Siempre he sido un absoluto ignorante del mundo de los cómics; en todo caso leía tebeos en mi infancia: Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, Super López. Sin embargo, la casualidad hizo que hace unos años tropezase con un apasionado de esos mundos gráficos de superhéroes. Fue él quien me introdujo, a mi pesar, en este mundillo. Al principio me embaucó con series como El Predicador, la historia hiperviolenta de un reverendo americano en su búsqueda de Dios (sic), o Y, el último hombre, las aventuras del único ser vivo de sexo masculino que sobrevive a una epidemia mundial (imagínense qué miedo). Después llegaron las novelas gráficas, como V de Vendetta, la rebelión de un misterioso y refinado individuo contra un Estado totalitario del que pretende vengarse por ciertos asuntos; Maus, que narra las penurias de un superviviente en Auschwitz desde el punto de vista de su hijo de forma conmovedora y terriblemente triste (lean Maus!); o El regreso del Señor Oscuro, la historia de la decadencia de un Batman cincuentón criticado por los medios de comunicación por sembrar la discordia en Gotham. Después llegó Watchmen.
Watchmen es una novela gráfica con guión de Alan Moore y dibujo de Dave Gibbons que supone una de las obras cumbre del cómic. En la novela se intenta vislumbrar cómo sería el mundo si en él habitasen superhéroes… y tuviesen que seguir pautas de comportamiento humanas. Los superhéroes que aparecen (Rorschach, Búho Nocturno, Dr. Manhattan,…) se presentan humanizados, con sus conflictos morales y sus problemas personales. Y todo, en el escenario del albor de una guerra nuclear entre Rusia y Estados Unidos.
Watchmen, en contra de la naturaleza habitual del cómic, destinado a un lector juvenil y orientado a la narración de grandes epopeyas de superhéroes invencibles, rompe con los tópicos y se presenta como una novela gráfica inteligente y con sólidos pilares argumentales. Desde mi punto de vista, su gran virtud reside en su realismo psicológico, es decir, en la coherencia del comportamiento moral de los personajes en función de su forma de ser. En concreto, las personalidades de dos de los protagonistas, Rorschach y el Dr. Manhattan, constituyen dos grandes aciertos de Alan Moore.
Rorschach: «Cuando se ha visto el interior oscuro del mundo no se le puede dar la espalda ni fingir que no existe».
Rorschach es ¿un superhéroe? ¿un humano?. Es un personaje de escasa moral sin ningún tipo de poderes sobrenaturales que colabora con el resto de superhéroes en la defensa de los intereses ciudadanos. La conducta de Rorschach se puede asemejar a la de un psicópata sin escrúpulos, y en algunos pasajes de la novela se vislumbra el por qué de su dura coraza sentimental. En su infancia, la madre de Rorschach trabajaba como prostituta e incluso maldecía a su hijo diciéndole «tenía que haberles hecho caso, debería haber abortado» (dulce piropo). Es frío, solitario y actúa al margen de la ley. Se siente humillado cuando un psicólogo le insta a confiar en la bondad innata del hombre, ¡a él le vienen con pamplinas, que ha tenido que sobrevivir entre mierda tanto tiempo! Precisamente la convivencia con los elementos más sórdidos de la sociedad han forjado su personalidad.
Dr. Manhattan: «No puedo cambiar el futuro, para mí ya está ocurriendo».
El Dr. Manhattan es el auténtico superhéroe de la novela. Pero héroe por una casualidad fatal: los avances en física nuclear en plena Guerra Fría desembocan en un experimento que accidentamente convierte a un joven humano llamado Jon Osterman en un superhéroe al margen de las leyes de la física. Jon, a raíz del accidente, toma un aspecto azulado y es capaz de teletransportarse o ver el futuro, entre otros cientos de privilegios: es como Dios. Se convierte en el arma invencible del Gobierno americano para atemorizar a los rusos ante una eventual guerra nuclear. Sin embargo, Jon pierde algo con el cambio de humano a superhéroe: los sentimientos. El Dr. Manhattan no ve personas ni objetos, sino estructuras moleculares de mayor o menor armonía; no siente el paso lineal del tiempo, sino que lo percibe en todas su dimensión espacio-temporal. Y esto, claro, tiene sus inconvenientes. Ve el futuro, pero no puede torcerlo, lo que hace que se sienta como una marioneta privilegiada. Se pregunta: «¿soy yo quién da forma al mundo o mi mano sigue su contorno predeterminado?».
P.S. En 2009 estrenan una película basada en Watchmen. El trailer tiene buena pinta.