Como si eso sirviese para algo


Ernesto Sábato (www.guapacho.net)

Hay libros con los que uno se tropieza casi sin darse cuenta. Me sucedió con El túnel cuando tenía unos diecisiete. Lo empecé a leer una tarde de domingo simplemente porque era más finito que sus vecinos de estantería, unas ciento veinte páginas que me absorbieron sin pedir permiso a mi voluntad. Lo abrí y empecé a leer como quién no quiere la cosa sentencias del tipo «uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es sucio y mezquino» o «vivir consiste en construir futuros recuerdos» o «gente que andaba de un sitio a otro, como si eso sirviese para algo.» Sentencias firmes y sencillas que taladraban una mente maleable y adolescente y la llenaban de desamparo junto a otros tropiezos existencialistas como La náusea o El extranjero.

Y ahora, a los 99, ha muerto el escritor que decía que «con los años se llega a saber que la muerte no sólo es soportable sino hasta reconfortante.» Sábato ha tenido mucho tiempo para acomodarse, sin duda. Algo así le pasó también a Márai, que duró hasta los 89. Sólo que él se suicidó a esa edad. Parece casi un suicidio frustrado: a esa edad ya no tiene sentido, es como si Ian Curtis hubiese dicho «me cuesta mucho vivir, pero mejor me espero en este calvario», ¿o pensaba durar otros noventa años? Precisamente de esa edad habla García Márquez en una controvertida novelita: «No obstante, cuando desperté vivo la primera mañana de mis noventa años en la cama feliz de Delgadita, se me atravesó la idea complaciente de que la vida no fuera algo que transcurre como el río revuelto de Heráclito, sino una ocasión única de voltearse en la parrilla y seguir asándose del otro costado por noventa años más.» Y Sábato, a menos de dos meses de hacerse centenario, ha optado por voltearse pero hacia el otro lado.

Hormiguitas negras


Ana María Matute (laclavecultural.blogspot.com)

Todo está relacionado. En mi pueblo, para exagerar y separar conceptos totalmente dispares, dicen ¡pero qué tendrá que ver el tocino con la velocidad! Pues mira por dónde, mucho, porque cuanto más tocino tengas en los michelines menos velocidad alcanzarás. Y eso que es una frase hecha para burlarse de conceptos imposibles de relacionar. Todo está relacionado. También Ana María Matute y Tony Soprano.

Ayer, Ana María Matute pronunció su obligado discurso en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes. La escritora, tan sencilla en su «vida de papel», con esa humilde fragilidad nada disimulada, dictó un emotivo alegato en pos de la imaginación, de la invención, del mundo que habita en nuestro interior. Una lectora siempre sorprendida: «¿cómo es posible que de aquellas páginas de papel, de aquellas hormiguitas negras que las surcaban se levantara un mundo ante mis ojos, mis oídos y mi corazón de niña? ¿Qué clase de magia, de sortilegio era aquel que sobrepasaba cuanto yo vivía y cuanto vivía a mi alrededor?» La puedo imaginar a sus cándidos diecinueve llamando a las puertas de la editorial Destino con el manuscrito de su primera novela «en un cuaderno escolar, cuadriculado, con las tapas de hule negro.» Tenía claro su lugar en el mundo, en su mundo de sueño y fantasía, porque «el que no inventa no vive». Su felicidad, su pasión, era empezar con un «Érase una vez» que la arrojase al mar de la imaginación.

Entonces me acordé de Tony Soprano, protagonista de Los Soprano, jefe de una vasta familia de mafiosos americanos de pasado italiano. Pensé en la felicidad de Tony contrapuesta a la de Ana María. Cómo ella sufrió la miseria de hacer «interminables colas para conseguir pan y patatas» y, sin embargo, alcanzó su más profunda felicidad navegando entre las páginas de los sueños y las ilusiones. Y Tony, infeliz en su poder más su dinero más sus amigos más su ostentación más su mejor whisky del mundo más sus apetecibles amantes. Refugiando su fracaso personal en una psiquiatra de prestigio a pesar de tener a una esposa fiel y en una parvada de patos a pesar de tener un yate.

