Diputación Provincial: cuando la alternativa es la Nada

Llegará el día en que al Presidente de la Diputación Provincial no le queden más cintas de inauguración que cortar, el día en el que los proyectos hilvanados y liderados por Benjamín Prieto en la anterior etapa se agoten y no quede nada de lo que presumir en prensa. Llegará el momento en que la inercia inversora muestre su debilidad y quede ahí, el Presidente, con mucha legislatura por delante y nada que anunciar.

Y bien está que desde su cargo institucional presuma de los caminos y carreteras que se han construido como la de Sisante, la variante de los Huertos de Moya o la de Valdeolivas, de los monumentos que se han intervenido y de los que ya estaban comprometidos como en Segóbriga o Alarcón, pero cuánto nos gustaría tropezar con nuevos proyectos e ideas para la capital y la provincia que tengan las miras puestas en la lucha contra la despoblación y el bienestar de los conquenses.

Sin embargo, en apenas siete meses, más de doscientos días, hemos asistido a un brusco giro de enfoque. El nuevo equipo de gobierno se caracteriza más por la anulación de proyectos que por el impulso tan necesario que está llamado a protagonizar. Sus “logros” se pueden enumerar:

– Supresión de inversión de un millón de euros para las obras de la residencia de mayores de Beteta.
– Anulación de un millón de euros del presupuesto destinado a arreglo de caminos.
– Disminución de inversiones en rehabilitación de patrimonio de 7 a 2,9 millones de euros.
– Aniquilación de los 3 millones de euros del ambicioso proyecto Serranía en Vía.
– Eliminación de casi medio millón de euros para el carril peatonal-bici de la ermita de Manjavacas en Mota del Cuervo.
– Anulación de medio millón de euros destinados al plan de instalaciones municipales vinculadas a la economía local, para luego, sin rubor, defender la dinamización económica de la provincia.
– Incertidumbre en la ejecución de la mejora integral de la red de carreteras provinciales, con proyectos ya redactados y varios millones de euros presupuestados para ser invertidos en nuestras carreteras que ahora nadan en la inseguridad.
– Anulación del plan de apoyo a guarderías como herramienta para fomentar la natalidad y favorecer la conciliación familiar.
– Amortización de seis plazas para bomberos, dándose la paradoja del anuncio de construcción de dos nuevos parques mientras se eliminan seis puestos de trabajo.

Y lo más preocupante es que no se proponen alternativas de desarrollo y generación de riqueza: detrás de cada anulación sobreviene la Nada, la Desidia. Los nuevos presupuestos para el año 2020 van en esa línea: el incremento presupuestario no se refleja en un ascenso de inversiones sino más bien al contrario solo se orienta al crecimiento de los gastos corrientes de la estructura de la institución. Y resulta evidente que la ausencia de inversiones es el método más infalible para secuestrar el futuro.

El paso del tiempo es como la prueba del algodón, no engaña: ¿De qué forma ha quedado plasmado el sello de la institución provincial en estos meses? ¿Dónde se puede palpar la acción? ¿Qué convocatorias de subvención relevantes para nuestros municipios se encuentran abiertas? ¿Qué avances se manifiestan en el trabajo en reto demográfico o en turismo visto el pobre programa presentado en Fitur?

Se puede reclamar prudencia y paciencia, pero resulta harto complicado cuando nos atenemos a las declaraciones públicas de los representantes institucionales, habitualmente encaminadas a vender esa sinergia positiva entre la Junta y la Diputación cuando la realidad es que la administración grande pide limosna a la pequeña. La JCCM pide ayuda a la Diputación para financiar accesos al nuevo hospital, pide casi dos millones de euros para promocionar su plan de empleo, pide casi un millón y medio de euros para complementar los proyectos “de lucha contra el cambio climático”, y pide, en definitiva, diluir la relevancia de la Diputación de Cuenca con miras puestas en apuntalar su presupuesto y su propaganda.

La victoria electoral del pasado mayo concedió al socialismo esta oportunidad para defender los intereses de nuestros municipios desde la institución provincial. Ojalá, por el bien de todos, demuestren estar a la altura de las circunstancias, entiendan que la Nada no puede ser la Alternativa y asuman la necesidad inversora y de liderazgo de iniciativas en la capital y la provincia.

Paz, guerra y dos huevos fritos


Trashumancia por Las Pedroñeras.

