Gas inflamable

En su estado natural
Medusa en el fluido del Mar Menor, Murcia. [premio National Geographic]

«La política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez».
[Winston Churchill]

El mundo es un fluido en tensión. O no, no sé. Fluido por moverse de forma continua, no discreta por mucho que digan los cuánticos, y ocupar todos los huecos libres; en tensión por contener una serie de fuerzas que lo equilibran y luchan en su corteza. Y los fluidos o «partículas del fluido» o personas se desplazan de un lado a otro hasta que uno es incapaz de discernir si queda un asiento libre debajo de la nube de satélites y si en ese hueco cabe uno mismo y, también, su sombra. Sin sombra no somos nadie.

En el principio el fluido era casi gaseoso. Desde la Revolución el líquido era, digamos, llevadero, como cualquiera que se nos dibuje en mente al leer la palabra «líquido»: sangre, agua, whisky. Ahora ya no, ahora es denso y viscoso, cada vez más mercurio y menos hidrógeno. ¿Superpoblación? Probablemente siete mil millones sea una gran cantidad, pero en el pueblo todavía cabe gente.

Internet (nunca sé si con mayúscula o minúscula, así que mejor empezando frase, para no fallar) también tiene pinta de ser un fluido en tensión, ¿no? Con flujos de impulsos eléctricos cargados de emoción y tristeza. Una sorpresa tras cada canción, un espasmo tras cada tweet. Lo malo es cuando el segundo trending topic a nivel mundial es #CambiaTituloCancionPorFutbolista, que se desmoronan los cimientos de la acción social vía web. O cuando lees veinte artículos sabiendo que sólo deberías consultar uno, el resto es repetición o prescindible o pérdida de tiempo o algo más interesante y tapa lo anterior.

No sé por qué me acuerdo de la ley Sinde. Todos en la red dicen que nociva, un crimen, pero leer eso por aquí es como ir al Bernabéu a preguntar cuál es el mejor equipo del mundo. Todo ese revuelo y concienciación pro crucifixión de González-Sinde. Hace poco leí un artículo a favor. No sé hasta donde llega el alcance de la ley y sus derivados ni cómo acotar el concepto de justicia en un tema tan controvertido. Algo suena raro si te hablan de la Sección Segunda de la Comisión de la Propiedad Intelectual, pero también suena raro cuando se prende una mecha y todos encienden su mechero.

Menos mal que el mundo es un fluido y no un gas inflamable.

La del pirata cojo

A Greek Orthodox monk cleaned the Church
Monje limpiando la iglesia.

«Toda escritura es una marranada. Las personas que salen de la nada intentando precisar cualquier cosa que pasa por su cabeza, son unos cerdos. Todos los escritores son unos cerdos. Especialmente los de ahora».
[Antonin Artaud]

Es lo que tienen las asociaciones, que son incontrolables y azarosas. Por cuestiones de esas indescifrables de las sinapsis neuronales que hacen ¡click! al enlazar situaciones o anécdotas aparentemente inconexas. Me ha ocurrido viendo Casi Famosos, una interesante peli para estudiar la ciclotímica personalidad de las estrellas del rock, la cual he vinculado al carácter de un chico que conocí en los tiempos universitarios. Y de ahí he saltado a esa célebre canción de Sabina, La del pirata cojo, y las diferentes vidas a escoger, y a otra más apropiada, El blues de lo que pasa en mi escalera, en la que el genio describe de forma cruda las vidas que pudieron llevar sus compañeros de pupitre: «La más maciza de mi clase (¡que cintura!), cotiza la hermosura y, a sus cuarenta y pico otoños, hasta el moño del genio del marido, huyó con otro menos aburrido.» Y así que me he ido a recordar a gente con la que me he tropezado y sus devenires en esta época de la vida en la que, al menos en parte, cada uno ha abierto el surco a labrar.

Ese tenía todas las cualidades del cantante de éxito atormentado y despreocupado al que importaba infinitamente más aprender papiroflexia para regalar una mariposa de papel con un poema escrito en el interior a su chica que aprobar las asignaturas. Cómo casaba ese carácter con las descripciones que vemos o leemos de los grandes del rock y el pop. O esa chica hiperactiva llamada a altas cotas de popularidad por confluir en ella todas las virtudes de la sabiduría -sobrada de arrogancia, sí- y disponer de una visión privilegiada para diseccionar la realidad a su alrededor. Debería tener en sus manos un puesto de influencia o una columna relevante en prensa. O esa joven inocente e idealista con exquisita sensibilidad para la prosa poética que al final tornó las aspiraciones sesentayochistas por la necesidad de sexo y dinero y a la que se le podría haber augurado un éxito relativo en sensibles editoriales de pequeña tirada. O ese sublime genio del piano tan incontrolable que era evidente que a pesar de las cualidades le resultaría imposible hacerse un hueco en el panorama musical. O ese crack del fútbol con una tremenda calidad innata -y es de las pocas cosas que sé discernir- que se daba por hecho que sería una figura si moderaba sus vicios y sentaba la mollera a buen recaudo.

