Aique, vosotros, siempre, todo, perfecto

El amor es la apariencia de la paz.
[Los detectives salvajes, Roberto Bolaño]

La tarde del 3 de enero de 2024 me acerqué con Miriam y María José a Pedroñeras para visitar a la tía Pili, diagnosticada el 18 de septiembre de 2023 de cáncer de pulmón. Nos recibió sin apenas voz y con un pañuelo en la cabeza para disimular la quimioterapia. Más allá del deterioro físico, se mostraba como siempre: sincera, romántica, sonriente y sacudiéndose problemas de encima. No recuerdo quién más había en la casa, creo que Estrella.

Es cierto, fuera cinismo, pobre bagaje esperar más de tres meses a hacer una visita de cortesía a un familiar enfermo, y ante nadie cabe disculpa ni excusa, si acaso ante la propia conciencia. Pero allí estábamos esa tarde de invierno interesándonos por el estado de salud de la tía Pili y conscientes del pronóstico del cáncer. Supongo que algunas conversaciones triviales son necesarias para hilar la empatía en circunstancias adversas: la enfermedad, la familia, alguna anécdota pasada, alguna esperanza futura.

En un momento de la conversación, tras un breve silencio, la tía Pili nos miró sonriente y dijo con serenidad «aique, vosotros siempre todo perfecto». Estábamos allí para saber de ella pero ella también quiso saber de nosotros y de nuestras circunstancias, como si fuesen dos mundos ajenos e incomunicados. E ignoro si con alguna gota de envidia, o de cariño, o de aprobación, o de lejanía manifestó su rotunda opinión con total confianza. Esas cinco palabras rebotaron por todas las paredes con un eco que ha durado todo el año, cinco palabras que conforman una sentencia judicial y que poseen propiedad conmutativa: se pueden poner en cualquier orden y terminan en el mismo sitio.

Las cinco palabras me acompañan como una obsesión: aique, vosotros, siempre, todo, perfecto. No todo es perfecto, no siempre es perfecto, no siempre somos nosotros. La apariencia de la paz y del bienestar necesita una contraposición, y lamentablemente la tía Pili sabía de lo que hablaba, de su lado, del lado de la batalla, de la dificultad, de la enfermedad, del contratiempo. Detrás del cinismo, detrás de la sombra del egoísmo y la vanidad, aparece la dignidad de la vida difícil, la lección de la entereza entre los escombros, el buen ánimo en el peor momento. Ella, erguida y sin cuerdas vocales, diagnosticando realidades y soportando reveses.

Detrás de esas cinco palabras regresó el silencio, una mueca de avergonzado agradecimiento por nuestra parte y un pesado silencio, qué responder si ella lo tenía claro. Qué sentido habría tenido intentar compensar la balanza explicando, por ejemplo, lo que le había pasado a Inma el mes anterior. María José se atrevió a replicar que «no hay nada perfecto».

La penúltima vez que la vi, con Pablo, se había roto la cadera y había perdido toda movilidad, solo le quedaba gruñir en privado y sonreír en público, soportar con estoicismo y resignación. La última vez que la vi estaba ya en la cama sin conciencia, con respiración tranquila y arropada. La tía Pili falleció el viernes 29 de noviembre de 2024 en su casa, serena y agotada. Se merece descansar en paz y vivir la gloria.

Este pueblo no olvida

Inauguración de la calle Teniente Castillo, 14 de septiembre de 2024.

El 14 de septiembre de 2024 se inauguró una calle en honor al teniente Castillo, germen de la historia del hermanamiento entre el Regimiento Saboya y Villaescusa de Haro y fallecido de forma prematura en un accidente de helicóptero a los 28 años en Valverde de Júcar. Al acto de inauguración asistió su hermana, Julia Fernández Castillo, doctora en física nuclear jubilada desde ya hace décadas.

