El asombro del pétalo de flor

Uno contra todos
Uno contra todos o parada militar.

Cuando estoy cansado de hablar,
me siento a comer pétalos de flor.
Y no es que pretenda oler bien,
algo hay que hacer para tenerse en pie.
Soy como una vieja atracción
que un día sirvió para pasarlo bien.

[Duerme, El niño gusano]

Al final morimos de sentido común. Cuando el sentido común se apodera de nuestras ilusiones y coarta nuestra imaginación es hora de volver a puerto, replegar las velas, amarrar el ancla y pisar tierra firme. Y cavar la tumba. Porque se acabaron las andanzas por el mar alimentándose de pétalos de flor y se acabó pensar en llegar a la luna atando una gavilla de globos a una caja de plástico de guardar la fruta. Ahora es más bien «estimado señor don», «debe usted firmar en el margen de cada página», «la sentencia se dicta en presencia del demandado y el demandante», «teclee su pin personal», «muéstreme su carnet de conducir, por favor», «el déficit ha disminuido en dos puntos porcentuales respecto al anterior trimestre», «con cierre centralizado y elevalunas eléctricos, ah, y climatizador bi-zona.» Pero no es eso lo que buscábamos, no era un climatizador bi-zona lo que se necesitaba para buscar un tesoro ni para construir un castillo de sueños, es que no necesitamos el carnet para narrar un accidente de tráfico en un relato.

Y así pasa, que ya ni siquiera creemos en que un señor pueda comerse nueve filetes, ni aunque David Foster Wallace lo relate en un fragmento de su novela. Ni el cine es capaz de jugar con la predisposición del lector a admitir cualquier inverosimilitud y se apretujan las películas en la habitación de lo fantástico o en la habitación de lo tan cotidiano que hasta encienden la vitro para freir el huevo. No está la magia en esas alcobas.

Hay que luchar en favor del asombro, pero ya se convierte en una faena tan consciente que pierde su magia y al minuto vuelvo al elevalunas eléctrico. Aurelio Arteta lo define con precisión en Tantos tontos tópicos: «La gente no suele maravillarse de lo que en verdad lo merece. Su depósito de admiración se consume sobre todo en extrañarse ante lo espectacular, lo novedoso, lo monstruoso, etc., tal como manda la lógica de los mass media. Es llamativa la falta de curiosidad o perplejidad del hombre ordinario, lo fácilmente que se contenta con las respuestas más a mano, lo pronto que se cansa de buscar. Una mirada que no es capaz de romper la costra de naturalidad con la que las cosas suelen suceder.»

La supervivencia cotidiana mata la magia del asombro y la percepción emotiva de cuanto nos rodea y sin eso, precisamente, no somos nadie.

Chica guapa, chico guapo, metro

Esperamos
Fragmento de revista universitaria de los años sesenta.

Es sin duda el momento de pensar
que el hecho de estar vivo exige algo.

[Gil de Biedma]

Estaban en el andén de enfrente, también esperando el metro pero en sentido opuesto a Atocha, mi destino, aunque Atocha nunca es un final. Esperamos la continuación del programa. Ambos jóvenes. Ella alta, estilizada con sus botines negros, pantalones ajustados, pelo corto, él elegante, complexión deportista, con bufanda grisácea y breve barba morena. Discutían con moderación, como si el asunto no fuese vital para su ¿relación? ¿supervivencia? ¿domingo? Eran tan guapos que costaba creer que pudiesen hablar de política. Aunque es obvio que desde mi andén no escuchaba la conversación. No queremos que esta juventud inquieta se pierda. Algún que otro beso, alguna mirada de altanería de ella, algún gesto mitad aburrimiento mitad apatía de él. Inventé que no eran felices. En «Yo confieso» se decía que no hemos venido a la vida para ser felices. Más bien parece un cúmulo de fracasos, ridículos y errores, un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento (Baudelaire) del que intentamos salvar una minúscula gavilla de instantes de satisfacción y gloria. La pesadilla que se esconde tras los párpados del sueño (Bolaño), un amago de esperanza en el que al final el aburrimiento compensa. El aburrimiento que monotoniza lo cotidiano para ralentizar el paso del tiempo y que podamos, cada noche antes de dormir, ser conscientes de lo finito e imprescindible que somos. El remolino de angustias que nos rodea. Acotados en nuestros límites auto-impuestos para montar el campamento de nuestra comodidad. Qué tonterías. Ayer hubo elecciones pero solo pienso en volver a trabajar para escuchar una vez más el concierto de Remate que retransmitió Julio Ruiz desde el Museo Cerralbo y que el sofá es terriblemente incómodo aunque Anna Simon esté cantando en la tele. Hay que seguir viviendo.

