2024: ¡semejante bacanal!

Guernica, interpretación [by Cayetano Jr. & Gema]

El precio de la grandeza es la responsabilidad.
Winston Churchill

La noche del 13 de marzo los capellanes se juntaron a cenar en el sótano de Balbi como cualquier otro miércoles. Al subir para marcharnos, alrededor de las prudentes diez de la noche, descubrimos que estaba allí cenando DJ Martin con Balbino y Montse. Al vernos, exclamó escandalizado: «¡y traéis a los niños a semejante bacanal!«. Sonreímos porque veníamos de pasar un rato agradable y tranquilo con un vaso de vino y algo de cerdo a la brasa. Y es que este ya cumplido 2024 quizá haya tenido algo de bacanal a ojos ajenos, no como orgía pero sí como celebración.

El 6 de enero Alfonso nos asustó cuando dijo «papá, tengo poca velocidad en el pecho» por su tendencia a los problemas respiratorios. En febrero, Cayetano se burló de mí viendo a un troll gruñón y cascarrabias en la peli Trolls: «mira, papá, ese troll se parece a ti, no le gusta casi nada». Y el 2 de marzo, volviendo de Mota, tuvimos un gran susto con el coche en la carretera nevada que quedó en eso, en un gran susto y un ataque de pánico de Inma, ya embarazada, porque el Golf es mágico. Desde ahí, todo fue a mejor.

Nos hemos mudado de casa a una que, ahora, pensamos que nos estaba esperando para cumplir el principio de equidistancia familiar. Hicimos obra más por capricho que por necesidad para acondicionar abajo el garaje como bar y arriba la buhardilla como trastero. Y, tras pintar, la completamos con nuevos electrodomésticos y nuevos muebles; ignoraba que estrenar cosas era tan reconfortante. Tenemos que agradecer que Yoli a escondidas y Kike en verano hicieran todo lo demás, y no era poco: transformar una vivienda maltratada en un hogar. El domingo 8 de septiembre decidimos venir a dormir a Virgen de Fátima, 20.

El último inquilino, Santiago, tenía menos de un mes de vida (crónica de su nacimiento) y aquí sigue intentando aprender que la noche es para dormir y a hacer pedorretas para que le hagamos caso. Cómo no pensar que el día más importante del año fue ese 14 de agosto que empezó en el despacho del subdelegado de Defensa en Cuenca acompañando a una chica sudamericana con los brazos marcados por autolesiones y que terminó tomando un gintonic en la verbena del pueblo tras el pregón de fiestas como si entre medias no hubiese nacido Santiago con sus cuatro kilos y medio. El 29 de diciembre, día de la Sagrada Familia, celebramos su bautismo, como cuatro meses antes, el 18 de agosto, habíamos hecho con Federico. Entre las celebraciones, también la comunión de Silvia y las bodas de las tres nitas, Clara, Nuria y María.

A las pocas semanas, y tras su estreno provisional en el bautizo de Fede, la nueva casa del Hortal fue ocupada por la familia después de años de obras y desventuras. Rebusco y encuentro que empezamos a hablar con Sara a principios de 2018, casi nada. Visto en perspectiva, una epopeya digna de tragedia griega con final feliz. Además, se amoldó el Bernabéu con césped artificial e iluminación nocturna, y ahora parece que lleva toda la vida ahí junto a los dos veteranos cerezos de Yoli.

A principios de octubre compramos un solar de cuatrocientos metros entre la nueva casa del Hortal y el convento de los dominicos, más por orgullo que por necesidad pero a sabiendas de que preferimos la certeza a la hipótesis. El solar está dentro de lo que fueron las tapias del convento y hoy en día corresponde, broma del destino, con la calle Teniente Castillo, que precisamente fue inaugurada por su hermana el 14 de septiembre de este 2024.

Por si fuera poco, el 17 de abril Inma firmó su plaza fija como enfermera del Sescam después de años de contratos temporales y una vida laboral de once páginas (sin exagerar). No tiene mérito que yo certifique que se lo merecía, pero es la realidad incuestionable. Y mientras tanto, los pinos siguen creciendo y los gorilas siguen madurando en la ilusión de que el Real Madrid siempre gana la Champions y España siempre gana la Eurocopa.

Las pérdidas del año no pueden competir contra el ritmo de la vida, porque la muerte forma parte intrínseca de ella aunque duela. Y poco consuelo puedan tener los más allegados, inundados por un dolor extremo. Se marchó sin hacer ruido el abuelo Luis con la decencia de esperar al día siguiente a la boda de su nieto Juan Luis. Se marchó María José de forma anunciada y creo que está muy bien haber podido despedirla. Y se marchó la tía Pili tras haber conocido a su nueva nieta Celia y rodeada de toda su familia en casa. Que descansen en paz y vivan en la gloria.

Un poco de literatura

Sin duda hay tres libros que conforman el podio del año y que ya conviven en la balda de los privilegiados de la nueva estantería de la biblioteca:

  • Un verdor terrible (Benjamin Labatut): la absorbente narración de diversos avances científicos del siglo veinte junto a sus célebres protagonistas. Es cierto que con el avanzar de las páginas se impone la ficción a la realidad, pero merece tanto leerlo que eso queda en detalle. Imprescindible.
  • En busca de consuelo (Michael Ignatieff): un ensayo sobre la filosofía del consuelo a lo largo de los siglos, y qué más obsesivo que la búsqueda del significado de la vida y de la muerte para entender la necesidad de consuelo. Merece la pena cada página escrita por este «político fracasado» al que han concedido este año el Premio Princesa de Asturias. Algo quisimos interpretar sobre este ensayo en esta entrada.
  • La más recóndita memoria de los hombres (Mohamed Mbougar Sarr): quizá incluso merezca formar parte de los veinte libros más relevantes de lo que llevamos de siglo veintiuno, casi nada. Una novela que es un mundo a través de la cultura africana, la identidad en crisis desde la emigración, la fantasía y las ansias de trascendencia. Por si fuese poco, la terminé en el paritorio, como para olvidarla.