Ya llevo demasiado
aguantando tus bromas
porque nadie te ha dicho
que no tienen puta gracia.

[Juramento, Anni B Sweet]

La paz no existe sino como marco de convivencia que soporta tensiones. Y quizá así deba ser, entender la paz como el contexto en el que las presiones tienen la posibilidad de escape sin reventar el recipiente de la coexistencia. Qué infantil la paz que pretendemos vender en épocas como la Navidad, edulcorada y llena de corazoncitos y revoluciones de las sonrisas y deseos vanos, como si el mundo fuese un lugar paradisiaco en el que los «problemas de verdad» pudiesen resolverse con besos cariñosos, como si la paz no fuese de facto un sustituto de la vida y la supervivencia. Que la situación sea compleja no supone una circunstancia tan terrible como observar la cantidad de ciudadanos ilusos que mentalmente asocian el concepto de paz a un sosiego higiénico, si acaso la semántica de «sosiego higiénico» pudiese existir. Ni todo es blanco o negro ni todo es guerra o paz, aunque nos reconforte pensar que la ausencia de guerra implica paz, una paz frágil fundada por el miedo, sostenida por la cobardía y apuntalada por legislación. Que nos deseemos paz estos días para un armonioso 2o2o, pero con el convencimiento de hacerlo con el ahínco que requiere construirla, conscientes de que implica disposición y batalla, valga la paradoja.

Decía Luis Piedrahita que «la vida es como un hotel, un sitio en el que vas a estar poco tiempo y tienes que llevarte todo lo que puedas». Si alguien tiene una definición más certera que levante la mano. ¿Y qué nos hemos echado este año 2o19 a la mochila en este contexto sin paz ni guerra?

Si el año pasado quedé tremendamente fascinado y acongojado con «El ruido y la furia» de Faulkner y con «El mundo de ayer» de Stefan Zweig, también este año han sido dos los libros que pasan a un lugar privilegiado de la estantería de mi memoria. Ian McEwan me sorprendió con «Chesil Beach», quizá por mi «pre-escepticismo» -que no prejuicio- de sospechar que no podía tener mucho recorrido una trama tan sencilla como la noche de bodas de un joven matrimonio virgen; y vaya si consterna la narración a pesar de lo acotado del escenario, qué forma de esbozar el contexto y entender una situación, qué forma de poner en palabras sencillas un sentimiento tan indescriptible, y sobre todo qué lección de humanidad, de psicología, de instintos descritos y de tabús despedazados. McEwan al desnudo asestando una puñalada certera a la guerra humana del miedo que subyace bajo la paz de las normas sociales. También en la mochila del año la genial «Solenoide» de Mircea Cartarescu, un prodigio de literatura íntima, el relato extenso de una mente habitada por fantasmas incapaz de discernir la realidad en la Rumanía comunista, jalonado por reflexiones deliciosas más para saborear que para leer, uno de esos libros a los que saludas con un sincero «encantado de conocerte» porque sabes que es especial y bendices haberlo descubierto.

Hacerle la guerra al yo del pasado forma parte de nuestra esencia como seres competitivos y comparativos, atributos inherentes a nuestro instinto de supervivencia. Y si es fácil tender trampas al inocente yo anterior debido a la experiencia que la edad concede, no lo es tanto batirse a nivel deportivo contra un yo más joven e impetuoso. El amor propio y la vanidad son buena leña para la locomotora de la superación y este año vengo a humillar a mi yo pasado. Orgulloso confirmo que en la MAMOCU (esto siempre siempre hay que escribirlo en mayúsculas) ascendí de la posición 166ª del 2018 a la 138ª de este año clavando el tiempo en un escenario mucho más exigente, me gané por 8 segundos en la subida al castillo de Belmonte, subí tres puestos del 28º al 25º en el duatlón del Queso en Aceite para seguir como campeón local por quinto año consecutivo y, en condiciones adversas, le gané un segundo y dos puestos a mi yo del 2018 en la carrera del Queso en Aceite. No he batido ninguna plusmarca mundial pero he dejado tocado y hundido a mi yo del 2018, y qué es la vida si no derrotarse a uno mismo aunque sea haciendo trampas.

