El talento atemporal


Fotograma de Tiempos Modernos (1936).

Smile and maybe tomorrow
you’ll see the sun come shining through
for you.

[Smile, Charles Chaplin]

En otra vida, aquella universitaria, fui cinéfilo empedernido, de esos de rapiñar en bibliotecas pelis menores de Truffaut o de Fellini y engullirlas en versión original, de amontonar entradas de cine e, incluso, de coordinar ciclos de cine y tertulia en la residencia universitaria y en la facultad de letras que asaltaba, informático intruso. Con La naranja mecánica petamos el aula magna de letras, recuerdo, en un ciclo de cine violento de los setenta. Por entonces, y como mandan los cánones, había que elegir entre Charlie Chaplin y Buster Keaton o Harold Lloyd. Como me parecía tan evidente que las obras maestras de Chaplin como La quimera del oro, Luces de la ciudad o El gran dictador eran absolutamente insuperables, entonces vendía que mi preferido era Keaton aunque solo hubiese visto El maquinista de la general y El boxeador (ambas, por cierto, del mismo año, 1926). Cosas de la juventud, aunque quince años después hayamos empeorado.

Anoche programaron Tiempos modernos en La 2. La crítica siempre dijo que era una gran obra maestra de Charlot por la combinación genial de escenas cómicas memorables que jalonan una trama creativa y absorbente, por esa crítica a la modernidad de la industrialización simbolizada en la cadena de montaje, por la lúcida reflexión sociológica de la pobreza piramidal y la alienación del hombre a través del trabajo. Conceptos así, una invitación introspectiva embebida en cine mudo cómico.

Anoche, después de cenarte una tortilla de dos huevos con jamón y todo el pan del mundo mojado en aceite y pera, te dije que te sentases en el sofá conmigo, con escepticismo, a sabiendas de que no has mirado la tele dos minutos seguidos jamás en tus tres años de vida. En la pantalla, Charlot apretaba tuercas a dos manos sin parar, la cadena de montaje se lo tragaba y nadaba entre los engranajes de la maquinaria industrial. Te tronchabas de risa como nunca habría imaginado. A Charlot, conejillo de indias de una máquina portátil de dispensar comida, la susodicha le tiraba la sopa encima y le estampaba un pastel en la cara. No parabas de reír a carcajada limpia, casi nervioso y excitado, junto a mí. Charlot patinaba en su turno de vigilante nocturno en un centro comercial y, mientras, tú repetías «papá, ese tío está muy loco, más loco que la maraca de Máchi«. Estuviste casi una hora absorto, entre estruendosas risotadas, en un mundo en blanco y negro de hace más de ochenta años. Hoy me has vuelto a pedir que te ponga en la tele «la peli del tío loco«.

El respeto y cariño que siempre me ha merecido Charles Chaplin promocionó anoche a absoluta reverencia e infinita gratitud.

Más Piedras


Palacio de los Gosálvez en Casas de Benítez.

Yo no soy ningún ángel.
Yo no soy ningún santo.
Pero lo que estás haciendo
es que me está matando.

[Santos que yo te pinte, Los Planetas]

Anoche me tropecé con un imprescindible artículo en The Objetive acerca de gestión del patrimonio histórico y de la organización Hispania Nostra titulado «Hispania Nostra: amar el patrimonio para hacerlo sostenible».

Según Hispania Nostra, esmerarse, a nivel político, en la conservación del patrimonio permite cuidar la identidad histórica y potenciar un motor de desarrollo económico y social en todo el territorio.

Requiere, sin embargo, mucha sensibilización. Y, al menos en lo referente a los socialistas del equipo de gobierno de la Diputación de Cuenca, están muy lejos de entenderlo a día de hoy. En el último pleno del pasado miércoles, el diputado de obras no rodeó con eufemismos: «mire, Sr. Solana, su obsesión con los temas de patrimonio es crónica, nosotros ya dijimos, y vuelvo a repetir, que MENOS PIEDRAS». Y ese comentario se escuchó en el salón de plenos con la connivencia del presidente Chana y del diputado de cultura y patrimonio Valero, amigos de vender las bondades de la conservación de nuestra historia en sus discursos pero olvidadizos a la hora de asignar presupuesto al asunto. Ese es el nivel de sensibilización, ¡cuánto camino queda por recorrer!

Y mientras tanto, monumentos en deterioro irreversible, proyectos que quedan en el olvido por falta de financiación, una historia que se va perdiendo por la despoblación y la dejadez de muchos gobernantes, una identidad que se diluye y, en definitiva, un ir siendo cada vez menos nosotros.

Libros, películas y series del 2020


Fotograma de Handia.

With your feet on the air
and your head on the ground,
try this trick and spin it, yeah,
your head will collapse.

[Where is my mind, Pixies]