¿Qué ha sido de cada uno? No es cuestión de desvelar intimidades ni de juzgar la actitud personal de cada uno frente a las circunstancias. Más aún, sería harto injusto evaluar tan de antemano el resultado de una vida, sobre todo porque nadie debe -moralmente al menos no se debe- valorar al prójimo, eso es tarea restringida a la intimidad de la reflexión propia, a esos instantes de soledad en los que se sienta a la mesa la conciencia con el pasado, con la ambición y con la satisfacción, que es una cosa intangible que viene sin llamarla o se queda sin entrar aunque le des un toque.

Y yo que sólo quería ser un cerdo.

Del infinito al infinitesimal

Desfile de modelos de Óscar de la Renta Jóvenes en Pakistán junto a un camión en llamas

«Cuando los hombres controlen los gobiernos, los hombres no necesitarán gobiernos.
Hasta entonces estamos jodidos».

[«Escritos de un viejo indecente», Charles Bukowski]

Titular de un diario digital de hoy: «La partícula de Dios no está, pero se la espera». La imaginación incontrolada me lleva a pensar en un Dios escondido detrás de una partícula, como oculto con vergüenza tras la partícula y con temor a que se la descubran y quedar en cueros. «Vaya, me habéis pillado; os ha costado millones de años, pero al final habéis demostrado gran astucia al escarbar en el interior de vosotros analizando el genoma, mirando al interior del planeta estudiando un núcleo inaccesible, alzando la mirada al cielo para examinar la infinitud del Universo, acercándoos paulatinamente cada vez más a lo infinitésimo y deshojando esta cebolla de sorpresas en la que había escondido la llave del secreto de la vida.» Algo tendrá que decir, supongo, cuando salga a la luz; y no me extrañaría que el primer científico que lo vislumbre le pida tres deseos como si fuese un genio de la lámpara. Seguro que más de uno, piensa que «como lo vea yo, ¡no va a llevar frío! ¡dejarnos tan desamparados! ¡tantas muertes gratuitas en Pakistán!». E imagino a los científicos en el CERN con su flamante HLC observando un discreto bosón de Higgs con vestido oscuro paseando sobre una alfombra roja como si presenciasen un desfile de Óscar de la Renta. Resulta extraño pensar que al mismo tiempo que un niño reparte kleenex en un semáforo otro niño de similar edad altura peso e inteligencia llora porque no ha superado su récord de puntuación en la Wii. Siempre el relativismo y el absolutismo. No es imprescindible que existan los cuchillos de sierra ni los ratones inalámbricos, ni siquiera necesario, pero no se puede concebir la vida sin discutir si el queso se corta con el de sierra. Como si quisiésemos comprender en qué medida Özil está triste después del sábado a pesar de la magia.

Espaciotiempo

Cuando la ruina va decayendo (entre estrellas)
Ruinas del Convento de los Dominicos estrelladas (nov 2011).

La línea recta no tiene por qué ser el camino más corto entre dos puntos.
La luz no va en línea recta.
No es tan descabellado.
Nada es lógico y nada es recto.
De mi mesa a la tuya mi mirada tiene que esquivar unas cuantas mesas, sillas, refrescos.
Las miradas, furtivas y/o descaradas, suelen hacer zig-zag o ser tan tiesas que no son relevantes.
Y si me acerco y te saludo usaría una evasiva no una línea recta.
Una conversación sería un ejemplo de luz «torcida», un juego de seducción y/o negociación.

Ligar es negociar, pero a efectos prácticos eso no importa.
Importa en la misma medida que:
la física cuántica,
el tamaño del Universo,
la cotización del quince de marzo de Enagas,
la secuencia del ADN de un escarabajo pelotero,
el nombre de quién gobierne,
el peso del alma,
el paso del malo,
este post de este blog.

¿A quién importa:
el sentido de giro del spin del electrón,
tus planes para el puente,
la densidad del electrón,
tus preocupaciones de futuro,
la temperatura en vacío del electrón,
tus sueños tus deseos tus esperanzas?

