El 14 de septiembre de 2024 se inauguró una calle en honor al teniente Castillo, germen de la historia del hermanamiento entre el Regimiento Saboya y Villaescusa de Haro y fallecido de forma prematura en un accidente de helicóptero a los 28 años en Valverde de Júcar. Al acto de inauguración asistió su hermana, Julia Fernández Castillo, doctora en física nuclear jubilada desde ya hace décadas.
En su improvisado discurso de agradecimiento, erguida y con un ramo de flores en los brazos tras haber descorrido la cortinilla de la placa de la nueva calle, Julia glosó las virtudes de su hermano, su gallardía y su pasión por el prójimo desde la infancia. También manifestó su sentimiento de gratitud por mantener viva la memoria de un soldado fallecido hace más de cincuenta años. «Este pueblo no olvida», dijo literalmente. Y defendió el mérito de un pueblo que recuerda su pasado y lo valora, que se aleja del adanismo contemporáneo para, con humildad, reconocer a las personas que dejaron huella, de una u otra forma, en el imaginario colectivo del lugar.
Esas cuatro palabras, este-pueblo-no-olvida, me llegaron como el eco de una profecía entre la sensibilidad de todos los catorces de septiembre, el selecto público allí congregado de forma espontánea y la emotividad del sencillo acto programado. Es cierto que, al pasar el tiempo, me apena que no hubiese más vecinos sintiendo ese instante aquella soleada mañana, pero cada uno navega sus inquietudes.
Me pregunto qué llevó a Julia a decir esa frase tan rotunda y cargada de significado. Qué tiene de cierto el olvido y qué tiene de particular la memoria de un pueblo. Quizá, entre la modernidad líquida, sean los pueblos los garantes de custodiar los recuerdos del pasado, como sucede con las tradiciones y las costumbres. Incluso con los cementerios, tan diferentes los de una ciudad y los del mundo rural, que siguen repletos de las almas que fueron, que permanecen en la memoria de los que viven y que ofrecen la conciencia de pertenencia a una tribu con ristra de antecesores y sucesores. El cementerio pellizca nuestra vanidad para recordar que no podemos concebirnos como seres desarraigados.
No olvida el que recuerda, y recuerda el que adquiere el hábito de la repetición. Así, la memoria se sustenta en la aparente vulgaridad de la insistencia cotidiana. De hecho, nuestra vida está jalonada de rutinas periódicas que nos brindan esa conciencia de trascendencia para evitar los desapegos. Y cumplimos años para recordarnos vivos, y celebramos la Navidad para recordar a nuestra familia y al que nació hace más de dos mil años, y descansamos los domingos para entender el valor del trabajo, y hacemos la cama todas las mañanas para dar valor a la disciplina y al hogar. El mejor ejemplo son las cincuenta reiteraciones de un rosario. Y, a la postre, el romanticismo de palabras gruesas como olvido se apaga con la rutina repetitiva.
Y por eso recordamos al teniente Castillo, y damos importancia a los que nos precedieron. Juan Manuel de Prada lo dice mejor: «nadie tiene derecho a derribar de un capirotazo lo que las generaciones previas erigieron con infinito esfuerzo: porque en el esfuerzo de esas generaciones hay mucho amor insomne, muchos sacrificios ímprobos, muchas lágrimas vertidas, muchos júbilos compartidos».
Javier Martos, uno de los revoltosos ministriles aficionados al sacabuche y a la cerveza, me preguntó a quemarropa el día anterior, 5 de julio de 2024, mientras España luchaba contra Alemania en la Eurocopa, por los motivos por los que había apostado fuerte por un concierto de música antigua en un pueblo tan pequeño. Habría sido difícil responderle con un par de frases, pero unas horas más tarde supimos que habíamos acertado. Porque la mística no cabe en la literatura ni en los argumentarios.
Conocí a Miguel Ángel, a Israel y a Vanessa a través de Elena González Correcher y de José Benita el 6 de agosto de 2020, en una visita que hicieron a Villaescusa de Haro en plena ola estival de coronavirus. En aquel encuentro ya me sorprendió que Miguel Ángel conociese al obispo Diego Ramírez de Villaescusa y, sobre todo, sus Diálogos a la muerte del príncipe Juan. Ya nos habló entonces de un proyecto musical para rescatar la figura del obispo que rondaba como idea por su cabeza, una propuesta que ya tenía título, Baculum & Mitram, y, posiblemente, contenido no desvelado. A mí me sonaba caro y remoto, es decir, inviable. ¿Qué intenciones tenía el director del Coro Nacional de España en este pequeño lugar conquense, por mucho que tuviese raíces en Barajas de Melo y fuese este obispo villaescusero el que, hace cinco siglos, mandase construir la iglesia de su pueblo?
Pasó el tiempo y esa idea se plasmó en un atractivo dossier explicativo que estuvo mucho tiempo como pdf en el desktop de mi portátil. Ojalá algún día pudiésemos sacar adelante ese proyecto, parece buena gente, suena convincente. En realidad, no tenía fe en exceso, si bien la fe se define más como proceso que como estado.
Años después, el 11 de febrero de 2023, varios componentes de The Labyrinth Of Voices, dirigidos por el propio Miguel Ángel, se personaron por estas tierras para ensayar, bien abrigados, en la capilla de la Asunción y en la colegiata de Belmonte. En ese momento fuimos conscientes de que no debíamos retrasar más tiempo la materialización de Baculum & Mitram y, entonces, nos comprometimos, quizá un poco a ciegas, a tres bandas: Cantate Mundi, el Ayuntamiento de Villaescusa de Haro y el propio laberinto. Cada contraparte con una competencia: logística, económica y artística, respectivamente.
Como paso previo, en otoño de 2023, decidimos producir un corto documental que explicase este atípico proyecto de música renacentista que aspiraba a rescatar del olvido a un personaje de notable relevancia histórica, el obispo villaescusero Diego Ramírez, a través de la música de su época. Gracias a una subvención para producciones audiovisuales de la Diputación de Cuenca se pudo abordar este paso imprescindible para encender la chispa. Y, así, el sábado 11 de noviembre de 2023 se grabó el diálogo entre la Muerte y la reina Isabel en la sacristía de la capilla de la Asunción. Ahí quedan ya, bajo la cúpula elíptica de casetones de piedra caliza, las lágrimas de Amanda Recacha implorando a Dios por la salvación de su hijo Juan en el papel de La Católica.