DE LIBROS

  1. Solenoide, de Mircea Cartarescu.
    Aunque hablé un poquito de este coloso aquí, lo vuelvo a traer porque lo acabé ya en 2020 y porque lo merece. No me cabe duda que debe formar parte de cualquier lista de las mejores novelas de lo que llevamos de siglo, no es poca cosa.
  2. El gigante enterrado, de Kazuo Ishiguro.
    Qué gran feliz descubrimiento. Puedes vivir sin haberlo leído, pero malamente.
  3. Sumisión, de Michael Houellebecq.
    Insistimos en que es una de las obras cumbre del genial francés: una sociedad en decadencia, una civilización al borde del abismo de la pereza y de la rendición, un gremio débil contra las cuerdas, la sumisión de la intelectualidad a la sexualidad, el alcohol como único refugio, el nihilismo suicida que impregna un fundado pesimismo ante el futuro político y el nuevo orden mundial.
  4. Los asquerosos, de Santiago Lorenzo.
    Lo ha leído ya más de media España, incluso lectores poco habituales, y eso que la prosa de Santiago Lorenzo, aunque muy ágil, está plagada de frases elaboradas con amplio vocabulario. La vida en la España Vacía, la mochufa que viene de visita a decir que el aire del pueblo es puro, la precariedad de la vida y del bienestar, la autenticidad contra esta nueva modernidad líquida. Leedlo.
  5. Imposible, de Erri De Luca.
    Lo trajo el Papá Noel de 2020 y llegó leído a Nochevieja para entrar en esta lista. Dos hombres se encuentran en la montaña en un sendero peligroso y poco transitado cuarenta años después de un juicio en el que uno era acusado y otro delator tras una juventud de amistad y afiliación comunista. El revolucionario italiano nos habla de la vejez, de la justicia desde diferentes prismas, de las secuelas de la amistad, del valor del tiempo, y de todas esas cosas grandes. Lo emparento con El Último Encuentro de Sándor Marai.
  6. Bazar, de Emilio Gavilanes.
    Disfruté tanto con su anterior Historia secreta del mundo que en cuanto me llegó este Bazar a través de la suscripción a La Discreta quise meterle mano. No es ni una novela ni un ensayo ni un diario, sino la recopilación de notas y reflexiones personales del autor. Un libro para beber a sorbos y con muchos comentarios anotados para volver porque lo merece.
  7. Irene y el aire, de Alberto Olmos.
    La magistral narración de un parto desde el punto de vista paterno. No se conoce lector que haya tardado más de 48 horas en devorarlo.
  8. Jesús de Nazaret, de Joseph Ratzinger.
    El Papa intelectual analiza la historia de Jesús de Nazaret desde un punto de vista histórico y espiritual. Una obra gigante. Le metí mano en la Semana Santa del Extremo Confinamiento a la parte dedicada a la Pasión. Uno se siente muy pequeño entre sus páginas.
  9. Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin.
    Sucesión de relatos de una escritora de vida muy complicada, algunos adoran este libro, a mí me costó entrar y entender, percibo claros altibajos pero la personalidad y voz propia de la autora son incuestionables. «Una vez me dijo que me amaba porque yo era como San Pablo Avenue. Él era como el vertedero de Berkeley. Ojalá hubiera un autobús al vertedero».

DE PELIS

  1. Handia, de Aitor Arregi y Jon Garaño.
    Entrañable historia de un gigante vasco de habilidades limitadas, emparentada con la inolvidable El Hombre Elefante pero en el ambiente familiar de un caserío vasco.
  2. Parásitos, de Bong Joon-Ho.
    Que una película surcoreana gane el Óscar a Mejor Película dice bastante bueno de este drama de suspense y humor negro con lectura social. Divertida y asfixiante, me manda al recuerdo de La Casa Tomada, el célebre relato de Cortázar.
  3. Los dos papas, de Fernando Meirelles.
    Netflix estrenó esta atípica película que explora la relación personal entre el Papa Benedicto y el Papa Francisco y en cómo se ha vendido de uno la imagen de intelectual de pasado nazi y del otro la imagen de simpático amigo de los pobres. Como si el mundo fuese tan simple y ser Papa una anécdota.
  4. La trinchera infinita, de Jon Garaño, Aitor Arregi, Jose Mari y Goenaga.
    De los directores de Handia y seleccionada para los Óscar como representante española para este año. Buen cine español acerca de un topo de la guerra condenado a vivir su vida detrás de un tabique y cómo, con el pasar de los años, su existencia es ninguneada. Sin ser crítico de cine creo que las interpretaciones y la ambientación son muy acertadas.
  5. Tarde para la ira, de Raúl Arévalo.
    Ganó el Goya a mejor película en 2016. No creo que sea plato de buen gusto salir de la cárcel después de ocho años como único preso por un atraco grupal y que encima te hayan levantado a la novia. Una historia verosímil y muy bien hilada.
  6. El ciudadano ilustre, de Mariano Cohn y Gastón Duprat.
    Daniel Mantovani, escritor argentino galardonado con el Premio Nobel de Literatura, hace cuarenta años abandonó su pueblo y partió hacia Europa, donde triunfó escribiendo sobre su localidad natal, Salas, y sus personajes. En el pico de su carrera, el alcalde de Salas le invita para nombrarle «Ciudadano Ilustre» del mismo, y Montavani, contra todo pronóstico, decide cancelar su apretada agenda y aceptar la invitación. Divertidísima película argentina para preguntarse si la cultura debe servir para algo más que nivelar la pata de la mesa.
  7. El circo de la mariposa, de Joshua Weigel.
    Sobre el papel de un hombre sin brazos ni piernas en un circo de esos que recorren la ruralidad norteamericana. Solo veinte minutos de bella metáfora.
  8. Milagro en la celda 7, de Mehmet Ada Öztekin.
    Un hombre con discapacidad intelectual es injustamente encarcelado por la muerte de una niña, y debe demostrar su inocencia para poder estar de nuevo con su hija. La peli es tramposa en sus efectos emotivos pero a la postre resulta inolvidable.
  9. El hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia.
    Distopía del bienestar y la riqueza piramidal. Un poco gore, un poco humorística, un superventas del confinamiento. Te quedas pensando en qué nivel estás.
  10. Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach.
    Charlie, un director de teatro neoyorquino y su mujer actriz, Nicole, luchan por superar un proceso de divorcio que les lleva al extremo tanto en lo personal como en lo creativo. Recibió tantas alabanzas de la crítica que al final me dejó frío incluso a pesar de la presencia de Scarlett Johansson. Hacer poesía de un divorcio es arriesgado.

DE NETFLIX

  1. El último baile.
    El gran Carlos Boyero dice «merece la pena ver las hazañas deportivas y la complejidad psicológica de un dios demasiado cruel con sus compañeros llamado Michael Jordan». Una forma de entender a Jordan, de recordar lo que le tocó vivir, de adentrarse en personalidades como las de Scottie y Dennis, de una época dorada de baloncesto y fama.
  2. When they see us.
    En el año 1989, cinco adolescentes de Harlem se ven atrapados en una pesadilla cuando se les acusa injustamente de un ataque brutal en Central Park. Basada en hechos reales, una miniserie que expone las profundas grietas que presenta el sistema judicial y policial estadounidense. Solo cuatro capítulos de miniserie que aborda un tema ampliamente recogido en el cine pero con un tacto delicado y un resultado absorbente.
  3. Fariña.
    Tráfico de drogas en las rías gallegas con gente como Sito Miñanco o Laureano Oubiña. Por ser española la entendemos muy bien, pescadores en paro, familias destrozadas, ambiciones peligrosas, corruptelas inevitables.
  4. El día menos pensado.
    Un repaso a la temporada 2019 del equipo ciclista Movistar, con sus éxitos y sus sinsabores, con las luchas intestinas, con las guerras de egos. Y todo con un esmero estético admirable. Qué buen rato.
  5. Unbelievable.
    La historia de una supuesta violación y de la denuncia interpuesta contra la violada por haber simulado de forma falsa el daño. Ocho capítulos de pena y dolor, de injusticia y depresión, de sentir cómo duelen las entrañas de la joven chica.