En su improvisado discurso de agradecimiento, erguida y con un ramo de flores en los brazos tras haber descorrido la cortinilla de la placa de la nueva calle, Julia glosó las virtudes de su hermano, su gallardía y su pasión por el prójimo desde la infancia. También manifestó su sentimiento de gratitud por mantener viva la memoria de un soldado fallecido hace más de cincuenta años. «Este pueblo no olvida», dijo literalmente. Y defendió el mérito de un pueblo que recuerda su pasado y lo valora, que se aleja del adanismo contemporáneo para, con humildad, reconocer a las personas que dejaron huella, de una u otra forma, en el imaginario colectivo del lugar.

Esas cuatro palabras, este-pueblo-no-olvida, me llegaron como el eco de una profecía entre la sensibilidad de todos los catorces de septiembre, el selecto público allí congregado de forma espontánea y la emotividad del sencillo acto programado. Es cierto que, al pasar el tiempo, me apena que no hubiese más vecinos sintiendo ese instante aquella soleada mañana, pero cada uno navega sus inquietudes.

Me pregunto qué llevó a Julia a decir esa frase tan rotunda y cargada de significado. Qué tiene de cierto el olvido y qué tiene de particular la memoria de un pueblo. Quizá, entre la modernidad líquida, sean los pueblos los garantes de custodiar los recuerdos del pasado, como sucede con las tradiciones y las costumbres. Incluso con los cementerios, tan diferentes los de una ciudad y los del mundo rural, que siguen repletos de las almas que fueron, que permanecen en la memoria de los que viven y que ofrecen la conciencia de pertenencia a una tribu con ristra de antecesores y sucesores. El cementerio pellizca nuestra vanidad para recordar que no podemos concebirnos como seres desarraigados.

No olvida el que recuerda, y recuerda el que adquiere el hábito de la repetición. Así, la memoria se sustenta en la aparente vulgaridad de la insistencia cotidiana. De hecho, nuestra vida está jalonada de rutinas periódicas que nos brindan esa conciencia de trascendencia para evitar los desapegos. Y cumplimos años para recordarnos vivos, y celebramos la Navidad para recordar a nuestra familia y al que nació hace más de dos mil años, y descansamos los domingos para entender el valor del trabajo, y hacemos la cama todas las mañanas para dar valor a la disciplina y al hogar. El mejor ejemplo son las cincuenta reiteraciones de un rosario. Y, a la postre, el romanticismo de palabras gruesas como olvido se apaga con la rutina repetitiva.

Y por eso recordamos al teniente Castillo, y damos importancia a los que nos precedieron. Juan Manuel de Prada lo dice mejor: «nadie tiene derecho a derribar de un capirotazo lo que las generaciones previas erigieron con infinito esfuerzo: porque en el esfuerzo de esas generaciones hay mucho amor insomne, muchos sacrificios ímprobos, muchas lágrimas vertidas, muchos júbilos compartidos».

Apología de la rutina

Joseph Ratzinger y Ana Iris Simón. 1969 y 2024. Un programa de radio alemán y un artículo de opinión en El País. Un acusado de fascista y una sospechosa de comunista. Uno que fue Papa y otra que es mamá. La paradoja de que dos cosmovisiones antagónicas confluyan en una inquietud común: el camino de la búsqueda de la luz y de la paz.

Quince años no es casi nada (The End)

Atardecer en el convento dominico de Villaescusa de Haro.

Subimos hasta el cielo
caímos hasta el fondo
lo apostamos siempre todo
bailando
danzando entre los muertos
al son de los cascabeles.

[Toro, El Columpio Asesino]

Hace unos días me llegó un correo electrónico en el que se informaba que no se procedería a la renovación del alojamiento de este blog. Corren malos tiempos para el alquiler, en vivienda y en web. Hostinet, la encargada del hosting, ofrece una oportunidad de renovación, pero a un coste abusivo, como invitando a cerrar el garito. Así que, casi quince años después, este mes será el último para este blog personal.

