Ideología Barra Antidepresivo

Debería estar regulado eso de tener ideología. Primero se debería pasar un examen de sentido común y, una vez superado y contrastada tu propia sensatez, que se te regalase el privilegio de formarte una ideología. Nunca antes porque luego pasa lo que vemos a diario tanto en la tele como en la calle: que cualquiera se escuda en una ideología sin pasar la criba de un mínimo sentido común propio y, así, a la intemperie, el ideario se oxida y el pensar y el hacer avanzan por sinuosos caminos en sentidos desviados. Deberías, despacico, sentarte y esbozar los cimientos de tu ideología, base rocosa conforme a la que amoldar tu presente y tu futuro a través de la síncrona sinfonía del decir, el pensar y el hacer. Pero eso debería servir solo para personas superiores, superhombres de esos que decía Niche. Muchacho, ¡cómo vas a presumir de ideología con esa carencia de sensatez? ¡Cómo pretendes ser pregonero de un credo que no te merece? «Que tu boca no extienda cheques que tus manos no puedan pagar» (creo que de La Chaqueta Metálica).

Me maravilla, con mucha frecuencia, la facilidad de reivindicación de barra de bar y la inercia imparable de comentarios absolutistas. Como si cada uno llevásemos un repelente tertuliano en nuestro interior. O peor aún, un mesías provisto de la Solución Final a los Problemas del Mundo y vestido de tertuliano amigable con gafas de intelectual. Y sin embargo, ya resulta una quimera mantener en pie un mísero argumento de papel frente a las embestidas de vendavales de dogmas y terremotos de decepciones diarias. Quizá todo sea más fácil: más acción y menos palabra. Acercarse a esa máxima de San Agustín: «haz el bien a los demás y piensa lo que quieras».

Y reza para que la Justicia siempre sea justa en el mundo de las interpretaciones.

Bueno, eso no lo decía San Agustín, es una plegaria diaria. Y que si la justicia es ciega se busque un lazarillo que le chive quién tiene la culpa y qué límites no se deben rebasar. Que me vienen a la mente multitud de celebridades sospechosas que aparecen en prensa a diario y dan la sensación de ser inmunes al equilibrio de la balanza.

Mientras tanto, por si acaso y porque merece la pena abstraerse, recomiéndense/nos antidepresivos. Un, dos, tres, responda otra vez. Cachitos de Hierro y Cromo, delicioso programa musical que enlaza fragmentos de vídeos musicales del archivo de TVE y nos recuerda cómo ha pasado el tiempo y cómo hemos cambiado en pocas décadas; se emite en La 2 y Radio 3 y son capaces de enlazar a Lola Flores con Manos de Topo. Tic, tac, toc. Reflektor, un punto del firmamento en el que confluye la magia de Arcade Fire con la profesionalidad de James Murphy. Tic, tac, toc. La Gran Belleza, lo mejor del cine italiano desde Fellini es una copia de Fellini, qué paradoja, una peli burlesca y cruel con el mundo actual que sugiere que la nada y la vida y el todo a la larga son una misma cosa. Tic, tac, toc. Responda otra vez…

La mano en el fuego

¡Sonamos, muchachos! ¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo,
después es el mundo el que lo cambia a uno!

[Mafalda]

