[Esta sería la cabecera donde se explica de forma somera que, después de un año de hibernación, y una vez concluido el personalmente constructivo #project366 en Instagram, retomamos la vida de este blog que nació en mayo de 2008 y al que le quedan pocos pero serios lectores.]
Es jodidamente difícil empezar. A ver cómo se podría sintetizar un viaje de dos semanas por Perú en un post. Y eso sin convertirse en una guía de viajes, que hay miles de descripciones de rutas similares por la blogosfera (qué bonita palabra), y sin entrometerse en exceso en las enriquecedoras vivencias personales disfrutadas, más que nada porque precisamente son “personales”.
No obstante, y sobre todo siendo consciente del tipo de lectores que llegan a este blog, me he visto en la necesidad de lanzarme a este océano de descripciones, consejos y reflexiones acerca del Perú. Por un lado, para que si alguien me pregunta que qué tal el viaje pueda contestarle “pues mira, genial, una experiencia única; si quieres más detalles entra en este enlace”. Y por otro lado, porque no me cabe duda de que algún amigo querrá viajar allí, y me pedirá ayuda para preparar su viaje, y le podré remitir a esta entrada del blog (otros post sobre, por ejemplo, Berlín, Cerdeña o Dublín han corrido el mismo destino).
El vuelo desde Madrid hasta Lima dura once horas en las que se recorren casi 10.000 Km. Como cifra solo tiene cuatro letras: “o-n-c-e”, pero como tiempo en un avión se puede traducir en “eternidad”, o en tres películas y una siesta. Pensaba que sería maravilloso sobrevolar la Amazonía brasileña, pero se vuela tan alto, tan por encima de las nubes, que la ilusión se queda casi en la estratosfera. Canalizamos esa ilusión a través de unos paradójicamente sabrosos tortellini de ricotta y espinacas cocinados por la señora Iberia.
Cuando aterrizamos, lo primero que me sorprendió fue ver que allí hablaban en castellano y que entendía los carteles publicitarios en mi lengua materna. Puede parecer una perogrullada, pero a los que solo hemos volado por Europa nos parece mágico aterrizar en país con nuestro idioma. A lo largo de todo el viaje valoras lo bonito (y útil) que resulta conversar en tu lengua con gente de todos los países de un continente (incluso aunque sean argentinos es bonito). Qué cantarín es el acento chileno, qué amable resulta el peruano, qué noble el colombiano, qué engolado el caribeño; multitud de colores para un idioma maravilloso.
Llegados a este punto podríamos incidir en los motivos por los que allí se habla español y abrir un extenso debate acerca de la colonización y de la expansión de la Corona de Castilla por el Nuevo Mundo. Sería un asunto apasionante porque, a priori, parece inconcebible que un puñado de soldados españoles sometiesen a todo un continente. En este caso concreto de Perú, el castizo extremeño Francisco Pizarro, junto a los famosos Trece Caballeros de la isla del Gallo, iniciaron la conquista del Imperio Incaico. La Historia tiene mucha letra pequeña y, aunque erigirnos en justicieros del pasado es una singularidad muy española, nos limitaremos a subrayar los hechos: los españoles arrasaron la cultura incaica, sus tradiciones y forma de vida, para imponer su cultura, su lengua y su religión (la célebre evangelización indígena). Sin ánimo de valorar, el Imperio Incaico también tuvo espíritu de expansión y sufrió una decisiva guerra civil en disputa por el trono justo antes de la llegada de Pizarro. Saltando en el tiempo, hoy la conquista la lideran Coca-Cola y Facebook, presentes en el más recóndito lugar de la selva amazónica.
Antes de la digresión, andábamos alabando a nuestro idioma común ya en el aeropuerto de Lima. Nota mental: recuerda no cambiar euros por soles en el aeropuerto porque el cambio es el menos ventajoso posible y fuera se pueden encontrar montones de pequeñas casas de cambio (en el barrio de Miraflores, incluso cambiadores oficiales con chalequito).
Lima es una gran urbe que mira desde la altura al Océano Pacífico a través de un conglomerado urbano de unos diez millones de habitantes (un tercio de la población de Perú), lo que convierte su día a día en un tremendo caos de tráfico y una vorágine de vida. Al tráfico se suma el ruido, principalmente de las bocinas de los coches; deben fabricar los coches peruanos con bocinas especiales para aguantar los cientos de bocinazos diarios. Mientras sales del aeropuerto y recorres el distrito del Callao (con una densidad de población de más de nueve mil habitantes por kilómetro cuadrado) no puedes evitar acordarte de cómo será el tráfico en mega-ciudades como Ciudad de México, Manila o Delhi. Al tiempo, y desde el taxi, te auto-agradeces la sensatez de no haber pensado en alquilar un coche. Por cierto, que el precio del taxi se negocia y regatea antes de subirte para evitar abusos.
