El Abecedario & El Bocadillo


A la escuela con una mochila de ilusión.

Eso que tú me das
es mucho más de lo que pido.
Todo lo que me das
es lo que ahora necesito.

[Eso que tú me das, Jarabe de Palo]

Después de casi tres años de mimos y zarpazos, de salvajismo entre algodones, si nada cambia, dentro de diez días tendrá su primer día de cole. A él le preocupa que le echemos dos bocaillos en la mochila, y a nosotros, todo lo demás.

Durante estos días no se habla de otra cosa y los padres manifiestan su temor al tiempo que los profes y equipos directivos confiesan su incertidumbre y, también, miedo. Iluso el que se atreva a simplificar un contexto tan difícil, pero cuánto tiempo perdido y qué dejadez de funciones de algunos responsables políticos del ramo. Da la casualidad de que tanto a nivel regional como nacional gobierna el socialismo con equipos más preparados para la propaganda y manipulación mediática que para la gestión y la búsqueda de soluciones a problemas reales.

No me gustaría haber estado en el pellejo de los directores de centros educativos durante este verano sin disponer de instrucciones claras, de ratios, de variaciones de personal, de protocolos en diferentes escenarios, de posibilidades de nuevos espacios, abandonados a una improvisación que comenzará en septiembre. Contra este enemigo cruzar los dedos no suele ser una buena solución.

Y preocupa también el ambiente infantil, cómo se marginará y culpabilizará a alumnos y padres cuando se identifiquen rebrotes y se señale, inquisidor, su origen. Y el miedo personal de muchos profesores de edad avanzada, o de salud frágil, o convivientes con familiares mayores. Y las idas y venidas de cierres y aperturas ante cada rebrote que desorientará más si cabe a los alumnos.

The New York Times publicó el otro día una sonrojante columna de muy recomendable lectura titulada «El país donde las discotecas son más importantes que las escuelas». Dan ganas de llorar; menos por los dos bocadillos, por todo lo demás.

Fragmentos de un No Saluda

[fragmentos de las palabras del pasado 15 de agosto]

La suspensión de las fiestas patronales ha conllevado la anulación de procesiones, del acto del pregón de fiestas y coronación de la corte de honor, de los fuegos artificiales que simbolizan el inicio de las fiestas, de comidas y aperitivos populares, de actos deportivos, culturales y solidarios, y de muchos otros eventos que todos los meses de agosto dan vida a nuestro pueblo.

Hemos vivido una etapa de aislamiento y distanciamiento que ha desembocado en estos días de denso vacío, de extraña incertidumbre y sentimientos en tensión. Como si ayer no fuese catorce de agosto ni hoy quince, una realidad que cada persona siente y vive de forma única en su propia singularidad.

Porque, a pesar de todo, sentimos la necesidad de creer, de creer en nuestra fiesta, en nuestra convivencia, en nuestro futuro. Anoche un grupo de gente joven lo significó a la perfección prendiendo una batería improvisada de fuegos artificiales seguida de vítores a la Virgen y al pueblo que los une todos los veranos. Quisieron simbolizar el inicio de las fiestas antes de lanzarse a celebrar con ímpetu y entre amigos lo que merecen. No se puede leer como un gesto romántico vacuo sino como una íntima necesidad colectiva.

Que ahora al terminar la misa no haya invitación popular al vino de honor no significa que no debamos salir a tomarlo con familia y amigos, más bien al contrario, debemos compartir -con prudencia- la alegría de la celebración.

Por último, se recuerda que conservar la calma en mitad de una epidemia es un acto de civismo; el verdadero coraje significa pensar en los demás, sabiendo que todos compartimos la misma fragilidad y necesitamos al prójimo. Seamos conscientes de las consecuencias de nuestras decisiones y nuestros actos, nuestra libertad requiere nuestra responsabilidad individual.

Serranía Conquense, Nuestra Joya


Mirador a Santa María del Val.

Si ves las fisuras de la erosión,
nacen los cuervos de tu corazón,
déjalos volar,
déjalos llorar.

[Alma de Oro, Xoel López & Ede]

Un pueblo del sur de Madrid, Móstoles por ejemplo, tiene más habitantes que toda la provincia de Cuenca. Todos juntos y aspirando a vivir en otro lado, Pozuelo de Alarcón por ejemplo. En Móstoles hay bloques o urbanizaciones más grandes que la mayoría de los pueblos de Cuenca, e incluso pisos con más convivientes que habitantes en municipios conquenses. Por contra, Cuenca tiene más de diecisiete mil kilómetros cuadrados de extensión, lo que significa que en un kilómetro cuadrado te caben de media unos once conquenses. Para entendernos, más de doce campos de fútbol por cabeza. Nuestro alojamiento en el norte de Cuenca estaba a más de 170 kilómetros de nuestros campos de fútbol, que se dice pronto dentro de una provincia.