Pistorius. Lance Armstrong. Amy Martin. Isabel Pantoja. Bárcenas. Por quién pondrías la mano en el fuego. Cuando los periodistas -como Ansón– atacan despiadadamente para luego confirmar que su información no estaba contrastada. Cuando los políticos se centran en vender su producto en vez de en madurarlo y en atacar en vez de en demostrar. Cuando los reyes van a las fincas cercanas de cacería con poderoso personal de confianza y chicas confiadas de poderosas virtudes. Cuando los investigadores se preocupan más de buscar financiación para su próximo congreso en el otro lado del mundo que del beneficio del mismo. Cuando los informáticos subcontratan a chinos y/o indios para que hagan su propio trabajo. Cuando unos se escandalizan por la desvergüenza del informático sin mirar la ropa que visten. Cuando otros aborrecen los sueldos de color oscuro mientras gustan de jugar siempre al margen de la ley. Cuando los poetas quieren ser trascendentales y a lo único que pretenden es follar más. Cuando quieres aspirar a todo pero rechazas luchar por conseguirlo y prefieres llorar en cualquier esquina tu frustración. Cuando los intelectualoides admiran en el fútbol una mística estúpida. Cuando los borrachos se machacan en el gimnasio y les duelen los triglicéridos mientras los deportistas toman gintonics de veinte euros creyéndose ante una obra de arte. Por quién pondrías la mano en el fuego. Podremos ser tontos pero no debemos ser ingenuos.

Ahora todas las farolas de las autovías están apagadas y los baches se multiplican sin misericordia en el asfalto de cualquier población. Quizá nunca las volvamos a ver encendidas. Ojalá, como escribió Dickens, llegue la primavera de la esperanza tras el invierno de la desesperación. Me niego por igual tanto a declarar irreversible la catástrofe como a brindar por una cercana época dorada. Viviré una guerra, pero no será ahora y no será aquí, y me pillará demasiado viejo para ser ágil y demasiado joven para esquivarla. Cómo terminará no lo sé, no es lo importante. Eso de que aprenderemos la lección es mentira, de los fracasos se aprende pero a la postre los errores se olvidan. Podremos ser tontos pero no debemos ser ingenuos.

La sobredosis de información es abrumadora. Me sobra el noventa por ciento de lo que leo pero me falta el noventa por ciento de las cosas que no me quieren contar. Con esta perspectiva es inevitable aborrecer la actualidad. Sólo merece la pena indagar tras retazos de intimidad y detalles de cómo se las arreglan otros: «se trata básicamente de tirar para adelante y hacer las cosas de forma tan sencilla que parezcan estúpidas. No siempre fue así. Hubo un tiempo en que aspiraba a la trascendencia; fue la etapa más insufrible de mi vida. Colaba frases de Shakespeare en algún reportaje, pretendía emocionar en las columnas o hacía pomposas reflexiones acerca de la vida y la muerte que daban vergüenza ajena leer. Pero he abominado de la solemnidad.»

Supongo que cada uno tiene una clave de supervivencia, única incluso aunque sea clonada de imposiciones televisivas. A algunos les da por empezar a leer el diccionario desde el principio, que no juzgaré si es más lógico que leer Si una noche de invierno un viajero. A unos amigos les dio por comerse todas las hojas del tablón de anuncios de un bar, eso sí, bien aliñadas con aceite y vinagre. Incluso bandos municipales se tragaron. Los curiosos que merodeaban se atrevían a probar el supuesto manjar después de llamarlos locos y antes de llamarlos héroes. También los hay que sólo quieren joder al mundo, por eso de la autodefensa, como Alan Sillitoe. Supervivencia y efecto acción-reacción.

Falta la reacción.

Specialized

Josef Ajram ya no necesita presentación, como no debiera nadie capaz de terminar un Ultraman (10 Km. a nado, 420 Km. en bicicleta y 48 Km. a pie). En su caso lo insólito empieza ahí y termina en su trabajo como day trader en la bolsa, ese ente invisible y fundamental para nuestros designios aunque la mayoría no sepamos ni descifrar sus mensajes ni las de sus analistas; también los hay que se creen profetas del gremio y no pasan de lustrabotas, con todo mi respeto, pero si hay dos ámbitos en los que los familiarizados presumen de expertos son el mus y la bolsa.

