Eterna Juventud

Tanto le insistieron en que debió tomar el elixir de la eterna juventud que al final terminó creyéndoselo. Igual que Obélix cayó en la marmita de poción mágica de Panorámix y se la bebió casi entera cuando era un niño, ella parecía otro prodigio de la naturaleza. Daba igual que pasasen los meses y los años porque ella seguía siendo la más guapa, la más risueña y juvenil. Era la envidia de ellas y el objeto de deseo de ellos. Conseguía lo que se proponía con una facilidad asombrosa: una simple sonrisa y ¡zas! el éxito asegurado.

Le perdí la pista hace años y no supe nada de ella hasta la semana pasada. Me encontraba en Almería, adonde había acudido para asistir a un congreso. Al llegar al hotel, solicité que a la mañana siguiente el servicio me despertase a las 7:30; había olvidado mi despertador y no me fiaba de la alarma del teléfono móvil.

Ella me despertó al día siguiente. Yo no comprendía que hubiese cambiado su trabajo anterior, bastante estable, por cierto, por este nuevo, mucho menos gratificante. Me dijo que se había cansado de que siempre le dijesen «Sí» y quería saborear los «No», los gruñidos matutinos contra el despertador, los ruegos de aplazamiento. Pensé que si quería sufrir y no conquistar sus deseos con la facilidad que siempre había tenido podría haber escogido muchos otros trabajos más sacrificados, pero de todas formas me sorprendió su actitud, ese hastío del éxito.

P.S. Basado en la historia real de un sueño.

Balance

Ha sonado la hora fatídica de mirar hacia atrás con la serena lucidez del que sabe que va a caer el telón y que, a poco que remolonee, no tendrá que hacer balance. No diré que dejo este 2oo9 con pena; entre los muchos sentimientos contradictorios e inoportunos que en mi ánimo luchan con resultados generalmente nefastos no están el estoicismo preclaro ni la elegante resignación. Es triste constatar, al levar anclas, que jamás he poseído las virtudes más excelsas de la hombría: soy egoísta, timorato, mudable y embustero. De mis errores y pecados no he salido ni sabio ni cínico, ni arrepentido ni escarmentado. Dejo mil cosas por hacer y otras mil por conocer, de entre las que citaré, a título de ejemplo, las siguientes:¿por qué ponen huevos las gallinas?, ¿por qué el pelo de la cabeza y el de la barba, estando tan juntos, son tan distintos?, ¿por qué los programas de televisión no son un poco mejores? Ítem creo que la vida podría ser un poco más agradable de lo que es, pero es probable que esté equivocado, o que no sea tan mala, sino sólo una pizca banal.

[Eduardo Mendoza, El laberinto de las aceitunas]

O quizá no sea tan banal, ni tan mala; es probable que no sepamos aprovecharla. José Antonio Marina, en una tarea harto ambiciosa, plantea cómo aprender a vivir mejor en El aprendizaje de la sabiduría. Aunque este tipo de libros suenan a autoayuda y psicología barata, es interesante constatar cómo Marina simplifica los conceptos para que tengamos a mano un manual sin pretensiones que nos guíe en nuestra única labor. A grosso modo, para aprender a vivir es necesario:

  1. Elegir las metas adecuadas: establecer prioridades, planificar, revisar cómo vamos, atreverse a cambiar de proyectos.
  2. Resolver problemas: tomar buenas decisiones, hacer el esfuerzo de conseguir nuestras metas y huir de la pasividad.
  3. Valorar las cosas adecuadamente y disfrutar de las buenas.
  4. Tender lazos afectivos cordiales con los demás.
  5. Mantener la autonomía correcta y responsable.

P.S. Se ha sustituido mundo por 2oo9 de la cita original de Mendoza.

EntE

Un día preguntó a su dios que por qué lo había dotado de tan estrecha inteligencia, que por qué la química de su genética lo engendró tan torpe, cerril incluso para jugar al parchís. Pero su dios no alegó los motivos, se mantuvo impasible. Él pensó que su dios era mudo. Poco después suplicó a su dios con todas sus fuerzas para que su padre se salvase de ese tumor maligno que acosaba su riñón, pero su dios no libró a su padre del fatal destino. Él pensó que su dios era sordo. En otra ocasión, poco después, imploró con lágrimas en los ojos el final de la guerrilla de bandas que asolaba el barrio y lo convertía en escenario de una dramática pesadilla. «¿Acaso no lo ves? ¿Por qué no das fin a la maldad imperante? ¿por qué no ayudas a las familias que aquí viven, víctimas de esta injusticia?». Pero su dios no resolvió la guerrilla y él pensó que su dios era ciego.