Un mes después, el 12 de diciembre, me llegó por correo electrónico el enlace para descargar la gran maravilla. Digno de admiración el trabajo de EmilianoDíaz para amalgamar, en quince minutos de vídeo, la explicación del proyecto por parte de Miguel Ángel y la dramatización del Diálogo. Pensé que solo por ese vídeo el proyecto ya había merecido la pena. Lo pensé y lo ratifico: los siete minutos de cortometraje del primer diálogo a la muerte del príncipe Juan de Diego Ramírez bien compensan el trabajo realizado. Aplaudí y lloré en la habitación sabiendo que sería complicado explicar los motivos a cualquiera que pasase por ahí.
Tras varias propuestas fallidas, finalmente se programó que Baculum & Mitram se llevase a cabo la tarde del sábado 6 de julio de 2024 en la iglesia de San Pedro Apóstol. En consecuencia, se activaba una cuenta atrás en la que solo me preocupaba un asunto: la respuesta del público. No por la desafección inevitable de algunos vecinos, sino por la conciencia de saber que es harto complicado hacer entender al público potencial que este concierto de música antigua era muy diferente y muy especial.
Entre medias, en Semana Santa de 2024, Elena se empeñó en hacerme una entrevista la lluviosa mañana de Viernes Santo en la Casa Grande para promocionar el evento entre su mundillo musical. La conversación fue extensa y abordó diferentes temas pudorosos para un señor manchego. Unas semanas después se publicó en El Atril de Cantate Mundi y, la verdad, ni siquiera recordaba que me hubiese sonsacado ciertas respuestas.
Durante la primavera se aparcó la organización para atender otras obligaciones y eventos: el multitudinario Patrimonio Maridado (que permitió el estreno público del documental), la renaciente festividad de San Isidro, el octavo Duatlón Cross del Queso en Aceite, la campaña de las Elecciones Europeas, y cosas así que nos van manteniendo distraídos de lo cotidiano. La barriga crecía, la casa nueva se adecentaba, la piscina se reformaba, los chicos aprendían. Y, mientras, se acercaba el 6 de julio.
El 8 de junio, Cantate Mundi organizó un seminario de música antigua en Madrid al que acudimos Fernando y yo como representantes locales. Miguel Ángel, Israel y Javier ofrecieron un recital didáctico que nos asombró y nos acercó a la evolución de la música medieval a la renacentista. Estamos en buenas manos, pensamos. A decir verdad creímos que era un honor que Miguel Ángel tuviese este empeño personal y se dejase la piel por este proyecto. Quizá nadie sepa que ni siquiera quería cobrar un duro, porque hay empeños que no tienen precio y porque, en el fondo, los honorarios no podrían estar a la altura del trabajo.
En esas fechas, la cuestión económica había quedado relegada a un segundo plano, y no por irrelevante, sino por irremediable: ya no había vuelta atrás. Mientras los músicos, supongo, ensayaban, nosotros preparábamos el cartel, la web, la nota de prensa y la publicidad en Voces de Cuenca, las invitaciones a las autoridades y el reenvío masivo de wasaps, las publicaciones en redes sociales, los tiques y las inscripciones online, el programa anotado, el jamón (gracias, Rafael) y el cóctel (gracias, Isaac, Neme, Sofía), la casa tutelada (gracias, Pili), el órgano positivo (gracias, César), la decoración (gracias, Maite), la mesa redonda (gracias, Juanma y Julián), e incluso al propio obispo Diego Ramírez (gracias, Fernando).
Y la preocupación principal seguía siendo la misma: generar expectativa. Las autoridades iban declinando la invitación con cuentagotas, los amigos iban anteponiendo excusas, algunos ni siquiera se sintieron interpelados por el llamamiento. No me molestaba, pero me daba pena, porque no me preocupaba el número de asistentes, sino las ausencias que debían tener la oportunidad de vivir esa tarde de julio. Haz el esfuerzo, siempre merece la pena.
Y llegaron las ocho de la tarde del 6 de julio. Alrededor de doscientas personas llenaron de forma educada todos los bancos de la iglesia. Tras el saludo protocolario insistí en nuestro privilegio: este concierto está preparado para este momento, en este lugar, con estos músicos y para este público. Disfruten la experiencia.
Todo lo que pasó entonces queda en la estantería de los recuerdos sensitivos de la memoria, en el privilegiado rincón de los regalos de la vida. Hubo música, hubo mística, sentimos en la piel el conjuro que despertó el alma del humanista renacentista Diego Ramírez “el de la buena memoria”, de Adolfo que siempre quiso interpretar los Diálogos en la capilla de la Asunción, de D. Ángel que mimó el patrimonio local a contracorriente, de la reina Isabel en el desgarro maternal de la muerte que no avisa. Explicarlo es innecesario, mas inolvidable. Hubo, durante, un silencio sepulcral de respeto reverencial y, a la postre, lágrimas de emoción y aplausos sinceros. Nadie pudo arrepentirse de haber asistido, y ya no me preocupan los que se perdieron una emoción única.
Archivo, ahora, el programa impreso de 16 páginas con las notas cuidadosamente elaboradas por Miguel Ángel y adquiero conciencia de que nadie se puede bañar dos veces en el mismo río. Me pasan la grabación del concierto y, a sabiendas de que los audios no llegan a la suela de los zapatos al instante, paladeo el recuerdo de ese rato de armonía trascendente como si no quisiera que se me escapase. No siento, en realidad, necesidad de publicar nada al respecto, pero sí tengo la responsabilidad de dar fe.
Y ahora ya quedan el recuerdo, el orgullo y el sentimiento de privilegio. El recuerdo del orgullo por sentirnos faro cultural por un día en este pequeño rincón manchego y del privilegio por ser foco de un meticuloso proyecto musical en homenaje al villaescusero más ilustre de la historia. Supongo que ya he respondido la pregunta de Javier Martos.
