EntE

Un día preguntó a su dios que por qué lo había dotado de tan estrecha inteligencia, que por qué la química de su genética lo engendró tan torpe, cerril incluso para jugar al parchís. Pero su dios no alegó los motivos, se mantuvo impasible. Él pensó que su dios era mudo. Poco después suplicó a su dios con todas sus fuerzas para que su padre se salvase de ese tumor maligno que acosaba su riñón, pero su dios no libró a su padre del fatal destino. Él pensó que su dios era sordo. En otra ocasión, poco después, imploró con lágrimas en los ojos el final de la guerrilla de bandas que asolaba el barrio y lo convertía en escenario de una dramática pesadilla. «¿Acaso no lo ves? ¿Por qué no das fin a la maldad imperante? ¿por qué no ayudas a las familias que aquí viven, víctimas de esta injusticia?». Pero su dios no resolvió la guerrilla y él pensó que su dios era ciego.

Llegó el día en que tomó un avión. Como todos bromeamos el primer día que ascendemos a los cielos (con motor), él también pensó que estaría más cerca de su dios. Al principio las turbulencias fueron incluso divertidas, pero en poco tiempo se convirtieron en terroríficas. No se veían las nubes, pero las corrientes de aire provocaban un inusitado bamboleo en el desplazamiento del avión. Él, temeroso, advirtió a su dios: «por favor, por favor, ayúdanos a llegar sanos a tierra, tenemos miedo de que el avión pueda tener un accidente, por favor, evítalo, dios mío».

Y el avión se precipitó hacia el vacío de un descenso imparable. Él pensó que su dios no tenía olfato para preveer las situaciones catastróficas. Durante la caída se dio cuenta de que, por tanto, su dios era sordo, mudo, ciego y falto de olfato. Un ente insensible (más bien insensorial) y ajeno a las desgracias de este mundo.

Cuando el avión estaba a punto de estrellarse contra el mar, él tuvo un último pensamiento. Se acordó de su dios. Siguió, a pesar de todo, teniéndolo presente.

Richmond Park, a place to walk

Hace un par de semanas, con motivo de una conferencia acerca de la vídeo-vigilancia, estuve en Londres. En realidad, no estuve en el Londres que todos conocemos con su Buckingham Palace, su Big Beng, su Tower Bridge o su Trafalgar Square, sino en uno de los distritos del Gran Londres, Kingston. Y allí es donde se encuentra el más asombroso parque que he visto, Richmond Park.

   

Richmond Park, con sus casi mil hectáreas de superficie, es el Royal Park más grande de los nueve londinenses y uno de los mayores parques urbanos del planeta. Pasear alrededor de Richmond Park es una experiencia prácticamente mística; no hay contaminación visual -a no ser que pases cerca del camino de coches- ni acústica y se puede observar el sosegado modo de vida de la fauna que allí habita, desde zorros y ardillas hasta ciervos y cisnes. El parque es visualmente inabarcable y en algunas de las zonas la frondosidad de los árboles es tal que uno se siente en el corazón de la naturaleza. En Richmond Park se respira paz y sosiego, es un buen lugar para sentarse a meditar o simplemente a disfrutar, a escuchar los silbidos de las aves o a observar el comportamiento de los ciervos. Una ardilla me sopló algo que no entendí muy bien de la rosa de los vientos humana, algo así como social, intelectual, emocional y espiritual, pero no capté bien, tendré que volver.

Qué injusta es la popularidad con Richmond Park en comparación con el archiconocido Hyde Park, tan sobrevalorado y abarrotado.

P.S. Una lástima que no llevase cámara de fotos, afortunadamente en flickr hay miles de fotos del parque. Gracias Elena.

Nutella Generation, capítulo 256

¡cómo se te ocurre matarte!¡no te parece una estupidez! Incluso aunque lo peor sea cierto, ¿qué pasa si no existe Dios y nosotros sólo vivimos una vez y se acabó? ¿No te interesa? ¿No te interesa esa experiencia? Entonces me dije: ¡qué diablos! No todo es malo. Y pensé para mis adentros: ¿por qué no dejo de destrozar mi vida buscando respuestas que jamás voy a encontrar y me dedico a disfrutarla mientras dure? Y después, después ¡quién sabe! Quiero decir: quizá existe algo, nadie lo sabe seguro. Ya sé que la palabra quizá es un perchero muy débil en el que colgar toda una vida, pero es lo único que tenemos [Woody Allen, Hannah y sus hermanas]

Que Mickey, el personaje de Woody, no fuese lo suficientemente valiente como para suicidarse a sangre fría y confirmase un vacuo optimismo no significa necesariamente que Diego tenga que comportarse igual. Por eso Diego, cuando tuvo oportunidad, selló las puertas y la ventana de su habitación y abrió el frasco de monóxido de carbono que de forma corrupta había sobornado a QuimiNet. Se tumbó en la cama y aspiró fuerte. Progresivamente el monóxido de carbono entró en sus pulmones, pasó a la sangre y se combinó con la hemoglobina, molécula encargada del transporte del oxígeno. Así, el nivel de oxígeno en sangre disminuyó hasta provocar la axfisia de Diego. Una muerte dulce, dicen.

