Era joven, así que la muerte todavía no le emplazaba a una partida de ajedrez, o algo peor. Gozaba de buena salud, como suele ser habitual cuando alguien frisa los veinticuatro. Disfrutaba de los placeres mundanos con su chica desde los dieciocho; y con alguna otra desde que a los veintidós leyó a Wilde y se dio cuenta de que «los jóvenes quieren ser fieles y no lo son; los viejos quieren ser infieles y no pueden» y quiso adelantarse a los pensamientos de su vejez. Salía a menudo con sus amigos, a los que estaba unido a través una relación de lazos fuertes, unas veces más tensos, otras más sedosos. Su trabajo le satisfacía, no era el culmen de la satisfacción personal, pero le permitía llevar una vida desahogada y tener suficiente tiempo libre como para que el estrés no lo rondase.
Sin embargo, había algo que le hacía estar incómodo, como un pinchazo del inconsciente sobre el consciente para que supiese que algo no iba bien, o al menos no tan bien como desearía. Era una perturbación mental que le molestaba especialmente en esos momentos de paz en los que parecía recrearse en lo bien engrasados que estaban los engranajes de su vida. ¿Por qué sabiéndose satisfecho con su vida sentía esa incomodidad incorpórea?
Por mucho que reflexionase no era capaz de llegar al núcleo del dolor. Quizá fuese por el sentimiento de fugacidad de lo que se posee (y el miedo a perderlo), o porque tenía una ambición enterrada bajo su auto-satisfacción que gruñía sin cesar, o porque intuía que no podría dotar de un sentido global a su existencia y, entonces, al fin y al cabo, cada pequeño acierto no suponía más de lo que hubiese supuesto un gran error. Acaso ahí palpaba el quid de la cuestión. Sus decisiones habían sido generalmente acertadas pero no obedecían a un proyecto que lo englobase todo y otorgasen un sentido universal a su vida.
«o porque tenía una ambición enterrada bajo su auto-satisfacción que gruñía sin cesar».. no lo hubiera podido describir mejor.
Me encantan tus microrrelatos. Me quedo con «entendimiento».