Ya no hay brillo fugaz ni reflejo perfecto. No queda nada cuando miro alrededor. Así que manda una señal para que sirva como luz. [Algo que sirva como luz, Supersubmarina]
La escena debía provenir de una grabación descartada de Los Soprano. Alberto, con su perfil similar al de Toni Soprano, en chanclas y acompañado de su mujer, miraba ensimismado a la oca relucientemente blanca que revoloteaba por el corral de Rafael en las primeras horas de luz de mayo. Había perdido esa semana a su madre. La Chon ahora reposa eternamente a exactamente 60 metros de la cama de su hijo, jamás más cerca desde que el gran boxeador voló del nido.
La casa de Alberto está enfrente del cementerio y a él, hasta ahora, le llamaba la atención que hubiese gente que de forma ritual subía todos los días a visitar la sepultura de algún familiar. De su hijo, de su esposo, de su madre. Desde fuera todo se percibe inútil, pero en cualquier pueblo hay personas que no fallan a su cita diaria en el cementerio, incluso si el caminar se les hace un mundo por la vejez y la fatiga del regreso les pesa cada día más, una misión épica diaria, la famosa pasión cotidiana. Ya sin orgullo que disimular, Alberto reconoce que él ahora también siente la necesidad de acercarse a diario a su madre, de querer creer que no todo ha terminado.
Le doy ánimos y le digo, sin conocimiento de causa, que eso es bueno para hacer el duelo, para sobrellevar el dolor. Mientras, él se pregunta en voz alta para qué sirve vivir, qué sentido tiene si al final todo queda en el aire y olvidado, porque su madre siempre estuvo afanada en pequeños detalles cotidianos, como pintar su coqueta casita del barrio y ahora, sin embargo, a nadie le preocupa que esa casa luzca bien blanqueada. Creo entender su certera reflexión, desvelos como ese la mantenían en vilo y ahora Alberto se siente el heredero de las inquietudes de su madre y entiende que no puede heredarlas, de ahí que sospeche que todo se evapora con el tiempo.
Me he acordado de En busca de consuelo, ensayo reciente de Michael Ignatieff que bucea en las manifestaciones de esperanza que han recorrido grandes intelectuales de la historia y cómo el consuelo ha ido mutando desde la necesidad de Dios hasta contemplar cómo única esperanza una sociedad justa o una generosidad reconfortante. Este imprescindible ensayo no permite aclarar dónde debe cada uno acudir al encuentro de su consuelo, pero al menos ofrece un abanico de posibilidades ya exploradas por otros. No se lo he recomendado a Alberto porque, entre otras cosas, entiendo que él está abriendo su camino propio.
Mientras tanto, me absorbe la narración del gravísimo accidente de tráfico que sufrieron los componentes de la banda de indie popSupersubmarina en 2016. Fernando Navarro lo ha dejado plasmado en Algo que sirva como luz y, desde el título, ya anticipa la necesidad de una señal de esperanza. Cuando todo se vuelve oscuridad, la misión primordial consiste en buscar las agarraderas, incluso si se te ha quedado la pierna como un guernica o debes arrastrar toda tu vida secuelas neurológicas del golpe. La vida es la esperanza por venir y la comprensión de lo inevitable.
En los vértices del tiempo anidan los sentimientos. Hoy son pájaros de barro que quieren volar. [Pájaros de barro, Manolo García]
Este pasado año tocó cambar el dígito de la decena de la edad al 4 y, desde luego, se me ocurren mil motivos más contundentes para definir el concepto de crisis. En el fondo, las crisis de la edad son un privilegio del confort, una prebenda del conflicto existencial de pisar hitos intermedios y prever el final entre la niebla. Papá, entre tú y yo tenemos cuarenta dedos, igual que tus años, confirmó tu mente matemática una tarde de septiembre.
Sería imposible pensar que vosotros, tan principiantes e inocentes, supieseis lo que significa una crisis, lo que es una depresión económica o una dificultad psicológica. Tú mismo ni siquiera puedes creer que haya cosas que no alcanzas a comprar con las monedas de la hucha y que haya personas malas en el mundo que sientan incluso tener motivos para serlo, como en Pascual Duarte. Te angustian los malos y adoras a los cariñosos, quizá tengamos que aprender taxonomía contigo.
Mientras tanto, avanzamos día a día, y no paramos de sorprendernos. Me fascina tu percepción sensorial. Tus olores: papá, en la calle huele a pulpo asado. Tus sonidos: papá, cuando se me mueve el diente suenan cascabeles. Tu inequívoca percepción del tiempo: papá, ¿ha pasado ya un rato o solo medio rato?
El mundo de hoy: la guerra y la orfandad moral
Vivimos tiempos de guerra y tú dudas: papá, en las guerras, ¿por qué no se lo juegan a piedra, papel o tijera? Y no sería fácil explicarte que las guerras nunca se hacen para conquistar la paz, solo se hacen para ganar. A toda costa. Tu hermano sí comprende que donde no hay molestia hay paz: soy Alfonso y no me molestes. Y ha aprendido que conviene dosificar el cariño: abuelo, el abrazo que le he dado a la abuela lo compartéis.
Habitamos un preocupante mundo en llamas en un tiempo líquido y vanidoso, y eso me preocupa, valga la redundancia, solo por vosotros. Vienen mal dadas para la verdad, porque se hace negocio de tergiversarla, para la humildad, porque se desdeña su elegancia moral, para la justicia, porque se empeñan en exprimir la interpretación a la conveniencia de la arbitrariedad, para el trabajo, porque sale mucho más caro que la abulia, y para la honestidad, porque no queda margen para el decoro razonable. Qué casualidad que, en marzo de este año, una joven profesora de arte me descubriese el lema familiar del obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal, entroncado con este sentimiento de orfandad moral: «que tu diestra te conduzca a hacer proezas a través de la verdad, la humildad y la justicia» (Salmo 45).
Cronología breve
Hay años más vehementes y otros más anodinos, y este que se ha esfumado cabe bien en el primer paquete. En el principio fue la recuperación de la mononucleosis de Cayetano, el bautizo de Elisa y la extirpación de un lunar incómodo en la espalda que, según dicen, era nocivo aunque yo no lo viese hacer nada malo. Por primera vez, también, presentamos un vídeo muy chulo en Fitur. A principios de febrero, un jabalí se cruzó de noche en la carretera al paso del secretario municipal; le llevé a la ribera del Záncara un bocadillo de tortilla de patata y una coca-cola y me devolvió el favor yéndose a otro ayuntamiento.
