Hangover, Gameover

No es dolor de cabeza, ni vértigos, ni la lengua áspera, ni un cerebro que recibe estímulos más lentos y genera respuestas con impulsos nerviosos a la velocidad del caracol, ni un pesado estómago dilatado y vacío de forma simultánea. No. Es como si sobre las estanterías del cerebro hubiese vasos de plexiglás a rebosar de hielos y líquidos, y se tambaleasen de forma temeraria sobre el lomo de los libros que leímos y que guardamos en las estanterías. En algunas ocasiones los temblores derraman parte del contenido de los tubos, y empapan los libros, y las páginas damnificadas se convierten en papel mojado de nuestra memoria y nuestras experiencias. Es como si las palabras de esos libros se emborronasen y perdiesen su significado o lo adaptasen a una nueva perspectiva. Una perspectiva más limpia o más clarividente o más deprimente o más confusa, siempre en función de la bebida derramada. Y así te bailan las ideas, las opiniones preconcebidas, el orden de las ilusiones. Donde pensabas que una decisión era peligrosa te das cuenta de que es una esperanzadora oportunidad.

O al revés, la naturaleza no pregunta ni reflexiona, solo fluye. Como fluyen nuestras opiniones, necio el que solidifica su personalidad, opinión y valores. Porque sucede que donde una chica piensa ¡qué imbécil es este tío! ahora piensa ¡ay, qué tonto es!, dos expresiones tan similares y que sin embargo denotan dos opiniones completamente diferentes, el primero está sentenciado, el segundo la tiene en el bote. O un día te levantas con la esperanza de que Kim Jong II haya arrasado con todo el planeta y queden sólo parpadeos terminales de la vida humana, mientras que la noche anterior disfrutabas de los placeres que te regalaba ese preciso planeta y cantabas sus alegrías. Es la incertidumbre a la que nos aboca nuestra condición y que debiera hacernos exprimir con actitud receptiva cualquier leve destello de energía y que debiera hacernos evitar que cuando llegue el gameover aún queden esencias por saborear.

Look left on the road

Look Left or Follow the Arrow
Look left or follow the arrow, Dublín (diciembre 2010).

Sí, aquel inolvidable On the road, esa novela vital de Jack Kerouac sobre la que no merece la pena hablar, simplemente leer y descubrir. Como Bolaño o Saint-Exupery, se te quedan ahí, reposando años después en algún sitio de ti mismo. No sabes dónde ni qué dejaron, pero están. Como esa pregunta de Kerouac a una camarera en el camino «¿que qué le pido a la vida? No lo sé, sólo atender las mesas e ir tirando.» Así, tan desolador, o no, como si se hubiese desprovisto de cualquier atisbo de futuro, o no quisiese buscar otro más estimulante, simplemente follow the arrow. Una camarera con un sentido común tan rotundo como la María Teresa Solsona de Los Detectives Salvajes, también camarera y culturista por afición. Una mujer que había acotado sus perspectivas para ceñirse a un estrecho marco vital en el que había metido todo lo que le incumbía con un pragmatismo abrumador. Como si fuese fácil desprenderse de las cosas que menos nos importan, como si los pequeños detalles se pudiesen obviar. Ambas sabían que había un mañana y no iba a ser ni mejor ni peor que ese hoy. Y luego estaban los desorientados, los Kerouac, los Arturo Belano, «yo no tenía nada que ofrecer a nadie, excepto mi propia confusión.». Los que leen ese Look left y se lanzan a contracorriente pensando que no hay mañana y luego se dan cuenta de que lo que no hay es un hoy. Tan desnudos e indefensos que el tráfico les viene de cara y encima no tienen las instrucciones del juego. Al final no les queda más remedio que aceptar el ir tirando.

Y que me perdone Buñuel por juntarlo con dominicos

Ruinas II
Ruinas de Los Frailes, Villaescusa de Haro, Cuenca (noviembre 2010).

Serían las seis y cuarto y empezaba a anochecer, como suele suceder el maldito noviembre. Miré al horizonte y vi una luna tremenda, unas tres veces más grande de lo habitual, amenazaba con acercarse al pueblo. Seguí caminando y justo cuando estaba junto a las ruinas de Los Frailes una fina nube oscura empezó a atravesar la luna, un homenaje instantáneo al comienzo de la revolucionaria Un perro andaluz, donde se superponía la escena descrita con otra en la que un ojo humano es cortado por una navaja de afeitar. Fue un sueño de Dalí o de Buñuel. Entré, más bien me colé, en el decadente conjunto y me situé en lo que tantos siglos atrás fue el núcleo de la nave central, por donde tantos frailes dominicos pasearían sus sosegadas pisadas y que ahora se había convertido en una amplia alfombra de maleza. Miré arriba, a la bóveda, antes de crucería, ahora de cielo, y di una fuerte palmada que despertó a todas las palomas. Allí, en el centro, veía los confines de las ruinas de un convento histórico con el cielo como única bóveda y la luna como inmensa piedra angular atravesada por una afilada nube y las palomas, revoloteando alrededor, sumando un detalle lúgubre a la noche de noviembre. Hay fotografías que no necesitan ser reveladas porque se imprimen directamente en el carrete de la memoria más eterna.