Pues eso. El otro día publicaron en JotDown una entrevista realmente interesante (como suelen) a Josef Ajram en la que se hablaba desde el Where is the limit? como forma de vida hasta que en los últimos tiempos los valores de la bolsa predicen un final de la crisis próximo. De una entrevista tan extensa lo que más me hizo reflexionar fue la obsesión por la especialización, la convicción de Ajram en que cada persona debe ahondar en una faceta hasta convertirse en un experto y aprender a explotar ese conocimiento único. En un mundo tan interconectado, especializado y evolutivo es sin duda un buen método de supervivencia el conseguir destacar en un aspecto. Entre otras cosas es preferible ser un gran panadero a un mediocre ingeniero. Somos tantos que solo te podrás vender si puedes ofrecer un valor añadido, aunque sólo seas el mejor mondador de pipas de Europa.

En realidad, no me resulta demasiado atractiva la idea de la especialización. Un antiguo compañero de la universidad defendía que debíamos ir rotando de trabajo cada dos años por salud mental y por amplitud de miras. Un cambio provoca activación y motivación, lo cual genera movimiento y fluidez; en resumen, que Heráclito tenga razón y el agua no se estanque. En algunos países muy desarrollados es habitual el cambio de área laboral, algo impensable por aquí, donde se suele considerar el número de años de experiencia en el sector como el factor único y determinante para ser contratado. Pero qué bonito debe ser ir experimentando en diferentes campos en busca del ideal o simplemente por cuestión de aprendizaje y conocimiento de un mundo tan grande y complejo.

Supongo que ambos enfoques son válidos, por qué no, siempre y cuando se ponga pasión y atención en la tuerca a la que debas darle vueltas. Imagino que lo realmente valioso no consiste en acumular conocimientos sino en aprender a relacionarlos, en tejer una red que relacione las aptitudes adquiridas y que permita dar forma a una visión personal del mundo más completa para, en definitiva, conocer las fuerzas que inciden en el movimiento del mismo.

¿En qué planeta las hormigas piden al elefante que rinda cuentas de sus pisadas?

El asombro del pétalo de flor

Uno contra todos
Uno contra todos o parada militar.

Cuando estoy cansado de hablar,
me siento a comer pétalos de flor.
Y no es que pretenda oler bien,
algo hay que hacer para tenerse en pie.
Soy como una vieja atracción
que un día sirvió para pasarlo bien.

[Duerme, El niño gusano]

Al final morimos de sentido común. Cuando el sentido común se apodera de nuestras ilusiones y coarta nuestra imaginación es hora de volver a puerto, replegar las velas, amarrar el ancla y pisar tierra firme. Y cavar la tumba. Porque se acabaron las andanzas por el mar alimentándose de pétalos de flor y se acabó pensar en llegar a la luna atando una gavilla de globos a una caja de plástico de guardar la fruta. Ahora es más bien «estimado señor don», «debe usted firmar en el margen de cada página», «la sentencia se dicta en presencia del demandado y el demandante», «teclee su pin personal», «muéstreme su carnet de conducir, por favor», «el déficit ha disminuido en dos puntos porcentuales respecto al anterior trimestre», «con cierre centralizado y elevalunas eléctricos, ah, y climatizador bi-zona.» Pero no es eso lo que buscábamos, no era un climatizador bi-zona lo que se necesitaba para buscar un tesoro ni para construir un castillo de sueños, es que no necesitamos el carnet para narrar un accidente de tráfico en un relato.

Y así pasa, que ya ni siquiera creemos en que un señor pueda comerse nueve filetes, ni aunque David Foster Wallace lo relate en un fragmento de su novela. Ni el cine es capaz de jugar con la predisposición del lector a admitir cualquier inverosimilitud y se apretujan las películas en la habitación de lo fantástico o en la habitación de lo tan cotidiano que hasta encienden la vitro para freir el huevo. No está la magia en esas alcobas.