Hay guerras que ya no siento como propias. Si hace años la Fotogramas era obligada, así como listar y valorar las decenas de películas que caían en mis manos y redactar críticas para sesiones de cine-fórum, ahora ni recuerdo cuándo fue la última vez que fui al cine salvo para la presentación de Rocambola como invitado amigo del director Juanra Fernández. La «Roma» de Alfonso Cuarón y el «Dolor y Gloria» de Almodóvar me dejaron frío, ignoro si porque el distanciamiento me ha endurecido la sensibilidad. Qué suerte, por contra, haber dispuesto del entorno apropiado para paladear esa joya innegociable llamada Chernobyl, la terrorífica serie sobre el enemigo invisible y silencioso más terrible, lección de historia y, sobre todo, de política.

La música gana la batalla como arte de expresión, ninguna experiencia sensorial artística llega más lejos ni es capaz de estimularnos hasta los confines de nuestro inconsciente. Me aterra pensar que podrá llegar el momento en el que olvide tres grandes conciertos de este año: Menil, Marlango y Christina Rosenvinge. Hace ya meses hablamos del concierto de Menil que nos fascinó en el convento de las justinianas local y que, gracias al técnico de sonido, puedo rememorar con frecuencia. El 4 de julio, en la entrada del parador de Cuenca y ante la postal más significativa de la ciudad, fue Marlango el grupo que brindó un concierto perfecto, delicado pero salvaje, íntimo pero ambicioso. Leonor Watling, sensual y carismática, nos encandiló presumiendo de versatilidad a través de sus temas de siempre y versiones acertadamente escogidas. Y por último, Christina Rosenvinge, que nos emocionó con un breve concierto de cuatro temas en la sede de la Fundación Antonio Pérez, cuatro obras maestras para paladear: «La Flor entre la Vía», «Canción del Eco», «Romance de la Plata» y «La Tejedora». Rosenvinge aturde con su presencia, nos deja con la sensación de que no somos nadie al lado de la luz que emite, supernova del arte. ¿He confirmado que estamos enamorados de Leonor y Christina?

En un mundo abarrotado de turistas, viajar cada vez está más sobrevalorado. Viajamos para conocer y para valorar que la paz está en la cama de casa. Cada viaje supone el conflicto de no entrar al trapo de los escenarios fabricados para deleite del turista ávido de emociones, de estampas, de sabores, de hacer check en la visita a esa ciudad. Hay mil formas de viajar, y líbreseme del pecado de juzgar el enfoque de cada viajero, máxime ante la imposibilidad de huir del mundo prefabricado que se ha montado en estos últimos quince años. Ha sido el primer año entre muchos, por desgracia y/o casualidad, que no he pisado suelo extranjero y tan solo he pasado por Barajas como chófer de viajeros. Si hago memoria, el listado de destinos es tan poco romántico que cualquier malpensado podría sospechar que el resultado ha sido premeditado: Benalúa de Guadix, Roquetas de Mar, Salvatierra de Tormes o Bótoa, amén de decenas de municipios conquenses. ¿Buscando la paz a través del pueblo?

Mil y una veces he escuchado a un hombre decir que sería incapaz de matar a sangre fría, que sería incapaz de ser protagonista de una guerra, de batirse a vida o muerte con enemigos anónimos ni en Normandía ni en Teruel. Quizá infravaloramos la naturaleza humana, la genética de la guerra, los mecanismos químicos programados para hacer frente a las situaciones más traumáticas o emocionantes, el mejunje de hormonas que nos amoldan a la ocasión para que no reviente nuestro corazón en mil pedazos en la coyuntura de la paz y de la guerra. A cada poco sobrevienen circunstancias que afrontar, como batirse con Gabriel Rufián, combatir por una victoria electoral, dar un paso al frente en tus filas para afrontar nuevos retos, analizar la estrategia de la guerra de guerrillas que son las convocatorias de subvenciones públicas, ser cómplice de cómo un hombre abre sus entrañas en un gesto de respeto y amor a la humanidad y la sociedad, hacer de la espera un arte en la batalla, celebrar aniversarios en tiempos de paz. Siempre alerta.

Y, por supuesto, la familia, búnker infranqueable de la guerra de la vida, salvaguarda del único patrimonio que importa, entorno de definición de la estrategia bélica de la supervivencia común, aún a riesgo de poder llegar a convertirse en la más temerosa trinchera de forma inesperada. Quizá un año clave y definitorio en todos los frentes de batalla: bienvenidas al mundo, consolidación de la fertilidad, florecimiento de la pasión, espontáneo brote de motivos para seguir en la contienda, maduración del aliado y, sobre todo, el día a día del asedio.