En marzo, el 16, llegó el momento más angustioso del año; Alfonso, enfermo, vomitó encima de mí después de cenar y se puso morado y frío, en mitad del salón, sin conseguir sostenerse en pie, con la mirada perdida. Todos los fantasmas del mundo bailando a nuestro alrededor hasta que, a la respuesta del grito y el zarandeo, vino Yoli y regresaron el color y la mirada. Ya se acercaban las elecciones municipales y los descuartizadores de golondrinas hacían su agosto por adelantado; hubo miedos y titubeos de alcaldes y candidatos que Benjamín resumió a la perfección: «somos seres vulnerables». También Rafael Narbona se demostró vulnerable una noche del 22 de abril porque vino a hablar de la Ira y se marchó iracundo y Cesitar enseñó que todos somos vulnerables al vino en el patrimonio maridado del 29 de abril.
El 1 de mayo el joven intrépido Teo atravesó, decidido, el pasillo central de la iglesia para ir a cumplir su misión en la pila bautismal románica. Para celebrar san Isidro, compartimos un jamón de esos de muchas jotas donado por María Melgarejo y que alberga un origen de recelo. Y unas semanas más tarde, tras interminables semanas de maquetación de programas electorales y lejanos mítines, el 28 de mayo renovamos la alcaldía de Villaescusa de Haro con el sabor agridulce de las derrotas por la mínima en la Diputación de Cuenca y las Cortes Regionales. El 17 de junio tomamos posesión con ilusión, determinación y confianza; debemos ser siempre conscientes de nuestra responsabilidad, aunque, quizá por décadas de deméritos, todo el mundo tenga derecho al honor salvo la clase política.
A la semana siguiente todos lloramos emocionados en la fiesta de fin de curso del primer año de la escuela reabierta, y quizá este hecho no sea significativo de por sí, pero queremos recordar y valorar. El último día del semestre, allí en Cuenca, Chana sacó 13 votos y yo me quedé con 12 en la elección de presidente provincial, un uy muy remoto pero simpático que aproveché para reprocharles, delante de Page, su sectarismo y para recordarles la parábola del administrador infiel de Lucas.
El segundo semestre del año empezó igual, de campaña electoral para afrontar unas elecciones generales en plena canícula. Poco apetecible lo de mezclar lemas políticos y sudor. Triunfó la exposición de las madonas de Leonardo da Vinci en el convento de los dominicos igual que, en el mismo lugar, Javier Rupérez pregonó con su maestría y sensatez habitual el 14 de agosto. Entre medias, la visita al notario fracasó y, en consecuencia, la idea del proyecto propio sigue en espera.
Como otros veranos, Pablo y yo fuimos a la serranía conquense para disfrutar de una ruta en bici desde Priego, y resulta siempre tan placentero que queda la tristeza de la rareza, incluso a pesar del radio roto en Poyatos. Elisabet me robó el trabajo de maquetación del libro de fiestas por vez primera desde 2011, y lo mejoró, pero todo quedaba a expensas del inesperado escollo veraniego: la mutilación de la visita saboyana. Siempre en los momentos más inoportunos surgen los problemas más inesperados; la cascada de mando se había quebrado y autorizaban una representación de solo quince soldados. Gracias a Rafael Dengra y, en parte, a Gómez Reyes se enderezó el contratiempo. Para redondear el caos, el 4 de septiembre cayó una tormenta histórica, a la que hoy en día apellidan Dana, que confluyó en un río de agua, barro y lodo que arrasó las instalaciones deportivas y causó exasperantes daños. Ya nos hemos acostumbrado a la tortura.
El final del año vino como una montaña rusa. A la emoción del embarazo siguió la coincidencia un 5 de noviembre del final y del principio, ratificado, lo primero, el 7 de noviembre tras la posibilidad de una tristeza y, lo segundo, en feliz ecografía del 27 de diciembre. Y el 8 de noviembre desembarcó Federico para demostrar que el río lleva agua y no te bañas en la misma dos veces. Hasta el último suspiro del 29 de diciembre se mantuvo también la incertidumbre de la hipoteca, como para clausurar las dos heridas de la angustia de la Navidad de dos años atrás. La vida sigue sin pedir permiso.
Los libros del año
Las lecturas de este año han sido tan variadas que resulta complicado clasificar o elegir porque son incomparables en su concepto, ambición y desarrollo. Me quedo con cinco recomendaciones. En primer lugar, sugiero con fervor La ciudad de los vivos, del periodista italiano Nicola Lagioia, una historia absorbente basada en hechos reales que deja a la intemperie almas quebradas. Merece la pena disfrutar con Queridos niños, novela de una campaña electoral ficticia muy bien pergeñada por David Trueba, divertida y reflexiva, hilarante y certera. Me resulta imprescindible el compendio de relatos de A sangre y fuego, de Chaves Nogales, he leído pocos libros de relatos tan redondos, enmarcados con sensibilidad en los entresijos de la guerra civil patria. Quizá La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, me debiera haber conmovido más, pero solo destacaría el último capítulo acerca de la dignidad humana, que bien merece la lectura. Y, por último, el esbozo biográfico de Javier Rupérez titulado De Helsinki a Kiev: la destrucción del orden internacional, una mirada lúcida a la diplomacia y la geopolítica de la guerra fría que nos permite distinguir lo que ha cambiado el mundo en medio siglo, porque donde hubo obsesión por la paz ahora hay fragilidad y vanidad.
Un extraño turismo
Hacía años que no viajábamos tanto, supongamos que por los pañales y los quehaceres. Bien es cierto que el manojo de destinos escogidos puede causar extrañeza, mofa o pena: Zamora, Teruel, Salamanca, Badajoz. En un contexto turístico de destinos abarrotados y búsqueda de lo exótico, no se me ocurren, en verdad, visitas mejor seleccionadas para escapar a la masificación y lo hortera.
Nos escapamos con el frío del principio del año a Zamora y su Tierra de Campos. A dormir bien, a comer mejor y a beber virtuoso vino de Toro, en resumen. Estuvimos solos en el monasterio de Santa María de Moreruela, en el castillo de Castrotorafe y en la iglesia visigoda de san Pedro de la Nave, como una silenciosa excursión al pasado, al olvido, al vacío. Paseos nocturnos por la Zamora románica, bien cuidada y sin estridentes aspiraciones, castellana entera aunque se quiera leonesa, de gastronomía recia y vinos contundentes. Y no olvidar visitar el pórtico de la Majestad de la Colegiata de Toro.