Hay que luchar en favor del asombro, pero ya se convierte en una faena tan consciente que pierde su magia y al minuto vuelvo al elevalunas eléctrico. Aurelio Arteta lo define con precisión en Tantos tontos tópicos: «La gente no suele maravillarse de lo que en verdad lo merece. Su depósito de admiración se consume sobre todo en extrañarse ante lo espectacular, lo novedoso, lo monstruoso, etc., tal como manda la lógica de los mass media. Es llamativa la falta de curiosidad o perplejidad del hombre ordinario, lo fácilmente que se contenta con las respuestas más a mano, lo pronto que se cansa de buscar. Una mirada que no es capaz de romper la costra de naturalidad con la que las cosas suelen suceder.»

La supervivencia cotidiana mata la magia del asombro y la percepción emotiva de cuanto nos rodea y sin eso, precisamente, no somos nadie.

Chica guapa, chico guapo, metro

Esperamos
Fragmento de revista universitaria de los años sesenta.

Es sin duda el momento de pensar
que el hecho de estar vivo exige algo.

[Gil de Biedma]

Estaban en el andén de enfrente, también esperando el metro pero en sentido opuesto a Atocha, mi destino, aunque Atocha nunca es un final. Esperamos la continuación del programa. Ambos jóvenes. Ella alta, estilizada con sus botines negros, pantalones ajustados, pelo corto, él elegante, complexión deportista, con bufanda grisácea y breve barba morena. Discutían con moderación, como si el asunto no fuese vital para su ¿relación? ¿supervivencia? ¿domingo? Eran tan guapos que costaba creer que pudiesen hablar de política. Aunque es obvio que desde mi andén no escuchaba la conversación. No queremos que esta juventud inquieta se pierda. Algún que otro beso, alguna mirada de altanería de ella, algún gesto mitad aburrimiento mitad apatía de él. Inventé que no eran felices. En «Yo confieso» se decía que no hemos venido a la vida para ser felices. Más bien parece un cúmulo de fracasos, ridículos y errores, un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento (Baudelaire) del que intentamos salvar una minúscula gavilla de instantes de satisfacción y gloria. La pesadilla que se esconde tras los párpados del sueño (Bolaño), un amago de esperanza en el que al final el aburrimiento compensa. El aburrimiento que monotoniza lo cotidiano para ralentizar el paso del tiempo y que podamos, cada noche antes de dormir, ser conscientes de lo finito e imprescindible que somos. El remolino de angustias que nos rodea. Acotados en nuestros límites auto-impuestos para montar el campamento de nuestra comodidad. Qué tonterías. Ayer hubo elecciones pero solo pienso en volver a trabajar para escuchar una vez más el concierto de Remate que retransmitió Julio Ruiz desde el Museo Cerralbo y que el sofá es terriblemente incómodo aunque Anna Simon esté cantando en la tele. Hay que seguir viviendo.

Un amigo me recordó el otro día una charla a la que asistimos en un congreso nacional en Huelva impartida por el profesor Enric Trillas, con toda probabilidad (sic) el mayor experto en lógica borrosa de España, un hombre que transmite un palpable entusiasmo por el aprendizaje. Las matemáticas siempre encajan, los gintonic no. Decía Enric que siempre se puede decir la verdad, basta ser suficientemente impreciso. No queremos promesas sino realidades, por lo que solo nos falta acotar la incertidumbre de esas promesas para definir el espacio de nuestra realidad admisible. Yo sólo tenía una certidumbre: que la chica iba delante de mí hacia la boca de metro -claro que me di cuenta- y que el chico llegó un par de minutos después. La chica pudo decirle antes de salir de su piso palabras como las anteriores: «dime la verdad» y «no más promesas» y «no te andes por las ramas» (no eres suficientemente impreciso). Él quizá sólo aspiraba a alentar ilusiones.

Destruyendo mitos: yo los percibía como dos objetos erráticos en un mundo inconexo, a pesar de su belleza, por mucho que Teilhard de Chardin plantease la cumbre opuesta: a falta de otras cualidades en nuestra mirada, el hombre seguirá siendo para nosotros, hágase lo que se haga para hacernos ver, lo que es todavía para tantas inteligencias: objeto errático en un mundo inconexo. Que se desvanezca, por el contrario, de nuestra óptica la triple ilusión de la pequeñez, de lo plural y de la inmovilidad, y el hombre adquirirá sin esfuerzo el puesto central que anunciábamos: cumbre momentánea de una antropogénesis que corona una cosmogénesis.