No tenemos intención de rendirnos y batirnos en retirada.

Patrimonio, por sus hechos los conoceréis

Ruinas II

Entre el cielo y el suelo hay algo
con tendencia a quedarse calvo
de tanto recordar.
Y ese algo, que soy yo mismo
es un cuadro de bifrontismo
que solo da una faz.

[Me cuesta tanto olvidarte, Xoel López & Combo Viramundo]

El concepto Patrimonio viene sufriendo en los últimos tiempos un abuso y manoseo que diluye su significado y desvirtúa peligrosamente su relevancia social. Debemos ser conscientes de que el Patrimonio Histórico-Artístico no se reduce a un amasijo de piedras bien dispuestas, “montones de piedras” dicen algunos de forma simplista y despectiva, sino que engloba al conjunto de bienes materiales e inmateriales que hemos heredado de nuestros antecesores. En consecuencia, su valor está íntimamente ligado a nuestra identidad y a nuestra forma de ver el mundo, a cómo lo vieron antes que nosotros y a la proyección que hacemos de nuestra cultura, de nuestro arte, de nuestra arquitectura, de nuestra tradición.

El Monasterio de Uclés, el Castillo de Belmonte o la Catedral de Cuenca son ejemplos que se asocian de forma instintiva al concepto de bien patrimonial. No obstante, no está de más recordar que también forman parte de nuestro patrimonio muchos otros monumentos que no han corrido la misma suerte con el devenir del tiempo como el Convento de los Franciscanos de Torrejoncillo del Rey o el Palacio de los Gosálvez de Casas de Benítez. Y, por supuesto, también otros bienes inmateriales como las danzas de paloteo que siguen vivas en las festividades de muchos pueblos como Montalbo o Iniesta, la Endiablada de Almonacid del Marquesado, la Trashumancia por la cañada real de Los Chorros o las Maderadas de los Gancheros por el Escabas y el Júcar.

Ahora que está de moda el concepto “apropiación cultural”, se podría inferir el concepto “apropiación política” para hacer referencia al anhelo de confiscación de un valor con fines políticos y partidistas. No se debe pensar en el Patrimonio como en un territorio en el que clavar la bandera propia o enterrar la clavada por otro, sino como un compromiso que a todos incumbe tanto por razones económicas, debido al potencial turístico de muchos rincones de la provincia, como por razones de justicia histórica, debido a la responsabilidad íntima con la herencia de nuestros ascendientes.

Y por lo expuesto, precisamente, resulta desalentador que las buenas intenciones se queden tantas veces en el trastero cogiendo polvo. En este contexto de sensibilización y “apropiación política” no se pueden entender dos decisiones puntuales tomadas por dos instituciones gobernadas por el PSOE como la Diputación Provincial de Cuenca y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

De un lado, Martínez Chana ha propuesto y aprobado en la institución provincial una reducción del remanente destinado a “inversiones en conservación y rehabilitación de patrimonio” desde 7 millones hasta 2,92 millones de euros, una merma de más de la mitad de lo presupuestado por la anterior Corporación presidida por Benjamín Prieto. Esta decisión implica la no ejecución de varias inversiones ya aprobadas, con el consiguiente perjuicio e inseguridad para los proyectos afectados.

Del otro lado, y más flagrante, resulta la decisión de Page puesto que el Proyecto de Ley de los Presupuestos Generales de la JCCM para el año 2020 reserva la injustificable cifra de 137.860 euros en la partida “bienes patrimonio histórico, artístico y cultural”. Podría parecer una broma pero esa es la cantidad que Page presupuesta para inversiones en bienes patrimoniales para el conjunto de Castilla-La Mancha de cara al próximo ejercicio.

Invade la tristeza y la decepción cuando se escuchan discursos de defensa del Patrimonio, de potenciar recursos turísticos y de conservar el pasado para enriquecer el futuro en boca de aquellos cuyas decisiones van en dirección contraria. La “apropiación política” del Patrimonio por parte de los socialistas Martínez Chana y García Page se diluye en sus presupuestos. Por sus hechos los conoceréis.

Salvatierra de Tormes


Vista del embalse de Santa Teresa desde Salvatierra de Tormes.

No soy toro, ni soy matador
ni tornillo, el destornillador
no soy hijo de un antecesor.
Soy la flor entre la vía.

