Schweinsteiger, Hauptbanhof

Alemania es una Hauptbanhof.

Suena a insulto, pero simplemente se trata del término con el que designan a las estaciones de trenes principales de cada ciudad. La primera imagen que me viene a la mente cuando pienso en Alemania es la de una larga hilera de vías de tren, montones de amasijos de hierro perfectamente alineados en paralelo, lo que se ve cada vez que te acercas a una Hauptbanhof y el tren decelera. Y ahí desembocan los trenes, en las estaciones principales, tan imponentes, generalmente espacios abiertos con grandes bóvedas, como catedrales de la globalización y la ubicuidad. Es denso el trasiego de personas de todas las edades, desde adolescentes que comen brezeln o berliner hasta personas mayores con zapatillas de deporte y pantalones de chándal pasando por serios ejecutivos que toman el tren y no los taxis o coches oficiales. Y denso es también el olor de las estaciones y andenes y vagones, debido a la familiaridad con que comen los alemanes fuera de casa y el olor de su comida, tan especiada. Da la sensación de que no haya ningún alemán fuera del tren y que todos hagan visitas a familiares o trabajen o estudien en ciudades diferentes. Lo malo es que te abroncan si hablas por el teléfono en el vagón, no les gusta que interrumpas el sonido de los raíles. Es curioso, como anécdota, que he visto más trenes de alta velocidad con retraso que regionales, como si Deutsche Bahn quisiese atenuar las injusticias que sufre la plebe con un pequeño detalle de favoritismo o como si fuese consciente de que los trayectos en regionales son más relevantes para el engranaje germano.

Schweinsteiger es una Hauptbanhof.

Suena a insulto, pero Schweinsteiger es algo así como una Hauptbanhof, un conglomerado de hierro forjado en las canteras bávaras, donde no se aprender a gambetear, sino a atornillar, soldar y tomar consciencia de la industria de cadenas de montaje de logística casi mística. Schweinsteiger es como un nudo ferroviario en el que se concentra el germen del fútbol aleman actual, origen de todos los trenes con destino la portería rival. Una estación que reparte justicia con los viajeros, agilidad de transbordo e incansables labores de distribución. Cuando sus compañeros lo encuentran, sienten el alivio del viajero cuando divisa la alta bóveda de una Hauptbanhof, saben que estéticamente podría ser más estética y atractiva pero difícilmente más funcional y sosegante.

Esperemos que mañana todos los trenes lleguen con retraso.

La estabilidad del caos

El desequilibrio, por definición, es perfecto, estable hasta la desesperación. Pero bueno, eso ya lo estudiábamos en termodinámica, todo sistema tiende al caos. Parece muy poético, pero más bien es un desastre, y nunca mejor dicho.

La tendencia infinita al caos me recuerda a N. No era un habitante usual de este mundo, sino más bien un espectador, un supervisor. Intentaba controlar que todo a su alrededor fluyese del modo correcto. Era feliz cuando veía todos los elementos de los sistemas (léase individuos y sus circunstancias) de su alrededor en armonía, como un gran ecosistema bien engranado. Le desesperaba la incertidumbre. Para ella el mundo era un sistema en el que cada uno giraba de forma individual, a lo suyo, inconsciente de su posición global dentro del todo, pero ocupado de manterse en su órbita particular; y ella se consideraba la encargada de mantener ese frágil equilibrio, como si tuviese que mantener cientos de platos girando alrededor de largas varillas de madera y tuviese que correr de un lado a otro cuando cada plato perdía velocidad.

Ella era consciente de que el equilibrio era frágil, pero luchaba por mantenerlo, de ello dependía su satisfacción personal. Era sensata y sabía que hacía falta una gran concentración para que cada decisión fuese la correcta, desde dar un paso y no tropezarse con la acera hasta llamar a una amiga y no equivocarse en el nombre o pagar una copa y devolver bien el cambio. Sabía que era utópico mantener la estabilidad, pero su inconsciente luchaba por apresarla.

Un día conoció a un chico que la desoriento por completo, tanto que le repetía a menudo esos versos mágicos de Aute «no temas si me matas, que yo sólo entiendo tus labios como espadas.»

Entre Margarita y Sara

Encuentra las diferencias.

Recuerdo una genial cita de una peli menor de Woody, Recuerdos… «Nunca había sido capaz de enamorarme, no había encontrado a la mujer perfecta; siempre había algo malo. Y entonces conocí a Doris, una mujer maravillosa, con una gran personalidad. Pero por alguna razón, no me atraía sexualmente, no me preguntes por qué. Luego conocí a Rita, un animal, indecente, problemática. Me encantaba irme a la cama con ella, pero después siempre deseaba volver con Doris. Entonces, pensé, si pudiera poner el cerebro de Doris en el cuerpo de Rita sería maravilloso. Y pensé, ¿por qué no? Así que preparé la operación y todo fue perfectamente, cambié las personalidades e hice a Rita una mujer ardiente, dulce, sexy, maravillosa, madura… Y me enamoré de Doris.”

