Una molesta sensación: San Jerónimo

San Jerónimo pensando

Le daba vueltas y más vueltas, había algo que no encajaba. Por más que se estrujase los sesos, no era capaz de asimilarlo. Un pensamiento incómodo, una china en la sandalia. Él, que había conseguido hacer algo inaudito, traducir la Biblia del hebreo al latín. Él, que había cambiado el rumbo de la Historia expandiendo la Buena Nueva. Él, que había acercado la Palabra de Dios al pueblo llano, no era capaz de comprender todavía el por qué. Había pasado mucho tiempo reflexionando acerca de la muerte, y del Dios que lo esperaría en el más allá. Sabía de sobras que tras las calaveras que lo hacían consciente de su fugacidad lo estaría esperando Dios, pero eso no lo reconfortaba. Podría enfrentarse montones de veces contra todo aquel que no compartiese sus ideas porque era un recio defensor de sus opiniones y le importaba poco que el contrincante fuese un clérigo o un hereje; en cualquier caso nadie movería los cimientos que sustentaban sus creencias, y por ende su modo de vida. Era un hombre de ideas claras, incomprendido a veces pero enérgico siempre, envidiado por unos pero respetado por todos. Se miraba en el espejo de su Biblia traducida y conseguía ver reflejadas las respuestas a los grandes interrogantes de una vida de lectura y escritura. Pero a pesar de todo, muy a pesar de todo, había algo que se escapaba a su entendimiento. Aunque hubiese aprendido de memoria los textos desde Aristóteles hasta Virgilio y desde Homero hasta Cicerón, siempre tendría una molesta sensación de incompletitud.

La Rioja en vino

La Rioja está inundado de lágrimas:
la que acera el cristal de la copa cuando el vino es bien alcohólico;
el lloro de las cepas cuando mueve la savia;
lágrima es el primer mosto en el descube…
y lágrimas de alegría cuando lo catamos.

Los riojanos saben que su nombre está inevitablemente ligado al vino; y como lo saben, lo explotan. Es curioso comprobar cómo han labrado una amplia tradición y mimo al vino utilizando para ello arados de marketing y publicidad. Venden el vino como el referente de la cultura de la región. De lo que no cabe la menor duda es que el vino constituye la base de su riqueza; no en vano, cuentan más de 400 bodegas, algunas edificadas por arquitectos de renombre como Norman Foster o Frank Gehry.

Sus bodegas y cariño en el trato al vino son dignas de elogio. La crianza del vino riojano medida en parámetros de buen trato y cuidado está muy lejos de su homónima manchega; cuando en una visita guiada a una bodega te explican la elaboración de su vino da la sensación de que elaboran un caldo tremendamente diferente al manchego. No consigo imaginarme a los temporeros de esta comarca vendimiando en cajones de 200 kilos -incluso en pequeñas cajas de 20 kilos para vinos más cuidados- y prestando delicada atención a la separación de los racimos y las hojas; como tampoco imagino que los corchos de una embotelladora local cuesten 60 céntimos la unidad o que las barricas de roble que conservan el vino se desechen después de tres temporadas porque la madera haya perdido parcialmente las características que la hacen idónea para el envejecimiento noble del vino. Huelga decir que eso en el inmenso mar de viñas de La Mancha sería inviable, del mismo modo que sería imposible el abastecimiento global si todo el vino se hiciese con tanto mimo.

Cada una de las uvas que se recogen recubiertas de las esporas de las levaduras que motivarán su fermentación, cada una de las barricas de roble americano o francés que abrigarán el caldo propiciando una simbiosis de aromas, cada una de las botellas que inconscientemente descansan en lúgubres nichos esperando su resurrección de entre los muertos, cada elemento que interviene en el proceso de elaboración del vino riojano se cuida con detalle. Y todo con un objetivo, un destino de plenitud sensorial, ese instante en el que el vino inunda el paladar del bebedor y excita todos sus sentidos en un trago equilibrado y aromático.

Y para que ese placer sea duradero, que mejor que una colección de vinos de bar en bar, por ejemplo, en la célebre Calle Laurel de Logroño. Que esos exquisitos enólogos caten sus vinos y los escupan, que mientras los demás estaremos apurando nuestros vinos, catando nuestros pinchos y saboreando conversaciones de bar. Y puede que la Calle Laurel no tenga la alegría y los precios de la Calle Elvira de Granada, ni las generosas tapas de Ciudad Real, ni la elegancia y variedad de San Sebastián, pero conjuga perfectamente los elementos que conforman un buen tapeo. En cada bar, una especialidad de tapa: cojonudos en uno, zapatillas en otro, champiñones en varios, revuelto de patatas con bacalao o chistorra en otro, chorizos a la sidra en otro, y así hasta unas decenas de bares amontonados en una estrecha calle logroñesa que merece la pena visitar. En particular, me llama la atención que no se suele pedir «un vino» o «un chato de vino», sino que lo habitual es especificar «un joven», «un crianza», «un reserva»; botón que sirve de ejemplo para ilustrar la importancia del contenido para los riojanos. Supongo que llegado este momento, es fácil recomendar La Rioja como destino turístico…

