero no la textura de la novela. Sospecho que ahora entendería mejor a Holden pero lo sentiría peor. De Salinger dicen que era un gruñón insoportable, quizá no se aguantaba ni él mismo, como Felipe González. Esta mañana, Antonio Lucas, una de las plumas más frescas del periodismo actual, escribía en una imprescindible columna que Salinger pensaba: «Soy un paranoico al revés. Siempre sospecho que la gente está planeando algo para hacerme feliz». Brian Eno se pasa a By This River y pienso que es un buen compositor para un domingo; sé poco acerca de él, salvo que dijo: «Cuando era muy joven —tenía de hecho nueve años— tomé la decisión de que nunca iba a tener una trabajo corriente. Un incidente en particular aceleró mi decisión. Mi padre llegó a casa después del trabajo un día y había estado trabajando más que de costumbre. Él era cartero y estábamos en invierno, así que había estado arrastrándose por la nieve doce horas, desde las cuatro de la mañana. En casa, se tiró en una silla y estaba tan cansado que no podía ni comer. Hambre tenía, y no paraba de coger comida con el tenedor… pero era incapaz de comerla, se quedaba dormido. Entonces pensé: a mí nunca me va a pasar eso. Y creo que lo he ido logrando hasta ahora».

Balance

Ha sonado la hora fatídica de mirar hacia atrás con la serena lucidez del que sabe que va a caer el telón y que, a poco que remolonee, no tendrá que hacer balance. No diré que dejo este 2oo9 con pena; entre los muchos sentimientos contradictorios e inoportunos que en mi ánimo luchan con resultados generalmente nefastos no están el estoicismo preclaro ni la elegante resignación. Es triste constatar, al levar anclas, que jamás he poseído las virtudes más excelsas de la hombría: soy egoísta, timorato, mudable y embustero. De mis errores y pecados no he salido ni sabio ni cínico, ni arrepentido ni escarmentado. Dejo mil cosas por hacer y otras mil por conocer, de entre las que citaré, a título de ejemplo, las siguientes:¿por qué ponen huevos las gallinas?, ¿por qué el pelo de la cabeza y el de la barba, estando tan juntos, son tan distintos?, ¿por qué los programas de televisión no son un poco mejores? Ítem creo que la vida podría ser un poco más agradable de lo que es, pero es probable que esté equivocado, o que no sea tan mala, sino sólo una pizca banal.

[Eduardo Mendoza, El laberinto de las aceitunas]

O quizá no sea tan banal, ni tan mala; es probable que no sepamos aprovecharla. José Antonio Marina, en una tarea harto ambiciosa, plantea cómo aprender a vivir mejor en El aprendizaje de la sabiduría. Aunque este tipo de libros suenan a autoayuda y psicología barata, es interesante constatar cómo Marina simplifica los conceptos para que tengamos a mano un manual sin pretensiones que nos guíe en nuestra única labor. A grosso modo, para aprender a vivir es necesario:

  1. Elegir las metas adecuadas: establecer prioridades, planificar, revisar cómo vamos, atreverse a cambiar de proyectos.
  2. Resolver problemas: tomar buenas decisiones, hacer el esfuerzo de conseguir nuestras metas y huir de la pasividad.
  3. Valorar las cosas adecuadamente y disfrutar de las buenas.
  4. Tender lazos afectivos cordiales con los demás.
  5. Mantener la autonomía correcta y responsable.

P.S. Se ha sustituido mundo por 2oo9 de la cita original de Mendoza.