Building

– No me pidas que te quiera tanto. No sigas insistiendo, por mucho que lo pidas no te avasallaré con pasiones desbordadas, ni derramaré delirios lacrimógenos sobre ti. Así que deja de preguntarme si te quiero en el después y deja de quejarte si no te llamo a todas horas. No intentes aferrarte a un paraíso que no existe, que no puede existir. Lo que me pides no es más que una sombra de felicidad, una enclenque estructura pasional que no podría soportar la embestida de un suave viento en contra. Porque «hay que darlo todo» quizá no tenga la acepción que le asignas, y, si la tiene, es probable que te decepcione. No se trata de vaciarte, de exprimir el jugo de tu inconsciente ardor, de mutilar la experiencia vital en pos del martilleo entusiasta de un fulgor personal, no consiste en arder en todas las direcciones con viento revoltoso y árboles secos. El amor, querida, va por otros derroteros, el amor quiere tiempo, paciencia, mimo, un gesto dulce, una mirada trascendente. Hay que construir un castillo resistente, no destruir dos casitas coquetas, no sé si me entiendes. Y un castillo se compone de muchas idas y venidas cargados de piedra, pesado símbolo infranqueable, irrompible. Supongo que sonaré genérico y tú, que eres más de anécdota y de suceso concreto, querrías que me expresase de otra manera.

– Te entiendo perfectamente, no desprecies mi inteligencia, capullo. Lo que pasa es que no estoy de acuerdo contigo, para nada.

– ¿Por qué?

– No, por nada.

Ella sabía que le pedía que la quisiese mucho, mucho, mucho porque no quería que la dejase sola. Lo quería para que fuese a por el niño al cole porque a esa hora a ella le venía mal y para que pagase la cuenta del súper, ah, y la gasolina. El resto son pamplinas.

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