Pascual

yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo
de hecho, si me dejas en libertad, prometería ser peor a partir de ahora.
pisotearía mis convicciones, mi moral, mis escrúpulos, mi ética.
lucharía para ser malo, malo, malo.

intentaré despojarme de las convenciones sociales y de eso tan
asquerosamente de moda llamado «lo políticamente correcto».
insultaré a esa impertinente viejecita que se cuela en la pescadería,
abofetearé a ese fanfarrón que defiende tesis despreciables,
burlaré los controles de alcoholemia y los exámenes de febrero,
esquivaré el recibo de la luz y el alquiler,
partiré la cara del político interesantón tan siempre interesado.

dijo nuestra gran Santa Teresa, que yo también sé leer,
que tan sólo desde la humildad se puede alcanzar la verdad.
¡y una mierda! desde la humildad y la bondad y la comprensión y la tolerancia
no se cosechan más que patadas en el culo, pisotones, puñaladas
y, con un poco de suerte, indiferencia.

olvidaré los nombres de los que me hicieron bien
y no subrayaré a los que me hicieron mal, serán todos iguales,
y mi comportamiento con ellos no variará en función del suyo,
esa convención es harto sencilla de imitar.
trataré con el mismo desprecio a todos, con idéntica desidia,
excepto a ti.

P.S. Versión libre del primer borrador de La familia de Pascual Duarte, aunque imagino que Camilo José me estrangularía si viese este despropósito…

De compromisos y lazos con nudo

Sus dos soledades se encontraron en el gran mar de la desesperación y pensaron que si se follaban a traición conseguirían burlar los nefastos designios de la todopoderosa soledad. Fue entonces que obviaron los efectos secundarios; no calcularon que si pedían por un lado debían ofrecer por el otro y al final quedarían encerrados bajo los barrotes de la dependencia. Olvidaron que llega un momento en el que no te puedes apartar o sentirte indiferente cuando se han creado tantos lazos de unión. Que necesariamente te has de implicar porque giras en su misma órbita.

Ese es uno de los párrafos del relato que está escribiendo el joven periodista. Como prudente escritor que es, se detiene a madurar el texto e intenta reflexionar sobre sus propias palabras a posteriori, tratando de verlas desde la posición de un lector ajeno, neutro. Al poco, aparta la mirada de la pantalla del ordenador, busca con la mirada el teléfono móvil, lo coge y borra de la agenda el número de teléfono de esa chica para evitar que se fortalezcan los enlaces mutuos. Ha borrado el número. Ha tenido miedo.

Todavía no ha entendido que la chica no es un número de teléfono.

To read or not to read

Tú habías nacido para ser más grande. Lo supiste y no lo aprovechaste. Tenías la virtud. Poseías todos los dones necesarios para triunfar y no lo hiciste. ¿Por qué? Porque fuiste cobarde, porque te rendiste, porque creíste ciegamente en un destino que no es una autopista de tres carriles, sino un camino a segar, un sendero entre la selva por el que debías abrirte paso a machetazos. No comprendiste a tiempo que la vida te extendió un cheque en blanco y, al final, acabó como papel mojado, aburruñado en el fondo de la papelera. Si te lo hubieses propuesto, podrías haber sobrevolado las cumbres, ser alguien importante, reconocido. Pero tuviste que elegir y te quedaste leyendo. Esa fue tu elección. Ese será tu destino.

Escogí leer. Sí. Me quedé al otro lado de la orilla de las gentes. Para que no se secase mi arcilla, que decía Saint-Exupery: nadie te ha cogido de los hombros y te ha zarandeado a tiempo. Ahora, la arcilla de la que estás hecho se ha secado y endurecido, y ya nadie sería capaz de despertar al músico dormido que, antes, tal vez, habitaban dentro de ti. Yo no tenía alma de músico, sino de lector. Qué le vamos a hacer. Escogí leer para crecer, para que sedimentase en mi interior el producto de las palabras y poder construir mi fortaleza. Una ciudadela más poderosa que el mármol y más brillante que el oro, un palacio hecho a mi medida para refugiarme en la tempestad. Me concentré en darle sentido al todo y en justificar cada uno de los ladrillos que debían constituir mi ciudadela espiritual. ¿De qué sirve, si no, caminar? ¿Para qué dar el siguiente paso? Quizá no me comprendas; tampoco yo lo he conseguido todavía.

Sobrevaloras, amigo, la lectura y la reflexión. Nadie ha amasado fortunas sentado en el sillón leyendo ensayos de Montaigne, nadie ha viajado a las Américas o a Bombay sin alzar la vista del libro, nadie ha concebido una prole desde la edificación espiritual.

Subestimas, amigo, la lectura y la reflexión. Porque sin formación no amasarás esa fortuna, porque sin conocimiento siempre serás extranjero en tus destinos, porque sin educación no podrás engendrar una descendencia digna.