En junio celebramos el fin de campaña electoral junto a aragosaurios y tiranosaurios en el parque temático de Teruel, tan recomendable para visitas familiares. No recuerdo el nombre del hotel pero sí que estaba preparado para familias y niños, con piscina de dinosaurios y sala de juegos, lo que necesitábamos para domesticar a la prole. Nos acercamos también a Albarracín y, sin embargo, disfrutamos más en la vuelta a casa pasando por las ruinas de Moya y por el monasterio de Tejeda en Garaballa.
La providencia quiso que la compañía aérea cancelase nuestro vuelo a Italia, y tras el contratiempo tuvimos que agradecerlo por cuestiones logísticas que pasan por extravío de identidad materna. Nos subimos a una especie de vaporetto entre el aeropuerto Marco Polo y el corazón de la isla de Venecia. No era muy inteligente pasear una mañana calurosa de final de junio cargados de maletas y niños por los callejones masificados de Venecia, pero la pizza, el helado y el café terminan siempre compensando allí los sacrificios inútiles. Estuvimos en una especie de zoo sostenible y todas las noches íbamos a por el helado, mimetizados con la esencia de su felicidad.
En agosto nos escapamos a Vilvestre, que está a cinco horas de casa, como sabes calcular. Tienes Belmonte a 5 minutos, Pedroñeras a 15, Cuenca a una hora, Madrid a hora y media y Vilvestre a 5 horas, y con esas medidas puedes calcularlo todo. Vilvestre está en el corazón de las Arribes del Duero y, aunque nunca parecía cambiar el horizonte de la meseta castellana, allí el Duero había horadado un nuevo paisaje verde y profundo que, además de su belleza, ofrecía la utilidad de las grandes presas hidroelétricas, como las de Aldeadávila y Saucelle. Conocimos bodegas con vino de Juan García en las cuevas de Fermoselle, nos bañamos en el Duero Internacional y en una playa en Aldeadávila, desde donde fuimos nadando de un país a otro atravesando el río. Comimos en la posada de la Urraca de Fermoselle antes de vivir unos extraños correfuegos en la feria de Aldeadávila. Disfrutamos mucho del paseo en barco por el Duero desde el aparcadero de Vilvestre aunque no nos atrevimos a alcanzar el mirador de Felipe.
Ya en octubre nos acercamos a Badajoz, para cumplir con nuestro compromiso anual junto al Regimiento Saboya. Por primera vez para disfrutar varios días y conocer Elvas y Olivenza. En la fortaleza de Elvas un guía jubilado te dijo que como antes no existían Ronaldo ni Casillas entonces hacían guerras, y eso lo recuerdas mucho mejor que las batallas en la frontera. Conociste el Burguer King y ni te hizo ilusión. A la vuelta paramos a disfrutar de Mérida, que bien lo merece, y de un muy tranquilo viaje a casa que nos hacía olvidar que los pequeños pudiesen alterar planes. Otros momentos vendrán y serán bienvenidos por necesidad.
Sabed siempre, pequeños, que hay fechas que resultan difíciles de olvidar, como el día de vuestro nacimiento. Domingo 8 de marzo de 2020, gran manifestación en defensa de la igualdad de la mujer en Madrid, alentada por Irene Montero mientras le susurraban que un virus desconocido había llegado de Wuhan, en China, al norte de Italia. La semana siguiente fue frenética hasta el punto de que, aunque lo hayamos olvidado, decretaron el estado de alarma y nos encerraron en nuestras casas con urgencia e improvisación: no podíamos salir a dar un paseo al campo pero sí acudir sin mascarilla a espacios cerrados como al despacho de la panadería.
Pero aquel 8 de marzo, en el pueblo, éramos ajenos a todo aquello, y felices, plantando 97 pinos piñoneros junto a los hermanos Jorge y Teodoro en una pequeña parcela ubicada en la intersección entre el camino del Saz y el camino de Las Casas que primero había labrado Andrés Lavara y después había roturado José Sánchez.
En ningún sitio estaba escrito que debiésemos hacerlo y, quizá por esa razón, el hecho se convierte en algo tan trascendental.La utilidad de lo inútil, titula Nuccio Ordine. De un lado, la parcela, de propiedad familiar y que por su escaso tamaño no se consideraba golosa para venta y explotación agrícola, así que, de rebote, mitad heredada, mitad comprada, esa casi media hectárea a un kilómetro de casa había caído en nuestras manos. De otro lado, la elección del pino como un árbol robusto y adaptado a este clima extremo, con la aspiración de dar uso a esa tierra y partiendo de la premisa innegociable de no comprometer trabajo continuo durante años para su cuidado.
Y es que, en teoría, la cosa es así: pones el pino y te olvidas, crece despacio y sin ayuda por su carácter resiliente, como se dice hoy en día. De hecho, hay empresas que esparcen pinos por los cerros y, al cabo de años de olvido, esos montes desnudos se convierten en frondosos arbolados. En nuestro caso, la realidad ha resultado diferente, ignoramos si porque plantamos pinos en extremo sensibles que ansían mimos y caricias o, simplemente, porque las circunstancias naturales han derivado en una necesidad inesperada de cuidados. A la postre, esa fragilidad manifiesta ha requerido tantas horas de trabajo, quizá inútil y mal planificado, tantos ratos de azada e ignorancia, que ya podemos considerarlos de nuestra familia, como una paternidad desorientada y de alta demanda.
Su bienvenida fue ratificada por la pandemia de coronavirus, que no atacaba al pino pero condicionó su espíritu infantil por la soledad impuesta gubernamentalmente. Al poco, quizá por inadaptación al suelo, sus acículas empezaron a tornarse amarillentas y los pequeños arbolitos necesitaron suplemento de hierro, unos polvos granates disueltos en agua que olían a fragua.
En su primer invierno, tan frágiles, sufrieron la gran prueba de la Filomena, una nevada histórica que vino seguida de días de frío y hielo, y ahí intentaron aguantar su gélido enterramiento durante semanas. Dábamos por descontado que no podrían sobrevivir a esos termómetros de menos quince grados y, no en vano, años después todavía sufren los efectos secundarios de la congelación de su savia. Dos meses después, en marzo de 2021, me ayudaste a acompañarlos con ocho cipreses y un cedro del Himalaya; debía ser un cedro del Líbano pero Pedro decodificó la petición a su manera.