[La flor entre la vía, Christina Rosenvinge]

El mundo es grande, oh qué perspicacia, y ofrece infinidad de culturas, idiomas y paisajes que disfrutar y conocer, pero resulta complicado abordarlo con un niño pequeño y poco tiempo libre. Estos factores limitan, de forma temporal y nada sacrificada, el radio del viaje a la península ibérica. Afortunadamente, resulta imposible cansarse de viajar por España.

Por cualquier motivo desconocido del subconsciente uno se siente como en casa en cualquier rincón de las cuatro grandes autonomías sin mar: Aragón, Extremadura y las Castillas. Nos une la sobriedad, la carrasca aislada, la sencillez, la tierra seca, la jota, una economía lenta, una hospitalidad rural, un pasado mejor. Y todos esos elementos confluyen también en la parte sur de la provincia de Salamanca.

La siesta del chico nos permitió recorrer el trayecto desde Villaescusa de Haro hasta ya la provincia de Ávila. En concreto y por casualidad paramos en Villatoro para refrescar el gaznate y merendar. Las banderolas en las calles y el trasiego de gente informaban que estaban en fiestas. A la postre nos notificaron que ese mismo día conmemoraban el recuerdo de la feria ganadera anual del pueblo, ya desaparecida y que suponía, como en muchos otros lugares de la península, el foro de compra-venta de ganado para el año y momento en el que los pastores aprovechaban para ajustarse. Todo el pueblo disfrutaba de una sana barbacoa de chorizo, morcilla, salchicha, panceta y lomo a la que nos convidaron con simpático altruismo. Solo la regente del bar local parecía preocupada, y no porque ese día disminuyese su negocio, sino porque su hija acababa de desembarcar en Salamanca para estudiar una carrera y esa noche iba a sufrir las célebres novatadas salmantinas. Comprendí sus temores al día siguiente, cuando la primera plana del periódico provincial se hacía eco de la advertencia del rector al control de las «actividades universitarias de bienvenida».

Con fuerzas recobradas retomamos el viaje hasta el destino en un hotel rural en Salvatierra de Tormes, junto al embalse de Santa Teresa y cerca de Guijuelo. Un alojamiento, por cierto, encantador y sumamente recomendable, aunque no pudiese disfrutar de un rato de sosegada lectura de Solenoide en su impresionante sala biblioteca, eje de las zonas comunes del hotel. Sí disfrutamos, en cambio, de su rotunda comida en la que la sopa de cocido se podía cortar con cuchillo (sopa ibérica sólida con tocino y fideo) y el cerdo ibérico reinaba en el plato en cualquiera de sus cortes de excepción. Una ventaja de su gastronomía radica en la familiaridad con todos los productos, no como aquella vez que en Lima nos lanzamos a una cena de fusión peruana y japonesa.

Cuando uno se asoma a Salvatierra de Tormes siente una profunda contradicción. Se percibe un núcleo urbano con sabor a historia, a un pasado próspero de casas señoriales, iglesia de renombre, castillo imponente («de la mora encantada»), escudos nobiliarios. Y sin embargo, el paseo por el pueblo es desolador, frío, de viviendas abandonadas y esplendor mutilado, de iglesia dejada de la mano de Dios y castillo ruinoso. Hoy día se ensalza la ruina vistiéndola de un halo romántico que tanto repele a los que defendemos la vida rural y entusiasma a los seguidores de La España Vacía. El turista fotografía la teja rota, la pared desplomada, la vegetación en el salón, y cada disparo aspira a firmar la autopsia de un pueblo. En ese primer paseo desconocíamos la historia del declive de ese rincón salmantino cuyo dueño y señor era Gafas, o Gachas, un mastín ya jubilado que hacía de sereno en la calle mayor de Salvatierra.

Por allí cerca está Candelario, en la sierra de Béjar, pueblo de cuento y destino turístico rural por excelencia. Un pueblo que históricamente ha vivido de la chacinería y, ahora, de un turismo atípico de paseo, foto e ibérico. Una joven estudiante me pregunta en la calle por los ingredientes de la morcilla, le digo que grasa de cerdo, sangre, ajo y pimentón. Por detrás un lugareño salta en su orgullo herido y le saca la lista de especias. Bajamos a Béjar y comemos en El Bosque, restaurante recomendable que nos sirve el mejor plato de jamón y embutidos ibéricos que he comido en mi vida, un plato que atestigua una marca de calidad. Horas más tarde, un rumano afincado en Guijuelo nos arruina la leyenda confesando que traen los guarros de Badajoz y ellos secan los jamones y curan los embutidos. La industria del cerdo ibérico en Guijuelo es envidiable, clave del tejido económico de toda la comarca. El rumano trabajaba en una empresa de embutidos y, viendo las perspectivas, hace unos años montó su propio negocio dentro del sector.

