Historias de Roma

Berlusconi es, en el imaginario de sus partidarios, un condottiero, no un politicastro al servicio de intereses superiores; es alguien que opera a la luz del día, no un grande vecchio que conspira en secreto; es alguien que habla con claridad y dice lo que piensa, a diferencia de la clase política convencional; es un esteta que recurre continuamente a la cirugía estética para rehacerse el rostro y la cabellera (los pelos que cubren su calva poceden del cogote de su hermana) y se rodea de cosas bellas y mujeres guapas (el machismo mantiene una notable vigencia); es, además, un hombre riquísimo que no se deja corromper, sino que corrompe, lo cual evita presiones y garantiza la fiabilidad de sus promesas.

Fragmento de Historias de Roma, del lúcido Enric González, un librito curioso y de agradable lectura en el que el escritor catalán dibuja un fresco muy vivo y sobresaliente de la maravillosa ciudad de Roma y, ya de paso, de la sociedad romana. La escritura es muy ágil y los contenidos muy atractivos, qué pena que sea tan corto, con multitud de anécdotas y opiniones de Berlusconi, Juan Pablo II, Alberto Sordi o Totti, entre muchos otros. El retrato es tierno y mordaz, va de anécdotas graciosas a valoraciones filosóficas básicas pero relevantes.

Un libro recomendable para todo aquel que haya ido o vaya a ir a Roma, además casi te dará tiempo a leerlo en el avión a la capital romana. Como alternativa, Enric González también ha publicado sus historias de Londres y Nueva York, dos capitales en las que también fue corresponsal.

Schweinsteiger, Hauptbanhof

Alemania es una Hauptbanhof.

Suena a insulto, pero simplemente se trata del término con el que designan a las estaciones de trenes principales de cada ciudad. La primera imagen que me viene a la mente cuando pienso en Alemania es la de una larga hilera de vías de tren, montones de amasijos de hierro perfectamente alineados en paralelo, lo que se ve cada vez que te acercas a una Hauptbanhof y el tren decelera. Y ahí desembocan los trenes, en las estaciones principales, tan imponentes, generalmente espacios abiertos con grandes bóvedas, como catedrales de la globalización y la ubicuidad. Es denso el trasiego de personas de todas las edades, desde adolescentes que comen brezeln o berliner hasta personas mayores con zapatillas de deporte y pantalones de chándal pasando por serios ejecutivos que toman el tren y no los taxis o coches oficiales. Y denso es también el olor de las estaciones y andenes y vagones, debido a la familiaridad con que comen los alemanes fuera de casa y el olor de su comida, tan especiada. Da la sensación de que no haya ningún alemán fuera del tren y que todos hagan visitas a familiares o trabajen o estudien en ciudades diferentes. Lo malo es que te abroncan si hablas por el teléfono en el vagón, no les gusta que interrumpas el sonido de los raíles. Es curioso, como anécdota, que he visto más trenes de alta velocidad con retraso que regionales, como si Deutsche Bahn quisiese atenuar las injusticias que sufre la plebe con un pequeño detalle de favoritismo o como si fuese consciente de que los trayectos en regionales son más relevantes para el engranaje germano.

Schweinsteiger es una Hauptbanhof.

Suena a insulto, pero Schweinsteiger es algo así como una Hauptbanhof, un conglomerado de hierro forjado en las canteras bávaras, donde no se aprender a gambetear, sino a atornillar, soldar y tomar consciencia de la industria de cadenas de montaje de logística casi mística. Schweinsteiger es como un nudo ferroviario en el que se concentra el germen del fútbol aleman actual, origen de todos los trenes con destino la portería rival. Una estación que reparte justicia con los viajeros, agilidad de transbordo e incansables labores de distribución. Cuando sus compañeros lo encuentran, sienten el alivio del viajero cuando divisa la alta bóveda de una Hauptbanhof, saben que estéticamente podría ser más estética y atractiva pero difícilmente más funcional y sosegante.

Esperemos que mañana todos los trenes lleguen con retraso.

La estabilidad del caos

El desequilibrio, por definición, es perfecto, estable hasta la desesperación. Pero bueno, eso ya lo estudiábamos en termodinámica, todo sistema tiende al caos. Parece muy poético, pero más bien es un desastre, y nunca mejor dicho.

La tendencia infinita al caos me recuerda a N. No era un habitante usual de este mundo, sino más bien un espectador, un supervisor. Intentaba controlar que todo a su alrededor fluyese del modo correcto. Era feliz cuando veía todos los elementos de los sistemas (léase individuos y sus circunstancias) de su alrededor en armonía, como un gran ecosistema bien engranado. Le desesperaba la incertidumbre. Para ella el mundo era un sistema en el que cada uno giraba de forma individual, a lo suyo, inconsciente de su posición global dentro del todo, pero ocupado de manterse en su órbita particular; y ella se consideraba la encargada de mantener ese frágil equilibrio, como si tuviese que mantener cientos de platos girando alrededor de largas varillas de madera y tuviese que correr de un lado a otro cuando cada plato perdía velocidad.

