Evolución o Involución

Sala de armas
Sala de armas del Castillo de Belmote, el pasado y quizá el futuro.

You’re too old to lose it,
too young to choose it.

[Rock’n’Roll Suicide, David Bowie]

Es complicadísimo plasmar una evolución en una manifestación artística, a pesar de que gente como Cervantes lo consiguiera con su Alonso Quijano o John Ford con el misterioso hombre que pudo matar a Liberty Valance. Jaume Cabré lo consigue en «Yo confieso» aunque el esfuerzo le haya supuesto casi una década de trabajo y seguramente múltiples quebraderos de cabeza en el ambicioso propósito de hilvanar la evolución psicológica de un personaje con un complejo entramado de historias entrecruzadas a través de la Historia: de monjes en monasterios de la Edad Media al Holocausto o la vida actual en una universidad catalana; y ambos esfuerzos tocados por una prosa especialmente atractiva. Es una novela sin artificios que no merece la pena reseñar, sólo agarrar el mamotreto y atreverse a sumergirse en el mundo de Cabré, aunque su envergadura evitará que te la lleves a la cama.

Preferible a día de hoy acercarse a esos mundos que a otros de asfalto, calorías y euros. Con tanto periodismo actual, democratizado gracias al internet, ya sobran nuestras opiniones de otros temas de actualidad que abundan en periódicos y blogs. Esta semana se han publicado dos columnas de dos escritores antagónicos y siempre controvertidos que considero reseñables: Discurso de Rajoy (versión descartada) de José A. Pérez y Somos lo que somos de Salvador Sostres:

«Lo cierto es que, durante décadas, en España hemos potenciado la cleptocracia, la cultura del pelotazo y la corrupción en todos los estamentos sociales. También en el político. Todos los gobiernos han apostado por la burbuja, el pelotazo y la especulación. Por la picaresca y la ley del mínimo esfuerzo. Ni siquiera hemos sido capaces de llegar a pactos mínimos de pura responsabilidad institucional, como el de la educación.»

«En contraposición tenemos alegría, sol y fútbol. Una imponente gastronomía, exportable y refinada, y que en estos momentos es la más interesante del mundo. Tenemos mala leche, sentido del humor, buenos poetas y una capacidad fuera de lo común para estar contentos y hasta para ser felices. Esta es nuestra realidad, entre lo genialoide y la piratería, entre el Buscón y Velázquez, entre Ferran Adrià y el Lazarillo. La belleza no está exenta de sordidez y la alegría contrasta a veces con el lacrimógeno dramón tercermundista, pero, sea como sea, tenemos el indiscutible don de saber vivir bien, aunque a veces sea limitando con la golfería.»

Cada párrafo de uno de ellos, posiblemente intercambiables. Podemos querer vivir bien y ser ricos simultáneamente, pero eso implica necesariamente esfuerzo; la otra vía es el pelotazo y la truhanería, que ha demostrado ser inviable a largo plazo. O podemos renunciar a querer ser alemanes y contar chistes sin gracia. Mientras tanto, generalizando aunque sea injusto, seguiremos apostando por la mediocridad conformista, por la demagogia populista, por el pesimismo (justificado) paralizador, por «mi» opinión infalible para que Rajoy y Del Bosque tengan éxito. Somos el bochorno y la pena.

Mejor leer a Cabré, salir a pasear al fresco o volver a soñar contigo, que ya van tantas noches que ni sé si existes o eres un fantasma en el espejo. No es que me importe mientras me entretengas las noches bochornosas de verano.