Cayetano y el chocolate; Alfonso J y el vino


El ombligo de Alberto Olmos.

No me conmueve el horizonte
No me da miedo la muerte
No me importa tu desorden
Me asusta mucho perderte.

[Autorretrato, Tulsa]

Te regalé Irene y el aire, la nueva «novela» de Alberto Olmos, el día de tu «santo» previendo garantía de éxito: regalar a una matrona por el día de la Inmaculada Concepción un libro sobre el parto y la paternidad en un hospital en el que ha trabajado era apuesta poco arriesgada. Te duró media madrugada, a mí un par de días; nos sentimos interpelados en cada frase, en cada idea de Olmos.

En realidad, la novela no apabulla en contenido: es cierto que el alumbramiento es el momento más luminoso de cualquier existencia, pero hemos sido tantos miles de millones los padres y madres del mundo que podría considerarse banal y vanidosa, de antemano, la intención narrativa. Concretando, Irene y el aire se centra en el relato con mucha destreza de un escritor cuarentón sobre su paternidad en el 12 de Octubre a partir de unas notas recogidas al alimón con su novia Eugenia en un cuaderno autobiográfico. Y «su» parto no tiene nada de carismático: pareja primeriza que concibe a niña sana por parto natural en hospital madrileño. Lejos, por ejemplo, de la narración de Sergio del Molino en La hora violeta que escribe una carta de amor a su hijo que muere por leucemia o de Francisco Umbral en Mortal y rosa, que acompaña la infancia de su único hijo Pincho, fallecido de forma prematura con 6 años también por leucemia, en un libro poético de llorar a la vuelta de cada párrafo.

El mérito de Olmos, si cabe, es que va a vender bastantes ejemplares porque la narración es ágil y absorbente y porque su nombre ya se ha hecho un hueco en el panorama actual por su irreverencia política. Y cuando te digo esto y me dices que he obviado la mitad de los detalles del libro, y me lo argumentas, hundes mi orgullo con tu razón, porque hay muchas aristas con lectura obstétrico-ginecológica: cómo trabajar para que el padre no se sienta desplazado, cómo esforzarse en empatizar con la embarazada a pesar del horario de los turnos laborales, qué abismo tuvo que sufrir el padre solo con su hija recién nacida en brazos, qué principiante irse a por el coche y la bolsa de mudas en el peor momento, qué necesidad de protagonismo paterno sea impostado o realmente sentido.

Me pides que imite a Olmos, no por egolatría sino por interés real, como madre y como matrona. Toda madre ha narrado su parto mil veces pero pocos padres han manifestado su vivencia, por pudor o por insignificancia, y ahí reside el mérito de Olmos, en la singularidad de lo más humano. La memoria siempre traiciona al pasado y a la realidad, máxime en una situación límite, pero cuanto menos se rememora mayor margen de maleabilidad delegado en la memoria. Y mi memoria, lamentablemente, se caracteriza por su fragilidad.

Lo malo de que la madre sea matrona es que te desentiendes de las dudas. Cada pareja primeriza arrastra un alijo de inseguridades, de problemas reales y posibles, de sangrados mortales o lavables, de contracciones preventivas o notariales, qué silla es mejor para el coche, lactancia materna, piel con piel, marca de cremitas para el culete. Incluso ignoraba que los partos se podían programar sin recurrir a la cesárea, que te citan en el hospital para inducir la expulsión en X semanas más Y días de embarazo. Y así nos convocan el martes 17 de octubre de 2017 a primera hora de la mañana. Lo lógico es pensar que, ya que te dan cita para inducir el parto, el proceso sea rápido: estímulo, expulsión, bebé, pim, pam, pum. Pero no, desde el aviso al cuerpo materno vía óvulo vaginal de prostaglandina hasta la expulsión se suceden durante horas los gritos y dolores. Pasan las horas y las contracciones, brotan mugidos de desesperación desde un abismo interior cada vez con más frecuencia e intensidad, rezas a todos los dioses de todas las religiones en todas las posturas que mitigan tu calvario.

Primero, en la habitación de la maternidad, después en la sala de dilatación y, por último, en el paritorio. Cada cuerpo es un mundo, sirva la obviedad, y recorre su peregrinaje hasta el parto con diferentes ritmo y pendiente de dolor. Nosotros no podemos entenderlo, no podemos sentir ese dolor, ese empuje innato de la naturaleza que quiere abrirse paso entre las piernas de una mujer. Me recuerda a una novela de Sándor Marai: «a veces ella, cuando tenía miedo, decía descarada y desafiante: sólo soy una mujer… Como si uno dijera: sólo soy el Niágara«.

Supongo que es difícil recordar horas concretas pero sé que después de más de doce horas en el hospital, sobre la hora de una cena tardía, sientes que ya tienes que estar madura. La matrona te dice que has avanzado poco pero como os expresáis en centímetros que en realidad son dedos no os entendemos. Más de doce horas de dolor desaprovechadas. Te hundes y lloras porque haces una regla de tres simple y te sale como resultado un sufrimiento eterno. Si no me desmorono bajo tus lágrimas es porque no tengo ni idea de lo que significa la cifra cantada por la matrona bajo tu camisón. El equipo del paritorio entiende tu desesperación y propone un plan alternativo: droga para dormir un rato y que el útero trabaje sin molestar durante unas horas pero prohibiéndote parir mientras dura su efecto porque podría tener efectos letales para el bebé; esta es mi explicación for dummies, y no tengo otra. Te drogan en la sala de dilatación asignada y volvemos a la habitación a descansar. En la noche escandalosa de un paritorio en ebullición -cinco partos si no recuerdo mal-, tú duermes como si no tuvieses contracciones, como si tu cuerpo no librase una magnífica batalla por la vida, y como si las paredes no se estremeciesen ante cada ronquido de nuestro compañero de habitación, que ayer fue padre y goza literalmente «el descanso del guerrero». Me veo como centinela en vela que lucha por dormir contra los elementos: la adrenalina, el incómodo sillón y los molestos ronquidos.

