Han corrido ríos de sangre, claro, es un tema espinoso. La fidelidad como cadena que nos ata con fuertes eslabones a una persona con la que compartimos una relación, bien sea de amistad, bien sea sentimental. Pero sin embargo, la fidelidad no debería ser considerada como un pesado fardo sino como una bendición que permite evaluar la fortaleza de esa cadena. Decía el protagonista-narrador de Crimen y Castigo:
Tuve la suficiente bellaquería, y también franqueza, en cierto modo, para declararle sin rodeos que no sería capaz de guardarle fidelidad completa. Esta confesión la puso frenética, pero, al parecer, mi brutal sinceridad le agradó. “Si me lo dice de antemano, señal de que no quiere engañarme”, pensaría.
En El último encuentro de Sándor Márai también se comenta desde otro punto de vista: la fidelidad no debería anteponerse al amor/sentimiento puesto que priorizarla respecto al amor rebaja a éste:
¿Exigir fidelidad no sería acaso un grado extremo de egolatría, del egoísmo y de la vanidad, como la mayoría de las cosas y de los deseos de los seres humanos? Cuando exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a la que se la exigimos? Y si no amamos a esa persona ni la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio?
Oscar Wilde, por su parte, tenía una opinión más certera, muy de su estilo:
¡Qué obsesión tienen las personas con la fidelidad! Los jóvenes quieren ser fieles y no lo son; los viejos quieren ser infieles y no pueden.
Y también los hay que consideran la fidelidad como un signo inequívoco de cobardía y sumisión, como dice Kenize Mourad en De parte de la princesa muerta:
La fidelidad de su marido le provoca desprecio, la considera una manifestación más de su flaqueza.
¿Con quién estáis más de acuerdo? ¿Qué opináis al respecto? ¿Fidelidad como bendición o como castigo?