Y otros tres a los que se les coge mucho cariño:

  • La taberna de Silos (Lorenzo G Acebedo): una divertida novela de aventuras sobre el monasterio de Silos escrita por un monje retirado, una bonita sorpresa que ni entiendo cómo cayó en mis manos pero que casualmente terminé unas semanas antes de visitar el monasterio burgalés. Escrita bajo seudónimo, tira a dar el atrevido ex-monje en cada reflexión y acción.
  • Algo que sirva como luz (Fernando Navarro): la crónica del accidente de tráfico de los componentes del grupo de música indie Supersubmarina. Las emociones a flor de piel desde la primera hasta la última página, una narración que absorbe y que te mete en la desesperación de cada uno de los cuatro músicos, sobre todo por las secuelas que le han quedado al Chino. Qué alegría que me lo recomendase Jesús Huerta, y de hecho le regalé mi ejemplar por recomendármelo a ciegas.
  • Madre de corazón atómico (Agustín Fernández Mallo): un homenaje a su padre (a pesar del título) desde la intimidad y desde el descubrimiento, supongo que es difícil desnudarse así en un libro de reflexiones y aventuras. Desde mi humilde diagnóstico, le sobran muchas páginas al final, como si la editorial hubiese obligado a Agustín a alargar, pero compensa con creces la solvencia de la primera mitad.

Villaescusa de Haro

La legislatura avanza a su ritmo y, por fortuna, sin oposición, ni visible ni invisible. Desde el 30 de noviembre de 2023 hasta el 7 de junio de 2024 estuvimos sin secretario municipal después de un 2023 en el que rotaron hasta cuatro secretarios por el puesto. La ventaja es que me permitió aprender los procedimientos administrativos e invertir su sueldo de seis meses en otros menesteres. La desventaja, la mayor carga de trabajo cotidiano para suplir sus funciones.

A pesar de ello, avanzamos en la reconstrucción de las zonas deportivas y de ocio devastadas por la DANA del 4 de septiembre de 2023: muros, vallas, setos, césped de la piscina, tierra del campo de fútbol, lodo de las piscinas, limpieza del pabellón, arreglo de caminos, y una larga lista de pequeñas intervenciones en las que siempre estaba Neme el primero. La renovación de las piscinas quizá haya sido una de las obras más significativas y costosas de la última década, pero qué falta hacía y cuánto ha merecido la pena, aunque ni siquiera encontrásemos en julio el momento ideal para inaugurarla dignamente.

Entre los diferentes acontecimientos, destacaría dos: Patrimonio Maridado y Baculum et Mitram. El primero, semejante bacanal, lo convocamos el 20 de abril y conseguimos reunir a casi quinientas personas para conocer el patrimonio histórico-artístico del pueblo maridado con productos gastronómicos locales. Lo que nació como broma de los capellanes en 2023 se ha convertido en un referente de cómo organizar un evento con buenos resultados, beneficio económico, coordinación, rigor y diversión (gracias a la implicación generosa y motivada de mucha gente). El segundo, Baculum et Mitram, quizá el concierto más relevante de los vividos en este pueblo durante este siglo. Gracias a Miguel Ángel y compañía pudimos disfrutar el 6 de julio de un proyecto musical inolvidable creado ex-profeso para la ocasión sobre la figura del obispo Diego Ramírez, así que no quedó más remedio que narrar una crónica para el recuerdo.

El 3 de noviembre nos visitó el obispo de Cuenca y lo recibimos para comer en casa por petición de Fernando. Y era divertido ver a don José María sentado en el sofá mirando el álbum de cromos de fútbol con los pequeños.

Dicen que los pueblos se apagan porque cada vez queda menos gente y, sobre todo, menos niños. Y nos sentimos afortunados gracias a la salud de nuestro colegio: por el equipo directivo del CRA, por las dos profes y por el buen ambiente entre los pequeños. Este año, además, con nueva pista de fútbol en el patio. Y en junio fuimos anfitriones de la convivencia del CRA, un día especialmente emotivo por el recuerdo de la anterior, en mayo de 2017, porque aquella suponía el cierre del colegio, la clausura del CRA y la jubilación de Pedro. No todo está perdido.

Viajar o no viajar

Las circunstancias vitales actuales imponen su ritmo: rutina y supervivencia. Aquí hicimos apología de la rutina junto a Ratzinger y Ana Iris a sabiendas de que es un subterfugio de la mente para creer que no viajar al extranjero, no acudir a grandes conciertos, no participar en competiciones deportivas o no encontrar sosiego para leer son consecuencias inevitables de la crianza, como si la esencia de la vida no estuviese en lo que se pierde sino en lo que se crea (el club de los perdedores).

Nos escapamos unos pocos días a Peñíscola para la noche de San Juan porque Cayetano quería comer arroz en La Marina del Grao de Castellón, y como pocas semanas antes habíamos estado de intensa campaña electoral recorriendo la provincia con motivo de las Elecciones Europeas del 9 de junio, el descanso era merecido. Me gustó la playa, el casco antiguo, el castillo, el paseo marítimo, creo que todo, supongo que por ser junio. Lo demás fue lo de siempre: encuentro de diputaciones en Ávila, misa con el nuncio en Ocaña, encuentro de alcaldes en Valladolid, visita al Regimiento Saboya en Badajoz, jornada de formación en Guadalajara. Así de atractivo, así de envidiable, guau.

Casi tendría que elegir la ruta en bici por Cuenca del 5 de octubre en la Marcha Herrada como lo más atractivo. 120 kilómetros preciosos y con buen tiempo alrededor de la Serranía por Villalba de la Sierra, Las Majadas y Uña. Un recorrido espectacular de casi cinco horas acompañado de los carreteros villaescuseros en el que disfrutamos como enanos.