Al año siguiente, en la primavera de 2022, un ejército de amapolas bañó toda la parcela de rojo y verde. La imagen era bonita pero ese batallón de flor viva escamoteaba toda la humedad de la tierra y, lo que es peor, atrajo a un pulgón destructivo que arruinó más de una decena de pinos e hirió a otra decena hasta que fuimos conscientes y, tras diagnóstico experto, atacamos al bicho gracias al pulverizador mochila de Yoli y al atrapa de Teodoro.
Ya en 2023 una severa sequía marcó la primera mitad del año. Cinco meses, desde finales de diciembre de 2022 hasta final de mayo de 2023, que se hicieron eternos para todos los agricultores de la región y sufrieron cómo se arruinaban las cosechas de cereal. Los pinos ya daban muestras de robustez pero tantas semanas sin agua deterioraban su entusiasmo juvenil. En mitad de la sequía, en marzo, repusimos 14 pinos tras velar los cadáveres de la filomena y el pulgón.
Y después apenas cayó una gota entre julio y agosto, meses de sol furioso y estrés hídrico. Hay pocas labores más ingratas y estériles que regar un centenar de árboles con garrafas de agua en plena canícula. Y en esas, de repente, en la sobremesa del 4 de septiembre, el cielo descargó un aguacero histórico, al que ahora llaman Dana, que dejó 78 litros por metro cuadrado en los alrededores. La tromba generó una riada por la afluencia de los arroyos de la Callejuela y de Sierra Nevada, y precisamente este último atraviesa una parte de la parcela de los pinos. La fuerza del inesperado río de agua, barro y vegetación arrasó algunos pinos, que quedaron en el suelo como humillados y enterrados entre la tierra y la broza. Tras los cuidados intensivos y sacudirles el barro una vez seco se podría ratificar que no tuvimos que lamentar ninguna baja.
No se me ocurren muchos otras desgracias más: la nevada, la pandemia, la sequía, la plaga, la tormenta. Bueno, sí, claro, faltaba el huracán. Ya no. El 2 de noviembre vino protagonizado por una ventisca inaudita con rachas de viento de hasta 108 km/h que tumbó grandes árboles en el pueblo. También dobló algunos de los jóvenes pinos piñoneros, así que hubo que recurrir a nuevos tutores más gruesos para enderezar el futuro de la verde prole.
No sabemos qué vendrá después más allá de la incertidumbre y la esperanza junto a vosotros, la pasión cotidiana. Nos estamos empezando a acostumbrar a estos contratiempos, así que solo queda creer y confiar. Estos árboles de lento crecimiento nos ayudan a asumir humildes lecciones de paciencia y resiliencia. Y no tenemos prisa, porque en el fondo su inutilidad los ha vuelto imprescindibles y solo aspiramos a que nos sobrevivan por imperativo de la naturaleza.
Novena desde el coro alto de la iglesia del convento de justinianas.
Todo el mundo tiene restos de sueños
y regiones de la vida devastadas,
todo el mundo tiene una infancia
que resuena en las esquinas de su casa. [Los jardines de marzo, La Bien Querida]
Un vistazo, por el retrovisor, a este 2022, concluye que he revisado más sentencias judiciales que novelas, que he estudiado más informes de intervención que ensayos, que he escrito más columnas de opinión política que entradas personales de blog, que he visto más intervenciones parlamentarias que películas y que he viajado mucho más por motivos políticos que por ocio o vacaciones.
Pero, a pesar de todo, no hay que perder las buenas costumbres y clasificar las diez mejores lecturas del año que pronto expira:
Momentos estelares de la humanidad (Stefan Zweig) Volvería a leerlo mil veces. Puedes vivir sin adentrarte en estos catorce fragmentos de la historia seleccionados por Zweig, pero también puedes vivir en un zulo sin riñones ni ojos. Más aquí.
España invertebrada (José Ortega y Gasset) Que España es un país invertebrado lo damos por sentado, pero que Ortega lo describa de forma tan certera en este ensayo hace sospechar que nos está vigilando por un agujerito. Pone en contexto el independentismo catalán para que sepamos que no tiene solución rotunda, solo márgenes de convivencia. Y nos recuerda que «tal vez ha llegado la hora en que va a tener más sentido la vida en los pueblos pequeños y un poco bárbaros».
Los restos del día (Kazuo Ishiguro) Cada novela de Ishiguro es una obra de arte de orfebrería de exquisita sensibilidad. Un veterano mayordomo repasa su vida al servicio de una noble familia de la élite inglesa. La evolución social, la negociación de la humillación alemana tras la gran guerra, el amor discreto, la vocación de servicio, la obsesión por el trabajo bien hecho, y mucho más en un monólogo inolvidable e increíblemente verosímil.
Hamnet (Maggie O’Farrell) De la biografía personal de William Shakespeare se sabe que se casó, tuvo tres hijos y el único varón, Hamnet, falleció a los 11 años. A partir de estas pinceladas de realidad, O’Farrell esboza una historia mágica centrada en la figura de Anne, su esposa, y en la agonía del pequeño Hamnet. Las lágrimas son inevitables en la catalogada como una de las mejores novelas del 2021.
El hombre en busca de sentido (Viktor Frankl) El psiquiatra judío Viktor Frankl narra su angustiada existencia en un campo de concentración nazi. Por deformación profesional, intenta analizar el comportamiento humano, que busca un resquicio para conmoverse por un paisaje bello rodeado de cadáveres y que ansía entender el sufrimiento como un sacrificio que da sentido a la miserable existencia. Insiste en que tenían los días contados aquellos prisioneros que abandonaban la dignidad de lavarse, la ilusión por la sopa aguada y la necesidad de despiojarse al acostarse porque la apatía y la indiferencia son la antesala de la muerte. Por eso hay que hacer la cama todas las mañanas y dar un beso a tu pareja al despertar.
El matarife (Sándor Márai) El atormentado húngaro escribió en su juventud esta novelita de iniciación en la que narra la historia del carnicero Otto Schwarz vía disección psicológica. Quizá no esté a la altura de sus grandes obras como El último encuentro o La mujer justa, pero merece mucho la pena y ofrece, en su sencillez, un argumento redondo. Podría convertirse en guion de un buen thriller de David Fincher.
