Entendimiento

Yo te entiendo. Es por eso que te alejas de mí, para esconder tus fragilidades. Sé que tienes miedo de que alguien pueda desnudarte y mostrar tus entrañas, más que nada por pudor moral. Es evidente que huyes de ti misma, que temes aprenderte y descubrir nuevos defectos que enturbien tu pulcra personalidad. No es que me parezca reprobable tu conducta, que también, sino que me provoca una inmensa pena ver cómo escapas a tus miserias. Eres muchas virtudes y un puñado de sombras, pero precisamente son éstas las que dibujan tu contorno en la noche. No tengas miedo y afronta la noche. Yo te entiendo, es por eso que debes acercarte a mí, juntos podemos jugar a ensalzar deficiencias y a familiarizarnos con ellas.

Cuando terminó su parlamento, ella lloraba. La abrazó.

Juego de Citas de Cine (II)

Como ya dije en su día, no tiene mucho sentido jugar a adivinar citas o frases célebres teniendo la barra de Mr. Google en el navegador web; sin embargo, y para los honestos, propongo un jueguecillo de frases de películas. Sé que algunas son de películas poco conocidas o de situaciones confusas, pero son graciosas o reflexivas… ¡Suerte!

1. “El pan no se hace con paciencia, se hace con trigo, señor”.
2. “Si tienes dinero, tienes poder; si tienes poder, tienes chicas”.
3. “Ríe y todos reirán contigo; llora y llorarás solo”.
4. “Eso de amor no es más que una palabra bonita que a cambio de una sombra de felicidad te proporciona toda suerte de engaños, mentiras y falsedades, amen de muy graves disculpas. El amor es la más negra peste, y si se muriese de amor, menos mal, pero de eso se cura uno. Muy de tarde en tarde muere de amor una pareja de idiotas. Si todo es imperfecto en este mundo imperfecto, el amor es lo más perfecto de todo, precisamente por su perfecta imperfección”.
5. “Soy un don Nadie y tengo que vivir el resto de mi vida como un gilipollas”.
6. “He visto naves ardiendo más allá de Orión, he visto rayos C brillando en las puertas de Tanhassen, he visto tantas cosas que no creerías; pero estos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia”.
7. “Tiene un gran talento, y con intelecto taaan grande tiendes a crear tu propio universo moral”.
8. “Es un buen padre de familia, y eso es lo máximo a lo que puede aspirar un hombre”.
9. “Lo único que le pido a un libro es que me inspire energía y valor; que me diga que hay más vida que la que puedo abarcar; que me recuerde la urgencia de actuar”.
10. “Escribir surge de un gran dolor interno. Tal vez provenga de descubrir que uno está en la obligación de ayudar a los otros seres humanos a aliviar su sufrimiento. No creo que ninguna gran obra sea posible sin este dolor”.
11. “Murió como los bombones de licor: relleno de alcohol”.
12. “Mujer ya encontraré otra; pero yegua como esa, ¿dónde voy a encontrar otra?”.
13. “Te había elegido a ti, no porque te viese más listo que los demás, sino un poco menos tonto; pero veo que me he equivocado: no eres más listo, sino sólo un poco más vago”.
14. “Estoy muerta, pero me incomoda no poder dormir”.
15. “No sólo es necesario tener talento, también hay que tener carácter”.
16. “Lo que no te mata, te hace diferente”.

P.S. Si el jurado detecta que los lectores no son capaces de descifrar las películas, ya se irán dando las pistas pertinentes…

Midiendo tamaños

Te llevaron al Parque Güell para que disfrutaras con las delicias de Gaudí, con esas formas irregulares y cuidadamente coloreadas que hacen las delicias de los mayores porque han olvidado mirar sus garabatos de antaño y no son capaces de despojarse de los desperdicios en forma de experiencia/ensayo-error que forman una gruesa película sobre la piel de sus pensamientos, pero preferiste tumbarte sobre el suelo fresquito a la sombra de un sol justiciero y medir con tu lapicero el tamaño de las columnas y mosaicos cenitales sin acordarte del triplete y sin importarte la caja negra del Airbus desaparecido.

