Veredicto del Concurso de Camisetas…

Tras las votaciones recogidas de los participantes en el Concurso de Diseño de Camisetas para conmemorar el Milésimo Cumpledías de este rincón, se obtienen los siguientes resultados:

Modelo 7 -> 28 puntos
Modelo 17 -> 25 puntos
Modelo 19 -> 21 puntos
Modelo 18 -> 16 puntos
Modelo 3 -> 16 puntos

Además, recopilando opiniones a través del blog y de facebook de gente que no ha participado, algunos modelos suman puntos adicionales:

Modelo 17 -> 4 votos
Modelo 15 -> 3 votos
Modelo 18 -> 3 votos
Modelo 19 -> 3 votos
Modelo 7 -> 1 voto
Modelo 20 -> 1 voto
Modelo 16 -> 1 voto

No obstante, si algunos diseños repetidos se hubiesen fusionado para evitar la dispersión de los votos a su favor, entonces los resultados serían:

Modelo 18-19 -> 37 puntos
Modelo 7 -> 28 puntos
Modelo 17 -> 25 puntos
Modelo 1-2-3 -> 24 puntos

Por tanto, el Jurado ha decidido declarar ganadores del concurso a los tres diseños que más puntuación han recibido:


Diseño 17 :: unascosasyotras.blogsome.com
Diseño 7 :: anónimo
Diseño 18 :: eltercero.net

P.S. Dado que hay tres ganadores, la camiseta final que se imprimirá se generará como combinación de los tres modelos (o de al menos dos de ellos). Cualquiera de los participantes puede ahora sumarse al proceso de generación de la camiseta final si se pone en contacto por correo electrónico para solicitar los archivos fuente.

Una docena de libros

Creo que por primera vez vamos a hacer una lista por aquí. Una lista con la docena de libros que más me han impactado o más me alegro de haber leído o, mejor, los doce libros que con más cariño guarda mi memoria a día de hoy (seguro que mañana ha cambiado alguno). En muchas ocasiones se nos pregunta por alguna recomendación y uno siempre se queda en blanco, sin saber qué proponer, escarbando en la memoria en busca de esa novela infalible. Espero que esta lista sirva al menos para tener en mente esta docena de maravillas. Allá vamos…

Just a little rest
Libros y lugar para leerlos (febrero 2010).

12. Mortal y rosa. Paco Umbral.

Umbral en su máximo esplendor lírico y en su momento más jodido, la muerte de su hijo: «Tengo miedo, ahora, de tocar el desorden frágil y abandonado de tus juegos, hijo, porque no se me desmorone el alma y por no rectificar el azar sagrado de tu vida.» Un monólogo interior delicioso y poético acerca de toda una vida pero que, sin embargo, suele acabar hastiando a muchos lectores por su barroquismo.

Antes, cuando era un escritor joven y responsable, quería describir minuciosamente las situaciones, los lugares. Luego comprende uno que basta con dar un olor o un color. Al lector le basta. Al lector le sirve todo esto mucho más. Dice Baroja de una calle que era larga y olía a pan. Ya está. Un largo olor a pan. Para qué más. El arte descriptivo, minucioso, es pueril y pesado. El arte expresivo, expresionista, aísla rasgos y gana, no sólo en economía, sino en eficacia, porque arte es reducir las cosas a uno solo de sus rasgos, enriquecer el mundo empobreciéndole, quitarle precisión para otorgarle sugerencia.

11. El libro del desasosiego. Fernando Pessoa.

Se vende como la autobiografía de Bernardo Soares, alter ego de Pessoa, y se puede resumir como la visión del mundo del escritor portugués a través de un compendio de fragmentos, ideas, reflexiones filosóficas y anécdotas. Un libro con ideas brillantes acerca de la vida desde un punto de vista entroncado con el existencialismo más puro y deprimentemente pesimista. Si al terminar el libro eres capaz de amar este mundo y la sociedad que lo habita, entonces eres sobrehumano.

Con pequeños malentendidos con la realidad construimos las creencias y las esperanzas, y vivimos de las certezas a las que llamamos panes, como los niños pobres que juegan a ser felices.

10. Los tres mosqueteros. Alexandre Dumas.

Una novela de aventuras en toda regla, perfecta desde la concepción hasta el engranaje psíquico que mueve a cada uno de los personajes en busca de sus metas vitales. Es imposible olvidar al bruto Porthos, al delicado Aramis, al sensato Athos o al célebre D’Artagnan. Y mucho menos al cardenal Richelieu. Desde 1844 no se ha inventado otra forma mejor de divertirse.