Y queda el viaje a Burgos como joya indiscutible. Una fría ruta de reyes y monjes que representa lo que me interesa ahora de viajar: la búsqueda de la intimidad, del recuerdo y de la exploración de otros modos de vida singulares. Porque en realidad solo se viaja para comer y beber, pero en este caso encontramos la rendija a través de la que observar entre visillos otras existencias, la rendija del aprendizaje y la reflexión.

Ahora ya comienza la expectativa del 2025, con todas las miradas puestas en el 25 de enero y en el 23 de agosto. Le damos la bienvenida con ilusión y esperanza, y una gran regadera con la que rociar a diario a los pequeños para que crezcan y maduren.

Aique, vosotros, siempre, todo, perfecto

El amor es la apariencia de la paz.
[Los detectives salvajes, Roberto Bolaño]

La tarde del 3 de enero de 2024 me acerqué con Miriam y María José a Pedroñeras para visitar a la tía Pili, diagnosticada el 18 de septiembre de 2023 de cáncer de pulmón. Nos recibió sin apenas voz y con un pañuelo en la cabeza para disimular la quimioterapia. Más allá del deterioro físico, se mostraba como siempre: sincera, romántica, sonriente y sacudiéndose problemas de encima. No recuerdo quién más había en la casa, creo que Estrella.

Es cierto, fuera cinismo, pobre bagaje esperar más de tres meses a hacer una visita de cortesía a un familiar enfermo, y ante nadie cabe disculpa ni excusa, si acaso ante la propia conciencia. Pero allí estábamos esa tarde de invierno interesándonos por el estado de salud de la tía Pili y conscientes del pronóstico del cáncer. Supongo que algunas conversaciones triviales son necesarias para hilar la empatía en circunstancias adversas: la enfermedad, la familia, alguna anécdota pasada, alguna esperanza futura.

En un momento de la conversación, tras un breve silencio, la tía Pili nos miró sonriente y dijo con serenidad «aique, vosotros siempre todo perfecto». Estábamos allí para saber de ella pero ella también quiso saber de nosotros y de nuestras circunstancias, como si fuesen dos mundos ajenos e incomunicados. E ignoro si con alguna gota de envidia, o de cariño, o de aprobación, o de lejanía manifestó su rotunda opinión con total confianza. Esas cinco palabras rebotaron por todas las paredes con un eco que ha durado todo el año, cinco palabras que conforman una sentencia judicial y que poseen propiedad conmutativa: se pueden poner en cualquier orden y terminan en el mismo sitio.

Las cinco palabras me acompañan como una obsesión: aique, vosotros, siempre, todo, perfecto. No todo es perfecto, no siempre es perfecto, no siempre somos nosotros. La apariencia de la paz y del bienestar necesita una contraposición, y lamentablemente la tía Pili sabía de lo que hablaba, de su lado, del lado de la batalla, de la dificultad, de la enfermedad, del contratiempo. Detrás del cinismo, detrás de la sombra del egoísmo y la vanidad, aparece la dignidad de la vida difícil, la lección de la entereza entre los escombros, el buen ánimo en el peor momento. Ella, erguida y sin cuerdas vocales, diagnosticando realidades y soportando reveses.

Detrás de esas cinco palabras regresó el silencio, una mueca de avergonzado agradecimiento por nuestra parte y un pesado silencio, qué responder si ella lo tenía claro. Qué sentido habría tenido intentar compensar la balanza explicando, por ejemplo, lo que le había pasado a Inma el mes anterior. María José se atrevió a replicar que «no hay nada perfecto».

La penúltima vez que la vi, con Pablo, se había roto la cadera y había perdido toda movilidad, solo le quedaba gruñir en privado y sonreír en público, soportar con estoicismo y resignación. La última vez que la vi estaba ya en la cama sin conciencia, con respiración tranquila y arropada. La tía Pili falleció el viernes 29 de noviembre de 2024 en su casa, serena y agotada. Se merece descansar en paz y vivir la gloria.

Este pueblo no olvida

Inauguración de la calle Teniente Castillo, 14 de septiembre de 2024.

El 14 de septiembre de 2024 se inauguró una calle en honor al teniente Castillo, germen de la historia del hermanamiento entre el Regimiento Saboya y Villaescusa de Haro y fallecido de forma prematura en un accidente de helicóptero a los 28 años en Valverde de Júcar. Al acto de inauguración asistió su hermana, Julia Fernández Castillo, doctora en física nuclear jubilada desde ya hace décadas.

En su improvisado discurso de agradecimiento, erguida y con un ramo de flores en los brazos tras haber descorrido la cortinilla de la placa de la nueva calle, Julia glosó las virtudes de su hermano, su gallardía y su pasión por el prójimo desde la infancia. También manifestó su sentimiento de gratitud por mantener viva la memoria de un soldado fallecido hace más de cincuenta años. «Este pueblo no olvida», dijo literalmente. Y defendió el mérito de un pueblo que recuerda su pasado y lo valora, que se aleja del adanismo contemporáneo para, con humildad, reconocer a las personas que dejaron huella, de una u otra forma, en el imaginario colectivo del lugar.

Esas cuatro palabras, este-pueblo-no-olvida, me llegaron como el eco de una profecía entre la sensibilidad de todos los catorces de septiembre, el selecto público allí congregado de forma espontánea y la emotividad del sencillo acto programado. Es cierto que, al pasar el tiempo, me apena que no hubiese más vecinos sintiendo ese instante aquella soleada mañana, pero cada uno navega sus inquietudes.

Me pregunto qué llevó a Julia a decir esa frase tan rotunda y cargada de significado. Qué tiene de cierto el olvido y qué tiene de particular la memoria de un pueblo. Quizá, entre la modernidad líquida, sean los pueblos los garantes de custodiar los recuerdos del pasado, como sucede con las tradiciones y las costumbres. Incluso con los cementerios, tan diferentes los de una ciudad y los del mundo rural, que siguen repletos de las almas que fueron, que permanecen en la memoria de los que viven y que ofrecen la conciencia de pertenencia a una tribu con ristra de antecesores y sucesores. El cementerio pellizca nuestra vanidad para recordar que no podemos concebirnos como seres desarraigados.