Tiempo embotellado

Para él, como para Saint-Exúpery, el tiempo no era un reloj que consume su arena, sino un cosechador que ata su gavilla. En su opinión, el tiempo ponía a cada uno en su sitio y si uno ocupaba el propio, cual cigarra, en retozar y tocar la mandolina, ya vendría el tío Paco con las rebajas. Por eso, porque no hay que dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy, él consagraba su preciado tiempo a su trabajo, origen de satisfacción personal y calmante de la conciencia. Obviamente, se levantaba no después de las seis, que a quién madruga Dios le ayuda. Leía con ansiedad la prensa, como si la página siguiente fuese a ser más emocionante que la presente, mientras devoraba un desayuno copioso preparado con gran mimo por su mujer.

En cierto modo recordaba al viejo profesor Isak Borg de las imprescindibles Fresas Salvajes de Bergman. Luego, ya en el trabajo, luchaba con ahínco en medir que su productividad se acercase al 100% y si no era así, continuaba trabajando hasta quedar rendido. No fueron pocas las veces que tuvo que ir su mujer a su laboratorio para rescatarlo. Vivía completamente absorto en su trabajo, tanto que era común que olvidase comer e, incluso, dormir. Y si dormía, lo hacía sin implicarse en el descanso.

De pequeño, un profesor le espetó amenazante «esfuérzate, muchacho, si no se acaba bajo las ruedas y vaya si se aplicó el consejo. Es probable, qué casualidad, que Bajo las ruedas, de Hermann Hesse, nunca cayese en sus manos; aunque también es probable que, de haberlo leído, hubiese opinado «¡qué mamarrachada!».

Mientras tanto, si alguna vez disponía de unos minutos, los guardaba en un pequeño cofrecito que en su noviazgo le regaló su santa mujer. De la misma forma que algunos se empeñan sumar céntimos en una hucha con la aspiración de llegar a ser ricos, él anotaba en un trozito de hoja el número de minutos que le sobraban ese día y lo introducía en el cofre. Obviamente, había sido idea de su otra vez santa mujer. Él al principio refunfuñaba, pero pronto se acostumbró. El pacto establecía que los minutos del cofre le corresponderían a su mujer, que podría sacar los papelitos y pedir cuentas pendientes. Mientras tanto, esos minutos él los podía invertir a su antojo, y así lo hacía: aprovechaba para avanzar trabajo. Siempre había tajo abierto.

Un día su mujer abrió el cofre con intención de cobrarse la deuda, sin ninguna mala intención, más bien con una infinita comprensión después de mucho tiempo cultivando su paciencia. No quiso decirme qué ponía en los papelitos.

La farsa de la investigación (I. Prejuicios)

Hace años, dos psicólogos, Peters y Ceci, hicieron un escandaloso experimento. Seleccionaron doce artículos publicados en doce famosas revistas de psicología, escritos por miembros de los diez departamentos de psicología más prestigiosos de Estados Unidos. Cambiaron los nombres de los autores por otros inventados, los situaron en universidades imaginarias, como Centro de los Tres Valles para el Potencial Humano, y cosas así, y mandaron los articulo a las mismas revistas que los habían publicado. Sólo tres reconocieron los textos. lo peor es que ocho de los nueve articulos restantes fueron rechazados por las mismas revistas que los habían publicado antes. Los asesores y los editores que los leyeron afirmaron que el articulo no reunía méritos para su publicación (Peters, D.R., y Ceci S.J., “Peer-review practices of learned journals: the fate of published articles submitted again”, Behavioural and Brain Science, 5, 1982). Esto demuestra que la procedencia del trabajo, la universidad a que pertenecen los investigadores, determina su evaluación, como saben muy bien muchas universidades no anglófonas.