Aún eres joven -le dijo Athos- y tus amargos momentos tienen tiempo para convertirse en dulces recuerdos.

09. Bajo las ruedas. Hermann Hesse.

Una novela que repasa la vida de un estudiante ejemplar y cuidadosamente educado. Una devastadora crítica hacia el sistema educativo y su forma de enfocar el desarrollo de una persona, vista como el sumatorio de los conocimientos adquiridos pero aislada de cualquier capacidad moral o crítica. Todavía resuenan en mi conciencia esas palabras del profesor al alumno: «esfuérzate, muchacho, si no se acaba bajo las ruedas.»

El profesor. Su deber y la misión encomendada a él por el Estado son domar y segar en el joven los toscos apetitos y las fuerzas de la naturaleza, y plantar en su lugar ideales comedidos, tranquilos y reconocidos por el Estado.

08. Cien años de soledad. Gabriel García Márquez.

El mejor exponente del realismo mágico, una historia en la que se entremezclan las vivencias de varias generaciones de habitantes de Macondo, esa ciudad ya en el imaginario colectivo, donde un personaje puede vivir cientos de años y un protagonista morir atado a un árbol como si fuese un perro en la más absoluta soledad. Combina la reflexión con una prosa de agilidad pasmosa.

Terminó por recomendarles que se cagaran en Horacio, y que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.

07. La madre. Maximo Gorki.

Novela que narra la lucha de una madre en favor del socialismo ruso de principios del s. XX y en la que el hijo de dicha mujer se convierte en uno de los principales arietes revolucionarios de su ciudad. Este libro hace apología de un socialismo puro y utópico y resulta fundamental para entender los entresijos de las revoluciones comunistas, sus motivos y sus aspiraciones. Esta novela ha sido explotada hasta la extenuación, pero todavía conserva una lectura fresca y probablemente necesaria.

¿Hay en el mundo algún alma que no haya sido ofendida? A mí me han ultrajado tanto que estoy cansado de ofenderme. ¿Qué vas a hacer si la gente no puede proceder de otro modo? Las ofensas entorpecen el trabajo; si se detiene uno ante ellas, se pierde el tiempo en balde. ¡Así es la vida! Yo, antes, a veces me enfadaba con la gente, pero lo pensé mejor y vi que no valía la pena. Cada cual teme el golpe del vecino y trata de alumbrar la bofetada del primero. ¡La vida es así madrecita mía!

06. El extranjero. Albert Camus.

Dice tanto en tan poco. Una novelita de esas que tienen pocas páginas pero pesan como losas. El protagonista se siente al margen del mundo, de la vida, todo le parece absurdo y se siente un «extranjero» en su vida cotidiana. ¿Cómo afronta la vida alguien para quién todo es indiferente? Existencialismo crudo, crudo.

Hoy ha muerto mamá, o quizá ayer. No lo sé.

05. Crimen y castigo. Fiodor Dostoievski.

¿Quién no conoce la historia de Rodión Romanovich Raskolnikov? Ese joven estudiante ruso que comete un crimen y se debate a lo largo y lo ancho de la obra acerca de las consecuencias éticas y morales de su homicidio. Mata a una usurera, lo que irónicamente podría plantearse como una lectura muy de moda en esta crisis en la que tantos querrían matar a su banquero. Esta novela clásica del s.XIX tiene uno de los finales mejor narrados de la historia de la literatura.

Tiene tres opciones: el suicidio, el manicomio o sumirse finalmente en la depravación que enturbia la mente y petrifica el corazón.

04. El último encuentro. Sándor Márai.

Novela insignia del escritor húngaro Sándor Márai en la que dos abueletes que habían sido amigos íntimos se reencuentran después de muchos años y pasan una larga velada, desnuda y emotiva, repasando los entresijos de su vida. Difícilmente se puede reflexionar con más lucidez y sencillez acerca de grandes tópicos como la muerte y el amor. Una meditación que emociona, aunque mucha gente dice que se debe leer en la madurez.

La pasión no conoce el lenguaje de la razón, ni sus argumentos. Para una pasión, es completamente diferente lo que reciba de la otra persona: quiere mostrarse por completo, quiere hacer valer su voluntad, incluso aunque no reciba a cambio más que sentimientos tiernos, buenos modales, amistad y paciencia. Todas las grandes pasiones son desesperadas: no tienen ninguna esperanza, porque en ese caso no serían pasiones, sino acuerdos, negocios razonables, comercio de insignificancias.