Periodismo y representación

Las Rejas
This is not a salad. [Renné Magritte, adaptación]

«Hay quienes pensarán que ello tensaría demasiado la cuerda, y puede que sea así, pero llevamos tanto tiempo aflojándolo todo que ya nada sabe a nada, que ya nada significa ni vale nada, y todo se difumina y se diluye en un charco de indefinición y de mediocridad. Las ideas hay que defenderlas, y si no eres lo suficientemente valiente como para enfrentarte a lo que te denigra, tal vez te tendrías que plantear si mantienes la cabeza lo erguida que la tendrías que mantener; y si estás capacitado para representarte a ti mismo.»
[Salvador Sostres, adaptación]

Lo simpático de los periodistas jóvenes de éxito es su proximidad, lo fácil que te resulta pensar que has vivido, sentido y pensado similar, aunque vistan sus hazañas un poco de bizarras para dar un punto de emoción. Estos jóvenes, que ya no usan las subordinadas para que no se le atraganten a sus coetáneos y gustan de las referencias a los Simpsons y películas de John Ford, escriben como a vuelapluma y sin dar un descanso para que cualquier anécdota te parezca relevante, así hablen de la infancia o de un viaje a Bangkok. Al final acabas creyendo que querrías su vida y es mentira, simplemente dibujan -o ven- más bonita una realidad que se parece como el ADN del gorila al del hombre. Esa bendita fluidez de gente como Jabois o Gistau hace pensar que no hay impostura porque hablan de su barriga, de sus porros, de sus polvos y de los partidos que ven en la tele, sin embargo, queda siempre un regusto edulcorado. Pero es que las cosas siempre son así, o amargas o edulcoradas, porque Forrest Gump no quería decir que los bombones eran todos diferentes en una caja, sino que a nadie amarga un dulce. Lo mejor es que, pese a la vanidad, en ellos no hay prepotencia ni moraleja, sino que buscan más el instinto y la nostalgia; no hay indefinición y mediocridad, sino anécdota y reflexión.

En la radio decía hoy Savater que la libertad no era una elección sino algo inexcusable, pero que la miseria y la ignorancia la coartan en exceso. Imagino que uno no puede ser ignorante libre o pobre libre. Sin saber mucho de modus ponens y corolarios, deduzco que tenemos que luchar por el conocimiento y la riqueza. Y el conocimiento favorece la riqueza, ergo… Pero en nuestros genes la palabra libertad está en minúscula y la palabra supervivencia está en mayúscula, aunque a bote pronto cualquiera prefiera ser libre. Sobrevivir más bien me recuerda a estar escondido tras una trinchera, y vivir en libertad me recuerda a la barra del bar, como si sobreviviesen los chinos en las fábricas de montaje de Foxconn y viviesen los españoles en las terrazas de verano, como si sobreviviesen los albañiles al cáncer de piel y viviesen Jabois y Gistau tomando ensaladas incalificables en un partido del Madrí después de comer en Casa Marco.

Quién no sé si vive o sobrevive es Justin Bieber, si tiene libertad, riqueza y/o conocimiento. Sale en El Hormiguero y aguanta más gritos histéricos que dólares se embolsa. Reveladora la frase de subtítulos: «¿millones de quinceañeras pueden estar equivocadas?» Ellas, si yerran, lo hacen en compañía y sin preocuparse de si son dignas de representarse a sí mismas.

Muere Ray Bradbury, firme defensor de la libertad intelectual y de desmarcarse de la trayectoria académica establecida, también como Jabois: «No puedes aprender a escribir en una universidad. Es un lugar muy malo para los escritores porque los profesores siempre piensan que saben más que uno, y no es cierto. Ellos tienen muchos prejuicios. Digamos: a ellos les gusta Henry James, pero ¿qué pasa si no quieres escribir como Henry James? (…) La biblioteca, por otro lado, no tiene límites. La información está ahí para que la interpretes. No hay nadie que te diga que pensar, que te diga si eres bueno o no. Lo descubres por ti mismo.»

Que descubras por ti mismo si eres digno de representarte.

Música – acisúM

Classics
Música clásica en el Castillo de Belmonte.

What is the light
that you have
shining all around you?
Is it chemically derived?

[The flaming lips]

Da lo mismo lo que seas porque das lo mismo porque eres un cristal roto en mil pedazos que ya ha perdido toda su pureza. Como un botecito de sal maldon falseada imposible de reconstruir de forma coherente; no somos puros porque cada uno va renunciando a unas creencias para afianzar las suyas propias, ergo fragmentados y además filtrados. Por eso alguno no quiere entender el ansia de dinero y poder de otros y otro no quiere entender la humildad y solidaridad de algunos. ¿Nos entendemos si no nos aprendemos?