El barrio residencial y comercial por antonomasia es Miraflores, que cuenta con todos los servicios imaginables y con vigilantes callejeros y serenos para mantener el orden en el distrito, un orden pacífico bastante chocante en Lima. Miraflores está encaramado al Pacífico, un océano gris y bravo, hostil en su inmensidad para disfrute de surferos.
Vista del bravo Océano Pacífico, la primera vez que lo veo.
Muchos de los turistas que se acercan a Perú utilizan Lima como escala más que como destino, y es que en realidad a nivel turístico es poco atractiva. Ya desde el hotel lo advierten, al tiempo que aconsejan por seguridad ceñirse a visitar, además de Miraflores, los distritos de Barranco y Centro Histórico. Venden Barranco como el barrio bohemio de la ciudad, aunque al trote parece un barrio residencial que no pasará a la historia. De hecho, su principal atractivo es el decepcionante Puente de los Suspiros.
Puesta de sol en el Pacífico desde el distrito de Barranco.
El Centro Histórico, por su parte, es Patrimonio de la Humanidad y deja entrever cómo la historia ha pasado por Lima durante los últimos siglos desde su fundación por Francisco Pizarro en 1535. La tumba del conquistador español, y fundador de la ciudad, se ubica en una capilla de la Catedral, en plena Plaza de Armas. Dicha capilla, en la que también exponen la cajita en la que supuestamente se conservaba la cabeza de Pizarro (la historia del cadáver del extremeño da para una tesis doctoral), está revestida al completo por atractivos mosaicos de entre los que destaca el frontal, donde se lee su histórica frase: “Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos, escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere”. En este rincón limeño tomamos conciencia de lo que supuso la Conquista de América; y esta sensación ya nos acompañará durante todo el viaje.
Mosaico en la capilla de la tumba de Francisco Pizarro en la Catedral de Lima.
Cambio de guardia en el Palacio de Gobierno de Lima.
Abandonando asuntos históricos y arquitectónicos, la burocracia peruana para conseguir una simple tarjeta (“chip” lo llaman) prepago para el móvil resultó lo tediosa y desesperante que se podía prever. Cuatro tiendas, entre ellas la de Movistar, con resultado negativo tras dos o tres horas desperdiciadas. Tuvimos que rendirnos y salir a pasear por la avenida para que la providencia nos enviase a dos chavales, desconocemos si profetas o emisarios celestiales, que nos ofrecieron una tarjeta telefónica de Bitel por 5 soles (menos de un euro y medio al cambio). El trámite de contratación duró apenas dos minutos. Para celebrarlo, nada mejor que tomar un pisco sour local.
Cualquier guía de viajes resalta a Lima como la capital gastronómica de Perú, lo cual es mucho decir en un país en la élite de la gastronomía mundial. Gracias a unos amigos, pudimos disfrutar de una experiencia única de cocina nikkei, fusión de cocina japonesa y peruana, en uno de los mejores restaurantes del mundo, el Maido. Para afrontar una cena de este tipo hay que dejar prejuicios en la puerta y ser valiente, o al menos parecerlo, porque te enfrentas a un conglomerado de sabores radicalmente ajenos al paladar manchego. Es célebre que la cocina nikkei se caracteriza por ser transgresora y rebelde, de ahí que casi todos los bocados resulten impactantes al gusto (supongo que el uso abundante del limón y los sabores picantes como el del ají juegan su papel al respecto). Sin ser un gastronauta, me quedó la valoración de que cada uno de los trece platos de la experiencia iban ocupando ordenadamente un hueco en mi estómago y activando unas aristas del paladar, como si la comida y el maridaje estuviesen cabalmente medidos para formar un conjunto.
Original presentación del primer plato sobre roca volcánica en Maido.
Un choripan con papas fritas también es cocina nikkei.
A finales de septiembre comienza la temporada de lluvia en Perú, y apareció la mañana que abandonamos Lima. Un taxista predicador nos llevó al aeropuerto incidiendo en la importancia de Dios para que España forme Gobierno (sic) y resaltando que sus manos sobre el volante eran guiadas por Dios para llegar siempre a buen destino, lo cual, en mitad del atasco matutino limeño resultaba inevitable. En Perú se siente en la calle el fervor católico con más intensidad que en España; los rótulos de muchos taxis son un claro ejemplo. Y, antes de dejar Lima, sobrevivimos a una “amenaza de bomba” en la cafetería del aeropuerto; alguna despistada había olvidado el bolso en una mesa cercana a la nuestra. Un agente de la ÚDEX (Unidad de Desactivación de Explosivos) desactivó el bolso antes de que estallasen los pintalabios y los bolígrafos.
P.S. Prometo que en las siguientes entradas habrá más fotos y menos rollo 🙂