En realidad, este post no iba por esos derroteros, quizá una no sea tan lista, sino simplemente obstinada y trabajadora incansable, y la otra no sea tan insoportable ni problemática. Casualmente me he tropezado con ambas este finde. De Margarita Salas he leído una interesante entrevista (similar a esta) en la que se queja de que es anticonstitucional que la obligen a jubilarse; debió hacerlo hace dos años y sin embargo sigue al pie del cañón día tras día de forma loable. «Si me jubilo ahora, todos los avances que hemos realizado se quedarán huérfanos», afirma con un preclaro sentido de la justicia pero de forma tremendamente humilde. De hecho, en la entrevista parece casi lela de tan humilde e insiste en que de no haber sido por la ciencia no podría haber superado la muerte de su marido, también ciéntifico biomolecular. Y hablando de maridos y de justicia me acuerdo de Sara Carbonero. Qué injusto el trato de la prensa y con qué ensañamiento se ceban día tras día en ella como argumento feroz contra la selección española de fútbol. Qué sensacionalismo y, lo que es peor, qué seguimiento: la semana pasada tanto en El País como en El Mundo la noticia más leída estaba relacionada con ella, si no era por entrevistar al portero de la selección era por desestabilizar al equipo y provocar la derrota contra Suiza (sic). Me gustaría saber qué piensa ella y cómo mantiene la entereza; debe ser difícil que no te duelan las miradas ajenas, femeninas y masculinas, con esos ojos.

En fin, que debemos apoyar la investigación porque gracias a una patente de Margarita Salas la ciencia española ha generado más de 49 millones de euros y que no debemos pinchar en noticias web del Times acerca de Sara Carbonero.

No es el sabor de las cerezas

No era una de esas chicas que conoces un día en un garito de forma casual y entablas una conversación banal que se va enredando hasta que le terminas hablando de tu viaje a Boston con tu primo hermano y luego de tu verano de los 15 años cuando te escapaste de casa por una mezcla de discusión familiar y porque pensabas que encontrarías una quimera del oro personal y un destino que iba a ser la envidia de todos los lugareños pero que resultó un fracaso porque no tenías ni un duro y tuviste que atiborrarte de orgullo malherido y volver a casa con el rabo entre las piernas. Entonces, después de unas cuantas miradas mientras ella ya baila y bebe y charla con sus amigas te acercas a ella para despedirte y al ir a darle dos besos de encantado de conocerte y a ver si coincidimos por aquí algún otro día, te roba los labios y se los enreda con los suyos de una forma que al principio te sorprende porque tu inocencia no se lo esperaba y después te atrae por el sabor de esa saliva cálida libre de humos y finalmente te excita por el roce intencionado de su pecho en tu hombro mientras su lengua acaricia tus encías hasta que te susurra al oído un el placer es mío, y lo podría ser mucho más. No. Ella no era de esas.

Que se joda el espectador medio

The Wire: 10 dosis de la mejor serie de la televisión es el título de un libro publicado recientemente -mayo 2010- por Errata Naturae como homenaje a la mejor serie de la televisión de todos los tiempos [¿no?]. Incluye, como material interesante, una entrevista de Nick Hornby a David Simon, alma mater de la serie, y un relato inédito de George Pelecanos, escritor norteamericano y guionista de la serie. Además, se desgranan los entresijos de The Wire en siete capítulos escritos a modo de artículos de divulgación.

Supongo que no es necesario que reitere mi pasión por esta serie y que resultaría muy divertido y sencillo escribir otro de esos artículos de divulgación, pero sería imposible centrarse en un tema, en un personaje, en una escena o en un hilo argumental; habría demasiada tela que cortar.

Se trata de un libro interesante pero que no llega a ser imprescindible y que se torna por momentos excesivamente académico y gafapastoso, como si necesitásemos explicar y reflexionar con argumentos trascendentes acerca de una serie que se siente desde la espina dorsal.

Sin embargo, alguno de los comentarios de David Simon son realmente clarividentes: «la pauta que sigo para intentar ser verosímil es muy sencilla: el lector medio, que se joda. A lo largo de mi carrera como periodista, siempre me dijeron que tenía que escribir pensando en el lector medio. El lector medio, tal y como ellos lo entendía, era un suscriptor blanco, acomodado, con-dos-hijos-coma-y-algo y tres-coches-coma-y-algo, un perro y un gato, más lo consabidos aparejos de jardín; una persona ignorante que necesita que se lo expliquen todo, ya mismo. Así, tu exposición se convierte en un peso increíble, en un auténtico peñazo. Que le jodan. Que le jodan pero bien. Desde hace tiempo decidí escribir para gente que vive lo que cuentas, para gente de ese mismo mundo, del mundo marginado.»

El mundo va por un lado. Y la gente, por otro.

Poot, The Wire.