La belleza es siempre pura y sencilla (justo al contrario que nosotros), como un pasodoble ejecutado con armonía y convicción al estilo de Toñi y Paco, como un pase al hueco entre tres defensas como si fuese un gesto cotidiano cual uno de Özil, como una patata frita mojada en la yema de un huevo frito. Y parece mentira que pueda conjugarse belleza en la música de forma tan opuesta:

La belleza es siempre pura y sencilla, como la voz abrasadora de una elegante soprano manchega inundando de armonía sonora un patio medieval con un piano acompasando el Lascia ch’io pianga de Haendel. Solo voz y teclas y nubes veloces de mediodía empujadas por viento del Este. Un gesto limpio y elegante para dar sentido a la importancia de la perfección, máxima aspiración del mundo de la música. Una mirada perdida en su íntima concentración y un sutil movimiento corporal para solemnizar el instante.

[- Habitualmente el exceso de adjetivación resta valor a una descripción, pero en este caso es imprescindible si se pretende ayudar al lector en la reconstrucción de los hechos, con la salvedad de que se lee, no se oye, que era lo importante, porque estas palabras son fácilmente evaporables y, sin embargo, todavía resuena el eco de esa voz en alguno de mis rincones. -]

Como dijo Schopenhauer, la música no es algo que se agrega al mundo; la música es ya un mundo. Y Muñoz-Molina incidió un poco más: “no le importamos a la música. No le importa el dolor o el entusiasmo que ponemos en ella cuando la tocamos o la oímos. Se sirve de nosotros, como una mujer de un amante que la deja fría. ” Luego es probable que la voz que salía del fondo de esa soprano fuese totalmente indiferente a mi oído, pero aseguro que el recíproco no se cumplía.

La belleza es siempre pura y sencilla, como un baile desenfrenado al ritmo de Cansei de ser sexy y olvidar que en ese momento existe un mundo que da vueltas sin pensar en lo a duras penas que debería darlas a día de hoy. Despreocuparse de todo durante unos minutos y sentir que se puede levitar a fuerza de decibelios. Vaya, se me acaba la batería y me echan del bar y no puedo explicarlo todo…

No aprendemos si no entendemos a Montserrat Caballé junto a LCD Soundsystem.

#casquería (de marfil)

Juez midiendo que la pala es reglamentaria
Juez midiendo que la pala es reglamentaria.

«Though she needs you more than she loves you».
[The Smiths, I know its over]

«Lola Xica se pasó una semana llorando, pero salía de su cuarto disimulando con mucha habilidad el disgusto que tenía, que debía de ser inmenso. Tardé muchos años en saber por qué lloraba, pero lo que descubrí en aquel momento fue que algunos sinsabores podían durar una semana entera, y me dio un poco de miedo la vida.»

Hay autores que escriben y luego da tanta envidia leerlos que casi compensa obviarlos. Compensa si lo piensas, pero luego en segunda instancia uno no puede -ni debe- resistirse a descubrir esos encadenamientos de palabras comunes en un orden tan mágico que, sin saber por qué, emocionan. Esa cita es de «Yo confieso», un noveloncio de más de 800 págs de un catalán llamado Jaume Cabré escrita en forma de confesión en primera persona y orientada de una forma caótica e innovadora.

El sheriff Carson, por ejemplo, es un personaje que «vive» sus aventuras y no es más que un vaquero de juguete que convive con caballos de plástico e indios de diez centímetros como Águila Negra. Igual que en la vida y en el gintonic, los sabores se mezclan y crean unos ambientes únicos. Si por algo tuviese que definir a Cabré sería precisamente por tener voz propia, que es una cosa que no se ve y parece fácil pero que, a la larga, se siente.