Ella era consciente de que el equilibrio era frágil, pero luchaba por mantenerlo, de ello dependía su satisfacción personal. Era sensata y sabía que hacía falta una gran concentración para que cada decisión fuese la correcta, desde dar un paso y no tropezarse con la acera hasta llamar a una amiga y no equivocarse en el nombre o pagar una copa y devolver bien el cambio. Sabía que era utópico mantener la estabilidad, pero su inconsciente luchaba por apresarla.

Un día conoció a un chico que la desoriento por completo, tanto que le repetía a menudo esos versos mágicos de Aute «no temas si me matas, que yo sólo entiendo tus labios como espadas.»

Entre Margarita y Sara

Encuentra las diferencias.

Recuerdo una genial cita de una peli menor de Woody, Recuerdos… «Nunca había sido capaz de enamorarme, no había encontrado a la mujer perfecta; siempre había algo malo. Y entonces conocí a Doris, una mujer maravillosa, con una gran personalidad. Pero por alguna razón, no me atraía sexualmente, no me preguntes por qué. Luego conocí a Rita, un animal, indecente, problemática. Me encantaba irme a la cama con ella, pero después siempre deseaba volver con Doris. Entonces, pensé, si pudiera poner el cerebro de Doris en el cuerpo de Rita sería maravilloso. Y pensé, ¿por qué no? Así que preparé la operación y todo fue perfectamente, cambié las personalidades e hice a Rita una mujer ardiente, dulce, sexy, maravillosa, madura… Y me enamoré de Doris.”

En realidad, este post no iba por esos derroteros, quizá una no sea tan lista, sino simplemente obstinada y trabajadora incansable, y la otra no sea tan insoportable ni problemática. Casualmente me he tropezado con ambas este finde. De Margarita Salas he leído una interesante entrevista (similar a esta) en la que se queja de que es anticonstitucional que la obligen a jubilarse; debió hacerlo hace dos años y sin embargo sigue al pie del cañón día tras día de forma loable. «Si me jubilo ahora, todos los avances que hemos realizado se quedarán huérfanos», afirma con un preclaro sentido de la justicia pero de forma tremendamente humilde. De hecho, en la entrevista parece casi lela de tan humilde e insiste en que de no haber sido por la ciencia no podría haber superado la muerte de su marido, también ciéntifico biomolecular. Y hablando de maridos y de justicia me acuerdo de Sara Carbonero. Qué injusto el trato de la prensa y con qué ensañamiento se ceban día tras día en ella como argumento feroz contra la selección española de fútbol. Qué sensacionalismo y, lo que es peor, qué seguimiento: la semana pasada tanto en El País como en El Mundo la noticia más leída estaba relacionada con ella, si no era por entrevistar al portero de la selección era por desestabilizar al equipo y provocar la derrota contra Suiza (sic). Me gustaría saber qué piensa ella y cómo mantiene la entereza; debe ser difícil que no te duelan las miradas ajenas, femeninas y masculinas, con esos ojos.

En fin, que debemos apoyar la investigación porque gracias a una patente de Margarita Salas la ciencia española ha generado más de 49 millones de euros y que no debemos pinchar en noticias web del Times acerca de Sara Carbonero.

No es el sabor de las cerezas

No era una de esas chicas que conoces un día en un garito de forma casual y entablas una conversación banal que se va enredando hasta que le terminas hablando de tu viaje a Boston con tu primo hermano y luego de tu verano de los 15 años cuando te escapaste de casa por una mezcla de discusión familiar y porque pensabas que encontrarías una quimera del oro personal y un destino que iba a ser la envidia de todos los lugareños pero que resultó un fracaso porque no tenías ni un duro y tuviste que atiborrarte de orgullo malherido y volver a casa con el rabo entre las piernas. Entonces, después de unas cuantas miradas mientras ella ya baila y bebe y charla con sus amigas te acercas a ella para despedirte y al ir a darle dos besos de encantado de conocerte y a ver si coincidimos por aquí algún otro día, te roba los labios y se los enreda con los suyos de una forma que al principio te sorprende porque tu inocencia no se lo esperaba y después te atrae por el sabor de esa saliva cálida libre de humos y finalmente te excita por el roce intencionado de su pecho en tu hombro mientras su lengua acaricia tus encías hasta que te susurra al oído un el placer es mío, y lo podría ser mucho más. No. Ella no era de esas.

Que se joda el espectador medio

The Wire: 10 dosis de la mejor serie de la televisión es el título de un libro publicado recientemente -mayo 2010- por Errata Naturae como homenaje a la mejor serie de la televisión de todos los tiempos [¿no?]. Incluye, como material interesante, una entrevista de Nick Hornby a David Simon, alma mater de la serie, y un relato inédito de George Pelecanos, escritor norteamericano y guionista de la serie. Además, se desgranan los entresijos de The Wire en siete capítulos escritos a modo de artículos de divulgación.