A fin de aprovechar la coyuntura espacial se ha presentado recientemente una campaña publicitaria provincial bajo el lema «Kilómetros de calma». Sin duda una consigna acertada, aunque peligrosa si le pilla a uno con poco combustible en el depósito o con mucho hambre en un viaje. En el contexto de mascarilla y distanciamiento individual parece idóneo vender que tienes kilómetros de calma y que podrás infringir normas -como respirar con la nariz al aire o remojar los pies en una laguna- en tus doce campos de fútbol porque sería mala suerte que alguien violase tu vasto espacio.

Con ese ánimo marchamos a la joya de la corona de la provincia, la Serranía Alta Conquense, paraíso del pino y la soledad. Kilómetros de calma, de curvas, de desnivel, de verde y agua, de humildes pueblos embutidos casi con vergüenza en los valles fértiles, como integrados en un entorno natural más reciente que ellos mismos. Un destino polivalente donde los haya, para hacer senderismo o ir en bici, escalar paredes escarpadas en hoces imposibles, vigilar buitres en amenazante vuelo, transportar la madera de los pinos por el cauce de los ríos (maderadas) o navegar en canoa con los amigos, tener frío en verano, tener frío en mitad de una ola de calor en mitad de la canícula de Santiago, viajar al pasado serrano, comer mucho y bien, cenar mucho y bien, perderse en los senderos de abajo o sentir vértigo en lo alto de las hoces, esquivar al bicho, relativizar realidades, saborear un trozo de aquella vaca a la brasa o saciar la sed con agua fresca de ese manantial, ¡y maldecir que se vean tantas estrellas en el cielo que no se puedan distinguir las constelaciones cercanas!

Si la casualidad os lleva a El Tobar, cerca de Beteta, podréis comer en dos lugares diferentes pero ambos muy recomendables. Uno, el restaurante Castilla, negocio familiar de Agustín y Socorro donde te sentirás mejor que en casa; los boletus con huevo y trufa propia son una obscenidad por sabor y precio. Tanto el menú del día como la carta merecen un repaso. Otro, el asador El Perula, de Jóse y Alba, con su hija Sara a los fogones, solo a la carta y con precios superiores a la mayoría de la hostelería de la comarca pero con resultados excelentes; la ternera a la brasa en cualquier corte es inolvidable.

Bromearé con que atravesábamos el pueblo tras la cena diciendo que era nuestro paseo marítimo, cambiando humedad por sudadera y rumor del mar por ruido de grillos. Era curioso porque había sillas de plástico «al fresco» pero ni rastro de sus ocupantes, como para dar sensación de mayor multitud. El combate contra la despoblación se asemeja al de la fe; uno nunca sabe si dejarse la piel y que le rechinen los dientes del esfuerzo o simplemente rendirse a la inercia y la duda y la realidad perceptible. Si merecerá la pena desmayarse y estar furioso al ver el puñado de habitantes de tantos pueblos, ese asistir a la última generación que impulsa el latido de vida de enclaves mágicos que no son Macondo ni Comala, ni queremos que Ainielle. Sois la última generación que ha desarrollado su vida completa aquí desde el parto hasta la expiración, los últimos que conoceréis los entresijos de la tierra y el arroyo y el viento y los árboles genealógicos del lugar desde antepasados remotos, dueños del último ganado que disfrutará de esa libertad de pasto en el monte, gracias a vosotros; si nos ponemos dramáticos la última vez que se barrerá esta calle con casi todas las viviendas abandonadas en el frío del invierno. Para algunos sois la nostalgia de una infancia felizmente deformada en un tiempo con el viento siempre a favor y el refugio de veranos de morriña y paz, para otros más jóvenes simbolizáis un reducto de libertad anacrónica y de amor forzado. Los años caen tan pesados como las losas que tapan a los difuntos no reemplazados; hay que morir pero dejando estelas de vida. Queremos imaginar futuros de esperanza y de posibilidades, territorios tan vastos necesitan custodios y amantes, es un deseo y una necesidad. Cómo no querer vivir en un lugar llamado, por ejemplo, Peralejos de las Truchas en los Montes Universales. Os (nos) reclaman a día de hoy como mercancía política tras lemas como el de la España vaciada o los pactos contra la despoblación y revitalización rural como si una inercia tan devastadora se pudiese frenar con un párrafo de ideas. Y mientras aprovechamos el drama como figura literaria para rebozarnos en boñigas de artificio.