Quizá todo tenga un principio y un final, un alfa y un omega. El principio de esta historia comenzó en mayo de 2008, poco después de la segunda victoria de Zapatero en las urnas y en pleno estallido de la gran crisis. El gobierno ofrecía a los jóvenes un dominio .es y un alojamiento gratuito asociado durante un año, pagaba la casa. Esos años del 2008 al 2011 fueron muy locos, estábamos en quiebra pero intentábamos requemar los rescoldos del boom inmobiliario que había llenado las arcas públicas. Todavía cabían más elefantes balanceándose en esa tela de araña. Ya les tocaría a otros recoger la fiesta. Quince años después nadie ha barrido la resaca.

Desde entonces, he publicado, con esta última, 309 entradas en kyezitri.es, que ni son muchas ni son pocas pero que desnudan sin piedad la perspectiva singular de un contexto personal y social. Ni siquiera sé si me arrepiento de haber publicado algunas ideas que ahora no suscribo porque hace mucho tiempo que no releo nada; en el fondo, considero una suerte poder contrastar de forma tan nítida una mirada evolutiva. Lo definí en el décimo aniversario: incluso la entrada más ridícula me representa.

Cuando esto empezó hace quince años no tenía ni casa, ni coche, ni un trabajo decente, ni novia, ni trajes, ni siquiera un televisor grande que te cagas como el que proclamaba Trainspotting. Era, en definitiva, un joven mileurista con pocas ganas de futuro en un piso compartido de una cómoda ciudad de provincias. No sé si he mejorado pero ahora ya tengo una familia, una tesis doctoral, un pueblo, un anillo, dos hijos, dos coches, tres bicis, media docena de trajes, una decena de gallinas y un centenar de pinos; también una mochila de aprendizajes y de oportunidades perdidas. Entre medias han pasado cosas, como cepillarse los dientes, echar gasoil o freír huevos.

Jamás soñé una despedida de mi blog personal, así que he llegado al día final sin el discurso preparado. Me viene a la memoria aquella entrega de premios en la que un cocinero conocido subió a recoger el suyo y, al acercarse al micro, solo manifestó: «muchas gracias, a mí no me gusta hablar en público, así que ¡hasta luego, Lucas!». Cuando tiempo después le propuse ser pregonero de las fiestas del pueblo se estuvo riendo media tarde, claro, y ofreció cocinar unas gachas en el escenario en vez de pregonar un discurso. Corolario: medir tus debilidades y tus fortalezas resulta una estimable virtud.

A medida que envejecemos nos vamos volviendo más fruto que flor, más escépticos, más huraños, más tecnófobos, más pragmáticos. Por el camino vamos perdiendo las alas hasta que llega un momento en el que ya no podemos volar y, sin embargo, nos da igual, el mundo no se acaba nunca. El entierro de este rincón personal atestiguará que nada cambia a pesar de la procesión de funerales que jalona nuestra pasión cotidiana. Nadie nos echará de menos, solo hay que calcular el desde cuándo. Consideremos, para más humillación, que todos estos párrafos ni siquiera aspiran a un cielo o un infierno, sino a una triste papelera de reciclaje, y, a la postre, el vertedero digital y de la memoria.

En su despedida, este blog le anima a seguir soñando a pesar de las pedradas, a aspirar (por la nariz) a un mundo mejor, a leer mucho más que a escribir, a reír con los peores chistes, a ponderar el ansia de justicia social para no terminar como Alonso Quijano, a perderse en invierno en el lago de Fusine y en verano en la cala Goloritze, a entrar en Bolaño y en Faulkner, a escuchar a Sergio Algora y a Xoel López, a no morir antes de ver The Wire y Six Feet Under, a rezar en la magia de Machu Picchu o en cualquier reclinatorio de Roma, a despertarse antes del amanecer porque verlo sin acostar ya se hace difícil, a beber solo vino bueno y, sobre todo, este blog le anima a no tomarse en serio ningún consejo ni a ningún político. Porque, hace siglos, San Juan de la Cruz ya anticipó que al atardecer de la vida solo nos examinarán del amor.