Los demás pensaron que dulce había sido su vida, sobre todo el día que consiguió derrotar a Inglaterra haciendo trampas y convertido en un barrilete imparable, o la larga temporada que disfrutó en un balneario de Los Alpes junto a su último trofeo, una joven supermodelo de 22 años. Al tiempo, ella emigró a Cuenca, concretamente al Provencio, donde empeñaba el día ordeñando y paseando a un pequeño rebaño de merinas. Rumoreaban las marujas del lugar que hacía la noche, que si no una chica tan guapa no estaría por esas tierras perdidas; y ella sonreía a ese bulo frente al espejo de su habitación mientras se desabrochaba el sujetador sin relleno. Entonces pensaba que quizá en alguno de los infinitos mundos paralelos cuya existencia está demostrada pero no probada ella era una mujer de alterne.

P.S. La Nocilla está rica, Agustín Fernández Mallo, el hombre que se salió de la tarta, baila con sentimientos y pensamientos, ciencia y poesía, cultura pop y refinada. Muchos lo odian, y ese aspecto de intelectual da motivos para ello, pero se ha de reconocer su tino y originalidad. Cuando lo lees sientes cómo se agolpan todas las ideas y cómo, de forma inconsciente, van solidificándose hasta formar un ente íntegro. Hay miles de críticas a su trilogía, así que quién quiera, que busque…

Retazos de bar y Windows 7

mi_pueblo_bonito

Hola, soy Manuel y estoy en el psiquiátrico; los médicos no me dejan salir, así que hoy no voy a ir a tomar botellines, ellos me darán la medicación y a dormir. Con tus nuevas vertederas tu tractor de cien caballos no se va a escapar, amos, seguro, yo creo que con un apero de cinco ya habrías tenido suficiente. Él es de esos que se levantan a las seis de la mañana, preparan el hato y se van a labrar hasta el anochecer, solos y sin ningún entretenimiento, sólo ir y venir en línea recta. Pufff, es que yo ya he viajado mucho, he estado en tantos sitios y países que ni me acuerdo, por eso ya no me apetece nada más que estar con mis perretes y pasear por el campo. No te preocupes, si a estas carreras vienen muchos hombres de cuarenta años que tienen en la bici la excusa perfecta para librarse de su mujer los domingos por la mañana, como mi compañero de trabajo que va a la oficina 12-14 horas diarias para «a ver si cuando llegue mi mujer está ya acostá». Él es un adán, no vale pa ná, es ceporro pa las labores manuales y pal campo tampoco sirve, no va a ir a ningún lao ya. Cómo funde el dinero esta gente, no sé cómo se las apañan, pero él no tiene muchos vicios y nunca tienen ni un duro, mira, su mujer lo ha tenido toda la semana sin almorzar y sin tabaco, lo lleva más recto que una vela. No, a la máquina no le eches esta noche, que ha venido Cuchi y se ha llevao un premio gordo, así que ahora está fría y no va a dar ni una perra. Venga, que os invito a comer con los 50 euros que me gané el sábado pasado instalando el Windows 7.

Culpable o responsable

– No, no eres culpable. Eres responsable. La culpabilidad se admite, y agachas la cabeza esperando la reprimenda, el castigo. Pero la responsabilidad se reconoce y se da un paso al frente. Son dos actitudes muy diferentes; hay que ser responsable, no culpable. Es por eso que estoy hoy aquí. Porque si te gusta la bebida, debes controlarte, eso es ser responsable; si no lo haces, serás culpable de tus actos ebrios. ¿Sabes por dónde voy?

– Sí, sí, claro que lo sé, por eso no me justifico con litros de alcohol. Pero no separes de forma tan tajante ambos conceptos: yo fui irresponsable y por eso soy culpable. Asumiré la responsabilidad de mis actos, incluso aunque ambos sepamos que el infractor fue mi otro yo.

– No escurras el bulto.

– No lo hago, sólo digo la verdad. Que yo no seré la Santísima Trinidad, pero no soy uno solo, también soy el que trabaja con ahínco de 9 a 7, el que mata con frialdad los domingos por el campo, el que cuando va al bar lo cierra. Sinceramente te digo que lo siento, ya no puedo hacer nada por evitarlo, asumo mi culpa.

– Así no se hacen las cosas. No está bien que vayas a mi casa, a mi familia, cuando yo estoy fuera por trabajo. ¿Qué gano ahora castigándote? No aliviaría mi pena ahora que ya no estoy tan caliente como cuando me enteré. La venganza, dicen, es un plato que se sirve frío. No me gusta esa expresión, no me gustan las venganzas y entre adultos los castigos no enseñan nada.