Por allí no muy lejos anda también La Alberca, en el parque natural Las Batuecas-Sierra de Francia, la maqueta de un pueblo idílico en medio de un paraje de ensueño. La Alberca ha cuidado su urbanismo con sabor añejo para exprimir al turista vendiendo que se trata de uno de los pueblos más bonitos de España. Nuestro recorrido terminó cuando dimos con la carpa en la que celebraban una feria gastronómica, con concurso de cortadores de jamón, en la que ofrecían barra libre de vino de la Tierra de Salamanca por 4 euros y platos de jamón ibérico por 5 euros. Menudo nos importaban entonces las balconadas de madera repletas de macetas y las calles empedradas con rincones fotogénicos. Copa de vino en mano, cucurucho de forro asado en otra mano, bailes regionales de frente, cortadores de jamón a la espalda, chico con la animadora infantil y sol en el cogote, menudo nos importaba el urbanismo albercano, menudo nos importaba que hubiese cielo o infierno. Pusimos la guinda con un exquisito chuletón de buey madurado en el recomendable La Cantina de Elías.

El único bar de Salvatierra de Tormes era la cantina del hotel, llamada Bar y custodiada desde la puerta por Gafas, o Gachas, con desidia y aburrimiento. El recepcionista del hotel era negro y amable, aunque me ponía café solo cuando lo pedía cortado, y la limpiadora, que debía ser marroquí, tuvo la inmensa gentileza de lavar la ropa vomitada del chico en un gesto discreto que nos sorprendió y agradecimos. Los parroquianos del bar eran muy escasos y de pocas palabras, y no protestaban si les ponía el baloncesto en la tele.

Al tañer de las campanas del sábado por la tarde nos acercamos a la iglesia para tomar el pulso a esa otra parroquia: tres feligreses y un joven cura que nos miró gozoso como ante una aparición mariana. Rezó por nuestra familia en nuestro tercer aniversario y por la fidelidad en su concepto vasto y trascendente. Al salir, entablamos conversación con el único varón de los tres feligreses, con casi noventa años y «del pueblo de toda la vida». Nos habló, con lucidez y melancolía, de la época de prosperidad de Salvatierra de Tormes como referencia comarcal y de la riqueza que generaban las tierras húmedas de la ribera del río Tormes. Nos habló de cómo expropiaron todas esas tierras para crear el embalse y cómo trasladaron a muchos vecinos a pueblos de repoblación a cambio de una vivienda y unas hectáreas de regadío. Nos habló de estafas y chantajes, del agua embalsada subiendo pero sin llegar jamás a anegar el pueblo, de la emigración abrupta, del empobrecimiento de la comarca y del abandono de las casas. Nos habló de su pueblo con más de ochocientos habitantes y de los poco más de cuarenta afincados ahora, todos mayores salvo los regentes del hotel. Nos habló de un pueblo sin futuro que se aferra a la rehabilitación de alguna vivienda como motivo de esperanza. Y mientras nos hablaba, la realidad nos abofeteaba sin piedad, todo pasa, no te bañas dos veces en el mismo agua del Tormes, nadie se acordará pronto del esplendor de Salvatierra y su húmeda ribera. El anciano y el cura se marcharon porque el primero le había prometido unos cartones de huevos al segundo.

En el viaje de vuelta se pinchó una rueda del coche. Fui en la grúa con el coche hasta Ávila con un mecánico cincuentón que me contó que una vez había salido de España, a Oporto, y a regañadientes. No le gustaban los aviones ni la gente que hablaba idiomas que no entendía. Su hijo viajaba por el mundo enlazando vuelos y eso a él le bastaba para tomar la medida a sus confines. Intuyo que cuanto más amplia es la perspectiva mayor capacidad para relativizar y, al contrario, los panoramas obtusos generan visiones absolutas. Seguiremos aprendiendo y conversando.

¿Preferiría no hacerlo?

Bartleby, el escribiente, solía repetir su célebre frase «preferiría no hacerlo» («I would prefer not to») ante cualquier petición u orden. Y así se le pasaba la vida al discreto escribiente del bufete de un prestigioso abogado en el relato de Herman Melville.