En la madrugada muy avanzada despiertas con hambre y nos acercamos a la máquina expendedora de guarrerías, a saber qué eliges, algo de chocolate. El camino de vuelta a la habitación se completa entre varias estaciones de dolor en las paredes del pasillo: si queda mucho la tortura será insufrible. Pides volver a la sala de dilatación y entonces todo sucede demasiado deprisa. No sabría ordenar cronológicamente: te monitorizan y las cifras que canta la «máquina de intensidad de las contracciones» son de cum laude, notifico por wasap a ambas familias que estamos en completa, me muerdes el brazo en mitad de una contracción, más vale un hijo que un pedazo de antebrazo, te arrancas las vías con desesperación y te sangra la vena del brazo, todo se llena de fluidos, la cama, mis brazos, el camisón. Llaman a Inma, tu amiga matrona, para asistir el parto, y viene con contagiosa vitalidad aunque sean las cuatro o las cinco de la mañana y esté durmiendo en casa. Creo que llegas a pedir la epidural, contra tus intenciones, pero no da tiempo porque el anestesista está ocupado (o la anestesista está ocupada). Dices que «quieres empujar» y entiendo que no es que «quieras» sino que de forma instintiva tu cuerpo va a engendrar otra vida humana por las buenas o por las malas en ese instante. Ahí ya no queda nada de conciencia, de libre elección, solo el sometimiento a los designios de la naturaleza para perpetuar la especie humana en este mundo.

Nos pasan al paritorio adjunto y te colocan en una silla de partos como las que tenemos registradas en nuestra memoria colectiva, boca arriba y con las piernas abiertas. Entonces comienza la cuenta atrás tras cada empujón entre contracciones. Me fascina el papel de la matrona, acompaña, no interviene, recomienda, tranquiliza. Veo salir la cabeza del bebé, todo va bien, yo que me pensaba incapaz de asistir a ese momento, pudoroso entre sangre y dolor. Sigues sufriendo, su mano te rasga porque la trae en la cara. Como si la matrona estuviese a la espera de cogerlo al vuelo, expulsas al bebé y ella captura el trofeo con destreza a las seis menos diez de la mañana. Ni siquiera veo cómo pinzan y cortan el cordón umbilical. Después de más de nueve meses de bendito parasitismo se convierte en un ser independiente. Te lo dan, lo besas, ha nacido, pero no soportas el dolor y quieres que ¿yo? lo coja. ¿Yo? Quince mil conversaciones y una investigación adornada con un póster en un congreso mientras estudiabas la especialidad sobre el piel con piel para que ahora no admitas la evidencia. La teoría y la práctica. Al final accedes al piel con piel mientras pasas el duro trámite de expulsar la placenta. La matrona estira con cuidado del cordón umbilical poco a poco para extraerla, la casquería de la vida pesa mucho, molesta mucho. Pensabas que el dolor terminaba con el bebé y no con la liberación de la placenta, lección anotada, por eso la acepción literal de «alumbramiento» es la expulsión de la placenta y membranas. Ahora ya sí, tres cuatrocientos.

El pequeño Cayetano está sucio, lleno de líquido amniótico y sangre, con la nariz aplastada y la cabeza espachurrada. Solo pienso en lavarlo pero dices que la piel absorberá toda la grasa en su propio beneficio, la naturaleza es fascinante; con autoridad remarcas que los hospitales que lavan al recién nacido están obsoletos. Nos pasan a la habitación de puerperio y, en el camino, me dejan escaparme para notificar a ambas familias, en la sala de espera del paritorio, que todo ha salido bien, que Cayetano ha nacido y que tú estás bien, no sé si lo llegué a pronunciar o simplemente mi emoción y mis lágrimas manifestaron la felicidad.

La sala de puerperio es una salita pequeña en penumbra, como si el hospital ofreciese un servicio de relajación e intimidad durante dos horas. Yo ignoraba por completo la existencia de este lugar y este tiempo. Inma, la matrona, especula con el parecido y nos hace un par de fotos de recuerdo antes de dejarnos solos. No recuerdo haber hablado mucho contigo durante las horas previas pero sí en esas dos horas. Te digo que ahora tenemos que aprender a querer a nuestro hijo, que de momento no es nada más que un recién llegado. Que, por ahora, te quiero más a ti que a él. Mientras, tú ya lo estás amamantando, es decir, queriendo. Y recuerdo un comentario que me hizo un amigo durante el embarazo: «en cuanto veas salir a tu hijo, lo vas a mirar y vas a pensar ‘¡coño, yo a este lo conozco!'». Ese dieciocho de octubre llovió muchísimo.

Cada nacimiento es un mundo único y singular. 12 de junio de 2020. Tienes cita en monitores, salimos mañana de cuentas pero en la consulta te dicen que no será inminente. Cuando volvemos de Cuenca te comento que podríamos volver a la capital a cenar, por si acaso, porque asimilamos el temor a una hora de viaje con el parto desencadenado. Sabemos que Alfonso Javier, concebido en la resaca de la celebración del cincuenta aniversario, debe nacer el día de San Antonio de Padova, patrón de la familia por las peticiones atendidas y certificadas desde 2005. Cenamos entre mascarillas en la terraza de la marisquería Joni, tomamos un gintonic en El Gallo y después nos damos un paseo por la calle del agua. Más que a multiplicar una famlia parece que hemos ido de turismo. Dudamos entre las alternativas: volver a casa, ir a dormir a un hotel o acudir al hospital. Optamos, con acierto, por la última opción y nos ingresan automáticamente en la habitación 212. En Cuenca no suele haber muchos nacimientos, así que nos asignan una habitación libre, tengo cama. La experiencia es un grado: tú te pones a leer entre contracciones y yo a dormir. Hasta que sobre las tres y media me despiertas y me dices que ya no aguantas más. Nos vamos a parir.

