Campo de girasoles uniformados (agosto 2010).
La Agrado de Todo sobre mi madre decía que uno es más auténtico cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí mismo. Lo malo es cuando el reflejo de los sueños viene en blanco. Cuando uno no ha perfilado una imagen futura de su yo porque va mirando el suelo preocupado por el presente y está más atento a no tropezarse con la piedra que está a un metro que en mirar la cima tan lejana y quién sabe si inalcanzable. Algunos simplemente improvisan una vida, como proponiendo una supervivencia y posponiendo un sentido global. Salen a la calle y pasean sin rumbo, despreocupados de luchar por parecerse a sus sueños, a una hoja en blanco. Aunque algunas hojas en blanco son como el dibujo de Léolo, o sea un conejo blanco en mitad de un campo nevado.
El reflejo de lo que otros han soñado de sí mismo es un cuerpo perfecto, un chalet a las afueras, una lucha sin cuartel contra las injusticias de este mundo, un hito científico inigualable, el gol de todos los tiempos, una carrera profesional sin el más nimio tachón, una oración infinita, un placer desenfrenado y nihilista. Da igual. Relevante se torna el encontrar los hilos de los sueños que nos deben guiar, y así parece que nos podemos olvidar de tomar nuestras decisiones, simplemente títeres de los hilos de nuestros sueños. Y cuidado que no te corten los hilos y se te caigan las manos y las piernas y ya no puedas ni bailar ni saltar ni rezar ni follar ni comer cacahuetes. Al final te quedas como un girasol con un mecánico movimiento diario. Como un triste girasol nocturno.