No olvida el que recuerda, y recuerda el que adquiere el hábito de la repetición. Así, la memoria se sustenta en la aparente vulgaridad de la insistencia cotidiana. De hecho, nuestra vida está jalonada de rutinas periódicas que nos brindan esa conciencia de trascendencia para evitar los desapegos. Y cumplimos años para recordarnos vivos, y celebramos la Navidad para recordar a nuestra familia y al que nació hace más de dos mil años, y descansamos los domingos para entender el valor del trabajo, y hacemos la cama todas las mañanas para dar valor a la disciplina y al hogar. El mejor ejemplo son las cincuenta reiteraciones de un rosario. Y, a la postre, el romanticismo de palabras gruesas como olvido se apaga con la rutina repetitiva.

Y por eso recordamos al teniente Castillo, y damos importancia a los que nos precedieron. Juan Manuel de Prada lo dice mejor: «nadie tiene derecho a derribar de un capirotazo lo que las generaciones previas erigieron con infinito esfuerzo: porque en el esfuerzo de esas generaciones hay mucho amor insomne, muchos sacrificios ímprobos, muchas lágrimas vertidas, muchos júbilos compartidos».

Apología de la rutina

Joseph Ratzinger y Ana Iris Simón. 1969 y 2024. Un programa de radio alemán y un artículo de opinión en El País. Un acusado de fascista y una sospechosa de comunista. Uno que fue Papa y otra que es mamá. La paradoja de que dos cosmovisiones antagónicas confluyan en una inquietud común: el camino de la búsqueda de la luz y de la paz.

Santiago y la oxitocina

Pie derecho de Santiago en el instante de su nacimiento.

No le tengas miedo al tiempo, tampoco a la oscuridad.
Suelen regalar linternas de muy buena calidad.
Y en el vacío no hay maldad.

[Exoplaneta, Arde Bogotá]

Hace casi cuatro años escribí una entrada, titulada «Cayetano y el chocolate; Alfonso J. y el vino», en la que narraba mi perspectiva de los alumbramientos del gorilaco y el garrapatín. Y ahora que ha llegado Santiago también siento el deber de darle una bienvenida narrativa.

El sábado 27 de julio salimos en familia a cenar al Saga, como cualquier otro sábado, una sepia, un huevo frito con patatas fritas, unas gambas al ajillo, un helado muy grande. A las 2:30 de la madrugada entendiste que era buena hora para activar las emergencias, despertarme y salir corriendo a Cuenca al ritmo de las contracciones. Me enfadé por el sueño, por las horas intempestivas y porque, intuía, no eran tan urgentes las prisas. A toro pasado es fácil escribirlo, pero si en aquel momento hubiese manifestado mi escepticismo habría acabado hervido en la caldera de los malos humos.

Estuvimos ingresados en el hospital hasta el martes por la mañana. Esos dos días sirvieron para elegir nombre, a tu pesar. También para descansar, ver en sesión continua los Juegos Olímpicos y comer en el Nazareno y Oro y en el Recreo Peral. Una vez más demostraste lo lejos que está la teoría de la práctica, la vivencia propia de la lección al prójimo. Siempre insistiendo en que los cuerpos tienen sus ritmos y hay que dejar fluir el tiempo hasta que llega el momento clave y, sin embargo, casi admites una inducción con dos semanas de antelación y, encima, pidiendo permiso para no molestar los turnos de los gines.

Ya de vuelta, pasaban los días despacio, se te hinchaban los tobillos, dormías en el sillón del salón para evitar el reflujo, te sentías incómoda con una barriga del tamaño de la Vía Láctea. Parecía que más que dar a luz ibas a explotar como la patata caliente del Gran Prix. Y, mientras, mirábamos de reojo en el calendario que se acercaban fechas clave: las fiestas de agosto, los compromisos familiares, el bautizo de Federico. A la incertidumbre se sumaba la preocupación por la agenda aunque la prioridad fuese innegociable. La noche del 13 de agosto te animaste a participar en la carrera del queso en aceite para asombro de todo el pueblo.

Volvimos a monitores la mañana del miércoles 14 de agosto, ahí ya estabas fuera de cuentas, según unos cálculos ponderados eran 40+3 y con una previsión de inducción para el 20-21 de agosto. El ginecólogo te ofreció negociar, es decir, adelantar la inducción, y aceptaste enchufarte el gotero de oxitocina a las 12 en punto de la mañana. Me llamaste y me acerqué paseando desde la Diputación al hospital sin saber si debía tener prisa o no. En el camino, pasé por la panadería a comprar desayuno para el paritorio. Cuando llegué, estabas en la sala de dilatación con música de fondo y un artefacto de aromas que no funcionaba bien; intentaban crear un ambiente propicio para la relajación.

Me bajé a la casa de comidas de Los Alfares por ser el lugar más próximo y, cuando subí, todo seguía igual, tranquilo. La auxiliar, Teresa, incluso me ayudó a reclinar el sillón para dormir un rato la siesta. Y ahí estábamos, pasando la tarde, tú en la pelota con los queridos niños de David Trueba y yo recostado con la más recóndita memoria de los hombres de Mohamed Mbougar. Paqui, la matrona, informó que te explorarían a las seis de la tarde. Miraba de reojo el reloj de la pared para echar cálculos, a las 7 era la novena, a las 8 la procesión y a las 11 el pregón. No tenía ningún motivo lógico para creer pero tenía fe. Callaba pero me entraban ganas de subir el volumen de la máquina de oxitocina, que estaba a 20 (ignoro, por supuesto, la unidad de medida).

