Stella Maris

Casi olvido cómo acceder al blog. Mi reino por un blog, por un pensamiento estéril, por un teléfono mudo.

Ya no queda hueco en el subconsciente para soñar con las olas del mar, o con besos a la sombra, o con pasillos estrechados, o con safaris peligrosos, o con los labios de Irina Shayk. Sueño con serpientes, como Silvio, con reuniones de infinitos turnos de palabra, con farolas estropeadas en la esquina de mi calle. Y con Lolitas que sonríen, pícaras, deseando regalar titulares morbosos a la prensa provincial. Tampoco sueño contigo, sabes que soy muy orgulloso.

«La palabra coño, metamorfoseada en la palabra arte, le había salvado la vida.» Jodido Bolaño, te quiero odiar.

«Did you exchange a walk for a part in the war for a lead role in a cage?»

Da pena el periodismo sensacionalista, o sea todo. Dan pena las políticas populistas, o sea todas. Da pena que no lo entiendas o no lo quieras entender. Da pena, sobre todo, que se rindan al tedio: «id como una plaga contra el aburrimiento del mundo» (Ezra Pound). Que se conformen con lo que significan para el mundo, o sea nada. Y pedir otra cerveza como remedio.

Sueño, también, con el Stella Maris, el camping cerca de Lloret de Mar en el que estuvo trabajando Bolaño. Desértico y con aura de leyenda en septiembre, cerrado al público.

Defragmentando, 74% completado.

Huracán Punto Silencio

Ya sólo queda el silencio. Qué si no a las tres de la madrugada en un pueblecito manchego un día laborable del mes de julio. Un silencio de descanso o de inquietud, del descanso de quién ha de madrugar para comenzar una nueva jornada de siega o de sacar escombro en un proyecto de vivienda, de la inquietud de quién escucha el tañir de los tres toques de las campanas rompiendo un silencio entremezclado de grillos y hojas y se pregunta. Se pregunta si este ahogado silencio marca el final de cincuenta días de vorágine, como si quisiese compararlo con el vacío que sucedía tras el paso de las tropas de Napoleón. Parece inimaginable pensar, ahora, en música o en danza o en romper un jarrón contra el suelo. Qué extraño subconsciente o inconsciente que piensa ahora, precisamente ahora, en una almohada en Madagascar, en la escena psicodélica de 2001: Una odisea en el espacio en una televisión común en La Noche Temática de La 2, en un gintonic cibernético, en una chica no un niño con un vestido no un pijama de rayas sí de rayas, en la exigencia que te impone tener unos ojos tan bonitos, en la cura de la uña meñique del pie derecho de un peregrino al bajar el O Cebreiro, y sobre todo, en lo estúpido que parece emocionarse juntando palabras y lo tonto que entonces soy. Pero ya no queda nada, ni siquiera la estupidez y ni siquiera la más nimia de las certezas. ¿De dónde sacan las verdades que sirven de colchón y descanso a su ética, su estética, sus valores y sus aspiraciones? ¿De verdad que el dinero y la gloria y la solidaridad y la superación y la adrenalina? ¿De verdad que la luna es tan romántica y las estrellas te abstraen del infinito? Instalo el programa Stellarium y vigilo las estrellas y la constelación de Sagitario desde la pantalla de un portátil prestado una noche silenciosa del mes de julio.

Acampada al sol


Revueltas en la Puerta del Sol

Desde un pequeño pueblo de un rincón manchego las protestas de DemocraciaRealYa!, #acampadasol, #nolesvotes, #yeswecamp o como quiera que se quieran denominar, se vislumbran como borrosas en la lejanía, y quizá por eso hacer un juicio de valor podría ser peligroso. Además, es difícil analizar una situación como esta protesta de indignación en la que miles de personas están en la calle gritando su desamparo, su inconformismo, su indignación, pero ¿contra quién? ¿contra qué?