Empecé a escribir esta entrada porque un amigo me pidió recomendaciones y se me acaba el folio sin haber apuntado POIs, aunque algún retazo colgué por instagram. Hay que visitar el Salto de Poveda, en Poveda de la Sierra, cómo se despeña el Tajo en una torca agreste, ya en el parque natural del Alto Tajo en la provincia de Guadalajara. Hay que acercarse siempre al nacimiento del río Cuervo en Vega del Codorno, tan vestido para la ocasión con sus pasarelas y su señalización, un agradable paseo incluso en familia (sic) allá donde brota el agua a las puertas de la gruta, sin duda la parada más reconocible de la serranía. Merece la pena la laguna de El Tobar, aguas tranquilas y accesibles donde uno menos se lo espera, y detrás del cerro del Sur el embalse de La Tosca con mirador desde Santa María del Val, que refresca con solo mirarlo. La hoz del río Guadiela en Beteta merece un recorrido pausado por la fuente de los Tilos y la cueva del Armentero. Y en lo alto de Beteta se alza el castillo de Rochafría, de reciente intervención para garantizar su supervivencia, y que goza de una vertiginosa vista de la vertiente Este de la hoz de Beteta por donde transcurre la carretera hacia la Cueva del Hierro. En cualquier caso una visita a la serranía ni siquiera requiere un mapa de puntos de interés, su personalidad intrínseca te invade sin grandes alharacas y un recorrido a pie, en bici, en canoa o en coche es más que suficiente para dejarse atrapar por su encanto.

Cuando uno regresa de un viaje valora mucho más su hogar; en este caso, sin embargo, nada más llegar a casa me entraron ganas de dar la vuelta y seguir transitando por los pueblos serranos y su naturaleza protagonista.

Oropéndola DJ en La Pesquera Tonight


Oropéndola vista en este rincón.

Si me das a elegir
entre tú y mis ideas,
que yo sin ellas
soy un hombre perdido, ay amor,
me quedo contigo.

[Me quedo contigo, Los Chunguitos]

Ver una oropéndola en la pesquera llama tanto la atención como ver un payaso en un funeral. Espléndidas oropéndolas de color amarillo chillón revolviéndose entre chopos viejos de ramas secas en un entorno áspero y ocre bajo el sol impío del verano manchego. Vuelan por la pesquera ajenas a la realidad e ignorando que este atípico verano es de duelo y de miedo y que tendrían que cobijar su pecho brillante bajo sus discretas alas negras y cambiar su canto de merengue a gregoriano. Y, sin embargo, han nacido para brillar y destacar entre nuestra mediocridad, y gracias que la evolución les ha enseñado a mostrarse esquivas a la vista de los depredadores. La vida misma.

Tal y como está el patio del circo lo raro es que no se le haya ocurrido a algún iluminado independentista reclamar el fastuoso amarillo de la oropéndola como patrimonio de sus ansias políticas. Si nos dan a elegir entre una oropéndola y Puigdemont la disyuntiva se decanta en un instante: la belleza innata versus la psicopatía fanática. No exagero: hace miles de meses, en marzo, ya hubo pataleta entre simpatizantes de ERC porque el Gobierno de España había rotulado el lema contra el coronavirus («Este virus lo paramos unidos») en amarillo y negro, colores oropéndola, y para más inquina con la palabra «virus» en amarillo. Tuvo que salir un señor serio y enjuto a justificar el uso de los colores recurriendo a la convención internacional y alegando que una bandera amarilla y negra en una embarcación ha significado históricamente «barco en cuarentena». Si pensáis que Cataluña es algo así como un barco en cuarentena es cosa vuestra.

Este virus lo paramos unidos. Hemos apuntalado el aspecto cromático del lema pero me daría pavor afrontar el enfoque semántico. Qué paradigmática esa reivindicación de «pararlo unidos» como si se tratase de una batalla de braveheart en la que tuviésemos que combatir hombro con hombro; no respetamos la distancia de seguridad interpersonal ni en las consignas. Tuvieron ese mínimo pudor de no definirlo como «Unidas Podemos parar el virus». Más desafortunado, si cabe, fue el eslogan gubernamental de finales de mayo: «Salimos más fuertes». Pensé que era una broma; aunque en las escuelas de publicidad enseñen a usar la herramienta del shock para campañas exitosas, en este caso atacaban a puñal nuestra inteligencia más básica: ni hemos salido, ni somos más después de tantos fallecimientos, y mucho menos más fuertes vista la coyuntura política, económica y social que nos toca afrontar.