Un amigo me recordó el otro día una charla a la que asistimos en un congreso nacional en Huelva impartida por el profesor Enric Trillas, con toda probabilidad (sic) el mayor experto en lógica borrosa de España, un hombre que transmite un palpable entusiasmo por el aprendizaje. Las matemáticas siempre encajan, los gintonic no. Decía Enric que siempre se puede decir la verdad, basta ser suficientemente impreciso. No queremos promesas sino realidades, por lo que solo nos falta acotar la incertidumbre de esas promesas para definir el espacio de nuestra realidad admisible. Yo sólo tenía una certidumbre: que la chica iba delante de mí hacia la boca de metro -claro que me di cuenta- y que el chico llegó un par de minutos después. La chica pudo decirle antes de salir de su piso palabras como las anteriores: «dime la verdad» y «no más promesas» y «no te andes por las ramas» (no eres suficientemente impreciso). Él quizá sólo aspiraba a alentar ilusiones.

Destruyendo mitos: yo los percibía como dos objetos erráticos en un mundo inconexo, a pesar de su belleza, por mucho que Teilhard de Chardin plantease la cumbre opuesta: a falta de otras cualidades en nuestra mirada, el hombre seguirá siendo para nosotros, hágase lo que se haga para hacernos ver, lo que es todavía para tantas inteligencias: objeto errático en un mundo inconexo. Que se desvanezca, por el contrario, de nuestra óptica la triple ilusión de la pequeñez, de lo plural y de la inmovilidad, y el hombre adquirirá sin esfuerzo el puesto central que anunciábamos: cumbre momentánea de una antropogénesis que corona una cosmogénesis.

Su tren llego antes que el que yo esperaba. Ella se marchó dejando huellas y él se quedó. A los que somos de pueblo nos llaman la atención estas cosas insignificantes de Madrid, o que haya gente recogiendo colillas del suelo o que se vaya de copas a una tienda decorada del siglo XVIII. A los pueblerinos también nos extraña que un aficionado del Rayo Vallecano robe dos libros. Lo mismo hasta los ha leído.

León herbívoro

Oporto
Oporto, descubriendo el geocaching, interesante actividad.

Algo inevitable,
como enamorarse 100 veces de la misma
muchacha.

[Roberto Bolaño]

Pensaste que podías ser un león herbívoro. Ser el rey de la selva pero sin salir a cazar, mimando un huerto por la tarde para poder cenar. No creo que fueses tan inocente como para no entender que el temor que te debe la manada lo generan las dentelladas certeras en la aorta y no ese aspecto imponente y respetable. Que la melena dorada infunde respeto porque en el subconsciente se grabó que melena dorada igual a muerte. Y que sin ese miedo no habrías sobrevivido tantas generaciones a la sombra de las acacias. Las apariencias ceden a la realidad tarde o temprano, a no ser que termine el partido, que en la vida coincide con el momento en el que ya nada importa mucho. Pero, ¿de verdad pensabas sobrevivir a base de zanahorias y pimientos verdes?

La apariencia y la realidad. Lo que no se ve y lo que no queremos que se vea. Ahora la denuncian por llamarlas putas y gordas cuando hace poco admirábamos embobados esas coreografías limpias, elegantes y originales. ¿El fin justifica los medios? ¿Las medallas justifican los insultos? Ahora nos desgarramos las vestiduras y denostamos a la entrenadora como si el resto no hubiésemos llorado por una bronca del jefe, por un reproche del amigo, por un insulto en mitad de la batalla, por una reprimenda cuando olvidamos un paso del vals. Y sin luchar por ser Los Mejores Del Mundo. ¿Acaso pensaban que llegarían a ser las mejores sin mancharse? ¿Qué métodos emplearán sus dos máximas competidoras: la escuela rusa y la marabunta china? Luego: ¿merecen la pena los sacrificios? Sólo la prensa y el morbo.

Huele a ceniza y a humo. Una prolongada agonía no suele conceder el privilegio de la recuperación, sino el asentamiento del dolor, de la impotencia, del miedo. Se va alargando el sufrimiento sin señales de mejora; que se lo digan a ellos. Y si te cortas la cabeza, ¿termina el dolor o termina la vida? Lo del ave fénix sería mitología.