A las seis en punto entró la matrona y se puso un guante para revisar tu evolución. Como la experiencia sirve para algo, ya sé que aquí el minuto y resultado se mide en dos parámetros: el borrado del cuello y los centímetros de dilatación. Paqui confirmó que la evolución era lenta y propuso romper la bolsa salvo que hubiese alegaciones en contra. No constaron las mismas.

Paqui es una mujer de las que inspiran confianza, una matrona veterana con la mirada de abuela que ha visto mucho. Cojeaba y sonreía, mostraba seguridad y empatía a pesar de no haber sido madre. Profesional y discreta, transmitía que sabía lo que estaba haciendo. Sin más contemplaciones, pidió una aguja como las de hacer ganchillo con un pincho transversal en la punta y la introdujo con delicadeza. Cuando consiguió explotar el globo, empezó a manar agua como en el nacimiento del río Cuervo en primavera. Entre risas, decías que no podías moverte porque encharcarías toda la sala de dilatación. No sé cuántos empapadores tuvieron que usar mientras Teresa declaraba que nunca había visto algo parecido. Podrías haber llenado una piscina. Paqui bajó a 15 la oxitocina y me miró cómplice, sabíamos que ahora ya iba en serio.

De forma paulatina fue creciendo la intensidad y frecuencia de las contracciones. Paqui practicó la maniobra de Lift & Tuck para ayudar a colocar al bebé en posición de salida. Dijo que era un movimiento de obstetricia clásica y que era necesario combinar lo clásico con lo moderno; como en todo lo demás, pensé. Después me pidió que hiciese la maniobra alzando tu barriga y así fueron pasando los minutos hasta que el dolor de las contracciones era ya demasiado insoportable. Como el parto ya estaba desencadenado, Paqui te desconectó la vía de la oxitocina.

La matrona y la auxiliar salieron de la sala para dejarte tranquila en tu recorrido por el dolor, sabían que pronto tendrías ganas de empujar y las reclamarías. Aunque no lo dijese, Paqui sabía que el parto sería en cuclillas y en la sala de dilatación. Poco después te quitaste el camisón porque tenías mucho calor y te quedaste desnuda. Una hembra de mamífero sin ropa ni cables ni ayudas en el instante del parto, lo natural, lo animal.

Llegaron las contracciones de verdad y seguíamos solos en la sala, hasta que les gritaste que ya empujabas. Había tanta tranquilidad que era imposible pensar que algo podría torcerse, todo fluía con naturalidad. Te retorcías mientras confesabas me costando más que ninguno, es muy grande. Te sujetaba de las axilas como con Alfonso para que pudieses estar más cómoda. Ya asomaba la cabeza y Paqui estaba de pie tan tranquila, me entraron ganas de decirle que se agachase y pusiese las manos no fuese que Santiago acabase en el suelo.

El expulsivo fue rápido y limpio. Y apenas lo cogió la matrona en sus manos, a las ocho en punto de la tarde, se lo quitaste y empezaste a darle besos y a decirle ven aquí mi bebé, ven conmigo y a quererlo y a sentirlo tuyo. Como siempre, me asomó una discreta lágrima de emoción y te di un beso en la frente, de amor y de admiración. Paqui y Teresa no paraban de repetir lo bonito que había sido el parto y que lo deberían haber grabado, como si más que un alumbramiento hubiese sido un espectáculo.

Ahora ya sí te limpiaron y te tumbaron en la cama de partos con el bebé en brazos para hacer el piel con piel mientras esperábamos que el cordón umbilical dejase de latir. Seguían los halagos a tu destreza durante el parto y yo miraba al bebé pensando que no se parecía de forma nítida a ninguno de sus dos hermanos. Unos minutos después pinzaron el cordón y Paqui me ofreció cortarlo; creo que es algo típico pero era la primera vez que tenía la oportunidad. Me pareció un gesto chabacano, como tener el papel protagonista de cortar la cinta de inauguración de un evento, solo que en ese caso el simbolismo era el de romper el vínculo de una madre con su criatura recién nacida. De todas formas, lo hice solo por no decir que no y porque lo estaban sujetando Paqui y Teresa como si fuese la línea de meta de un maratón.

Unos minutos después pudiste al fin expulsar la placenta, una bolsa grande y sana, de libro. Así que también la placenta recibió aplausos por su grosor y la ubicación centrada del enganche. Como ahora se lleva lo de plasmarla en un cuadro nos pidieron elegir colores e Inma no dudó en proponer el azul y el verde por ser los colores del equipo del árbol.

Una señora placenta.

No solo había salido todo a pedir de boca en el parto sino que, mirando el reloj, también podría llegar al acto del pregón de las fiestas en el pueblo a las once de la noche. Dios provee. Estuvimos los tres juntos, tranquilos y satisfechos, casi dos horas en la sala pequeña y lúgubre del posparto hasta que calculé que debía salir pitando para llegar a tiempo. Me crucé en la carretera con Carmen, que me daba el relevo de tu compañía, y llamé a Emiliano para pedirle que, si no me veía en la primera fila, tocase otra pieza musical que me permitiese asistir al acto de coronación de la corte de honor desde el principio. Me encanta que los planes salgan bien, decía el coronel Hannibal Smith.

De Legnaro a Zaragoza

Esta primavera, el mediodía del jueves 23 de mayo, el pelotón del Giro de Italia atravesó el pueblo de Legnaro unos 10 kilómetros antes de la meta de la etapa en el Prato della Valle de Padova. Las calles estaban a rebosar de gente viendo pasar la marea arco iris, siempre llama la atención la expectación que genera un momento tan fugaz incluso aunque seas aficionado al ciclismo. También Miriam se había acercado, por curiosidad, no por devoción, con Irene y Elisa para ver volar a los ciclistas profesionales.

Pablo, que veía por televisión en directo la etapa, capturó el momento exacto y nos envió por wasap una imagen de la retransmisión en la que aparecían de espaldas Miriam, Irene y Elisa en una acera de Legnaro mientras pasaba el pelotón.

