Con esas gafas de intelectual formado, con ese gesto fumador desentendido, con esos ojos de poeta asustado, famélico de tan delgado -por lo visto, hay gente que llega a un nivel tal de ensimismamiento que olvida comer con frecuencia-, despeinado por desordenado y despreocupado, Roberto Bolaño parece ser ese chico al que en la escuela le quitaban todos los bocadillos del recreo, como dice algún amigo. El típico niño amilanado que se escondía entre libros para evitar enfrentarse a una realidad más fuerte que sus débiles brazos.
Sin embargo, a poco que se lea de Bolaño uno se da cuenta de que, además de un inmisericorde lector, el chileno era un hombre comprometido. Capaz de recorrer América Latina desde Ciudad de México hasta Santiago de Chile con 20 años para apoyar y defender a Salvador Allende o de criticar con dureza a escritores consagrados desde una óptica inteligente, irónica y cruel a partes iguales. No en vano, en una de sus frases más célebres, tomada de su novela más premiada, Los detectives salvajes, Bolaño dice que «hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear«.
En algunos de sus discursos en torno a la literatura despedaza a grandes tótems («un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral«) sin que le tiemble el pulso; se trata de una mente preclara que jugza y analiza y estudia la literatura porque está plenamente embargado por ella («mi patria es mi hijo y mi biblioteca», según Wikiquote). De Kafka, ese genial sufridor, dice:
Kafka comprendía que los viajes, el sexo y los libros son caminos que no llevan a ninguna parte, y que sin embargo son caminos por los que hay que internarse y perderse para volverse a encontrar o para encontrar algo.
Roberto Bolaño es uno de esos escritores que te hacen consciente de tus límites, siempre lo verás un paso por delante. Sus adjetivos son más certeros, sus ideas tienen sólidos fundamentos, sus expresiones están mejor formadas, es decir, dicen más con menos palabras. Bolaño, como Cortázar, Cervantes o Pessoa, es un escritor que te pone los pies en el suelo pero te anima a que emprendas el viaje:
Realmente, es más sano no viajar, es más sano no moverse, no salir nunca de casa, estar bien abrigado en invierno y sólo quitarse la bufanda en verano, es más sano no abrir la boca ni pestañear, es más sano no respirar.