Cuesta adivinar qué historia estamos pintando. Parece evidente que no la de los hechos sino la del relato guiado, la versión edulcorada y moralista de una realidad despiadada, aunque parece difícil intuir cómo se evaluarán estos tiempos con el transcurrir de las décadas. Quisiera ser pesimista pero esta noche habrá concierto de Oropéndola DJ al fresco y ofreceremos toda nuestra energía para que los djs sigan mostrándose como un oasis de vitalidad en este desierto de desidia.

Houellebecq Insumiso


Trashumancia en dirección Teruel en el solsticio de verano.

La raíz que tú arrancaste
no ha crecido nunca más.
Nadie vino de esa tierra fría
a llorar tu funeral.

[Romance de la plata, Christina Rosenvinge]

Agradezco haber devorado Sumisión a pecho descubierto, sin ir provisto de armas ni del lápiz de subrayar y anotar. Una lectura fugaz para huir del miedo sociológico. Habría sido, esta vez, un combate fatigoso, el lápiz contra las páginas de la novela, contra unas páginas que contienen tanto de una sociedad en decadencia, de una civilización al borde del abismo de la pereza y de la rendición, de un gremio débil contra las cuerdas, de la sumisión de la intelectualidad a la sexualidad, del alcohol como único refugio, del nihilismo suicida que impregna un fundado pesimismo ante el futuro político y el nuevo orden mundial.

Cuando mi hijo me preguntaba qué estaba leyendo le decía que la historia de un señor que no tiene mujer, ni novia, ni padre, ni madre, ni hijos, ni trabajo, ni coche, ni bici, ni apenas amigos. Me miraba triste, con sus dos años y medio, y se iba desinteresado a colocar los números del puzzle en el tren. Y ahí me quedaba yo, a solas con François, temeroso de que se quitase la vida tras el propio suicidio de la civilización europea post grandes guerras, ratificado en la autopsia del historiador británico Arnold J. Toynbee. Él jugando y yo sufriendo.

El viejo cabrón de Houellebecq es un prestidigitador o es un estafador, conclusión poco original para definir siempre al autor de una distopía. Sumisión pasa a la cumbre de lo que he leído del autor junto a El mapa y el territorio, y por encima de Las partículas elementales y Plataforma. Al francés le encanta hacer malabares sociológicos por no decir que aspira a abofetear nuestra ignorancia, inocencia y pereza.

Cuando me sienta preparado, me armaré de lápiz e ideas para enfrentarme otra vez a Sumisión y a Houellebecq. Espero sobrevivir.

P.S. Escuchad la canción de Christina Rosenvinge, un tema terrible y que ella tan bien introduce cuando lo toca en directo, apoteosis de poco amor a un padre.

El Miedo


Las farolas que nos alumbran corren peligro.

Mi soledad se siente acompañada,
por eso a veces sé que necesito
tu mano.

[Yolanda, Pablo Milanés]

Nos aturden toneladas de noticias que, por aplastante exceso, terminan por desnortar la esencia de su sentido. Queremos repasar toda la actualidad mirando la web de un digital y, al terminar y llegar a los créditos del pie, ni nos acordamos de las tres noticias más relevantes del día. Peor todavía en redes sociales como twitter donde los fogonazos son tan impactantes que ya nada impacta y, a la postre, ni nos preocupamos en sospechar la tendencia de la mayor (por algún trastorno no identificado guardo con mimo likes y retuits para revisarlos de forma periódica, dicen mucho de cada uno de nosotros). Y así, el tiempo va creando una masa informe y gris de información inútil y olvidadiza.

No obstante, a poco que uno levante el pie del acelerador, se perciben derroteros nítidos, y deprimentes. Resulta ya inevitable admitir que hemos asistido -impertérritos- a la liquidación de la moderación política y social. Queda fuera de juego todo aquel que prefiera argumentar a lanzar consignas, todo aquel que renuncie a manipular de forma interesada las emociones de los ciudadanos, todo aquel que tenga dudas en sus convicciones, todo aquel que cuestione la disciplina cada vez más encorsetada de los partidos, todo aquel que mezcle opiniones de distintos sectores para conformar su criterio propio, todo aquel, en definitiva, que no sea amigo del populismo y la demagogia.