Anteayer leí el celebérrimo librito «Indignaos» de Stéphane Hessel, «un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica», como reza la portada. No se podrían definir mejor las protestas actuales que con ese sobrenombre. Algunas de las ideas que desprende el libro merecerían largos debates: «la sociedad no puede claudicar ni dejarse impresionar por la dictadura actual de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia» o «existen dos grandes desafíos en la actualidad: 1) la inmensa distancia que existe entre los muy pobres y los muy ricos no para de aumentar y 2) la situación de los Derechos Humanos y del Planeta.» Me ha dado la sensación de que el autor quería hablar de demasiado en pocas páginas. No obstante, en la mayor parte del libro se comentan situaciones «fáciles» como las revueltas contra la Segunda Guerra Mundial o la realidad de Palestina, donde me refiero a «fácil» porque era evidente contra qué luchar y por qué.

Pero la situación actual es diferente: inconmensurablemente compleja, sin enemigos bien definidos, sin objetivos bien marcados, sin problemas acotados. Es evidente que el mundo no es tal y como nos gustaría, sobre todo para nosotros, integrantes de esta generación perdida que ha de cargar sobre sus hombros la pesada mochila de la especulación inmobiliaria, de la crisis mundial, de los recortes sociales y de tantos factores que ni es necesario enumerar. Los pre-parados tenemos jodido y encima estamos cabreados porque la culpa no es nuestra: nos hemos encontrado la basura al abrir la puerta.

Un momento, un momento. Estamos indignados por la situación actual, por los recortes sociales, por tener que trabajar más años con menos capacidad adquisitiva, por ¿tener menos dinero? Entonces estaríamos reduciendo el problema al objetivo de los dardos de las protestas: el poder económico. Algo como la pescadilla que se muerde la cola: cuando los albañiles de veinte años tenían bemeuves no había indignación y ahora tiramos piedras contra el poder político sometido al poder económico. Pero el problema es mucho más complejo.

Y eso precisamente duele. Duele ver cómo se frivoliza con una realidad tan sumamente compleja, cómo los jóvenes se lanzan mensajes de ánimo y diversión para ser cómplices de unas protestas que molan un huevo, porque somos unos revolucionarios, y a esto «lo llaman democracia y no lo es», y «no somos antisistema sino que el sistema es antinosotros». Y me pregunto, ¿realmente se pueden digerir las protestas en los 140 caracteres que permite twitter? ¿Cabe una ballena azul en el estómago de un ratón?

He estado leyendo el manifiesto de DemocraciaRealYa! y algún otro panfleto de las revueltas y, la verdad, me han parecido muy difusos, no concretan solicitudes, simplemente plasman una idea vaga de que otro mundo es posible. Yo también creo que otro mundo es posible, pero no confío en derribar el tinglado y empezar por los cimientos. Eso es dejar de lado la condición humana y el mismo Stéphane Hessel lo dice en su «Indignaos». Considero que se deben canalizar las protestas y aspirar a concretar solicitudes. Porque me gustaría ir a Sol y preguntar a algún indignado: ¿hasta cuándo vas a acampar? ¿qué tiene que suceder para que abandones la plaza?

A pesar de todo, apoyo personalmente las propuestas incluso aunque no tengan ningún fin porque al menos los dirigentes políticos serán conscientes de que los ciudadanos ya no se los creen. Que gracias a los nuevos medios de comunicación se conocen los tejemanejes de algunos desconsiderados y la «dictadura de los mercados». Que el bipartidismo no es el modelo de democracia ideal. Que la separación de poderes es más de papel que de tijera. Que se aspira a un mundo mejor.

El hombre que mató a Osama Valance


Liberty Valance con Tom Doniphon

No tengo twitter, aunque no sé por qué, seguro que algún día me hago uno. Es entretenido leer las opiniones de las celebridades y algunos tweets, creo que se escribe así, son muy divertidos. El otro día me tropecé en el twitter del gran columnista David Gistau con un tweet que me llamó especialmente la atención: «Obama es el primer negro de la Historia tratando de convencer al mundo de que él sí mató a un hombre.»