Las metamorfosis son una evolución, como las que sufrió Picasso del período azul al rosa al cubista. Un cambio se produce cuando aparece un acontecimiento que cambia el rumbo como un iceberg o una muerte o una mujer. Hay metamorfosis drásticas y metamorfosis progresivas. Si es drástica tienes la ventaja de sufrir un cambio radical, como si saltases de perspectiva. Si es progresiva al final no sabes si has evolucionado o involucionado o si vas a llegar al mismo sitio. Ninguna opción es recomendable, pero peor es lo estático, lo inmóvil, lo inerte.

Vivimos como si fuese un ensayo, una función de preparación para la gran actuación final. Pero la Gran Actuación es el ensayo. Paradójicamente. No puedes salir a ensayar en pantalón vaquero pensando que el Gran Día te pondrás de gala, ni puedes entonar a media voz para no maltratar tus cuerdas vocales con las vistas puestas en la función definitiva, porque no hay segundas oportunidades. Sólo pensar, decidir y actuar; la cuarta fase son los resultados, el análisis, las consecuencias, nada importante.

Dice no sé quién que sentimos de antemano rechazo a lo inmoral, que descalificamos a quienes transgeden la moral, ¿y aún así vivimos? ¿Qué no debíamos rechazar de forma súbita? Ains.

Mucho huerto necesitas para saciar tu hambre.

Evolución o Involución

Sala de armas
Sala de armas del Castillo de Belmote, el pasado y quizá el futuro.

You’re too old to lose it,
too young to choose it.

[Rock’n’Roll Suicide, David Bowie]

Es complicadísimo plasmar una evolución en una manifestación artística, a pesar de que gente como Cervantes lo consiguiera con su Alonso Quijano o John Ford con el misterioso hombre que pudo matar a Liberty Valance. Jaume Cabré lo consigue en «Yo confieso» aunque el esfuerzo le haya supuesto casi una década de trabajo y seguramente múltiples quebraderos de cabeza en el ambicioso propósito de hilvanar la evolución psicológica de un personaje con un complejo entramado de historias entrecruzadas a través de la Historia: de monjes en monasterios de la Edad Media al Holocausto o la vida actual en una universidad catalana; y ambos esfuerzos tocados por una prosa especialmente atractiva. Es una novela sin artificios que no merece la pena reseñar, sólo agarrar el mamotreto y atreverse a sumergirse en el mundo de Cabré, aunque su envergadura evitará que te la lleves a la cama.

Preferible a día de hoy acercarse a esos mundos que a otros de asfalto, calorías y euros. Con tanto periodismo actual, democratizado gracias al internet, ya sobran nuestras opiniones de otros temas de actualidad que abundan en periódicos y blogs. Esta semana se han publicado dos columnas de dos escritores antagónicos y siempre controvertidos que considero reseñables: Discurso de Rajoy (versión descartada) de José A. Pérez y Somos lo que somos de Salvador Sostres:

«Lo cierto es que, durante décadas, en España hemos potenciado la cleptocracia, la cultura del pelotazo y la corrupción en todos los estamentos sociales. También en el político. Todos los gobiernos han apostado por la burbuja, el pelotazo y la especulación. Por la picaresca y la ley del mínimo esfuerzo. Ni siquiera hemos sido capaces de llegar a pactos mínimos de pura responsabilidad institucional, como el de la educación.»

«En contraposición tenemos alegría, sol y fútbol. Una imponente gastronomía, exportable y refinada, y que en estos momentos es la más interesante del mundo. Tenemos mala leche, sentido del humor, buenos poetas y una capacidad fuera de lo común para estar contentos y hasta para ser felices. Esta es nuestra realidad, entre lo genialoide y la piratería, entre el Buscón y Velázquez, entre Ferran Adrià y el Lazarillo. La belleza no está exenta de sordidez y la alegría contrasta a veces con el lacrimógeno dramón tercermundista, pero, sea como sea, tenemos el indiscutible don de saber vivir bien, aunque a veces sea limitando con la golfería.»