Su tren llego antes que el que yo esperaba. Ella se marchó dejando huellas y él se quedó. A los que somos de pueblo nos llaman la atención estas cosas insignificantes de Madrid, o que haya gente recogiendo colillas del suelo o que se vaya de copas a una tienda decorada del siglo XVIII. A los pueblerinos también nos extraña que un aficionado del Rayo Vallecano robe dos libros. Lo mismo hasta los ha leído.

León herbívoro

Oporto
Oporto, descubriendo el geocaching, interesante actividad.

Algo inevitable,
como enamorarse 100 veces de la misma
muchacha.

[Roberto Bolaño]

Pensaste que podías ser un león herbívoro. Ser el rey de la selva pero sin salir a cazar, mimando un huerto por la tarde para poder cenar. No creo que fueses tan inocente como para no entender que el temor que te debe la manada lo generan las dentelladas certeras en la aorta y no ese aspecto imponente y respetable. Que la melena dorada infunde respeto porque en el subconsciente se grabó que melena dorada igual a muerte. Y que sin ese miedo no habrías sobrevivido tantas generaciones a la sombra de las acacias. Las apariencias ceden a la realidad tarde o temprano, a no ser que termine el partido, que en la vida coincide con el momento en el que ya nada importa mucho. Pero, ¿de verdad pensabas sobrevivir a base de zanahorias y pimientos verdes?

La apariencia y la realidad. Lo que no se ve y lo que no queremos que se vea. Ahora la denuncian por llamarlas putas y gordas cuando hace poco admirábamos embobados esas coreografías limpias, elegantes y originales. ¿El fin justifica los medios? ¿Las medallas justifican los insultos? Ahora nos desgarramos las vestiduras y denostamos a la entrenadora como si el resto no hubiésemos llorado por una bronca del jefe, por un reproche del amigo, por un insulto en mitad de la batalla, por una reprimenda cuando olvidamos un paso del vals. Y sin luchar por ser Los Mejores Del Mundo. ¿Acaso pensaban que llegarían a ser las mejores sin mancharse? ¿Qué métodos emplearán sus dos máximas competidoras: la escuela rusa y la marabunta china? Luego: ¿merecen la pena los sacrificios? Sólo la prensa y el morbo.

Huele a ceniza y a humo. Una prolongada agonía no suele conceder el privilegio de la recuperación, sino el asentamiento del dolor, de la impotencia, del miedo. Se va alargando el sufrimiento sin señales de mejora; que se lo digan a ellos. Y si te cortas la cabeza, ¿termina el dolor o termina la vida? Lo del ave fénix sería mitología.

Las metamorfosis son una evolución, como las que sufrió Picasso del período azul al rosa al cubista. Un cambio se produce cuando aparece un acontecimiento que cambia el rumbo como un iceberg o una muerte o una mujer. Hay metamorfosis drásticas y metamorfosis progresivas. Si es drástica tienes la ventaja de sufrir un cambio radical, como si saltases de perspectiva. Si es progresiva al final no sabes si has evolucionado o involucionado o si vas a llegar al mismo sitio. Ninguna opción es recomendable, pero peor es lo estático, lo inmóvil, lo inerte.

Vivimos como si fuese un ensayo, una función de preparación para la gran actuación final. Pero la Gran Actuación es el ensayo. Paradójicamente. No puedes salir a ensayar en pantalón vaquero pensando que el Gran Día te pondrás de gala, ni puedes entonar a media voz para no maltratar tus cuerdas vocales con las vistas puestas en la función definitiva, porque no hay segundas oportunidades. Sólo pensar, decidir y actuar; la cuarta fase son los resultados, el análisis, las consecuencias, nada importante.