A nadie, pero todos mis electrones piensan en ti.

¿Qué es más grande, un electrón o una estrella?

De verdugos y zanahorias

Otoño en el pueblo
Otoño en Villaescusa de Haro.

«Tuve que volver a admitir que la materia prima de mi oficio, la palabra, no es un elemento tan imprescindible de la comunicación humana como a veces suponen los escritores cegados por el orgullo; en momentos críticos, la gente capta la esencia con muy pocas palabras o incluso sin ninguna».
[«La hermana», Sándor Márai]

Eso. Que son tus silencios el reino de mis torturas y tus miradas a otra parte el verdugo de mis esperanzas. Y que esa sonrisa que me finges viene a ser la zanahoria colgada de la vara a una cuarta del hocico del burro y, lo peor, la persigo sabiéndola inalcanzable. Y lo mejor, ¿qué haría con la zanahoria, como burro, entre la dentadura si no desintegrar ese deseo? Sonríe, maldita, que yo disfruto.

Estrellas a un cielo pegadas

Se puede sentir sin palabras, pero no se puede pensar sin palabras. ¿Y soñar? ¿Soñamos sentimientos o pensamientos? Por lo general, soñamos o angustias (a lo que llamamos pesadillas) o traiciones de nuestro subconsciente (a lo que llamamos represión, frustración, cómocoñosabemisubconscienteesesecreto) o banalidades que olvidamos con efervescencia.

Muchas pesadillas no tienen palabras, son una zozobra analfabeta que intentamos deletrear después en el retorno a la conciencia. En este caso, el paciente transcribió que había estado dos noches seguidas sin dormir, atenazado por una pesadilla recurrente que consistía en una huida infinita.

La primera noche porque llegaba tarde al trabajo y todo eran contratiempos para alargar el trayecto, el metro se había estropeado, no había autobuses cerca, todos los taxis iban ocupados, andaba, corría, sudaba, volvía a llamar a un taxi pero nunca lo veían, daba la sensación de que la oficina estaba cada vez más lejos, inaccesible. Su primera sensación al constatar que era un sueño fue acordarse de Ulises y de que no trabajaba en una oficina. Se mentía hasta en sueños.

La segunda noche suponía un viaje matemático. Intentar llegar al fin de los números. Perseguir números con la fe de prever un final. ¿Qué habría en el último número? Esa búsqueda que a priori suena tan inocente suponía una misión inevitable para él. Iba escarbando números, todos, sin saltarse ninguno por miedo a saltarse el último y empezar de cero. Su primera sensación al constatar que era un sueño fue sentir una paradoja vital indescriptible, aunque fuesen números.

La tercera noche, más vale prevenir, intentó ser consciente de sus huidas para evitarlas. No atravesaría el Sáhara a pie, ni emularía a los viajeros espaciales de 2001 abocados a vagar eternamente por el espacio, ni afeitaría a todos los hombres de China, ni nadaría hasta el fondo de las fosas Marianas. Se concentró en no soñar y por eso terminó profundamente dormido.

Y al primer amago de pesadilla, se desveló, salió al patio, se bajó levemente el pantalón del pijama y se puso a evacuar. Miró al cielo, infinitamente estrellado esa noche otoñal, y se puso a disfrutar del espectáculo cenital: no era necesario intentar atrapar lo interminable, contar todas las estrellas a la vista e inventariarlas, sino sencillamente gozar de una visión envidiable sin luz artificial que empañase la luminosidad estelar.

Rebelde (de cartón-piedra Ikea)