And this is the end, my only friend, the end.
The end of laughter and soft lies.
The end of nights we tried to die.
This is the end.

Luz de (final de) agosto


Ofertas veraniegas en Garaballa.

De tanto jugar con los sentimientos
viviendo de aplausos envueltos en sueños
de tanto gritar mis canciones al viento
ya no soy como ayer
ya no sé lo que siento.

[Me olvidé de vivir, Julio Iglesias]

¿Iluso? Quizás. Queda bien pregonar delante de todos los vecinos que «el pueblo no es un resort vacacional, sino la vasija de la esencia decantada del tiempo» y que «el pueblo no es una estaca tradicionalista anclada en el pasado, sino un asidero de referencia para entender todo lo demás», pero luego se va apagando la luz de agosto y, al tiempo, se van deshojando las viviendas en cada calle. Resulta tan drástica la huida que menos mal que el drama se contempla escalonado, un desangrarse gradual e inexorable.

¿El pueblo como resort? La gente va de vacaciones a la playa, a la montaña, al extranjero, pero al final termina inevitablemente en el pueblo, sobre todo durante las fiestas. ¿Por qué? Supongo que el pueblo en fiestas permite disfrutar de un oasis de vida y libertad y airear el íntimo sentimiento de pertenencia a un rincón palpable del mundo. Que la gente lo necesita para entenderse, para tejer lazos con amistades y familiares poco coincidentes, para aferrarse a la devoción a un patrón o patria. Se va al pueblo por lo contrario que se va a un resort: a cansarse de fiesta, de deporte, de familia y de ruido en un nido bien conocido.

Para las personas mayores el pueblo es la infancia, que es decir que su pueblo es su patria. Emigraron a trabajar a Madrid y a Valencia y a Barcelona pero vivieron su niñez en el pueblo, y en su interior empuja con fuerza ese ímpetu de propiedad privada: tranquilo, Matías, nadie te va a robar la infancia, incluso aunque fuese precaria y pobre y ahora te parezca romántico recordar lo de ir a la fuente a por agua y los velatorios en la casa del vecino.

Para los jóvenes el pueblo es la fiesta, que es decir que su pueblo es su libertad. Sus recuerdos son veraniegos, de una utopía fresca, de amores de verano, amigas para siempre y días infinitos (porque, mi coronel, en los pueblos no existe muro entre la noche y el día). Rezo para que, cuando crezcan, ofrezcan a sus propios hijos el mismo privilegio de los veranos del pueblo: los estíos de todos los fluidos, de sudor, de sangre, de sexo, de alcohol, de saliva, de piscinas y de lágrimas. Solo en el pueblo puedes tener el privilegio de que un amor platónico te ofrezca un chaiselong de una hectárea para la eternidad.

No nos sentimos atrezo de un resort, simplemente insistimos en reivindicar una vida rural alejada del ruïdo, del prejuicio, del complejo de inferioridad, estemos los que estemos. No jugamos a la hipocresía, y menos a la idealización del pueblo, sino que tratamos de defender nuestros derechos, nuestros servicios públicos, nuestro bienestar y nuestra tradición. Sin victimismo, con ánimo de igualdad y de respeto. Poco más que ir todos los días en bici al cole, contemplar a nuestro patrón en el ocaso del sábado, no hacer cola para pedir un café, desentenderse de las citas previas, el huevo de las gallinas y la paz de la noche muda.

Dice Rafael Narbona que Villaescusa de Haro está hecha a la medida del ser humano. No sé qué significa eso, cada «ser humano» mide diferente e, incluso, ve la regla con diferentes ojos. Vino como pregonero y se fue como torero, con las dos orejas (se puede leer su pregón aquí). Rafael Narbona nos ha querido interpretar con una mirada fresca y una inocencia autoimpuesta, y así lo ha reflejado en el cuento «En un lugar de La Mancha». Sospecho que Narbona ha sentido el olor a tribu, una tribu antagónica al férreo individualismo contemporáneo.