Etapa 18 del Giro de Italia 2024, Legnaro, 10 km. a meta.

Me quedé absorto mirando la fotografía. Nos interesaban mucho más las tres espectadoras de la patata amarilla pintada por Pablo que el resultado de la carrera ciclista. En realidad, se trataba de la foto de un monitor, ni siquiera un pantallazo, y eso le confería mayor grado de abstracción a la imagen, como si no fuesen reales ni los ciclistas ni las espectadoras.

Miraba la foto consciente de que esas tres personas existían, y tenían sus afanes y sus sinsabores, y que no conocían a ningún ciclista, pero nosotros sí que las conocíamos a ellas. Y, al tiempo, la sensación de familiaridad se mezclaba con el sentimiento de lejanía: joder, necesito verlas para saber que están ahí, y entender que detrás del monitor y de la cámara de la moto están ellas, de carne y hueso. Desde ahí se irían a pasear, o a tomar un gelato por ser un día especial, o a comprar plátanos y polenta de vuelta a casa, y luego cenarían con Andrea y prepararían la mochila del cole para el día siguiente. Existe un instante random congelado en una captura de pantalla y también existe la linealidad temporal ininterrumpida de sus vidas. Lo estático en lo irrefrenable. Tan lejos y tan cerca, tan ajeno y tan familiar. Quizá no seamos capaces de -o no nos atrevamos o nos nos interese- medir las distancias cotidianas de nuestras vidas.


En verano, la mañana del sábado 20 de julio, llevé a mi madre a Zaragoza. Me ofrecí como chófer porque quería visitar a su amiga María José, gravemente enferma. Durante el viaje hablamos de muebles y precios, de la maleabilidad de la crianza, de la muerte y de las muertes, de la enfermedad, de la perspectiva de la vejez. La parada en Medinaceli fue más breve de lo habitual, llevábamos el tiempo cronometrado para llegar a comer a Zaragoza, y antes del pincho de tortilla la saludaron como clienta habitual.

Al llegar a José Pellicer, 48, el tío Javier nos anunció que ya habían vendido ese piso en el que nos encontrábamos a una joven pareja gracias a un amigo inmobiliario amigo de Ana. Desde ese momento, intenté fotografiar con la mirada cada rincón de ese piso, que había sido el de los abuelos desde hacía sesenta años, porque era consciente de que no volvería a pisarlo. El diminuto salón de incómodo sofá donde no cabíamos ni la mitad y con la ventana a la que nos asomamos cuando un vecino decidió lanzarse al vacío, el impoluto comedor con la televisión primigenia, el cuadro con la escena de caza y la bolsa de magdalenas en el estante de abajo del armario, el cuarto de baño con el water más odioso del mundo entero y el agua hirviendo de la ducha, la cocina limpia como si la acabase de repasar la abuela, la galería con horrendas vistas al patio interior, la habitación de la entrada que me trae recuerdos a ronquidos gigantes y a sudor asfixiante, el pasillo estrecho y bajo con la simpática ardillita, la habitación de los abuelos exactamente igual que toda su vida, y el olor inmutable de cada estancia.

Cuadro del comedor.

Yo no he vivido ahí pero lo he ocupado durante días de mi infancia y eso se cincela en la memoria. Ya no iba a volver a pisar ese suelo y, en realidad, no supone un profundo drama, pero la conciencia de la oportunidad de decir adiós tampoco se debe despreciar, aunque sea por respeto al pasado y a la familia. No sé si es de gente de ciencias eso de querer delimitar bien los principios y los finales. Guardé un cuadro del lavadero romano pintado por María José para que no terminase en la basura.

Alicatado de la cocina.

Después de comer y de la siesta acerqué a mi madre a la casa de María José en el barrio de Montecanal. Juanjo me invitó a pasar para desahogarse sobre temas políticos. María José conservaba su humor y su timbre de voz maño, poco más, su cuerpo había recorrido de forma muy rápida un angosto camino hacia el abismo. Dolía la disociación del cuerpo y del espíritu. Pronto me despedí porque mi exclusiva labor era de chófer.

A la mañana siguiente, recogimos las pocas fotografías con valor sentimental del piso del barrio de San José y el recordatorio de la primera comunión de mi madre, sesenta años la tacita guardada en el mismo sitio. Debe ser muy difícil despedirse de forma tan abrupta de una amiga y de un hogar de infancia y juventud. A la vuelta, confesó a su brusca manera que Zaragoza había perdido su interés ya sin padres, sin amiga y sin casa.


Y así, Zaragoza ha dejado de ser una ciudad de referencia familiar mientras Legnaro, cuyo nombre nunca habíamos escuchado, se ha convertido en un enclave estratégico. Quizá sea porque el espacio no tiene valor respecto al tiempo y al enlace. La sensación de pertenencia se alimenta principalmente de intereses familiares o sociales o económicos, y no se puede sujetar solo en el romanticismo de las anclas del pasado. O sí.

Baculum & Mitram: música en el entorno de Diego Ramírez de Villaescusa

Javier Martos, uno de los revoltosos ministriles aficionados al sacabuche y a la cerveza, me preguntó a quemarropa el día anterior, 5 de julio de 2024, mientras España luchaba contra Alemania en la Eurocopa, por los motivos por los que había apostado fuerte por un concierto de música antigua en un pueblo tan pequeño. Habría sido difícil responderle con un par de frases, pero unas horas más tarde supimos que habíamos acertado. Porque la mística no cabe en la literatura ni en los argumentarios.