Nosotros, casi sin ser conscientes, seguiremos gobernando Villaescusa de Haro durante otros cuatro años gracias a la ratificación de los votantes que han vuelto a depositar su confianza en nosotros. En un contexto político y social como el actual quizá nos sintamos con más fuerza los antagonistas del humilde Bartleby porque «preferimos hacerlo«.

El próximo 15 de junio volveremos a tomar posesión para seguir haciendo.

P.S. Mientras, me disculpo ante los miles de lectores de este blog por su escasa vida. Quizá digan mucho de mí las entradas no publicadas.

Bugs Bunny al violín


La Kremerata Baltica con el artista Gidon Kremer.

Tú llegaste a mí cuando me voy.
Eres luz de abril, yo tarde gris.

[Candilejas, Charles Chaplin]

Bugs Bunny regresa al camerino tras otra exitosa actuación y con el eco de los estruendosos aplausos ensuciando un oído más acostumbrado al sonido sutil de la vibración de las cuerdas. Su violín del siglo XVII sigue regalando emotiva armonía para el público y, esta vez, no ha metido el arco en el ojo de su compañera de la izquierda, como la última vez en Hanoi. Hay, por tanto, éxtasis y paz. Volverá a su madriguera feliz, hasta que llegue y sea consciente de que volverá a dormir solo, como todas las noches desde que lo abandonó su familia. Pero qué narices importa dormir solo cuando puedes hacer feliz a tanta gente con tu virtuosismo. O al revés.

En dos semanas he sido agradecido espectador de tres conciertos antagónicos -aunque no sea el adjetivo más preciso ni apropiado- con protagonismo del violín: Menil, la Kremerata Baltica y Marina Catalá. Casi todo lo que habría querido decir sobre la música ya lo dejé escrito en un par de párrafos hace años cerrando un post, mas la emoción de los recientes conciertos motiva la necesidad de plasmar esas sensaciones, no sé si con objetivo de poder rememorarlo cuando lo relea o, simplemente, de comunicarlo al lector.

Menil es un cuarteto de cuerda que borda el gipsy jazz bajo el alma de Django Reinhardt. Pocas veces un concierto vuela tan rápido y reposa tan lento. Los cuatro músicos aprovechan nuestra debilidad para aflorar emoción íntima con Candilejas o Cheek to Cheek y para alegrar el ánimo con Avalon o Hungaria. Algo debe ir bien si hay unanimidad entre el público.

Ya en la Semana de Música Religiosa de Cuenca acudimos al auditorio para presenciar el recital de la orquesta de cámara Kremerata Baltica, encabezada por el violinista septuagenario Gidon Kremer. La experiencia del violín, la tranquilidad de saber que ninguna nota se iba a escapar porque todas iban a fluir para confluir en esa percepción de perfección y armonía grupal. Se sentía la complicidad de Kremer con todos los jóvenes virtuosos bálticos de la orquesta en un concierto de tres piezas como tres soles. Les perdonamos incluso que edulcorasen la última con la proyección de citas célebres de gente como Steve Jobs o Jorge Luis Borges.

En el tercer concierto la joven conquense Marina Catalá acompañó el recital poético de Amparo Ruiz salteando entre poemas diferentes piezas célebres del imaginario colectivo. Todavía con mucho camino por recorrer, se agradece el toque de atención inconsciente para que valoremos el esfuerzo que requiere llegar a altas cotas de perfección en un instrumento tan fascinante.

Y ya esperamos el próximo, que será el sábado que viene en Rada de Haro, esta vez de violoncello. Que la música siga siendo acompañante feliz en tan desnortado mundo.

La belleza de la ruina


Los Frailes 2011

Pienso mucho, hablo poco,
me he enganchado a un serial,
y cuando duermo además de solo, lo hago mal.

[Estado provisional, León Benavente]

El posmodernismo idolatra a la ruina, ve bello el presente precario y destrozado de una realidad desde un prisma de romanticismo vanidoso, ese que alimenta el ego del posmoderno en el convencimiento de que solo él valora la destrucción en su medida de justicia y estética. Hemos llegado al punto de creernos dioses de opinión rodeados de arcángeles de certezas; y, sin embargo, podría documentarse el inesperado hito evolutivo del ser que huye hacia atrás, homo reditus. Imaginad la mutación de un gen que provoca que las cebras vayan a abrazar a los leones.