Cada párrafo de uno de ellos, posiblemente intercambiables. Podemos querer vivir bien y ser ricos simultáneamente, pero eso implica necesariamente esfuerzo; la otra vía es el pelotazo y la truhanería, que ha demostrado ser inviable a largo plazo. O podemos renunciar a querer ser alemanes y contar chistes sin gracia. Mientras tanto, generalizando aunque sea injusto, seguiremos apostando por la mediocridad conformista, por la demagogia populista, por el pesimismo (justificado) paralizador, por «mi» opinión infalible para que Rajoy y Del Bosque tengan éxito. Somos el bochorno y la pena.

Mejor leer a Cabré, salir a pasear al fresco o volver a soñar contigo, que ya van tantas noches que ni sé si existes o eres un fantasma en el espejo. No es que me importe mientras me entretengas las noches bochornosas de verano.

Periodismo y representación

Las Rejas
This is not a salad. [Renné Magritte, adaptación]

«Hay quienes pensarán que ello tensaría demasiado la cuerda, y puede que sea así, pero llevamos tanto tiempo aflojándolo todo que ya nada sabe a nada, que ya nada significa ni vale nada, y todo se difumina y se diluye en un charco de indefinición y de mediocridad. Las ideas hay que defenderlas, y si no eres lo suficientemente valiente como para enfrentarte a lo que te denigra, tal vez te tendrías que plantear si mantienes la cabeza lo erguida que la tendrías que mantener; y si estás capacitado para representarte a ti mismo.»
[Salvador Sostres, adaptación]

Lo simpático de los periodistas jóvenes de éxito es su proximidad, lo fácil que te resulta pensar que has vivido, sentido y pensado similar, aunque vistan sus hazañas un poco de bizarras para dar un punto de emoción. Estos jóvenes, que ya no usan las subordinadas para que no se le atraganten a sus coetáneos y gustan de las referencias a los Simpsons y películas de John Ford, escriben como a vuelapluma y sin dar un descanso para que cualquier anécdota te parezca relevante, así hablen de la infancia o de un viaje a Bangkok. Al final acabas creyendo que querrías su vida y es mentira, simplemente dibujan -o ven- más bonita una realidad que se parece como el ADN del gorila al del hombre. Esa bendita fluidez de gente como Jabois o Gistau hace pensar que no hay impostura porque hablan de su barriga, de sus porros, de sus polvos y de los partidos que ven en la tele, sin embargo, queda siempre un regusto edulcorado. Pero es que las cosas siempre son así, o amargas o edulcoradas, porque Forrest Gump no quería decir que los bombones eran todos diferentes en una caja, sino que a nadie amarga un dulce. Lo mejor es que, pese a la vanidad, en ellos no hay prepotencia ni moraleja, sino que buscan más el instinto y la nostalgia; no hay indefinición y mediocridad, sino anécdota y reflexión.

En la radio decía hoy Savater que la libertad no era una elección sino algo inexcusable, pero que la miseria y la ignorancia la coartan en exceso. Imagino que uno no puede ser ignorante libre o pobre libre. Sin saber mucho de modus ponens y corolarios, deduzco que tenemos que luchar por el conocimiento y la riqueza. Y el conocimiento favorece la riqueza, ergo… Pero en nuestros genes la palabra libertad está en minúscula y la palabra supervivencia está en mayúscula, aunque a bote pronto cualquiera prefiera ser libre. Sobrevivir más bien me recuerda a estar escondido tras una trinchera, y vivir en libertad me recuerda a la barra del bar, como si sobreviviesen los chinos en las fábricas de montaje de Foxconn y viviesen los españoles en las terrazas de verano, como si sobreviviesen los albañiles al cáncer de piel y viviesen Jabois y Gistau tomando ensaladas incalificables en un partido del Madrí después de comer en Casa Marco.

Quién no sé si vive o sobrevive es Justin Bieber, si tiene libertad, riqueza y/o conocimiento. Sale en El Hormiguero y aguanta más gritos histéricos que dólares se embolsa. Reveladora la frase de subtítulos: «¿millones de quinceañeras pueden estar equivocadas?» Ellas, si yerran, lo hacen en compañía y sin preocuparse de si son dignas de representarse a sí mismas.

Muere Ray Bradbury, firme defensor de la libertad intelectual y de desmarcarse de la trayectoria académica establecida, también como Jabois: «No puedes aprender a escribir en una universidad. Es un lugar muy malo para los escritores porque los profesores siempre piensan que saben más que uno, y no es cierto. Ellos tienen muchos prejuicios. Digamos: a ellos les gusta Henry James, pero ¿qué pasa si no quieres escribir como Henry James? (…) La biblioteca, por otro lado, no tiene límites. La información está ahí para que la interpretes. No hay nadie que te diga que pensar, que te diga si eres bueno o no. Lo descubres por ti mismo.»