Si en mi imaginación el cuento empieza en una mesita de cafetería con una pareja y él está apagando con saña su cigarro en el cenicero entonces ya no es válido porque la gente ahora fuma de pie en la calle, sujetando el codo de la mano que fuma con su otro brazo, o con una mano en el bolsillo en el periodo invernal. Y si no vale apagar el cigarrillo, me pierdo entre la legislación vigente y el cuento se pierde entre la verosimilitud forzada. No puedes intentar aislar el cigarro y buscarle un nuevo escenario, así que el hombre, pongamos Marcos, termina de apagar su cigarro y levanta la mirada hacia la mujer, pongamos Marta, que tiene un tatuaje cursi de una mariposa cerca de la yugular, para preguntarle qué le parece lo que ha dicho Alberto Olmos en El Cultural. Marta, claro, no ha leído nada, ha estado en la oficina todo el día, ha hecho la compra y ha quedado con Marcos en la cafetería de las mesas de mármol negro en la que el marco de todos los cuadros es blanco. De hecho, ¿quién ese ese Olmos? Si lo único que ella ha leído de ese tipo son unas palabras en el blog de Luna Miguel: «Cuando estás enamorada, ¿qué pasa? ¿No te corres?.» Ni siquiera a mí, narrador de este post, me interesaba hasta que supe que fue finalista del Premio Herralde el año que lo ganó Bolaño con Los detectives salvajes. Marta inquiere con la mirada, ya con curiosidad, mientras Marcos se saca de la manga un ejemplar de la revista y empieza a leer fragmentos: «todos esos artistas que disfrutan de vidas regaladas desde que vinieron al mundo, que jamás les ha faltado trabajo ni han tenido que cargar cajas ni atender en un call-center» -a mi pueblo vino uno de esos artistas a vendimiar pensando que se trataba de una labor romántica, algo así como una mezcla de Un paseo por las nubes y el olor embriagador de un ribera viejo y el sabor reciente de la uva recién cortada, iluso, pobre iluso-, «que los artistas vengan a darme lecciones sobre cómo salvar el mundo me irrita profundamente», «la solidaridad hoy en día es una forma de ocio, una ficción para gente con mucho tiempo», a lo que Marta contesta que puede que algunos solidarios lo sean por presión social, por esa presión social que mancha tu conciencia para que dones una parte de tus ingresos a una ONG o por seguir la corriente del buenismo actual, pero que también existen personas comprometidas a fondo y sacrificadas, «sí, pero me ofende esa gente que disfruta del capitalismo y sus ventajas pero que como está afiliado a Unicef, se siente libre, va a manifestaciones y da lecciones para salvar el mundo», bueno, no deja de ser un alien solidario moderno, pero te repito que los hay coherentes en su austeridad, «hay gente que escribe muy bien en internet, pero eso no significa que tenga algo que contar y narrar», ya me has cambiado de tema, y eso es una perogrullada, si todo internet mereciese la pena desaparecerían las editoriales en su papel de identificadoras de la calidad, «es que vivimos en un tiempo en el que la estupidez y la maldad han concertado su poder destructivo; y no descubro nada al señalar que nuestra civilización se asoma a un ocaso sin épica ni grandeza.» Bueno, eso no lo dice Olmos, pero seguro que los suscribe, un ocaso sin épica, sin grandeza, un final tedioso e inevitable.

Un final tan triste, en el que se puede equiparar la satisfacción al montar una cómoda de Ikea a la complacencia después de retuitear los eslóganes más ingeniosos de la primavera árabe.

Obertura 5 Opus 14

Tañer
Órgano XVIII, Villaescusa de Haro 2011.

«Mi alma es una orquesta oculta; no sé qué instrumentos tañe o rechina, cuerdas o arpas, timbales y tambores; dentro de mí. Sólo me conozco como sinfonía».
[«El libro del desasosiego», Fernando Pessoa]

Sí, eso decían en el cole, que se trataba de «crear» música, de poner las notas alineadas, corcheas, semifusas, redondas y silencios para crear ritmos que rasgasen las fibras del alma. Como si fuese tan fácil, como si nuestras cuerdas sensoriales se excitasen por una nota musical arbitraria y vibrasen en la cueva de camino al alma y su eco retumbase en nuestro interior transmitiéndonos una paz indefinible. Pensar eso es creer que uno puede agarrar las fichas del Scrabble y arrojarlas al suelo para que formen un cuento de Borges. Las notas y las letras, tan íntimamente unidas en su unidad indivisible de expresión. Otra vez viene Bolaño: «El silencio comenzó a hacerse cada vez más insoportable, como si en su interior, en el interregno del silencio, se estuvieran formando lentamente las palabras que se laceran y las ideas que laceran, lo que no es un espectáculo o una danza digna de contemplar con displicencia.» El silencio que torna palabras que expresan ideas, luego existe un mundo callado en el que aguardan las ideas a que alguien las traiga en unos raíles de palabras o de música. Lo que no sabemos es si ese mundo es común para todos o cada uno tiene el propio, porque en este último supuesto debe haber algunos universos deshabitados, universos vírgenes aptos para la siembra de dogmas o refranes trasnochados o prejuicios aprehendidos. Y llegados a este punto Wagner apenas sabe si es huérfano o no tiene futuro por más que le insistan en que lo prevenga y labre. Por eso decide alinear con disciplina marcial su ejército de notas y despreocuparse de que sus órdenes formen una sinfonía de futuro arrebatador. Simplemente una orquesta oculta que transmitirá su voluntad.