Dicen que para ir en coche por Oymyakon (Siberia) tienes que ser un mecánico experto y llevar piezas de repuesto porque como tengas alguna avería sólo tendrás tres horas antes de congelarte y difícilmente alguien te auxiliaría en tan breve lapso de tiempo. Es curioso, hablando de Siberia, que allí naciese Kalashnikov, que tantos fogonazos provocó con su invención, y Sharapova, que tantos fogonazos.
Estaba anocheciendo, pero yo no iba en coche ni estaba en Siberia: pedaleaba en bicicleta por los alrededores de mi pueblo. Pinché y, maldita sea, nunca hice caso al consejo de llevarme el móvil por si acaso, que más vale un porsiacaso que mil esques. Al menos, tendría más de tres horas antes de congelarme; de hecho, podría caminar hasta mi casa, y llegaría en ese tiempo. Me senté en la orilla de la senda y me abracé a mis rodillas. Esperé, consciente de la inutilidad de la espera, en paz con la oscuridad que me iba envolviendo. Quise escribir los versos más tristes esa noche, pero ya lo había hecho Neruda, así que ya no pude ser pionero en juntar las palabras tiritan, azules, los astros a lo lejos. No me preocupó, aunque sí lo hizo el pensar que, quizá, sólo me quedaba por vivir un verso. ¿Vivir un verso? Qué cursilería, si sólo tenía que levantarme, coger la bicicleta y regresar andando, aunque la cena se quedase fría.
Mientras volvía, no sé por qué, se me repetía una y otra vez un fragmento de una canción de McEnroe: subo al Everest / sin que nadie me lo pida / sólo por hacerte un favor. En realidad, también me acordé de su el amor no existe / tú me lo destruiste, pero no me puedo fiar de un tío que escribe cartas con claveles y napalm. Tendrá fuego en el cerebro, como decía James Joyce de su hija, quien terminó muriendo en un psiquiátrico inglés.
Por si a alguien le interesa, llegué sano y salvo. Recé por cruzarme por el camino con un animal en peligro de extinción, el animal más bello del mundo, Ava. No lo encontré, estaría hibernando. Al final, cansado pero contento, alcancé mi casa. El júbilo moderado duró hasta que mi hermana me contó eso de John Cobra, otro caso de Complejo de Eróstrato. Al menos su modus operandi fue más del siglo XXI.
Cuando me acosté, tan cansado, no sabía si soñaría con Sharapova o con John Cobra.
Bravo!!!
haces tantas referencias que aparte del placer de la lectura, aprendo. La dualidad aquella del docere / delectare. Qué he aprendido hoy? McEnroe y Eróstrato, sobre todo.
Pero me queda la duda de saber si volviste en bici o andando.
PD. No merece J. Cobra el privilegio de que tú le menciones, y sobre todo en un texto donde aparecen Joyce, Neruda o Ava. 😛
muy bueno!!! Y qué razòn tienes en lo de «màs vale un porsiacaso que mil esques»
nelae, gracias!
quincamp, McEnroe deberías conocerlo, te va a gustar, es un Sr. Chinarro de ritmo pegadizo y cara de pan. Volví andando pero me llevé la bici, claro. Ni siquiera he visto las imágenes del Cobra, sólo lo que he leído en titulares de prensa, y me parecía grotesco juntarlo con Sharapova y Joyce xD.
emy112, thanks! lo que pasa es que los porsiacasos son más aburridos… 🙂