Como si la imaginación de Ana María tuviese más valor que todo el dinero que Tony había gastado y ahorrado en su vida. Esas hormiguitas negras.

Va de cuento

Hace un par de meses propusimos una lista con una docena de libros imprescindibles. Ahora es el turno de su hermano menor, el relato. A continuación enumeramos un puñado de relatos con los que es conveniente tropezarse alguna vez…

8. Grace («A mayor gracia de Dios»), James Joyce, en Dublineses.

James Joyce diserta acerca de la religión y su valor moral en la cultura irlandesa narrando la historia de un borrachín dublinés -valga la redundancia- que tiene un percance debido al alcohol y al que sus amigos tratan de domesticar a través de la mediación de un sacerdote. El mejor relato del celebrado compendio de Dublineses con permiso de Los muertos.

His line of life had not been the shortest distance between two points.

7. El ojo Silva, Roberto Bolaño, en Putas asesinas.

Una narración desnuda y sincera, una prosa ágil y cotidiana con la que Bolaño narra una anécdota del Ojo Silva, un chileno que se exilia (como el autor) y vive una experiencia tremenda en la pobreza de la India.

Siempre intentó escapar de la violencia aun a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década del cincuenta.

6. El centinela, Arthur C. Clarke.

El germen de la magnífica película 2001: una Odisea en el Espacio. Un grupo de astronautas descubre un artefacto mineral con forma de pirámide en la Luna que emite «señales» a un lugar remoto del infinito espacio. ¿Quién ha «colocado» al centinela en la Luna? ¿existen los alienígenas que reciben las señales que emite el artefacto? ¿qué propósito tiene, acaso es una señal de alarma con la misión de desactivarse cuando el Hombre llega a la Luna? En la cumbre de la ciencia-ficción, sin duda.

Los mecanismos de la pirámide, suponiendo que lo sean, son fruto de una tecnología que se halla mucho más allá de nuestro horizonte, quizás una tecnología de fuerzas parafísicas.

5. Los crímenes de la Rue Morgue, Edgar Allan Poe.

Una mujer y su hija son brutalmente asesinadas en su apartamento parisino. Hay que buscar al culpable y, para ello, la policía contrata al analítico detective Auguste Dupin, precursor del gran Sherlock Holmes. Dupin traza una explicación asombrosa del crimen en este relato detectivesco y tan negro como el resto de la prosa de Poe.

Así como el hombre robusto se complace en su destreza física y se deleita con aquellos ejercicios que reclaman la acción de sus músculos, así el analista halla su placer en esa actividad del espíritu consistente en desenredar.

4. El Aleph, Jorge Luis Borges, en El Aleph.

El Aleph es la obra maestra de un maestro del cuento, simplemente. Un relato genial y complejo que se pregunta acerca de la existencia y la eternidad a través del «aleph», un punto en el espacio que contiene todos los demás puntos.

La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo.

3. El Principito, Antoine Saint-Exupery.

Poco se puede descubrir sobre este relato largo o novela corta que abarca en tono aparentemente infantil cuestiones como el sentido de la vida, el valor de la amistad y el amor. El príncipe del asteroide B 612 forma ya parte del imaginario colectivo e, incluso a pesar de su empalagosa omnipresencia, sigue manteniendo su sencilla trascendencia.

Conozco un planeta en el que vive un señor muy colorado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas. Se pasa el día diciendo, como tú: «¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!», lo que le hace hincharse de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!.

2. El perseguidor, Julio Cortázar, en Las armas secretas.

Extenso relato en el que Cortázar rasca en el alma humana narrando la decadencia de un saxofonista borracho y bohemio llamado Johnny Carter, inspirado en el gran Charlie Parker. Se desgrana su contradictoria personalidad y cómo logra encontrar en su genio musical el sentido último de la existencia. El estilo literario es avasallador, magnífico y directo, nada retórico.