La sala de dilatación es más lúgubre que la de Alcázar de San Juan, más vieja, más pequeña, peor iluminada. Las contracciones son ya muy fuertes pero te sientes cómoda entre una matrona veterana con la que coincidiste en tu especialidad y una matrona residente menuda y atenta. Tú conoces sus nombres. Informas que «quieres empujar» y van a preparar el paritorio con premura. Mi papel se limita a darte agua y sostener en tu espalda baja un cojín caliente con fuerte olor a romero, inútil auxiliar de un púgil en combate de boxeo. Sucede todo tan rápido que apenas da tiempo a ir de la sala de dilatación al paritorio aunque los separen pocos metros; a la mitad de camino te viene una contracción fuerte, casi para quedarnos a parir en el pasillo. Llegamos a la sala de partos y todo fluye con una naturalidad fascinante. Te agachas y te apoyas en mí, o te agachas y te sujeto de los hombros. Declinas tumbarte en la silla de partos, quieres parir como estás, en cuclillas, no por romanticismo sino porque sientes que tu cuerpo te lo pide. Empujas sabiendo cómo y cuándo, para asombro de la aprendiz de matrona y orgullo gremial de la veterana. Pides silencio porque entre todo el equipo montan mucho escándalo, a mí también me estaba molestando la confianza pero no tenía derecho a réplica. La más joven se muestra entusiasmada, a pesar de su incómoda posición casi en el suelo, y no para de repetir «¡Qué bien, Inma!». Entre cada contracción, un empujón consciente, meditado y medido para concluir una expulsión sobresaliente a las cuatro y media de la madrugada.

El viejo suelo es un gran charco de sangre y fluidos, incluso pides perdón por haberlo ensuciado, como si estuvieses pidiendo una fregona para recogerlo. Esta vez sí acurrucas al bebé entre tus pechos entre besos y sonrisas. Creo recordar que en este momento sí te apartas la mascarilla para besar al bebé. Yo también te doy un beso en la frente sudorosa, te lo intento decir todo con ese humilde beso. Periné íntegro, como dices con gran satisfacción cuando vuelves de un trabajo bien hecho. Cuando expulsas la placenta, la joven matrona juega con ella como si fuese una bola gigante de plastilina roja y negra y, entonces, siento vértigo. Todo ha salido tan bien que la adrenalina se la ha envainado al instante y siento que la cabeza se me queda vacía. Lo manifiesto con prudencia y me mandan a sentarme en el suelo, junto a la pared. Sueles decir que a los padres, si se quejan en un parto, les dan una patada y los abandonan a su suerte, son la última prioridad en un paritorio; a mí me ofrecen agua con educación y me hacen un hueco para poder mantener el lazo visual con madre y bebé, no puedo estar más agradecido. Como mi aviso fue muy preventivo, pronto me levanto con confianza y escucho a la joven matrona agradecerte el parto, como si considerase un privilegio haber asistido a un alumbramiento así, de sentar cátedra. Alfonso nos mira como pensando que el mérito es suyo, ¡qué bienvenido eres!

Domingos por la tarde o invertir en supervivencia


Perspectiva de Villaescusa de Haro desde la quesería Villa d’Haro.

Encadenada en un mundo hostil
de obediencia o castigo,
obligada a tocar el violín
y ser todo lo que él siempre quiso.

[Balada del hombre desesperado y la novia en el río, Lovely Luna]

Cada vez son más los borradores que se quedan olvidados, durmiendo en el limbo del unpublished, aplastados por la contundencia del bahpáqué si a nadie le interesan tus desvelos. Nadie debe ser un número bastante aproximado de la gente a la que le preocupan tus tonterías, lo sé por empatía inversa. Porque a ratos duele manifestarse, abrir las manos y ofrecerlas con humildad: esto es lo que tengo, lo que ofrezco, mi provisionalidad, mi ruina y mi miedo. Nos aplican a todos los pueblos las restricciones de nivel 2 para que se nos quiten las ganas de salir a tomar una cerveza en esta semana triste y lluviosa. Y de repente, sí, se me han quitado las ganas de la cerveza y de discutir con los que no son padres, y son mis amigos y son gente muy mucho más mejor que yo, pero la imposibilidad de solapar las perspectivas frustra el resultado de cualquier debate. Disculpen el pesimismo, es domingo por la tarde, llevo casi dos años sin volar, un año y medio sin ver el mar, no sé cuánto sin ir al cine y muchos meses sin disfrutar de un concierto.

Me ha hecho ilusión que Alberto Olmos haya ganado esta semana la primera edición del Premio de Periodismo David Gistau, diez mil euretes por un demoledor artículo sobre la pobreza publicado en mayo. Aquí ya se habló de Alberto Olmos en 2011 por su novela Ejército Enemigo y, desde entonces, lo seguimos, primero en su blog Hikikomori y ahora en su irreverente Mala Fama de El Confidencial. Supongo que le haría gracia saber que sale a relucir en cursillos pre-matrimoniales por un artículo en el que decía «No tengo ninguna necesidad de explicar lo feliz que me hace mi hija. No voy a convencerte de que tengas hijos porque luego no podré convencerte de lo más importante: que los quieras y los cuides. No tengáis hijos por obligación o debilidad, nadie os lo está pidiendo». Esta semana ha publicado un artículo bestial sobre Irene Montero que nace de una mezcla de frustración e inquina traicionada, quizá de las mejores lecturas breves de la semana para tonificar el rencor machista; si la ministra lo lee quizá opte por recoger los bártulos y anunciar su repliegue: lo siento, os he fallado, abandono la política pero me quedo con mi chalet a las afueras, mi familia numerosa, mi esposo fiel, mis reportajes de moda, mi netflix, mis ayudantes en casa, mis aspiraciones de educación de élite para mis hijos, mis cumpleaños con tartas caseras y mis escoltas «multidisciplinares». Y concluir con alguna moraleja tipo a) siempre soñé con ser una chica bien o b) lo malo es cuando los privilegios los disfrutan otros o c) sois unos machistas impenitentes. Huelga decir que su lifestyle no sería en absoluto reprochable si no fuese porque se gana el pan luchando contra gente como ella, que se lo digan a su compi Teresa.

Me ha hecho ilusión descubrir la apertura de la Oficina de Gestión de Ideas del CA2M de Móstoles. Aplican la consigna del máximo esfuerzo para obtener el mínimo resultado para dar solución a puñados de incógnitas populares. La política y la cotidianeidad, dos de los pilares sobre los que ahora se sustenta esta existencia, están tan en las antípodas del arte que estas historias me pellizcan la percepción de la realidad como si estuviese descubriendo un mundo nuevo al estilo del protagonista de Solenoide.