Que descubras por ti mismo si eres digno de representarte.

#casquería (de marfil)

Juez midiendo que la pala es reglamentaria
Juez midiendo que la pala es reglamentaria.

«Though she needs you more than she loves you».
[The Smiths, I know its over]

«Lola Xica se pasó una semana llorando, pero salía de su cuarto disimulando con mucha habilidad el disgusto que tenía, que debía de ser inmenso. Tardé muchos años en saber por qué lloraba, pero lo que descubrí en aquel momento fue que algunos sinsabores podían durar una semana entera, y me dio un poco de miedo la vida.»

Hay autores que escriben y luego da tanta envidia leerlos que casi compensa obviarlos. Compensa si lo piensas, pero luego en segunda instancia uno no puede -ni debe- resistirse a descubrir esos encadenamientos de palabras comunes en un orden tan mágico que, sin saber por qué, emocionan. Esa cita es de «Yo confieso», un noveloncio de más de 800 págs de un catalán llamado Jaume Cabré escrita en forma de confesión en primera persona y orientada de una forma caótica e innovadora.

El sheriff Carson, por ejemplo, es un personaje que «vive» sus aventuras y no es más que un vaquero de juguete que convive con caballos de plástico e indios de diez centímetros como Águila Negra. Igual que en la vida y en el gintonic, los sabores se mezclan y crean unos ambientes únicos. Si por algo tuviese que definir a Cabré sería precisamente por tener voz propia, que es una cosa que no se ve y parece fácil pero que, a la larga, se siente.

Como Houellebecq, el de «El mapa y el territorio», cuyo libro me recordó la famosa cita de «2666»: “un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”. Una novela en la que el protagonista se dedica a pintar cuadros y, en un momento dado, gana 30 millones de euros por sus ventas en una exposición. Así, tan sencillo, tú pones en una frase que tu protagonista ha ganado 30 millones y ya tienes al lector pensando que qué maravilla tantos ceros y tanto dinero a mano. Carlos Slim creo que compra un cuadro en el libro, que es tan cool que incluso el autor se mete como personaje, a lo Unamuno, pero en moderno. Y Houellebecq describe a Houellebecq y se tiende una broma macabra a sí mismo hasta que termina diciendo que «por el momento la nada sólo engendraba la nada.»

Houellebecq comprende y hace comprender que la vida es difícil, que no todos somos guapos y que hay gente que se emborracha y pega a su mujer y traiciona a su compañero de trabajo para conducirlo al fracaso. Y hay faltas de ortografía, vehículos que no siguen el trazado del asfalto, muchos deseos gris oscuro, muchos. Cabré también dice que la vida da miedo, y es lo mismo.

Mientras, la gente va escribiendo en blogs o en cursos literarios de media tarde para aprender a decir que una manzana es roja cuando lo importante no es el color sino la luz que incide en la manzana o que un sentimiento de amor era tan fuerte que le bailaba el intestino delgado a través de todos los órganos internos. El amor, a la postre, es la casquería revuelta.

Otros no escriben y se lanzan a la calle, a seguir tensando la cuerda en la lucha por una definición social: qué es derecho y qué es privilegio, qué es deber y qué es esquilme. Esa delicada línea divisoria que cada uno tiende a dibujar en beneficio propio porque a todos nos interesa caer siempre de pie como los gatos. Aunque al llegar a casa da igual que sea de noche; lloras cuando acuestas a tu hijo y te pregunta «mamá, ¿qué es lo que comen las brujas?» mientras recuerdas que «leche, galletas y a ti, corazón.»

Las brujas son del gremio de las grandes revoluciones y de las grandes pasiones, pero es que cualquier pasión es una enfermedad, como correr maratones sin ir a ningún sitio, jugar varias horas diarias al ping-pong o ensayar con el oboe ocho horas diarias. Pero entonces el amor o es casquería o es enfermedad o es un elefante maduro al que le han cortado el cuerno de marfil para subastarlo al mejor postor.

© Armonía 2012

Nole ganando Australia
Nole ganando Australia.