A raíz de ese mensaje me acordé, a saber porqué, de una gran película: El hombre que mató a Liberty Valance, uno de los últimos westerns genuinos, por supuesto, dirigido por el insoportable borrachín de John Ford. Si no has visto la película difícilmente entenderás la relación entre Liberty Valance y Bin Laden y entre Ransom Stoddard y Obama, pero es que si no has visto El hombre que mató a Liberty Valance es altamente improbable que leas este blog.

El filme narra una historia con tres protagonistas: James Stewart como Ransom Stoddard, John Wayne como Tom Doniphon y Lee Marvin como Liberty Valance. Un pueblo del Oeste en el que se entrecruzan los destinos de tres hombres totalmente opuestos. Ransom llegó al pueblo con un morral en el que traía ¡libros!, buenas intenciones, ideales de justicia y un diploma de recién licenciado en Derecho. Pero, vaya, no se le había pasado por la cabeza hacerse con un maldito revólver. A su vez, Liberty vivía asido a su látigo con empuñadura plateada, infundía respeto –perdón, miedo- y sonreía con una seguridad que dejaba traslucir malas intenciones y peores acciones. Por último, Tom, el tipo duro de siempre, con su corazón ya comprado por una joven cocinera y el honor aún intacto. Digamos que se trataba de ver quién era más fuerte, si la racionalidad con ansia de justicia, la represión autoritaria o la honestidad. En fin, una lucha entre el libro, el revólver y el honor. Pero, como suele suceder en este tipo de duelos con tan cualificado personal, nadie vence.

En la peli pronto sentimos empatía hacia Ransom por sus buenas maneras, como ha logrado siempre Obama. Alguien mata a Liberty para liberar al pueblo, algo parecido a lo que buscaba EE.UU. suprimiendo por fin a Osama. Y luego está Tom, John Wayne, que ya no va a poder ir al quiosco a comprar la SuperPop.

Como si eso sirviese para algo


Ernesto Sábato (www.guapacho.net)

Hay libros con los que uno se tropieza casi sin darse cuenta. Me sucedió con El túnel cuando tenía unos diecisiete. Lo empecé a leer una tarde de domingo simplemente porque era más finito que sus vecinos de estantería, unas ciento veinte páginas que me absorbieron sin pedir permiso a mi voluntad. Lo abrí y empecé a leer como quién no quiere la cosa sentencias del tipo «uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es sucio y mezquino» o «vivir consiste en construir futuros recuerdos» o «gente que andaba de un sitio a otro, como si eso sirviese para algo.» Sentencias firmes y sencillas que taladraban una mente maleable y adolescente y la llenaban de desamparo junto a otros tropiezos existencialistas como La náusea o El extranjero.

Y ahora, a los 99, ha muerto el escritor que decía que «con los años se llega a saber que la muerte no sólo es soportable sino hasta reconfortante.» Sábato ha tenido mucho tiempo para acomodarse, sin duda. Algo así le pasó también a Márai, que duró hasta los 89. Sólo que él se suicidó a esa edad. Parece casi un suicidio frustrado: a esa edad ya no tiene sentido, es como si Ian Curtis hubiese dicho «me cuesta mucho vivir, pero mejor me espero en este calvario», ¿o pensaba durar otros noventa años? Precisamente de esa edad habla García Márquez en una controvertida novelita: «No obstante, cuando desperté vivo la primera mañana de mis noventa años en la cama feliz de Delgadita, se me atravesó la idea complaciente de que la vida no fuera algo que transcurre como el río revuelto de Heráclito, sino una ocasión única de voltearse en la parrilla y seguir asándose del otro costado por noventa años más.» Y Sábato, a menos de dos meses de hacerse centenario, ha optado por voltearse pero hacia el otro lado.