Dice no sé quién que sentimos de antemano rechazo a lo inmoral, que descalificamos a quienes transgeden la moral, ¿y aún así vivimos? ¿Qué no debíamos rechazar de forma súbita? Ains.

Mucho huerto necesitas para saciar tu hambre.

Evolución o Involución

Sala de armas
Sala de armas del Castillo de Belmote, el pasado y quizá el futuro.

You’re too old to lose it,
too young to choose it.

[Rock’n’Roll Suicide, David Bowie]

Es complicadísimo plasmar una evolución en una manifestación artística, a pesar de que gente como Cervantes lo consiguiera con su Alonso Quijano o John Ford con el misterioso hombre que pudo matar a Liberty Valance. Jaume Cabré lo consigue en «Yo confieso» aunque el esfuerzo le haya supuesto casi una década de trabajo y seguramente múltiples quebraderos de cabeza en el ambicioso propósito de hilvanar la evolución psicológica de un personaje con un complejo entramado de historias entrecruzadas a través de la Historia: de monjes en monasterios de la Edad Media al Holocausto o la vida actual en una universidad catalana; y ambos esfuerzos tocados por una prosa especialmente atractiva. Es una novela sin artificios que no merece la pena reseñar, sólo agarrar el mamotreto y atreverse a sumergirse en el mundo de Cabré, aunque su envergadura evitará que te la lleves a la cama.

Preferible a día de hoy acercarse a esos mundos que a otros de asfalto, calorías y euros. Con tanto periodismo actual, democratizado gracias al internet, ya sobran nuestras opiniones de otros temas de actualidad que abundan en periódicos y blogs. Esta semana se han publicado dos columnas de dos escritores antagónicos y siempre controvertidos que considero reseñables: Discurso de Rajoy (versión descartada) de José A. Pérez y Somos lo que somos de Salvador Sostres:

«Lo cierto es que, durante décadas, en España hemos potenciado la cleptocracia, la cultura del pelotazo y la corrupción en todos los estamentos sociales. También en el político. Todos los gobiernos han apostado por la burbuja, el pelotazo y la especulación. Por la picaresca y la ley del mínimo esfuerzo. Ni siquiera hemos sido capaces de llegar a pactos mínimos de pura responsabilidad institucional, como el de la educación.»

«En contraposición tenemos alegría, sol y fútbol. Una imponente gastronomía, exportable y refinada, y que en estos momentos es la más interesante del mundo. Tenemos mala leche, sentido del humor, buenos poetas y una capacidad fuera de lo común para estar contentos y hasta para ser felices. Esta es nuestra realidad, entre lo genialoide y la piratería, entre el Buscón y Velázquez, entre Ferran Adrià y el Lazarillo. La belleza no está exenta de sordidez y la alegría contrasta a veces con el lacrimógeno dramón tercermundista, pero, sea como sea, tenemos el indiscutible don de saber vivir bien, aunque a veces sea limitando con la golfería.»

Cada párrafo de uno de ellos, posiblemente intercambiables. Podemos querer vivir bien y ser ricos simultáneamente, pero eso implica necesariamente esfuerzo; la otra vía es el pelotazo y la truhanería, que ha demostrado ser inviable a largo plazo. O podemos renunciar a querer ser alemanes y contar chistes sin gracia. Mientras tanto, generalizando aunque sea injusto, seguiremos apostando por la mediocridad conformista, por la demagogia populista, por el pesimismo (justificado) paralizador, por «mi» opinión infalible para que Rajoy y Del Bosque tengan éxito. Somos el bochorno y la pena.

Mejor leer a Cabré, salir a pasear al fresco o volver a soñar contigo, que ya van tantas noches que ni sé si existes o eres un fantasma en el espejo. No es que me importe mientras me entretengas las noches bochornosas de verano.