«La próxima vez que levantes las cejas de incredulidad que sea al mundo y no a mi condición de aturdido».
[The New Raemon, Te debo un baile]

Que exista coherencia entre las ideas que guían el norte de nuestra brújula vital y las acciones que suman nuestro comportamiento es, sencillamente, quimérico. Por eso es preferible no tomarse uno mismo demasiado en serio, supongo, o relajar las exigencias; como decía el mítico Groucho: «estos son mis principios; si no le gustan tengo otros.»

Alguna vez me he detenido, seguramente la mayoría también, a forzar mentalmente las condiciones de vida que se deberían cumplir hipotéticamente para considerar íntegra una vida en el sentido de solidaria, respetuosa, defensora de los animales, el medio ambiente, la dignidad del trabajo, y todas esas «cosas» que uno aspira a que se cumplan para que el mundo gire en armonía.

Todo esto viene muy al pelo ahora que leo los costes humanos, en China, de la fabricación de aparatos electrónicos. Todo esto salió a la luz hace tiempo, pero ahora suena con más fuerza: las condiciones infrahumanas de los chinitos que ensamblan todos nuestros cacharrejos: los iPad, iPhone, iPod, los Samsung, Dell, HP, Nokia, las Sony, Nintendo, etc. Así, parece que tendríamos que renunciar a la tecnología (al menos a la actual por las condiciones existentes, no porque la tecnología «per se» sea nociva), desde nuestros móviles para quedar con los amigos o agilizar el trabajo hasta nuestros ordenadores para cibersolidarizarnos con los demás o buscar trabajo o ligar.

Tendríamos que rechazar la explotación animal, lo que desemboca en el vegetarianismo.

Habría que renunciar al transporte basado en derivados del petróleo por tratarse de una energía contaminante, intrusiva y que provoca las más crueles especulaciones y guerras de intereses. Así, adiós a las vacaciones en la montaña para respirar aire fresco, al viaje en avión para conocer Amsterdam, y, lo peor, adiós al transporte de camiones que nos acercan día a día la prensa, los alimentos o surten la biblioteca.

Fuera la conexión a internet, cuyos proveedores son las mayores empresas, con los riesgos que eso conlleva, de prácticamente cada país. Fuera el pensar en renovar nuestro iPad ahora que sabemos que lo producen en feas condiciones porque entonces compraríamos un sustituto -tras una investigación que nunca se sabe si será fiable- más solidario y fomentaríamos el despiadado capitalismo. Fuera los avances farmacéuticos de empresas privadas más interesadas en el beneficio económico -por algo son «empresas»- que en la salud. Fuera las nespresso, los nesquik, las buitoni y los kit-kat porque Nescafé es una de las multinacionales más socialmente irresponsables.

¿Qué nos queda? Nada, a no ser que se establezcan condiciones y primen unos valores personales que difícilmente se encuentran en el día a día; y lo que es peor, que ni se fomentan ni se enseñan. Acabaremos comiéndonos a nosotros mismos, para cerrar el círculo. Lo llaman escepticismo.

Inside

El abismo y el horizonte
Víctor y Miriam junto al horizonte (castillo de Puebla de Almenara, diciembre 2011)

«La democracia es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística».
[Jorge Luis Borges]

Como se asomó y hacía frío y pasó un coche a gran velocidad y se veía un perro agresivo al final de la calle, se volvió a meter dentro de su cajita.

Dentro de su cajita bien cerrada, con todas las aristas definidas y todos los lados bien sellados. Dentro tenía todo lo que necesitaba: un DVD, un sofá, conexión a internet, sartenes y cubiertos, una biblioteca considerable, el aseo. También: varios bares, el tren, la iglesia, carreteras y autobuses, el corte inglés, gasolina, un telescopio, el cajero automático, algún amigo. Para qué salir teniendo todo lo necesario. También: ideas preconcebidas y/o recién horneadas, dinero, la luna, alguna aspiración, Roma, vacaciones ocasionales, música, un poco de imaginación, la prensa.

Todo cabía dentro de la cajita, hermética y confortable, así que para qué salir.

Faltaba el horizonte, y qué, su primo era buen pintor y podía pintarle uno.

P.S. Se me repite: and did you exchange a walk for a part in the war for a lead role in a cage?

Pero claro, tenía que comprar un lienzo para pintar el horizonte, así que decidió que tenía que salir a una tienda que no cabía en su cajita. Con toda la prudencia del mundo, y el miedo, fue a comprar el lienzo para pintar el horizonte, un horizonte.

Contra todo pronóstico regresó sano y salvo.