Hormiguitas negras


Ana María Matute (laclavecultural.blogspot.com)

Todo está relacionado. En mi pueblo, para exagerar y separar conceptos totalmente dispares, dicen ¡pero qué tendrá que ver el tocino con la velocidad! Pues mira por dónde, mucho, porque cuanto más tocino tengas en los michelines menos velocidad alcanzarás. Y eso que es una frase hecha para burlarse de conceptos imposibles de relacionar. Todo está relacionado. También Ana María Matute y Tony Soprano.

Ayer, Ana María Matute pronunció su obligado discurso en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes. La escritora, tan sencilla en su «vida de papel», con esa humilde fragilidad nada disimulada, dictó un emotivo alegato en pos de la imaginación, de la invención, del mundo que habita en nuestro interior. Una lectora siempre sorprendida: «¿cómo es posible que de aquellas páginas de papel, de aquellas hormiguitas negras que las surcaban se levantara un mundo ante mis ojos, mis oídos y mi corazón de niña? ¿Qué clase de magia, de sortilegio era aquel que sobrepasaba cuanto yo vivía y cuanto vivía a mi alrededor?» La puedo imaginar a sus cándidos diecinueve llamando a las puertas de la editorial Destino con el manuscrito de su primera novela «en un cuaderno escolar, cuadriculado, con las tapas de hule negro.» Tenía claro su lugar en el mundo, en su mundo de sueño y fantasía, porque «el que no inventa no vive». Su felicidad, su pasión, era empezar con un «Érase una vez» que la arrojase al mar de la imaginación.

Entonces me acordé de Tony Soprano, protagonista de Los Soprano, jefe de una vasta familia de mafiosos americanos de pasado italiano. Pensé en la felicidad de Tony contrapuesta a la de Ana María. Cómo ella sufrió la miseria de hacer «interminables colas para conseguir pan y patatas» y, sin embargo, alcanzó su más profunda felicidad navegando entre las páginas de los sueños y las ilusiones. Y Tony, infeliz en su poder más su dinero más sus amigos más su ostentación más su mejor whisky del mundo más sus apetecibles amantes. Refugiando su fracaso personal en una psiquiatra de prestigio a pesar de tener a una esposa fiel y en una parvada de patos a pesar de tener un yate.

Como si la imaginación de Ana María tuviese más valor que todo el dinero que Tony había gastado y ahorrado en su vida. Esas hormiguitas negras.

Va de cuento

Hace un par de meses propusimos una lista con una docena de libros imprescindibles. Ahora es el turno de su hermano menor, el relato. A continuación enumeramos un puñado de relatos con los que es conveniente tropezarse alguna vez…

8. Grace («A mayor gracia de Dios»), James Joyce, en Dublineses.

James Joyce diserta acerca de la religión y su valor moral en la cultura irlandesa narrando la historia de un borrachín dublinés -valga la redundancia- que tiene un percance debido al alcohol y al que sus amigos tratan de domesticar a través de la mediación de un sacerdote. El mejor relato del celebrado compendio de Dublineses con permiso de Los muertos.

His line of life had not been the shortest distance between two points.

7. El ojo Silva, Roberto Bolaño, en Putas asesinas.

Una narración desnuda y sincera, una prosa ágil y cotidiana con la que Bolaño narra una anécdota del Ojo Silva, un chileno que se exilia (como el autor) y vive una experiencia tremenda en la pobreza de la India.

Siempre intentó escapar de la violencia aun a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década del cincuenta.

6. El centinela, Arthur C. Clarke.

El germen de la magnífica película 2001: una Odisea en el Espacio. Un grupo de astronautas descubre un artefacto mineral con forma de pirámide en la Luna que emite «señales» a un lugar remoto del infinito espacio. ¿Quién ha «colocado» al centinela en la Luna? ¿existen los alienígenas que reciben las señales que emite el artefacto? ¿qué propósito tiene, acaso es una señal de alarma con la misión de desactivarse cuando el Hombre llega a la Luna? En la cumbre de la ciencia-ficción, sin duda.

Los mecanismos de la pirámide, suponiendo que lo sean, son fruto de una tecnología que se halla mucho más allá de nuestro horizonte, quizás una tecnología de fuerzas parafísicas.