Llegó el día en que tomó un avión. Como todos bromeamos el primer día que ascendemos a los cielos (con motor), él también pensó que estaría más cerca de su dios. Al principio las turbulencias fueron incluso divertidas, pero en poco tiempo se convirtieron en terroríficas. No se veían las nubes, pero las corrientes de aire provocaban un inusitado bamboleo en el desplazamiento del avión. Él, temeroso, advirtió a su dios: «por favor, por favor, ayúdanos a llegar sanos a tierra, tenemos miedo de que el avión pueda tener un accidente, por favor, evítalo, dios mío».

Y el avión se precipitó hacia el vacío de un descenso imparable. Él pensó que su dios no tenía olfato para preveer las situaciones catastróficas. Durante la caída se dio cuenta de que, por tanto, su dios era sordo, mudo, ciego y falto de olfato. Un ente insensible (más bien insensorial) y ajeno a las desgracias de este mundo.

Cuando el avión estaba a punto de estrellarse contra el mar, él tuvo un último pensamiento. Se acordó de su dios. Siguió, a pesar de todo, teniéndolo presente.

Richmond Park, a place to walk

Hace un par de semanas, con motivo de una conferencia acerca de la vídeo-vigilancia, estuve en Londres. En realidad, no estuve en el Londres que todos conocemos con su Buckingham Palace, su Big Beng, su Tower Bridge o su Trafalgar Square, sino en uno de los distritos del Gran Londres, Kingston. Y allí es donde se encuentra el más asombroso parque que he visto, Richmond Park.

   

Richmond Park, con sus casi mil hectáreas de superficie, es el Royal Park más grande de los nueve londinenses y uno de los mayores parques urbanos del planeta. Pasear alrededor de Richmond Park es una experiencia prácticamente mística; no hay contaminación visual -a no ser que pases cerca del camino de coches- ni acústica y se puede observar el sosegado modo de vida de la fauna que allí habita, desde zorros y ardillas hasta ciervos y cisnes. El parque es visualmente inabarcable y en algunas de las zonas la frondosidad de los árboles es tal que uno se siente en el corazón de la naturaleza. En Richmond Park se respira paz y sosiego, es un buen lugar para sentarse a meditar o simplemente a disfrutar, a escuchar los silbidos de las aves o a observar el comportamiento de los ciervos. Una ardilla me sopló algo que no entendí muy bien de la rosa de los vientos humana, algo así como social, intelectual, emocional y espiritual, pero no capté bien, tendré que volver.

Qué injusta es la popularidad con Richmond Park en comparación con el archiconocido Hyde Park, tan sobrevalorado y abarrotado.

P.S. Una lástima que no llevase cámara de fotos, afortunadamente en flickr hay miles de fotos del parque. Gracias Elena.

Nutella Generation, capítulo 256

¡cómo se te ocurre matarte!¡no te parece una estupidez! Incluso aunque lo peor sea cierto, ¿qué pasa si no existe Dios y nosotros sólo vivimos una vez y se acabó? ¿No te interesa? ¿No te interesa esa experiencia? Entonces me dije: ¡qué diablos! No todo es malo. Y pensé para mis adentros: ¿por qué no dejo de destrozar mi vida buscando respuestas que jamás voy a encontrar y me dedico a disfrutarla mientras dure? Y después, después ¡quién sabe! Quiero decir: quizá existe algo, nadie lo sabe seguro. Ya sé que la palabra quizá es un perchero muy débil en el que colgar toda una vida, pero es lo único que tenemos [Woody Allen, Hannah y sus hermanas]

Que Mickey, el personaje de Woody, no fuese lo suficientemente valiente como para suicidarse a sangre fría y confirmase un vacuo optimismo no significa necesariamente que Diego tenga que comportarse igual. Por eso Diego, cuando tuvo oportunidad, selló las puertas y la ventana de su habitación y abrió el frasco de monóxido de carbono que de forma corrupta había sobornado a QuimiNet. Se tumbó en la cama y aspiró fuerte. Progresivamente el monóxido de carbono entró en sus pulmones, pasó a la sangre y se combinó con la hemoglobina, molécula encargada del transporte del oxígeno. Así, el nivel de oxígeno en sangre disminuyó hasta provocar la axfisia de Diego. Una muerte dulce, dicen.