Supongo que no es necesario que reitere mi pasión por esta serie y que resultaría muy divertido y sencillo escribir otro de esos artículos de divulgación, pero sería imposible centrarse en un tema, en un personaje, en una escena o en un hilo argumental; habría demasiada tela que cortar.

Se trata de un libro interesante pero que no llega a ser imprescindible y que se torna por momentos excesivamente académico y gafapastoso, como si necesitásemos explicar y reflexionar con argumentos trascendentes acerca de una serie que se siente desde la espina dorsal.

Sin embargo, alguno de los comentarios de David Simon son realmente clarividentes: «la pauta que sigo para intentar ser verosímil es muy sencilla: el lector medio, que se joda. A lo largo de mi carrera como periodista, siempre me dijeron que tenía que escribir pensando en el lector medio. El lector medio, tal y como ellos lo entendía, era un suscriptor blanco, acomodado, con-dos-hijos-coma-y-algo y tres-coches-coma-y-algo, un perro y un gato, más lo consabidos aparejos de jardín; una persona ignorante que necesita que se lo expliquen todo, ya mismo. Así, tu exposición se convierte en un peso increíble, en un auténtico peñazo. Que le jodan. Que le jodan pero bien. Desde hace tiempo decidí escribir para gente que vive lo que cuentas, para gente de ese mismo mundo, del mundo marginado.»

El mundo va por un lado. Y la gente, por otro.

Poot, The Wire.

Moleskine

Un día me compré una libretita Moleskine. Por eso de ir anotando todo lo que se me ocurriese, como si las ideas que me asaltasen fuesen brillantes y supusiera una gran pérdida para la humanidad que no las materializase, ingenuo de mí. Eso fue hace algunos años y supongo que pensé en la libretita como el carné de acceso al club vip de la intelectualidad, un pacto tácito y ridículo. Sólo escribí en ella una vez y, cuando lo releí, vi que era una soberana estupidez, como casi todo lo que se escribe, sólo que algunas veces o no somos prudentes o somos vanidosos. Como ni tengo gafas de pasta, ni fumo con la muñeca doblada, ni anoto lo que escucho por si se ríen en el bar del pueblo al verme con una libreta, decidí regalar mi moleskine, no sin antes arrancar la página escrita, por supuesto.

Se la podía haber regalado a varias personas, pero ella fue la primera candidata con la que me tropecé, más casualidad que premeditación. No le hizo especial ilusión, no las conocía porque, aunque lectora y escritora, era pobre y en la universidad se gasta el dinero en vino y cine antes que en libretas. No sé para qué la usaré, dijo, pero intentaré tratarla con cariño por ser un regalo. Bueno, contesté, al menos como agenda te puede servir, es manejable. A cambio me regaló un casete. Lástima que yo ya tuviese ordenador y discman.

Ahora la he recibido por correos, ya la había olvidado, la libreta. Habían arrancado otras dos páginas. La siguiente estaba en blanco. En la siguiente había tres series de rayitas verticales alineadas; al principio de cada serie, dos letras: LC, VR y MR. LC tenía 12 rayitas, VR 22 y MR sólo 7. No sé qué significaba. El resto de páginas estaban en blanco, excepto la penúltima, que estaba acartonada, como si hubiese estado húmeda anteriormente, donde se leía:

Era como si me despreciasen por mi aspecto físico. Era como si pensaran: a este chico no le puede gustar una pobre desgraciada sin dientes. Como si los dientes tuvieran algo que ver con el amor.

El día que fue a comerse el mundo y masticó tierra

Cuando llegó a la parada de metro indicada, diez minutos antes de la hora a la que se habían citado, se dio cuenta de que la espera sería en balde. Era consciente de que ese tiempo sería basura, aunque, pensándolo bien, no sabía distinguir el tiempo basura del tiempo oro; todos los segundos son iguales y quizá el instante aparentemente más irrelevante te cambie la vida. Si acaso podría definir tiempo valioso como aquel del que dispuso Santiago Nasar por ser finito. Los demás creemos que el nuestro no es finito, y así vamos tirando.

Aún con todo, se sentó en un banco con vistas a la salida de la estación de metro. Por educación más que por convicción. No era necesario tener la frente demasiado ancha ni las sinapsis neuronales muy bien conectadas, más con menos y menos con más, para advertir sus deseos. Ella quería quererse, sencillamente sentirse bien como amante y amada en una curiosa simbiosis autosugestiva. Ansiaba convertirse en un ángel de Victoria’s Secret y en portada de las revistas que compran las chicas acomplejadas para hundirse más profundamente en las arenas movedizas de su nula autoestima.

Ella llegó, le dio dos besos y se sentó en el banco disimulando su fracaso, pensando que el populista lema puedes conseguirlo si lo deseas realmente sólo es cierto para los cínicos. Rompió el breve silencio informando que no la habían escogido como extra para un spot de Movistar.