5. Los crímenes de la Rue Morgue, Edgar Allan Poe.

Una mujer y su hija son brutalmente asesinadas en su apartamento parisino. Hay que buscar al culpable y, para ello, la policía contrata al analítico detective Auguste Dupin, precursor del gran Sherlock Holmes. Dupin traza una explicación asombrosa del crimen en este relato detectivesco y tan negro como el resto de la prosa de Poe.

Así como el hombre robusto se complace en su destreza física y se deleita con aquellos ejercicios que reclaman la acción de sus músculos, así el analista halla su placer en esa actividad del espíritu consistente en desenredar.

4. El Aleph, Jorge Luis Borges, en El Aleph.

El Aleph es la obra maestra de un maestro del cuento, simplemente. Un relato genial y complejo que se pregunta acerca de la existencia y la eternidad a través del «aleph», un punto en el espacio que contiene todos los demás puntos.

La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo.

3. El Principito, Antoine Saint-Exupery.

Poco se puede descubrir sobre este relato largo o novela corta que abarca en tono aparentemente infantil cuestiones como el sentido de la vida, el valor de la amistad y el amor. El príncipe del asteroide B 612 forma ya parte del imaginario colectivo e, incluso a pesar de su empalagosa omnipresencia, sigue manteniendo su sencilla trascendencia.

Conozco un planeta en el que vive un señor muy colorado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas. Se pasa el día diciendo, como tú: «¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!», lo que le hace hincharse de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!.

2. El perseguidor, Julio Cortázar, en Las armas secretas.

Extenso relato en el que Cortázar rasca en el alma humana narrando la decadencia de un saxofonista borracho y bohemio llamado Johnny Carter, inspirado en el gran Charlie Parker. Se desgrana su contradictoria personalidad y cómo logra encontrar en su genio musical el sentido último de la existencia. El estilo literario es avasallador, magnífico y directo, nada retórico.

De golpe dejó de tocar y soltándole un puñetazo a no sé quién dijo: “Esto lo estoy tocando mañana.”

1. 19 de diciembre de 1971, Roberto Fontanarrosa, en Cuentos e historias.

De largo el mejor relato sobre fútbol de la historia. Una narración directa y vibrante acerca del secuestro del viejo Casale para llevarlo a un partido de fútbol crucial en la pasional Argentina, patria del autor. Un ejemplo de cómo transmitir la pasión por el fútbol y los sentimientos que conlleva.

Yo iba a llevar, por supuesto, el gorrito que venía llevando a la cancha todos los últimos partidos y no me había fallado nunca el gorrito. A ése lo iba a llevar, era un gorrito milagroso ése. El Coqui iba a ir con el reloj cambiando de lugar, o sea en la muñeca derecha y no en la izquierda, porque en un partido contra no sé quién se lo había cambiado en el medio tiempo porque íbamos perdiendo y con eso empatamos.

Un papel principal en una jaula

Wish you were here I
En lo alto de Riópar Viejo (abril 2010).

Wish you were here. Era de Pink Floyd, y por las circunstancias de su creación, una canción muy personal y emotiva, pero la versión de Dos Bandas Y Un Destino es muy digna, para emocionarse mientras cantan and did you exchange a walk for a part in the war for a lead role in a cage? Seríamos muchos los que asquerosamente canjearíamos un papel de comparsa en la guerra por un rol principal en una jaula. Acaso sea más fácil ceñirse al espacio delimitado por los barrotes, acotarlo y sobrevivir, al menos, bajo la certeza de lo posible y lo visible. Acaso sea más valiente, o inconsciente, aparecer en la guerra, incluso aunque se trate de labores de intendencia, incluso aunque sea for a little while, incluso si nos prometen que nuestra integridad no está en juego. Pero tienes que elegir tu papel y quizá te venga a la cabeza esa sentencia del filósofo que terminó abrazado a un caballo y alejado de la humanidad: lo que no te mata te hace más fuerte (o engorda), salvo que bebas agua.