No me ha hecho ilusión adquirir conciencia del sombrío panorama del mundo rural: atraer población es complicado y retener ya es tarde porque hubo tantos que se marcharon sin previsión de billete de vuelta. Los presupuestos, tanto generales como regionales, ignoran un drama de compleja solución; como anticipó Jesús Patiño hace unos días, «el primero en marcharse de los pueblos fue el Estado, no la gente», tesis también defendida por Sergio del Molino en su célebre ensayo La España Vacía. Remarco la columna de Manuel Astur en El Cultural de esta semana: «uno no entra en un monasterio para comenzar a creer en Dios. Antes de cambiar de vida material, hay que cambiar de vida mental. De lo contrario, me temo, los pueblos se llenarán de ciudadanos que no entenderán nada».

No me ha hecho ilusión leer en el BOE el flamante procedimiento de actuación contra la desinformación. Un procedimiento que no explora la vía legislativa sino la supervisión por parte de órganos dependientes del ejecutivo y que anticipa incluso el control de los medios de comunicación. Y sufrimos, de forma inconsciente, la ambivalencia de querer creer que la desinformación hace daño pero que estos gestos suponen los preliminares de controles temerarios: os mostraremos las fuentes de las que brota la verdad única. Dejadnos en paz, malditos, casi siempre preferimos nuestra verdad, nuestra mentira y nuestra duda. Dejadnos en paz y no nos aboquéis a abismos de libertad, de pluralidad y de concordia fingida.

Enhorabuena a Biden por ir corriendo al atril con casi ochenta años, enhorabuena a Roglic por endulzar con esta Vuelta el agrio final del Tour, enhorabuena a Olmos por los diez mil euros, enhorabuena al dúo cómico Sánchez et Iglesias por hundir los cimientos y valores de un país sin el más mínimo encontronazo social, enhorabuena a Xoel por su nuevo Si mi rayo te alcanzara, y enhorabuena a mí por haber echado a perder otro domingo por la tarde y haberlo sobrevivido.

La resaca de la moción de censura


Análisis gráfico de una moción de censura.

Eres tú quien va a cambiar el mundo,
quien destrozará
las teorías de la humanidad.

[Luciérnagas y mariposas, Lori Meyers]

De inicio la jugada era tramposa: Santiago Abascal no había concebido la moción de censura para ofrecerse como legítimo presidente del Gobierno, sino de forma exclusiva como encerrona política a Pablo Casado. Y, precisamente por su maquiavélica concepción, no cabe la interpretación simplista de que el Partido Popular, con su «No» a Vox, ha apoyado al nefasto Gobierno actual. Desde esa óptica, el rechazo de Vox a la coalición España Suma también debería tildarse de apoyo sanchista.

Antes del combate, los analistas y politólogos lo tenían claro: Pablo Casado iba a fracasar. Si se enfrentaba a Abascal, porque perdería un espacio electoral que hasta la llegada de Vox le era fiel por falta de alternativa. Y, si apoyaba la moción de censura, porque coronaba al ex-militante popular como jefe de la oposición, y en ese barro de jugar a ser Vox siempre iba a ganar el original. En el filo del precipicio, Casado optó por la instintiva sensatez: marcar distancias a nivel ideológico y práctico con los postulados que había defendido, con bastante torpeza y mezclando churras con merinas por cierto, Abascal.

De hecho, paradójicamente, Casado debe ahora agradecer al líder de Vox que le haya brindado la oportunidad de exponer, en un escaparate hostil, su proyecto político y demostrar su incuestionable capacidad parlamentaria. Su genuino discurso perfiló su liderazgo y mostró con convencimiento el amplio espectro político que ocupa el Partido Popular, diferenciándose del resto de partidos de su entorno en una concepción lineal de la política que ya ha quedado obsoleta.

Más allá de los puntos de conexión ideológica, y de que la gran mayoría de los votantes de Vox no se enmarcan en la extrema derecha sino en una derecha tradicional que sintieron huérfana en un tiempo pasado, Pablo Casado supo visibilizar las diferencias y marcar distancia con un partido concebido como de extrema derecha. Porque el Partido Popular debe desmarcarse del discurso eurófobo, xenófobo, excluyente, nacionalista y populista de Santiago Abascal.

Así, el líder popular perfiló con precisión los márgenes que separan al Partido Popular de Vox más allá de los puntos de confluencia: la defensa de la Unión Europea como convencimiento de que unidos en un mundo globalizado somos más fuertes, el deseo de una España unida y plural en contra de la monolítica concepción nacional de Vox y la defensa del Estado de Derecho enmarcado en una Constitución a la que Abascal hiere en su discurso. En una provincia como la nuestra, tan dependiente a día de hoy del apoyo económico europeo a la agricultura y la ganadería, se antoja contradictorio el discurso euroescéptico.

De este modo, desde el pasado 22 de octubre se ha iniciado la compleja y larga travesía del ensanche de la centroderecha nacional a la luz de Pablo Casado, consciente tanto de su arriesgada apuesta como de la necesidad de tiempo para favorecer la decantación del ensanche, entendido más como atracción magnética que como aspiradora forzada. No resulta, como es evidente, baladí el asunto por muchas cuestiones entre las que se podrían destacar dos.

La primera, la dificultad de generar expectativa e ilusión en un votante frustrado al que Vox atrae vía populismo utópico. Deberá Casado arremangarse para convencer y subrayar más lo que diferencia que lo que une para que el votante pueda discernir su legítima opción. Ya le sucedió, en el espectro opuesto, a Podemos, que arrancó la ilusión de la izquierda pero que ha pasado, en tres años y tres elecciones generales, de 71 a 35 diputados. Y también le ha ocurrido, una vez apagada la percepción de ilusión, a la extrema derecha en Europa: Amanecer Dorado en Grecia ha desaparecido del Consejo de los Helenos y el Partido Liberal de Austria ha pasado del 26% al 16% de apoyo electoral.

La segunda, el frente de batalla que se abre en las redes sociales, donde las noticias falsas se expanden exponencialmente más rápido que las veraces y se fomenta inmisericorde la polarización de los discursos. Sin ir más lejos, Macarena Olona se jacta ahora de la pérdida de seguidores en Twitter de algunos parlamentarios populares tras la moción, como si su objetivo fuese ese, la política como trending topic. Sin embargo, y sin duda, no se debe minusvalorar la capacidad de las redes sociales para transmitir un sentir y generar una tendencia que arrastre ilusiones y voluntades. En el barro del populismo cobra, si cabe, más sentido utilizar el argumento sólido como arma de futuro.

Y, mientras tanto, tiempo al tiempo.

Sebastián, Alfonso y otros Dominicos Desempolvados


Foto de dron del convento dominico antes de abrir sus entrañas.