Periodismo y representación

Las Rejas
This is not a salad. [Renné Magritte, adaptación]

«Hay quienes pensarán que ello tensaría demasiado la cuerda, y puede que sea así, pero llevamos tanto tiempo aflojándolo todo que ya nada sabe a nada, que ya nada significa ni vale nada, y todo se difumina y se diluye en un charco de indefinición y de mediocridad. Las ideas hay que defenderlas, y si no eres lo suficientemente valiente como para enfrentarte a lo que te denigra, tal vez te tendrías que plantear si mantienes la cabeza lo erguida que la tendrías que mantener; y si estás capacitado para representarte a ti mismo.»
[Salvador Sostres, adaptación]

Lo simpático de los periodistas jóvenes de éxito es su proximidad, lo fácil que te resulta pensar que has vivido, sentido y pensado similar, aunque vistan sus hazañas un poco de bizarras para dar un punto de emoción. Estos jóvenes, que ya no usan las subordinadas para que no se le atraganten a sus coetáneos y gustan de las referencias a los Simpsons y películas de John Ford, escriben como a vuelapluma y sin dar un descanso para que cualquier anécdota te parezca relevante, así hablen de la infancia o de un viaje a Bangkok. Al final acabas creyendo que querrías su vida y es mentira, simplemente dibujan -o ven- más bonita una realidad que se parece como el ADN del gorila al del hombre. Esa bendita fluidez de gente como Jabois o Gistau hace pensar que no hay impostura porque hablan de su barriga, de sus porros, de sus polvos y de los partidos que ven en la tele, sin embargo, queda siempre un regusto edulcorado. Pero es que las cosas siempre son así, o amargas o edulcoradas, porque Forrest Gump no quería decir que los bombones eran todos diferentes en una caja, sino que a nadie amarga un dulce. Lo mejor es que, pese a la vanidad, en ellos no hay prepotencia ni moraleja, sino que buscan más el instinto y la nostalgia; no hay indefinición y mediocridad, sino anécdota y reflexión.

En la radio decía hoy Savater que la libertad no era una elección sino algo inexcusable, pero que la miseria y la ignorancia la coartan en exceso. Imagino que uno no puede ser ignorante libre o pobre libre. Sin saber mucho de modus ponens y corolarios, deduzco que tenemos que luchar por el conocimiento y la riqueza. Y el conocimiento favorece la riqueza, ergo… Pero en nuestros genes la palabra libertad está en minúscula y la palabra supervivencia está en mayúscula, aunque a bote pronto cualquiera prefiera ser libre. Sobrevivir más bien me recuerda a estar escondido tras una trinchera, y vivir en libertad me recuerda a la barra del bar, como si sobreviviesen los chinos en las fábricas de montaje de Foxconn y viviesen los españoles en las terrazas de verano, como si sobreviviesen los albañiles al cáncer de piel y viviesen Jabois y Gistau tomando ensaladas incalificables en un partido del Madrí después de comer en Casa Marco.

Quién no sé si vive o sobrevive es Justin Bieber, si tiene libertad, riqueza y/o conocimiento. Sale en El Hormiguero y aguanta más gritos histéricos que dólares se embolsa. Reveladora la frase de subtítulos: «¿millones de quinceañeras pueden estar equivocadas?» Ellas, si yerran, lo hacen en compañía y sin preocuparse de si son dignas de representarse a sí mismas.

Muere Ray Bradbury, firme defensor de la libertad intelectual y de desmarcarse de la trayectoria académica establecida, también como Jabois: «No puedes aprender a escribir en una universidad. Es un lugar muy malo para los escritores porque los profesores siempre piensan que saben más que uno, y no es cierto. Ellos tienen muchos prejuicios. Digamos: a ellos les gusta Henry James, pero ¿qué pasa si no quieres escribir como Henry James? (…) La biblioteca, por otro lado, no tiene límites. La información está ahí para que la interpretes. No hay nadie que te diga que pensar, que te diga si eres bueno o no. Lo descubres por ti mismo.»

Que descubras por ti mismo si eres digno de representarte.