Conocí a Miguel Ángel, a Israel y a Vanessa a través de Elena González Correcher y de José Benita el 6 de agosto de 2020, en una visita que hicieron a Villaescusa de Haro en plena ola estival de coronavirus. En aquel encuentro ya me sorprendió que Miguel Ángel conociese al obispo Diego Ramírez de Villaescusa y, sobre todo, sus Diálogos a la muerte del príncipe Juan. Ya nos habló entonces de un proyecto musical para rescatar la figura del obispo que rondaba como idea por su cabeza, una propuesta que ya tenía título, Baculum & Mitram, y, posiblemente, contenido no desvelado. A mí me sonaba caro y remoto, es decir, inviable. ¿Qué intenciones tenía el director del Coro Nacional de España en este pequeño lugar conquense, por mucho que tuviese raíces en Barajas de Melo y fuese este obispo villaescusero el que, hace cinco siglos, mandase construir la iglesia de su pueblo?

Pasó el tiempo y esa idea se plasmó en un atractivo dossier explicativo que estuvo mucho tiempo como pdf en el desktop de mi portátil. Ojalá algún día pudiésemos sacar adelante ese proyecto, parece buena gente, suena convincente. En realidad, no tenía fe en exceso, si bien la fe se define más como proceso que como estado.

Años después, el 11 de febrero de 2023, varios componentes de The Labyrinth Of Voices, dirigidos por el propio Miguel Ángel, se personaron por estas tierras para ensayar, bien abrigados, en la capilla de la Asunción y en la colegiata de Belmonte. En ese momento fuimos conscientes de que no debíamos retrasar más tiempo la materialización de Baculum & Mitram y, entonces, nos comprometimos, quizá un poco a ciegas, a tres bandas: Cantate Mundi, el Ayuntamiento de Villaescusa de Haro y el propio laberinto. Cada contraparte con una competencia: logística, económica y artística, respectivamente.

Miguel Ángel, Vanessa y los ministriles en el Convento de Dominicos, 11 de febrero de 2023.

Como paso previo, en otoño de 2023, decidimos producir un corto documental que explicase este atípico proyecto de música renacentista que aspiraba a rescatar del olvido a un personaje de notable relevancia histórica, el obispo villaescusero Diego Ramírez, a través de la música de su época. Gracias a una subvención para producciones audiovisuales de la Diputación de Cuenca se pudo abordar este paso imprescindible para encender la chispa. Y, así, el sábado 11 de noviembre de 2023 se grabó el diálogo entre la Muerte y la reina Isabel en la sacristía de la capilla de la Asunción. Ahí quedan ya, bajo la cúpula elíptica de casetones de piedra caliza, las lágrimas de Amanda Recacha implorando a Dios por la salvación de su hijo Juan en el papel de La Católica.

Amanda como la reina Isabel y Emiliano como director artístico, 11 de noviembre de 2023.

Un mes después, el 12 de diciembre, me llegó por correo electrónico el enlace para descargar la gran maravilla. Digno de admiración el trabajo de Emiliano Díaz para amalgamar, en quince minutos de vídeo, la explicación del proyecto por parte de Miguel Ángel y la dramatización del Diálogo. Pensé que solo por ese vídeo el proyecto ya había merecido la pena. Lo pensé y lo ratifico: los siete minutos de cortometraje del primer diálogo a la muerte del príncipe Juan de Diego Ramírez bien compensan el trabajo realizado. Aplaudí y lloré en la habitación sabiendo que sería complicado explicar los motivos a cualquiera que pasase por ahí.

Tras varias propuestas fallidas, finalmente se programó que Baculum & Mitram se llevase a cabo la tarde del sábado 6 de julio de 2024 en la iglesia de San Pedro Apóstol. En consecuencia, se activaba una cuenta atrás en la que solo me preocupaba un asunto: la respuesta del público. No por la desafección inevitable de algunos vecinos, sino por la conciencia de saber que es harto complicado hacer entender al público potencial que este concierto de música antigua era muy diferente y muy especial.

Entre medias, en Semana Santa de 2024, Elena se empeñó en hacerme una entrevista la lluviosa mañana de Viernes Santo en la Casa Grande para promocionar el evento entre su mundillo musical. La conversación fue extensa y abordó diferentes temas pudorosos para un señor manchego. Unas semanas después se publicó en El Atril de Cantate Mundi y, la verdad, ni siquiera recordaba que me hubiese sonsacado ciertas respuestas.

Entrevista en la Casa Grande con Elena, 29 de marzo de 2024.

Durante la primavera se aparcó la organización para atender otras obligaciones y eventos: el multitudinario Patrimonio Maridado (que permitió el estreno público del documental), la renaciente festividad de San Isidro, el octavo Duatlón Cross del Queso en Aceite, la campaña de las Elecciones Europeas, y cosas así que nos van manteniendo distraídos de lo cotidiano. La barriga crecía, la casa nueva se adecentaba, la piscina se reformaba, los chicos aprendían. Y, mientras, se acercaba el 6 de julio.

El 8 de junio, Cantate Mundi organizó un seminario de música antigua en Madrid al que acudimos Fernando y yo como representantes locales. Miguel Ángel, Israel y Javier ofrecieron un recital didáctico que nos asombró y nos acercó a la evolución de la música medieval a la renacentista. Estamos en buenas manos, pensamos. A decir verdad creímos que era un honor que Miguel Ángel tuviese este empeño personal y se dejase la piel por este proyecto. Quizá nadie sepa que ni siquiera quería cobrar un duro, porque hay empeños que no tienen precio y porque, en el fondo, los honorarios no podrían estar a la altura del trabajo.

Miguel Ángel G. Cañamero en el seminario Ancient Music.

En esas fechas, la cuestión económica había quedado relegada a un segundo plano, y no por irrelevante, sino por irremediable: ya no había vuelta atrás. Mientras los músicos, supongo, ensayaban, nosotros preparábamos el cartel, la web, la nota de prensa y la publicidad en Voces de Cuenca, las invitaciones a las autoridades y el reenvío masivo de wasaps, las publicaciones en redes sociales, los tiques y las inscripciones online, el programa anotado, el jamón (gracias, Rafael) y el cóctel (gracias, Isaac, Neme, Sofía), la casa tutelada (gracias, Pili), el órgano positivo (gracias, César), la decoración (gracias, Maite), la mesa redonda (gracias, Juanma y Julián), e incluso al propio obispo Diego Ramírez (gracias, Fernando).