Es tu vida en directo
y es mejor que nadie te la cuente,
porque desgraciadamente habrá capítulos insulsos,
habrá lagos de memoria para hacerte darte cuenta
de lo que realmente importa,
si es que algo importa.

[Tu vida en directo, León Benavente]

No soy tan viejo como para recordar ese solar de otra manera. Vallado desde hace bastantes años, lleno de maleza, inhóspito por sus desniveles y barrancos. Su estampa de parcela abandonada bajo las ruinas de los frailes está grabada en el imaginario colectivo local. Desde luego que no conformaba una imagen bella pero tampoco molestaba, bien cercada y casi en un extremo del pueblo. Se distinguía el muro perimetral del claustro, una higuera crecía por el muro exterior de la zona sureste, dos colosales piedras de molino sobresalían entre los cardos, abandonadas ahí hace casi cuarenta años por encontrarse en el recinto de construcción de la piscina municipal, varios cipreses adultos disimulaban las vistas en el lateral más transitado. Podrían haber pasado decenas de años sin más alteración en el paisaje del solar que la originada por la mutación vegetal entre estaciones.

La Oportunidad o el Tren que no se Deja Escapar

Hay que remontarse al 11 de junio de 2018, coincidiendo con el séptimo aniversario de mi primera toma de posesión como alcalde de la villa. Habían pasado muy pocos días desde que Pedro Sánchez provocase la caída de Mariano Rajoy como Presidente del Gobierno. Aquella mañana de junio fui a Madrid a una reunión concertada en el Ministerio de Fomento gracias a la mediación de Benjamín Prieto, entonces Presidente de la Diputación de Cuenca; los altos cargos ya se encontraban «en funciones» por el triunfo de la moción de censura. El imponente edificio ministerial abruma y eso de estar en el Paseo de la Castellana, para los que somos de pueblo, pues también, la verdad. Y el control de acceso, claro. La mala memoria ha olvidado el nombre y cargo de las dos personas que nos recibieron y a las que, en su anonimato, les estaré siempre agradecido. Nos explicaron con paciencia y clarividencia los motivos por los que nuestro proyecto para finalizar la iglesia de los frailes (iluminación, aseos, oficina, recepción, auditorio, etc) había sido descartado en la última convocatoria del 1,5% Cultural. Y ahí habría acabado la insulsa historia si no fuese porque nos dieron las claves para presentar proyectos exitosos y conseguir buena valoración a ojos de los evaluadores técnicos del Ministerio de Cultura.

Ese mismo día fui consciente de que debía centrar los esfuerzos en el enorme solar, abandonado y olvidado. Llamé al arquitecto y le propuse elaborar un proyecto de excavación arqueológica del desaparecido convento para concurrir a la convocatoria del 1,5% Cultural. El 28 de junio de 2018, el Ayuntamiento de Villaescusa de Haro presentó solicitud para la financiación de las obras de “Rehabilitación del Convento de los Dominicos (Fase IV): excavación arqueológica y consolidación preventiva para la recuperación del claustro del Convento”. Pasaron los meses. El 13 de marzo de 2019 se filtró en prensa el anuncio de la resolución favorable; recuerdo que era miércoles porque estábamos en la cena semanal del Club Gastronómico El Capellán cuando miré el móvil y me saltó el aviso. Solo cuatro proyectos de Castilla-La Mancha habían resultado beneficiarios, y el nuestro como único de la provincia; con el tiempo supe que, además, fue uno de los que mayor puntuación global obtuvo. Al placer del forro asado se le sumaba el gozo de la subvención que ratificaba la satisfacción por el trabajo bien hecho. Quedaban poco más de dos meses para las elecciones municipales y confieso, aquí y ahora, que la posibilidad de ser partícipe de esta excavación arqueológica fue uno de los motivos que decantaron la balanza para optar a la reelección.

La Incertidumbre entre Incógnitas y Burocracia

En las siguientes semanas, la empresa matrimonial ARQOH Arquitectos elaboró el proyecto de excavación con todas las incertidumbres evidentes, ¿cómo saber qué partidas de restauración y consolidación presupuestar si no teníamos ni la más remota idea de si bajo los escombros quedarían indicios del vetusto convento? Por las catas de las fases previas de trabajo se sabía que perduraba el enmorrillado -pavimento de guijarros, en este caso conformando un sobrio mosaico- del claustro aledaño a la iglesia, y casi nos aferrábamos a esa evidencia como única prueba de supervivencia. La historia cuenta que el convento fue quemado y expoliado, así que las expectativas se ajustaban al escepticismo manchego. Tampoco eran demasiado optimistas los funcionarios del Ministerio.

Pasaron los meses con tiras y aflojas administrativos y presupuestarios hasta que recibimos la resolución de aprobación definitiva por parte del Ministerio a finales de año. Nos comimos las uvas tranquilos y presuponiendo que 2020 sería un buen año. Sospecho improcedente alegar, a estas alturas, en contra de nuestro futuro profético. Así, la paralización administrativa provocada por la pandemia retraso la licitación de la obra hasta finales del mes de julio. A principios de agosto se celebró la mesa de contratación para asignar la empresa adjudicataria (Cobe S.L.U.) y el primer día de septiembre arrancaron las obras.

La Sorpresa o los Olvidados de la Historia

Durante estas escasas semanas los avances han sido impactantes, sobre todo para los que, por edad, no tenemos recuerdo de otro paisaje en la zona. De forma paulatina, a medida que avanza el trabajo de las máquinas excavadoras y operarios, la planta del convento ha ido mostrándose con sus estancias, refectorio, patios interiores con pozo y aljibe, sacristía, bóvedas, muros exteriores, etc. Sin duda, los estudios arqueológicos darán más luz cuando el reposo de la excavación lo permita pero, por fortuna, lo visible anticipa ya muchas pistas para la conjetura histórica.

El pensamiento más recurrente, inevitable, es el de comprobar que todo estaba ahí desde hacía tanto tiempo, congelado, aguantando toneladas de escombro que enterraron y, al tiempo, protegieron los restos del convento. Hemos vivido ajenos a una realidad disimulada al acercarnos a comprar el pan o entrar en el colegio, casi enfrente: aunque no se percibiese, todo estaba ahí, mudo. Salvando las distancias, cuando visité Machu Picchu en 2016 me sorprendió que hubiese permanecido desaparecido durante tantos siglos hasta su descubrimiento por parte del explorador estadounidense Hiram Bingham en 1911, ¿cómo podía permanecer una ciudad oculta al afán dominador humano, siquiera en mitad de la selva? Quizá sea más sencillo de entender al comprobar cómo aquí hemos ignorado durante tantas décadas un solar dentro de un pueblo y a sabiendas de que correspondía al convento cuya anexa iglesia sobrevivía en estado ruinoso.

