Tanto le insistieron en que debió tomar el elixir de la eterna juventud que al final terminó creyéndoselo. Igual que Obélix cayó en la marmita de poción mágica de Panorámix y se la bebió casi entera cuando era un niño, ella parecía otro prodigio de la naturaleza. Daba igual que pasasen los meses y los años porque ella seguía siendo la más guapa, la más risueña y juvenil. Era la envidia de ellas y el objeto de deseo de ellos. Conseguía lo que se proponía con una facilidad asombrosa: una simple sonrisa y ¡zas! el éxito asegurado.
Le perdí la pista hace años y no supe nada de ella hasta la semana pasada. Me encontraba en Almería, adonde había acudido para asistir a un congreso. Al llegar al hotel, solicité que a la mañana siguiente el servicio me despertase a las 7:30; había olvidado mi despertador y no me fiaba de la alarma del teléfono móvil.
Ella me despertó al día siguiente. Yo no comprendía que hubiese cambiado su trabajo anterior, bastante estable, por cierto, por este nuevo, mucho menos gratificante. Me dijo que se había cansado de que siempre le dijesen «Sí» y quería saborear los «No», los gruñidos matutinos contra el despertador, los ruegos de aplazamiento. Pensé que si quería sufrir y no conquistar sus deseos con la facilidad que siempre había tenido podría haber escogido muchos otros trabajos más sacrificados, pero de todas formas me sorprendió su actitud, ese hastío del éxito.
P.S. Basado en la historia real de un sueño.