Diego Ramírez listo para el concierto.

Y la preocupación principal seguía siendo la misma: generar expectativa. Las autoridades iban declinando la invitación con cuentagotas, los amigos iban anteponiendo excusas, algunos ni siquiera se sintieron interpelados por el llamamiento. No me molestaba, pero me daba pena, porque no me preocupaba el número de asistentes, sino las ausencias que debían tener la oportunidad de vivir esa tarde de julio. Haz el esfuerzo, siempre merece la pena.

Y llegaron las ocho de la tarde del 6 de julio. Alrededor de doscientas personas llenaron de forma educada todos los bancos de la iglesia. Tras el saludo protocolario insistí en nuestro privilegio: este concierto está preparado para este momento, en este lugar, con estos músicos y para este público. Disfruten la experiencia.

Momento del concierto, 6 de julio de 2024.

Todo lo que pasó entonces queda en la estantería de los recuerdos sensitivos de la memoria, en el privilegiado rincón de los regalos de la vida. Hubo música, hubo mística, sentimos en la piel el conjuro que despertó el alma del humanista renacentista Diego Ramírez “el de la buena memoria”, de Adolfo que siempre quiso interpretar los Diálogos en la capilla de la Asunción, de D. Ángel que mimó el patrimonio local a contracorriente, de la reina Isabel en el desgarro maternal de la muerte que no avisa. Explicarlo es innecesario, mas inolvidable. Hubo, durante, un silencio sepulcral de respeto reverencial y, a la postre, lágrimas de emoción y aplausos sinceros. Nadie pudo arrepentirse de haber asistido, y ya no me preocupan los que se perdieron una emoción única.

Archivo, ahora, el programa impreso de 16 páginas con las notas cuidadosamente elaboradas por Miguel Ángel y adquiero conciencia de que nadie se puede bañar dos veces en el mismo río. Me pasan la grabación del concierto y, a sabiendas de que los audios no llegan a la suela de los zapatos al instante, paladeo el recuerdo de ese rato de armonía trascendente como si no quisiera que se me escapase. No siento, en realidad, necesidad de publicar nada al respecto, pero sí tengo la responsabilidad de dar fe.

Y ahora ya quedan el recuerdo, el orgullo y el sentimiento de privilegio. El recuerdo del orgullo por sentirnos faro cultural por un día en este pequeño rincón manchego y del privilegio por ser foco de un meticuloso proyecto musical en homenaje al villaescusero más ilustre de la historia. Supongo que ya he respondido la pregunta de Javier Martos.

La Chon y el consuelo

Cementerio de Villaescusa de Haro, entre cruces y cipreses.

Ya no hay brillo fugaz
ni reflejo perfecto.
No queda nada cuando miro alrededor.
Así que manda una señal
para que sirva como luz.

[Algo que sirva como luz, Supersubmarina]

La escena debía provenir de una grabación descartada de Los Soprano. Alberto, con su perfil similar al de Toni Soprano, en chanclas y acompañado de su mujer, miraba ensimismado a la oca relucientemente blanca que revoloteaba por el corral de Rafael en las primeras horas de luz de mayo. Había perdido esa semana a su madre. La Chon ahora reposa eternamente a exactamente 60 metros de la cama de su hijo, jamás más cerca desde que el gran boxeador voló del nido.

La casa de Alberto está enfrente del cementerio y a él, hasta ahora, le llamaba la atención que hubiese gente que de forma ritual subía todos los días a visitar la sepultura de algún familiar. De su hijo, de su esposo, de su madre. Desde fuera todo se percibe inútil, pero en cualquier pueblo hay personas que no fallan a su cita diaria en el cementerio, incluso si el caminar se les hace un mundo por la vejez y la fatiga del regreso les pesa cada día más, una misión épica diaria, la famosa pasión cotidiana. Ya sin orgullo que disimular, Alberto reconoce que él ahora también siente la necesidad de acercarse a diario a su madre, de querer creer que no todo ha terminado.

Le doy ánimos y le digo, sin conocimiento de causa, que eso es bueno para hacer el duelo, para sobrellevar el dolor. Mientras, él se pregunta en voz alta para qué sirve vivir, qué sentido tiene si al final todo queda en el aire y olvidado, porque su madre siempre estuvo afanada en pequeños detalles cotidianos, como pintar su coqueta casita del barrio y ahora, sin embargo, a nadie le preocupa que esa casa luzca bien blanqueada. Creo entender su certera reflexión, desvelos como ese la mantenían en vilo y ahora Alberto se siente el heredero de las inquietudes de su madre y entiende que no puede heredarlas, de ahí que sospeche que todo se evapora con el tiempo.

Me he acordado de En busca de consuelo, ensayo reciente de Michael Ignatieff que bucea en las manifestaciones de esperanza que han recorrido grandes intelectuales de la historia y cómo el consuelo ha ido mutando desde la necesidad de Dios hasta contemplar cómo única esperanza una sociedad justa o una generosidad reconfortante. Este imprescindible ensayo no permite aclarar dónde debe cada uno acudir al encuentro de su consuelo, pero al menos ofrece un abanico de posibilidades ya exploradas por otros. No se lo he recomendado a Alberto porque, entre otras cosas, entiendo que él está abriendo su camino propio.

Mientras tanto, me absorbe la narración del gravísimo accidente de tráfico que sufrieron los componentes de la banda de indie pop Supersubmarina en 2016. Fernando Navarro lo ha dejado plasmado en Algo que sirva como luz y, desde el título, ya anticipa la necesidad de una señal de esperanza. Cuando todo se vuelve oscuridad, la misión primordial consiste en buscar las agarraderas, incluso si se te ha quedado la pierna como un guernica o debes arrastrar toda tu vida secuelas neurológicas del golpe. La vida es la esperanza por venir y la comprensión de lo inevitable.