De golpe dejó de tocar y soltándole un puñetazo a no sé quién dijo: “Esto lo estoy tocando mañana.”

1. 19 de diciembre de 1971, Roberto Fontanarrosa, en Cuentos e historias.

De largo el mejor relato sobre fútbol de la historia. Una narración directa y vibrante acerca del secuestro del viejo Casale para llevarlo a un partido de fútbol crucial en la pasional Argentina, patria del autor. Un ejemplo de cómo transmitir la pasión por el fútbol y los sentimientos que conlleva.

Yo iba a llevar, por supuesto, el gorrito que venía llevando a la cancha todos los últimos partidos y no me había fallado nunca el gorrito. A ése lo iba a llevar, era un gorrito milagroso ése. El Coqui iba a ir con el reloj cambiando de lugar, o sea en la muñeca derecha y no en la izquierda, porque en un partido contra no sé quién se lo había cambiado en el medio tiempo porque íbamos perdiendo y con eso empatamos.

Un papel principal en una jaula

Wish you were here I
En lo alto de Riópar Viejo (abril 2010).

Wish you were here. Era de Pink Floyd, y por las circunstancias de su creación, una canción muy personal y emotiva, pero la versión de Dos Bandas Y Un Destino es muy digna, para emocionarse mientras cantan and did you exchange a walk for a part in the war for a lead role in a cage? Seríamos muchos los que asquerosamente canjearíamos un papel de comparsa en la guerra por un rol principal en una jaula. Acaso sea más fácil ceñirse al espacio delimitado por los barrotes, acotarlo y sobrevivir, al menos, bajo la certeza de lo posible y lo visible. Acaso sea más valiente, o inconsciente, aparecer en la guerra, incluso aunque se trate de labores de intendencia, incluso aunque sea for a little while, incluso si nos prometen que nuestra integridad no está en juego. Pero tienes que elegir tu papel y quizá te venga a la cabeza esa sentencia del filósofo que terminó abrazado a un caballo y alejado de la humanidad: lo que no te mata te hace más fuerte (o engorda), salvo que bebas agua.

Altheia #04

Ni siquiera se ha cumplido un año del día en el que lanzamos el primer número de la revista Altheia, editada por la Asociación Juvenil Altheia de Villaescusa de Haro. Desde entonces han sido muchos y muy variados los artículos que han encontrado cobijo bajo esta discreta publicación local y, de hecho, nos disponemos en breve para el lanzamiento del cuarto número de Altheia. Cada vez, si cabe, con más ilusión y con el peligroso convencimiento de que el listón está cada vez más alto.

Pero no desvelaremos ningún secreto antes del sábado 23 de abril, precisamente el Día Internacional del Libro, salvo la portada:

portada04
Portada del cuarto número de Altheia (abril 2011).

Nenúfares en el desierto

Detalle de Los Frailes
Detalle del monasterio ruinoso de Villaescusa de Haro (enero 2011).

Eso de la patria, del amor a lo tuyo, del sentimiento de pertenencia a una esquina del mundo. El rincón en el que se cae dentro del tablero de casillas de agua o de tierra, aunque Dios no juegue a los dados, y no sepamos si sabe de ajedrez. Una patria no es una frontera legal, no se puede concebir como la línea discontinua de un mapa que separa regiones o países porque es algo más profundo, más del corazón y del alma y de esos sitios ficticios que inventamos para acotar nuestras certezas. Y por descontado las fronteras de una patria son personales y difusas, incluso ilimitadas.