Cuando aprendieron a no medir

Finales de marzo de 2006, Estrasburgo. Mientras los universitarios franceses se rebelaban en las aulas universitarias y convocaban manifestaciones a lo largo y ancho de la república, algunos jóvenes preferían mirar a otro lado, a ese lado que no es ningún lado. Y se quisieron con inocencia, con sentimientos rubios de ojos claros, de miradas límpias. No contaban los besos que les cabían. No medían la fuerza de sus abrazos. Sus retinas, transparentes, obviaban la visión periférica y olvidaban calcular distancias. Las sillas y mesas amontonadas taponaban el acceso a los pasillos de la facultad.

Cuántas veces he visto esta foto que entonces tomé, voyeur, y me he preguntado por el destino de esos chicos. Inevitables evoluciones que desembocan en enigmáticos mares, salados, revueltos, poderosos, sosegados. Sospecho que ya no andan por esos bancos junto al río Ill. Quizá ella se fue de la ciudad para estudiar en París y no volvió, quizá él ahora sea politoxicómano, puede que ella sea madre del hijo de otro y se haya casado con él, quién sabe si ella tuvo un grave accidente de coche y se enamoró de la enfermera que la cuidó en su convalecencia, quizá se les acabaron los besos, puede que pretendiesen empezar a medir y no encontrasen el rasero para hacerlo. Pero en la foto, ellos miran, se miran. Se preguntan, de forma retórica, en afectado francés, what are you waiting for?

¿Por qué sueñas lo que sueñas?

Sueñas, sweet dreams,
ansías y deseas.
Martin Luther King: I have a dream.
Dinero, por ejemplo. El sueño de Amancio Ortega:
a mi madre no le volverán a decir en la tienda de ultramarinos que no le fían más.
Un hombre, varias ilusiones:
dinero, ser el más rápido, ser el mejor, dinero,
saber más, tiempo
(¿para qué tiempo?),
ver el mundo, empaparse de culturas,
emborracharse tranquilo,
ir al fútbol y que gane tu equipo.
En Léolo: porque sueño yo no lo estoy.
Rodar la peli de éxito, lograr el cómic perfecto,
que tus hijos sean más listos, más altos, más fuertes,
tener el poder.
Everybody has a dream (Billy Joel).

¿Y por qué tus sueños van a ser mejores que los del otro?
¿Y por qué no quieres lo mismo que el prójimo?
¿Y por qué no me atraen tus ambiciones?
¿Y por qué sueñas lo que sueñas?

Globalización inversa

¿Qué es la globalización para mí? ¿Qué hace por mí? Gracias a las avanzadas infraestructuras de telecomunicaciones puedo estar en todo el mundo de forma simultánea. Aunque parezca ciencia-ficción, puedo pasear esta soleada mañana de sábado por París gracias a Google Street View. Sería capaz de estar en poco tiempo tomando café en New York, aunque ahora ya no haya vuelos en Concorde.

Conozco el modo de vida de tribus aborígenes australianas, indígenas del Amazonas, ejecutivos de Hong Kong, niños de las favelas de Río de Janeiro, Kobe Bryant o médicos nórdicos. No hay fronteras y el mundo se hace pequeño. Los negocios son globales, el dinero de hipotecas subprime firmadas en Estados Unidos influye en el patrimonio de mi primo. Conozco a gente de cualquier rincón del planeta, y puedo estar en contacto con ellos a cualquier hora. Algunos aprovechan para comprar juegos en Japón y un humilde trabajador de ojos achinados empaqueta un envío a Pedro Muñoz. El precio de un kilo de trigo en Villaescusa de Haro, Cuenca, influye en la cantidad de comida que podrá pagar un padre de familia en Calcuta, La India.

Los entramados sociales y comportamientos se exportan entre aquellos con acceso a los global mass media, y por eso veo por mi pueblo pasear a jóvenes con camisetas XXXXL de los Knicks, colgantes de oro y música made in Detroit, y por eso veo cómo hay grupos de música ingleses que despiertan fervor mundial antes de sacar su primer disco. No sé si esta sucesión de ejemplos consigue mi propósito, creo que uno puede hacerse una idea de las consecuencias de la globalización en su vida, en nuestra vida, habitantes del mundo ADSL y televisión.

Ceremonia del Pago a la Tierra

Pero hay otro mundo, y está en éste. En la imagen vemos a un Paco (equivalente al Chamán de la selva) que dirige un rito ancestral de origen inca en el cerro Huanac, Acomayo, Cuzco, Perú, en el que se hacen ofrendas a la madre tierra y a los Apus (espíritus de los antepasados que viven en los cerros) antes del inicio de una actividad vinculada a la naturaleza. En concreto, este ritual se celebra en honor del Programa Willay, que persigue acercar las telecomunicaciones a lugares remotos de Perú. Parece una paradoja que este señor andino, aislado y desconocedor del mundo más allá de su pequeño ámbito de influencia, rece para que las generaciones venideras se comuniquen a través de mensajería instantánea con sus OLPC.

Niños peruanos con OLPC

¿Cuánto cambiará la perspectiva del mundo de los pequeños peruanos con este tipo de avances? ¿Qué sentirán al leer en la Red noticias que hablan de miles de millones de dólares cuando ellos sólo se preocupan de comer? ¿Qué es la globalización para ellos, ahora y después?