Porque, en general, ya no somos tribu, aunque suene a perogrullada decirlo. La globalización líquida, el egoísmo individualista, las nuevas tecnologías alienantes, el aislamiento social y mil factores más nos han conducido al abandono e incluso desprecio del concepto de tribu. Los rescoldos del concepto sobreviven en el mundo rural y se manifiestan a ojos de lupas finas, como la de Narbona. Y donde algunos ven anquilosamiento y tradicionalismo, otros perciben un latido humano, una serie de eslabones ligados entre sí, un rayo de sentido a la vida comunitaria.

Saint-Exupery insistió en que solo una filosofía del arraigo que vincula al hombre a su familia, a su oficio y a su patria lo protege contra la intemperie. La alternativa consiste en convertirnos en ciudadanos desvinculados, solitarios, desprovistos de referentes históricos. Carne de ingeniería social, en definitiva, el caldo de cultivo ideal para alimentar odios y enfrentamientos que demagogos carroñeros aprovechan para manipular al hombre en su infinita soledad, según Juan Manuel de Prada.

Y en esa lucha por la tradición y el arraigo juegan un papel fundamental los pueblos, que no dejan de ser el alma de España como dijo el canadiense Gary Bedell.

Feliz verano a Pablo Casado, Boris Johnson y Mónica Oltra

Putin sigue bombardeando Ucrania aunque ya no salga en los telediarios, y no debemos olvidarlo. Nos bañamos en la piscina y nos quejamos del calor y de los mosquitos y de los nuevos precios del chiringuito, pero Putin sigue bombardeando Ucrania. Hay vacaciones y playa y verbena, pero también hay sangre y odio y guerra. Y una hambruna se cierne, a la vista, sobre África mientras China se pone chula.

Suponemos a Pablo Casado de vacaciones leyendo libros interesantes, a Teo atravesando el Pacífico a nado, a Macarena Olona sin rictus de concentración y enfado en un buen restaurante, a Adriana Lastra expandiéndose lejos del ruido, a Alberto Rodríguez tostándose al sol canario con las rastas al viento, a Luis Garicano pensando que son incontables los que quisieron cambiar el mundo y se cansaron antes. Hoy no queda casi nadie de los de antes, y los que hay han cambiado.

Estará Griñán implorando auxilio, y Puigdemont esperando una señal de bienvenida. Iba a decir que Quim Torra se evaporó en su mediocridad, pero he visto que nació en Blanes y ha respirado el mismo aire que Roberto Bolaño y eso debe notarse, y además tiene perros románticos y putas asesinas ateridas de frío. A Laura Borrás la han visto esta mañana en la agencia de viajes para irse al tiempo que Anna Gabriel regresa de Suiza al Supremo. Dónde descansará Mónica Oltra, a saber si coincide en una tumbona cerca de Boris Johnson o Mario Draghi. Polvo somos.

En Cuenca el tiempo pasa más despacio, como si no hubiésemos sido absorbidos por la moderna espiral de lo efímero y las stories de veinticuatro horas. Podemos sentarnos en cualquier estación de tren de la provincia a esperar un tren, pero la espera será tan infructuosa como la de Vladimir y Estragon esperando a Godot. Qué triste y amplia metáfora: el último tren ya pasó pasa nosotros.

Disfruta este verano, querido lector, e intenta mantener tu dignidad y coherencia. No seas como Chana, que criticó nuestro viaje a Bruselas de 48 horas para defender el tren alegando que él “se quedaba trabajando” y, sin embargo, su agenda pasó por un viaje a La Palma de tres días, unas vacaciones personales de cinco días a finales de julio y un goloso viaje a Puerto Rico programado para agosto. No seas como García-Page, que debería ya ser apodado como El Sermoneador por sus peroratas sobre cualquier asunto terrenal o divino y, a la postre, actuar como fiel siervo de los compromisos de su jefe en política nacional. No seas tampoco como Pedro Sánchez, capaz de alegar que se quita la corbata para revertir el cambio climático, ni que fuese Superman. Si existe una evidencia irrefutable es que a Pedro Sánchez le importan un comino tanto el cambio climático como la inflación, que equivale a decir que no le preocupa ni el planeta ni la economía; algún día sabremos qué le desvela, o quizá mejor no.