[José Antonio Marina, La inteligencia fracasada]

Enhorabuena

Un señor no debe llorar en público, Roger, porque ha de defender su reino ante cualquier adversidad o morir en el intento, no lamentarse cual Boadbil tras la toma de Granada. No es digno de un campeón derrumbarse como lo hiciste en el Open de Australia, hincando la rodilla y empequeñeciéndote ante un rival de altura. Porque es él, ese español de discurso templado y correcto (y terriblemente empalagoso), quien te complementa, como Batman al Joker. Tú me completas, le decía el Joker a su antagonista en la genial película de Christopher Nolan cuando podría haber acabado con él: no quiero matarte… tú me completas. Un gran campeón necesita un rival de altura para que sus éxitos lleguen a tener un valor significativo.

No es romántico ser un perdedor. Por mucho que el cine se empeñe en demostrar lo contrario, el descenso a los infiernos de un campeón duele cuando no va acompañado de una retirada a tiempo o de un fracaso asumido. Pero tú eres joven y sabes que aún puedes alcanzar altas cotas.

Sabemos sobradamente cuánto te has preparado para que llegase este momento. Y quizá no sea un triunfo relevante, por las condiciones de la pista, las circustancias del rival y la entidad del torneo, pero considera que es un modo de ahuyentar los fantasmas que rondan tus pesadillas. Ahora debes ser consciente de que París no será igual, pero al menos ya has vuelto a saborear las mieles de la victoria.

Enhorabuena, Federer.

Spanish Odyssey

El coordinador del grupo de investigación te dice que tienes que conseguir un certificado y te remite al director del departamento de la universidad. De ahí a la secretaria de Antonia Quintanilla, la cual a su vez te pasa con el responsable de profesorado, que no tiene ni idea y pasa la pelota a la coordinación de conferenciantes, quien por fin te dice que necesitas hablar con el gerente del campus, pero el secretario del gerente dice que no sabe quién debe firmar el certificado. Le preguntaré a mi madre, quizá ella lo sepa. No te jode.

P.S. Y lo más preocupante es que esta gymkhana terminó mal, con un «no se puede hacer eso».

Roberto Bolaño

Con esas gafas de intelectual formado, con ese gesto fumador desentendido, con esos ojos de poeta asustado, famélico de tan delgado -por lo visto, hay gente que llega a un nivel tal de ensimismamiento que olvida comer con frecuencia-, despeinado por desordenado y despreocupado, Roberto Bolaño parece ser ese chico al que en la escuela le quitaban todos los bocadillos del recreo, como dice algún amigo. El típico niño amilanado que se escondía entre libros para evitar enfrentarse a una realidad más fuerte que sus débiles brazos.

Sin embargo, a poco que se lea de Bolaño uno se da cuenta de que, además de un inmisericorde lector, el chileno era un hombre comprometido. Capaz de recorrer América Latina desde Ciudad de México hasta Santiago de Chile con 20 años para apoyar y defender a Salvador Allende o de criticar con dureza a escritores consagrados desde una óptica inteligente, irónica y cruel a partes iguales. No en vano, en una de sus frases más célebres, tomada de su novela más premiada, Los detectives salvajes, Bolaño dice que «hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear«.

En algunos de sus discursos en torno a la literatura despedaza a grandes tótems («un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral«) sin que le tiemble el pulso; se trata de una mente preclara que jugza y analiza y estudia la literatura porque está plenamente embargado por ella («mi patria es mi hijo y mi biblioteca», según Wikiquote). De Kafka, ese genial sufridor, dice:

Kafka comprendía que los viajes, el sexo y los libros son caminos que no llevan a ninguna parte, y que sin embargo son caminos por los que hay que internarse y perderse para volverse a encontrar o para encontrar algo.

Roberto Bolaño es uno de esos escritores que te hacen consciente de tus límites, siempre lo verás un paso por delante. Sus adjetivos son más certeros, sus ideas tienen sólidos fundamentos, sus expresiones están mejor formadas, es decir, dicen más con menos palabras. Bolaño, como Cortázar, Cervantes o Pessoa, es un escritor que te pone los pies en el suelo pero te anima a que emprendas el viaje:

Realmente, es más sano no viajar, es más sano no moverse, no salir nunca de casa, estar bien abrigado en invierno y sólo quitarse la bufanda en verano, es más sano no abrir la boca ni pestañear, es más sano no respirar.