El príncipe moderno (Pablo Simón) El politólogo riojano ofrece un ensayo tan actual como ameno sobre política moderna. Sus enseñanzas están lejos de Maquiavelo a pesar del guiño del título, pero ofrece lecturas inteligentes de contextos presentes para entender un poco mejor porqué este mundo está tan loco.
Decálogo del buen ciudadano (Víctor Lapuente) El sentido común europeo en este siglo XXI. Un moderno ensayo de ética social de un padre de familia numerosa que pide que creamos, aunque sea un poco, en Dios y en la patria. Lapuente es un progresista afincado en Suecia a pesar de que su lema «Dios, patria y familia» lleve el sello de Giorgia Meloni y del fascismo italiano de los años 30.
Asombro y desencanto (Jorge Bustos) Esta prosa tan poética me confunde, a ratos deliciosa, a ratos presuntuosa, pero la mirada de Bustos a través de los paisajes manchegos de Alonso Quijano resulta lúcida y atractiva. Encontrar poesía en una visita por Belmonte a las cuatro de la tarde de agosto tiene su mérito. La parte francesa es más madura, pero más aburrida.
Lanzarote (Michael Houellebecq) La han impreso solo para vender, es lo más simple e innecesario del genial francés, a años luz de Sumisión, Plataforma, Las partículas elementales o El mapa y el territorio. Pero, claro, sigue siendo Houellebecq.
Pocas novedades puedo ofrecer de cine y televisión. Nos borramos de Netflix y HBO, tras correspondiente agradecimiento a su labor en épocas pandémicas. Me embaucó Argentina 1985, me aburrió Alcarrás, me angustió Trece vidas y me volvieron a seducir E.T., el extraterrestre, La historia interminable o Charlie y la fábrica de chocolate, ahora ya con otros ojos.
Durante las noches de todo el año, para disgusto del gorila, nos ha acompañado la familia Pearson en This Is Us (Amazon Prime), cuya historia termina con nosotros, precisamente, en esta víspera de fin de año. Los hermanos Randall, Kevin y Kate son unos brasas a los que se les coge cariño a lo largo de su angustia existencial, cada uno cargado con un maletón de fantasmas propios. Han quemado tanto CO2 atravesando el país en avión de costa a costa solo para discutir con el resto de su familia que Greta los encarcelaría; Beth lo resume: «la familia Pearson es lo mejor y lo peor que me ha pasado en la vida». Más que una serie parece una parábola mística alrededor de un matrimonio ideal, la hagiografía de una madre todopoderosa y el recuerdo idealizado de un padre perfecto; qué insignificantes parecemos a la sombra de Rebecca y Jack. Kate cuadra el círculo cuando demuestra saber ponerle siempre la cola al caballo con los ojos vendados: «me tapáis los ojos, pero os ponéis todos a hablar y, si sé dónde estáis, puedo orientarme para saber dónde ir»; no se me ocurre forma más romántica de entender la familia.
Y hubo conciertos durante todo el año. Inolvidable In Paradisum en nuestra casa vía Réquiem de Gabriel Fauré. Y la adaptación imposible de La Primavera de Vivaldi al órgano barroco. O la ídem del Billie Jean de Michael Jackson en formato cuarteto de cámara con Chopsway String Quartet. En Segóbriga disfrutamos con las Tanxugueiras, nos emocionamos con Estrella Morente y recordamos la adolescencia con Revólver. En Uclés nos acongojó Lux In Tenebris y en Cuenca nos sorprendió la Misa de Coronación de Mozart en interpretación de la gran orquesta Ciudad de Granada.
Han pasado muchas cosas desde el primer «papá» del pequeño garrapato el 11 de enero de 2022 hasta el perfectamente inteligible «mira, Ca-ye-ta-no, estoy trabajando muy bien, pintando una calabasa que da mucho miedo» del 28 de diciembre. Han pasado muchas cosas desde aquel 13 de febrero en que el gran gorila dijo «papá, hoy no has dicho en todo el día ¡ay, señor!» hasta que en diciembre me preguntó que si Dios tenía teléfono. Han pasado muchas cosas desde la última nochevieja con alma de funeral y la última cabalgata de reyes con mascarilla bajo la lluvia hasta unas campanadas en las que los pequeños comen las uvas más rápido que los mayores.
Y, en el interludio, la vida nueva de agosto y la muerte del punto final de octubre, la inevitabilidad de este mundo; estamos más preparados para abordar la muerte que la vida. Se fueron también Isabel II, Pelé y Benedicto XVI, menudo trío. Además, en el interludio, las noches de alegría de esperadas graduaciones y de oposiciones exitosas, como escribió Sylvia Plath: «quizá nunca sea feliz, pero esta noche estoy contenta».Vino José Manuel Navia a fotografiar los rincones cotidianos de la Bella Excusa, Rafael Narbona a cincelar el alma del pueblo con cariñosa barrena de tinta y sudor y Lidia Simarro a dejarse la vida domesticando a los niños del pueblo después de cinco años de barbecho. Y, qué paradoja, al final aportan más de lo que se llevan, porque la buena gente tiene otra mirada y sonríe con plenitud y deja un rastro de benignidad que huele a hierba y lluvia. Miguel Ángel Valero, que afirmó que estoy condenado a la irrelevancia y sonrió cuando me llamaron besugo, y Vladimir Putin, que bombardea Ucrania y viola a las mujeres de Mariúpol, no huelen a lluvia sino a orina reseca. Antonio González insiste en que recibimos tres herencias, la genética, la del billetaje y la del alma, y que solo la última nos empuja a explorar nuevos horizontes y dar un sentido a la vida, aunque la realidad se empeñe en empañar la prosperidad con nuevas pandemias contra ovejas villaescuseras y contra pinos jovenzuelos. Vinicius hizo el gol de la final de la Champions para el Real Madrid, los Hernangómez le dieron otro Eurobasket a España sobre Francia y la locomotora de Wout Van Aert facilitó a su compañero Jonas Vingegaard su primer Tour de Francia. Y en el entretanto, la eterna obsesión por la justicia y la necesidad de sobrevivir a la injusticia, porque se corre el riesgo de perder la cabeza como Alonso Quijano, tan ávido de desfacer entuertos y facer la justicia en el mundo; Ratzinger recuerda que «la política debe ser un impulso de justicia y, por tanto, la condición básica para la paz».