Los demás pensaron que dulce había sido su vida, sobre todo el día que consiguió derrotar a Inglaterra haciendo trampas y convertido en un barrilete imparable, o la larga temporada que disfrutó en un balneario de Los Alpes junto a su último trofeo, una joven supermodelo de 22 años. Al tiempo, ella emigró a Cuenca, concretamente al Provencio, donde empeñaba el día ordeñando y paseando a un pequeño rebaño de merinas. Rumoreaban las marujas del lugar que hacía la noche, que si no una chica tan guapa no estaría por esas tierras perdidas; y ella sonreía a ese bulo frente al espejo de su habitación mientras se desabrochaba el sujetador sin relleno. Entonces pensaba que quizá en alguno de los infinitos mundos paralelos cuya existencia está demostrada pero no probada ella era una mujer de alterne.

P.S. La Nocilla está rica, Agustín Fernández Mallo, el hombre que se salió de la tarta, baila con sentimientos y pensamientos, ciencia y poesía, cultura pop y refinada. Muchos lo odian, y ese aspecto de intelectual da motivos para ello, pero se ha de reconocer su tino y originalidad. Cuando lo lees sientes cómo se agolpan todas las ideas y cómo, de forma inconsciente, van solidificándose hasta formar un ente íntegro. Hay miles de críticas a su trilogía, así que quién quiera, que busque…

Retazos de bar y Windows 7

mi_pueblo_bonito

Hola, soy Manuel y estoy en el psiquiátrico; los médicos no me dejan salir, así que hoy no voy a ir a tomar botellines, ellos me darán la medicación y a dormir. Con tus nuevas vertederas tu tractor de cien caballos no se va a escapar, amos, seguro, yo creo que con un apero de cinco ya habrías tenido suficiente. Él es de esos que se levantan a las seis de la mañana, preparan el hato y se van a labrar hasta el anochecer, solos y sin ningún entretenimiento, sólo ir y venir en línea recta. Pufff, es que yo ya he viajado mucho, he estado en tantos sitios y países que ni me acuerdo, por eso ya no me apetece nada más que estar con mis perretes y pasear por el campo. No te preocupes, si a estas carreras vienen muchos hombres de cuarenta años que tienen en la bici la excusa perfecta para librarse de su mujer los domingos por la mañana, como mi compañero de trabajo que va a la oficina 12-14 horas diarias para «a ver si cuando llegue mi mujer está ya acostá». Él es un adán, no vale pa ná, es ceporro pa las labores manuales y pal campo tampoco sirve, no va a ir a ningún lao ya. Cómo funde el dinero esta gente, no sé cómo se las apañan, pero él no tiene muchos vicios y nunca tienen ni un duro, mira, su mujer lo ha tenido toda la semana sin almorzar y sin tabaco, lo lleva más recto que una vela. No, a la máquina no le eches esta noche, que ha venido Cuchi y se ha llevao un premio gordo, así que ahora está fría y no va a dar ni una perra. Venga, que os invito a comer con los 50 euros que me gané el sábado pasado instalando el Windows 7.

Culpable o responsable

– No, no eres culpable. Eres responsable. La culpabilidad se admite, y agachas la cabeza esperando la reprimenda, el castigo. Pero la responsabilidad se reconoce y se da un paso al frente. Son dos actitudes muy diferentes; hay que ser responsable, no culpable. Es por eso que estoy hoy aquí. Porque si te gusta la bebida, debes controlarte, eso es ser responsable; si no lo haces, serás culpable de tus actos ebrios. ¿Sabes por dónde voy?

– Sí, sí, claro que lo sé, por eso no me justifico con litros de alcohol. Pero no separes de forma tan tajante ambos conceptos: yo fui irresponsable y por eso soy culpable. Asumiré la responsabilidad de mis actos, incluso aunque ambos sepamos que el infractor fue mi otro yo.

– No escurras el bulto.

– No lo hago, sólo digo la verdad. Que yo no seré la Santísima Trinidad, pero no soy uno solo, también soy el que trabaja con ahínco de 9 a 7, el que mata con frialdad los domingos por el campo, el que cuando va al bar lo cierra. Sinceramente te digo que lo siento, ya no puedo hacer nada por evitarlo, asumo mi culpa.

– Así no se hacen las cosas. No está bien que vayas a mi casa, a mi familia, cuando yo estoy fuera por trabajo. ¿Qué gano ahora castigándote? No aliviaría mi pena ahora que ya no estoy tan caliente como cuando me enteré. La venganza, dicen, es un plato que se sirve frío. No me gusta esa expresión, no me gustan las venganzas y entre adultos los castigos no enseñan nada.

Y él, culpable de violación, sintió cómo cada vez le pesaba más la culpabilidad, cómo hubiese preferido una condena antes que un sermón tan frío; de este modo le dolería cada vez más la conciencia y no conseguiría desprenderse de ese incómodo sentimiento. Si bien él nunca había sido muy «ético y moral», también es verdad que en la negrura de sus ideas brillaban atisbos de arrepentimiento.