La Historia como Losa de Verdad

Hay que remontarse casi cinco siglos, a 1535, para conocer la génesis del convento. En aquel año pasaron a predicar por Villaescusa de Haro dos frailes dominicos, Fray Pablo de la Cruz y Fray Gaspar Portugués, que, con el beneplácito del pueblo, decidieron quedarse y aspirar a fundar un convento. Debía bullir la villa de vida en ese siglo. El entonces Obispo de Cuenca, el ilustre villaescusero D. Diego Ramírez, otorgó licencia para su fundación el 26 de junio de 1535 y, al año siguiente, el rey Carlos I la ratificó con fecha de 5 de mayo de 1536: «liçençia a los frayles de los predicadores para hedificar un monesterio en Villaescusa de Haro». Dado que Villaescusa de Haro se encontraba en territorio de la Orden de Santiago, era preceptiva la aprobación del rey para autorizar la construcción de un convento de otra Orden.

Quiso la fortuna que el Obispo D. Sebastián Ramírez de Fuenleal regresase de su periplo por América en aquella época y aportase los medios económicos y el solar para la construcción del convento en su villa natal. El maestro de cantería al mando de la obra fue Francisco de Luna, implicado en numerosas obras conquenses en la primera mitad del s. XVI. Las fuentes históricas narran que el convento se construyó casi íntegramente entre 1542 y 1547, año de fallecimiento del fundador D. Sebastián, cuyos restos deben descansar bajo el presbiterio de la iglesia del convento. Así, en la esplendorosa portada de la iglesia, joya del plateresco castellano, destacan los escudos de los Ramírez de Fuenleal y de la orden dominica.

Tras el fallecimiento de D. Sebastián, su sobrino D. Diego Ramírez Sedeño, Obispo de Pamplona y también nacido villaescusero, contribuyó económicamente para la conclusión de las obras. La iglesia del convento tardó muchos años en concluirse; consta que en 1635 aún no estaba acabada la capilla mayor. Se calificaba entonces al convento como uno de los más grandes y de mejor construcción de la Orden Dominica en España.

La decadencia del convento se fraguó en el s. XIX. Durante la Guerra de la Independencia sirvió de cuartel a las tropas francesas del general Fontayne. Fue abandonado a finales de 1835 como consecuencia de los sucesos políticos (exclaustración) y matanzas de frailes en el país. Al año siguiente sufrió la desamortización de Mendizábal y, posteriormente, fue incendiado, expoliado y abandonado por el Estado, que vendió tanto el solar como los materiales, podría ser que a Eugenia de Montijo en 1858 para la rehabilitación del castillo de Belmonte. En 1868 solo quedaban en pie los muros de la iglesia, es decir, una estampa similar a la del año 2011, en el que se inició la primera intervención de restauración tras la adquisición del inmueble por parte del Ayuntamiento de Villaescusa de Haro a principios del s. XXI siendo alcalde Balbino Millán.

La Esperanza como Satisfacción y Futuro

Con humilde realismo podemos afirmar que esta excavación no supone un hito histórico nacional; sobreviven en perfecto estado montones de monasterios de hace cinco siglos en su propia singularidad, algunos tan apabullantes como el cercano monasterio de Uclés. No estremecerá la perspectiva de los arranques de muros de piedra y tapiales de los dominicos como, por ejemplo, una visita al mosaico figurativo romano de Noheda. Logrará conmover, si acaso, al vecino villaescusero al que han agitado con fruición su realidad visual y que siente como propias las ruinas del entorno.

En el entretanto, seguiremos fascinados los avances de una excavación arqueológica que sorprende, día a día, con hallazgos inesperados. Los primeros días aparecieron más zonas de enmorrillado alrededor del claustro, como las ya identificadas, y se constató que el paseo del claustro no era cuadrado sino en forma de U, con el lateral sur cerrado. La segunda semana ya salió a la luz el refectorio, con un singular banco corrido de yeso alrededor de toda la estancia. El 21 de septiembre se descubrió una losa de piedra labrada con el escudo de los Ramírez de Fuenleal en el propio refectorio; se especuló con que podría ser la mitad de la lápida sepulcral del obispo fundador, si bien pronto se descartó la hipótesis. Y al día siguiente, un silo de más de cinco metros de profundidad que sorprendentemente se encontraba vacío, sin escombro, sin humedad, como esperando grano. El día 23 ya se distinguía claramente un patio cuadrado interior de solado enguijarrado con pozo, aljibe y sistema de desagüe. El viernes 25 de septiembre nos tropezamos con la mitad inferior de la lápida que había aparecido cuatro días antes, un hallazgo que permitirá leer la inscripción perimetral completa y que podría ser del enterramiento de un Alfonsus en 1646, quizá Alfonso Ramírez de Fuenleal; según el Compendio Histórico reseñado como «uno de aquellos varones ilustres de gran entendimiento que hubiera dado mucha gloria a la villa de no haber fallecido a la temprana edad de 18 años». El 2 de octubre se mostró un colosal capitel por identificar, seguramente sostén de un arco del claustro, que da idea de la magnificencia del convento. Y los muros y escalones van definiendo los límites y divisiones del edificio con nitidez a medida que pasan los días.

Se abren ahora las entrañas del viejo convento y adquiere sentido el paso de la historia por este rincón manchego que fermentó obispos y ahora sufre el deshielo rural. Podemos sentirnos afortunados por vivir una época de notable sensibilidad hacia el cuidado de nuestro patrimonio histórico-artístico, lo que habilita la seducción por desenterrar la planta de un convento que convivía, olvidada e invisible, entre nosotros y, con ello, despertar al s. XXI el modo de vivir y de pensar de un puñado de frailes del s. XVI, como un archivo histórico no de papel sino de piedra y yeso.

P.S. Galería fotográfica de la evolución de las obras, primero de la iglesia desde 2011 hasta 2018 y después de la excavación arqueológica iniciada en septiembre de 2020:

convento dominicos