Moleskine

Un día me compré una libretita Moleskine. Por eso de ir anotando todo lo que se me ocurriese, como si las ideas que me asaltasen fuesen brillantes y supusiera una gran pérdida para la humanidad que no las materializase, ingenuo de mí. Eso fue hace algunos años y supongo que pensé en la libretita como el carné de acceso al club vip de la intelectualidad, un pacto tácito y ridículo. Sólo escribí en ella una vez y, cuando lo releí, vi que era una soberana estupidez, como casi todo lo que se escribe, sólo que algunas veces o no somos prudentes o somos vanidosos. Como ni tengo gafas de pasta, ni fumo con la muñeca doblada, ni anoto lo que escucho por si se ríen en el bar del pueblo al verme con una libreta, decidí regalar mi moleskine, no sin antes arrancar la página escrita, por supuesto.

Se la podía haber regalado a varias personas, pero ella fue la primera candidata con la que me tropecé, más casualidad que premeditación. No le hizo especial ilusión, no las conocía porque, aunque lectora y escritora, era pobre y en la universidad se gasta el dinero en vino y cine antes que en libretas. No sé para qué la usaré, dijo, pero intentaré tratarla con cariño por ser un regalo. Bueno, contesté, al menos como agenda te puede servir, es manejable. A cambio me regaló un casete. Lástima que yo ya tuviese ordenador y discman.

Ahora la he recibido por correos, ya la había olvidado, la libreta. Habían arrancado otras dos páginas. La siguiente estaba en blanco. En la siguiente había tres series de rayitas verticales alineadas; al principio de cada serie, dos letras: LC, VR y MR. LC tenía 12 rayitas, VR 22 y MR sólo 7. No sé qué significaba. El resto de páginas estaban en blanco, excepto la penúltima, que estaba acartonada, como si hubiese estado húmeda anteriormente, donde se leía:

Era como si me despreciasen por mi aspecto físico. Era como si pensaran: a este chico no le puede gustar una pobre desgraciada sin dientes. Como si los dientes tuvieran algo que ver con el amor.

El día que fue a comerse el mundo y masticó tierra

Cuando llegó a la parada de metro indicada, diez minutos antes de la hora a la que se habían citado, se dio cuenta de que la espera sería en balde. Era consciente de que ese tiempo sería basura, aunque, pensándolo bien, no sabía distinguir el tiempo basura del tiempo oro; todos los segundos son iguales y quizá el instante aparentemente más irrelevante te cambie la vida. Si acaso podría definir tiempo valioso como aquel del que dispuso Santiago Nasar por ser finito. Los demás creemos que el nuestro no es finito, y así vamos tirando.

Aún con todo, se sentó en un banco con vistas a la salida de la estación de metro. Por educación más que por convicción. No era necesario tener la frente demasiado ancha ni las sinapsis neuronales muy bien conectadas, más con menos y menos con más, para advertir sus deseos. Ella quería quererse, sencillamente sentirse bien como amante y amada en una curiosa simbiosis autosugestiva. Ansiaba convertirse en un ángel de Victoria’s Secret y en portada de las revistas que compran las chicas acomplejadas para hundirse más profundamente en las arenas movedizas de su nula autoestima.

Ella llegó, le dio dos besos y se sentó en el banco disimulando su fracaso, pensando que el populista lema puedes conseguirlo si lo deseas realmente sólo es cierto para los cínicos. Rompió el breve silencio informando que no la habían escogido como extra para un spot de Movistar.

Los detectives salvajes

Gracias a Bolaño he hecho las paces con Cortázar. Ahora ya no me cansa Rayuela, pero me gustaría tenerla a mano para releer y creo que he prestado mi ejemplar, o perdido, que es lo mismo, ¿alguien lo tiene? Gracias a que se me ha roto el portátil he encontrado el sosiego, necesario para leer con calma, que había perdido hace meses, aunque siempre me interrumpa el ruido del camión de la basura. No sé si ese camión tiene relación con Bolaño, o con la literatura. Gracias a la página 132 sé que la poesía es lo más bonito que se puede hacer en esta tierra maldita, pero para ser poeta tienes que dormir poco y comer poco; como si los poetas fuesen los monjes, no del alma, sino del corazón. Y sin voto de castidad. También hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear, aunque en el Senado ni recitan ni luchan, sólo abuchean, estúpidos y aburridos, sobre todo aburridos. Qué fácil les resulta mentir; o creerse sus propias palabras. Digo que la mentira en política es como el Chulo de la Muerte para los poetas maricones, Bolaño dixit, el chulo es la palabra que atraviesa ilesa los dominios de la nada (o del silencio o de la otredad).

Por fin había encontrado una utilidad para el aeropuerto de Ciudad Real. Tenía vuelo a Dortmund haciendo escala en Mallorca para evitar ir a Madrid, esquivar el AVE y el metro. Pero Air Berlin ha cerrado en Ciudad Real y ahora tendré que ir a Alemania a través de Madrid y Mallorca. Qué fraude, ya sólo queda conexión con Londres, creo. Si se castigase a los responsables de ese mastodonte fraudulento al menos estaría más tranquilo, conservaría un mínimo de respeto a este sistema.

– ¿En qué piensas?
– En ti -mentí; en realidad pensaba en mi tío, y en la Facultad de Derecho y en la revista que iban a sacar Belano y Lima-. ¿Y tú?

En que en ninguno de esos cuatro vuelos me volveré a encontrar con Giulia.