Disfruta este verano, querido lector, antes de que las cervezas cuesten cinco euros y las barras de pan dos. Antes de que se nos agrie el carácter después de filomenas, pandemias mundiales interminables, gobiernos hipócritas, guerras injustas, volcanes en erupción, incendios intencionados y calor sin mínima tregua. Ya vendrá el otoño a aflorar nuestras debilidades, la insostenibilidad económica de un país en quiebra generacional y la fragilidad de la convivencia de un viejo continente en declive.

Si los pueblos son el alma de España, qué duda cabe que las fiestas patronales son el músculo de nuestras pequeñas patrias. La fiesta vertebra al pueblo a través de nuestras relaciones personales, fortalece nuestra economía local y airea nuestro sentimiento de pertenencia. Intentamos vender mensajes de carpe diem desde la playa y la montaña, pero terminamos en las fiestas del pueblo como oasis de vida y libertad. Disfruta así, por último, querido lector, del homenaje veraniego al patrón o patrona de tu pueblo, cuaja la tradición de tu patria y forma parte del renacer del espíritu de libertad rural después de estos años contenidos.

Feliz verano.

2021, tanta paz lleves


Un día especial para Sonny Colbrelli.

Per far la terra ci vuole un fiore
per fare tutto ci vuole un fiore.

[Ci vuole un fiore, Sergio Endrigo]

Quizá haya gente que vaya a conservar un recuerdo grato de este 2021 ya expirado. No seré yo, sobre todo en el último tramo del año, la verdad.

Incluso al revisar las lecturas destacadas del año percibo que todo conduce a la tristeza y la desesperanza: la muerte de un hijo de 6 años, la agonía del mundo rural, el atentado contra Charlie Hebdo, la muerte de un hijo de 3 años (otro), el dopaje en el ciclismo de élite, la juventud española sin futuro. Literatura como ratificación y no como evasión:

  1. Mortal y rosa (Francisco Umbral) – Más aquí.
  2. Feria (Ana Iris Simón) – Más aquí.
  3. Miss Marte (Manuel Jabois) – Notable novela del periodista gallego sobre desapariciones extrañas en un ambiente asfixiante en una aldea de su tierra.
  4. Imposible (Erri de Luca) – Alpinistas de vuelta de todo, nunca mejor dicho.
  5. Un amor (Sara Mesa) – El mundo rural cuando se le quita la mística y las ventajas fáciles.
  6. La hora violeta (Sergio del Molino) – El maño dice que no existe en castellano una palabra para designar al padre que pierde a un hijo porque ese sentimiento no cabe en ninguna caja.
  7. El colgajo (Philippe Lançon) – Nadie quiere ser protagonista en un atentado sangriento, pero a Lançon le tocó sufrir el de Charlie Hebdo en París.
  8. Cómo ganar el giro bebiendo sangre de buey (Ander Izagirre) – Historias de épica, engaño y traición del Giro de Italia desde su génesis hasta la actualidad.
  9. Decálogo del buen ciudadano (Víctor Lapuente) – Casi un libro de ética moderna.

La tele se suele encender para poner los Cantajuegos o Sam, el bombero, pero también las escasas pelis disfrutadas conducen a la amargura, como la genial alegoría de la violencia de La cinta blanca o el excelente documental Traidores sobre etarras arrepentidos (de Jon Viar, hijo de un psiquiatra que fue etarra y estuvo encarcelado, un documental imprescindible para conocer esa cara de la historia reciente). Por rescatar algo, Patria y The new Pope.