Y él, culpable de violación, sintió cómo cada vez le pesaba más la culpabilidad, cómo hubiese preferido una condena antes que un sermón tan frío; de este modo le dolería cada vez más la conciencia y no conseguiría desprenderse de ese incómodo sentimiento. Si bien él nunca había sido muy «ético y moral», también es verdad que en la negrura de sus ideas brillaban atisbos de arrepentimiento.

The Wire, bajo escucha

Queda fuera de duda el auge de las series de televisión en los últimos tiempos. Con Lost, 24, Heroes y similares son muchos los que dejan de lado el cine para acercarse a un género atractivo, entretenido e intrigante. Crecen como la espuma los críticos que afirman que tal o cual serie está un peldaño por encima que cualquier película actual. Y, sobre todo, la rentabilidad de las series de televisión está asegurada a través de contratos publicitarios y venta en DVD; sin embargo, una película puede considerarse más un cara o cruz.

En realidad, yo no me he acercado a esa larga lista de series de televisión de éxito salvo para pasar buenos ratos con comedias como The Office -serie que más que comedia podría ser calificada como el drama de la vergüenza ajena-, How I met your mother -o como repetir Friends unos años después- y The Big Bang Theory -hilarante y fresca convivencia de jóvenes científicos físicos.

Sin embargo, y de casualidad, me tropecé con The Wire.

The Wire es otra historia. Producida por la HBO, como Los Soprano y A dos metros bajo tierra, describe los entresijos del narcotráfico en la ciudad norteamericana de Baltimore. A través de un extenso reparto que incluye policías, detectives, políticos, periodistas, abogados, jueces, traficantes, psicópatas, drogadictos, etc… dibuja el fresco de la corrupción asociada al mundo de las drogas. En The Wire no se intenta ensalzar a los buenos como tampoco se juzga a los malos; simple y llanamente porque ni unos ni otros tienen papeles perfectos. Cada personaje, y es ahí donde radica su fortaleza, tiene sus virtudes y sus defectos; podemos sentir empatía por uno de ellos y al poco tiempo vislumbrar sus sombras como también podemos prejuzgar de forma negativa a un narco poco antes de detectar su humanidad. Los personajes son humanos, muy lejos de los intérpretes mitológicos de otras películas, y por eso yerran a menudo, se alegran con sus éxitos y sufren sus fracasos.

Cada temporada es una historia concreta, un caso a resolver. Sin embargo, cada capítulo tiene entidad por sí mismo y, cuando aparecen los créditos, a uno le queda una extraña sensación de vacío en el estómago, no en la cabeza. Como el vértigo de intuir que lo se cuenta es real, tan crudo, tan triste. Además, la serie está cargada de escenas memorables; sin ir más lejos, en el primer capítulo se observa una de las secuencias más realistas jamás filmada de dos yonquis recién alimentados.

Véanla.

La mujer y el Niágara

– ¿Has visto El Padrino? Supongo que sí, pero quién sabe, todavía queda gente que se resiste, allá ellos. Pues el otro día estuve revisitándola, que hacía como dos años que no la veía. La primera vez que la vi me pareció magistral, qué pureza, qué ambientación, qué elegancia; todas y cada una de las escenas están llenas de significado y son chocantes, imprevisibles y exquisitamente cuidadas. Cada reproche y cada disparo son de una perfección tal que casi corren el riesgo de perder su dramatismo, como si a uno no le importase morir de una forma tan límpia.

– Sí, la verdad es que tienes razón, pero no me gustaría morir acribillado.

– Bueno, pues el caso es que esta vez he visto la peli de una forma diferente, intentando observar, no el comportamiento concreto de cada personaje, sino los motivos vitales de cada uno; centrándome en los proyectos de vida de cada personaje, vamos. Y, la verdad, me ha llamado la atención constatar que El Padrino es una película de mujeres. Vale, puede parecer mentira, porque casi todos los intérpretes son masculinos: Don Vito, Michael, Luca Brasi, Fredo, Tom Hagen, Tattaglia, Clemenza, etc. Sin embargo, sus actos están encaminados a la mujer. La esposa de Don Vito es más importante y respetable que él mismo; por mucha solemnidad que Marlon Brando diese a su personaje, Carmella era la mamma, la directriz, la piedra fundamental de la familia. Y la familia, para todos, era algo más trascendente que ellos mismos: porque un hombre que no vive con su familia no puede ser un hombre, que decía Don Vito. Y luego repite: nunca te pongas del lado de nadie que vaya contra la familia. Sin el mástil femenino, la lucha y las venganzas pierden todo el norte porque, al fin y al cabo, cada acción es una subordinación a la mujer. Y un ensalzamiento, claro. Me parece maravilloso, ¿eh?

– Sí, no me había fijado, la verdad, luego comprobaré si es cierto. Me recuerda a Sándor Márai, que en uno de sus libros escribió una frase que me pareció tremendamente significativa: a veces ella, cuando tenía miedo, decía descarada y desafiante: sólo soy una mujer… Como si uno dijera: sólo soy el Niágara.