Como Houellebecq, el de «El mapa y el territorio», cuyo libro me recordó la famosa cita de «2666»: “un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”. Una novela en la que el protagonista se dedica a pintar cuadros y, en un momento dado, gana 30 millones de euros por sus ventas en una exposición. Así, tan sencillo, tú pones en una frase que tu protagonista ha ganado 30 millones y ya tienes al lector pensando que qué maravilla tantos ceros y tanto dinero a mano. Carlos Slim creo que compra un cuadro en el libro, que es tan cool que incluso el autor se mete como personaje, a lo Unamuno, pero en moderno. Y Houellebecq describe a Houellebecq y se tiende una broma macabra a sí mismo hasta que termina diciendo que «por el momento la nada sólo engendraba la nada.»

Houellebecq comprende y hace comprender que la vida es difícil, que no todos somos guapos y que hay gente que se emborracha y pega a su mujer y traiciona a su compañero de trabajo para conducirlo al fracaso. Y hay faltas de ortografía, vehículos que no siguen el trazado del asfalto, muchos deseos gris oscuro, muchos. Cabré también dice que la vida da miedo, y es lo mismo.

Mientras, la gente va escribiendo en blogs o en cursos literarios de media tarde para aprender a decir que una manzana es roja cuando lo importante no es el color sino la luz que incide en la manzana o que un sentimiento de amor era tan fuerte que le bailaba el intestino delgado a través de todos los órganos internos. El amor, a la postre, es la casquería revuelta.

Otros no escriben y se lanzan a la calle, a seguir tensando la cuerda en la lucha por una definición social: qué es derecho y qué es privilegio, qué es deber y qué es esquilme. Esa delicada línea divisoria que cada uno tiende a dibujar en beneficio propio porque a todos nos interesa caer siempre de pie como los gatos. Aunque al llegar a casa da igual que sea de noche; lloras cuando acuestas a tu hijo y te pregunta «mamá, ¿qué es lo que comen las brujas?» mientras recuerdas que «leche, galletas y a ti, corazón.»

Las brujas son del gremio de las grandes revoluciones y de las grandes pasiones, pero es que cualquier pasión es una enfermedad, como correr maratones sin ir a ningún sitio, jugar varias horas diarias al ping-pong o ensayar con el oboe ocho horas diarias. Pero entonces el amor o es casquería o es enfermedad o es un elefante maduro al que le han cortado el cuerno de marfil para subastarlo al mejor postor.

© Armonía 2012

Nole ganando Australia
Nole ganando Australia.

«La próxima vez que levantes las cejas de incredulidad que sea al mundo y no a mi condición de aturdido».
[The New Raemon, Te debo un baile]

Que exista coherencia entre las ideas que guían el norte de nuestra brújula vital y las acciones que suman nuestro comportamiento es, sencillamente, quimérico. Por eso es preferible no tomarse uno mismo demasiado en serio, supongo, o relajar las exigencias; como decía el mítico Groucho: «estos son mis principios; si no le gustan tengo otros.»

Alguna vez me he detenido, seguramente la mayoría también, a forzar mentalmente las condiciones de vida que se deberían cumplir hipotéticamente para considerar íntegra una vida en el sentido de solidaria, respetuosa, defensora de los animales, el medio ambiente, la dignidad del trabajo, y todas esas «cosas» que uno aspira a que se cumplan para que el mundo gire en armonía.

Todo esto viene muy al pelo ahora que leo los costes humanos, en China, de la fabricación de aparatos electrónicos. Todo esto salió a la luz hace tiempo, pero ahora suena con más fuerza: las condiciones infrahumanas de los chinitos que ensamblan todos nuestros cacharrejos: los iPad, iPhone, iPod, los Samsung, Dell, HP, Nokia, las Sony, Nintendo, etc. Así, parece que tendríamos que renunciar a la tecnología (al menos a la actual por las condiciones existentes, no porque la tecnología «per se» sea nociva), desde nuestros móviles para quedar con los amigos o agilizar el trabajo hasta nuestros ordenadores para cibersolidarizarnos con los demás o buscar trabajo o ligar.