En general se suele abstraer la definición de patria y ligarla más a conceptos que a trozos de tierra. Como dice un personaje de la genial Martín (Hache), emigrante argentino en Madrid, «uno se siente parte de muy poca gente; tu país son tus amigos, y eso sí se extraña.» O Bolaño, con su habitual desnuda sinceridad, «mi patria es mi hijo y mi biblioteca.» Incluso un emperador, Adriano, dueño del devenir de un pueblo vastísimo, se atrevía con la patria: “y entonces me di cuenta de la ventaja que significa ser un hombre nuevo y un hombre solo, apenas casado, sin hijos, casi sin antepasados, un Ulises cuya Ítaca es sólo interior. Debo hacer aquí una confesión que no he hecho a nadie: jamás tuve la sensación de pertenecer a ningún lugar, ni siquiera a mi Atenas bienamada, ni siquiera a Roma…» [bueno, hay que anotar que Memorias de Adriano es una autobiografía de Adriano escrita por Yourcenar, por lo que no sabemos si suscribiría esas palabras].

Pero, ¿si no aprecias lo que te rodea, lo más cercano, cómo vas a apreciar lo desconocido, lo más ajeno? Si estás incapacitado para amar tu casa, tu calle, tu barrio, ¿cómo vas a luchar por tu no región, tu no país, tu no raza? El amor es como una cebolla, con sus capas y su radio de acción concéntrico, no como un montón de arena que lo pones donde quieres, así al azar o por elección pero que cae aislado. Es como amar a los animales fuera de su ecosistema o plantar nenúfares en el desierto y esperar que crezcan fuertes y sanos. Sin sentimiento de patriotismo, entendido en el sentido de amor a tu tierra y no como forma de diferenciación respecto a los otros, es difícil amplificar y/o extrapolar el amor desde lo próximo hasta lo lejano.

Y cuánto sacrificio y dedicación y esfuerzo conlleva cualquier tipo de amor, sea tu patria la familia o los siete mil millones.

Gin Soaked Boy T-shirts

Como los habituales ya saben, hace unos meses se convocó un concurso de camisetas para celebrar el milésimo cumpledías de este blog (30 de enero del 2011). Se recibieron un total de veinte diseños que se pueden revisar aquí. Finalmente, el jurado dictó su veredicto y resultaron ganadores tres diseños. Y ahora, lo prometido es deuda, tenemos las camisetas listas para su distribución:

Gin Soaked Boy T-shirts
Ejemplos de camisetas GSB (marzo 2011).

P.S. Por cierto, que si alguien quiere alguna, no tiene más que ponerse en contacto conmigo porque se hará otro pedido de las camisetas del gintonic y del antiprincipito.

Obsoletos o despeinados por el viento

Obsoletos
Almacenando fotos en disquetes (julio 2010).

Tan deprisa. ¿Dónde queremos ir tan deprisa? Una evolución tan vertiginosa: tanta población, tantos medios, la profesionalización, la alienante profesionalización, la investigación, la darwinista investigación, la cresta de la ola encima de la cresta de la ola sobre la cresta de la ola. Del iPhone al iPhone 4 en tres años y un abismo tecnológico. Como esa cámara digital que almacenaba fotografías en disquetes, ¿qué es un disquete? ¿Qué resolución tendría la cámara, un megapíxel? ¿Cuánto se tardaría en visualizar una foto en la diminuta pantalla LCD? Si te paras estás muerto, ergo hay que moverse y correr, como el juego de al escondite inglés pero a la inversa. Lo malo es cuando no sabe dónde (hu)ir.

Japón quería navegar sobre la cresta de la ola más elevada, quería ser la punta del iceberg tecnológico y tener muchas lucecitas de colores encendidas por la noche para iluminar los karaokes y las lámparas de los jugadores de playstation. Necesitaba imperiosamente energía para poder investigar y desarrollar nuevos prototipos de visión 5D con realidad aumentada para los cinco sentidos antes de que los países perseguidores le arrebatasen el trono del ocio tecnológico. Energía en un país superpoblado demasiado pequeño como para ser autosuficiente explotando recursos naturales como el sol, el viento o los ríos y demasiado pragmático como para importar megavatios a la vecina Rusia. ¿No habíamos dicho que si te paras estás muerto? Pero, ¿y si corres no avanzas también hacia un barranco de caída fatal?

En España, mientras, a ciento diez, ni paseando en la pobreza ni en una frenética carrera. Así no nos despeinamos.