Mi madre tenía en su consulta una nota que subrayaba que «el máximo grado de inteligencia humana es la bondad. Es el mejor medio de asegurar la felicidad personal y la dignidad de la convivencia. La maldad goza de un prestigio intelectual que no merece». Sin entrar a considerar tan espinosa sentencia, sobre todo por su distancia con el tema en discusión, sí podemos afirmar que, a día de hoy, la ruina también goza de un prestigio intelectual que no merece. No lo merece porque la ruina simboliza la negación del futuro, o el deseo inconsciente de un presente eterno.

Que hoy se alabe la iglesia memorial Kaiser Wilhelm de Berlín tiene sentido solo como símbolo de la destrucción de la guerra de Hitler; pero, seamos sinceros, la conciencia del pasado se evapora a pasos agigantados. En cine triunfan las historias de perdedores de vida desesperada como Big Little Lies y en música se exprimen letras cargadas de hastío y decadencia. La fotografía que acompaña a cualquier artículo de prensa sobre la despoblación muestra viviendas derruidas en aldeas abandonadas desde hace décadas. En cualquier feria de arte contemporáneo exponen un montón de escombro. En eso se parece el arte a la política. Y las redes sociales se muestran como escaparate impecable de la desolación social.

La ruina se desprenderá y seremos polvo, mas polvo enamorado y consciente de su destrucción.

La Revuelta de la España Vaciada

Soria Ya
La Revuelta de la España Vaciada (31 de marzo de 2019)

Colgado de un barranco
duerme mi pueblo blanco,
bajo un cielo que, a fuerza
de no ver nunca el mar
se olvidó de llorar.
Por sus callejas de polvo y piedra
por no pasar, ni pasó la guerra,
solo el olvido.

[Pueblo Blanco, Joan Manuel Serrat]

Este pasado domingo estuvimos en «La Revuelta de la España Vaciada», la manifestación promovida por diferentes asociaciones en defensa de la vida de los pueblos del país y en contra de las políticas que han provocado el vaciamiento de gran parte del interior y la polarización poblacional.

Los propios organizadores pidieron -con criterio- a los partidos políticos que se mantuviesen al margen y que, si asistían representantes, fuesen discretos en su participación. Hubo marabunta de sorianos y turolenses (tuvieron que dejar sus provincias «vacías», ja, ja, ja, perdón), pero llamaba la atención la escasa presencia conquense. Quizá signo de nuestro carácter.

Con mi hijo a hombros, pequeño Robinson de la infancia villaescusera, confieso que me emocioné con la estruendosa «rompida de la hora» de los tambores del Bajo Aragón tras un respetado minuto de silencio antes del inicio de la marcha. Las pancartas y consignas eran muy variadas pero subyacía en todas el amor al pueblo, el patriotismo del corazón, la indignación e impotencia por vivir en primera persona el ocaso de tantos rincones únicos. No le deseo ni a mi peor rival político la amargura de cerrar un colegio.

En el fondo creo que no somos tan ilusos como para diagnosticar a la ligera los problemas y soluciones de ese fantasma gigantesco al que llamamos Despoblación. Algunos políticos sí pecan de esa valoración superflua y se atreven a vender una bajada de IRPF (Albert Rivera), flexibilizar la burocracia para crear empresas (Paco Núñez) o a proponer una Renta Rural de Repoblación (Pablo Iglesias) como un maná vaporoso. Pdro Snchz va todavía más allá y se lanza, en su línea carente de escrúpulos, a promocionar desde su posición de poder una Estrategia Nacional para el Reto Demográfico que pierde toda su fuerza después del título.

Conscientes de la relevancia del asunto, se reclama un pacto de Estado, al que ya apellidan como pacto de Teruel, en el que se acuerden compromisos políticos firmes que ayuden a mantener la llama viva. En el entretanto, muchos municipios se juegan literalmente la vida, su viabilidad de futuro, e incluso de presente en comarcas como los Montes Universales.

Espero que, al menos, el acto del domingo vaya horadando la conciencia pública en dos vertientes profundas a medio plazo: por un lado, en la necesidad de incorporar la perspectiva rural como se hace con la perspectiva de género en las decisiones políticas y económicas y, por otro lado, en la necesidad de hacer atractiva la perspectiva de vivir en un pueblo y no pensar que se debe repoblar a la fuerza (pecado político de primero de primaria del mundo rural).

Hay tanto país en cada rincón de la meseta.