Tendríamos que rechazar la explotación animal, lo que desemboca en el vegetarianismo.

Habría que renunciar al transporte basado en derivados del petróleo por tratarse de una energía contaminante, intrusiva y que provoca las más crueles especulaciones y guerras de intereses. Así, adiós a las vacaciones en la montaña para respirar aire fresco, al viaje en avión para conocer Amsterdam, y, lo peor, adiós al transporte de camiones que nos acercan día a día la prensa, los alimentos o surten la biblioteca.

Fuera la conexión a internet, cuyos proveedores son las mayores empresas, con los riesgos que eso conlleva, de prácticamente cada país. Fuera el pensar en renovar nuestro iPad ahora que sabemos que lo producen en feas condiciones porque entonces compraríamos un sustituto -tras una investigación que nunca se sabe si será fiable- más solidario y fomentaríamos el despiadado capitalismo. Fuera los avances farmacéuticos de empresas privadas más interesadas en el beneficio económico -por algo son «empresas»- que en la salud. Fuera las nespresso, los nesquik, las buitoni y los kit-kat porque Nescafé es una de las multinacionales más socialmente irresponsables.

¿Qué nos queda? Nada, a no ser que se establezcan condiciones y primen unos valores personales que difícilmente se encuentran en el día a día; y lo que es peor, que ni se fomentan ni se enseñan. Acabaremos comiéndonos a nosotros mismos, para cerrar el círculo. Lo llaman escepticismo.

Inside

El abismo y el horizonte
Víctor y Miriam junto al horizonte (castillo de Puebla de Almenara, diciembre 2011)

«La democracia es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística».
[Jorge Luis Borges]

Como se asomó y hacía frío y pasó un coche a gran velocidad y se veía un perro agresivo al final de la calle, se volvió a meter dentro de su cajita.

Dentro de su cajita bien cerrada, con todas las aristas definidas y todos los lados bien sellados. Dentro tenía todo lo que necesitaba: un DVD, un sofá, conexión a internet, sartenes y cubiertos, una biblioteca considerable, el aseo. También: varios bares, el tren, la iglesia, carreteras y autobuses, el corte inglés, gasolina, un telescopio, el cajero automático, algún amigo. Para qué salir teniendo todo lo necesario. También: ideas preconcebidas y/o recién horneadas, dinero, la luna, alguna aspiración, Roma, vacaciones ocasionales, música, un poco de imaginación, la prensa.

Todo cabía dentro de la cajita, hermética y confortable, así que para qué salir.

Faltaba el horizonte, y qué, su primo era buen pintor y podía pintarle uno.

P.S. Se me repite: and did you exchange a walk for a part in the war for a lead role in a cage?

Pero claro, tenía que comprar un lienzo para pintar el horizonte, así que decidió que tenía que salir a una tienda que no cabía en su cajita. Con toda la prudencia del mundo, y el miedo, fue a comprar el lienzo para pintar el horizonte, un horizonte.

Contra todo pronóstico regresó sano y salvo.

Libertad y otras palabras gruesas

Libros Navidad 2012
Libros para una Navidad conquense.

«Los niños siempre han dado sentido a la vida. Te enamoras, te reproduces, y luego tus hijos crecen, se enamoran y se reproducen. Precisamente ésa ha sido siempre la finalidad de la vida. El embarazo. Más vida».
[«Libertad», Jonathan Franzen]

Si no hubiese tropezado con la reseña de El Cultural en la que se aseguraba que «Libertad nacía con el signo inequívoco de los clásicos como la gran novela norteamericana del siglo XXI», entonces no creo que la hubiese buscado y, quién sabe, quizá ni la conociese. Pero no me arrepiento.

Libertad es el grito de rabia desesperada de un autor que afirma escribir «para los que no encajan en el mundo» (bien visto esa sentencia es una estupidez, pero allá él con sus técnicas de marketing). Así, Franzen dibuja un fresco colérico contra la sociedad de los EE.UU. retratando el microcosmos de una familia «estándar» que le permite representar diferentes modelos de comportamientos y pensamientos típicamente made in America XXI. ¿Y por qué Libertad? Leña contemporánea: por la sensación asfixiante de su carencia desde el 11-S. De forma certera, se trata de «un estudio antropológico de la neurosis colectiva de nuestra civilización.»