03. Ciudadela. Antoine Sáint-Exúpery.

Un mastodonte. Un libro en el que el autor de El Principito puso toda la carne en el asador para cocinar una visión de la vida, de la organización social, del sacrificio y de cualquier asunto terrenal y divino. No fui capaz de leer más de 8-10 páginas por hora porque cada párrafo contenía más sabor que muchos libros completos. Cambia tu visión del mundo, pero a cambio te pide un esfuerzo sobresaliente.

Porque me había nutrido para vivir, había vivido para conquistar, y había conquistado para retornar y meditar y sentir mi corazón más vasto en el reposo de mi silencio.

02. Los detectives salvajes. Roberto Bolaño.

Roberto Bolaño es un mundo. Un escritor con una prosa ágil y poética que va dejando un reguero de migas de sabiduría como quién monda pipas, y ahí radica su mérito, en no dárselas de fanfarrón, sino en contar historias con una sencillez que sugiere más que muestra. En concreto, esta novela narra las aventuras de un grupo de jóvenes poetas lationamericanos y la búsqueda de una pionera poetisa revolucionaria. Magistralmente original en su concepción y en su prosa.

Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear.

01. Rayuela. Julio Cortázar.

El grandote argentino traza una novela experimental abrumadora y con una lírica deliciosa que cambia la idea que uno tiene de la literatura. A las doce páginas ya sabes que nunca habías leído un libro con esa carga poética y luego te das cuenta de que en Rayuela caben muchos registros y muchas reflexiones. Cada sorbo es un placer.

¿Qué punto de comparación tenés para creer que nos ha ido bien? ¿Por qué hemos tenido que inventar el Edén, vivir sumidos en la nostalgia del paraíso perdido, fabricar utopías, proponernos un futuro? Si una lombriz pudiera pensar, pensaría que no le ha ido tan mal.

P.S. Y ahora supongo que es el turno de que los lectores añadan su propia docena de libros.

O un Bloody Mary y un Dry Martini

No siempre ganas
Tarde primaveral en las Tablas de Daimiel (mayo 2010).

Si Dios me pide un Bloody Mary y vamos a estar un rato juntos, lo más probable es que le diga que creo que se ha equivocado, que yo prefiero tomar cualquier otra cosa, aunque no sé qué tal le sentará el reproche. A fin de cuentas un descuido lo tiene cualquiera.

Y si después charlamos juntos, le confesaré que me fascina cómo creó el mundo, esa asombrosa perfección en los asuntos de la naturaleza: todo eso del 1,618, la sincronía en el movimiento de los planetas giro tras giro (rotamos a más de 1500 Km/h y ni nos damos cuenta), la complejidad y especialización de todos los elementos de algo tan diminuto como una célula (sigo sin entender que ahí quepan ¡dos metros! de información genética), la magia de que a partir de un espermatozoide y un óvulo se generen diferentes tejidos y órganos y luego sentimientos y pensamientos, las alas para volar que puso a las palomas, las flores que se reproducen sin hacer nada.

Luego espero que me permita preguntarle con qué elemento inventó el sacrificio, porque no concibo a una persona compitiendo en un iron man (ale, a nadar 4 Km., otros 180 Km. en bici y a correr 42 Km.) con su hijo discapacitado a cuestas. Por qué algunos valientes o inconscientes o iluminados invierten su vida en los más miserables y sacrifican hasta la última gota de su sudor y de su sangre y otros simplemente se preocupan de generar dinero y no quedarse solos una noche a los setenta. Y encima sospecho la paradoja de que los primeros se sienten más identificados con versos como: «tengo tanta hambre de vida / que me la como a dentelladas / y sin descongelar / lo suficiente.»

Y luego espero que me permita preguntarle de qué material fabricó el olvido. Por qué mi ordenador siempre recuerda lo que le dije y, sin embargo, mi memoria es tan frágil. Dicen que Kant tenía una nota sobre su mesita que leía todos los días y en la que había escrito «Debo olvidar a Lampe.»

Y al final, antes de que se vaya, espero atreverme a preguntarle si sería tan amable de cederme tus planos. Para replicarte.

Si la bicicleta no rula

proceso: impacto
Proceso: impacto (febrero 2009, de la amiga quincamp).