El perfil del político que se abre paso se caracteriza generalmente por hacer declaraciones broncas que puedan sonsacar la aprobación de los suyos en un corte de vídeo o audio de menos de un minuto; a ser posible con carga emocional y exprimiendo comparaciones poco fundadas pero de impacto mediático. Así, de esta forma, se alimenta una polarización cada día más nítida que hace las delicias de aquellos políticos que convierten odios comunes en simpatías personales. Pablo Iglesias o Santiago Abascal son maestros en esta no muy digna materia, y lo peor es que ambos son muy inteligentes, aunque su inteligencia esté al servicio de intereses menos éticos. A Pablo Casado, al contrario, le cuesta jugar al trending topic porque sus discursos son habitualmente elaborados y serios, con contenido y fondo; y a ver quién se detiene a analizar declaraciones completas pudiendo valorar treinta segundos. La exposición mediática es tan abrumadora que todos los argumentarios quedan sepultados bajo la losa de una frase ingeniosa. Detrás de la inmediatez y el mensaje de azucarillo, a ser posible radical, solo queda el oasis de horror.

Que el odio y el enfrentamiento visceral cada vez tengan más prestigio da miedo, y el miedo es el ingrediente mágico del cóctel del desastre. Manifestaciones multitudinarias alentadas por mensajes de odio, derribo de estatuas y anulación de homenajes del pasado que cuestionamos con una superioridad moral inaudita y terrible, banalización de las vidas perdidas y sepultadas bajo manifiestos intereses políticos, infantilización de las instituciones mediante leyes improvisadas y publicidad institucional sesgada de forma vergonzante, manipulación de medios de comunicación tanto públicos como privados ya sin ningún tipo de pudor, gobernantes mentirosos compulsivos como Pedro Sánchez o hipócritas interesados como García-Page, aficiones encantadas de enarbolar su bandera sin ambages y en consecuencia sin ningún interés en depurar una opinión propia. El periodista David Jiménez ha tratado este tema con buen ojo en el artículo de opinión Cómo derrotar al odio publicado esta semana en The New York Times.

Cuando gente como Borja Sémper o Eduardo Madina argumentan su decisión de abandonar la política se les entiende sin necesidad de abrir la boca. No valoramos que sean mejores o peores políticos, solo su sentimiento de desorientación y rendición. Lo difícil, sin embargo, es aguantar y torcer siquiera un grado el ángulo de la tendencia al abismo. Aunque estemos en la línea del fuera de juego y sean muchas toneladas de tren imparable.

Abubilla Atropellada


Biodiversidad: tordos y antenas.

Los que no participan de las injusticias,
no miran a otro lado.
Los que no se acomodan,
los que riegan siempre su raíz.

[Girasoles, Rozalén]

A la vuelta de Briones nos acompañó la abubilla revoloteando entre las carrascas de las lindes. A tus impacientes llamadas ella contestaba con su u-pu-pu u-pu-pu mientras atravesábamos raudos y prisa-prisa con la bici eña el camino repleto de «margaritas metepatas» que sembraron a conciencia tus tíos antes del encierro y que ahora florecen entre las rodaduras de tierra. Distingues los pinos de las carrascas, señalas el cereal granado diciendo «cerveza, pan, galletas, espaguetis» y las cepas de las viñas identificando «uvas y vino para papá». Nunca cazas con la vista los lagartos ocelados que atraviesan las pistas porque andas con la mirada perdida calculando los huevos de las gallinas que cogiste ayer y soñamos con ver juntos un jabalí huidizo o un elegante corzo que, de momento, nos son esquivos. Se supone que el pueblo está hecho a la medida del hombre y la ciudad a la medida del producto, del número, detalle que ignoramos porque no necesitamos etiquetar ni, por supuesto, desdeñar diferencias más allá de bendecir la posibilidad de elección. Para qué preocuparnos por intangibles pudiendo centrarnos en que Sesar nos traiga un árbol de piruletas de chocolate de Tarancón y plantarlo en la parcela de los pinos y que agarre bien y tener, de cara al otoño, buena cosecha de piruletas de chocolate.

El mundo es cada vez más piramidal y más líquido y más frágil, menos atractivo. Y mientras miserablemente se están los otros abrazando con sed insacïable del peligroso mando, tendidos a la sombra estemos cantando y merendando sandía con fanta de río. Ahora ya es tarde, demasiadas carencias en filosofía para aprender a pensar y demasiadas carencias en matemáticas para aprender a investigar. Demasiados escrúpulos para profesionalizar la instigación y demasiados frentes abiertos para abordar el objetivo de guerra a pecho descubierto.

El viernes en la carretera detecté una abubilla atropellada en el asfalto, supongo que no era la que nos acompañó en nuestro paseo en bici.