A principios de año, una nevada histórica, tan inaudita que ni los más mayores del lugar recuerdan algo similar, acarreó tantos contratiempos que creo que no pude mirar la nieve con gozo ni un segundo. Durante semanas incluso temimos que los cien pinos hubiesen muerto por congelación en la nieve tras soportar noches a menos quince grados; a la postre, y tras una primavera de hojas amarillas, solo uno se quedó en la estacada. Después de muchos años de estabilidad en el consistorio, estos meses hicieron las maletas tanto la secretaria como el alguacil, ambos insustituibles en su profesionalidad. También se marcharon a la otra vida mi teléfono móvil y mi ordenador portátil, tras casi seis años y diez años y medio de convivencia, respectivamente. En su último suspiro, se dañó el disco duro del portátil y solo quedó la opción del rescate millonario de los ficheros que han marcado mi vida. En primavera me invadió un virus que se marchó sin despedirse ni decir su nombre (y no era covid).

Ha sido un año tan deprimente que las vacaciones se limitaron a un fin de semana en una estación de tren abandonada y abarrotada de mosquitos junto a un polígono industrial de un pueblo de Soria. Volved a leerlo para llorar conmigo. Un año tan desolador que, un día de septiembre, mi hermana nos llevó a comer en un «restaurante» que no tenía ni cerveza ni café. Tan triste que en febrero pagué un domingo por ver un concierto ¡en la tele! Y me preparé un gintonic y me aburrí con Xoel López porque así estaba predestinado y porque los peques revoloteaban por el salón y, sobre todo, porque Xoel no era el de siempre sino que tres o cuatro mujeres le cantaban nuevas canciones. Un año tan nefasto, incluso, que en el sorteo de lotería navideño ni siquiera tuve que ir a la administración a cobrar veinte euros, quizá por primera vez en la vida. Un año tan olvidable que quedó jalonado de pérdidas, de incendios dramáticos y de otros desvelos que mejor no plasmar aquí.

Incluso a nivel deportivo ha sido el peor año del siglo, casi podría contar con las manos las salidas a trotar por el campo y a pasear en bici, con la excepción de los entrenamientos en carretera durante los dos meses de verano. Qué paradójico que el único recuerdo grato sea el de mayor sufrimiento, una exigente ruta por la serranía conquense a dúo bajo lluvia amenazante de más de cien kilómetros, más de 2.000 metros de desnivel y más de cuatro horas de pedaleo. Y el Real Madrid no ganó otra Copa de Europa. Por rescatar algo, el espectáculo épico de la París-Roubaix, como si el tiempo hubiese retrocedido en el infierno del norte y los adoquines se hubiesen vuelto a llenar de charcos y barro para gloria del italiano Sonny Colbrelli.

Solo queda la suerte de poder tener ojos renovados para ver el mundo:

  • La cena hoy todo riquísimo, pero la sopa el otro día estaba terrible. Mamá, el próximo día estate más atenta.
  • Papá, me gusta mucho Madrid porque hoy había tarta de chocolate con fresas.
  • Papá, te quiero hasta el cielo y cien vueltas a Júpiter.
  • Papá, al que más quiero es a Alfonso. Tú estás el último y no se puede hacer otra fila.
  • Papá, esto sabe a zumo de jamón york.
  • Papá, ¿dónde está el horizonte?
  • Mamá, hoy solo me he caído una vez, mejor que cuarenta veces, el primer día me caí cuarenta veces.

Y sigue viviendo en un mundo paralelo:

– Cayetano, deja ahí la cerveza y la cocacola y ahora le preguntamos a mamá si hoy toca aperitivo.
– Papá, si aquí mandamos tú y yo.

Y nos sigue enseñando modos de vida:

– Papá, ¿te gusta más Beteta o Castellón?
– Prefiero Guadalajara.
– Guadalajara no existe, es una fruta.

Y ese día reservamos las mondaduras de las guadalajaras para las gallinas.

El Miedo


Las farolas que nos alumbran corren peligro.