Cuando uno está al borde de un precipicio y tiene que saltar, da igual si se trata de un suicidio o de un deporte de aventuras como el puenting o el descenso de cañones, sólo tiene que pensar en flexionar las piernas e impulsarse. Sólo saltar, así de fácil, un movimiento de extrema sencillez y bien conocido. Luego uno cae solo, primero por esa ley de Newton de acción y reacción y después por la atracción de la gravedad. Qué sencillo, ¿no?

Pero luego sucede que uno se queda paralizado durante siglos, como si la Medusa lo hubiese mirado fijamente a los ojos. En ese momento sus impulsos nerviosos no alumbrarían ni una celda de una colmena, estático su cuerpo y su cerebro. Como si el cerebro fuese una bicicleta que quisiese pensar, rodar, y le hubiesen cruzado un palo entre los radios de las ruedas.

Y entonces ya no se trata de un trivial movimiento de flexión y extensión del tren inferior, sino de quebrar el maldito palote cruzado entre los radios de nuestro cerebro. Sería más sensato darse la vuelta y no saltar. Mirar abajo y darse la vuelta. Darse la vuelta y regresar a casa, bien con vida, bien con adrenalina. Saltar es más fácil que ir a la guerra pero más difícil que dejar de fumar.

Nadie al volante del mundo

«Para creer en la sostenibilidad de un mundo de crecimiento infinito tienes que ser tonto o economista.»

Hace un rato, en La 2 han televisado el documental «Comprar, tirar, comprar» acerca de la historia de la obsolescencia programada. ¿Qué es eso? El mecanismo mediante el cual los objetos que usamos vienen con una caducidad programada de fábrica para que no duren demasiado y tengamos que reemplazarlos y, por tanto, consumir, consumir, consumir. Entre los ejemplos propuestos, se analiza una impresora que incorpora un chip que la paraliza si llega un número determinado de impresiones (y no por falta de tinta) y el negocio de las bombillas, que podrían durar más de cien años pero que se venden con una vida útil de 1.000 horas para que tengamos que ir a comprar otras nuevas.

Todo esto ya lo explicó Kerouac en On the road: «Pueden fabricar ropa que dure para siempre. Pero prefieren hacer productos baratos y así todo el mundo tiene que seguir trabajando y fichando y organizándose en siniestros sindicatos y andar dando tumbos mientras las grandes tajadas se las llevan en Washington y Moscú.» Lo malo es que esta vorágine de reemplazo ocasiona monumentales montañas de residuos (¿cuántos teléfonos móviles se compran cada año?) que suelen acabar en países marginales e indefensos.

Es muy representativo el ejemplo ilustrativo que comenta el documental: el mundo actual (y su economía, y su consumismo, y su libre mercado) es un coche a toda velocidad incontrolable que cada vez va más y más y más deprisa. Pero es inviable (o insostenible, como se dice ahora) el eterno crecimiento, es decir, la aceleración progresiva del coche/mundo es vertiginosa y en cualquier momento podemos abrirnos la cabeza contra un muro o caer por un precipicio (¿verdad Irlanda, Grecia, Portugal?).

Como alternativa, se propone el decrecimiento, tan de moda hoy en día, que promulga un estilo de vida de equilibrio entre la naturaleza (y sus recursos) y el hombre (y sus necesidades como ser social). Merece la pena acercarse a esta corriente e informarse, por las ideas que promueve y el trasfondo al que aspira: personas más felices con menos. ¿Es eso posible?

¿Qué si es posible? Apostaría que para una gran parte de la población no es posible ser más feliz con menos bienes materiales, suena demasiado romántico. Y como ya decía Gandhi, «el mundo es lo suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos pero demasiado pequeño para saciar la avaricia de unos pocos.» ¿Dónde nos conducirá este ritmo desenfrenado y sin nadie al volante?

Quizá haya que empezar de cero e intentar corregir los errores que arrastramos como si tuviésemos que repetir una asignatura.

Hangover, Gameover

No es dolor de cabeza, ni vértigos, ni la lengua áspera, ni un cerebro que recibe estímulos más lentos y genera respuestas con impulsos nerviosos a la velocidad del caracol, ni un pesado estómago dilatado y vacío de forma simultánea. No. Es como si sobre las estanterías del cerebro hubiese vasos de plexiglás a rebosar de hielos y líquidos, y se tambaleasen de forma temeraria sobre el lomo de los libros que leímos y que guardamos en las estanterías. En algunas ocasiones los temblores derraman parte del contenido de los tubos, y empapan los libros, y las páginas damnificadas se convierten en papel mojado de nuestra memoria y nuestras experiencias. Es como si las palabras de esos libros se emborronasen y perdiesen su significado o lo adaptasen a una nueva perspectiva. Una perspectiva más limpia o más clarividente o más deprimente o más confusa, siempre en función de la bebida derramada. Y así te bailan las ideas, las opiniones preconcebidas, el orden de las ilusiones. Donde pensabas que una decisión era peligrosa te das cuenta de que es una esperanzadora oportunidad.