A lo largo de 667 páginas vamos conociendo de forma fragmentaria el devenir de un matrimonio y sus dos hijos, más todo lo que los rodea, a saber, la crisis de las subprime, la guerra de Irak, la competitividad en el mercado y con los de tu alrededor, la neurosis alrededor de los músicos de rock exitosos, el problema de la superpoblación, la corrupción por cifras de dólares con mínimo cinco ceros o la codicia desangelada, twitter, el sentimiento actual de soledad, las riñas con los vecinos, las reivindicaciones de los ecologistas, la naturalidad de las infidelidades, el enamoramiento juvenil, el carpe diem y sálvese quién pueda, la misantropía, la depresión al descubrir que podría haber sido mejor, la incomunicación familiar, ¿sigo o ya te sientes identificado? No es necesario: todo lo actual.

Y por supuesto, un todo delicadamente tejido para dar coherencia a una historia particular que resume muchas historias comunes y que, en última instancia, resume el mundo de hoy: «vivimos en un tiempo en el que la estupidez y la maldad han concertado su poder destructivo. No descubro nada al señalar que nuestra civilización se asoma a un ocaso sin épica ni grandeza.»

Pero sin embargo hay esperanza. No sé si se mueve, pero la hay, incluso aunque la reduzcamos a esa cosa con plumas de Emily Dickinson.

Gas inflamable

En su estado natural
Medusa en el fluido del Mar Menor, Murcia. [premio National Geographic]

«La política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez».
[Winston Churchill]

El mundo es un fluido en tensión. O no, no sé. Fluido por moverse de forma continua, no discreta por mucho que digan los cuánticos, y ocupar todos los huecos libres; en tensión por contener una serie de fuerzas que lo equilibran y luchan en su corteza. Y los fluidos o «partículas del fluido» o personas se desplazan de un lado a otro hasta que uno es incapaz de discernir si queda un asiento libre debajo de la nube de satélites y si en ese hueco cabe uno mismo y, también, su sombra. Sin sombra no somos nadie.

En el principio el fluido era casi gaseoso. Desde la Revolución el líquido era, digamos, llevadero, como cualquiera que se nos dibuje en mente al leer la palabra «líquido»: sangre, agua, whisky. Ahora ya no, ahora es denso y viscoso, cada vez más mercurio y menos hidrógeno. ¿Superpoblación? Probablemente siete mil millones sea una gran cantidad, pero en el pueblo todavía cabe gente.

Internet (nunca sé si con mayúscula o minúscula, así que mejor empezando frase, para no fallar) también tiene pinta de ser un fluido en tensión, ¿no? Con flujos de impulsos eléctricos cargados de emoción y tristeza. Una sorpresa tras cada canción, un espasmo tras cada tweet. Lo malo es cuando el segundo trending topic a nivel mundial es #CambiaTituloCancionPorFutbolista, que se desmoronan los cimientos de la acción social vía web. O cuando lees veinte artículos sabiendo que sólo deberías consultar uno, el resto es repetición o prescindible o pérdida de tiempo o algo más interesante y tapa lo anterior.

No sé por qué me acuerdo de la ley Sinde. Todos en la red dicen que nociva, un crimen, pero leer eso por aquí es como ir al Bernabéu a preguntar cuál es el mejor equipo del mundo. Todo ese revuelo y concienciación pro crucifixión de González-Sinde. Hace poco leí un artículo a favor. No sé hasta donde llega el alcance de la ley y sus derivados ni cómo acotar el concepto de justicia en un tema tan controvertido. Algo suena raro si te hablan de la Sección Segunda de la Comisión de la Propiedad Intelectual, pero también suena raro cuando se prende una mecha y todos encienden su mechero.

Menos mal que el mundo es un fluido y no un gas inflamable.