Mi soledad se siente acompañada,
por eso a veces sé que necesito
tu mano.

[Yolanda, Pablo Milanés]

Nos aturden toneladas de noticias que, por aplastante exceso, terminan por desnortar la esencia de su sentido. Queremos repasar toda la actualidad mirando la web de un digital y, al terminar y llegar a los créditos del pie, ni nos acordamos de las tres noticias más relevantes del día. Peor todavía en redes sociales como twitter donde los fogonazos son tan impactantes que ya nada impacta y, a la postre, ni nos preocupamos en sospechar la tendencia de la mayor (por algún trastorno no identificado guardo con mimo likes y retuits para revisarlos de forma periódica, dicen mucho de cada uno de nosotros). Y así, el tiempo va creando una masa informe y gris de información inútil y olvidadiza.

No obstante, a poco que uno levante el pie del acelerador, se perciben derroteros nítidos, y deprimentes. Resulta ya inevitable admitir que hemos asistido -impertérritos- a la liquidación de la moderación política y social. Queda fuera de juego todo aquel que prefiera argumentar a lanzar consignas, todo aquel que renuncie a manipular de forma interesada las emociones de los ciudadanos, todo aquel que tenga dudas en sus convicciones, todo aquel que cuestione la disciplina cada vez más encorsetada de los partidos, todo aquel que mezcle opiniones de distintos sectores para conformar su criterio propio, todo aquel, en definitiva, que no sea amigo del populismo y la demagogia.

El perfil del político que se abre paso se caracteriza generalmente por hacer declaraciones broncas que puedan sonsacar la aprobación de los suyos en un corte de vídeo o audio de menos de un minuto; a ser posible con carga emocional y exprimiendo comparaciones poco fundadas pero de impacto mediático. Así, de esta forma, se alimenta una polarización cada día más nítida que hace las delicias de aquellos políticos que convierten odios comunes en simpatías personales. Pablo Iglesias o Santiago Abascal son maestros en esta no muy digna materia, y lo peor es que ambos son muy inteligentes, aunque su inteligencia esté al servicio de intereses menos éticos. A Pablo Casado, al contrario, le cuesta jugar al trending topic porque sus discursos son habitualmente elaborados y serios, con contenido y fondo; y a ver quién se detiene a analizar declaraciones completas pudiendo valorar treinta segundos. La exposición mediática es tan abrumadora que todos los argumentarios quedan sepultados bajo la losa de una frase ingeniosa. Detrás de la inmediatez y el mensaje de azucarillo, a ser posible radical, solo queda el oasis de horror.

Que el odio y el enfrentamiento visceral cada vez tengan más prestigio da miedo, y el miedo es el ingrediente mágico del cóctel del desastre. Manifestaciones multitudinarias alentadas por mensajes de odio, derribo de estatuas y anulación de homenajes del pasado que cuestionamos con una superioridad moral inaudita y terrible, banalización de las vidas perdidas y sepultadas bajo manifiestos intereses políticos, infantilización de las instituciones mediante leyes improvisadas y publicidad institucional sesgada de forma vergonzante, manipulación de medios de comunicación tanto públicos como privados ya sin ningún tipo de pudor, gobernantes mentirosos compulsivos como Pedro Sánchez o hipócritas interesados como García-Page, aficiones encantadas de enarbolar su bandera sin ambages y en consecuencia sin ningún interés en depurar una opinión propia. El periodista David Jiménez ha tratado este tema con buen ojo en el artículo de opinión Cómo derrotar al odio publicado esta semana en The New York Times.

Cuando gente como Borja Sémper o Eduardo Madina argumentan su decisión de abandonar la política se les entiende sin necesidad de abrir la boca. No valoramos que sean mejores o peores políticos, solo su sentimiento de desorientación y rendición. Lo difícil, sin embargo, es aguantar y torcer siquiera un grado el ángulo de la tendencia al abismo. Aunque estemos en la línea del fuera de juego y sean muchas toneladas de tren imparable.