O al revés, la naturaleza no pregunta ni reflexiona, solo fluye. Como fluyen nuestras opiniones, necio el que solidifica su personalidad, opinión y valores. Porque sucede que donde una chica piensa ¡qué imbécil es este tío! ahora piensa ¡ay, qué tonto es!, dos expresiones tan similares y que sin embargo denotan dos opiniones completamente diferentes, el primero está sentenciado, el segundo la tiene en el bote. O un día te levantas con la esperanza de que Kim Jong II haya arrasado con todo el planeta y queden sólo parpadeos terminales de la vida humana, mientras que la noche anterior disfrutabas de los placeres que te regalaba ese preciso planeta y cantabas sus alegrías. Es la incertidumbre a la que nos aboca nuestra condición y que debiera hacernos exprimir con actitud receptiva cualquier leve destello de energía y que debiera hacernos evitar que cuando llegue el gameover aún queden esencias por saborear.

1 entre 85.000

Esta noche la luna es especialmente atractiva, tan redonda y rodeada de esa neblina cambiante de comienzo de película de terror. Sobre todo si la miras a través de las ramas desnudas de un árbol caduco y de fondo suena música de Wagner. Lástima que ni siquiera la pueda fotografiar. La luna siempre ha gustado, yo creo que porque está con nosotros en la noche, que es cuando las cosas buenas son menos buenas y las malas son peores. O será porque disimula los defectos y nos permite vender nuestra alma al diablo a precio de saldo. Y justo la noche más larga del año, tantas horas como reina durante lo que llaman solsticio, que a mí me recuerda a estulticia. Y justo la noche con más ilusión, cuando se espera que al día siguiente la vida dé un vuelvo con ese pequeño papelito que tiene una entre 85.000 posibilidades de salir del bombo, lo que si no me fallan las cuentas equivale a que mezcles una baraja de cartas y se queden los cuatro ases arriba. Qué maravillosa es la naturaleza humana, capaz de colgar toda una vida sobre un perchero tan débil, como diría Woody. Lo bueno de las probabilidades es que nunca fallan, las adoro, porque hasta la más mínima puede decir que ahí está y no se va a rendir. Lo malo es cuando a la hora de comer ya todo sea papel mojado y entonces nuestra compañera nos tenga que decir apenada «yo quiero evitar que te hundas, pero llevas unas pesadas botas de plomo.» Quizá sea más fácil quitarse las botas que poner una vela al décimo.

Look left on the road

Look Left or Follow the Arrow
Look left or follow the arrow, Dublín (diciembre 2010).

Sí, aquel inolvidable On the road, esa novela vital de Jack Kerouac sobre la que no merece la pena hablar, simplemente leer y descubrir. Como Bolaño o Saint-Exupery, se te quedan ahí, reposando años después en algún sitio de ti mismo. No sabes dónde ni qué dejaron, pero están. Como esa pregunta de Kerouac a una camarera en el camino «¿que qué le pido a la vida? No lo sé, sólo atender las mesas e ir tirando.» Así, tan desolador, o no, como si se hubiese desprovisto de cualquier atisbo de futuro, o no quisiese buscar otro más estimulante, simplemente follow the arrow. Una camarera con un sentido común tan rotundo como la María Teresa Solsona de Los Detectives Salvajes, también camarera y culturista por afición. Una mujer que había acotado sus perspectivas para ceñirse a un estrecho marco vital en el que había metido todo lo que le incumbía con un pragmatismo abrumador. Como si fuese fácil desprenderse de las cosas que menos nos importan, como si los pequeños detalles se pudiesen obviar. Ambas sabían que había un mañana y no iba a ser ni mejor ni peor que ese hoy. Y luego estaban los desorientados, los Kerouac, los Arturo Belano, «yo no tenía nada que ofrecer a nadie, excepto mi propia confusión.». Los que leen ese Look left y se lanzan a contracorriente pensando que no hay mañana y luego se dan cuenta de que lo que no hay es un hoy. Tan desnudos e indefensos que el tráfico les viene de cara y encima no tienen las instrucciones del juego. Al final no les queda más remedio que aceptar el ir tirando.