Una dignidad a prueba de bombas de aire

Ciervo atrapado
Ciervo triste en Riópar, Albacete (abril 2010).

En el instituto estudiamos un año una asignatura de ética. Tuvimos que elaborar un trabajo acerca de un tema concreto y yo me decanté por los xenotransplantes, que son transplantes entre especies próximas, por ejemplo, del cerdo al humano (es el ejemplo de la wikipedia, pero hay que ver qué próximas están ambas especies). Yo me esforzaba en encontrar los argumentos definitivos de cada postura, tanto de los adeptos como de los detractores, y detrás de cada opinión de los enemigos de los xenotrasplantes se repetía la premisa de la intrínseca dignidad humana. Como si sacar a la palestra la cualidad de la dignidad eclipsase cualquier debate y se encontrase en el núcleo de la condición humana.

Me reconfortó mucho saber que tenemos un algo tan importante, tan diferenciador. Durante mucho tiempo descansé vastas argumentaciones propias sobre la almohada de la dignidad. Pero me temo que no se puede creer en la dignidad como en la piedra fundamental de la condición humana. Me temo que hay rocas más poderosas…

¿Hasta dónde se mide la dignidad de los refugiados saharauis en un sándwich de comprometidas relaciones económicas intercontinentales? ¿Cuánto pesa la dignidad de un político que quiebra sus convicciones en función del sentido del viento? ¿Cómo se valora la dignidad de un terrorista que mata y luego amenaza al juez? ¿Se llama dignidad a vivir entre basura y sin nada que echarse a la boca? ¿Qué dignidad tiene un investigador que falsea los resultados de sus avances para lograr notoriedad o ascensiones? ¿Dónde empieza la dignidad de un periodista que tergiversa la realidad de forma consciente?

A ver si esa cosa que se supone que valía tanto resulta una mierda que revienta con un petardo de peseta. Me lo podían haber explicado bien en ética.

Un conejo blanco sobre un campo nevado

Uno entre mil
Campo de girasoles uniformados (agosto 2010).

La Agrado de Todo sobre mi madre decía que uno es más auténtico cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí mismo. Lo malo es cuando el reflejo de los sueños viene en blanco. Cuando uno no ha perfilado una imagen futura de su yo porque va mirando el suelo preocupado por el presente y está más atento a no tropezarse con la piedra que está a un metro que en mirar la cima tan lejana y quién sabe si inalcanzable. Algunos simplemente improvisan una vida, como proponiendo una supervivencia y posponiendo un sentido global. Salen a la calle y pasean sin rumbo, despreocupados de luchar por parecerse a sus sueños, a una hoja en blanco. Aunque algunas hojas en blanco son como el dibujo de Léolo, o sea un conejo blanco en mitad de un campo nevado.

El reflejo de lo que otros han soñado de sí mismo es un cuerpo perfecto, un chalet a las afueras, una lucha sin cuartel contra las injusticias de este mundo, un hito científico inigualable, el gol de todos los tiempos, una carrera profesional sin el más nimio tachón, una oración infinita, un placer desenfrenado y nihilista. Da igual. Relevante se torna el encontrar los hilos de los sueños que nos deben guiar, y así parece que nos podemos olvidar de tomar nuestras decisiones, simplemente títeres de los hilos de nuestros sueños. Y cuidado que no te corten los hilos y se te caigan las manos y las piernas y ya no puedas ni bailar ni saltar ni rezar ni follar ni comer cacahuetes. Al final te quedas como un girasol con un mecánico movimiento diario. Como un triste girasol nocturno.

Un corazón más vasto

soledad_en_madrid
Profesor reposando su silencio (Plaza España, Madrid, 2008).

Y el profesor les dijo:

– No tenéis derecho de evitar un esfuerzo, sino en nombre de otro esfuerzo, pues debéis engrandeceos. Nada se os puede dar si no habéis sufrido.

Ellos asintieron, sin rumiar sus palabras, pero uno, el más maduro aunque gamberro, replicó:

– Profesor, los esfuerzos cansan. Muchas veces no merecen la pena, y es más cómodo descansar.
– ¡Canta lo suficientemente fuerte el cántico del trabajo noble, qué es sentido de la existencia! En contra el cántico del ocio que relega el trabajo a la categoría del impuesto.
– Sí, ya, eso me lo dice mi madre muchas veces, que ponga todo de mi parte en el trabajo, pero la pereza es un factor a tener en cuenta. Si no lo considerase impuesto no sería un trabajo. Y, la verdad, no le encuentro sentido a la existencia mientras trabajo.
– Pero el hombre sólo se desarrolla y engrandece si crea.
– Bueno, eso son metáforas vacías, no por mucho trabajar creceré más. ¿Qué gano con el esfuerzo? ¿Cómo crezco? ¿Crezco espiritualmente?
– Porque preparar el porvenir es fundar el presente.
– ¡Ah, espiritualmente no, sino que me labro un futuro! No, preparar el porvenir es perder el tiempo presente y no exprimir el instante. Aquello del Carpe Diem, profesor.
– Sólo es importante y puede nutrir poemas verdaderos la parte de tu vida que te compromete, que compromete tu hambre y tu sed, el pan de tus niños y la justicia que te será hecha o no. De otro modo es sólo un juego, y caricatura de la vida.
– ¿Caricatura? Soy íntegro a pesar de mi pereza y de pasar la tarde en el sofá. ¿Y si nada me compromete, en qué tengo que esforzarme? ¿He de buscar por iniciativa propia salir del juego y la caricatura? Prefiero disfrutar mi ahora sin preocupaciones extras.
– Claro, ya, conozco esas razas bastardeadas que ya no escriben sus poemas, sino que los leen, que no cultivan su suelo, sino que se sostienen en sus esclavos: no amo a los sedentarios de corazón. Los que nada cambian y nada llegan a ser. Y la vida no bastó para madurarlos. Y el tiempo se desliza para ellos como el puñado de arena y los pierde. ¿Y qué devolveré a Dios en su nombre?
– Bueno, ahora empezamos con Dios y las cuentas que le debemos rendir. ¿Qué presentaré a Dios? ¿Le pediré que mire si mi vida ha sido productiva o si he sido buenecito? Ante Dios habrá que desnudar la conciencia y la moral, pero no la lista de méritos, ¿no?

Hubo un breve silencio que rompió el alumno con descaro pero inocencia adolescente:

– Profesor, en realidad, ¿para qué sirve vivir? ¿por qué dices que debemos escribir poemas y cultivarnos?
– Me nutro para vivir, y vivo para conquistar, y conquisto para retornar y meditar y sentir mi corazón más vasto en el reposo de mi silencio.

P.S. Las palabras del profesor pertenecen a fragmentos adaptados de Ciudadela, obra cumbre de Antoine Saint-Exupery más allá de El Principito.

Hachedoso


Fotograma de La tumba de las luciérnagas, 1988.

El otro día estuve revisitando La tumba de las luciérnagas, una imprescindible película de animación de hace dos décadas. Un joven huérfano llamado Seita y su hermana pequeña, Setsuko, intentan sobrevivir en tierras japonesas durante los bombardeos americanos de la Segunda Guerra Mundial. Apostaría a que es la película de animación más triste de la historia. Setsuko sufre un largo calvario de deshidratación, hambre, frío y pobreza en una época de escasa ayuda y alimento.

El inmenso océano que simboliza los sueños y alegrías de esa infancia, la de Setsuko, siempre infinita en todos sus confines, se va secando progresivamente. Hasta reducirse en la orilla de sus delirios en un pedacito de escarcha cerrada y pobre que gotea de un pedazo de hielo en venta. Así de triste esa involución de ilusión y energía; así de triste esa falta de agua. Cómo evitar las lágrimas en una película que muestra las enormes lagunas de insolidaridad humana y la humillación de una infancia incompleta.

Setsuko tan sólo quería un vasito de agua que curase su deshidratación y la alejase de los fantasmas del delirio para seguir soñando con las luciérnagas que iluminaban su futuro.

P.S. Esta entrada forma parte del Blog Action Day 2010, una iniciativa que cada año intenta abrir un debate a nivel planetario y que este año está dedicado al agua.

La fina línea del abismo


Barrio de Belem, Lisboa, verano 2009.

Según indago, leo por ahí que cuerdo es quién actúa con prudencia y sensatez y sensato el que se comporta con serenidad e inteligencia, sereno quién es apacible y/o no está borracho e inteligente quién denota una gran capacidad intelectual. Se deduce entonces que cuerda es aquella persona prudente, sensata, serena, apacible, con gran capacidad intelectual y que se encuentra en un estado sobrio.

A la luz de esa definición, parece casi imposible considerarse cuerdo. Y muchos se pavonean de sensatos y desprecian a los demás con insultantes ¡ese tío está loco!, como si ellos estuviesen eximidos de toda culpa, o trastorno.

La locura y la cordura parecen separadas por una línea extremadamente fina y débil, una frágil película divisoria tras la que se agazapa el abismo. Como le sucedió a Léolo, que se intentaba auto-convencer cuerdo: «porque sueño yo no lo estoy; porque sueño, sueño, porque me abandono por las noches a mis sueños». Léolo, en el filo, que decidió tomar el camino más corto. El camino más corto, el que lo arroja a un abismo eterno, hasta que la voluntad de reinserción tiene todas las de perder contra la abnegación ante los hábitos adquiridos.

Supongo que suele suceder que no medimos las zancadas decisivas y por eso nuestros tropiezos se convierten en fatales. Se da por sentado que lo fácil es no equivocarse, que es sencillo caminar por los senderos de lo esperable y deseable, que la inercia nos conduce sin error. Como si nos hubiésemos grabado a fuego el convencimiento en que nuestro camino de sensatez es el único válido.

Porque sueño yo no lo estoy, yo no estoy tan seguro.