Quedaría más bonito decir que Bruselas fue el viaje del año pero la verdad es que el 2022 se resume en ese viaje matinal en tren turístico desde Madrid a Cuenca, con su parte inútil al tener que ir en coche a Atocha para coger un lento tren de vuelta a casa, su parte romántica en las lágrimas de la estación de Huete por las oportunidades perdidas y las esperanzas pisoteadas, su parte incómoda porque Benjamín, Carlos, Fran y Dani ocupan mucho y tuve que buscar hueco en otra cabina junto a jóvenes amanerados y enamorados de la mística ferroviaria, y había políticos grabando discursos, y oportunistas ofreciendo borrachos de Tarancón, y fotógrafos en las lomas a lo largo del recorrido, y, sobre todo, un fin de trayecto a ninguna parte. Pero qué bonito se ve siempre el paisaje desde los ventanales de un tren, incluso a través de la Alcarria. Woody Allen lo explica todo mucho mejor en la escena inicial de Annie Hall: «dos señoras de edad están en un hotel de alta montaña y dice una ‘vaya, aquí la comida es realmente terrible’, a lo que la otra responde ‘sí, ¡y además las raciones son tan pequeñas!’; pues básicamente así es como me parece la vida». Pues eso.
De tanto jugar con los sentimientos
viviendo de aplausos envueltos en sueños
de tanto gritar mis canciones al viento
ya no soy como ayer
ya no sé lo que siento. [Me olvidé de vivir, Julio Iglesias]
¿Iluso? Quizás. Queda bien pregonar delante de todos los vecinos que «el pueblo no es un resort vacacional, sino la vasija de la esencia decantada del tiempo» y que «el pueblo no es una estaca tradicionalista anclada en el pasado, sino un asidero de referencia para entender todo lo demás», pero luego se va apagando la luz de agosto y, al tiempo, se van deshojando las viviendas en cada calle. Resulta tan drástica la huida que menos mal que el drama se contempla escalonado, un desangrarse gradual e inexorable.
¿El pueblo como resort? La gente va de vacaciones a la playa, a la montaña, al extranjero, pero al final termina inevitablemente en el pueblo, sobre todo durante las fiestas. ¿Por qué? Supongo que el pueblo en fiestas permite disfrutar de un oasis de vida y libertad y airear el íntimo sentimiento de pertenencia a un rincón palpable del mundo. Que la gente lo necesita para entenderse, para tejer lazos con amistades y familiares poco coincidentes, para aferrarse a la devoción a un patrón o patria. Se va al pueblo por lo contrario que se va a un resort: a cansarse de fiesta, de deporte, de familia y de ruido en un nido bien conocido.
Para las personas mayores el pueblo es la infancia, que es decir que su pueblo es su patria. Emigraron a trabajar a Madrid y a Valencia y a Barcelona pero vivieron su niñez en el pueblo, y en su interior empuja con fuerza ese ímpetu de propiedad privada: tranquilo, Matías, nadie te va a robar la infancia, incluso aunque fuese precaria y pobre y ahora te parezca romántico recordar lo de ir a la fuente a por agua y los velatorios en la casa del vecino.
Para los jóvenes el pueblo es la fiesta, que es decir que su pueblo es su libertad. Sus recuerdos son veraniegos, de una utopía fresca, de amores de verano, amigas para siempre y días infinitos (porque, mi coronel, en los pueblos no existe muro entre la noche y el día). Rezo para que, cuando crezcan, ofrezcan a sus propios hijos el mismo privilegio de los veranos del pueblo: los estíos de todos los fluidos, de sudor, de sangre, de sexo, de alcohol, de saliva, de piscinas y de lágrimas. Solo en el pueblo puedes tener el privilegio de que un amor platónico te ofrezca un chaiselong de una hectárea para la eternidad.
No nos sentimos atrezo de un resort, simplemente insistimos en reivindicar una vida rural alejada del ruïdo, del prejuicio, del complejo de inferioridad, estemos los que estemos. No jugamos a la hipocresía, y menos a la idealización del pueblo, sino que tratamos de defender nuestros derechos, nuestros servicios públicos, nuestro bienestar y nuestra tradición. Sin victimismo, con ánimo de igualdad y de respeto. Poco más que ir todos los días en bici al cole, contemplar a nuestro patrón en el ocaso del sábado, no hacer cola para pedir un café, desentenderse de las citas previas, el huevo de las gallinas y la paz de la noche muda.
Dice Rafael Narbona que Villaescusa de Haro está hecha a la medida del ser humano. No sé qué significa eso, cada «ser humano» mide diferente e, incluso, ve la regla con diferentes ojos. Vino como pregonero y se fue como torero, con las dos orejas (se puede leer su pregón aquí). Rafael Narbona nos ha querido interpretar con una mirada fresca y una inocencia autoimpuesta, y así lo ha reflejado en el cuento «En un lugar de La Mancha». Sospecho que Narbona ha sentido el olor a tribu, una tribu antagónica al férreo individualismo contemporáneo.
Porque, en general, ya no somos tribu, aunque suene a perogrullada decirlo. La globalización líquida, el egoísmo individualista, las nuevas tecnologías alienantes, el aislamiento social y mil factores más nos han conducido al abandono e incluso desprecio del concepto de tribu. Los rescoldos del concepto sobreviven en el mundo rural y se manifiestan a ojos de lupas finas, como la de Narbona. Y donde algunos ven anquilosamiento y tradicionalismo, otros perciben un latido humano, una serie de eslabones ligados entre sí, un rayo de sentido a la vida comunitaria.
Saint-Exupery insistió en que solo una filosofía del arraigo que vincula al hombre a su familia, a su oficio y a su patria lo protege contra la intemperie. La alternativa consiste en convertirnos en ciudadanos desvinculados, solitarios, desprovistos de referentes históricos. Carne de ingeniería social, en definitiva, el caldo de cultivo ideal para alimentar odios y enfrentamientos que demagogos carroñeros aprovechan para manipular al hombre en su infinita soledad, según Juan Manuel de Prada.
Y en esa lucha por la tradición y el arraigo juegan un papel fundamental los pueblos, que no dejan de ser el alma de España como dijo el canadiense Gary Bedell.